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10. Conclusiones
La historia de la democracia se caracteriza por situaciones de constantes crisis y transformaciones. En la mayor parte de los casos fueron transformaciones positivas, que permitieron enormes avances en términos de derechos civiles, políticos, sociales y culturales. Pero cuando el sistema representativo no es capaz de procesar las tensiones para resolver los conflictos y el malestar social, esas crisis pueden llevar al cuestionamiento de la democracia.
Sentimientos más o menos difusos de marginalización o malestar de sectores de la población, para quienes el “sistema” no los representa, o incluso los perjudica, están siempre presentes, en mayor o menor medida, en todas las sociedades democráticas. Esos sentimientos pueden ser catalizados por líderes apoyados por fuerzas sociales con tendencias autoritarias, que se dicen sensibles al malestar social. La cuestión a dilucidar es cómo limitar la ascensión de tendencias destructivas para la democracia.
Las relaciones entre capitalismo y democracia pasan por un momento crítico de inflexión que exigirá innovaciones institucionales profundas, que enfrenten los desafíos vigentes tanto a nivel nacional como en el sistema internacional. La ciudadanía espera de los gobiernos respuestas que, en la mejor de las hipótesis, serán paliativas. Dentro de los parámetros bajo los cuales se organiza actualmente la sociedad contemporánea, la confianza en el sistema político tenderá a permanecer baja, por lo menos en la mayoría de los países democráticos; en los países autoritarios dependerá de sistemas de vigilancia, de represión y de control de la información.
Es posible que el impulso de la extrema derecha sea un fenómeno pasajero. Pero incluso si su peso retrocede, las marcas destructivas que dejará en las instituciones nacionales e internacionales perdurarán por un largo período, y los problemas que los alimentaron permanecerán. Como indicamos, en las últimas décadas el aumento de la desigualdad y la concentración de la riqueza en manos de una ínfima minoría produjo un creciente malestar con los partidos tradicionales, situación que la nueva derecha no modificará. La supervivencia de las sociedades capitalistas democráticas en el largo plazo, dependerá de su capacidad de procesar los problemas que favorecieron el ascenso de posiciones extremistas.
Los desafíos actuales no se reducen a los generados por los políticos autoritarios. Repensar la democracia exige enfrentar los problemas ambientales y los efectos de la revolución tecnológica. En la economía, las nuevas tecnologías destruirán empleos y permitirán una enorme concentración de poder en pocas empresas que controlan (y transmiten) informaciones, y centralizan una creciente porción de las transacciones comerciales. Las nuevas tecnologías, con su capacidad de vigilancia y destrucción de la privacidad, y de asumir el control de decisiones en los más variados ámbitos de la vida social, representa un enorme desafío.
Uno de los grandes debates políticos respecto de la democracia se refiere a quién controla los algoritmos y el uso de la información que aquellos producen. ¿Cuáles son los riesgos que podemos asumir de forma responsable si transferimos y centralizamos casi todas las áreas de nuestra vida a sistema falibles y sujetos a todo tipo de ataques y manipulaciones? Al mismo tiempo que estamos cada vez más prisioneros de nuestras perspectivas personales, nuestras interacciones con los demás —próximos o distantes— son cada vez más intensas y avasalladoras. Somos intermediados por softwares que no controlamos ni conocemos cómo funcionan.
Todos los aspectos de la vida social pasan a depender de tecnologías, y si la democracia no crea mecanismos de control efectivo sobre su uso y sus consecuencias, tanto por parte de las empresas como del Estado, resbalaremos hacia un futuro distópico, en el cual las nociones de libertad y conciencia individual se transformarán en fenómenos del pasado. Una situación que, desde sus perspectivas particulares, es captada por movimientos como el singularismo y el trans-humanismo, que prevén que la inteligencia artificial modificará la condición humana y la forma como la sociedad se organiza y toma sus decisiones.
La democracia definida como un conjunto de instituciones y de procedimientos formales que permite la competencia política, sin valores substantivos, sin duda es insuficiente. Los procedimientos están al servicio de valores, en primer lugar, el de la libertad y de la solución pacífica de los conflictos, pero también de valores que la sociedad fue integrando como parte de un nuevo consenso social.
En lugar de posturas irrestrictamente conservadoras o progresistas, los cuestionamientos que debemos hacernos son: ¿qué debe modificarse y qué mantenerse? ¿Cómo mantener aceptando modificaciones, y cómo modificar sin destruir lo que merece mantenerse? No se trata, entonces, de celebrar de forma acrítica cualquier novedad, o apoyar cambios sin perder la capacidad de evaluación y análisis. Por el contrario, los cambios deben ser encarados como un espacio abierto para un amplio
debate público; y para ello se requiere encontrar soluciones inéditas. En palabras del poeta francés René Char, “Notre héritage n’est précédé d’aucun testament”, cada generación debe decidir qué hacer con el mundo que recibió.
A pesar de sus limitaciones, mientras no aparezcan nuevas formas de organización política que aseguren los mismos derechos fundamentales, la democracia liberal capitalista constituye la única apuesta responsable para aquellos que valoran la libertad. Esa afirmación no significa que el futuro de la democracia capitalista está garantizado. De ser incapaz de procesar las nuevas formas de desigualdad, la concentración del poder económico y el impacto de los cambios tecnológicos — en la sociabilidad cotidiana, en la estructura del mercado laboral, en los sistemas de vigilancia, en los bancos de datos que permiten la manipulación y el control de las personas, o en el potencial de terapias genéticas extremadamente costosas que pueden conducir a una fractura definitiva de la especie humana —, el divorcio entre capitalismo y democracia sería inevitable, y sus efectos catastróficos.