1. CRÍA HIJOS Y TE SALDRÁN CUERVOS Nombre: Ana María Apellidos: Blasco García Nacer mujer a finales de los ochenta no garantizaba la libertad, pero ofrecía un pequeño rayo de esperanza. Se aprendía mucho más rápido, no existían temas tabús, y mucho menos si convivías con dos hermanos mayores, una madre siempre positiva y un padre siempre ausente por su trabajo. Carmen era hija de un patrón de embarcación, el cuál pasaba sus días entre sirenas como ella decía. Con el paso de los años aprendió, que aquel hombre le facilitaba las bambas que usaba, la comida que comía, los libros que coloreaba, las sábanas que la arropaban, la ropa que le daba abrigo… Fue entonces cuando descubrió que su padre trabajaba a cambio de dinero, y le pareció inútil que siendo cinco en casa solo colaborará uno. Con los años sus hermanos empezaron a colaborar, pero en el negocio familiar y a ella le seguía pareciendo inútil aquello, ¿qué beneficio existía?, ¿por qué no trabajaban de camareros?, ¿por qué no traían un jornal? A pesar de no traer ningún jornal, sus hermanos iban creciendo y sus padres les facilitaban todo lo necesario, al igual que a Carmen pero en grados distintos, pues ella no necesitaba un negocio, ni un coche, ni una casa, ni nada que no fuese tan simple como un juguete. En su segundo año de universidad abandonó sus estudios, y al volver a casa descubrió que allí solo quedaban dos, que sus hermanos tenían sus vidas y que nadie cedía ayuda, al igual que nadie la pedía. Decidió abandonarse en manos de los bancos, en busca de un préstamo, con la ilusión de construir su casa de comidas marineras, con la esperanza de conseguir una posición económica y dejar de depender. Con los años la bondad y el buen hacer de esta muchacha la colmaron de felicidad, su padre, antiguo patrón de mar se dio a conocer entre fogones y antiguas recetas, su madre siguió positiva y sus hermanos se humanizaron al ver lo que conseguía su hermana de la nada. El viejo lobo de mar todavía hoy refunfuña entre los fuegos, maldiciendo a esos hijos desagradecidos que luego adora incondicionalmente, y Carmen
sonríe por comprobar que todo el mundo aprende la lección, incluso los hombres.
2. De costa a costa Calamanda Nevado Cerro. Jugaban a bañarse Ana y Elena, no desnudas como sus palabras, en el Mediterráneo. Amigas desde niñas, se tienen confianza y suelen desahogarse. Los ricos, dice Ana que ha terminado de cobrar el último paro; mirando a una familia que ríe junto a ellas, de aspecto cuidado. - Estos sí que se pueden mojar, siempre van bien vestidos y con buenos patrones en el bañador, o en el biquini. Tú verás, llevan el dinero asomándoles por los bolsillos. -Sí, y sus ecos son tan cursis como sus nombres pjajajaj. Incluso son cursis los de sus perritos, has oído como los llamaban. He oído que alguien ha pedido socorro por ahí Elena. -No me he dado cuenta con el tonteo que traigo, estaba mirando a esas chicas, las socorristas; mira, nadan mar adentro. -Sí, las he visto, irán hacia los gritos. Valla cuerpos musculosos. Qué estilazo, no las detiene nada, ni las olas ni la corriente. Están tan seguras que, si no nadaran flotarían igual en el agua. Ya vienen de buscar a alguien. - Si… es un niño pequeño, lo traen a la orilla. Menos mal, está bien, no le pasa nada, ¡hay que gracioso! como se ríe el crio. Ana, la rubita que lo coge de la mano me recuerda a mi hija; es bañista como ellas. Se hace en los veranos la costa catalana y la andaluza; gana buen sueldo, es feliz así, y dice que vive independiente. La echo de menos y la entiendo, es lo mejor para ella. - Las madres siempre arropando. Oye, estas aguas están verdosas, estará el mar picado, ¿y si tomamos el sol? - Vale. Qué relevo tienes mañana Elena. Te lo pregunto por si quieres, y nos acerquemos a casa de tu madre después, me apetece saludarla. - Te viene bien antes de comer o más tarde.
-Más tarde no, a última hora tengo la entrevista en la residencia. Con el paro que hay y, a mi edad; qué pasará. He pensado que, cómo no me cojan, hago como mi hija; preparo el equipaje y busco de costa a costa. Menos estar parada, lo que sea. - Procura no coincidir en la misma costa que ella, ya sabes cómo piensan jajajaja…
3. HIPOCAMPO Rafel Lopez Molina Me resultó curioso ese artículo, campeón del mundo de cálculo mental, realmente lo que primero me llamó la atención fue su fecha de nacimiento, 20 de mayo, en algo nos parecemos…, este hombre es capaz de sumar 100 dígitos en 17,04 segundos, siendo su velocidad de cálculo de seis operaciones mentales por segundo. Es sorprendente como alguien organiza tan bien su cabeza, …, en 30 minutos muchas mujeres visten a dos niños pequeños, hacen dos desayunos, preparan dos almuerzos, una nota para la profesora, peinan, ponen colonia, sin abrir armarios ni nevera saben lo que hay que comprar ,y encajan en su agenda el momento para adquirirlo, ni que decir tiene que conocen los precios de cada producto y en cada establecimiento, no les va a vencer la crisis, dan el último repaso al examen de conocimiento del medio, … Media hora, 1800 segundos, que han dado para aproximadamente diez intervenciones por cada niño, constando cada una de otros diez procesos. Por otra parte salen perfectamente arregladas, la sociedad se lo exige, y aún recuerdan que no deben ponerse, las mujeres no repiten ropa… Siento curiosidad, me informo y encuentro que el hipocampo es la parte del cerebro que consolida la memoria y el aprendizaje, ni que decir tiene que las mujeres lo tienen más desarrollado. Nuestro campeón lleva publicados más de diez libros y llena recintos para dar muestra de sus habilidades, nuestra protagonista es, una más…, tiene dos trabajos, uno sin contraprestación económica, ni días de asuntos propios, ni paga extra…
4. EL OJO ROJO Laura Cabedo Cabo Salió a la calle y una brisa fría le arrebató los últimos sueños infantiles de la noche, aferrados aún a las mejillas, como hojas cobrizas de otoño. Las ascuas de la aurora inmolaban aleatorios luceros y el telón del mundo se levantó ante él, haciéndole saber que había un propósito para sus 11 años. Cuando el sol le puso a los pies la sombra ya había conseguido el dinero. Recordó a su madre, que al marcharse le abrazó y le dijo que nada es imposible. Su padre, meses antes, tomándole las manos firmemente le había dicho exactamente lo mismo. Desde entonces sabía que era valiente y podía conseguir cualquier cosa. A la hora de comer hacía calor, llegó a casa con la arena de todos los desiertos en la boca. No bebió hasta que besó a su hermano pequeño. Al fondo, podía ver las siluetas a contraluz de las ancianas y el revoloteo de las grandes mariposas de risa que salían de sus labios mientras realizaban su colorido trabajo. Por la tarde se puso manos a la obra junto a ellas, aquel oficio era minucioso y requería de unos dedos expertos y finos, dedos de mujer y de niño unidos en un proyecto común. Se sentía importante al hacerlo, incluso más importante que cuando destacaba en la escuela. De pronto corrió hacia la puerta para mirar más lejos de lo que sus ojos pudieron alcanzar. Un vencejo en la lengua, susurrando la palabra “alegría” salió volando. Montado en las alas de aquel pájaro, el nombre de su madre planeó sobre las abruptas montañas y las inmensas distancias de granito de aquella naturaleza en la que les había tocado nacer, como nacen las milagrosas flores en la oquedad de un precipicio. El lugar más maravilloso del mundo. Desde la cuesta, la estilizada silueta de Amina pareció surgir de un mar etéreo entre las olas de calima. Omar corrió gritando. En un mes había crecido tanto que la ropa le quedaba corta. Llevaba a su hermano de once meses cabalgando sobre su grupa huesuda, que por la mañana había
transportado hasta el mercado del domingo las hortalizas cultivadas junto a la casa, como todos los muchachos y mujeres del lugar. Un mundo en el que los hombres pastoreaban las cabras en los prados del sur durante el invierno, regresaban en verano para cuidar los cultivos y bajaban grandes fardos desde las montañas en octubre. Donde los niños acudían felices a la lejana escuela, siempre con las manos manchadas de amarillo, el color de las hebras que su raza separaba cuidadosamente de las flores color lila, desde el principio de los tiempos. Al verle, los ojos de Amina dejaron escapar un río de esperanza contenido y el paisaje se volvió como un espejismo acuoso. Volvía cargada de telas nuevas, de aceite, miel, sal y del dinero que había podido cambiar por el bendito azafrán, el oro que aquella madre tierra les ponía en las manos cada otoño. El mejor azafrán del mundo, nacido de los besos caídos desde los labios de algún Dios enamorado. Sobre las pupilas azabache de sus hijos, vio reflejado el cóncavo sueño, las calles infectadas de pétalos desechados que esparcía el aire y la nieve violeta, cayendo sobre las casas de adobe mordidas por el viento. El sol se arrojó despacio por el abismo del Siroua y la noche extendió cuidadosamente su manto sobre los hombros macizos de Marrakech, mientras madre e hijo, recuperando aquello que el ladrón del tiempo les había arrebatado, se contaban con palabras sencillas, libres de grandilocuencias incomprensibles para su corazón, las respectivas historias de sus luchas y sus logros, no para enorgullecerse de aquel perfecto equilibrio social, sino para que generación tras generación, nunca llegue a olvidarse.
5. Salir adelante Santiago Sevilla Vallejo Él saca del bolsillo un puñado de billetes y los deja sobre la mesa como si colocase sus cartas. Alicia mira el dinero con sorpresa y sonríe a su exjefe. Si bien querría coger el dinero, tiene un par de cosas que decirle a Michel. Lo conoce bien y, aunque no se fía de él, no le resulta del todo desagradable.
-Ahí tienes las propinas atrasadas. Vuelve con nosotros. -No voy a volver. Ahora tengo mi propio negocio-. Michel mira a su alrededor. "Alicia en el comedor de las maravillas" es un local que no deja indiferente. Alicia y él están sentados en los sillones de plástico rojo de la zona americana, rodeados de fotografías de estrellas de Hollywood, con sus respectivos autógrafos de imprenta. Al otro lado, cuelgan de las paredes toda clase de objetos relacionados con Chile. Camisetas del ColoColo, la bandera nacional, ponchos y sombreritos con orejeras, amuletos contra los traucos… Al fondo, las mesas tienen manteles blancos y velas de incienso, especiales para cenas románticas. Michel cree que es una mezcla espantosa, pero funciona. -Venga, no seas rencorosa. No lo pasamos tan mal. -Fue divertido, pero os aprovechasteis de mí; estaba de sol a sol y, con la crisis, me quitasteis las propinas. Ya sabes en qué se queda el sueldo de una camarera sin las propinas. A Javier se las dabais porque tiene «una familia que alimentar», yo tengo una gata y también quiero críos, mas así es imposible ahorrar y muy difícil llegar a fin de mes. En cambio, Ángelo se ha comprado un coche nuevo y tú te vas cada dos por tres de viaje. -Lo que no me explico es cómo os va tan bien. No te ofendas si te digo que vuestra comida no es nada del otro mundo y tampoco tenéis alcohol en condiciones. -A veces basta con ser agradable, sonreír un poco y disfrutar de lo que se hace; parece que esto no lo enseñan en las escuelas de negocios. -Si te pones cabezota, vas a salir perdiendo. Nosotros podemos comprarte el local, vuelves con las propinas y problema solucionado. -Me parece que no hablamos el mismo idioma. He dicho que no. Gabriela, Mennina y yo vamos a salir adelante con el restaurante.
6. MALETAS DE CARTÓN Gema Palomo
Giraba y giraba sin parar. Daba vueltas y más vueltas y parecía que jamás iba a detenerse para que ella pudiera subir. El Tío Vivo de la vida no le daba tregua, se burlaba cada vez que intentaba acceder a él y no atinaba en el salto….Pero, ¿qué le estaba sucediendo? ¿De dónde le llegaban todos estos pensamientos? ¿Era acaso aún una niña de 8 años en su pueblo natal cuando el circo llegaba por Navidad?. No. Claro que no. Cerca de 70 vueltas al sol había ya dado. Vecina de Madrid, recientemente había dejado de trabajar hacía casi 5 años. De un tiempo a esta parte, le costaba recordar: recordar lo más básico y esencial de su vida cotidiana. Aquella tarde, frente al Tío Vivo en la Plaza Mayor, creyó regresar a su niñez…rodeada de sus amigas de la infancia, peleando en la fila para ver quién subía la primera a la atracción de feria que cada invierno llegaba al lugar. Recordaba claramente cada uno de los instantes de su infancia, como anclajes en su alma. La plaza y la fuente, los cubos de agua, las campanas de la iglesia repicando fuertes y rotundas, los juegos en la calle y el frio en las manos, las tinajas en los patios, la añoranza de tiempos mejores y el deseo de una vida sin carencias….Cuántos eran y qué guardados se encontraban en los cajones de su memoria: imaginaba una cómoda repleta de pequeños cajoncitos en los que se hallaban historias de su día a día y de cómo ella había llegado hasta la capital de un país dañado por la postguerra. Llegó en primavera y en su maleta de cartón traía todos los sueños que una mujer de 20 años puede contener en tan mínimo espacio físico. Su corazón anhelaba crecer, aprender, disfrutar, ayudar a su familia y conocer mundo. Y así pasó casi toda su vida peleando arduo y duramente en el día a día de aquellos años difíciles de su juventud y adultez. Y logró una vida con derechos y con reconocimientos que hoy le hacía disfrutar de su salario como pensionista. Siempre, en su maleta de cartón, estuvo escondido en un pequeño rinconcito, el sueño de estudiar y sentirse orgullosa de ello. Una mañana de octubre se acercó al Centro de Educación de Personas Adultas del barrio y se matriculo. Fueron años maravillosos donde aprendió otra vida que desconocía y que le ayudó a tejer de otro modo su relatar cotidiano, sanando las heridas y lamiendo las dificultades para hacerlas cicatrizar con cariño, coraje y ternura.
En su maleta de cartón, esa que le acompañaba frente al Tío Vivo en la plaza Mayor, jugaba al escondite la memoria. De hoy no sabía nada, ni de ayer siquiera. Quizá la memoria volvió a la maleta para evitarle el dolor de sentir que aquellos derechos por los que había luchado toda su vida, estaban siéndole arrebatados…El juego del escondite le hizo recordar que debía volver a casa. Y recordar su nombre: Lazara. Caminando por la Calle Toledo abajo la vi pasar. Con su bata de casa y en zapatillas, cargaba una maleta de cartón.
7. Nada de cenicientas. Miriam Jiménez Bernal Alicia, que estaba a punto de cumplir los 65, aparentaba más de 90. Había pasado su vida trabajando como dependienta, costurera o asistenta, a cambio de un salario que le permitiese no tener que aceptar trabajar gratis para un marido aburrido como los de sus amigas. Y, aunque un buen día, sus huesos decidieron que querían la jubilación anticipada y, desde ese momento, el dolor apenas le permitía moverse sin ayuda, no se arrepentía de nada. Guadalupe recordaba como algo muy lejano aquel matrimonio que acabó con ella viuda y con tres hijos antes de que hubiera cumplido los 19 años. La difícil situación económica en que se encontraba su familia le obligó a tomar una dura decisión: cruzar el charco y convertirse en una inmigrante más. Aquella mañana, mientras se levantaba, se fijó en el ordenador portátil que tenía sobre la mesa. Después de muchos meses de trabajo, había conseguido ahorrar lo suficiente como para comprar ese armatoste de tercera mano que, al menos, le permitía comunicarse con los suyos a diario, gracias su hada madrina: la Tarifa Plana.
Alicia había vivido en un cuartito pequeño en casa de su hermana mayor durante una temporada, hasta que pudo alquilar una casa ella sola. ¡Ella sola! Todavía era capaz de saborear aquellas dos palabras tan dulces… Guadalupe había trabajado como interna en casa de una pareja de ricachones hasta que consiguió suficiente dinero para mudarse al centro. Anhelaba el momento en que sus hijos pudieran reunirse con ella y c conocer a su actual compañera de piso. ¡Qué anécdotas tan maravillosas contaba! Doña Alicia llevaba un rato oyendo ruidos en la habitación contigua y empezaba a impacientarse, deseosa de salir de aquel cuartucho y de sentarse frente al ordenador, la única ventana que le quedaba a un mundo que ahora parecía estarle vedado. Su medicina se llamaba Internet. Lupita entró en la habitación de doña Alicia como todas las mañanas, preparada para cargar con casi todo el peso de la mujer hasta la silla más cercana. Solo que esta vez tenía una idea insistente dando vueltas por su cabeza: - Doña, y, ¿pues qué le parece si escribimos un blog contando nuestras historias?
8. Esa Sonrisilla Montserrat Romero Arispón — ¿Por qué me miras con esa sonrisilla? —me preguntó Guillermo bastante desconcertado. No le contesté, me quedé allí, sentada frente a él. Entre nosotros dos, su mesa de despacho, unos papeles desordenados, y su primer café de la
mañana. Tomó un sorbo. El aroma llegó hasta mí. Con mano vacilante, colocó de nuevo el vaso de plástico sobre la mesa. —A ver —comenzó a balbucear con voz trémula—, ¿qué sucede? Los acontecimientos del año que finalizaba, lejos de abatirme, me habían conferido una fuerza que yo desconocía hasta entonces. Tras los primeros meses, durante los que me sentí perdida y sola, comencé a tener en cuenta mi propia valía; y descubrí que no necesitaba a aquél que se quiso marchar para sostener mi vida. Me dediqué a observarme con distancia, para averiguar mi propia dimensión personal. Aprendí a levantarme con cada obstáculo; y, tras superarlo, a incrementar la confianza en mí. Así, poco a poco, las palabras que como dardos, me lanzara una vez aquel que se fue, se desprendieron de mi corazón. En aquellos últimos días, como una veladura, cayó ante mis ojos la creencia de que no era tan buena como los demás. Después de haberme encontrado en el lodo, no estaba dispuesta a seguir arrastrándome ni a mendigar por algo que fuera mío. Por lo que, mantuve mi mirada firme, sin borrar la sonrisa en mis labios. Con el paso de los segundos, mientras aguantaba aquella pose, me di cuenta de que por fin, estaba llegando al meollo de mí misma. Mi seguridad aplastaba la fachada de Guillermo. —Vamos, dime —se impacientó, aunque aún trataba de ocultarlo. Él necesitaba ser siempre quien controlara todas las situaciones. Me tomé mi tiempo. —Llevo cinco años trabajando contigo. Poseo titulación universitaria. En los últimos cuatro, mi cartera de clientes ha ido incrementándose en un setenta por ciento. En varias ocasiones he sido la primera comercial a nivel provincial. Soy puntual. Me quedo hasta el final a la hora de salir. Jamás he pronunciado un no ante ninguna de tus peticiones: trabajar fines de semanas, festivos, días de vacaciones… Tengo dos hijos, y desde hace unos meses, una familia a la que mantener en solitario. Así que por todo ello, no entiendo que, encontrándome en la misma situación, mis compañeros varones cobren un cinco por ciento más que yo —realicé una pausa. Observé el rostro pálido de mi jefe. Sé que jamás se hubiese esperado que la mojigata que yo era antes le hablara de esa manera. Proseguí, y sin titubear, me la jugué—. Lo único, por poner un pero, es que no salgo de copas contigo. No quiero explicaciones vanas, sólo que
mi salario se equipare al de ellos —me levanté—. Y ahora, disculpa, he de irme, he quedado con un cliente. Espero que lo medites y puedas darme una respuesta esta tarde. Di media vuelta y me marché. Mientras me alejaba, bajo un silencio solemne, retumbaba el firme sonido de mis tacones en el parqué.
9. Anbet, corazón de guerrera Jenifer Arroyo Braconi Esta es la historia de Anbet, una niña que nació en una ventosa ciudad de Argentina. Al llegar a la vida, el destino quiso que formara parte de una familia con una realidad especial. Pues sus padres eran personas trabajadoras, pero la situación que vivía su país por aquellos años no era la mejor y las necesidades se hacían presentes día tras día. Creció en una casa que antiguamente había sido un conventillo, e inmersa en un escenario para nada soñado, aprendió desde pequeña a renacer cada día como una bella flor de loto, que se abre paso entre medio del fango. Una espesa cabellera negra cubría su rostro blanco con ojitos tristes, pero afortunadamente eso era solo una imagen; pues la verdadera Anbet, tenía el corazón más puro y más preparado para la vida que cualquier niña. Así creció transformando sus desventuras en aventuras. Compartiendo lo que tenía por poco que fuera, con aquellos que lo necesitaban. Y jamás rindiéndose ante la adversidad. De esa manera con el paso del tiempo fue haciendose muy querida, y siendo ya una jovencita de 13 años improvisaba un comedor en su casa con chicos que venían de todos lados. Ya quisieran saber de dónde salía lo que comían. Y esto es lo mejor, Anbet con un espíritu bastante parecido al de Robin Hood, se enfrentaba varias veces con sus acaudalados y tristemente egoístas, vecinos agricultores, que preferían tirar frutas y verduras antes que regalar lo que a la venta no servía, pero a los estómagos vacíos les era de mucha ayuda. Y así, con algunos entrañables amigos y piedras como proyectiles lograban
rescatar alimentos, aunque varias veces le costó más de una cicatriz en la cabeza. Cuando tenía 18 años viajó sola a una gran ciudad en busca de su destino. Pues era de esperarse, tenía el alma de un guerrero y guerrero jamás se conforma. Y finalmente lo consiguió, su vida cambió y tuvo las oportunidades que de niña le fueron negadas. No fue fácil, para ella y muchas veces lloró; pero siempre tuvo claro que su destino estaba en sus manos. Nadie dijo que esta vida debe ser fácil, pero sí que es nuestra obligación luchar para alcanzar aquello que deseamos. Hoy Anbet, tiene 48 años vive en Argentina, en la ciudad de Córdoba. Trabaja en el Área de Economía Social de la ciudad y colabora el resto de su tiempo en proyectos sociales de ONGs, para ayudar a aquellos que alguna vez, fueron ella. Yo, quien escribe, soy su hija, que orgullosa de ser parte de un ser con tanta luz; deseo compartir las líneas de una antigua carta, dirigida a mi mamá que casualmente encontré esta noche: 20 de Agosto de 2009 Anbet mi querida profe, mi vida cambió desde que comencé a estudiar contigo, me resulta más fácil expresar lo que siento en un papel, tengo más confianza en mí no debo pedir que me ayuden a hacer una carta o sacar un resultado, porque ahora lo sé hacer. Gracias a ti pude cambiar y sentir más confianza. Gracias por la oportunidad de estudiar y aprender. Carta escrita como resultado del programa “Yo, sí puedo” de una alumna que a los 42 años aprendió a escribir.
