DIÓCESIS DE AÑATUYA Consejo Pastoral Diocesano
Algunas sugerencias para los párrocos a. UNA MIRADA MÁS GENERAL… Una gracia especial: los grupos misioneros (=GM) son un don de Dios para la Iglesia y, en particular, para nuestra diócesis de Añatuya. El pueblo santiagueño y nuestra bendita tierra, tiene una magia especial que atrae y convoca a muchos hermanos de lejos, que vienen a pasar unos días entre nosotros. Bien conocemos todos, las diversas incomodidades que ellos han de afrontar en esos días. Sin embargo, damos fe de que nada los detiene a la hora de volver. Sin duda, hemos de afirmar que es una de las gracias más grandes que Dios nos ha regalado como diócesis, desde sus inicios hasta nuestros días. La ciudad de Añatuya es testigo fiel de la afluencia de numerosos jóvenes para los meses de julio y de enero, que destinan valiosos días de sus apretadas vacaciones, para visitar a nuestra gente. Una presencia valiosa: constatamos que, gracias a su visita constante, muchas comunidades cada año renuevan su fe. Así, cada familia recibe una visita, donde se reza y se comparte la vida. Los niños se encuentran para rezar, cantar y jugar. Nuestros jóvenes se arriman un poco más a Dios y descubren un modo más sano de diversión y de encuentro. Nuestros adultos vuelven a pisar la Capilla para encender esa fe viva, que dormía, tal vez, debajo de algunas cenizas. Vale recordar que, hace unos años, durante un retiro del clero de nuestra diócesis, dos sacerdotes santiagueños, de los 23 que estábamos, compartieron que su vocación sacerdotal había surgido gracias al testimonio del 1
GM que, cada año, visitaba su paraje. Seguramente, no serán los únicos frutos cosechados a lo largo de estos años. Una gracia para no dejar pasar: como ocurre con las cosas de Dios, podemos acoger sus intervenciones y aprovechar la fuerza y bendición que nos traen, o podemos también, dejarlas pasar, desatenderlas y desaprovechar su caudal de bendición. Convengamos, pues, que la visita de los GM a nuestras parroquias, despierta en nosotros, algunas reacciones diversas. Puede que tengamos una buena experiencia y deseemos ardientemente su presencia. Puede que algún GM nos haya ocasionado algún inconveniente, dificultad o contrariedad, desanimando nuestra futura recepción. Tal vez, su presencia nos pueda resultar indiferente, o que no agrega ni quita nada a la pastoral parroquial o a la vida de fe de nuestras comunidades. Optimizando su presencia: es por ello que, nos permitimos, humildemente, proponer algunas sugerencias para los párrocos, a fin de que la presencia del GM sea realmente un aporte provechoso para nuestro caminar pastoral, y no una visita más, o una presencia indiferente o irrelevante, ni, menos aún, un obstáculo para nuestra misión durante el año. b. CONCRETANDO ALGUNAS PROPUESTAS… Es necesario sincerarnos: a fin de no hacer perder tiempo al GM y no andar nosotros renegando o actuando de modo forzado y desganado, es bueno preguntarnos si deseamos realmente recibir su visita. En el caso de que nuestra respuesta sea negativa, no tenemos por qué sentirnos culpables, ni avergonzados. Se trata, simplemente, de reconocer nuestra limitación o de asumir nuestras razones (sin pretender que sean comprendidas por todos) y destinar el GM a otra parroquia que desee recibirlo y acompañar la gracia de su visita. En el caso de que aceptemos esta visita, será necesario, a nuestro humilde entender, asumir algunas responsabilidades y compromisos: Planificar juntos la misión: es de vital importancia reunirnos y comunicarnos con los responsables del GM, a fin de presentarles la realidad de la comunidad a ser misionada y detallarles los objetivos que, como pastores de la comunidad, vemos prioritarios para trabajar durante la misión. Evaluar la misión: esta acción es fundamental, ya que la mirada de los misioneros enriquece mucho nuestro modo de encarar la pastoral. Éste será nuestro punto de partida para el trabajo durante el año. La presencia del GM despierta, muchas veces, la participación de alguna persona nueva, anima a alguien que había dejado de concurrir, descubre un carisma nuevo en la 2
