Grupos misioneros cartilla

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DIÓCESIS DE AÑATUYA Consejo Pastoral Diocesano

Líneas diocesanas para los GM INTRODUCCIÓN a) Una gracia especial: antes que nada, los grupos misioneros (=GM) son un don de Dios para la Iglesia y, en particular, para nuestro pueblo santiagueño. Valoramos enormemente el esfuerzo y sacrificio que cada grupo realiza para misionar en nuestra diócesis. Agradecemos el inmenso cariño que le tienen a nuestra gente y el bien que le hacen con su presencia. Apreciamos enormemente este carisma del Espíritu, del que nosotros somos una de las diócesis más beneficiadas. Ellos son un hermoso testimonio de una Iglesia misionera, comprometida con los más pobres. b) Identidad y misión: el lugar propio de misión, nuestra tierra bendita de Santiago del Estero, en esta porción llamada diócesis de Añatuya, marca un estilo misionero, un modo propio de misionar. A su vez, el estilo del grupo, sus opciones, su modo de prepararse, de vivir la misión, de volver de la misma, van evidenciando la identidad del grupo. Podríamos decir: dime cómo misionas y te diré quién eres. O también, a la inversa: dime quién eres y te diré cómo misionas. c) Optimizando su presencia: nos permitimos, humildemente, delinear algunas líneas o principios, para poder estar en mayor sintonía con nuestro propio modo de ser Iglesia y, de este modo, su presencia sea realmente un 1


aporte provechoso para nuestro caminar pastoral y no una visita más, o una presencia indiferente o irrelevante y, menos aún, un obstáculo para nuestra misión durante el año. I. QUÉ ES UN GM 1) Es una comunidad de discípulos misioneros: a) Comunidad: es algo más que un grupo humano. Ella tiene una identidad común, un llamado común y un destino común. El centro de la misión no es el GM. No vamos a misionar para crecer como grupo o como personas. Es verdad, la misión nos enriquece muchísimo, pero el centro debe estar puesto en la gente, no en el propio GM. b) Discípulos-misioneros: estos dos términos, acuñados en Aparecida, definen la identidad de los integrantes de esta comunidad. Discípulo es el que sigue al Maestro, el que va detrás de sus huellas. Se comienza a serlo, no por una idea, sino por un llamado, una vocación, una elección gratuita de Dios, no por nuestra genialidad, sino por un don de Dios. Sin esta experiencia de fe, es imposible ser misioneros. Seremos voluntarios o gente de bien, pero no discípulos misioneros. 2) Enviada desde una comunidad de origen: -El GM no va por su propia cuenta, sino que es enviado, en primer lugar, por Dios, que le confiere su poder y su fuerza. Él nos confía a sus hijos por unos días. No son nuestros, sino suyos. A su vez, detrás del GM hay una comunidad que envía y sostiene. Ella es su soporte. Vamos en su nombre. La comunidad de origen no es sólo la que compra rifas, participa de los eventos, o consigue dinero para el viaje. Esta comunidad, más bien, es una parte del GM. De hecho, el GM es un desprendimiento de la misma. Ella lo sostiene con su aliento y oración. -Comunidad de origen o comunidad que envía es la parroquia, el colegio o el movimiento y también la propia diócesis. Todo GM, para considerarse como tal, debe tener esta comunidad de origen, no como algo abstracto, sino real, con vínculos y lazos reales de comunión. 2