10. Una pequeña, gran fuerza Rocio Pérez Manzano Olga estaba sentada junto a la mesa, con un a mano sobre su pierna y en la otra recargaba su cabeza, estaba llorando, había perdido su trabajo, sintió que su mundo se acababa, ¿que haría? ¿Como mantendría a su pequeña hija de 3 años? Su mamá la ayudaba pero no podía dejar que también las alimentara, no tenía marido, ella así lo había decidido, de pronto vio pasar la pequeña figura, frágil y simpática de su pequeña Norita, que jugaba con su pelota, ¡hola mamá! Dijo la niña saludando a su madre con una sonrisa, Olga la miro un rato amando cada movimiento que la pequeña hacía, en eso, la niña cayó, cuando trataba de chutar la pelota, Olga, se levantó inmediatamente de su silla y corrió a auxiliarla, ¡hija! Gritó Olga al tiempo que la levantaba, la niña sin llorar le dijo a su mamá, “estoy bien mamá, no me paso nada” se levantó y se fue cantando “pin pon es un muñeco”, botando su pelota, Olga de pie y mirándola hasta perderla de vista de la habitación, pensó en lo fuerte que era su hija, en lo fuertes que son muchos niños que se caen y se levantan con optimismo a seguir su vida, ¿Cómo iba a enseñarle a su hija a levantarse siempre, si ella se estaba quedando en el suelo, entonces Olga tomó su monedero y le dijo a su madre en voz alta” ¡mamá, te encargo a la niña voy a la papelería!” “si mija” respondió la mamá, Olga salió dirigiéndose a la papelería, “dame 10 solicitudes de empleo” dijo al chico que la atendía, el muchacho le pregunto a Olga ¿10? Si 10 respondió Olga y pensó, si ya no me quieren en ese trabajo donde estaba, ya me valoraran en otro, y si no pues pongo un puesto de algo, pero nada me detendrá para sacar adelante a mi familia, tomó las solicitudes y salió de la papelería dispuesta a seguir adelante con esa misma fuerza que tuvo cuando daba a luz a su pequeña Norita. Fin
11. Compartir información
Oscar Quijada Reyes Alfredo y Leonor deseaban una segunda oportunidad, ambos fracasaron estrepitosamente en su primer matrimonio pero pensaron que habían encontrado a alguien diferente y tendrían éxito. Los primeros inconvenientes surgieron cuando Leonor tocó el punto débil de su esposo: hacer las cuentas del hogar. –Solo se trata del presupuesto y los gastos comunes para el sostenimiento de la familia –explicó Leonor. –Esa información es confidencial, mejor dime cuánto dinero necesitas y conoceré si estoy en condiciones de suministrarlo –objetó Alfredo enfadado. –Comprendo tu inquietud, ya hablamos sobre como ella aprovechaba toda oportunidad para dejarte sin fondos, pero te aseguro que no es lo que persigo. Considero justo que si confiamos uno en el otro, estemos dispuestos a aportar tiempo, energías y capital. –El hombre debe poner el dinero que considere apropiado o que se le pida específicamente –mencionó Alfredo mientras salía de la habitación. Ante este disgusto, Leonor meditó profundamente sobre cómo tratar con Alfredo y llegar a un acuerdo conveniente que no perjudicara la relación. Durante varios días siguió atendiendo todos sus asuntos con diligencia, incluso los que debía realizar en conjunto con su marido. Al fin halló la oportunidad de retomar el tema. –He pensado mucho con respecto a la conversación que mantuvimos hace unos días –inició Leonor. –Lamento mucho la forma en que actué. Antes de nuestra boda me demostraste que eres distinta y puedo confiar en ti. –Cariño, nuestras experiencias anteriores nos hicieron ser prudentes y esperar el tiempo suficiente para unirnos. Además, no se trata de saber cuánto tenemos y derrocharlo, sino de compartir información, gastar en lo necesario y solventar imprevistos. El resto quedará en manos de cada uno. –Tienes razón querida, no vimos necesario hacer separación de bienes cuando nos casamos, tienes derecho a saberlo y yo el deber de compartir información contigo. Entre las causas de mi divorcio predominaron la falta de comunicación y la desconfianza.
12. Sonrie Mª Dolores Fernandez Sanchez Caían los colores del día junto con la lluvia que inundaba las calles. Al final de la gran avenida una chica camina rápida, aún cuando no tiene prisa. Siente la lluvia en su ropa mojada y sonríe porque se siente viva. Llega a casa y se sienta en el sofá, escucha ruidos de fondo de alguien que habla, pero ella no escucha. Toma la taza de café que le ofrecen, lee el periódico del día y se sienta a ver la tele. Descansa su mirada durante un momento, al abrir sus ojos se encuentra ante una gran mesa, montones de gráficos y personas que la observan. Mira a su lado y ve a su chico, ése que por las noches le prepara el café más rico del mundo mientras ella hace los preparativos para una noche de trabajo, codo a codo. Le guiña un ojo. Su voz tiembla solo un segundo. Comienza su discurso, comienza su autorealización. Su vida no es tal y como imaginó, pero es tal y como desea que sea en ese momento. Sonríe.
13. Juegos de mayores Sergio Alvarez Guiilem
En un cuidado parque de una urbanización privada, juegan unas niñas, todas vecinas. Cuando comienza a lloviznar, dos de ellas, hermanas, corren a una zona cubierta, cerca de los portales. Las otras, primero observan este rápido e inesperado movimiento y, luego, hablan entre ellas muy excitadas. Gesticulan tal como hacen las actrices de las series de televisión: arquean las cejas y doblan la boca y mueven arriba y abajo los brazos. A cubierto, en el porche, las hermanas imitan a sus ídolos musicales interpretando sus canciones. Como las otras niñas se acercan pero no dicen nada y, además, parecen muy serias, una de las hermanas, la más pequeña, propone: -Podéis jugar con nosotras, si queréis. -Aquí no se puede jugar… y menos a cantar porque… molestáis. -Pero, si cantamos bajito… y además, ¡está lloviendo! -¡Ya!, pero… no podéis cantar esas canciones porque la ropa que vestís ¡no pega! Una de las hermanas se ajusta el velo en la frente y explica: -Mi padre es cirujano en el Hospital y, nos ha dicho, que podemos cantar como las artistas de la tele, si queremos- así se defiende la hermana mayor mientras termina de ajustarse el pañuelo en la nuca. Las niñas van formando un corro y ríen y cuchichean. -Bueno, sí, tu padre es médico -dice una pequeña princesa rubia con trenzas a ambos lados de la hermosa cabeza- pero vosotras ¿cómo queréis ser de mayores? ¿como vuestro padre o como vuestra madre? Entonces, hábilmente, la mayor de las hermanas se quita el velo y suelta su pelo. Cae sobre sus hombros una cascada de perfumada frescura azabache. Esto provoca en el corrillo un clamor generalizado. -Como mi madre –responde. -Tiene la casa más limpia que la madre de tu compañera del cole, la suya. Estallido de carcajadas entre las niñas. -Sí, ya sabéis que mi madre cuida a la abuela de tu compañera –continúa. –Y, también, porque el pelo lo tiene mucho más limpio y bonito que las demás.
En el inesperado silencio sepulcral del corrillo, la turbación de la hermana pequeña es manifiesta. Observando esta debilidad, una de las vecinas del corro, se arma de valor y quiere saber: -Y ¿tu, Sukaina? ¿A quién te quieres parecer cuando seas mayor? ¿A tu padre o a tu madre? Sukaina baja los ojos al suelo y aprieta los labios. Pero esto, tan sólo dura unos segundos. -Yo… a mi padre. Porque, ¿sabéis?, él canta mucho mejor que Ricki Ricardo.
14. Una vida juntos Sintia LIzet Soy mujer y ¡Claro que puede salir a trabajar! no es necesario que me quede en casa viendo las novelas y pasarme el día encerrada en cuatro paredes realizando labores en el hogar, puedo hacer mucho más que eso: puedo ir a una oficina, traer maletín y vestir formalmente.. Mis manos no solo sirven para cocinar, lavar, planchar y barrer también pueden ayudar una amiga cuando este en problemas, escribir y dirigir una empresa puedo llegar, tan alto hasta donde me lo proponga y claro que puedo tener un salario, justo. Ambos tenemos la misma capacidad, podemos crecer juntos como pareja, como trabajadores y juntos alcanzar nuestros sueño. No quiero estirar la mano para que me regales la quincena, si no los dos llegar a casa y repartir los gastos que tenemos que hacer ir los dos al super y construir nuestro patrimonio día a día, es por esoe que lleva el nombre de matrimonio. Olvídate Del machismo que te enseño tu padre y abuelo. Así yo me olvidare de las acciones que toleraba la abuela y mi madre para poder complacer s su marido; yo ya no soy parte de esa generación. Ha llegado una nueva ola de mujeres que quiero apoyar económicamente y no hay quien me lo pueda impedir, solo que si estas de acuerdo en ello todo será mucho más para ambos. Y no te preocupes por el bienestar y la limpieza de la casa, una vez viviendo juntos nos pondremos de acuerdo en eso. Y ya me voy hasta aquí lo dejo ha llegado mi maquillista a arreglarme para nuestra boda.
15. Conduciendo 2600 metros más cerca de las estrellas. Erica Morón
Rosita se levantaba todos los días a las 4 :30 am a preparar el desayuno para ella, sus tres hijos y Elías su esposo. Llevaban 15 años de feliz matrimonio. Rosita había llegado a los 18 años del campo, con el sueño de trabajar y conocer la ciudad, pero en la ciudad esos sueños empezaron a desvanecerse, lo único que encontraba con sus escasos estudios era para empleada de servicio en alguna casa, la idea del encierro para siempre le aterraba, ella era libre, había crecido en el campo, sin ataduras. Una tarde luego de muchas entrevistas y con el ánimo desgastado, tomó el autobús a casa de su tío, ese autobús del cual no se ha bajado durante los últimos 15 años de su vida. Elías el conductor al verla en la parada supo que ella era la mujer de su vida y se lo hizo saber cuando le ofreció el puesto al lado del chofer. Rosita le contó sus penurias y Elías que no quería perderla le propuso de acompañarle hasta el final del recorrido y así la llevaría a su empresa, sabía que estaban necesitando alguien temporal para ayudar a la secretaria que estaba en sus últimos días de embarazo. Elías la recomendó agregando que era una pariente lejana. ¿Usted qué sabe las labores de oficina? Señor yo no quiero el puesto de auxiliar de secretaria, quiero ser chofer de uno de sus autobuses (Rosita no supo porqué respondió eso). Esa frase que salió de esos labios rojo carmín, dejaron sin habla a los hombres que estaban a su alrededor. Una mujer al volante, era algo inimaginable hasta ese entonces, en un país donde la mujer al volante generaba burlas. Pero ese impulso fue el primer paso para ganarse el respeto y aprecio de sus compañeros, empezando por Antonio el jefe de la compañía y Elías. Cada uno se turnó para enseñarle las peripecias del oficio y cómo enfrentar esa aventura. Seis meses después celebraban la boda y el contrato de Rosita como la primera mujer de COOTRANSPENSILVANIA. Cada día al sentarse frente al timón durante 12 horas, siente la libertad y fuerza que la sacó de las montañas, y la llevó a ser la primera mujer al volante del transporte público en la ciudad que está 2600 metros más
cerca de las estrella. Aunque ha tenido que aprender a usar la fuerza para poner en marcha las 10 toneladas del autobús, ha sido más difícil lidiar con las miradas incrédulas de los pasajeros, transeúntes, mendigos y policías de transito que ven en ella algo fuera de lo común. Llegada la noche Rosita entra del brazo de Elías, esta noche van a celebrar sus 15 años de matrimonio y de trabajo. Los acompañaran sus hijos, compañeros de trabajo y tres mujeres más que poco a poco han ido ingresando a la empresa, aunque la lista de mujeres al volante de transporte público en el país no supera las 300, Rosita sopla las velas y pide que su trabajo no sea admirado por el hecho de ser mujer, sino por el buen desempeño. Sonríe, abraza a su esposo e hijos y posa para la foto, sabe que podrán celebrar hasta tarde, mañana es domingo y no trabajan. 16. Regreso Maria Lourdes Beltrán
-Buenos días, usted debe ser la cita de las diez. –La mujer entró taconeando. Sus piernas, alargadas y delgadas, no pactaban armonía con el resto del cuerpo. -Buenos días. –Contesté. –Me llamo Macarena Martínez, y me citaron a la diez. -Bien. ¿Sabe qué puesto quiere cubrir? -Sí, leí en el anuncio que era para Urgencias. –Me recliné en la silla. Posiblemente no tuviese muchas oportunidades, en la puerta habían más jóvenes que yo. -Me ha encantado tu currículo, pero no entiendo por qué tienes un parón laboral desde hace seis años hasta ahora. –La mujer se colocaba las gafas mientras revisaba el Word. -Una mala decisión… -¿Y eso? –Sus ojos saltaron la montura de las lentes buscando mi mirada. -Pensé que debía entregarme a la crianza de mis hijos, así que dejé de trabajar. Pero a la larga, llego a la conclusión que no ha sido buena idea. Ellos crecerán y yo seguiré estancada. Quizás pienso así porque nunca me definí como un ama de casa. Ellos se amoldan a todo, pero yo no.
No me gusta estar pendiente del dinero que trae mi esposo, no me gusta estar en casa calentándome la cabeza en comidas, en ropas, en mantener un hogar pulcro…¡Hasta el perro tiene más libertad que yo! Creo que es hora de romper ese círculo que he creado. Pero si le digo la verdad, estoy asustada. No sé cómo se lo tomarán en casa si fuese elegida. No sé cómo será mi vida si lo fuese. Quizás vine porque sabía que no tenía posibilidad y así esa frustración me ayudaría a seguir en mi actual situación y no soñar con mundos diferentes. Pero, si pudiera echar para atrás, no dejaría mi trabajo, equilibraría la vida familiar con mi esposo, y los niños, se amoldarían a su entorno… -¿Piensa que está capacitada para este empleo? –La mujer se reclinó en su enorme sillón de cuero negro. -¿Veo que tiene muchas dudas? -Realmente, no lo sé. La experiencia me dice que estoy capacitada para cumplir con unas tareas con las que tuve relación. Recuerdo, vagamente, que era buena. Pero no sé si podré hacerlo de nuevo. -Bien. –Tomó aire y continuó. –Estuve en tu situación. Sé, a ciencia cierta, que lo conseguirás. Tienes dos días para incorporarte a la plantilla. ¿Te parece? -Gracias…
17 .¿Te acuerdas? MIkel Fernandez Cuando eras joven siempre me lo decías. Tus ojos eran enormes y desprendían una energía rebelde y entusiasta. Eran momentos difíciles y lo eran más aún para las mujeres. Siempre te quejabas de lo pasiva que era yo, de que no me daba cuenta de lo que ocurría a mi alrededor, de que no me quería dar cuenta. Tú ibas a cambiar el mundo. Lo tenías bien claro. Conmigo o sin mí. Vuestra asamblea se convertiría en partido y tarde o temprano ganaríais las elecciones, y tú serías la presidenta, y las cosas serían como las habías imaginado desde niña.
¿Cuánto habrá pasado ya desde aquellos locos años de desvaríos quijotescos? Conociste a Javi en la universidad, os casasteis, tuvisteis una hija, un hijo, y ya. Atrás quedó tu afán por arreglar el mundo, tus ansias de igualdad, tu corazón revolucionario. Y bien que lo lamentas. No eres ni Juana de Arco, ni La Pasionaria, ni Ángela Merkel. No eres nadie. Solo tú. Y eso para ti nunca ha sido suficiente. Pues te diré una cosa. Conociste a Javi, sí. Os casasteis, sí. Tuvisteis una hija y un hijo, sí. ¿Y ya? No. Ahí no acabó la cosa. Cuando conociste a Javi creasteis vuestro grupo, y fuisteis de pueblo en pueblo demostrando que una cantante y bajista también se podía comer el escenario. Decidisteis bajar de las nubes y alquilasteis un piso en el centro. Fuiste tú quien firmó el contrato. Con el dinero que habías ahorrado durante tu juventud decidiste que un pequeño local de la Calle Mayor podría convertirse en una acogedora cafetería, y ahora regentas dos más en la ciudad. Entre otras cosas, con lo que habías conseguido en unos años avalaste el estudio de fotografía que Javi siempre había deseado dirigir. Y el nuevo negocio floreció. Y Javi te devolvió lo prestado. Y nunca se avergonzó de que fueras tú quien le facilitó el dinero. Tuvisteis una hija y un hijo. En su cumple nunca recibían más de un regalo y desde pequeñitos hacían la compra, fregaban los platos y bajaban la basura. Hoy María es ingeniera industrial y Pablo trabaja en una panadería. Los dos son inmensamente felices. No eres ni Juana de Arco, ni La Pasionaria, ni Ángela Merkel. No eres ninguna heroína. Eres tú. Solo tú. Y eso ya es suficiente.
18. Bueno, no pasa nada Virjinia Jones
Cuando la barriga de Eva empezó a notarse, el supervisor no se lo podía creer. Estaba convencido de que aquello nunca llegaría a pasar porque Eva no estaba casada. Sus ojos aún aumentaron más cuando ella le dijo, con una sonrisa de oreja a oreja, que “no, no, Pedro y yo llevamos muchos años juntos y aunque no hayamos pasado por el altar hemos decidido que ya había llegado el momento de tener hijos”. “Ah… y en plural… “hijos”… con tantas horas que le dedicas al trabajo… pensaba que no tenías pareja…” Eva no llegó a entender la mueca en la cara de Juan, su supervisor, pero creyó que era normal, era verdad que ella trabajaba a destajo y claro, un novio era mucho tiempo… Bueno, no pasaba nada, el asombro y el interés por saber de su vida personal por parte de Juan era normal. Pedro y Eva decidieron informarse sobre cuáles eran las mejores opciones para conciliar: las de la empresa de Pedro o las de Eva. María, la técnica de RRHH, informó muy bien a Eva, pero, al terminar la retahíla, le dijo: “Eva, tienes muy buen puesto y eres muy trabajadora. Pero olvídate de ascender. Negaré siempre que te haya dicho esto… Pero si te acoges a alguno de estos permisos… ya sabes”. Bueno, no pasaba nada, era normal que si querías dedicarte a tus hijos, tuvieses que sacrificar tu trabajo. Pedro llegó muy desanimado a casa. Cuando en su trabajo había dicho que quería información sobre conciliación, la respuesta había sido, después de una buena risa, “¿pero que no tienes mujer? Eso te pasa por no haberte casado, ahora ella cree que puede hacer lo que quiera”. Bueno, no pasaba nada, total, la empresa de Eva había ganado no sé qué premio a la conciliación; debían tener las mejores medidas. A los cinco años, las cuentas en la empresa de Eva no cuadraban e hicieron una lista de la gente que continuaría en la empresa. La lista estaba formada por hombres solteros y sin hijos. En la empresa de Pedro las cosas tampoco iban bien y también terminó en la calle. Casualmente, a la semana publicaron una oferta de trabajo que les interesaba. Eva
y Pedro tenían un perfil muy parecido a pesar de haber trabajado en empresas diferentes. Sin embargo, ella tenía mejor currículum aunque des del período de excedencia su trayectoria se había estancado. Ambos concurrieron a la entrevista pero fue Pedro quien consiguió el trabajo. Sin embargo, a Eva le ofrecieron otro puesto: similar aunque de categoría inferior y a media jornada. Pero bueno, no pasaba nada, al menos tenía trabajo.
19. Hasta este otoño José Repiso Moyano Teníamos que desgarrar el hambre, lo que llevábamos dentro. ¿Sabes?, hermana. Teníamos que enseñar la furia de los fríos contra nosotras, las sombras engañando con las miserias y el desamor, el digno valor que nos empujaba dando vueltas alrededor de las tristezas y del olvido. Tú, tan joven, no pudiste arreglar las dudas ni siquiera investigar en derechos. Pero… ¡nadie lo comprende! – “¿Qué somos”, me dijiste. Yo, al caer la nieve con sus noches, sin que me dejaran ganar nada, conocí la Verdad y, aunque miedos me desabrigaron, más detesté la incomprensión, sin nada; una autopista sin salida sentí como mujer y unos ojos sucios frente a mí. 20. La igualdad nace en uno mismo Alejo Ariente Dalcolmo Cuando Tomás se presentó con la proposición, yo no lo podía creer. Con un padre abusivo, con una madre subyugada, con mis hermanos temerosos, con todo lo que había que tenido que sobrellevar, era una inverosímil sorpresa que en ese momento de mi vida un ofrecimiento de tal índole se revelara en esas circunstancias. No es fácil llegar al lugar en el que estoy. Sufrí penurias. Al haber nacido en un hogar carenciado, la regla de supervivencia se concibe, una vez dispuesto el uso del raciocinio, como un mero alea iacta est, circunscripto a las leyes de edificación y de capacidades propias de uno mismo. Casi podría decirse que no se depende de nadie, que se debe trazar el camino por cuenta propia. Durante muchos años me mantuve en el mayor de los silencios, esperando por una oportunidad propicia, esperando por la salvación, esperando por el rescate. Yo supongo que a los trece años me di cuenta de que no podía auto-castigarme de esa manera, que el peso de las
adversidades pasadas debían ser superadas de alguna forma. Y fue así como, poco a poco, incursioné en los placeres de la erudición, de los conocimientos tan básicos y tan complejos de la vida. Supe eludir los prejuicios y las opiniones típicas de aquellas personas sin raciocinio. Luego, llegaron la graduación, la mudanza, el olvido. Fue difícil, no lo niego. Haber tenido que ganarse la vida sin ayuda de nadie garantizó mi independencia personal. Miro hacia atrás y extraño algunos momentos, no otros, que se atesoran en mi memoria como un fuego permanente. Así que, cuando Tomás, el presidente de la empresa, se presentó con la proposición, yo no lo podía creer. Con todo el trabajo que me costó salir de las penurias, con todos los improperios superados, la propuesta de pasar a ser vicepresidenta (con el liderazgo supremo casi asegurado en unos pocos años) me conmovió, me estremeció enteramente. Yo no lo podía creer.
21. Una pequeña charla Nicolas Molina Vazquez Una joven, que lleva tiempo en una relación (Vivían, comían y se tiraban pedos juntos) le dice a su pareja que unan sus fondos bancarios. El hombre amaba a la mujer, él lo sabía y ella también, pero se resistía a hacerlo. ¿Por qué? Pregunta la joven. Él se resiste a hablar. ¿Acaso no confías? Insiste la dama. Si confió en ti, pero no en las mujeres…Responde cabizbajo el muchacho. Cuando la chica le pide una explicación el chico triste habla, esperando lo mejor: Es por su reputación, no de reinas o artistas pop, sino de derrochadoras sin control. La joven, ofendida, le pregunta con paciencia: ¿Si fuera cierto, por qué no hay más parejas de lesbianas pobres en las calles? El hombre, confuso, y queriendo acabar la conversación, responde: Tal vez ganan más dinero. ¿Estas insinuando que para triunfar hay que ser homosexual? Pregunta la mujer. El muchacho, que había querido evitar esta conversación, le reclama porque esta enredando sus palabras. Y termina por afirmar: Solo que las mujeres tienen una fama con las tarjetas de crédito. La joven más molesta, pero manteniendo la compostura, le aclara: si deseara algo lo compraría lo compraría con mi dinero. Soy tu amante, no una garrapata. El chico alza la vista para hablar. Pero antes de que el atine a articular, la mujer declara, para rematar: Los hombres tienen fama de infieles, y no por una sospecha ridícula, voy a acosarte o dejarte. Aunque lograste hacerme preguntar si debo buscar a una pareja mujer para prosperar. El hombre, arrepentido de su error, pide perdón. Y no tarda mucho en unir sus cuentas. La muchacha decide quedarse con él, lo quiere. Solo ruega por dentro que su pareja sea capaz de abrir su mente y dejar los estereotipos. Porque si no les esperaría un camino accidentado juntos.
