¿Qué sería entonces rezar? Monasterio benedictino El Siambón, febrero de 2015 Jean Vanier en una de sus cartas nos permite entrever algo del misterio de la oración. Su vida es un hermoso testimonio de fe y de compasión por los crucificados de la historia. Su oración se hizo compasión. Su servicio brotó de su profunda comunión con Jesús y lo llevó a niveles mayores de contemplación y comunión: No estoy seguro de saber orar, pero estoy ahí, quiero estar ahí con Jesús: mirándolo a él y él mirándome a mí. No hay palabras, sólo estar ahí. A veces cabeceo y me quedo dormido una y otra vez en la oración. Es oración, ¿importa eso? Otras veces los pensamientos rondan por mi cabeza. No muy interesantes. Entonces mi mente se calma nuevamente y vuelve a mi alma un momento de quietud. Tal vez orar es sentarse y esperar, esperar un encuentro con Dios que viene sin que sepamos el día ni la hora. La oración, para mí, es descansar en ese encuentro. Es acoger a Dios en mi corazón. La oración se ha convertido para mí en una inmensa acción de gracias. Un gran agradecimiento a Dios. De todo esto, me vienen estas palabras que siguen en forma de verso. Pero no sin antes clamarle de corazón a Jesús: Señor, ensénanos a orar (Lc 11,1) Cuántas cosas leí, cuántas cosas escribí, cuánto tiempo pensé, y qué poco recé… ¿Qué sería rezar? Estar aquí, encontrable, presente, ya no fugitivo en ideas, proyectos, en culpas. Abandonar todo placebo de mañana será mejor. Cuántas fugas en ideas, métodos, escuelas, estilos, buscando desesperadamente el mío, sin hallarlo y con más sed, y con más ansia, y con más soledad. ¿Qué es orar? Es pegar el salto al vacío, es soltar lo seguro, abandonar la orilla tentadora, es cruzar hacia lo hondo, solo y a pie, es abandonar todo deseo, es renunciar a toda autosatisfacción, es dejar toda expectativa, es matar todo cálculo, es renunciar a conseguir el premio deseado de la sanación, de la liberación. Es quitar la mirada de sí, desconocerse, desposeerse, para ser así conocido, poseído, apropiado,
por el Dios de los misterios. Es reencontrarme en Él, es resucitar en su vida, es permanecer en la herida, es confesar la impotencia y la miseria, es confiar hasta la locura, es ver la tierra prometida, y saludarla de lejos, es estar en vela cual centinela, en lo más negro de la noche oscura, mirando en esperanza segura, la promesa del amanecer. Es tozudez, osadía, es soltar toda cobardía, es saciarse con migajas, y celebrar el hambre, es saberse en camino, siempre en camino, en gratitud por mi condición de peregrino. Es emprender cada día el viaje, con poco, con nada, sólo con el amor, como luz y guía, sin apoyos visibles, en la confianza ciega y audaz. Hermosa y terrible aventura, gran razón tenía Pablo, la primera gran lección de este camino: no sabemos orar, piso necesario para comenzar. El miedo toma la iniciativa, son más seguras las ideas,
los discursos claros y distintos, son menos áridos los libros, son más calmos los propósitos y fantasías, son más mensurables las acciones, son más renombrados los triunfos, que las horas largas y anónimas, de camino en la espesura. Humildad, paciencia, fe en medio de la sequedad, esperanza tenaz, amor ardiente, serán el bagaje necesario para este caminar cotidiano. Muchas muertes y renuncias, aunque una vida, sin duda, se despunta, mayor humildad, mayor atención al prójimo, silencio y mucha hondura. La Cruz va dejando sus marcas, y va amasando una nueva vida, escondida, muy escondida. El tiempo, por momentos eterno, de este estacionamiento, va dando una calidad única a este fruto final,
que será degustado y disfrutado por muchos. En definitiva, ¿qué sería rezar? Estarse en el hoy de Dios y en el propio, dejarse encontrar, centrar nuestra atención en Él, una y otra vez, dejarse hacer por Él, ofrecerse en amor, sin pretender espiar la obra oculta de este misterioso Artesano. Renunciar a toda excusa o concesión, sentirlo como nuestra respiración, el agua para nuestra sed, arriesgarse a llegar con las manos vacías y partir del mismo modo, sin méritos, sin éxitos, sin resultados visibles. Renunciar al pensamiento, a las felices ideas, a bellos compromisos y proyectos, abandonar las culpas y el regodeo en la propia miseria, levantar la mirada hacia Él, para nunca más apartarla de Él…