Relatos del Concurso literario 2017Libro2017

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12 a 16 años 12 eta 16 urte bitartekoak

 Se como Paquito (Lara Suárez-Mira Reija) • Relato ganador


SÉ COMO PAQUITO Paquito era un “niño prodigio”. Muy amigo de sus amigos, alguien en quien se podía confiar y con el que se podía contar cuando surgía algún problema. Una persona solidaria y de costumbres fijas. Pese a su pequeño tamaño, siempre luchaba por lo que creía correcto. Si veía a dos matones en el instituto amenazando a uno más pequeño con robarle el bocadillo, ahí estaba intercediendo Paquito porque creía que no era justo meterse con alguien más pequeño. La mecánica de sus actuaciones era siempre la misma. - ¡Métete con alguien de tu tamaño, grandullón!- exclamaba. -Chaval, más te vale salir de aquí si no quieres que te parta los dientes.contestaba el matón. -Las gallinas corren más que tú. ¿A que no me pillas?- decía Paquito con voz burlona. El matón lo perseguía y Paquito corría a la mayor velocidad que sus pequeñas piernecitas le permitían. En una ocasión se metió en un baño sin cerrar la puerta y el grandullón lo siguió. Como era muy pequeño se escondió detrás de la puerta y en el momento en el que su atacante entró, le dio una patada en la espinilla y consiguió salir del apuro. ¡Punto para Paquito! Caminó por el patio y divisó a un niño “de chocolate” que estaba siendo discriminado por su color de piel.


No le dejaban jugar con las muñecas porque todas eran de color carne y no había ninguna de otro color. Le decían que no era creíble, que no podía participar. Paquito fue a buscar su estuche y cogió un rotulador marrón. Les preguntó a los niños si le dejaban una muñeca. Así lo hicieron. Él la pintó enterita de color marrón y se la tendió al pobre niño discriminado. -Aquí tienes tu muñeca, amigo. Ahora podrás jugar sin ser juzgado por tu color de piel, porque realmente eso no importa nada. Todos tenemos derecho a jugar. -Muchas gracias, Paquito. Eres un auténtico héroe. Paquito, orgulloso y digno, se marchó al campo de fútbol a jugar un rato. Aquí estaba aconteciendo otra injusticia: una niña quería participar en el partido y el cabecilla del grupo no la dejaba jugar. Paquito propuso un trato: la chica tiraba un penalti al cabecilla, si metía el balón entre los palos, la dejaban jugar. Si fallaba, se iba. Curiosamente nadie se planteó nada más y así se hizo. Colocaron el balón en el punto de penalti y el chico que llevaba la voz cantante se dirigió al lugar que debía ocupar en la portería. La niña cogió impulso con una potente carrera, levantó la pierna, arqueó el pie, movió el empeine hacia delante y tiró. El balón salió despedido con tanta fuerza que el portero, asustado, se separó para no ser golpeado. Gol. La chica se quedaba. Paquito confiaba en ella y sabía que lo iba a marcar. Se fue de allí muy contento. Regresó a las clases. Por el pasillo, pasó por delante de las aulas de los más pequeños. Dos niños estaban discutiendo porque no querían compartir sus tesoros. Uno tenía rotuladores y el otro,


lápices de colores. Paquito expuso sus razones para explicarles lo que debían hacer: -Si compartimos lo que tenemos, los dibujos quedarán mucho más chulos. Así tendrán diferentes matices y formas. Serán preciosos y a la profe le van a gustar mucho más. Los niños se miraron extrañados. Uno enarcó una ceja y, tímidamente, le cedió el rotulador rojo. El otro le prestó el lápiz azul. Colorearon el dibujo en mucho menos tiempo, y como Paquito dijo, quedó mucho más chulo. Así transcurría cualquier día de la vida de Paquito, el anónimo héroe que se dedicaba a ayudar a los demás sin pedir nada a cambio. Con su actitud resolvía problemas menores antes de que llegasen a ser más graves. Todos le apreciaban e intentaban parecerse a él. Ahora Paquito tiene 32 años y es voluntario. Además de ser donante de sangre y médula, se dedica fundamentalmente a ayudar a los refugiados que se juegan la vida en las pateras. Vienen desde recónditos lugares del mundo huyendo de algo que les aterroriza. Sé como Paquito. Sé generoso. Sé amable. Sé solidario.