22. Tu plan
Héctor Alarcia Ventas
Ahora lo veo. Era tu plan. Desde el principio. Quisiste disfrazarlo. De amor, de protección, de una caballerosidad antigua. Querías mimarme, cubrirme de atenciones, dármelo todo. Para que yo sólo me dedicase a tí. A amarte. A cuidarte. Era tu plan. "Gano suficiente" "No te faltará de nada" "¿Qué necesidad tienes?" Pero algo faltaba. No creiste en mí, y a la vez, te aterraba perderme. Desde el principio fue tu plan, y cuando llegó el día te sentiste fuerte. "¿Y qué harás? ¿Dónde vas a ir?" " Sabes que me necesitas" Miedo disfrazado de prepotencia. Lo vi. Siempre fue tu plan. Y sonreí. Casi con lástima. Porque yo nunca dejé de creer en mí. Y aunque un día te quise no te necesito.
23. Capón Gines Molero Caparrós Tanto ojo amoratado: claudico. Ya no creo en príncipes azules, ni en resarcimientos apócrifos, ni en caravanas de promesas, ni en vesánicas
pasiones; todas tus excusas fatuas naufragan en la balsa de la Medusa. Violentada, forzada, humillada, qué me dices que soy tu ha-da, que soy tu di-o-sa. Ya he perdido el aliento, los suspiros, la esperanza… varios dientes. Quién te ha dicho que mi sangre no hierve en la injusticia. Quién te ha dicho que tu mujer es posesión, mueble, objeto… ¿La genética?…, anda y púdrete con esas recalcitrantes disquisiciones encanalladas. Ensimismada y desamparada en la soledad, las fuerzas me flojean como una vela rajada por un cuchillo de hielo y las costillas ya no hay soplete que las suelde. Los latidos del corazón son trémulas trizas, líquido sinuoso, luz tenebrosa, apenas ya… algo de gas. El alma, aterrorizada, ha huido a Damasco como en el cuento; pero eso, eso es utopía. Ya no me dispararás perdigones de saliva a unos centímetros del rostro vejado. No habrá más cacareos ni improperios que quiebren mi anímica fragilidad cristalina. Ya no me echarás en cara que mi nómina es mayor que la tuya, sin merecérmelo. No sé por qué no soportas que pueda ser independiente, económicamente hablando. No sé por qué esos celos paranoicos. No entiendo tu misoginia. Ni tu resentimiento. Ni tu vehemencia. ¿A qué vienen? Sólo en la poesía encontré un confidente y la quemaste sin importunarte, arrojando el poemario de papel al fuego de la chimenea con todo el ardor de mi sufrimiento. Quién me protegerá sin mi poesía, ¿la ley? Mi poesía y mi cuerpecito están enfermos con tantos sacrificios, desahuciados, defenestrados, hechos cenizos, añicos, astillas, pero aquí dejo un latigazo de ácida ternura. Ya no queda espacio para mi retorno psíquico. Ponme en la lápida, machito de corral (si tienes escrotos de los que tanto presumes), mi último verso: “Te dejo, pendejo”. Es mi testamento. Págalo de la cuenta corriente donde me ingresan la nómina, que está a nombre de los dos, no sea que te quedes "probe", huevón. Ah, "gilipollo", y no hace falta que vengas a mi entierro, sé que esas cosas de muerto te dan cuando menos repelús.
24. Un sueño Amanda Yolanda Carrasco BOGOTÁ D. C.
Jéssica pérez una muchacha de quince años, se encuentra embarazada, cuenta con el apoyo de su madre, y solo piensa en poderle dar una mejor calidad de vida a su hijo, para eso sabe que la mejor forma de lograrlo es preparándose y estudiando para ser alguien en la vida. Piensa terminar sus estudios secundarios en el mismo colegio distrital en el que venia estudiando, pero en la jornada de la noche, pues ahora debe trabajar para ayudarle a su mamá con los gastos de la casa. Por su cuenta ha investigado en la biblioteca pública sobre empaques y decoraciones, su mamá le colabora para comprar materiales, para que se ponga pilas para comenzar a fabricarlos, logra reunir varia mercancia y en esta navidad pudo vender todo lo fabricado. Con el dinero que gana lo va a invertir para comprar mas materiales y poder comenzar con su microempresa para que día a día vaya creciendo y así realizar su tan anhelado sueño. con sunegocio casero podrá cumplir para convertirlo en toda una gran empresa y para poder generar empleo a otras personas que necesiten trabajar. Cada día se esfórzaba mas por ser mas creativa para sacar nuevas ideas con la esperanza de que a la gente le guste, para que resulte algo novedoso e innovador, porque ese era su proyecto de vida, y debia entregarse con gran vocación para la mejor construcción de su gran objetivo. Su mamá estaba luchando para conseguir una vivienda para tener un buen vivir, y poderle brindar a su nieto el mejor bienestar., ya llevaba muchos años trabajando como aseadora en un centro comercial importante, por lo tanto tenia un buen ahorro de sus sesantías, para conseguir su propia vivienda. A pesar de todo estaba orgullosa de su hija, por tener el espíritu de construir su propia empresa, por lo tanto ella debia apoyarla y colaborarle
en todo, por eso juntas deben luchar para poder hacer ese tan deseado sue単o se haga realidad.
25. Tu mirada miente Francisco Saura Perez «Tu mirada miente» - me digo mientras saboreas el café del rocío-. La noche es clara, el mar, a lo lejos, es una estela de brumas doradas. «¿Por qué?, ¿por qué te miento?». «Nadie te podrá hacer una propuesta como la mía». El café está amargo. «La cafetera»- dice el camarero-. «El producto viene de las colinas húmedas de Colombia, de las lluvias y de los cenagales de un mundo perdido donde nunca llegaron los españoles y sus cruces». «Es un buen café»- añade-. «Será la compañía y sus promesas»- pienso-. «O seré yo y el hartazgo que me provoca tanta adulación». «Te quiero»- habla en voz baja-. Me besa con sus palabras melosas. Me recuerda al amante que utiliza hilo de seda para atrapar los sentimientos y envolverlos en plata de luna. «Tu mirada miente». «Te quiero». Te levantas del asiento. Tu cabello se enreda con las hojas de la acacia. El mar a lo lejos. Me miras y sé que mientes. Tus ojos son turbios y no veo el fondo de luciérnagas que aseguras que tienen. «¿Paseamos?"- preguntas mientras ofreces tu cuerpo como refugio en la madrugada-. «El mar nos llama con su silencio». Le acepto la mano, el brazo también. Las algas se secan en la arena. Me besa. «Tus besos mienten». «He comprado dos billetes de avión»- dice-. «Mañana a esta misma hora estaremos en Nueva York». La playa es larga, un kilómetro o más. Las dunas la separan del paseo marítimo y de las luces del puerto. «Si tu quieres será nuestra ciudad para siempre». «Ya no necesitas trabajar». La ciudad más seductora del mundo. El avión ha despegado. En pocas horas aterrizará en el JFK.
Abandono El Prat sin volverme, no quiero reencontrarme con una mirada embustera. Adiós, extraño mío.
26. LA CUERDA Sara Nogales Sainz La cuerda cortaba la absorbente oscuridad hasta el infinito. Temblaba como un volcán al entrar en erupción. Un hombre y una mujer se aventuraron a deslizarse, en desafío, por la inestable cuerda. El hombre, enfundado en un traje impecable, avanzaba implacable con una furia huracanada hasta un final que no podía atisbarse para un simple mortal. Quizás el propio final de esa carrera era la muerte, que acechaba abajo con las fauces negras abiertas. Sus bolsillos, inflamados a causa de la enfermedad de la codicia, hondeaban con la cadencia de sus decididos pasos. La mujer, determinada también a cumplir sus objetivos, avanzaba sin darse tregua, liviana como la brisa del mar. Y sin miedo, sería la última en caer, pues así lo había decidido. Sus ropajes envolvían ese cuerpo redondeado, mostrando enteramente su pureza. No había bolsillos para ella. Él tenía el rostro irritado por el esfuerzo, a punto de estallar en torrentes de sudor. Ella mostraba un rostro impasible de quien, saturado por los obstáculos abismales que la vida le ha puesto por delante una vez tras otra, decide rebelarse, luchar y vencer. Los pies eran peces desliándose por finas corrientes de hilo. Su caminar tomo un cariz más veloz. Se lanzaban como bestias hacia delante, enredándose los cuerpos, valiéndose de puñetazos y golpes en su fugaz ascenso. La oscuridad los engullía y segundos más tarde los devolvía, con ojos de relámpago se desgarraban. Subidamente, el hombre perdió el equilibrio y se zambulló en los abismos. Algunos billetes se fundieron en un revoloteo ardiente con las tinieblas. Con ojos desorbitados, calculó su pérdida y se maldijo. Ella veía como boqueaba, ahogándose sus esperanzas. No obstante, le tendió la mano. Sería su balsa salvadora. Compartirían el peso de la locura del dinero y ambos conseguirían llegar sanos y salvos a donde quiera que la cuerda les condujese. Él se negó, enseñando fieramente sus dientes, sangrando amor propio por saberse derrotado. Él no quería ayuda. Él no necesitaba ayuda. La cuerda decidió: en un temblor más angustioso que los anteriores, vio su vida despeñada y, por primera vez, aceptó la ayuda que se le ofertaba. Repartido el dinero a partes iguales, prosiguieron su
camino como autómatas, sin mirarse. Ella, con una sonrisa satisfecha. Él, con mueca de amarga (pero justa) derrota.
27. Algo importante Estafania Ortiz Corchado De pronto aparece el autobús al final de la calle, casi no me doy ni cuenta porque estaba escuchando música, doy unos pasos para esperarlo con el resto de la gente. Espero. Subo. Pago el viaje. Me siento. Son acciones de cada día, de un estilo de vida que casi me obliga a que sean acciones mecánicas. En el trayecto, aunque siempre escucho música, me gusta ver a la gente haciendo su vida al otro lado del cristal, siempre vidas únicas. Veo madres y padres llevando a sus hijos al colegio, personas con uniformes muy diferentes trabajando o que van a trabajar o quizás volviendo a sus casas. Yo voy a trabajar, soy recepcionista en un hotel en el centro de Madrid. Me encanta mi trabajo. Mi madre siempre me dijo que estudiara para que fuera una persona de provecho, y una persona soy, le contestaba. El tráfico de la cuidad por las mañanas es estresante. También veo personas paseando a sus mascotas, aunque pocas, y algunas también haciendo deporte, estudiantes con mochilas enormes y otros solo con carpetas. Cada día me acuerdo de mi madre, si ella viera todo esto. Me pregunto cómo sería su vida cuando ella tenía mi edad. Otra vez me he vuelto a despistar, la siguiente es mi parada. Me levanto y espero, giro la cabeza para mirar quién conduce y es una mujer, no me había dado cuenta. Sonrío y pienso en lo difícil que debe de ser conducir un autobús. Salgo. Camino. Ficho. Me cambio y dejo mis cosas en mi taquilla. Voy a la recepción. Me pongo al día. Me siento orgullosa de estar donde estoy y del camino que me espera por recorrer, aún no sé cómo será porque siempre he pensado que el límite está donde una misma se lo proponga. Hoy la conductora de autobús me ha recordado algo importante, algo que
no estaba valorando. Acaricio la placa con mi nombre en mi americana y vuelvo a sonreír. “Buenos días, ¿qué tal está? ¿Ha pasado buena noche?”.
28. La ultima huella Lucia Cáceres La Rioja (Argentina) Alguna vez hubo, especialmente en el campo pequeños terruños donde sus habitantes portaban un solo apellido. Entregados a la prodigalidad ofrecida por la tierra, a la que protegían con recelo, se sumaba la confianza por saber que tenían algo propio. Ser propietario de ella era un orgullo y la aseguraban pariendo hijos, en cantidad. Eran cuerpos presentes, sembrados en la serranía, sostenidos por un sagrado vínculo familiar. Sólo así se entiende a la mujer que aceptaba pacientemente cada embarazo. Su condición de género se alimentaba en la idea de que “un hijo viene con el pan bajo el brazo”; la herencia con sueños de progreso. Sentían gozo por la llegada de los hijos, si eran varones mejor. La fuerza del músculo de unos muchachotes fuertes y vigorosos trabajando para la economía de sustento alimentaba la riqueza del hombre con la tierra a sus pies. Doña Carmen abría una huella firme en el poblado, ella exhibía sus orígenes como los colores de su mundo, sorprendentemente agradable. Sus manos, las de su marido, realizaban en grandes bastidores de pulidas maderas rarísimos bordados, deshilando pacientemente las tramas. El filtiré era la insondable expresión estética para ese contexto de montes virginales. Todos lucían sus amorosas labores, manteles, cortinas, blusas y polleras que no mentían la fibra de esta mujer, hasta los ataúdes portaban sus trabajos. La imaginación de los devotos a los santos, visitados en el orador del lugar, que es Chelcos, volaba sigilosamente por las mentes porque las randas del cobertor del altar se aliaba a una arcaica confabulación, los ángeles bordados, las sombras del calado, el espíritu del último difunto enterrado, las luces de los cirios, los rezos y los cantares engrandecían la figura de Doña Carmen. Mujer de vida intensa, discurría sin sobresaltos lejos de los feminismos, porque no había un machismo que hiciere de su ámbito un imperio.
Reconocerla hoy sería para identificar quién fue, qué le permitió disfrutar de su trabajo, cómo quiso ser en ese lugar. Es posible que se haya realizado sin preguntarse demasiado por el destino que le tocó. Hizo el esquema de ser positivamente otra entre todas, supo encontrar su lugar, se hizo cargo “de sí y por sí”, aceptó el sitio que heredó de sus padres y que el destino le supo establecer. ¿Resignación? ¿Aceptación? Con sus bordados trazó una mágica realidad, se escapó de los techos de cristal que la mayoría de las mujeres en este tiempo lo padece. Ella no supo de los estigmas que oprimen, fue única bordando lo genuino y quizás lo inocente; tampoco supo que caminó por la última huella.
29. MANUAL DE INSTRUCCIONES Lourdes Aso Torralba Jaca (España)
No sé cuándo empecé a necesitar un manual de instrucciones porque me notaba tan raro que podía haberme creído cualquier abducción o habría sido capaz de beberme una pócima negruzca, con tal de volver a la normalidad. Quizá influían las hormonas, como decía Alma Juana que le pasaba una vez al mes. Porque a mí me daba también por llorar por las esquinas, abrir la nevera en busca de chocolate o incluso por reír sin tón. Alma Juana solía decirme que no había quién me entendiera, que casi me prefería como antes, calladito y mirando los partidos de fútbol, porque hasta eso había dejado de gustarme. Algo influyó el hecho de que llegara el niño y de mutuo acuerdo fuera yo quién pidió la reducción de jornada. No me quejaba porque el niño diera mucho trabajo ya que el pobre era un bendito, que sólo hacía que comer y dormir y no lloraba por nada. Mientras lo tenía en brazos le iba contando el mundo que le esperaba. “Verás Damián, aprovecha ahora que puedes vivir tranquilo porque en cuánto crezcas y te enamores ya no podrás vivir tu vida sino que tendrás que ceder y tenerle en cuenta a ella. No, no es malo, pero qué quieres que te diga, que a mí esta casa se me cae encima, que de tanto estar entre estas cuatro paredes voy a volverme loco. Que termino de limpiar el polvo y planchar la ropa y ya vuelve a estar sucio. Que si miro los cristales les hace falta un trapo y si reviso la cocina ya faltan cosas por comprar”. Así habría podido seguir mil horas quejándome cuándo en la tele salió ese programa en el que unas ponen verdes a otras. En uno de esos intervalos entre los gritos verduleros y las acusaciones poco menos que falsas, pensé que les hacía falta una visita al loquero para que les calmara el ánimo. Claro que enseguida pensé que también lo necesitaba yo.
Cogí a Damián en el cochecito y salí dispuesto a encontrarme una solución. Recorrí varias manzanas a pie hasta asegurarme de haberme alejado de todo el mundo conocido. Y busqué una librería grande en la que buscar un libro de autoayuda, algo así como “Aprenda a superar la crisis de la menopausia”, “Manual resumido para ver la vida en positivo” o “Recetas para mejorar la autoestima”. Y allí estaba yo, como si estuviera revolviendo objetos eróticos en un sexshop y la vecina estuviera pendiente de mi elección. Me notaba más rojo que una grana, incómodo antes la perspectiva de esa compra. Ya no solo eso, porque el libro que más me interesó tenía la tapa dura y abultaba lo suficiente como para no pasar por un manual de bolsillo. La dependienta se ofreció para ayudarme y aseguró que a mi esposa le encantaría. No me atreví a contradecirla y tampoco dije que no lo envolviera para regalo. Sin embargo, sí añadí mi capricho particular. Necesitaba otro libro que midiera exactamente lo mismo de ancho, alto y largo. La dependienta me miró con esa cara de interrogante, y sin saber si se trataba de una broma para darle el cambiazo o si quería rellenar un hueco en la estantería. Con disciplencia me enseñó una biografía del ex presidente de gobierno de Corea y me preguntó si servía. Intenté mostrar mi alegría, como si ese libro me hiciera una ilusión de muerte. Ya me había dado cuenta de que no iba a resultarme muy difícil el trueque de tapas y que Alma Juana no se interesaría por la biografía y sí habría hecho mil preguntas al ver el maldito libro de autoayuda con el que esperaba superar mi crisis de identidad, mi ataque de pitopausia cerebral y esa tristeza que me mantenía en estado pseudo vegetativo. Damián era demasiado pequeño para chivarse y yo no pude ser del todo sincero con Alma Juana. ¿Cómo iba a reaccionar? ¿Me amenazaría con dejarme? ¿Se buscaría otro más fuerte que yo, menos cursi? El cristal del escaparate me devolvió un aspecto descuidado, el pelo demasiado largo, las arrugas en la frente y las comisuras de los labios, los kilos de más concentrados en la cintura. Si seguía así, seguro que Alma Juana me dejaba porque ya no le recordaba al tipo del que se enamoró.
Tendría que hacer ejercicio, acudir a un centro de cirugía estética, aprender a maquillarme si la situación lo requería. Porque bien pensándolo, a Alma Juana le había salido un ligue. Por eso se retrasaba en llegar con la excusa de una reunión de última hora o un café con las amigas. Así que al pasar una de las páginas del libro, ponía que había que sorprender a la pareja, crear un clima romántico, invitarla a una buena cena y confesarle las preocupaciones antes de que se convirtieran en irracionales. Damián dormía. Preparé la mesa, me vestí con un traje que a duras penas mantenía abrochados los botones y cociné un pescado al horno que auguré había quedado en su punto. Alma Juana llegó con ojeras y un rostro de cansancio infinito. Yo creo que al ver lo que le había preparado en casa, se asustó mucho. Dejó el bolso y el abrigo en el recibidor, me llevó hasta el sillón y me pidió perdón un millón de veces. Acababa de darse cuenta por lo que yo estaba pasando, de mi crisis de identidad, mi angustia premenopáusica, mis cambios de humor repentinos y de que la casa entera se me caía encima. Serví el pescado y el vino. Levantamos cada uno una copa y Alma Juana regresó a mi vida para compartir a medias el niño y todo lo demás.
30. Hasta la eternidad Ángel Osmani Masaya, Nicaragua Mi vida ha tenido tres momentos fundamentales, que me han marcado y me han permitido ser la mujer que el día de hoy soy. Primero la decisión de mi padre y mi madre de enviarme a la escuela. En mi comunidad – La Polvosa – era muy común que las niñas no fueran a la escuela porque se dedican a ayudar a la mamá a echar tortillas, barrer, cuidar a los chanchos, traer agua… y realizar esta última actividad me marcó definitivamente. En una ocasión que regresaba del río con el balde de agua sobre mi cabeza, venían unos técnicos de una ONG en una moto. Se detuvieron junto a mí y me preguntaron que por qué lo hacía yo. Mi respuesta fue lo más sincera: “Porque soy niña”. Ellos tomaron mi respuesta y la convirtieron en una campaña nacional, que luego se volvió internacional y el día de hoy es mundial, lográndose que el día 11 de octubre fuese declarado día internacional de la niña por la ONU. El segundo momento importante fue cuando terminé la secundaria. Mi mamá y mi papá habían realizado grandes esfuerzos. Sin embargo era consciente que las limitaciones superaban mis sueños. Pero no me di por vencida. Logré conocer de una ONG que apoyaba adolescentes y jóvenes rurales para que fueran a la universidad. Apliqué a la beca, me dieron la mitad. Entré a la universidad y con mis notas del primer semestre apliqué para la otra mitad. Los estándares para mantener la beca eran muy altos, pero lo conseguí. Así terminé y ahora tengo mi título de Ingeniera Agrónoma. El tercer momento clave ha sido recientemente cuando, ya laborando en una importante empresa importadora de agroquímicos, fui a una reunión y me encontré con compañeras de una ONG local y me comentaron de un proyecto piloto para trabajar con niñas rurales. Inmediatamente me vi retratada en esa situación. En mi mente surgió una cantidad de explosiones de felicidad porque al fin podría retribuir lo que recibí. Hice los trámites necesarios y ahora soy facilitadora del trabajo rural y en la charla
que recién he terminado, mi mensaje final fue: “…este es el camino que las llevará hasta las estrellas”, quien sabe si de este grupo sale la primera astronauta de mi país. Nagel Mayson
31. Consigue tus sueños Claudia Cruz Moya Benidorm (España) Alicia creía en la igualdad y la defendía siempre que podía. Siempre leía y veía en televisión noticias sobre los derechos de las mujeres, sobre nuevas leyes que las protegían, sobre nuevas oportunidades que se les abrían a grupos de mujeres de países dominados por hombres. Parecía que todo estaba cambiando a un ritmo muy rápido en los últimos años, pero en su entorno las cosas eran diferentes. Veía a mujeres que por diversos motivos no podían ser autónomas. Una amiga suya había dejado de trabajar por haber sido madre, la hermana de su abuela seguía con su marido por no tener medios económicos para divorciarse y su vecina tuvo que dar en adopción a la hija que esperaba por no disponer de suficientes medios económicos, éstos eran algunos de los ejemplos que había visto a lo largo de su vida. Quería que esto cambiara y ahora tenía la oportunidad de poder contribuir a que los avances que había visto se dieran plenamente en su en realidad más cercana. Disponía de los medios económicos, de la formación y de la motivación necesaria para poder crear una organización que representara todo lo que siempre había defendido. Así que estudió, planificó y se esforzó para llevarlo a cabo y así logró abrir “Consigue tus sueños”, cuyo objetivo era alcanzar la igualdad real. Quería que todas las mujeres que acudieran llegaran a ser autónomas y lograran los objetivos que se propusieran. Sin embargo, no quería contar únicamente con las mujeres, también con los hombres porque sin ellos nunca llegarían a la verdadera igualdad. Eran aliados, no enemigos, y ella conocía a varios, que estaban en posiciones de poder, que podían ayudarla. Consiguió que grandes compañías de su ciudad, incorporaran cambios importantes en sus empresas. Guarderías para que padres y madres dejaran allí a sus hijos durante la jornada laboral y los visitaran en sus descansos y bajas de maternidad y paternidad iguales en duración, ya que no solo la madre era la responsable del cuidado del recién nacido.
Estos fueron algunos de sus logros iniciales, con el tiempo consiguió una relación entre empresas y familia de apoyo y confianza. No dejaban de ser empleados y empresarios pero los beneficios de esas mejoras ayudaban a las mujeres a ser más independientes, a los hombres a ser más responsables de sus familias y a las empresas a generar más beneficios por la disminución de absentismo y bajas laborales. Su objetivo se había cumplido en su comunidad, muchas mujeres disponían ahora de una organización que les ayudaba y proporcionaba apoyo y recursos cuando lo necesitaban y todo gracias a la colaboración de todos los miembros de la sociedad que participaban de esta bonita iniciativa.