-Algo muy importante es la vuelta de la misión. No se trata del final de la misión, sino de una nueva etapa en la misión, desarrollada en la propia comunidad. Contar, compartir, publicar, agradecer, es algo muy necesario. Es contagiar este espíritu misionero. Es entusiasmar. Y el mejor modo es compartiendo las riquezas de la gente de aquí. Es una pena que, muchas veces, se anime la misión con fotos de realidades de pobreza, que conmueven e invitan al compromiso y a la solidaridad, brotada desde una cierta culpa, lástima o mala compasión. Sería hermoso que fuera al revés: mostrar lo bueno, las riquezas, los valores, todo lo que vamos aprendiendo de ellos, como para romper esta estructura caduca y perniciosa de dependencia: nosotros somos los que damos, ellos los que reciben, nosotros los ricos, ellos los pobres. Esto se puede revertir cuando empecemos a darnos cuenta de todo lo que nos dan, enseñan y enriquecen. 3) A una Iglesia particular, con sus modos, historia y camino propios: -Con el GM no comienza la historia de fe en ese lugar, aunque su presencia marque, seguramente, un hito muy importante en esa comunidad. El Espíritu Santo, que nos envía, nos está esperando en el corazón de la gente, que ya viene caminando hace tiempo. El GM se pone detrás de unas huellas marcadas por misioneros, catequistas y agentes pastorales. -Los pasos adecuados a seguir tendrían que ser: 1. Ponernos en contacto y a disposición del obispo de la diócesis para que nos asigne una comunidad de una parroquia. 2. Dialogar con el párroco para ver qué necesita de nosotros, qué aporte podemos brindarle en el camino de esa comunidad, cuáles son las líneas pastorales parroquiales y diocesanas, en qué podemos ser útiles. 3. Planificar la misión, no de acuerdo a nuestros gustos, intereses o carismas, sino de acuerdo al modo propio del lugar y a lo que se esté necesitando en ese momento. Por ello, es bueno tomar contacto profundo y cordial con el camino pastoral del lugar, con su propio estilo de ser Iglesia. -La valiosa presencia del GM, por tanto, es un eslabón más en la vida de esta comunidad. La gente debe poder descubrir con claridad esta comunión con el párroco del lugar, y percibir el aporte del GM como un paso más en este mismo camino y no como algo nuevo o distinto. 3


4) Con la misión de compartir la fe en el anuncio, la celebración y el encuentro: a) El valor de la presencia: más allá de todas las ayudas que cada GM, en su modo particular de vivir la misión, nos van brindando, creemos que lo más valioso que tienen es su cercanía y amistad. Ese es el regalo más grande para nosotros, ya que la presencia del misionero es sacramento de la presencia de Jesús, que vence toda distancia, cruza toda barrera, para poder hacerse uno de nosotros y estar entre nosotros. La presencia del misionero ayuda a tomar conciencia del valor de cada persona del lugar, de su dignidad infinita ante los ojos de Dios. Cada misionero es una transparencia del rostro del Dios bueno y cercano, que no se olvida de sus hijos, sino que los nombra y los reconoce, sacándolos de todo anonimato. b) El valor de la perseverancia: en medio de la adrenalina de tantas experiencias salpicadas y dispersas, en las que se pasea sin comprometer lo profundo de la persona, la constancia de los GM, en nuestros parajes y pueblos, es un gran testimonio para nuestros tiempos. El hecho de que el misionero no venga una sola vez, sino que tenga una presencia continua durante las misiones, que recuerden los nombres de nuestra gente, que mantengan este vínculo durante el año, que los visiten nuevamente en cada misión, es algo que la gente del lugar valora muchísimo. c) Una presencia misionera: la misma persona del misionero, como decíamos, es sacramento de la cercanía de Dios y de su Reino. Como sacerdotes, religiosos/as y agentes de pastoral locales, nuestras visitas a cada comunidad son muy limitadas y escasas. De ahí que, la presencia de los misioneros, durante unos cuantos días en la misma comunidad, es fundamental, ya que, cada familia, al menos una vez en el año, recibe la visita de alguien que le habla de Dios, que los escucha, que los ayuda a levantar la mirada, en medio de los quehaceres cotidianos, para poner toda la vida en las manos providentes de Dios y de la Virgen. Nuestra fe nos confiere una nueva familia, nos permite vivir en comunión con muchos hermanos, sintiéndolos muy queridos y cercanos. No debemos perder nunca esta realidad de fe, que nos hace establecer estas nuevas relaciones y engendrar una amistad. Amistad que nos va a conducir a todos, necesariamente, a una amistad con Jesús, fuente de toda amistad, fuente del verdadero amor. Amistad que no se encierra en sí misma, sino que se abre al vínculo con todos. Amistad que se hace paso y trampolín para una 4