PSEUDÓNIMO: Zenda


A partir de 17 años 17 urtetik aurrera

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Sumidos en el olvido (Antonio Ruslán Millán Bautista) • Relato ganador Apátridas del presente (Van Helsin) Las cadenas de las palomas (Gorkazaña) El Eden de las cenizas (Luchito) Izakia (Rockerazo) El Ultimo (Antonio Pardo)


Sumidos en el olvido Un coche dejó al hombre de aspecto senil cerca del campo de refugiados de Calais. Su fisonomía era vulgar: tenía la nariz gruesa, la cara ancha y un marcado bigote. Llevaba un sombrero oscuro, la ropa gastada, una bufanda arrollada al cuello, y en la mano un cayado. Todo aquello le daba un aspecto anacrónico. Acaba de amanecer, el sol se presenta pálido en el cielo plomizo mientras caen pequeñas gotas de lluvia sobre el asfalto. Blandos rayos de luz atraviesan las gotas refractándose y dispersándose en vivos colores. De las chimeneas industriales de la urbe salen columnas de humo blanco y una niebla luminosa envuelve a los numerosos camiones que cruzan hacia el país vecino. La triste mirada del anciano estaba perdida en aquel mar de plástico sobre el barro, sus brazos cruzados sobre la espalda y el cuerpo inclinado hacia delante conteniendo la respiración. Era aquello un lugar infausto y yermo; sitio de ruinas. Por doquier asomaban escombros y precarias construcciones de madera forradas con plástico. La lluvia caída el día anterior, le daba un aspecto de jungla de babel a aquella jaula de hombres. Separados por una doble valla metálica con concertina custodiada por guardias con perros, convivían personas de diversas nacionalidades. Ignora el gobierno francés que ningún muro será mayor que el anhelo a la libertad del ser humano. Había también numerosos negocios precarios y hasta salones de té donde se reunían para olvidar las penas. La hospitalidad es un valor sagrado para ellos y hay carteles que lo muestran “Todo el mundo es bienvenido”, porque aquello era una pequeña ciudad cosmopolita. La mayoría esperaban su oportunidad para llegar a Reino Unido a través del Eurotúnel, escondidos en camiones o trenes. Mientras tanto sobrevivían como podían. Escéptico ante la desoladora visión advirtió el protagonista que la historia había vuelto a repetirse. Se le pasó por la cabeza una sentencia de Maquiavelo aprendida durante sus tardíos estudios: “todo aquel que desee saber qué ocurrirá debe examinar qué ha ocurrido: todas las cosas de este mundo, en cualquier época, tienen su réplica en la Antigüedad”. Cuánto de cierto había en ella. Una lágrima cayó por su demacrado rostro. Ya había sido suficiente. Decidió acercarse a la playa para descansar. Unos acantilados se entreveían en el horizonte, eran el telón de fondo de la ciudad, y ofrecían una conmovedora vista. La inmensa corriente de agua que se extendía a los pies del anciano, evocó la ciudad de su lejana infancia, Barcelona, que no había pisado desde que la abandonó al final de la guerra. Aquella guerra que fragmentó a España en dos bandos y dejó tras de sí un rastro de destrucción y de sangre del que la nación tardaría muchos años en recuperarse. “Era una mañana de enero de 1939. La pálida luz del alba no cambió el aspecto de ciudad de sombras. Las tropas fascistas, comandadas por el general Yagüe, avanzaban impasibles. Aunque los republicanos luchaban con la mayor ferocidad, el estoicismo demostrado fue insuficiente y la conquista de la ciudad era inminente.