32. Victor-ia Carmen Campoy Costas Vilagarcia de arousa (España) Soy Victoria y sueño con nuestra victoria, una igualdad entre hombres y mujeres. Dirijo mi propio negocio, un taller de automóviles , junto con Víctor, mi socio y dueño de la otra mitad de la empresa. Desde siempre he buscado formar parte de esa lucha social contra la desigualdad entre hombres y mujeres. De hecho he puesto mi granito de arena en esa lucha, pues la mitad de nuestra plantilla son mujeres y la otra mitad hombres . Por cierto , mi socio , Víctor, es además mi marido . Lo conocí en el instituto y desde entonces llevamos juntos 15 años. Él lleva la parte económica de la empresa, y yo la mecánica, pero somos u equipo. Siguiendo con la presentación también está mi hija , que ya es toda una mujer y está estudiando ingeniería informática. Además de aplicada Yolanda es muy guapa, es en todo eso en lo que se debió de fijar Carolina, su novia, una muchacha muy inteligente además de luchadora, ya que teniendo tan solo 19 años perdió a sus padres en un accidente de coche , y tuvo que trabajar duro para poder mantener a sus dos hermanos pequeños y a la vez seguir estudiando. Ellas nunca han ocultado su
relación, incluso cuando la gente no la aceptaba, por eso las admiro tanto. Me gustaría hacer todo lo que esté en mi mano para que la sociedad deje de ser tan discriminatoria y poder dejarles a mis descendientes un mundo mejor, que ellos se puedan sentir orgullosos de nosotros . Se ha conseguido mucho , pero mucho más queda por conseguir.
33. Muchas gracias, por el trabajo. Maria Virginia Muñoz. Me diste la oportunidad.Ya lo tenia.Era feliz.Después de mucho tiempo en el paro. Como no reparar en todo lo que suponia para mi: tendría dinero suficiente pra comprar los Reyes de mis hijos,hasta podría darme un capricho. Estaba sóla y tenía que cuidar de dos criaturas de 9 y 12 años que no paraban de crecer y de necesitar cosas:ropa, comidad,calzado...y por fin después de tanto tiempo tenía un empleo que me daría la oportunidad de ser yo misma y de dar a mi pequeña familia todo lo que necesitaba. Había llegado el nuevo año con nueva vida.El dinero no da la felicidad pero ayuda ; y a mi me daría la oportunidad de dar a mis hijas lo que necesitaban y eso me hacía feliz. Ahora mismo con este trabajo soy la persona más feliz del mundo.Muchas gracias,le estoy muy agradecida.
34. Sobre el arte y el deporte (y el género y el sexo) Francisco Aller Insua Ariadna era una artista. Parecía una gata. Era ágil y tenía muy buenos reflejos. Los mejores. Y era guapa también. Lo tenía todo para triunfar en el fútbol. Bueno, casi todo. Le faltaba un pito. No de los que tocan los árbitros durante el partido, sino de los que se tocan después de los encuentros, o antes, en la intimidad. Desde muy pequeñita jugaba al fútbol con sus dos hermanos, ninguno de los cuales llegó a triunfar. Ella, en cambio, sí lo hizo. Hay quien dice que podría haber jugado en la selección absoluta...y con los chicos. Podía mantenerse del deporte, haciendo lo que le gustaba. Era una estrella, y cobraba un sueldo digno por ello. Un sueldo digno del mejor portero de discoteca, o de un administrador de finca urbana, también llamado portero. Cobraba eso por parar balones, y un montón más en concepto de contratos publicitarios. Si por su habilidad bajo los palos fuese, hubiese llevado una vida llena de palos. Pero, por una cosa o por otra, al final de año tenía unos ingresos que casi igualaban a los de un portero de segunda masculina. Normalmente no se habla de sexo en el deporte, pero en ocasiones es preciso puntualizar. Jaime era el portero del equipo local. Era bueno, aunque no excepcional, pero cobraba por ello mucho más de lo que Ariadna. También estaba en la primera categoría, pero de chicos. A pesar de llevar varias temporadas a punto de descender, siempre había algún canal de televisión que retransmitía sus partidos cada fine de semana, como también pasaba últimamente con los de Ariadna, aunque se dicen que las razones eran de otro género. En lo deportivo, Ariadna ganó todos los títulos nacionales y alguno internacional. Jaime sólo logró algún trofeo amistoso. A los treinta años, Ariadna vio como se rompía su brazo y su carrera como futbolista. Ese mismo año, por participar en un desfile de modelos y vender sus derechos de imagen, ingresó más dinero del que había obtenido durante toda su carrera deportiva, que fueron mucho menores de lo que obtuvo Jaime en el año en que, también por una lesión, tuvo que abandonar los terrenos de juego.
Jaime y Ariadna se conocieron en la sala de espera del traumatólogo. Hoy están casados y son padres de dos hijos, uno de ellos homosexual, y el otro estudiante de filología hebrea. Moraleja: miembros y miembras del jurado, el género es propio de las palabras, el sexo, de las personas. Aprendan a hablar si quieren vivir de sus palabrerías.
35. CINCO EUROS Carme Felix Sin prisa, arrastraba el carro por el borde de la carretera. Apilada de cualquier manera llevaba toda su vida metida en anónimas bolsas de plástico y sin embargo, ella se sentía dueña de su destino, mientras le daba la espalda al sol y a la luna la cara. Nunca pensó en riquezas ni pobrezas. Ella vivía en otro lugar donde el valor es tan relativo como el de una lata medio vacía, una colilla de cigarrillo o dos peras a punto de madurar. Mientras pensaba en nada, escuchaba como las bolsas entablaban un dialogo divertido con el carrito. Siempre se quejaban del asfalto y discutían acaloradamente cuando el viento arreciaba y el carro perdía el norte, aunque con el tiempo se estableció entre ellos una camaradería que le arrancaba sonrisas. No todos tenían el privilegio de oír a una bolsa darle ánimos a una rueda gastada para subir la cuesta. Y según su simple filosofía, cada día traía algo nuevo que añadir y poco que perder que fuera realmente importante. Pero a veces hasta la más desprendida se agacha con alegría ante un billete de 5€ casi confundido con el gris de la acera. Con qué gozo recogió el billete y lo guardó no sin antes mostrárselo al sol mientras lo miraba a contraluz y comprobaba que era real. Y se sintió rica, podía gastar el dinero o regalarlo o simplemente guardarlo y unirlo a las bolsas que contenían su vida. Pero una nube le trajo una nueva realidad a la que había renunciado hacía mucho tiempo: la miseria en la que estaba inmersa si se sentía rica por un simple billete de 5€
36. La sonrisa de la esperanza Alonso Carretero
No era la primera vez que se dejaba ver por la cola de Cáritas. Cuando un ave comienza a volar en picado pueden ocurrir dos cosas: o que perfeccione su vuelo y se haga la reina de los cielos, o que se estrelle. A ella la dejaron desplumada casi al comenzar el arriesgado vuelo y se estrelló. Hacía tan sólo dos años, su orgullo le impidió reconocer ante su familia que su separación la había dejado en la total indigencia y, ahora, 730 días después –eso fue lo que duró su vuelo en picado- estaba en una larga cola junto a un ejército de aves migratorias que, como ella, con las alas rotas y el rumbo perdido, imploraban un plato de sopa y un bocadillo. Ella formaba parte de la cadena humana que serpenteaba la fachada de un edificio neoclásico, de un barrio bien, de una calle bien: de su calle. Ella, de familia bien. Aquel día, a la española Carmen Rodríguez le tocó esperar turno al lado de la subsahariana Sarilusi Touré. La maliense hablaba un español aceptable, pues no venía huyendo de la última guerra de su país, sino de otras penas anteriores, de un hambre de siglos. -¿Por qué estás tan triste? –le dijo la negra a la blanca. -Y tú, ¿por qué estás tan risueña? –contestó la española a la maliense. -Anoche hablé con mi madre y me dijo que habían montado en Tombuctú una cooperativa de mujeres para cultivar y comercializar verduras y hortalizas. La cosa funciona y me estoy pensando el volver. Por tu expresión diría que lo has perdido todo… ¡y yo lo tengo todo por ganar! Tal vez por eso tú estás triste y yo estoy alegre – añadió Sarilusi. La cola era larga y se movía lentamente, como una serpiente vieja; tan achacosa como la vieja Europa. Carmen aguantó el frío de enero hasta llegar a la sopa, sin darse cuenta de que la joven África le acababa de infundir el secreto de la esperanza. Sarilusi reía y reía, y el magnetismo de sus ojos hechizó a la española. Media hora más tarde las dos mujeres ya se habían repartido el mundo –y esta vez sin escuadra ni cartabón-, y desarrollado un sistema económico de supervivencia, al que pronto se les uniría media docena de hombres y mujeres de la fila. A menos de dos horas de la ciudad había una vieja casona de labranza y unas huertas que las esperaban. Esa herencia, a la que Carmen nunca
había hecho caso, y la sonrisa de Sarilusi fueron la primera piedra de la Cooperativa Hortofrutícola Rodríguez-Touré. ¡Ya no hay duda, el mundo ha cambiado! - dijeron los viejos del lugar.
37. HUELGA SINGULAR, ESPERANZA PLURAL. Isabel Gamarra. Me llamo Eva, y como no dependo de ninguna costilla para subsistir, he asumido mi realidad con buen humor y de esta forma he cambiado el final de muchas historias. Trabajo en una pequeña oficina, de una mediana empresa textil, de un gran pueblo. Soy auxiliar administrativo y llevo el departamento de ventas con mi compañero Alfredo, que desempeña el mismo trabajo que yo. Por caprichos del destino, siendo los dos de la misma edad, habiendo estudiado en el mismo instituto, habiéndonos casado el mismo año y llevando los mismos años trabajando en la empresa, nos separamos el mismo año y tenemos ambos dos hijos pequeños. Hasta ahí, todo sospechosamente igual, hasta que una tarde de diciembre, haciendo inventario y cerrando el año, compartimos una pizza recalentada, una coca-cola light y muchas confidencias. Cual no fue mi sorpresa al descubrir que después de doce años trabajando juntos, mi compañero y sin embargo amigo, cobraba bastante más que yo. No me podía creer que durante todo este tiempo, la empresa a la que dedicaba mi preciado tiempo con total fidelidad, se pasaba el convenio por el Arco Elvira. Una revolución de sentimientos se agolparon dentro de mí y contando con el apoyo de Alfredo, nos fuimos al hablar con el jefe para solventar tremendo error. El error era mi inocente confianza. La realidad era que mientras Alfredo trabajaba para sostener una familia, yo lo hacía para apoyar la economía familiar. Sin comentarios. Esa misma tarde empezaría mi particular huelga. Recogí a mis niños del colegio a las dos en punto. No se quedaron en el comedor y no fueron después a la ludoteca sino que se vinieron conmigo a la oficina. Allí comieron e hicieron sus deberes, jugaron, merendaron y hasta el pequeño se echó una siesta. La primera semana nadie dijo nada, pero cuando el resto de compañeras de otros departamentos se enteraron de la situación, hicieron lo mismo. Así estuvimos hasta finalizar el mes, con las vacaciones de Navidad incluidas. La empresa parecía un parque infantil, con niños y niñas de todas las edades revoloteando entre telas de colores.
Al llegar la nómina de enero, comprobamos satisfechas que se había puesto fin a la injusticia. Nuestros hijos e hijas volvieron a su rutina anterior y nosotras a trabajar con la satisfacción de haber cumplido con nuestro trabajo y de haber hecho cumplir la ley. Las leyes son para todos y todas, cumplámoslas.
38. DAME TU MANO, MAMÁ Gustavo Valcarcel Caroll Medellín, Colombia, barrio San Javier, Comuna 13. Seis de la mañana, cualquier día de la semana. La niña, recién despierta, le dice a su madre, que dormita a su lado: “Mamá, anoche tuve un sueño: que ya no iba a la escuela con los zapatos rotos, que el dentista me curó los dientes dañados, que mi cuarto ya no se inundaba porque tenía tejas nuevas, que podíamos lavar los platos porque había agua y comida, que tú ya no recogías cartón, vidrio y chatarra en las casas de los barrios ricos, porque eras obrera en una fábrica y te pagaban, que mis hermanitos ya no iban a morir a las puertas del hospital, porque ahora sí nos atendían los médicos, que ya no teníamos diarrea de tanto aguantar hambre, que en la casa había un jardín con muchos árboles y pájaros cantores, que mi papá ya no era el borracho de siempre y que por fin, había empezado a respetarte y a quererte. Y yo estaba tan feliz y orgullosa de ser tu hija, por el cambio de vida que nos estabas dando, que le pedí a Dios que ese sueño no acabara, y que te protegiera siempre por ser tan buena madre, a pesar de todo lo que has sufrido. Y mientras esperaba la respuesta de Dios, me desperté y me alegré de tenerte todavía a mi lado”. La madre abraza a la niña con ternura, mientras le dice, con voz cargada de gran emoción: “Hija, está bien que tengas fe y que sueñes en que la vida nos va a cambiar algún día. Pero, como nos dice la profesora de la Acción Comunal los domingos en la tarde, a Dios hay que ayudarlo, con el trabajo duro, con las ganas de salir adelante, con el estudio y con la defensa de nuestros derechos, que son muchos, como ella dice,
“integrales”, es decir, que no se pueden separar, todos unidos en torno a la vida y al respeto por nuestra dignidad como mujeres. Por eso, aún voy a la escuela nocturna, para ayudarle a Dios a que tu sueño se haga realidad. Los pájaros cantores de tu sueño son el símbolo de un nuevo amanecer de igualdad y justicia social, que todos y todas merecemos. -“Dame tu mano mamá, te quiero mucho.”
39. Cuento para Julia Carmen Ocero Domínguez “Seguramente todos suponían que sería la esposa perfecta, el ama de casa ideal que todas las mujeres de su época llevaban encerradas en el fondo de la conciencia construida. Y en cierta manera le hacía gracia recordar la cara de su marido el día que blandió delante de él aquella carta que le comunicaba que tenía por fin un trabajo y que a partir de ese día todo cambiaría en sus vidas. -Pero ¿trabajar para qué? –le había preguntado su suegro al que la decisión lo dejó atónito. -Trabajar para mí, para sentirme útil- le había contestado ella, mientras sentía el pie del marido por debajo de la mesa, en un gesto suave que imploraba rebajar la rebeldía. Tener un trabajo se convirtió en una experiencia nueva y renovadora. Saber que era independiente, hizo la vida distinta y le permitió bajarse de un salto de aquellos zapatos de princesa que le habían hecho a medida y que nunca le habían gustado demasiado”. -Y ¿por qué no le gustaban los zapatos mamá? Pero si eran muy bonitos –le preguntó María abriendo mucho los ojos. -Quizás eran un poco incómodos, cariño, recuerda que eran de cristal. Creo que no le gustaban porque le hacían sentir una mujer que ella nunca había querido ser. Pero ahora a dormir, por esta noche se acabaron los cuentos. Apagó la luz del cuarto, y se fue recogiendo juguetes y ropa del suelo hasta la cocina donde su marido preparaba la mesa y servía la tortilla con cebollas que acababa de hacer para ellos. -Qué, ¿otra vez Cenicienta? – le preguntó-. Tengo la impresión de que esa princesa de la que tú le hablas ha cambiado mucho con el paso del tiempo ¿no? Lo miró sonriendo pero no dijo nada. Aquel cuento inventando a la luz de la lámpara de la mesilla era un secreto entre su hija y ella, era un vínculo especial, un lugar sereno en un rincón del corazón, donde aprender y enseñar una lucha heredada a fuerza de golpes y una forma de dignidad
transmitida en la sangre. -¡Cómo me conoces!…Por cierto, buenísima la cena…mañana soy yo la que cocina.
40. Decisiones Nuria Burguillos Medina Cuando acabé la secundaria, no tenía ni la más remota idea de si podría seguir estudiando, por eso, cuando me preguntaron en el Instituto qué pensaba hacer, me quedé muda. Por suerte, mi profesor de griego, que era un excéntrico y que me quería mucho, decidió plantarse una mañana en mi casa y decirle a mi madre: “Señora, lo siento mucho, pero no le queda más opción que matricular a su hija en la Universidad”. Y ella, que era analfabeta y que pensaba que la “carrera” que haría yo era la de correr a la parada del autobús, para no llegar tarde al trabajo, de repente, vio la luz. Al instante decidió que sí, y juró por todos sus muertos que si alguien quería impedirlo, pasaría por encima de su cadáver. Y así fue cómo, de un día para otro, ambos me abrieron las puertas hacia el futuro. Al licenciarme, ilusionada, me lancé rauda y veloz al mercado laboral, aunque enseguida me di cuenta de que en ese mundo yo no pintaba nada… Era mujer, era joven, era pobre y no tenía relaciones ni contactos en el mundo empresarial, por lo tanto mi invisibilidad era más asombrosa que la Samantha, la protagonista de la serie Embrujada. Y es que a mis veintidós años, con mi condición de paria de la Tierra, mi metro y medio de estatura y mi estilo “natural”, nadie daba un duro por mí; pero me acordé de la valentía de mi profesor y del coraje de mi madre, y decidí no rendirme. Me moví, descubrí otros caminos e invertí toda mi energía, mi formación y mi creatividad en el mundo de la solidaridad, donde no se valoraba la posición social, ni la presencia, sino los principios y la capacidad. Años después, cuando yo ya ocupaba un puesto importante en una institución cultural, mi antiguo profesor apareció, por pura casualidad, en una de las actividades que yo organizaba y, antes de dejarme reaccionar, gritó a los cuatro vientos: “¡pero si es usted, señorita Rodríguez!, ya veo que su madre no se equivocó y que tomó una decisión muy acertada”.
41. Mujeres todo terreno Nicolas Lescano La Plata Vivimos en una sociedad y en una realidad donde las mujeres, por tener las clásicas responsabilidades como ser “ama de casa todo terreno” donde cocinar, lavar, planchar, y cuidar a los hijos, hacen que se deleguen otras actividades, como estudiar, trabajar, en síntesis ser mas independiente. Por eso hoy necesitamos que se reconozcan los derechos que ellas tienen, ya que todavía creo que no se ha alcanzado la igualdad de las mismas. En Argentina y gracias a los movimientos como la lucha de las Madres de Plaza de Mayo se instalo en distintos sectores de la sociedad el “derecho a tener derecho” Gracias a este comienzo, donde las mujeres se colocaban en lucha, hasta nuestros días. La figura de la mujer comienza a mostrarse, de expresar sus ideales y desde su lugar conformar una identidad En fin, creo como muchos, que cuando las mujeres se involucran en acciones colectivas se abren las posibilidades de que sus derechos sean reconocidos.
42. Vergüenza Jesús Gutiérrez Perez Montevideo - Uruguay Hace algunos días paso un hecho vergonzoso desgraciadamente aquí en mi país, en el cual todas las personas de bien tenemos que cargar con
esta brutalidad dejándonos como un país racita, por el cual yo denuncio enfáticamente ha estos seres humanos si se les puede llamar así o decir mujeres enfermas creyéndose mejores o superiores por ser blanca. Yo personalmente no puedo callar y quisiera creer que estas clases de bestias deberíamos ser los menos, aunque por desgracia se que hay gente todavía donde al negro se le humilla de varias maneras. Al salir de un baile unas cinco mujeres blancas golpearon e insultaron ha una chica de color dándole un golpiza que tuvo que ser internada, mientras sus compañeras nada pudieron hacer y los que salieron del baile no intervinieron para nada, marchándose para sus casas sin siquiera atinar a llamar a la policía desentendiéndose de todos. Yo pregunto ¿Hemos cambiado tanto los hombrees y mujeres de hoy? ¡Donde están aquellos varones de antaño! O aquellas mujeres que peleaban y se defendían por una compañera de baile. Es una vergüenza que lleguemos ha esto, donde la igualdades no existen más, donde esta aquel orgullo que teníamos los Orientales donde creíamos que hombres y mujeres teníamos el mismo derecho tanto en el trabajo como en la sociedad aquel respeto que convivíamos los unos y los otros donde todos somos iguales ante la ley y la justicia. Me da vergüenza tener que escribir esto, pero tengo fe que el derecho a la vida es lo primordial y espero se haga justicia y las culpables vayan a la cárcel que es el lugar que les corresponde ha estas fieras. Y pido perdón a todos los negros y mulatos de mi país, porque con ellos Artigas nuestro prócer lucho por nuestra independencia y muchos les debemos a los Afro descendientes de mi país esperando que el mundo tome conciencia y se les respete como corresponde a un ser humano. Ya se terminó la esclavitud para aquellos que no lo recuerdan.
43. Santa, la mejor economista Ana Maria Bazán Carabobo-venezuela La mujer que ves allí, esa con su carita ajada en que no caben más arrugas, con sus cabellos blancos que nunca ha probado un tinte, algo encorvada por el paso del tiempo y el trabajo duro, esa señora es mi ídolo, mi guía, esa viejecita es mi abuela Santiaga, es la persona que más amo y de quien he recibido más amor. La abuela Santa, como le decimos, solo estudio hasta 4to grado y eso lo hizo ya de adulta pero su grado de instrucción no mide lo inteligente que es. Ella si sabe lo que es la buena distribución del dinero, lavando y planchando pudo obtener una casa y criar a sus hijos, además de ayudar a educar a sus sobrinos y hasta sacar adelante a unos inmigrantes, que la necesidad, el destino o el gran amor de la abuela por los seres humanos, puso en su camino y mi vieja los metió en su vida. ¡Cuánto sabe de socialismo!, en su casa siempre llena de personas y escasa de recursos, todo era repartido y nadie tenía hambre, pues su lema es que todo lo que obtiene, no es suyo sino de todos. ¡Como conoce la equidad!, lo que obtiene lo distribuye dando más a quien más lo requiere, para ello le sirven sus estudios socioeconómicos, llama todo los días para hablar y saber cómo estamos, y sin que se le pida se da cuenta de los problemas y necesidades, creo que escucha mas con el corazón que con sus oídos, ya que a sus 86 años está algo sorda. A veces la veo y me pregunto, ¿por que la economía del país y del mundo, no la manejan más mujeres? mujeres como Santa, que hacen rendir las arcas, que desean que todos estemos bien, que escucha aunque no se le hable, que se anticipa a las necesidades, quien no discrimina, quien siempre dice que su objetivo en esta vida es ayudar a quien lo necesite. Tal vez la respuesta es que mujeres como esta, están tan ocupadas en auxiliar, que no pueden permitirse perder el tiempo el dar discursos o meter zancadillas para llegar arriba. En que en vez de mandar están dispuestas a servir.
Si deseas te la presento, ella estará encantada de conocerte porque mi abuela aun tan pequeña y delgada tiene un corazón grandote en el que cabemos todos. Eso sí, si le llevas algo, debes saber que será repartido, aún si es una necesidad. Dios la bendiga.