amistad profunda con el Señor, a la comunión con sus valores, y a la vivencia de la fe en el seno de una comunidad. Hemos de evitar la común tentación de adueñarnos de la vida de la gente, para poder decir con humildad como Juan el Bautista: Es necesario que Él crezca y que yo disminuya (Jn 3,30). De ahí que, no nos tendríamos que avergonzar de proponer nuestra especificidad: hablar de Dios en las casas, realizar una oración en cada hogar, oraciones largas, pausadas, simples. Convocar encuentros de niños, jóvenes y adultos cada día y concluir por las tardes con una celebración (haya o no cura), proponer celebraciones por los difuntos, en el cementerio, asumiendo los distintos signos de la religiosidad popular de aquí, realizar alguna procesión, etc. A veces, nuestro excesivo respeto humano le quita fuerza a la misión o la retardan. Por eso, es bueno aprovechar al máximo los tiempos. La gente necesita eso, espera este aporte fundamental de cada GM. Debemos proponer algo distinto. No podemos simplemente pasar esos días tomando mate y haciendo sociales. La gente necesita de Dios, que le hablemos de Dios, que compartamos a Dios. d) Con objetivos claros: que deben ser discernidos, reflexionados y establecidos en común acuerdo con los agentes pastorales del lugar (párroco, religiosas, Consejo Pastoral Parroquial, catequistas, animadores). Más allá de lo específico y propio de cada lugar, podríamos resumirlos en dos acciones fundamentales: 1. Animar y fortalecer la comunidad local (y a sus animadores y catequistas), despertando el deseo de celebrar, de encontrarse, no sólo cuando está el GM, sino durante todo el año. 2. Que cada familia pueda vivir la fe en sus gestos cotidianos, con una experiencia profunda de Dios y de comunidad.

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5) Generando lazos de comunión y de mutuo enriquecimiento: a) La primacía de la persona: por todo lo dicho anteriormente, el mejor regalo que el misionero le viene a dejar a nuestra gente es la persona de Jesús, a través de la amistad y el vínculo profundo que se va generando. Cuando empiezan a haber, en el medio de esta relación, ayudas o cosas materiales, se comienza a distorsionar este vínculo y se establece una dependencia, donde: yo soy el que te doy, vos el que recibís. En cambio, cuando el misionero no viene como Papá Noel, el vínculo se da de igual a igual: ambos damos y ambos recibimos. Las “manos vacías” de los misioneros son el mejor signo de esta primacía de la persona por sobre las cosas. San Pablo nos señala este camino: Fuimos tan condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la Buena Noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos (1Ts 2,7-8). El don de la propia vida, por tanto, es el mejor regalo para nuestra gente. Si nuestro vínculo con ellos se establece a través de las cosas que les damos, tendremos una relación utilitaria y comercial, que nos impedirá encontrarnos en lo profundo con ellos. b) Con un modo propio de estar: estamos llamados a estar con la gente, permanecer con ellos, escucharlos, establecer vínculos profundos. De ahí que, sea tan necesaria la estabilidad de los miembros del grupo, para que la gente no esté siempre conociendo misioneros nuevos en cada misión. Hace falta tiempo para poder ir generando lazos de confianza y de apertura del corazón. Estos lazos y mutuo enriquecimiento han de darse, no sólo con el GM, sino con toda la comunidad que envía. Se establece, por tanto, una relación de Iglesias Hermanas, donde las dos comunidades (la que envía y la que recibe) dan y las dos reciben, generando un vínculo de mutua pertenencia y permanencia. Esto se puede concretar luego en viajes, intercambios, visitas que involucren y enriquezcan a las dos comunidades. 6) Al servicio de los carismas locales y de su propio estilo de vivir la fe: a) Fortaleciendo lo que hay: el GM no está llamado a eternizarse ni a crear dependencias inmaduras. El dejar un lugar de misión es un signo positivo que habla bien de la comunidad que los recibió. Es necesario que ellos 6