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Mi padre, maestro de la República, murió culpable de “inocular en la sociedad y en las mentes juveniles el virus republicano”. Como madre no tenía, pasé al cuidado de unos tíos. La caída de la ciudad sorprendió a mi tío luchando en la línea del Llobregat, el Manzanares de Barcelona según la prensa. Nos llegó una carta suya en la que nos incitaba a abandonar la ciudad inmediatamente, además, aseguraba reunirse con nosotros en Francia. Aquella fue una de las muchas promesas que se hicieron en la guerra, pero jamás se cumplieron. Mi tía, su hijo pequeño y yo decidimos abandonar la ciudad con la caída del sol. Cuando comenzamos la huida se veían, a lo lejos, numerosas columnas de humo procedentes de diferentes pueblos capitulados. El mismo destino estaba reservado para nuestra querida metrópoli. En un par de horas pudimos salir de aquel laberinto de calles a las que los bombardeos por parte de la Aviación Legionaria Italiana dejaron sin luz. Una vez en el campo, vimos sobre la tierra sin color casas pequeñas, palos torcidos de telégrafos y oscuros terraplenes por donde corría la línea del tren. Es de las pocas cosas que recuerdo de aquel lejano invierno. Cuando llegó la claridad del amanecer, pudimos observar la marea humana que abandonaba la ciudad de aspecto gris, triste y oscuro. Se extendía a lo largo de varios kilómetros y se largaba hasta fundirse con las columnas del horizonte bajo el cielo húmedo y plomizo. Interminables filas de soldados que valeroso defendieron su patria, mujeres de rostro angustiado, ancianos taciturnos, niños abrumados por el cansancio, embarazadas y numerosos heridos gravemente y otros tantos con golpes, cortes y magulladuras. Algunos perecieron en el camino al no haber médicos ni ambulancias que se prestaran para auxiliarlos mientras que otros no tuvieron el coraje para seguir, y abandonaron el camino. Todo ofrecía un panorama deplorable. Recorrimos la carretera de Portbou a pie durante agotadoras caminatas. La multitud que nos acompañaba estaba enmudecida. El silencio se rompía cuando aparecían aviadores italianos y alemanes, para ametrallar bárbaramente al pueblo indefenso. Los árboles que bordeaban el camino servían de cobijo cuando huíamos en un vano intento de protegernos. Aquel tipo de cobardía por parte de los vencedores se repetía a menudo. Otro gran enemigo fue el crudo invierno. Aquellos días de enero hicieron temperaturas excesivamente bajas. Además tuvimos que soportar la tramontana, un viento que azotaba tenaz durante horas. Nosotros, por fortuna, trajimos manta y algunos abrigos, pero otros no aguantaron y cayeron a manos del impasible frío. Llegamos a PortBou a principios de febrero. Aturdidos, desconocedores de la situación política que atravesaba Francia, cruzamos la frontera con la esperanza de encontrar en el país de “ Libertad, Igualdad y Fraternidad” y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, ASILO, SEGURIDAD Y AYUDA. Sin embargo, todo se limitó a una gélida acogida. El desengaño fue tan fuerte que quedaría grabado en nuestro interior. Las campañas de propaganda contra los republicanos, azuzando el miedo al comunismo y retratándoles como peligrosos y malhechores, hicieron que fuéramos recibidos con desprecio y miedo. Sin embargo, una minoría consciente de nuestro sufrimiento, protagonizó numerosos “ LA NUEVE “