44. Dependencia o amor Soledad Clerie Su madre siempre le decía que estudiase, aún era joven y aunque se casaría más pronto que tarde, debería de tener al menos una profesión. Pero ella insistía en que para la vida de casada no era necesario; pues el hombre tendría que trabajar en la calle y ella en casa ¿para qué los estudios? A su prometido no le gustaban las mujeres con cultura y mucho menos que pudiesen tomar decisiones, mujeres que fuesen capaz de pensar por si solas. Su idea de la vida era que había nacido mujer y su papel era ser esposa y madre. Sin pensarlo más se decidió a casarse. Siempre tenía que comprar y hacer de comer lo que a su marido le gustaba, si salían a algún sitio era siempre donde decía él, se bestia con las ropas que le gustaban a él, el perfume, la forma de pintarse, el color de pelo; todo en su vida giraba en torno a él, dependía de él, se había convertido más que en su esposa, en algo de su propiedad. El vivir mantenida por el hombre, no la había dejado madurar y nunca sería autosuficiente. Había perdido la autoestima, y se infravaloraba a sí misma. Un día el marido le dijo que tenían que hablar, ella gastaba demasiado en las compras y así no podían seguir. Y aunque era consciente que él le era infiel, seguía a su lado, al fin y al cabo pensaba que ¿Dónde iría? Él terminaría cansándose y volverían a estar como al principio. Y esperando ese feliz principio se pasó el resto de sus días.
45. La tela de araña, Jose Joaquín Sanchez García Don Benito.
Cuando recibió la carta con el sello oficial no la abrió de pronto. Subió lentamente las escaleras y recordó el consejo de su madre: “nunca abras una carta inmediatamente”. En la carta se certificaba la dispensa especial para poder estudiar física en el colegio Real, donde en principio sólo admitían a hombres. Había sido necesario sacar la mejor nota de todo el alumnado para pode pedir la dispensa y estudiar en ciclos superiores. Como toda su gente, Mileva es nostálgica y sabe que echará de menos las calles quejumbrosas de su Zagrev. Pero le esperaba la tentadora Zürich. Con dos maletas y un bolso de mano cerró la puerta de su piso para estudiar algo que no le interesa mucho, la medicina, para posteriormente entrar de lleno en sus pasiones, la física, las matemáticas… Jamás quiso caer en la tela de araña que a veces supone la empatía, que travestida en lo emocional supuso para la mujer cuidar y preocuparse por personas ¡¡adultas!! Y así fue. En la puerta del Instituto Politécnico de Zúrich, al salir de una de las clases, vio a un muchacho poco agraciado, bajito, mal peinado y mirando hacia abajo. Apenas le recordaba en clase, un estudiante mediocre en matemáticas. Se llamaba Albert. A veces la realidad te hace chantaje y adquieres la deuda emocional que nunca acabas de pagar. Albert le explicó que le habían suspendido, que no podía ser. Es cierto que no había tenido demasiado tiempo pues a él le interesaba más la física que las matemáticas pero aún así no se lo podías explicar. Y Mileva cayó en la telaraña de su familia, de su calle, de su barrio, de su tiempo. Sí, se trataba en un principio de echar una mano al muchacho. No pasa nada, quedamos un par de días y le ayudo con los temas- se decía así misma. Albert veía claras las explicaciones e iba aportando las soluciones con rapidez. Del asesoramiento matemático pasaron a la Física. Se entretuvieron en teorías. Mileva no comprendía algunas ideas de Albert, le parecían bien enfocadas pero mal encaminadas, y a Albert le costaba seguir algunos planteamientos de Mileva, pero escuchaba con atención.
El calor de las diatribas, de las posibilidades, las estancias compartidas, la complementariedad de la fealdad compartida… ya estaba perfectamente diseñada la tela de araña. Tener que darle clases de matemáticas suponía para ella un freno en sus propias investigaciones, pero las compartiría con él sin problema. Escribió a su amiga con ese tono de amarga ironía que le caracterizaba: -“Mi marido y yo estamos desarrollando una teoría que hará muy famoso mi marido”. El abismo entre ellos no apareció de pronto. Se le podía adivinar un poco antes. Señales, miradas, fastidios. Los espacios en los que trabajaban por separado eran cada vez mayores. Cuando Mileva estaba ordenando los ficheros, Albert le arrebató de la mano, con una furia de huracán, la carpeta gris de los errores pasados. “¡Esta carpeta va arriba!. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?” “Albert, ayer dijiste que la pusiera en la mesa, puesto que hay que consultarla casi continuamente.” “¿pero cómo me voy a acordar de lo que dije ayer? Siempre sacas cosas del pasado. Así no hay quien conviva, pareces un juez, Mileva”. Y lo vio claro. De pronto, como su una sábana tendida al sol se desprendiese de las pinzas, apareció el horizonte, la montaña nítida, el bosque claro. Fue esa brusquedad repentina de Albert, algo que no solía ocurrir, la que hizo que la sábana se cayera. Sin darse cuenta, ella se estaba revolcando reproches absurdos y competencias imposibles con su compañero, vio claro que él la culpaba del bebé muerto, del hijo anormal, de la soledad, del distanciamiento con su madre. Decidió marcharse. Vivir sola. Tal y como empezó. Cansada de la esclavitud de un hombre infantil, eternamente adolescente, como casi todos, mimado, remimado, caprichoso, y tiránico como un niño criado entre plumas. Con la paciencia que da el no retorno, completó sus teorías, las suyas, las iniciales. Una mañana de invierno vio en la portada del periódico la foto de su marido, sonriendo. Un marido galardonado, un marido reconocido. Y ella, con su sonrisa amarga, se sentó en el sofá, en el mismo en el que años atrás leyó la carta de Zürich.
Y por la ventana, tras el cristal empañado, le pareció ver un millón de mujeres invisibles, cuya aportación fue ninguneada a través de los siglos, y se vio a ella misma de la mano de Aspasia.
46. La vida secreta de Mamá Noel Maria Veronica Ruitort La mañana del veinticinco de diciembre, la Señora Claus se levantó más temprano que de costumbre, sin hacer ruido, con el sigilo de un guerrero ninja. Ella y su manía por el cuidado desmedido, pensó al caer en la cuenta de que ni la colisión de un meteorito lograría despertar a su casi inconsciente marido, extenuado tras semejante noche de trabajo. Se quedó inmóvil de pie, al borde de la cama, con la mirada fija en el hombre que dormía: su pelo blanco y rizado, su oronda barriga, esa tez colorada y aquellos ronquidos de mamut. Sí, no era la estampa del típico Romeo, pero no lo podía negar, amaba a su pareja así, tal cual era. La señora Claus se dirigió a la cocina, puso la cafetera y antes de que el café borbotease ya estaba vestida. Traje chaqueta de franela roja, cinturón blanco de cachemira, botas negras de cuero con apenas un poco de tacón... ¿Cuánto tiempo hacía que usaba el mismo calzado? Se acordó de lo duro que había trabajado aquellas navidades envolviendo zapatos de ensueño para aquellas mujeres que jamás llegaría a conocer. Pero esa era su inmensa satisfacción, su gran regalo, hacer feliz a la humanidad entera desde su doméstico anonimato. Ella, a diferencia de Santa, no necesitaba los millones de cartas, las postales o los dobles en los centros comerciales para sentirse correspondida, realizada… Aunque si algo le hacía ilusión, sin duda, era poder contar con un sueldo para darse algún gusto. ¿Acaso podía pedírselo a su marido? La Señora Claus apuró el último sorbo de café y cogió papel y pluma. Sintió en aquel instante que ni todo el frío de Laponia podía atenuar el fuego de su espíritu. ¿Cuántos siglos llevaba al lado de Santa? ¿Cuántos minutos iguales entre sí había acumulado a lo largo de su eterna existencia? No importaba, porque la totalidad de lo que era su único
mundo hoy llegaba a su fin. Y no era cansancio, ni hastío, ni desdicha lo que la llevaba a tomar su irrevocable decisión. Al contrario, era una intensa comprensión, un amor desbordante que de tanto emanar por fin había inundado su ser más profundo. Un segundo de absoluta lucidez había bastado, durante la velada anterior, mientras disfrutaba de su solitaria cena, cuando el espejo del salón le había devuelto su propia imagen. Algo extraño le sucedió entonces: por primera vez, la Señora Claus se había visto con la distancia suficiente como para sentirse Otra. Ella no estaba sola, se tenía a sí misma. Y de repente quiso dárselo todo. De repente entendió que no es bueno estar detrás de nadie, aunque sea un gran hombre, aunque eso la convierta en una gran mujer. “Si he de estar, quiero que sea a tu lado, como iguales, sin más, sin menos”. Una lágrima de emoción rodó por su arrugada mejilla y cayó sobre el papel formando una estrella de tinta. Las palabras brotaron: “Amor mío, tienes pavo relleno en el horno. Parto a encontrarme a mí misma. Necesito hacerme valer y recibir lo que sólo he sabido dar a los demás. No regresaré hasta entonces. Mientras, échame de menos. Siempre tuya. M. ” Sin más demora, La Señora Claus aseguró la nota en la puerta de la nevera con un imán en forma de reno. Se puso el abrigo y salió en silencio. Un largo viaje la esperaba. 47. PUNT NO ESTÁ TAN LEJOS Valeria Ródriguez Martínez Montevideo (Uruguay) Aquel era el país de Punt, de donde procedían los mejores árboles de incienso y mirra, donde especies de animales nunca vistas pacían tranquilamente, donde las torres de oro, marfil y ébano crecían desde el piso de arena como si de una cornucopia sagrada se tratara. La construcción de su maravilloso templo, excavado a pico en las rocas de las montañas de Tebas, fue lo que llevó a Hatsheput a realizar una expedición al país de Punt. Necesitaba que las terrazas del edificio estuvieran cubiertas con mirra de aquel país mágico. La reina organizó la
expedición más grandiosa que cualquiera de las que se habían realizado hasta el momento. La ruta seguida por los egipcios fue ir descendiendo el Nilo hasta llegar al Delta. Allí tomaron el canal Tumilat alcanzando el mar Rojo, hasta llegar al lugar donde crecían toda clase de árboles. Los nativos vivían en austeros chamizos construidos sobre maderas de su país. Llevaban larga barba cortada en punta y el cabello largo caía en interminables trenzas. Palhu, rey de Punt, su esposa Aty, sus dos hijos y su hija invitaron a la comitiva egipcia a un suculento banquete. Después de éste, se realizaron los intercambios de regalos. Los egipcios ofrecieron vino, cerveza, carne o frutas a cambio de las riquezas de los puntitas: oro verde de Amu, madera de cinamon, incienso, pintura de ojos, monos, babuinos, perros, pieles de pantera del sur y maravillosos montones de cepellones de mirra y árboles de mirra fresca. Algunos siglos más tarde, Vanessa, una de las auxiliares de servicio encargada de la limpieza del Palacio Legislativo de la ciudad de Montevideo, necesita con urgencia pagar la cuota del alquiler de su casa. El viaje ha sido con creces, mucho más inhóspito que el de la comitiva de la reina Hatsheput; nadie la ha recibido con honores en las dependencias estatales donde debía tramitar su pensión de viudez y la asignación familiar de sus hijos. Tras la travesía, cada vez más incierta, al cabo de unos meses le comunicaron que sería recibida por la mesa de recursos humanos de la empresa, y cuando parecía que los árboles de mirra eran solo un espejismo cruel, le han comunicado que su remuneración será la misma que la del resto de sus compañeros. Vanessa y Hatsheput, han llegado al país de Punt, lugar mítico e ignoto, donde crecen miles de árboles de mirra o donde el papel de la mujer es elevado al rango que le corresponde, luego del testimonio de los tiempos y las travesías.
48. Igualdad Rafael Alexis Miguel me dijo que ese año perdería las elecciones y dejaría de ser el presidente de la “Asociación de Estudiantes Universitarios por la Libertad”. Me sorprendió porque era un tipo que en clases y fuera de ella ni hablaba. Le respondí que el único voto que obtendría sería el de su novia. Me faltaban dos años para culminar mis estudios de Derecho y desde el año en que ingresé a la universidad me alcé con la presidencia de la asociación. Algunos lo atribuían a mi buen parecido y atractivo para el sexo opuesto y no opuesto. Otros comentaban que el éxito se debía a herencia de familia, mi abuelo había sido un destacado político y mi padre era en ese entonces parlamentario. Quedé mucho más sorprendido, al igual que la mayoría de la asociación, cuando vi que la persona que competiría contra mí por la presidencia no era Miguel, sino su novia; Yazminia. Ella era una chica de un verbo fluido y dominante, mas no la vi como una contendiente de peligro toda vez que siempre hablaba de lo mismo: que de esa camada de futuros abogados por lo menos una o varias mujeres deberían llegar a ocupar una magistratura en la Corte Suprema de Justicia, de eso no pasaba su discurso. Una frase fue suficiente para ganarme. A pesar de que en el debate público mi discurso arrancó aplausos y alaridos de los concurrentes, ella inició con lo de las abogadas a la Corte, pero la frase con que culminó silenció por algunos segundos al auditorio que luego la ovacionó de pie. Reconozco que hasta yo decidí darle el voto cuando dijo: “En un mundo administrado por mujeres los hombres no tendrán que luchar por sus derechos, nosotras procuraremos que sean respetados en total igualdad”. 49. Amor de madre Gloria Arcos Lado La mujer había decidido dar un nuevo rumbo a su vida. Aunque su marido trabajaba como único taxista en el pueblo, la enfermedad de su tercera
hija, María le había obligado a tomar la decisión de marcharse a la ciudad. Allí le resultaría mucho más fácil tratar a María de la epilepsia que sufría. Tras mucho buscar, el matrimonio encontró un pequeño y barato piso de dos habitaciones, en el que la mujer y sus hijos podrían iniciar una nueva vida, mientras su esposo mantenía su trabajo en el pueblo. Los primeros años fueron duros, ya que Carmen tuvo que enfrentarse en soledad a los cada vez más frecuentes ataques de María, así como a los problemas escolares de sus tres hijos y a muchos apuros económicos Sólo una vez cada quince días recibía la visita de su marido, que iba a verlos mientras dejaba a sus paisanos en el médico. Aunque Carmen logró superar la soledad, no consiguió adaptarse a depender económicamente de su marido, que aunque no paraba de trabajar, apenas ganaba para pagar su pensión, mantener a su familia, el piso de la ciudad y abonar la letra del taxi. Por ello, Carmen decidió en una de sus visitas al pueblo, solicitar a sus padres por adelantado su herencia. Estos vendieron unos pequeños terrenos para ayudar a su hija, y hacerle más llevadera su existencia. Con esta pequeña fortuna, Carmen se convirtió en una pequeña empresaria, traspasó un local y montó una pequeña lechería. Cada día se levantaba muy temprano, daba el desayuno a sus hijos, que tras las esporádicas visitas de su marido, se convertirían en cinco. Tras dejarlos en el colegio, se dirigía a su negocio. Allí despachaba durante todo el día, a sus clientes, que con el tiempo acabarían siendo sus grandes amigos, mientras sus hijos comían en el colegio. Cuando agotada llegaba a su casa, aún le esperaba la segunda parte: lavar la ropa, ayudar a sus hijos con los deberes, preparar la cena y dejar todo preparado para el día siguiente. Y así día a día. Pese a los grandes sacrificios, esfuerzos y sinsabores diarios, Carmen recordaría más tarde, esos como los años más felices de su vida, pues al saberse autosuficiente le había hecho sentir una gran confianza en sí misma, un sentimiento que jamás había conocido. 50. !A empenzar de nuevo! Paula Gomez Rosado
Javi, el mayor de sus hermanos, se marchó del pueblo para ir a la universidad cuando ella sólo tenía seis años. Entonces, preguntaba reiteradamente a todos: qué era la universidad, qué se hacía allí, cómo era… Desde ese momento, comenzó a soñar con ese viaje. Se imaginaba llegando al nuevo destino con una maleta roja llena de libros y algo de ropa nueva, descubriendo todo el saber del mundo. Se prometió que sería arquitecta para hacer casas a todo el mundo y que ninguna familia viviera hacinada en una habitación como su amiga Dori, que eran ocho viviendo en un único espacio minúsculo, con baño y cocina a compartir con los vecinos. Y llegada la edad, su padre le puso todos los impedimentos de la época: las mujeres no necesitaban trabajar, las mujeres muy cultas no se casaban, la capital era peligrosa para una chica sola… Pero ella, argumentó contra cada una de estas afirmaciones y se marchó a la ciudad dispuesta a ser autónoma como sus hermanos. Empezó una segunda etapa menos idílica de lo que esperaba, con unas clases en las que ellas y otra chica eran vistas como bichos raros, con unos profesores que se lo ponían bastante difícil, incluso se permitían bromas que sus compañeros coreaban con risas. Pero ella tenía claro que sería arquitecta y esto la motivaba aún más en su empeño. Terminó la carrera con notas aceptables, hizo el doctorado, viajó por el extranjero… y volvió para montar un estudio que se especializó en viviendas sociales, con entornos amables. Comenzó a contratar personal, hasta formar una mediana empresa que obtuvo múltiples reconocimientos. Se sentía feliz por lo conseguido y disfrutaba de su trabajo, incluso de los retos más difíciles. Ahora, rozando la cincuentena, cuando aún quedaban muchas personas sin una vivienda digna, ella tenía que cerrar el estudio y despedir al personal. Le resultaba demasiado doloroso… ¡Maldita crisis!. Pero tenía claro que seguiría, por dignidad y porque aún le quedaba mucho por ofrecer a la sociedad. Seguiría trabajando aunque tuviese que marchar a Brasil, desde donde le había llegado una oferta aceptable. 51. VALIENTE
Luisa Galindo Me trataron como si fuese inferior porque yo realmente llegué a sentirme inferior. Sé que no es ortodoxo empezar por las conclusiones, pero esta frase es el epicentro de mi dolor. La cucharada amarga que estoy obligada a tragar, ya que yo misma la cociné. Es duro admitir que cada una ha creado su propio camino, que una derrota forma parte de las decisiones que una ha tomado a lo largo del tiempo. Siempre me he considerado una persona fuerte y segura, pero tal vez es la imagen que me he querido dar a mí misma. Toda mi vida he luchado por ser una mujer pionera, siempre destacando en mis hazañas, logrando éxitos y reconocimientos. Quizás me aferré a la meta y olvidé mi propósito. Mi reto; conseguir algo que ninguna otra mujer había conseguido antes, aunque otras lo intentaron primero. Yo nunca quise compararme con un hombre, ni medir mis fuerzas contra ellos. Simplemente quería lograr un sueño, que curiosamente compartíamos. No fue la gente que pensaba que las mujeres eran inferiores, si no la gente que me animaba, que me decía que a pesar de ser una mujer tenía las mismas posibilidades, los mimos derechos, que luchara por demostrar que una mujer también podía hacerlo. Las personas que me preguntaban que si tenía los mismo criterios de selección que los varones. Y así, día tras día, luchando por llegar a la meta a pesar de ser una mujer, pasé de caminar con paso firme a temblar en cada movimiento. Todos me ayudaban más que a mis compañeros, siempre era especial, siempre trato diferente. Silenciosamente esto fue haciendo mella en mi espíritu. Empecé a sentirme inferior, a necesitar la ayuda que me ofrecían. Quizás yo solo necesitaba sentirme como uno más. Una persona, sin importar si eres hombre o mujer. Que valorasen solo mi esfuerzo y compromiso. Estoy segura de que era perfectamente capaz, no había nadie más competente para el puesto. Me había dejado sudor y lágrimas por estar allí
ese día, más preparada que ninguno de los cientos de aspirantes para el puesto. Por supuesto todos hombres. Llegado el momento fallé. Ahora me doy cuenta de cuál fue el error. Si todavía estás a tiempo, no dejes que el resto determine lo que tú necesitas. Eres libre, eres fuerte, sé valiente.
52. Una de tantas Mª José Gonzalez Cuando nació mi hijo y su padre nos abandonó lo primero que hice fue empezar a buscar trabajo, sabía que quedarme en casa llorando era un lujo que no podía permitirme. Con ocho meses de embarazo había finalizado mi contrato en la empresa para la que trabajaba y por supuesto, no me lo habían renovado. Así que sólo dos semanas después de dar a luz currículum en mano comencé a recorrer todos los hoteles y restaurantes de la costa. En tres días empecé en mi nuevo trabajo. No era el trabajo habitual, pero era un trabajo y bien pagado. A pesar de que nunca había trabajo como camarera de pisos allí estaba, en aquel hotel, aprendiendo de mis compañeras y mi jefa. Cada día, durante un mes, salía de casa hacia el trabajo llorando por tener que dejar a mi hijo recién nacido para ir a trabajar, claro que más tarde me di cuenta de que fue lo mejor para ambos ya que su padre es tan irresponsable que jamás se preocupó ni siquiera por saber si su hijo seguía con vida. Gracias a mi hermana y mi cuñado, Francis y yo salimos adelante muy bien y felices, mi hijo ha crecido muy feliz en una familia atípica. Desde que tenía quince años, he trabajado y desde que cumplí los dieciocho he salido adelante muy bien yo sola. Lo mismo desde que tuve a mi hijo, trabajé y salimos adelante muy bien, fue a la guardería y nunca le faltó de nada.
El caso es que doce años después de su nacimiento, observo a mi hijo y me siento orgullosa de él y de mí. De él porque es un chico inteligente, sensible, muy listo, un poco rebelde como todos a su edad, pero es un niño que cuando se le dice no y se le explica por qué no, lo entiende y no rechista. De mi estoy orgullosa porque yo soy quien lo ha educado y le ha enseñado, con la ayuda de mi hermana y mi cuñado claro. ¿A qué viene explicar parte de mi vida? Viene a que es una historia entre miles. He oído cientos de calificativos; luchadora, impresionante, fuerte, etc. Y yo siempre trato de explicar a estas personas que no soy una mártir ni Juana de Arco, soy una madre soltera entre miles que habrán pasado si no por la misma situación por alguna parecida. Ya me cansa un poco oír siempre como me alaban y me ponen por las nubes como si fuera algo extraordinario. Hasta ahora siempre he tratado de explicar a esas personas que no hay nada de extraordinario en mi historia, que hay miles de madres que como yo salieron adelante sin el hombre que las dejó embarazadas, las ha habido siempre, desde el comienzo de la humanidad.
53. La patologia de la tipologia Alberto Izquierdo Fuenlabrada (Madrid) Por si aun no lo han visto en algún documental, les informo de que, según las últimas observaciones no científicas, las personas pueden clasificarse en dos tipos: por un lado, encontramos aquellas que gastan sus días inventando tipologías de persona que después utilizarán como criterio para planificar sus relaciones interpersonales, y por otro, aparece una peculiar
variante del ser humano que no establece diferenciación alguna entre los bípedos racionales que viven en nuestro querido planeta. El caso es que, desde que leí tal estudio, no me cabe la preocupación en las orejas (a cada cual se le instala donde más hueco encuentra), ¡resulta que mi hija y yo pertenecemos a distintos tipos de persona! ¡Es terrible! Yo que creía que éramos exactamente idénticas, y ahora me vienen con esto. Y es que, créanlo, ¡ella es de las que no clasifican! Lo cierto es que ya era extraña desde que nació, ¿cómo pudo desternillarse de risa cuando le cachetearon el culo para provocarle el llanto? ¡Inexplicable! Y ahora que hago memoria: siempre que le proponían jugar al “ratón y al gato” o cosas así, se quedaba clavada en el sitio ante la expectante mirada de sus compañeras y compañeros, que esperaban de ella que corriera –huyendo de los gatos, en unas ocasiones, o persiguiendo a los ratones, en otras-, y sin embargo, permanecía ahí pasmada, extendía los brazos hacia delante con las palmas de las manos mirando al cielo, y decía: “¿Pero es que no vamos a darnos la oportunidad de entendernos? ¿Tenemos que andar de bronca ya de entrada?” Ay, ay, ay. Aunque, quién sabe, quizás esta patología suya le haya permitido alcanzar muchos sueños. Me explico: nunca ha aceptado ninguna carga o discriminación por el mero hecho de ser mujer, ¡simplemente porque no le cabía en la cabeza! Tales barreras no existían porque no entraban en su reducida gama de percepciones, como les ocurre a esas personas que no distinguen el morado del azul oscuro. Por eso, cuando ayer le preguntaron en la radio que cómo había conseguido llegar a liderar (a pesar de ser mujer) una ONG de tales dimensiones, ella, con sus ojos solares y su sonrisa eólica, respondió: “Disculpe, no entiendo la pregunta”.
