mar de fondo selección de lecturas El mar, protagonista o escenario, tiene una importante presencia en estas lecturas que puedes encontrar en las bibliotecas de San Lázaro y Lorenzo Rodríguez Castellano (La Granja)
Capitán de mar y guerra : Aventuras de la Armada inglesa / Patrick O'Brian La Sophie se hace a la vela. Y allí estaba, balanceándose suavemente, saliendo de Puerto Mahón: por la aleta de estribor quedaban las embarcaciones y detrás la luminosa ciudad. El viento del norte, que soplaba por babor, empujaba la popa virándola ligeramente. Jack hizo una pausa y al darse cuenta de lo que estaba pasando exlamó: ¡Arriba de inmediato! Las voces repitieron la orden y al instante los obenques se oscurecieron con los hombres que pasaban y subían corriendo como si estuvieran en la escalera de su casa...
Un capitán de quince años / Julio Verne La Pilgrim era una embarcación de cuatrocientas toneladas que pertenecía a James W. Weldon, armador de California, poseedor de una flotilla. La Pilgrim había sido construida en San Francisco y se la destinaba a la pesca mayor en los mares australes. Mandaba la goleta el capitán Hull quien sabía desenvolverse muy bien entre los hielos que en el verano derivaban hacia el cabo de Buena Esperanza o Nueva Zelanda...
El corazón de las tinieblas / Joseph Conrad El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea.El estuario del Támesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua. A lo lejos el cielo y el mar se unían sin ninguna interferencia, y en el espacio luminoso las velas curtidas de los navíos que subían con la marea parecían racimos encendidos de lonas agudamente triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas...
La costa de los diamantes / Clive Cussler Los acantilados protegían la ancha playa de la cada vez más fuerte tormenta de arena, pero el polvo estaba enturbiando las aguas a lo largo de la rompiente mientras la arena se posaba en el océano. Las una vez blancas crestas tenían ahora el color marrón del fango, y parecía como si el mar se moviese más lentamente bajo el peso de las toneladas de arena que recibía. A medianoche vieron las luces de un pequeño barco anclado a un centenar de metros de la orilla. El barco, un pequeño navío de cabotaje de unos setenta metros de eslora, tenía casco de acero y calderas de carbón...
Gran sol / Ignacio Aldecoa El sureste lento, cálido, hondo, picaba las aguas de la dársena. Lejana amarilleaba la mar abierta. En el cielo del atardecer se apretaban las nubes como un racimón de mejillones, cárdeno y nacarado. Las gaviotas daban sus critos estremecidos revoloteando el puerto, garreando las olas. Un barco bonitero navegaba hacia la línea de atraque; baja la mar, bajo y áspero el run del motor. Olía a podredumbre de algas y a tormenta. Colorineaban las manchas de gasoil en las aguas. En los muelles, la marea descendente descubría los manchones moluscarios...
La isla del tesoro / Robert Louis Stevenson El squire Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros caballeros me han indicado que ponga por escrito todo lo referente a la Isla del Tesoro, sin omitir detalle, aunque sin mencionar la posición de la isla, ya que todavía en ella quedan riquezas enterradas; y por ello tomo mi pluma en este año de gracia de 17... y mi memoria se remonta al tiempo en que mi padre era dueño de la hostería «Almirante Benbow», y el viejo curtido navegante, con su rostro cruzado por un sablazo, buscó cobijo para nuestro techo. Lo recuerdo como si fuera ayer, meciéndose como un navío llegó a la puerta de la posada, y tras él arrastraba, en una especie de angarillas, su cofre marino...
El mar / John Banville Se marcharon, los dioses, el día de la extraña marea. Las aguas de la bahía, toda la mañana bajo un cielo lechoso, habían crecido y crecido, alcanzando cotas inusitadas, las pequeñas olas inundaban una arena reseca que durante años no había conocido otra humedad que la lluvia y lamían las mismísimas bases de la duna. El casco herrumbroso del carguero que permanecía encallado en la otra punta de la bahía desde tiempo inmemorial debió de pensar que iban a volver a botarlo. Después de ese día yo no volvería a nadar. Las aves marinas gimoteaban y se lanzaban en picado, nerviosas, al parecer, ante el espectáculo de ese enorme cuenco de agua inflándose como una ampolla...
Marinero en tierra / Rafael Alberti El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar? En sueños, la marejada me tira del corazón. Se lo quisiera llevar. Padre, ¿por qué me trajiste acá?
Odisea / Homero Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos!...
La regata / Manuel Vicent Zarparon tranquilamente, y al cruzar la dársena, Dora Mayo, en bikini, de pie, agarrada al estay, vio por primera vez cómo el filo de la proa a veces dividía el arco iris que formaban las manchas de gasoil sobre el agua muerta, y apenas ganada la bocana, California izó el foque y se dio prisa en poner el piloto automático que le dejara las manos libres para abordar a la amante, tratando de poseerla mientras las olas golpeaban las amuras y la vela vibraba, unos sonidos tan esenciales que, unidos al silencio acuático, le excitaban sobremanera. Pero la chica se negó. Un orgasmo en alta mar son dos abismos, demasiados, uno abajo y otro arriba, sin control...
El señor de las moscas / William Golding Ralph subió a aquella plataforma. Sintió el frescor y la sombra; cerró un ojo y decidió que las sombras sobre su cuerpo eran en realidad verdes. Se abrió camino hasta el borde de la plataforma, del lado del océano y allí se detuvo a contemplar el mar a sus pies. Estaba tan claro que podía verse su fondo y brillaba con la eflorescencia de las algas y el coral tropicales. Diminutos peces resplandecientes pasaban rápidamente de un lado a otro. Ralph, haciendo sonar dentro de sí los bordones de la alegría, exclamó: - ¡Uhhh...!
El talento de Mr. Ripley / Patricia Highsmith Tom pensó que quizá era que estaba asustado. Odiaba el mar. Nunca había viajado por mar, salvo un viaje de ida y vuelta desde Nueva York hasta Nueva Orleans, pero a la sazón lo había hecho en un buque platanero, pasándose la mayor parte del viaje trabajando bajo cubierta, sin apenas darse cuenta de que navegaban por el mar. Las escasas veces que se había asomado a la cubierta, la vista del mar le había asustado al principio, luego le había hecho sentirse mareado, impulsándole a regresar corriendo a la bodega, donde, en contra de lo que decía la gente, se había sentido mejor. Sus padres habían perecido ahogados en el puerto de Boston...
Veinte mil leguas de viaje submarino / Julio Verne El año 1866 quedó caracterizado por un extraño acontecimiento, por un fenómeno inexplicable e inexplicado que nadie, sin duda, ha podido olvidar. Sin hablar de los rumores que agitaban a las poblaciones de los puertos y que sobreexcitaban a los habitantes del interior de los continentes, el misterioso fenómeno suscitó una particular emoción entre los hombres del mar. Negociantes, armadores, capitanes de barco, skippers y masters de Europa y de América, oficiales de la marina de guerra de todos los países y, tras ellos, los gobiernos de los diferentes Estados de los dos continentes, manifestaron la mayor preocupación por el hecho....
El viejo y el mar / Ernest Hemingway Era un viejo que pescaba solo en una barca en la corriente del Golfo y llevaba ochenta y cuatro días sin coger un pez. Durante los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado, los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salao, que es la peor forma del infortunio, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que en la primera semana cogió tres buenos peces. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su barca vacía...