actos de solidaridad. Tales muestras de la fraternidad fueron perseguidas por las autoridades del país. Ejemplo de ello fueron camiones llenos de comida recogida por los sindicatos franceses que los gendarmes hacían volcar. “Allez, allez, allez. Les hommes par ici, les femmes avec les enfants par là.” Nunca olvidaré aquella sentencia, permanecerá para siempre conmigo. Separados por guardias franceses mi primo y mi tía fueron repartidos por la geografía francesa. En cambio, yo, junto a los hombres fui escoltado, por gendarmes armados hasta los dientes, hacia el campo de concentración de Barcares. Las condiciones de “vida” eran inhumanas y el trato degradante y cargado de menosprecio moral y material. A los prisioneros apenas se les daba comida, y nunca se les ofreció agua ni ropa de abrigo. Allí conocí a numeroso brigadistas, claro ejemplo de la solidaridad internacional. Aquella solidaridad también estuvo presente en el campo de concentración en forma de una llama a la que ninguna tormenta pudo apagar. El mal trato recibido por parte de las autoridades francesas era siempre respondido con nuestro heroico gesto del puño en alto. Todos fuimos valientes por vivir en condiciones tan inconcebibles. La higiene estaba ausente, y los pocos médicos y enfermeras que se encontraban allí, normalmente reclutados de entre los propios refugiados, hacían frente a las epidemias con muy pocos medicamentos. Enfermedades como la malaria, el tifus, la neumonía, o la tuberculosis fueron el verdugo de muchos hombres. Otros cayeron en la profunda sima de la locura producto de interminables días vacíos, y un futuro que no presagiaba nada bueno. A pesar de las duras condiciones en la que vivíamos, la actividad cultural e intelectual no solo no se vio afectada sino se desarrolló con fuerza. La cultura es la base de la libertad fue la piedra angular que motivó diversas iniciativas en los campos de concentración. Tomamos el ejemplo de las maestras de la república responsables, en buena medida, del nuevo ciudadano, educado en los valores de igualdad, libertad y solidaridad, e impulsamos el conocimiento. La necesidad de distraer a los exiliados de la cruda realidad y mantener altos los ánimos fueron razones que también impulsaron estas actividades. Docentes, artistas y estudiantes, junto a miles de soldados, nos organizamos para fomentar la cultura en el exilio. Se daban clases regulares, y los barracones de la cultura también acogían charlas y conferencias. Esto sirvió para difundir las ideas por los campos y mantener vivos los principios de la República, además de instruir en aspectos fundamentales de la vida cotidiana, como la higiene y la educación. En mayo se pudo inaugurar un Palacio de Exposiciones en nuestro campo pero, los materiales eran normalmente de gran pobreza. Se hicieron esculturas de jabón, de barro, de madera, de miga de pan, de latas de sardinas. Aunque también había acuarelas y óleos. El artista Nemesio Raposo retrató de forma detallada la vida en el campo de Barcarès, explicando cómo eran los barracones, la línea eléctrica, los depósitos de agua o el camino de arena por el que paseábamos, limitado por el mar y la alambrada. A finales de 1939 en Francia se crean las Compañías de Trabajadores Españoles (CTE). Soy integrado como prestatarios militares, por lo que participo en la construcción de líneas defensivas cerca de la frontera italiana. Después del armisticio de 1940, el gobierno de Vichy empleó el campo de Le Barcarès como punto de concentración de estas compañías, por lo que “ LA NUEVE “