caminen por sí mismos, sin necesidad de nuestra presencia constante. Esto nos obliga, como GM, a planificar la misión, a preparar los momentos de encuentro, a llevar cosas armadas. No podemos improvisar las cosas. La gente no se merece eso. Nuestro cariño hacia ellos se hace concreto en esta preparación previa. En el caso de generar cosas nuevas, hemos de discernir seriamente, si eso brota de una necesidad nuestra o de la gente y, a su vez, si es posible que se mantenga en el tiempo. b) Promoviendo el protagonismo de la gente: identificar liderazgos locales, promoverlos, escucharlos, darles participación y decisión, consultarlos, sumarlos, pedirles consejos. Todo en profunda comunión con el pastor del lugar, no al margen de él. Para ello, algunos del GM han de invertir tiempo en estas personas, reunirse, acompañar, ayudarlos a decidir. No para que nos escuchen a nosotros sino para escucharlos a ellos. c) Desarrollando una mirada pastoral: que nos hace ver la realidad, conocerla, amarla y juzgarla a los ojos de Dios, para realizar acciones acordes a la necesidad real de esa comunidad y a la voluntad de Dios. II. ALGUNAS ACTITUDES ESPIRITUALES a) A caminar más lento: desde el modo de hablar pausado, los grandes silencios, la paciencia en la dificultad, la aceptación serena ante las adversidades que la vida nos presenta, hasta la serena aceptación del ritmo que la naturaleza impone. Horarios nuevos, temperaturas nuevas, caminos nuevos. Todo eso nos obliga a un gran frenazo en nuestra vida. Hemos de detener el paso para aprender a caminar al ritmo de la gente y de Dios. Se nos invita, como a Nicodemo, a nacer de nuevo. Otra cultura, otra historia, otros tiempos, otros valores, otra lógica. Esto requiere tiempo, silencio, apertura, mirada atenta y mucha paciencia. Renunciar a las propias categorías, para abrazar las nuevas, es todo un camino de aprendizaje. Serenar el cuerpo, aquietar nuestra ansiedad, hablar más lento y pausado, mantenernos sentados, evitar hablar todos a la vez, renunciar a la multiplicidad de palabras y preguntas, no interrumpir los silencios, ni 7


pretender llenar los vacíos, dejar la cámara de fotos a un lado, para mirar más en lo profundo. Cambiar de ritmo no es fácil. Necesitamos unos días de ambientación, para ir entrando despacito en estas nuevas formas de vida. Podríamos decirnos: si no los entiendes, al menos no los desprecies. b) Cambia tus parámetros de “éxito o fracaso” por el de fecundidad. Ten fe en la siembra, que nada nos impida hacerlo apasionadamente, mirando en esperanza los frutos. Cosechamos lo que otros sembraron y otros cosecharán nuestra siembra: la fe nos hace confiar, esperar y creer que todo lo que hacemos con amor, no se pierde, sino que tiene un valor infinito, que nunca será estéril, que siempre será fecundo. Todos, sin embargo, tenemos el afán de dejar una huella. Por ello, muchas veces, necesitamos hacer algo concreto por la gente del lugar. Esto no nos debe hacer perder de vista de que las propuestas y emprendimientos tendrían que llegar luego de un largo tiempo de presencia en el lugar, con un lento y meditado discernimiento, sin apuros ni ansiedades. La misma gente ha de ser la protagonista y no una mera espectadora. No es bueno hacer todo por ellos o llevarles todo masticado, decidido y ejecutado. Ellos han de ser parte de este camino, desde el inicio, el desarrollo y la ejecución. De lo contrario, no los estaríamos ayudando, ya que volveríamos a fomentar la dependencia, la resignación y la pasividad. c) Es preferible caminar juntos, aunque vayamos más lento, que llegar solos a la meta: es necesario simplificar las cosas, proponernos objetivos sencillos y realizables. Abordar un tema al año y trabajarlo juntos en la comunidad, sin pretender avasallarlos con temas o propuestas muy buenas, pero no acordes a sus necesidades y posibilidades. Simplificar la misión y ajustarla a la realidad. Los conceptos más abstractos, han de ser reemplazados por símbolos más cercanos y concretos: canciones, lemas, dibujos, imágenes sencillas. Volver al Evangelio, a las imágenes usadas por el Señor, a su paciencia por acercar la Palabra de Dios a todos, yendo a lo esencial. Incluir a todos en este caminar, caminando más lento, pero entre todos para no dejar a nadie rezagado. Descubriendo, así, capacidades, fortalezas, protagonismos, 8


