En este contexto, una investigación sobre la percepción no puede ser ajena a los hallazgos de la neurociencia y tampoco puede eludir los debates filosóficos sobre los estados mentales, en particular la percepción.
1.1 Los grados de percepción: un camino a la conciencia Un alpinista imprudente, que subía solo por un precipicio, se encuentra colgado en el extremo de su cuerda de seguridad mil pies arriba del barranco. Incapaz de subir por la cuerda o de balancearse hacia un apoyo seguro, grita desesperado: ¡aloo, aloo! ¿Alguien puede ayudarme? Para su asombro, la nubes se separan y son atravesadas por una hermosa luz, y una potente voz le responde: ¡Si, hijo mío, yo puedo ayudarte, toma tu cuchillo y corta la cuerda! El alpinista toma su cuchillo, se detiene, piensa y piensa. Entonces grita: ¿Alguien más puede ayudarme? (Dennett, 2006, p.226).
En ese mundo de creencias que nace desde la percepción, creemos en lo que vemos y creemos en los que nos dicen, siempre en un menor o mayor grado de creencia. Creemos en las impresiones que afectan nuestros sentidos, creemos que hace frío porque sentimos el frío, si no lo creyésemos podríamos morir de frío. Creemos en lo que alguien nos dice, porque ese alguien es una autoridad en lo que dice o, porque siendo niños, ese alguien es el adulto en el cual creemos. Creemos en Dios, porque el adulto, la autoridad, creen, o simplemente porque la mayoría tiene esa creencia. Pero, como al alpinista, nos llega el momento de la duda. El tránsito entre la duda y la creencia o viceversa se debe a que nuestra percepción, al igual que las creencias, es por grados.
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