54. Maria Tenaz Derly Díaz Saldría a trabajar como otras veces, es que a una mujer, cuyo carácter tenaz heredó de su madre y su abuela, pocas cosas pueden detenerle...Se había aventurado, aún en medio de la crisis a tener su propia empresa, a que su sueño dejara el velo de lo a penas imaginario, y ser un hecho real. Juan y Andrés sus pequeños, iban al Cole, mientras María con alegría competía en el comercio, y repasaba sus textos de marketing de la Universidad, ya a sus treinta años hacia cuentas de comprar y vender. Siempre fue lista con los números y aquí, le venía bien ser diestra. Hoy sentía un especial gusto, un donaire, ya era propietaria y ya no, la empleada, ponía sus normas, y es el ser madre, por qué no decirlo, le motivaba a dar más, a sembrar y cosechar en el mundo, en la vida.
55. Reflexiones a oscuras Rosa Mª Garcia Suarez Telde Se fue la luz. Estoy escribiendo a oscuras. No veo el teclado, aún así escribo. Hoy es miércoles, 17 de febrero de 2010 y tenemos ahí afuera, un temporal muy fuerte…tanto, que han suspendido las clases. Curioso, justo mañana me había pedido el día libre en el trabajo PARA MÍ…Pensaba ir a natación tras dejarlos en el colegio, luego me iría a desayunar con mi compañera Marysol, que vive cerca de la piscina y más tarde me iba a ir de compras; primero a mirarme ropa interior, luego a comprarme un bañador para la piscina y finalmente, meterme un rato en la Biblioteca y elegir algún libro para llevarme a casa. Se me chafó todo… Eso sí, no
tengo que hacer piruetas para ver con quién dejo a los niños. Estarán conmigo. La luz sigue sin venir. Se pueden estropear los productos de la nevera y no tengo Internet. Estamos tan acostumbrados a tener de todo, a vivir con tantos recursos…que no sabríamos hallarnos sin ellos. Acaba de llegar la luz. ¡Vaya susto me llevé! Pegué un brinco. Ahora que ya vino la luz, me voy a dormir. Tal vez, mañana tenga más suerte y se me encienda la luz de mi interior. Me río con lo que pienso y como tal lo plasmo. ¡Buenas noches mi serena cabeza! Que no es sirena, por cierto.
56. Una clase degeografíaa José Ramón Alonso Peña La profesora de Geografía miró a la clase sonriendo. Vamos a ver, hoy vamos a hacer un ejercicio sobre como identificar un país óptimo, el país en el que nos gustaría vivir. Os pregunto ¿qué indicadores podríamos usar si bajásemos de una nave espacial y quisiéramos seleccionar ese país, el mejor sitio posible? Que no haya paro. Bien, pero parece que en sitios como Corea del Norte no hay desempleados. ¿Os convence como ejemplo a seguir? Distintas voces dijeron que no en voz alta. Que sea un país que exporte mucho. Bueno, China debe ser en estos momentos el principal país exportador del mundo. Pero para muchos de nuestros estándares tiene demasiado porcentaje de la población por debajo del límite de la pobreza. ¿Otra idea? Que sea un país rico, que su PIB sea muy alto. Bueno, entre los países con más PIB están todos los estados petroleros: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos. ¿Os gusta eso?
Que tengan buena salud. Bueno, ese me convence más. Japón es en estos momentos el país con mayor esperanza de vida. Yo os planteo que el indicador sea la situación de la mujer. Todo: su nivel educativo, de sanidad y sus derechos económicos y políticos. En conjunto, el nivel de igualdad y equidad. Qué pensáis ¿que la igualdad causa el desarrollo económico o que es al revés, que el desarrollo económico genera igualdad? La mayoría pensaron que primero era el desarrollo económico. La profesora les contestó. Pues parece que no es así. El inicio del desarrollo económico genera nuevos ingresos. Se ha comprobado que las mujeres tienen a usar en mayor medida que los hombres esos recursos adicionales en nutrición, sanidad y educación. Los países que mejoran más rápido son los que abren a sus mujeres las puertas del futuro. Eso mejora la economía y el talento disponible de una generación. La acción positiva por las administraciones puede evitar algunos de los cuellos de botella que evitan que las mujeres puedan aprovechar las oportunidades generadas por el crecimiento y ayudan a mejorar la equidad en su distribución. ¿Cómo se consigue eso? Preguntó un alumno tras levantar la mano. La cantidad y calidad de los empleos de las mujeres es el punto crucial. Los hombres y las mujeres deben compartir en igual forma los beneficios del crecimiento y las mujeres no pueden ser las víctimas de la recesión. No podemos permitirnos que en un momento de crisis como el actual hombres y mujeres compitan por trabajos escasos y mal pagados en un mercado laboral en contracción. ¿De acuerdo? Profe, entonces ¿cuál sería el mejor país? El que entre todos y todas seamos capaces de construir, pero hay que empezar ya. Queda mucho por hacer.
57. Evolución mujernista Ángela Natalia Chile, v región
De ser arrastradas del pelo a quemaas en la hogera, las mujeres hemos tenido una evolución, por que si bien al principio se nos atribuía la estupidez, posteriormente fuímos acusadas de poderes sobrenaturales. Bueno, para mi está claro quienes eran los que no pensaban. Pero ahora, en el apogeo de nuestro presente creo que podemos decir, no en todos los casos , pero sí en muchas situaciones, que somos apreciadas por nuestras reales capacidades, que podemos y somos presidentas de nuestros hogares, de las empresas y hasta de naciones, que podemos tener útero y nuestras propias y bien ganadas ganancias al mismo tiempo, sin tener, de una vez por todas, mostrar la pierna y sin temor a ser quemada.
58. La comercial Cristina Domíguez Gutierrez Mientras Malena sube las escaleras del rellano y se acerca a la puerta de aquél piso de la zona centro, piensa en el número de ventas que le exige su empresa para poder continuar en la misma. Claro que de esas ventas, no cobrará nada, y simplemente le servirá para poder continuar y que su Jefe de zona se lleve su parte, eso sí. Claro, él es un joven sin compromisos familiares- yo tengo una hija y soy madre soltera- y todo eso cuenta. Nadie tuvo en cuenta mi amplia experiencia de más de diez años como comercial de diversidad de productos, ni mis dotes comunicativas cuando me presenté al puesto de jefa de zona. Ese hombre de veinticinco años que ha accedido al puesto por el simple hecho de tener un curso de formación profesional que yo no tengo, y una nula experiencia. Por esas razones, hay un tipo que está cobrando casi 400 euros más que yo, y que además me exprime mis
conocimientos para hacerse valer delante de los jefes. Así es mi situación laboral actual, ¿algo deprimente no? Pero no es la primera vez que me pasa. En otra empresa en la que trabajé también de comercial, cuando tenía las ventas listas sólo para la firma del contrato, mi jefe- casualmente otro hombre – me mandaba a un compañero- también hombre- para que finalizase la venta con la firma del contrato. Se repartía al 50% la comisión correspondiente, pero la venta era adjudicada a este compañero, porque interesaba tener un líder en nuestra Delegación. En ese momento suena el teléfono de Malena y la devuelve a la realidad: Hola Male, Soy Carol. Te llamo porque estoy harta y no aguanto más! –Exclama una voz desde el otro lado. Y ahora ¿qué te pasó?- pregunta Malena sin mucho entusiasmo. Lo de siempre chica… He vuelto a ver las nóminas, porque para más “inri” me toca a mí hacerlas y a mi compañero, en concepto de extras le abonan 200 euros más que a mí. Y cuando pregunto por qué me dicen que es una forma de compensar que su nivel de cotización sea inferior al que le corresponde al ser un Licenciado y estar contratado como un simple Administrativo…… y yo qué? ¿Acaso mi Licenciatura no es válida? En ese momento se abre la puerta, y Malena debe despedir a su interlocutora e iniciar el ritual de la venta……
59.Lucha constante José Juan Ramón Lorca -Pues no va el tipo y me dice que no necesitan una Barbie en la empresame comentó mi novia que llegaba de una entrevista de trabajo. -¿En serio te dijo eso amor? -Cómo lo oyes. Me quedé un rato pensando, algo bloqueado, intentando empatizar con mi mujer y sentir cómo se debe de sentir uno ante la aberración de tal gesto. Por otro lado siempre he sabido que mi chica es más fuerte que yo, de eso no había duda, por mucho que el orgullo masculino quiera a veces
hacerme creer lo contrario. -¿Pero sabes qué? No es la primera vez que me pasa, yo no entiendo cómo una persona puede actuar con tal desfachatez ante alguien que está buscando trabajo, encima después de haber sido citada. -Si te llamaron es porque tu currículum les interesaba, pero hacerte perder el tiempo para llevarte tal sorpresa…pero bueno, es lo de siempre, preocuparse por esto sólo hace que uno coja nervios. -Pero tú no sabes la rabia que siento cuando me subestiman de tal manera, yo, que llevo toda la vida trabajando y haciéndome éstos tres últimos años dieciséis kilómetros diarios para ir a trabajar. Seguramente, nada de lo que pudiera argumentarle haría que se sintiera mejor, porque cuando alguien lleva razón, la lleva. Por otro lado la situación era algo crítica, teníamos un aviso de desahucio y estábamos bastante limitados, y a decir verdad, desde que decidimos vivir juntos, si no fuera por ella, haría tiempo ya que las cosas no hubieran funcionado. -Con lo que lleva luchando una…-continuó hablando-, que tema tan típico, tan típico que revuelve a uno las entrañas. ¿Tan difícil de entender es? -Visto lo visto, está claro que para muchos sí. -Pero ¿cual es la diferencia? -Supongo que la cultura, la educación y una personalidad bastante afectada. El problema es que a pocos que sean los que piensan como ese idiota, mujeres afectadas, a miles. -¿Qué haremos amor?-me preguntó. Sentí una fuerte opresión en el pecho, abrí la boca para contestarle pero enseguida tuve que morderme el labio y mirar con rabia al suelo. Me besó en la mejilla y mientras me acariciaba el pelo me susurraba al oído que saldríamos adelante.
60. RELENA LOS HUECOS Carlos Enrique Ródrigo Estimado Presidente: Querido Juan: He facturado para la empresa tresc__entos mil euros en el último ejercicio limpios de polvo y paja. He sido la primera en llegar cada mañana y la
última en irme, y jamás he hecho referencia a ninguna cláusula del Plan de Conciliación de la Vida familiar y laboral, que por cierto yo misma elaboré, a pesar de las horas pere__rinas a las que me has llamado para pedirme informes que en el 97,4% de las veces ya te había reenviado entre 3 y 5 veces. Logré retener las dos cuentas principales de publicidad que el fenómeno de tu sobrino Luisín – al que por cierto con 40 tacos ya se le podría empezar a llamar Luis- había mandado al g__ano por liarse con la mujer del presidente del Consejo de Administración de la empresa titular de la primera cuenta, que resultaba ser la hermana del presidente del titular de la segunda. Te he hecho el programa de formación de la empresa en mis ratos libres y nos lo han subvencionado íntegramente, por no ment__r que ha recibido el “Distintivo empresarial en materia de igualdad” del Ministerio. Hemos ahorrado sólo en folios este año 8.000 euros. Te he sacado las castañas del fuego con el Plan de Viabilidad de la empresa para los cuatro años próximos; todavía recuerdo que el día antes de venir los socios extranjeros, tu otro sobrino Liberto me encasquetó un tocho de 300 páginas y guiñándome el ojo me so__tó: “No te quejarás ¿eh?, aquí tienes el plan ese… me voy a jugar al golf”, dejándome sobre la mesa el Plan de Emergencias para la evacuación del edificio... Hemos incrementado en un 7% la productividad, y en las encuestas de satisfacción se ha elevado un 13% el nivel de identificación de los empleados con la empresa. Por no __ecir que somos la única multinacional del sector que no hemos despedido trabajadores en tres años. En resumen: estoy hartita de piropos (todos muy paternales, encantadores y políticamente correctos, of course) y de comentarios del tipo“qué haríamos sin Merche en esta empresa. Tu m__rido estará orgulloso de ti. Y además madre, porque ¿eres madre, no?” Así que, como hay confianza, te lo voy a decir para que me atiendas/entiendas con este Rellena los huecos que haces todas la mañanas desde hace 25 años (para determinados asuntos hay que reconocer que eres metódico) entre las 9 y 9.23 de la mañana: la única alegación que quiero hacer con respecto a los salarios para 2013 respecto a los (otros) siete miembros (hombres) del Consejo de A__ministración es…
.dadlaugi:nóiculoS
61. Mujer bella es la que lucha Giannini Pablo
Voy a contarles algo que me sucedió a mí, hará unos diez años. Fueron tiempos duros para la economía del país. Desde que terminé la facultad, recibiéndome de licenciada en Filosofía, nunca pude obtener ningún trabajo a partir de mi título, lo que me desesperó gravemente. Cuando solicitaba empleo se limitaban a mirarme como si fuese una joven tonta e indefensa (joven sí, pero nunca fui de esas mujeres que se quedaran en el molde y aceptaran así como así el repulsivo machismo. ¿Con qué argumento se creían superiores a nosotras?) Y me ofrecían trabajos de limpieza. Pero yo había ido hasta allí para conseguir un puesto como empleada, no especialmente para limpiar. Obviamente no los acepté, indignada, eso sería rebajarme. Por entonces recuerdo que me iba de aquellos edificios orgullosa de ser quien era, con la frente derecha. Y allí quedaba todo. Pero con el tiempo la degradación y el no conseguir empleo fueron haciendo mella en mi carácter. No dejé de ser combativa, aunque me controlé menos; mis contestaciones se volvieron más violentas, y casi debían echarme a rastras de los locales para callar mis insultos. Había perdido los estribos, lo que no estaba para nada bien. Tenía dos hijos que alimentar, en edad escolar, y ya hacía tiempo que no conseguía un trabajo relativamente decente. Hasta que probé suerte en una empresa de facturas y seguros. Me presenté en el momento adecuado para la entrevista. Les bastó con mi nivel universitario para convencerlos de que poseía cierta profesionalidad.
Sin embargo, me someterían a un período de prueba, por las dudas. Luego de un tiempo estuvieron satisfechos con mi rendimiento y me aceptaron plenamente allí. Trabajé con ahínco y esmero, y terminé siendo una de las mejores empleadas. Un día descubrí, por medio de una boleta de un anónimo, que un joven que trabajaba allí una hora menos a la semana, recibía trescientos pesos más que yo. Quedé estupefacta. No podía creerlo. Debía haber un error, indudablemente. Sin perder el tiempo acudí al despacho del jefe. El señor Tognetti miraba distraídamente por la ventana. Al principio fingió que era el único en la oficina. Luego, se dio vuelta y en su cara se dibujó una sonrisa burlona. Le mostré la boleta, informándole acerca de lo sucedido. Se limitó a quedarse callado unos minutos, conteniendo la risa. Finalmente, estalló en una carcajada que a medida que transcurría fue derrumbando el concepto positivo que yo tenía de él. No había nada que decir. Sin embargo, dio lugar a un discurso en el que admitía haber sido laxo con las mujeres, excesivas oportunidades para nosotras, y se habían aprovechado demasiado. Amenazó con despedirme si revelaba algo de lo que había pasado. Me instó a continuar con mi sueldo reducido que para él estaba perfecto. Siguió con otras cosas pero yo ya no lo oía. Quise atacarlo, pero algo en mi interior me aconsejó que me calmara y que controlara mi furia. Esta vez iba en serio, y lucharía, sí, pero no de aquella forma. Abandoné el lugar y me dirigí directamente a un estudio jurídico. Allí les conté a unos abogados lo que me había pasado y prefirieron dejarle el caso a una de sus socias, Rosa Martucci, una abogada muy experimentada en el tema. Hablé con ella en privado. Volví a narrar los hechos. Me presentó el panorama: nos enfrentaríamos a un juicio complicado. La corte no tenía antecedentes de haber fallado a favor de la igualdad antes, por lo que no podía asegurarme la victoria. Fuimos a juicio. Tognetti estaba confiado, pero el juez determinó que lo que había hecho el Jefe se escapaba del marco de la ley. Por primera vez en veinte años se sentaba jurisprudencia a favor de la igualdad de género. Y también, por primera vez en veinte años, una mujer asumía un cargo de poder en una prestigiosa empresa. Esa mujer era yo, y esta es mi historia.
62. El estudiante de la Nocturna ALICIA COGGLIANO ALAVA Guayaquil ( Ecuador) Es octubre del 2008, heme aquí maestra de un colegio, en la nocturna…? siempre me ha gustado servir a los demás; y me parece que es a lo que venimos al mundo, es decir nuestro deber a muchos de ustedes les parecerá temerario hacerlo pero que mas da no se pierde nada; al contrario ustedes no saben de lo que ganarían al hacerlo. Me gusta observar, leer, aprender siempre estoy dispuesta, es mas creo que se aprende algo nuevo cada día los demás nos donan sus experiencias de vida y eso ya es bastante, si sabemos aplicarlo a la actitud mental que pongamos en ello da resultados positivos. Me propuse hoy día al dar mi clase en el octavo curso de básica experimentar diciéndoles a mis alumnos que cambien de actitud, y que si hay algo en sus vidas que les molesta…? ahora deberían cerrar la puerta a ello!!! Y hoy desde hoy, procedan a dejarlo… Transcurriendo el tiempo, y después de unos segundos un alumno con miedo lo vi en sus ojos a veces el miedo hiela la sangre… era un tanto mayor que los alumnos de las clases regulares, claro ésta era la nocturna, ellos trabajaban a más de estudiar, ya era una mención esto en la vida ; pero todavía no lo sabían; usted que sabe profesora… me increpó a boca de jarro, si usted lo tiene todo, por eso aconseja!!! y seguía…….porque usted no ha sentido hambre, y no tiene una madre enferma, hay que robar para darle de comer, y matar si no dan… (corrección me dije a mi misma, esa misma semana yo acababa de perder a la mía) claro está el no lo sabría; y… prosiguió cómo puede aconsejar, usted no sabe lo que
dice, no sabe que hay que matar para comer- entonces me dí cuenta de su resentimiento y su carencia de amor, le faltaba lo que yo siempre les quería dar un poco de fe, y de amor hace tanta falta en la vida; entonces me acerqué un poco al muchacho no pasaría de los 17 años le tome la mano y le dije yo te voy ayudar… él me miró con desconfianza y con una chispa de odio creo, y gran desilusión y me dijo: bobadas que va a poder. Igual proseguí, repitiéndole… te voy ayudar… era una premonición qué iba a saberlo uno de estas cosas no sabe nada, pero al menos lo intentaría…! Los otros estudiantes dijeron a coro si licenciada… si si si... Esa noche, me quedé con un sabor amargo en la boca, no pude quitármelo ni con pasta dental… Y me dormí -no sin antes- encomendarlo a mi creador, y le pedí Jesús obra en él; dando las gracias por ello, como que ya lo había conseguido, eso ayuda saben; estaba segura que lo conseguiría. Así transcurrió una semana y 1 jueves de junio lo recuerdo muy bien, el chico en mención faltaba con regularidad, pero hoy estaba allí… mirándome. Les pregunté a todos, cómo les había ido ‘qué habían hecho por los demás’; de pronto él alzó la mano el estudiante en mención y me dijo… Ayer me acordé de usted… Ah si? le dije y cómo así? si yo, no era santo de su devoción -de verdad me intrigó- y seguí a la expectativa… qué sería lo que me diría… si asalté en un colectivo… me estremecí por lo que vendría pensé… si respondió él chico… sólo les robé… creo que su dios, o como le llame… me detuvo!!! Ese que usted le reza… me sorprendí pero respiré profundamente… algo había conseguido no yo, sino el Creador, pero me sorprendió aún más todavía aquél muchacho… cuando al salir y terminar mi clase… masculló: lo logró… no maté a nadie, no maté a nadie… Hasta él se sorprendía otra vez dí gracias a Dios por ello… y creo que él también las daría!!!
63. Las mujeres trabajan Isis Montellanos Oliva La Falda, Córdoba, Argentina A medio mes el verano se vuelve demasiado caluroso y pesado. Las gentes salen a las plazas en busca de algo de aire fresco, y sin embargo al llegar se encuentran atrapadas en la trampa de la muchedumbre. Que alguien diga que ya no existe el “calor humano”. Y entre la muchedumbre…ellos. Verano es temporada alta, temporada alta son ferias y visitantes, y entre ellos los gitanos llegan en fila. Remolque tras remolque arriban con preciosas telas y cuentos de viejas. Las mujeres de faldas largas, con sus flores en el cabello, sus pendientes en las orejas y sus bailes tan aclamados. Las plazas son territorio gitano en temporada, territorio de sus mujeres. Algunas bailan en los escenarios de cemento, con sus ropas coloridas y las guitarras sonando para ellas. Otras caminan por las esquinas de la plaza, cautivando a los transeúntes con sus voces melodiosas y su acento característico. “¿Tiene una monedita? ¡Venga! Que le leo la mano pa’ la buena fortuna” se suele escuchar seguido. Algunos hombres sonríen y se niegan, las mujeres más supersticiosas asienten y sus ojos brillan con la esperanza de un amor, o dinero próximo. Pero aquellas señoras mayores, las más hostiles y temerosas de lo extraño, no ocultan su mueca de desprecio y farfullan palabras insidiosas. “Son brujas m’ hijita, no son dignas a los ojos de Dios”, “No hay que acercarse a ellas, sus palabras son veneno para el corazón puro”, “¡Ellas roban a los niños!”, “¡Qué manera de ganarse la vida! Vendiendo mentiras por unos pocos centavos”. Y sin que las murmuraciones les afecten, las gitanas bailan y cantan para su público, dan volteretas y entonan sus amores, sus dolores. Y leen las manos y hacen magia sobre sus amuletos. Y mientras ellas ganan dinero con su cultura, las empresarias lo hacen con sus negocios, las abogadas con su astucia, la verdulera con sus ventas. Sea cual sea la forma, las mujeres encuentran la forma de ganarse la vida. Por ejemplo yo, que me jubilé de ama de casa*.
* En Argentina existe una jubilación para el ama de casa. Permite a mujeres que nunca realizaron aportes acceder a una jubilación. 64.De las lentejas a las perdices Julio Marmol Andrés Ernesto cerró la puerta, se desanudó el nudo de la bufanda, se quitó el abrigo y olisqueó el aire como un perro de caza. Aquella nariz enorme de jabalí tenía sus ventajas: para comer, lentejas. Las detestaba, y empezaba a notar una especie de confabulación para que, cada viernes, hubiera un plato esperándolo. Anabel, que lo había oído llegar, corrió a su encuentro. No porque le hiciera ninguna ilusión, sino más bien para aplacar un posible estallido de furia de su marido, tan frecuentes desde hacía ya años. -Cariño, lo siento, pero es que no tuve demasiado tiempo para prepararte nada y... bueno en la tienda había un plato precocinado y... Ernesto prefirió no decir nada. Se sentó a comer ( o a devorar, más bien), y tras hacer algún que otro mal gesto, abandonó la mesa. Anabel creía ya que se había salvado cuando Ernesto se dio la vuelta: -¿Cómo te ha ido en la Universidad? ¿Has aprendido mucho? Seguro que sí. Eso es lo que teneis las mujeres hoy en día, que sois muy listas. En cambio, nosotros somos unos cerdos y unos imbéciles ¿no? No, no, déjame terminar, que siempre me haces lo mismo. Pues mira, vengo reventado de trabajar ¡Sí, trabajar! ¡No estudiar, como si fuera un niñato! Y tú ¿en venganza? Me preparas esta bazofia que no hay quien la pruebe. ¿Y la casa? ¿Qué me dices de la casa? ¡Una ruina! Sucia como nunca lo había estado. Pero claro, la señora tiene que ir a “estudiar”, ¡a hacer el tonto! Y el imbécil de su marido, que es un calzonazos y peca de las tragaderas que tiene, aguantando. ¡Pues no! Antes de que pudiera vomitar algo más sobre su mujer, Anabel salió corriendo y se refugió en el baño. No temía que su marido le pegara. Nunca lo había hecho pero, a veces, en verdad lo hubiera preferido. Cuando eran novios, incluso cuando estaban recien casados, era tan distinto... Todo cambió cuando ella decidió matricularse en la Universidad.