vuelvo a estar encerrado. El campo fue desmantelado a finales de 1942, y los internados que permanecíamos allí, trasladados a otros campos. Salimos de noche dirigidos hacia un desconocido lugar, probablemente alguna zona dominada por alemanes. Avisados por otros camaradas, supimos que estábamos siendo traicionados por el gobierno francés, que nos conducía a la boca del lobo fascista. Decidimos escapar en una parada que se hizo en Valence. En nuestra huida nos establecimos en un pueblo a camino de Lyon y Valence. Allí fuimos alojados en varias casas, y escondidos temporalmente. La mayor parte de los habitantes eran humildes trabajadores, en contra del gobierno de Vichy, que nos trataron como compañeros de desgracias. Aquella fue otra de las muestras de solidaridad de las capas sociales más bajas de Francia. Más tarde nos enteramos de que existía un asentamiento de la guerrilla francesa, en un reducto montañoso de Vercors, ubicado en una meseta del sureste de Francia, cerca de los Alpes. El lugar, de difícil acceso, resultó ideal para el lanzamiento de comandos paracaidistas y de agentes aliados. Junto a otro grupo de franceses conseguimos llegar a aquel reducto. Con estos partisanos, conocidos como “maquis” realizamos algunos sabotajes de vías férreas, estaciones de tren, autopistas y en general ataques a los convoyes de abastecimientos alemanes. Hay palabras que quedan grabadas en la memoria de la historia, De Gaulle lo sabía y por ello proclamó: "París, ultrajada, París, rota, París, martirizada, pero París liberada. Liberada por ella misma, liberada por su pueblo con el concurso de los ejércitos de Francia, con el apoyo y la contribución de Francia entera. Es decir, de la única Francia, de la verdadera Francia, de la Francia eterna". Con aquello, enterró la importancia de los liberadores españoles, ensalzando una Resistencia francesa en la que participó una minoría dentro de la cual sobresalen la de los comunistas. Esos españoles que liberaron París, fueron silenciados y sumidos en el olvidado en Francia. Apenas había rastro de su descomunal labor en los libros de historia. Al terminar la guerra, muchos albergamos el sueño de volver a España para derribar a Franco. El paso de los años junto a la falta de apoyo apagaron los últimos rescoldos de ese sueño. Finalmente tuvimos que renunciar a esa bella causa. Como no conocía a nadie en España, decidí vivir en la Francia de posguerra. Fueron años difíciles, pero no comparables con los que viví anteriormente, los cuales me curtieron haciendo de mi un hombre. Aun así, la realidad es cruel, y hoy en día todavía tengo pesadillas, fruto de aquellos yermos años.” El anciano dejó de recordar su pasado, anochecía, el sol decaía y las sombras se apoderaban del día. El mar estaba en calma y las olas, mansas, bañaban la arena. La oscuridad de la noche permitía la visión de un inmenso firmamento bañado por miles de estrellas. Era una visión pintoresca. Sabía el protagonista que la Historia se había repetido en nuestros días. La misma desidia política que permitió la catástrofe humanitaria en España, se ha repetido en Irak, Libia y Siria. La oleada de «rojos españoles, revolucionarios y muy violentos» que atravesaba los Pirineos, ha sido sustituida por otra marea humana, esta vez de «fanáticos musulmanes” que llegan a nuestras playas en balsas. Sabía que morían diariamente personas en el mar, víctimas de una Unión Europea que no cumplía con las medidas anunciadas para ayudar a los migrantes que “ LA NUEVE “


huyen de países en conflicto. Y el único pretexto que daban era el de afirmar que «los terroristas vienen infiltrados entre el flujo de migrantes”. No querían ver que huían pero quedándose sin hogar y sin familia para arrojarse a una pobreza absoluta. También sabía que eran conflictos provocados por el imperialismo, y apoyados por la mayoría de gobiernos. Dicen que la memoria histórica es importante para no cometer los mismos errores del pasado. Sin embargo, el ser humano, aun conociendo la historia, vuelve a repetir los mismos errores. O tal vez los buitres ególatras abrazados a sus riquezas, son quienes incitan a repetirla para sacar provecho de ella. La Europa en la que vivimos elude la desdicha de los refugiados sirios y al mismo tiempo olvida las lecciones de solidaridad que hubo tras la II Guerra Mundial, que hizo emigrar en todas direcciones a millones de personas de un continente completamente devastado por la guerra. Es nuestro deber moral recordarla y transmitirla. No debemos dejar que caiga en el olvido.