comunidad. La visita a las familias ayudará a identificar las personas enfermas, solas o que estén pasando un momento difícil. Enterarnos de estas situaciones nos comprometerá a estar más presentes en estos hogares para llegar a nuestros hermanos más necesitados. Continuar con el fervor y el entusiasmo: es inevitable el contraste que sufrimos entre el entusiasmo de la gente en los días de misión y el acontecer rutinario del tiempo durante el año. A veces, llegamos a lamentar, renegar o echar en cara a la gente esta “aparente” dicotomía. Será, pues, muy conveniente, aprovechar los primeros meses que suceden a la misión, para impedir que todo vuelva a ser como siempre y se termine apagando el entusiasmo encendido. Está en nosotros, por tanto, continuar con los senderos trazados por los misioneros, a lo largo de esos días. Bajar nuestras altas expectativas: a veces podemos llegar a desmerecer al GM por no generar nada nuevo en la comunidad. Aparentemente, no cosechemos ningún fruto concreto de la misión. Sin embargo, habrá que estar atentos para descubrir algún humilde brote de vida, algún pequeño avance del Reino en la comunidad. Habrá que renovar nuestra fe en que todo lo que se hace con amor nunca será estéril, sino que siempre será fecundo. A lo mejor, somos nosotros los que estamos miopes y no percibimos la fecundidad escondida. A su vez, la misma misión es, de por sí, una gracia innegable. Al menos, en esos días, la gente sintió más de cerca a Dios, se reunió en comunidad, se sintió querida y cuidada por Dios a través de los misioneros. A pesar de que no se note ningún “avance” visible en esa comunidad, sin embargo, la Palabra fue sembrada y crecerá a su debido tiempo. Aprovechar para conocer más a nuestra comunidad: reconozcamos que un sentimiento común, que nos suele visitar, es la experiencia de no llegar a nada ni a nadie. Nuestras responsabilidades pastorales nos pueden dejar el sabor amargo de no hacer pie en ninguna parte. Sentimos que todos nos demandan y recriminan nuestra falta de presencia o de acompañamiento y vivimos con insatisfacción, culpa y remordimiento, al no llegar a satisfacer la exigencia de nuestra gente. La presencia de los misioneros es una gran oportunidad, para que nos instalemos unos días allí, para visitar, conocer más, compartir con la gente y con los misioneros, quienes nos abrirán las puertas para llegar a algunos hogares. 3
Acompañar paternalmente a los misioneros: convengamos que no es lo mismo dejar que vengan a misionar que recibirlos y acompañarlos. La hospitalidad que le brindamos al llegar, la facilidad de recursos, transporte o materiales necesarios para los días de misión, la disponibilidad para atender una urgencia o responder ante algún imprevisto. Es bueno mirar a estos hermanos como parte de esas ovejas a las que Dios también nos confía. Nuestro testimonio de hospitalidad, generosidad y prontitud, animará su misión y su compromiso cristiano. La delicadeza de algún gesto o detalle para con ellos; valorar, agradecer y reconocer explícitamente su aporte y esfuerzo, ayudará a que se sientan más en casa. Ayudar a que el GM sea fiel a su vocación: nuestras humildes palabras y sugerencias contribuirán a definir mejor su identidad y particularidad como misioneros. No resultará extraño recibir algún grupo que no tenga muy en claro su identidad. De ahí que, será necesario presentarles con anticipación las líneas diocesanas para los GM, donde, además de varias sugerencias, los exhortamos a no mezquinar su aporte más valioso, que es el de compartir la fe cristiana. No confundir las cosas: relacionado con lo anterior, será importante definir con claridad y, si es posible, dejando constancia por escrito, lo que esperamos del GM en lo que respecta a la pastoral y a las prioridades de la misión. No estará de más recordar la primacía de la persona por sobre las cosas, para no confundir su misión con la de una ONG que viene a traer cosas. Para ello, será necesario, de parte nuestra, evitar toda demanda o pedido de cosas. De este modo, se establecerán con claridad nuestros vínculos, donde la prioridad siempre será el valor de la persona del misionero y de su presencia. Cabe destacar que, en el caso de que el GM no cumpla con lo acordado previamente, podremos prescindir de su ayuda, con delicadeza y evitando todo escándalo. Una mirada pastoral: todo esto nos obligará a una mayor atención al Espíritu para discernir, en lo posible junto al COPAPAS, a qué comunidad destinar el GM, y el camino apropiado a recorrer en cada misión. Nos comprometerá, a su vez, a tomar nota de los frutos que van surgiendo en cada misión. Seguramente que, en el caso de que seamos dóciles al Espíritu, al proponer al GM un camino pastoral claro y sencillo y, siempre que el GM responda con fidelidad a nuestras sugerencias, los frutos no tardarán en llegar. 4