Estudiar lo que nunca podía haber estudiado. Pero sobre todo, cambió cuando Ernesto fue consciente de que Anabel, aquella mujercita a la que tan bien le salían las croquetas, sabía muchas más cosas de las que él había sabido nunca. Ernesto decidió acostarse, y cayó dormido enseguida. Al levantarse, se recordó a sí mismo, en el sueño, limpiando una escalera. ¡Sí, a él, que apenas sabía limpiarse los dientes! Y lo que era más horrible, con un mandil de flores hawainas, preparando unas lentejas. Y entonces sonaba la puerta. Y llegaba su mujer, se desanudaba la bufanda, se quitaba el abrigo y olisqueaba el aire como un perro de caza. Y él, temiéndose lo peor, iba en su busca. Anabel, entonces ( quién lo hubiese dicho), explotaba y empezaba a echarle en cara ciertas libertades que parecía tomarse. Y la palabra Universidad salía una y otra vez a escena. Y cada vez que lo hacía, era como una bofetada, como recriminarle que había ido a un prostíbulo. Lo último que recordó antes de despertarse fue a sí mismo, llorando en el cuarto de baño como nunca lo había hecho. Tal vez por eso, Anabel nunca entendió porque aquella mañana Ernesto le llevó el desayuno a la cama. Y porque no dejó de hacerlo todas las mañanas de su vida. Y como, en vez de enfadarse con ella por estudiar, presumía de esposa universitaria, y no hacía otra cosa que preguntarle las dudas más disparatadas. En fin, Anabel jamás supo que cambió a Ernesto aquella noche. Y si esto fuera un cuento, terminaría diciendo “ y fueron felices y comieron perdices” pero habría que añadirle algo “ perdices que, la mayoría de las veces, preparaba Ernesto, ante la mirada atónita y orgullosa de Anabel”.
65. La joya Enrique García Martin Corrían los tiempos de las revoluciones liberales cuando al terrateniente viudo don Anselmo Torres le dio por venirse a morir una semana antes de la mayoría de edad de su hija.
–No se muera usted, padre. Don Anselmo levantó la mano en ese gesto tan suyo que venía a decir «Calla, Angelita». A una señal del moribundo, hicieron pasar a dos señoritos de rostro lampiño y bolsillos cargados de esperanza. –Hija, estos son tus dos pretendientes. Cualquiera sabrá cuidar de ti. Elige al que prefieras. –Pero, padre, ni siquiera los conozco. «Calla, Angelita». Don Anselmo agitó una campanilla y avisaron a Manuel, mozo corpulento y de ojos penetrantes al que hicieron venir desde el olivar, porque sabía leer y decían que tenía palabra. –Tú serás testigo de la libertad que doy a mi hija. El primer pretendiente se arrodilló ante la muchacha y mostró un enorme rubí. –Si aceptas esta joya serás la esposa del hombre más rico de Jaén – dijo–. Uniré mi hacienda a la de tu padre y podrás vivir como mi princesa toda tu vida. El segundo pretendiente se arrodilló también y puso en su mano una gigantesca esmeralda. –Si aceptas esta joya, haré de esta finca el centro de reunión de las principales gentes de Andalucía. Vendrán condes y embajadores, y con el tiempo tu vida será la de la mujer del gobernador. Hechos los ofrecimientos, don Anselmo mandó que los dos pretendientes salieran. –Ahora elige, hija mía, mientras yo cierro los ojos y descanso. La muchacha se quedó muda y miró a su alrededor mientras su padre dormitaba. Se encontró con los ojos negros y profundos de Manuel. Le suplicó ayuda con la mirada. Manuel se acercó con paso decidido, se agachó a su lado, abrió la mano de su ama y puso algo en ella. –Traía esto para su padre, pero creo que ahora le corresponde ya a usted. Con esta joya sabrá lo que es encallecerse las manos vareando la rama y partirse la espalda recogiendo los mantos. No tendrá vida de princesa ni de gobernadora, pero si escoge usted esta joya, su vida será sólo suya.
Cuando Manuel retiró la mano, lo que había sobre la de Angelita era una aceituna que brillaba como una perla verde hecha de sol y luna. Era la primera de la temporada, que se llevaba como presente al amo de las tierras. Cuando su padre despertó, Angelita había tomado ya una decisión. –¿A cuál escogerás, niña? A don Anselmo Torres le dio por morirse ese mismo día. No se sabe si por el impacto que le produjo la respuesta de su hija o porque ya le había llegado la hora. Angelita no tomó pretendiente alguno, y dejó de llamarse Angelita. Doña Ángela Torres Lucena fue la primera propietaria de olivares de la provincia de Jaén. Jamás tomó marido, y no le importó encallecerse las manos y partirse la espalda ayudando a recoger la aceituna. Tuvo un jefe de cuadrillas llamado Manuel que llegó con ella a viejo, y dos hijas de padre desconocido y ojos negros y profundos que aprendieron de su madre a escoger la joya de más valía. 66. AGNÈS Y TYA Isabel Córcoles Ortega Agnès había nacido pobre y pobre moriría, ella lo sabía. Aunque amasara una fortuna, sabía que en el final que nos llega a todos sería y se sentiría pobre. Pobre de sentimientos, pobre de sabiduría, de afecto, de acciones. Tan pobre se vería que fallecería en ese mismo instante en el que se diera cuenta de que nada es suficiente para esta vida tan llena de emociones. No bastaba con que fuera actriz y toda sensación la husmeara, aquella condición mentirosa la convertiría en pobre, pobre de ánima, pobre de espíritu. Sacaba partido a todo cuanto se le cruzara, pero sabía que al final, después de tantas horas de falsedad y tanto desperdicio de fingidores se encontraría mal, se encontraría pobre. Pobre de belleza, de alcance, de elasticidad, de amores. Nunca bastan los sentires para una vida. Nunca se rocían de suficiente aroma embriagador. Con esa percepción vivía. Tya era más complaciente. Se emocionaba con una ardilla en el parque o una mariposa en primavera. Todo lo pequeño le llegaba de sorpresa y le
trasmitía un escalofrío intenso. Lo grande la achicaba, le daba miedo. A veces era asustadiza además de tímida. Empezó en la profesión por pura terapia de su inconveniente en decir las palabras más flojas que el umbral del oído. Pero se miró al espejo y repitió y repitió con una constancia tan irreversible que, con el tiempo, se convirtió en una actriz de sustento. Tya soñaba despierta y casi no distinguía los sentimientos cuando actuaba. Era débil, delicada como una rosa desprendiéndose de sus pétalos, pero por dentro fuerte como las espinas, como los tallos, casi como las raíces. Tanto Tya como Agnès habían tenido la misma suerte en el amor. A Agnès no le complacía cómo su exnovio Pièrre exponía la situación disfrazándose siempre del payaso bueno, y ella, la indecisa que no iba con él por cuestiones poco arriesgadas, como vivir con su amiga plácidamente en un barrio de Bruxelles. Tya sólo conocía la cama de un hombre de tres noches. Todos le prometían amor eterno durante la primera hora y luego escapaban en cuanto veían ocasión. Sin embargo, era así como Tya se imaginaba al principio el amor perfecto, cargado de sueños primerizos donde trazar un nido de afecto. Con el tiempo, Agnès conoció a un productor casi famoso que le brindó un papel en un musical de gira internacional. Tya encontró el amor en un naturalista verde llamado Jean que vivía en una comuna al este de Francia. Un día, Tya viajó a París y vio un cartel que anunciaba a su vieja compañera y confidente Agnès en el teatro nacional. Las dos comenzaron felices contándose las vicisitudes de la vida, pero pronto se confesaron las lágrimas que acarreaban por dentro desde su separación. Ninguna había logrado cumplir del todo sus sueños… Finalmente, Tya le habló de un proyecto que tenía como productora, pero también de la imposibilidad de su realización, ya que carecía de financiación. A Agnès le pareció un buen guión y quiso apostar por él. Por lo que ambas dejaron sus vidas anteriores para realizar sus deseos.
67. La dehesa del sur Laura Nuñez Galván Barcelona
Cada vez que Félix y Begoluna se despedían, un tropel de infortunio parecía inundar la finca. Siendo los dos extremeños de Calvitero, entre Candelario y Tornavacas, el hecho de haber nacido cerca del macizo más elevado de Extremadura, les hacía adoptar una parecida manera de entender el mundo, y por extensión, de comprender la vida. Hacía casi medio siglo que compartían lecho, cazuela y ganado en una aldea apartada y poco comunicada con el mundanal ruido. Ella, de porte desmañada, estrábica desde la niñez y taciturna la mayor parte del día, vivía absorta en las faenas del hogar y en el atento cuidado de las reses. Él, tosco en el trato aunque cautivador en la cama, se ocupaba de talar leña y de mantener un tenue trato con la vecindad. Y en base a esa avenencia se habían rebasado penas y alegrías, cuántos gozos y qué llantos! Sólo había un motivo por el que Begoluna no conseguía contener las lágrimas y esta era la marcha de su marido con la vacada hacia las dehesas del sur, hacia esos pastizales, antes habitados por bosques de encinas y alcornoques y ahora fuente de pasto y herbaje, dónde el ganado debía desplazarse por unos meses para no morir de hambre. Y lo que pareciese una burda separación temporal, o lo que para otros hubiera significado una bocanada de aire fresco, se convertía para ella en pura desdicha y fatalidad. Félix desconocía algo muy trascendental de su desposada. Cada madrugada, después de ocuparse de servir los galones de agua a las terneras, rellenar los comederos de heno y estiércol y desparasitar a las vaquillas más afectadas, Begoluna utilizaba el tiempo del ordeño como
desahogo. Para ella las vacas, y especialmente los becerros, eran de todos los animales de la almunia, los que mejor sabían comprenderla. Era su mirada, transparente y límpida, lo que inspiraba a la ganadera a revelarles sus preciados secretos. Lo que había empezado siendo una manera de romper con el silencio del rancho se había convertido en una casi sumisión. Todo había empezado, años atrás, cuando la doña había perdido el único hijo de ambos. Aunque las habladurías del pueblo sostenían que la mujer era infecunda, la aparición de Begoluna con una panza prominente y unos pechos turgentes y realzados, hicieron acallar las malas lenguas. Pero el regodeo no duró lo suficiente. Una noche de otoño, cuando su preñez rondaba los ocho meses y medio, Félix oyó un fuerte quejido procedente del establo. Reconoció al instante que una de sus vacas, también encinta, se disponía a parir. Y mientras el ganadero se procuraba de los enseres y corría a auxiliar al animal, también Begoluna notaba en sus adentros unos males jamás sentidos. Era como si la res y la mujer hubieran escogido el mismo momento para alumbrar. Pero no la misma suerte. Con el tiempo, la ganadera rescataba unos recuerdos muy nítidos de lo acontecido. Se acordaba que al llegar al cobertizo, la vaca con su vulva enrojecida y inflamada chillaba y que al escucharla se le habían desatado las contracciones en su vientre. Félix, por su lado, lo vió manejando con destreza el cuerpo del animal pero desoyendo, sin quererlo, el cuerpo de ella. Y todo sucediendo tan rápido. La última imagen, antes del desmayo, era la aparición de un pequeño ternero ensangrentado. Pero también de un dolor intenso en su matriz parecido a una cuchillada. Después de la pérdida, Begoluna empezó a tratar a las reses como si fueran sus retoños. Y al cuidar de las vaquillas, le hacía soportar el dolor de la muerte. Las alimentaba con los mejores forrajes y leguminosas y al hablarles, lo hacía susurrando cerca de sus orejas, con mucho esmero. Para ella, cada vez que Félix partía hacia el sur, hacia ese camino transhumante que duraba varios meses e infinidad de lunas, era como si ese hijo que nunca llegó a conocer aún se fuera más lejos y por ello, fuera mucho más inalcanzable.
68. Casualidades Antonio Pita Jimeno Jerusalén (Israel/Palestina) La vida está tejida de casualidades. La de Marta, por ejemplo. Conoció a su hoy marido Pedro en la Facultad de Derecho. Misma clase, parecidas notas, distinto concepto de la puntualidad. Sufrieron lo mismo que el resto de su generación en conseguir algo que pudiera llamarse salario sin avergonzarse o verse obligado a añadir excusas del tipo "me han dicho que es de momento". Enseguida comenzaron las casualidades. Marta cobraba algo, no mucho, menos que Pedro. Costaba encontrar siete diferencias entre sus trabajos, a lo que se unía la casualidad de que Pedro andaba cómodo con la corbata que significaba caché en su oficina, mientras que Marta nunca se sintió atraída por los tacones, minifaldas o escotes que tantos puntos daban entre los jefes de la suya. No está muy claro cuál de los dos llegaba más cansado del trabajo a la casa que entonces empezaban a construir juntos. Lo que sí sabemos es que Pedro logró un ascenso, modesto, pero el primero de su vida, en detrimento de su compañera del oficiosamente bautizado "Departamento de Marrones", que -de casualidad- también se llamaba como su ya entonces prometida, Marta. Marta, nuestra Marta, se quedó en cambio "a las puertas" -en palabras de su superior- del despacho propio y el acceso al supermicroondas de los mandos medios, en beneficio de un tal -no es broma- Pedro, que además de no tener la regla se asumía que nunca rompería a llorar en los pasillos ante una decisión importante. Nuestra pareja se sentía unida, pero los dígitos de sus sueldos y el número de horas extras se divorciaban cada vez más. A Marta el papel de "cocinillas" nunca le molestó demasiado. Al fin y al cabo, su abuela materna le había trasmitido desde pequeña un amor por los fogones que, de casualidad, no consideró útil para los dos nietos varones. Pedir a Pedro, que trabajaba varias horas más al día, la misma dedicación a la cocina, donde él se movía con torpeza y ella con soltura, era, a sus ojos, rígido e injusto.
No podemos desvelar, por motivos evidentes de privacidad, si el embarazo de Marta fue también una casualidad o si la presencia intacta en el paquete de una píldora anticonceptiva reflejaba una reciente decisión mutua de convertirse en padres. Lo que sí se puede contar es que, tres meses después y con una tripa empeñada en mantenerse lisa, Marta aspiraba de nuevo a un asiento en la segunda planta, a no hacer cola ante el destartalado microondas de los soldaditos rasos del bufete, que se había convertido para ella en un símbolo del ninguneo, en un enemigo tangible con circuitos y bastante grasa seca en las paredes. Justo dos días antes del anuncio de los nuevos nombramientos, Marta fue invitada a una comida de trabajo para preparar una defensa legal entre todos los responsables del dossier, del más engominado al más mindundi. Por pura casualidad, su jefe directo se sentó enfrente y vio a Marta rechazar durante dos horas el vino, el aperitivo de sushi y la tapa de jamón serrano. Año y medio después, ya ambos con un anillo de oro en el anular, nadie daba un duro por que Marta fuera promocionada, pero de casualidad quedó una vacante de adjunta a la subdirección en la que nadie encajaba mejor. Pero como las casualidades nunca llegan solas, Pedro recibió en la misma semana una de esas ofertas-en-Nueva-York-que-sólo-lleganuna-vez-en-la-vida-y-no-se-pueden-rechazar. Privar a Pedro de un sueño y a la economía familiar de un salario tres veces mayor, hubiera sido muy difícil de explicar a padres y amigos. Y fue sólo allí, en su apartamento de la Avenida Madison esquina con la Calle 42, charlando un mediodía con las mujeres de otros españoles que habían recibido ofertas-que-sólollegan-una-vez-en-la-vida cuando entendió por primera vez el concepto de casualidad.
69. Nadie es de piedra
Iratxe Artaraz Miñón Mi abuela lo aseveraba: nadie es de piedra. Ella era sabia y guardo en mi pequeña memoria todo que decía; sencillas sentencias, frases acertadas. Contaba que su madre le limpiaba las botas a su padre y cuando las llevaba sucias y alguien se lo comentaba, solía decir, por mí no dirán! También tocaba el piano, hacía deporte y soñaba con ser secretaria de alta dirección. Se casó y se quedó en casa criando a sus hijos, limpiando a su marido, se olvidó de soñar. Mi madre luchó para conseguir hacer una carrera. Trabajó como ejecutiva, pero se quedó embarazada y también sin trabajo, no podían permitirse tanto tiempo de baja. Yo, acérrima defensora de los avances de la humanidad y de la limitación de las injusticias, he intentado ser una excepción. Llevo un tiempo trabajando en la consulta de un dentista, dejándome la piel, recibiendo el salario más bajo. Hoy me acaban de poner de patitas en la calle. Al parecer, son demasiado sexy. El dentista, a pesar de que abre tantas bocas al día, ¡mira si no podría tener lujuriosos pensamientos!, no ha podido soportar el fuego de sus ardorosas ensoñaciones y es que, ya lo decía mi abuela, nadie es de piedra.
70. Efluvios Julio Fernandez Vigo
En la tienda que regenta Marta se venden fragancias de otros tiempos. Aromas viejos en frascos de vidrio que las personas compran para recordar su infancia y saciar así su añoranza. Es una tienda pequeña, sin ventanas al exterior, con estanterías de castaño en sus cuatro paredes y cuatro lámparas de cobre con luces de incandescencia colgando del techo. Dar con las esencias acertadas no es fácil; es preciso indagar en la memoria colectiva y sintetizar todo aquello cuya ausencia nos produce pesar. Una vez obtenida la materia prima, su cultivo requiere paciencia y constantes cuidados. Madurar olores casi olvidados es como mantener un jardín con semillas de plantas extinguidas. La fama de la tienda de Marta es tal que tiene clientes en todos los continentes. Es asombroso que los olores de hace cuarenta años sean semejantes en todo el mundo y que casi todos ellos tengan que ver con plantas o animales, objetos escolares, atmósferas rurales o ambientes industriales: Madera de sabina ardiendo, harina fermentada en una masera, hueste de caballo en bosque húmedo, polvo de tiza, restos de madera de lápiz después de sacarle punta, grasa de taller de bicicletas, azufre en las proximidades de una fundición… A medida que el mundo es más veloz, virtual y eficiente, también se vuelve más aséptico. Sólo en los márgenes del mundo siguen existiendo esos olores rudimentarios y comunes a todas las personas. Las civilizaciones avanzadas, por el contrario, son inmensos rosales sintéticos y con fragancias artificiales. -Sin embargo, hay cosas que no han cambiado. Marta sonríe. Su mirada es un reproche. Mueve su cabeza como si pensara de mí que no entiendo nada en absoluto. Suspira y a continuación me dice: -Por desgracia. Guardamos silencio durante un minuto. -Y bien, ¿tienes lo que te encargué? -le digo. -No. -¿No? -Hay olores tan rancios que de almacenarlos arruinarían con sus efluvios toda la tienda. -Sólo quiero recordar cómo era el plástico de aquellas muñecas.
-Tú lo dijiste: hay cosas que no han cambiado. Para que cambien, habría que extirparlas de la memoria.
71. Nadie se acuerda de mí. Juan Diego Morales ¿Te das cuenta? Casi nadie se acuerda de mí, vamos, diría más, nadie, seguro. Así se escribe la historia y yo sé muy bien que no, que nadie se acuerda de mi, de mi aspecto, de mi indumentaria, vamos, de mi y de mis circunstancias, que las tengo y muchas, pero, para empezar a contar y no acabar. Casi nadie, recuerda mi nombre, si cocino mejor o peor, cómo hablo, mis inquietudes y mis virtudes. Nadie. Y no es porque sea minúscula, que tú también lo eres, y que no todo depende del tamaño, que eso es simplismo de animales con la razón en el pene; qué va, nada de eso, nadie se acuerda de mí y punto, y no porque yo no tenga mi carácter, o no haya estado ahí codo con codo contigo, qué va a ser eso, ni mucho menos, nadie se acuerda de mi y punto. A ver, te lo pusieron muy fácil: la serie se va llamar David el Gnomo, ¡Ea!, ya la cagamos. 72. Sureya Laura Gutierrez Morales Conocí a Sureya Mondol hace un par de años. En Dahki, un humilde pueblo de carretera situado a 65 kilómetros de la bulliciosa Calcuta, a orillas de la desembocadura del río sagrado, el Ganges. Ella vino a mi consulta. Bueno, para ser sinceros, la trajeron. Su hijo mayor, Sagor, de 15 años, aunque delgado tenía la fuerza para levantarla en sus brazos y así darle piernas, alas, transporte, libertad. Sus músculos tensos y el sudor que resbalaba por su cuerpo delataban su esfuerzo. Sus ojos no lo hacían. La polio había condenado a Sureya a no levantarse jamás del suelo. Un bebé de 35 años que gateaba allá donde quería llegar. Pero había tantos destinos, tan cotidianos, inalcanzables para ella…
Sus manos, cual suela de zapato, eran duras, callosas. Sus rodillas también. Ayer se clavó un cristal. Herida profunda, y para ella incapacitante. Me llevó horas limpiar y suturar. Ahora los brazos de su hijo serán su único transporte durante dos semanas. Pero su hijo se marcha. Un trabajo, uno respetado, en Calcuta no es el tipo de oferta que uno rechaza. Tiene 5 hermanos, quiere que sigan yendo a la escuela. Alguien tiene que aportar dinero a su casa desde que el padre se marchó. Sureya jamás pidió limosna, ni la aceptó. Que se pasara el día arrastrándose por el suelo no significaba que no tuviera dignidad. Sus pies no funcionaban, pero sus manos hacían maravillas. Los saris que cosía no tenían igual en muchos kilómetros. Pero el negocio no abundaba en ese pequeño pueblito. Si tan solo pudiera llegar hasta el río, al mercado o al pueblo vecino allí haría negocio. Podría cambiar las prendas por comida, e incluso conseguir dinero. Hasta ahora su hijo la ayudaba pero cuando él se marchara… Como médico muchas veces escuchas penas no relacionadas con dolencias físicas. Fue así como escuché la historia de Sureya, mientras remendaba su pequeña lesión física. Por suerte esta vez sí podía hacer algo más que escuchar y compadecerme. Tenía un negocio que ofrecerle. No yo, sino la ONG con la que colaboro. Un medio de transporte para ella. Autonomía, libertad, alas para llevarla hasta el río o hasta donde quisiera. Una silla de ruedas, todoterreno. Propulsada por sus fibrosos brazos. Camino libre hasta el río, al pueblo de alado y al mercado de los jueves. No es limosna. Es un microcrédito. En dos años habrá pagado el importe de su transporte personal y será dueña de sí misma y de su destino. Dos años después. Sureya es libre. De deudas, de aislamiento, de preocupaciones. Su pequeño negocio de saris progresa. Sus manos ya no tienen heridas y callosidades. Incluso parecen finas y delicadas. Deslizándose casi volando entre las transparentes telas, bordando detalles
aquí y lentejuelas allá. Ahora Sagor solo la lleva en brazos cuando quiere disfrutar de un paseo con su madre. Libre, soñadora, pequeña empresaria. Dueña de su propio destino. Sureya.