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APÁTRIDAS DEL PRESENTE Desperté. Tardé en abrir los ojos. No quería desperezarme. Me sentía muy bien y me daba pereza. Solo me incomodaba un poco el notar la presencia de sudor en mi cuerpo. Me sentía feliz: había tenido un sueño muy agradable. En cuanto abrí los ojos…Realmente no llegué a abrirlos. Solamente separé un poco los párpados superiores de los inferiores…Y volvió aquel sentimiento de tristeza de los últimos meses que el sueño de aquella noche había conseguido alejar y hasta hacerme olvidar. Vi las paredes de plástico de color naranja de la tienda. Ya sabía dónde estaba. Un rayo de sol me estaba calentado los pies. Se oían voces de otros niños que jugaban fuera. Pero no me apetecía jugar con ellos. No me apetecía ninguna cosa. Solo llorar y seguir llorando. Nos vendieron sitio en aquel barco. Era muy caro, pero suponía la libertad. Después de varios días sin apenas poder movernos, la embarcación, abarrotada de turistas pobres, como nosotros, se hundió, por suerte tan solo a varias decenas de vuestras costas. El salvamento fue bastante sencillo, y no se ahogó casi nadie. Estábamos todos muy contentos: por fin éramos libres. Sin embargo, la policía, los militares, los sanitarios…No sabemos qué pasa, no sabemos porqué, pero no nos dejan irnos. Hay alambradas, vallas metálicas. Nos ponemos muy nerviosos algunas veces, porque queremos proseguir nuestro viaje pero comprobamos que les da igual, nuestra voluntad les da completamente igual: no podemos irnos, y punto. Y cada vez somos más. Llegan más. ¿Cuándo y cómo acabará todo esto? Hay muchas cosas que prefiero no pensar. Pero yo qué sé… Me duelen los pies. Llevamos horas en la cola. No avanzamos. O avanzamos tan lentamente que parecemos no avanzar. Y así cada día. Y llevamos semanas así. Ya ni recuerdo para qué era la cola. Otra vez nos han sacado una foto. Los periodistas no nos dan nada, pero sí que se llevan fotografías nuestras. Vienen, se ponen serios y hacen fotos. Después se van. Se alejan charlando tranquilamente. Se ve alguna sonrisa en sus caras. Es la diferencia. Nosotros llevamos ya meses sin sonreír. Nadie sonríe. No recordamos cómo se hacía. Los periodistas vienen, ponen cara seria, por un momento les preocupa el mundo tanto como a nosotros, pero en pocos minutos vuelven a ser libres, pues se alejan. Y de nuevo ya todo da igual. Y quiero volver a casa. Queremos volver a casa hasta que recordamos que nuestra casa hace tiempo que no es más que un montón de escombros. Van Helsin


Las cadenas de las palomas En mitad de la plaza de un pequeño pueblo, se encontraban encadenadas unas palomas. Nadie sabe cuánto tiempo llevaban ahí, pero a fuerza de verlas en el mismo sitio durante tanto tiempo, la gente no se cuestionaba el motivo de su presencia. Debido a las cadenas que las ataban al suelo, las aves no eran capaces de volar ni de conseguir alimentos por sí mismas. De la bebida, al menos, no debían preocuparse, pues por suerte, se encontraban justo al lado de una fuente. La gente del pueblo, al pasar a su lado, ya sea para ir al mercado, al salir de la iglesia, o para visitar a algún vecino; arrojaba algo para que las palomas comieran. En un principio, se trataba principalmente de pan viejo. Pero, las familias más pudientes de la localidad, negándose a echar a los animales lo mismo que las más humildes, comenzaron a alimentarlos con los restos de sus suculentas comidas. Aquellas casas, que aun estando más cerca de los pobres, se creen más ricos que los ricos, no quisieron ser menos; y se dispusieron a gastar gran parte del presupuesto familiar en comilonas, sólo para poder arrojar los restos a la plaza. Comenzó así una dantesca competición, donde las desesperadas ansias de parecer superior al vecino, se camuflaban de generosidad. Y que, para colmo, en la mayoría de los casos era inútil: pues al llevar mucha más comida de la que las palomas podrían comer en veinte vidas, la mayor parte de lo que se echaba a la plaza era arrastrado por el viento, para disgusto del barrendero del pueblo; que para colmo, también debía contribuir en la ofrenda, pues no deseaba ser mirado por encima del hombro por sus convecinos. Pero nadie se percataba de la inutilidad de tal ritual, pues quien llevaba a la plaza los restos de su almuerzo, estaba más pendiente de lo que echaba el vecino que en la panza de las palomas. Hasta que un buen día, una niña fue a la plaza, y no echó comida a las palomas. Si no que hizo algo que hace mucho tiempo que nadie hacía: mirarlas. Un anciano, sorprendido por su actitud, se acercó a ella con la típica curiosidad de los pueblos. ‐¿Qué pasa niña? ¿Acaso no tienes comida para echar a las palomas? La niña señaló a las palomas con la mano, mientras su mirada hacía lo propio con el anciano. ‐¿Por qué están encadenadas? ‐¿Quién sabe?‐Respondió el anciano encogiéndose de hombros. ‐¿Por qué nadie las libera?