decisiones que la gente va tomando en la conducción de sus comunidades. La misión ha de ser austera y sencilla, no algo muy espectacular y extraordinario, sino simple y cotidiano, para que la gente pueda continuar este camino durante el año. Nuestra presencia y nuestras propuestas no tendrían que desentonar con el estilo común de la gente. d) Atentos a la comunidad eucarística, sin descuidar la comunidad bautismal: es acuciante la llamada de Francisco de ir hacia las periferias. El cuidado de la comunidad más cercana, más estable, que podemos llamar eucarística, no nos debe impedir el tiempo y el cuidado de la bautismal. Es más, es bueno ayudar a la primera a que tenga esta solicitud e inquietud por llegar a la segunda. Ambas expresan su fe, al menos en estos lugares, con los mismos signos de religiosidad popular, que tanto estamos llamados a valorar, favorecer y enriquecer. Ellos son una fuerza de evangelización, con la que el pueblo se evangeliza a sí mismo, según el decir de Puebla. Por tanto, no perder la atención de esta comunidad bautismal, es un rasgo que nos debe identificar a los misioneros, como exigencia continua de derribar fronteras y abrir nuevos caminos de salida. Rescatar signos de la religiosidad popular como el agua bendita, la vela encendida, las procesiones, el tomar gracia de las imágenes, los cantos, flores y tantos otros sacramentales; valorarlos, favorecerlos, disponerlos y enriquecerlos, va ayudando a que la presencia del GM sea más significativa y fecunda. e) Contemplativos y receptivos: algo fundamental, para nuestra misión, es desarrollar actitudes de discípulos, que logren descubrir las riquezas de nuestra gente y dejarnos evangelizar por ellos y sus valores. Es esencial captar estos valores de la religiosidad, mística y espiritualidad popular para enriquecer nuestra fe, descubrir la presencia del Espíritu en ellos y proponer acciones desde ellos y su modo, y no según los nuestros. Esta sensibilidad, connaturalizad y sintonía afectiva redundará en propuestas más significativas, en acciones más acordes con sus modos. Poder detener el ritmo apresurado que llevamos, para contemplar más a nuestra gente, escucharla y aprender de ellos. Animarlos en su timidez a que compartan, sin miedo a sus silencios, no hablando por ellos, o en nombre de ellos, sino, más bien, escuchándolos y esperándolos, respetando sus tiempos. Es 9


importante descubrir que, cuando nos ven ansiosos y apresurados, resulta muy difícil la intimidad y la confianza. Se requiere, para ello, un clima de silencio y respeto, de escucha paciente y serena, sin ansiedades ni apuros. f) Abiertos y comunitarios: es bastante común aquello de pueblo chico, infierno grande. La mayoría de nuestros lugares de misión, son comunidades pequeñas, donde hay divisiones, problemas, faltas de comunión. Por ello, es fundamental no tomar partido por nada ni por nadie. Como misioneros, unimos y no separamos. Hemos de ser discretos en nuestros comentarios. No nos dejamos llevar por lo primero que escuchamos. Tomamos distancia, miramos con serenidad toda la realidad, sin perdernos en los detalles. g) La opción por los pobres: sigue siendo un reto, un desafío y, a su vez, un signo muy elocuente del modo de Iglesia que proponemos y deseamos ser. Los pobres han de ser ya no objetos pasivos de nuestra evangelización, sino sujetos y artífices protagonistas de su propio destino. Recordemos siempre que nuestras actitudes y gestos educan y dicen más que muchas palabras. Esta tensión hacia los últimos es sacramento y signo elocuente para nuestros hermanos. Podemos enriquecernos con las palabras del Papa Francisco en los números 186 al 216 de la Evangelii Gaudium, de los que citaremos algunas frases: Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que «los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Nueva del Reino?» (EG 199). Nuestro desafío, por tanto, 10