73. ME SIENTO REALIZADA Pablo José Sánchez Fernandez Mi nombre es lo de menos, da igual que me llame Rosa, Pilar o Ana, lo importante es todo lo que puedo hacer ahora como mujer y que antes no podía. Ahora puedo decir que soy feliz, que me siento realizada como mujer que soy, que me siento libre y en las mismas condiciones personales y laborales que cualquier otra persona. Tengo 58 años y dos hijos, ambos mayores de edad. Llevo casada 34 años y sin duda estos últimos años han sido los mejores de mi vida. Soy la menor de cuatro hermanos y la única mujer. No recuerdo bien los primeros años pero al cumplir los 16, tuve que dejar de estudiar y comencé a realizar tareas domésticas en casa bajo la vigilancia estricta de mi madre mientras veía como mis hermanos mayores continuaban con sus estudios o comenzaban en sus primeros trabajos. Nunca tuve ningún pensamiento de revelarme ante ello ni de buscar un enfrentamiento con mis padres por algo que me parecía injusto, simplemente acepté que debía hacer eso y no había más opción. Fueron años duros, años de tensiones entre mi madre y yo. Pasábamos muchas horas juntas, cocinábamos, limpiábamos la casa, hacíamos la compra y veíamos como los hombres de la casa desayunaban y se marchaban, a veces incluso volvían de noche. Por parte de ellos nunca existió un “gracias” o “lo hago yo” o un “¿te ayudo?” y a día de hoy tampoco les pido nada a cambio por esos años que me sentí “esclava de ellos”. Mis padres fallecieron hace años tras una vida feliz; a la que más echo de menos es a mi madre, aunque hubo momentos malos, me enseñó mucho y siempre le estaré agradecida. Me gustaría que ella pudiera vivir esta
época en las que las cosas han cambiado mucho y en la que ahora las mujeres somos muy valoradas (o al menos más que antes). Y yo sigo, a día de hoy, felizmente casada. Me casé joven, con 24 años. Mi marido trabaja como mecánico en un pequeño taller. Lleva trabajando allí desde hace 41 años, algún día de estos me vendrá diciendo que quiere jubilarse, y yo le entenderé, lleva muchos años y se ha ganado el descanso. Tenemos dos hijos, uno de 32 años y otra de 30 años. El mayor está casado desde hace tres años y me siento orgullosa de él, al igual que de la menor, que aunque no está casada ya le he dicho que no tenga prisa y que disfrute de todo lo que puede hacer ahora con la libertad que yo no pude tener. A día de hoy puede estudiar, elegir la vida que quiere tener, salir con amigos y amigas, llevar la ropa que más le guste y sobre todo, ser libre. Ahora veo a mujeres ocupando cargos importantes tanto en la política como en la vida social. Mujeres que son directoras de empresas, que conducen coches, que comparten la baja de maternidad con sus maridos, mujeres que son felices y por fin mujeres que pueden sentirse plenamente realizadas, en lo personal y en lo económico, aunque todavía queda mucho recorrer y cambiar.
74. Pepita, una maestra sevillana en el siglo XIX Antonio José Daza Sierra Un historiador es un testigo de la historia, “histor” viene de la palabra griega testigo. La mejor manera que tiene un pueblo de no perder su identidad y al mismo tiempo avanzar en el progreso es conocer su pasado. A través de algunos personajes intentaré viajando por estas páginas contaros la historia de la enseñanza en el siglo XIX en mi ciudad. Antes que nada me presentaré, mi nombre es Antonio y soy un humilde profesor de historia que siempre ha soñado con mundos imaginarios desde que de pequeño mis padres pusieron en mis manos la novelas de Julio Verne, Mark Twain, Charles Dickens, Alejandro Dumas o Emilio Salgari y tantos otros cuyos nombre ya no recuerdo. Quería vivir una vida llena
de aventuras, siete vidas en una sola, ser diferentes personajes de mi imaginación, lo que en más de una ocasión me llevó a tener algún que otro batacazo, pero como decía un buen amigo mío lo más importante es levantarse de modo que a base de golpes logré ir forjando mi carácter al tiempo que sobrevivir, a lo que me ayudó en más de una ocasión mi ángel de la guarda, por lo que me vino muy bien casarme con una descendiente de alemanes. Desde mi boda y más aún con la alegría de mis hijos alrededor, al igual que le ocurría al genial don Miguel de Unamuno, la armonía entró en mi espíritu y los frutos comenzaron a brotar desde mi interior. La Historia debemos contarla tal y como sucedió, no como nos gustaría que hubiese sido, por ello quisiera contaros la verdadera historia de la maestra sevillana doña Pepita. Pepita nació en el barrio de Triana, se crió en el Tardón junto a una fábrica de almacenes de maderas. En la Amiga de Santa Ana pasó los días de su infancia junto a sus hermanas. Siempre fue muy responsable y obedecía a sus padres en todo lo que le indicaban, el severo doctor Sierra y doña Carmen su madre, que era todo corazón. Ella decía que de mayor quería ser como sus maestras que le enseñaban a soñar con un mundo imaginario a raíz de todo lo que aprendía. Corría el año de 1833, acababa de morir el rey Fernando VII, para unos el felón, para otros el deseado, y lo sustituía en el trono su esposa la reina María Cristina que ocuparía la Regencia hasta la mayoría de edad de su hija Isabel, previo paso por el general Espartero que tuvo la genial idea de bombardear mi ciudad antes de huir a Inglaterra. Javier de Burgos acababa de decretar la organización del país a través de las provincias y todo lo relativo a la instrucción primaria pasaba a depender de los municipios. En este aspecto por causas aún no explicadas España llevaba gran atraso frente a otros países europeos como Inglaterra o Francia y era urgente la tarea a llevar a cabo. Pepita había estudiado en el Convento de San Pedro de Alcántara con doña Matilde Howard. Maestra de origen inglés que le había transmitido los ideales anglosajones de la disciplina, el esfuerzo y la obligación de desarrollar al máximo tus capacidades. A finales del siglo XVIII y a principios del XIX era frecuente que comerciantes europeos se
establecieron en la ciudad, principalmente ingleses y franceses. El ambiente en la década de los 30 era convulso debido a las guerras carlistas que estaban suponiendo un gran incremento de los gastos del estado al tiempo que se desangraba el país por la lucha entre hermanos. Mientras otros pueblos europeos ponían un pie en la escalera para llevar a cabo el despegue económico España se debatía buscando la forma de configurar sus instituciones. Este retraso en la época de la “gran divergencia” sería pagado posteriormente con creces. España se distinguió por los altos índices de analfabetismo y por la baja industrialización siendo un referente dentro del país nuestra región andaluza. La estructura de la propiedad de la tierra, el bajo capital humano, la incultura, el no haber realizado la transición demográfica propia de los pueblos desarrollados hacía de Andalucía un pueblo sumergido en la trampa de la pobreza. Pepita era consciente a través de su maestra de las diferencias existentes entre el norte y el sur de Europa y como era muy idealista y de gran corazón se propuso dedicar su vida al más noble fin existente que es dar la luz al ciego, transmitir los conocimientos al que no puede ver para que vea. Ella sabía que ver era sinónimo de ser libre, como la había explicado Matilde Howard, y que la libertad era el bien más preciado del ser humano. En el año 1834 fundó las escuelas gratuitas de Triana, una escuela de niñas y otra de niños como exigía la legislación vigente. No era fácil que los niños viniesen a clases pues los padres en general no valoraban la educación siendo entre otras cuestiones debido a la especialización productiva ligada a la agricultura que no necesitaba una gran cualificación. Pero había también otras causas más profundas como la necesidad de que los niños trabajasen a corta edad para que colaborasen con los ingresos familiares, al tiempo que no ayudaba tampoco la baja consideración social de los maestros, ni las dificultades presupuestarias. Las escuelas eran en general insalubres y en verano hacía calor al igual que frío en invierno. Los niños se hacinaban para poder asistir a las clases. Pepita no se iba a desanimar por estas cuestiones pues su fe era inquebrantable y además este era su proyecto vital. Comenzando el ayuntamiento a organizar la Instrucción Primaria la primera decisión que toma es la configuración de la ciudad en cuarteles
acorde con la clasificación realizada años antes por el Asistente Pablo de Olavide. El siguiente paso sería la constitución de la Comisión Local de Instrucción Primaria. Si un personaje era odioso en la ciudad sin duda nos estábamos refiriendo a don Liberto Malagamba, secretario de la Comisión Local de Instrucción Pública y fiel cumplidor de las instrucciones del Jefe Superior Político. El fue el causante de la suspensión de sus funciones en el cargo de Regente de la Escuela Práctica Normal a don Rafael Sánchez Cumplido, las intrigas por el poder junto a la intervención del Párroco de San Ildefonso, hombre callado, reservado y con dificultades auditivas hicieron el resto. No hacía honor a los restos del valiente hombre que es honrado en una lápida entrando a la derecha de su iglesia durante la ocupación francesa que dio su vida antes que delatar a sus amigos y compatriotas por el bien de España. Debemos recordar que tras la desamortización de Mensizábañ el estado enajenó los bienes de la Iglesia y que no fue hasta 1851, cuando se firma el Concordato, el momento en que todo cambia y se sella la paz. El mundo estaba cambiando y Pepita quería ser protagonista del mismo. Su ilusión por mejorar la educación de los niños unido a su profundo afecto a la naturaleza le llevó a crear un tipo de escuela distinto al que era al uso en la época. Comenzó a dar sus clases al aire libre, junto al viejo olmo a la puerta de la Iglesia de San Jacinto, las mentes de los niños al aire libre junto al cantar de los pájaros hacía que se abrieran y los conocimientos fluyesen de forma natural hasta los más hondo de sus corazones, lugar donde Pepita sabía que no habitaba el olvido. Este modelo de enseñanza hizo que un barrio tremendamente humilde diera lugar al acceso al recurso de la educación para una gran cantidad de niños y niñas, lo cual fue todo un éxito reconocido por el Excelentísimo Señor Alcalde. Este modelo educativo de Pepita inspirado en la enseñanzas de Matilde Howard fue posteriormente desarrollado en otros países como Alemania por Froebel con la creación del “kindergarten” o María Montessorri años después en Italia, se basaba fundamentalmente en el modelo de enseñanza de la Grecia Clásica que ella había leído durante su periodo de formación a través de los “Diálogos” de Platón con sus discípulos.
La clave era que el cerebro de los niños se abría al conocimiento en la medida que su corazón respiraba paz y armonía y qué mejor lugar que la naturaleza, la madre naturaleza, para la enseñanza en vez de las insalubres escuelas. Lo que nadie podía imaginar es que este éxito reconocido por el Alcalde le traería como consecuencia la enemistad con el envidioso Liberto Malagamba que desde aquel momento se fijó como objetivo acabar con la reputación de Pepita, si lo consiguió o no lo consiguió, será objeto del próximo relato…
75. La estela de una estrella. Luisa Antolín Villota Erase una vez que se era Ella. Nació en un portal o en una cama de hospital o en el ambulatorio del barrio en las afueras – el grito fue el mismo— primer aire en los pulmones que decía su presencia; después, los juegos que tocaban y la ropa – modelada – “eres libre de elegir”, pero hasta dónde puede una afirmar la libertad, como un pétalo, tan delicada… Pero sí, imaginemos la estela de una estrella y poco a poco los mordiscos, volver a levantarse, seguir hacia delante, paradas en curvas y encrucijadas – Ella solo quiere ser. Parece tan fácil al principio, tan difícil, otros días – alimentarse, decir yo. Escalar la montaña, mirarse en el espejo cada mañana, inventar andamios y muletas, abrir una senda al borde del precipicio.
No se vive del aire. Su tía le enseñó un cajón lleno de billetes de cinco mil pesetas, “Aquí guardo mis alas”— dijo. Con un expediente brillante y los ojos llenos de pájaros verdes Ella creyó – estaba segura— que podía ser todo, al fin y al cabo. Con el trabajo en los despachos que pagaban su inteligencia y su tesón consiguió sus billetes-alas. “La-la-la la-li-ta, crecen mis alitas…”. Sin embargo, una mañana de sol y flores en los aleros del tejado, de camino a la oficina Ella se pregunta: ¿Sirven los billetes para volar? Y echa a correr tras el tiempo de la vida; pero ese tiempo no trae billetes. Poco a poco su cajón se va quedando vacío y Ella, sin darse cuenta, comienza a escorarse a las orillas— a la sombra de un sueño. El peso del corazón desprende las plumas de las alas (no los billetes, sino las de verdad, hechas de confianza en sí misma). Sonriente por fuera, Ella las barre a hurtadillas – un pinchazo cada vez – no importa, mientras la nevera está llena, las camas bien hechas, los calcetines ordenados en el armario, la risa infantil. El sueño del tiempo la sirve de alimento y ÉL la cubre con su abrazo tembloroso andando a gatas con cadenas de las que no encuentra la llave. Luego, las manos que se atrofian y Ella empieza, sin querer, a asear la jaula— tiene calefacción y afuera hace tanto frío; la calle está llena de zarzas. Y sin embargo… no se rinde, sabe que tiene que haber otra manera que no haga necesaria esa elección, que no borre el deseo, ni las alas, ni engorde las cadenas. Entonces, un día, sus manos, junto a otras, ruedan el huevo hasta resquebrajar la cáscara y dentro primaveras comienzan a volar y abren rendijas en la caja, donde aún respira la estela de la estrella.
76. Cuento para Julia Mª Carmen Orcero Dominguez
“Seguramente todos suponían que sería la esposa perfecta, el ama de casa ideal que todas las mujeres de su época llevaban encerradas en el fondo de la conciencia construida. Y en cierta manera le hacía gracia recordar la cara de su marido el día que blandió delante de él aquella carta que le comunicaba que tenía por fin un trabajo y que a partir de ese día todo cambiaría en sus vidas. -Pero ¿trabajar para qué? –le había preguntado su suegro al que la decisión lo dejó atónito. -Trabajar para mí, para sentirme útil- le había contestado ella, mientras sentía el pie del marido por debajo de la mesa, en un gesto suave que imploraba rebajar la rebeldía. Tener un trabajo se convirtió en una experiencia nueva y renovadora. Saber que era independiente, hizo la vida distinta y le permitió bajarse de un salto de aquellos zapatos de princesa que le habían hecho a medida y que nunca le habían gustado demasiado”. -Y ¿por qué no le gustaban los zapatos mamá? Pero si eran muy bonitos –le preguntó María abriendo mucho los ojos. -Quizás eran un poco incómodos, cariño, recuerda que eran de cristal. Creo que no le gustaban porque le hacían sentir una mujer que ella nunca había querido ser. Pero ahora a dormir, por esta noche se acabaron los cuentos.
Apagó la luz del cuarto, y se fue recogiendo juguetes y ropa del suelo hasta la cocina donde su marido preparaba la mesa y servía la tortilla con cebollas que acababa de hacer para ellos. -Qué, ¿otra vez Cenicienta? – le preguntó-. Tengo la impresión de que esa princesa de la que tú le hablas ha cambiado mucho con el paso del tiempo ¿no? Lo miró sonriendo pero no dijo nada. Aquel cuento inventando a la luz de la lámpara de la mesilla era un secreto entre su hija y ella, era un vínculo especial, un lugar sereno en un rincón del corazón, donde aprender y enseñar una lucha heredada a fuerza de golpes y una forma de dignidad transmitida en la sangre.
-¡Cómo me conoces!…Por cierto, buenísima la cena…mañana soy yo la que cocina.
77. Joaquina Andrea Reyes LIMA - PERÚ Joaquina vive en San Juan de Lurigancho y todos los días se levanta a las 5 de la mañana para prepararse e ir a trabajar. Ella es profesora. Sale a las 6 de la mañana de su casa, con su clase preparada para el día y con mucho tiempo de anticipación, para prever las dificultades que siempre surgen en el camino por su condición. Toma un carro hasta Puente Nuevo y luego toma una moto taxi hasta lo más alto que puede llegar del cerro Huánuco. Allá arriba la esperan, ellos son los niños y niñas de extrema pobreza que no han podido acceder a una escuela pública, porque sus padres no tienen dinero suficiente para el uniforme o los cuadernos por cada curso. Joaquina junto con las madres de la zona han construido a base de madera un módulo para que sus hijos aprendan lo más básico, una enseñanza que utiliza lo que hay en el entorno, solo hay un cuadernos de hojas recicladas y no hay libros por cada curso, solo la experiencia vivencial del día a día. Por las noches Joaquina le enseña a leer y escribir a las madres de estos niños, que a pesar de sus edades quieren seguir aprendiendo, buscar mejores oportunidades de trabajo y ser un ejemplo para sus hijos.
El pago que Joaquina recibe por esta labor es el plato de comida diario y la sonrisa de sus estudiantes. Ama lo que hace, así que sabe que tiene que tener otro ingreso para poder movilizarse; vende en el mercado los fines de semana, tapetes, chompas, chalinas y todo lo que puede tejer en las tardes, antes de sus clases con las madres. No necesita más, lo tiene todo. Uno se preguntará, por qué Joaquina ha elegido este tipo de vida, por qué no busca una plaza en algún colegio. Ella es docente desde los 20 años, tenía muchas metas en mente, ser parte y aportar para el cambio de la educación, para que los maestros y los estudiantes disfruten de enseñar y aprender en mejores condiciones. Hace cinco años está en litigios con el Ministerio de Educación para que la repongan en su puesto como profesora; pero el Ministerio no toma en cuenta su condición y los motivos por los cuales ella se ausentó. Hace 5 años, Joaquina decidió que no se quedaría a esperar los resultados y retomó su labor como educadora. Ella no pide más, de lo que por derecho le corresponde. Las madres de la zona, saben de su historia, de su decisión y de las dificultades que Joaquina tiene que pasar para llegar hasta sus hijos e hijas y enseñarles, por ello le agradecen y la cargan todos los días para subir las escaleras del último tramo hasta el módulo. Loscánticoss las acompañan.
78. Tu eres futuro Aitana Ortíz Juan Despierta mi niña. Así, abre los ojitos y mírame. Es la hora de comer, pero no te preocupes que yo me ocupo, tu solo déjate sujetar y acerca tu cara a mi pecho. Desde el primer momento en que nos vimos las caras has sabido como hacerlo. El día que naciste fue especialmente cálido, de esos días en los que ya es evidente que otro invierno ha pasado y que la primavera anda merodeando por el calendario. Tu padre y yo nos sentimos felices y abrumados a partes
iguales. Pero quizá la felicidad era mucho más incuestionable. En cambio, pasados esos primeros días, aunque no se disipó, se entremezcló con el miedo a fracasar en la gran obra de arte que es tu educación. Pero no nos rendimos, no mi niña, que tú eres lo primero. Te voy a abrir la ventana del balcón ahora que has terminado de comer para que te dé el sol y el aire de la primavera en la piel. Fíjate, te ha gustado. Lo repetiremos más veces, pero voy a conservar este momento en mi memoria para poder contártelo muchas veces cuando seas mayor. Seré algo así como tu memoria de reemplazo en todas tus primeras veces, pero también tengo la intención de ser la guardiana de tu futuro. Cuando yo era pequeña, en los años 80, que a tí te parecerán muy lejanos, casi siglos, las cosas eran bastante distintas a las de ahora. Yaúnn lo serán más para cuando tú seas mayor. En mi, ahora antigua infancia, ya mi madre se dedicó a grabarme a fuego que debía ser independiente, autónoma, gestionar mi economía y vida sin un sustento masculino. Cuando crezcas, esta anécdota te parecerá de otra galaxia: “ ¿Cómo sino iba a ser?” te preguntarás, y no sabes como es de importante eso. Que no entiendas estos consejos y que te parezcan redundantes, nos da esperanzas a todos. Aún así no te confíes mi niña, porque es fácil perder el norte. Por si acaso, tu padre y yo te enseñaremos con nuestro ejemplo; no sabes lo valioso que es tener a alguien como él a nuestro lado. Pero todo eso ya lo irás viendo. Ahora cariño, cierra los ojos y duerme un poco tu sueño de bebé, que el futuro es tuyo y que tú eres futuro, así que ya vendrá.
79. Me pongo en mis zapatos Diana Sampedro Sanchez Intento tomarme la vida con humor y aplicarme eso de no amargar demasiado al prójimo, por ello me dibujo cada día la sonrisa de payaso a golpe de liptstick. Nada más levantarme me río de mi misma frente al espejo, y he logrado que la imagen me devuelva una sonrisa, ¡qué chica tan maja!, a esas horas de la mañana y de tan buen café... Como aún es temprano, por las mañanas digo, pues tengo tiempo de darme una ducha y maquillarme un poquito, dando luz aquí y oscuridad allá y logrando sacarme el máximo partido como dicen. Imagino que dos horas más de sueño diarias y dos kilos de preocupaciones menos al mes y no necesitaría pintura que valga. Pero como hay que dar de comer a la industria cosmética no seré yo a la tacaña que no se gaste unos cuantos euros en una barra de labios, un corrector, un iluminador, un colorete... Y si de eso se trata, de arrimar el hombro, aunque sea más alto que el tuyo, pues de puntillas me pondré, porque los zapatos de tacón me producen dolor de pies y espalda, y además yo cuanto más cerca del suelo mejor, por aquello de que la caída duele menos. Pero de cara a la galería he de mantener una imagen alta y altiva sobre dos incómodas alfileres de lo más chic. Cuando mis dos hijos están desayunados, multivitaminados y con sus defensas a tope al igual que sus mochilas, me dispongo también a supermotivarme de camino al colegio y a la oficina, sorteando coches y rostros largos, cortos y de todo tipo con los se suele topar una a las siete y media de la mañana. "Soy una mujer moderna, independiente, segura de mi misma..." Parece ser que si me lo repito de forma constante se hará realidad, la fuerza de la atracción ó algo así he leído... Entro en la oficina y tras saludar a mis compañeros, me tomo un café cortito eso sí que luego me pongo nerviosa, y me dirijo a mi despacho. Sí, tengo despacho propio, eso de ser la jefa tiene esas ventajas. Un lugar único donde sentirte aislada...¡qué bonito!
¡Con lo bien que estaba yo de becaria, compartiendo mesa con dos compañeros más que me miraban con recelo y me quitaban los bolígrafos, folios, hasta la silla en ocasiones! Salgo entonces del despacho, voy al almacén y cojo un caja de bolis, un paquete de folios,unas carpetas clasificadoras. Y para tal maniobra decido ponérmelo fácil y ponerme cómoda. Todos en la oficina me miran, aquí una servidora cargando con material de oficina de un lado a otro, y lo más llamativo, sin mis tacones. Suelo esconderme tras mi escritorio con unas fantásticas bailarinas, confortables como una cama de algodón de azúcar y he decidido mostrarlas al mundo, aunque sea a costa de estar más cerca de él. Poso las hojas, los útiles de escritura, y la silla al lado del asustado becario que no sabe bien lo que está ocurriendo, pero que teme lo peor ( que vuelva a mandarle a hacer fotocopias, a por otro capucchino...). —Para tí— le digo mirándole a los ojos. —Te aseguro que le darás buen uso. Giro sobre mis manoletinas, qué comodidad, y me vuelvo a mi cubículo. Sé que todos me siguen mirando, y siento la sonrisa atónita del muchacho sin verla. Los que sonríen a su modo sin duda alguna son mis pies, y ¡qué bien se vive con ellos en el suelo!