consiste en amarlos, descubrir y apreciar su belleza interior, encontrarnos en ellos a Cristo, de quien son su sacramento y hacerlos sentir en casa. Podríamos preguntarnos con sinceridad: ¿en qué otros lugares se sienten amados por sí mismos? ¿Acaso no son continuamente objeto de intereses políticos? ¿Quién se acuerda de ellos? ¿Quién los nombra? ¿Quién los mira a los ojos y los reconoce como personas? Para muchos, ni siquiera existen, ni tienen identidad, ni entidad real. Continúa diciendo el Papa: Puesto que esta Exhortación se dirige a los miembros de la Iglesia católica quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria. (EG 200). III. PARA SEGUIR CRECIENDO EN NUESTRO COMPROMISO MISIONERO Por último, nos gustaría sugerir y plantear dos pasos posibles en este camino. Sabemos que la participación en un GM nos compromete y marca la vida para siempre. No podemos eternizarnos en un grupo. Generalmente, estamos unos años, y luego rumbeamos para otro lado. Recogiendo algunas experiencias, planteamos dos posibles caminos: 1) El voluntariado: muchos jóvenes que se iniciaron en algún GM, terminaron fundando una ONG, o armando algún voluntariado, como para responder a una necesidad concreta. El paso por la misión despertó en ellos un mayor compromiso en la fe. El estudio, el trabajo, la familia y nuevas responsabilidades, fueron limitando sus tiempos. Pero no se quedaron añorando tiempos felices de misión, sino que descubrieron un nuevo lugar y una forma distinta y original de continuar este compromiso. 2) Un tiempo más prolongado de misión: el paso por un GM es una oportunidad para preguntarnos si Dios no nos invita a un tiempo de mayor dedicación a la misión, brindando un tiempo más prolongado al servicio de 11


la misión. Esto es una posibilidad real, un horizonte viable, que ha de ser acompañado, discernido y encauzado en un proyecto eclesial y no meramente personal. Este tipo de presencia puede ser de dos formas, de acuerdo a la vocación laical: 1.Misionero con un acento puesto en lo pastoral: dedicado mayormente a actividades pastorales: catequesis, organización comunitaria, celebraciones, misiones, etc. 2. Misionero con un acento puesto en lo profesional: una de las principales carencias de nuestra zona es la ausencia de recursos humanos, de personal calificado en distintas áreas que tienen que ver con la educación, la salud, la promoción humana, el acompañamiento psicológico, etc. De este modo, el misionero brinda su tiempo, carisma y saberes, desde su profesión y vocación particular, al servicio de la comunidad. IV. PARA REFLEXIONAR Y COMPARTIR EN GRUPO 1) Si tuviéramos que describir la identidad de nuestro propio GM, con su realidad e historia, ¿qué diríamos? ¿Cuáles son nuestros objetivos? ¿Qué podríamos reforzar como grupo para ser más fieles a nuestra identidad? 2) ¿Cuál es la inserción real de nuestro GM en nuestra comunidad de origen (la que nos envía: sea parroquia, colegio o movimiento y también la propia diócesis)? ¿Cuál es nuestro aporte específico hacia ella (antes, durante y después de la misión)? ¿Qué podríamos hacer para crecer en este aspecto? La gente que nos recibe en la misión, ¿es consciente de esto?, ¿les contamos que nosotros somos tan solo la cara visible de una gran comunidad? ¿Les contamos de toda la gente que está detrás de esta misión? ¿Los tenemos en cuenta en nuestra oración? ¿Les agradecemos lo que hacen por nosotros? 3) En nuestros grupos, ¿con qué acciones concretas manifestamos nuestra disponibilidad para servir a una Iglesia local con su camino, historia, riquezas y modos propios? ¿Qué podríamos hacer para ser más fieles a este aspecto de nuestra identidad? 12


4) Leyendo el punto II, ¿qué actitudes tendríamos que trabajar más en nuestro grupo?

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