‐¿Por qué iba nadie a hacerlo? Al fin y al cabo, no les falta de nada. Tienen agua fresca al alcance del pico, y toda la buena gente del pueblo les da la mejor comida a diario. ¿Dónde iban a estar mejor que aquí? ‐Pero, no son libres. El anciano comenzó a reír tras las palabras de la niña. Ésta, ofendida por la conducta del adulto, argumentó su respuesta. ‐Si tan bien están en este pueblo, se quedarán con o sin cadenas. Pero ningún ser vivo merece vivir encadenado. ‐Son sólo palomas, niña. Sólo palomas.‐ Sentenció el anciano. Frotó la cabeza de la niña con la áspera palma de su mano, y prosiguió con su camino. La niña, se quedó mirando a las palomas pensativa. En ese tiempo, pudo contemplar cómo varias personas arrojaban restos de comida, incluyendo algún manjar que ella en su vida podrá permitirse. Pero también, se fijó en que no era esto lo que comían las palomas, sino que rebuscaban entre los restos hasta encontrar algún trozo de pan, alguna semilla o cereal oculto. Dejando lo demás a la espera del barrendero. De vez en cuando, alguna paloma, olvidando sus cadenas, trataba de alzar el vuelo, hasta que volvía a convencerse de la inutilidad del esfuerzo. La niña volvió a casa. Esa noche, esperó a que toda su familia durmiera, y abandonó su habitación para dirigirse al garaje sin hacer ruido. Buscó en la caja de herramientas todo lo que le podría ser útil en su misión, y abandonó el calor de su hogar para camuflarse en la oscuridad de la noche. A la mañana siguiente, el pueblo entero entró en conmoción al ver que en la plaza no había otro rastro de las palomas a parte de sus cadenas rotas. Hubo protestas en el ayuntamiento, encabezadas por las familias más pudientes de la localidad. Qué, lejos de preocuparse por el destino de las palomas, exigieron su sustitución por unas nuevas a las que poder alimentar. Porque, ¿de qué les sirve poder permitirse los mejores alimentos de la villa, si no pueden presumir de ello? Pseudónimo: Gorkazaña


El Edén de las cenizas Al noreste del distrito lambayecano de Illimo, específicamente entre la margen derecha del rio la leche, se ubicaba el caserío “la cirila”. Allí, sus habitantes en su mayoría, se dedicaban a la agricultura, apicultura y a la elaboración de chicha de joratal es el caso de los señores cantineros como son: Pablo Mío y Mateo Yerren, dueños de los dos únicos establecimientos del caserío como son: “la cholita” y “el edén” respectivamente este último denominado así, debido a su moderna construcción y ambientación ecológica. A pesar de poseer dichas características mencionadas, la cantina carecía de clientela, ya que la gente acudía a tomar su chicha en la cantina “la cholita”. Para atraer clientes a su cantina, don Mateo Yerren cambio la imagen de su negocio, contratando orquesta, por música de sonido, acompañado de dos simpáticas anfitrionas, para fortalecer la atención al público. Al observar un mejor panorama en la cantina “el edén”, la gente concurrió a tomar su chicha allí, reduciendo así a su competidor. A partir de ese momento, le marcho bien en su negocio a don Mateo Yerren, gracias a su estrategia planteada. Para incrementar más sus ingresos, el cantinero decidió contratar un fin de semana a su cantina, a la orquesta musical más popular de illimo como es: “cielo norteño”, orquesta conocida y recorrida en todo el valle la leche. De inmediato fue a contactarlos al pueblo al llegar a un acuerdo económico con julio causal, dueño de la mencionada orquesta. El cantinero mando a imprimir afiches, anunciando su evento y se les pego en diferentes puntos del caserío, para que no solamente lo vean los cirileños, sino los demás pobladores de caseríos aledaños. Al leer la propaganda, que el día domingo llegara a la cirila su orquesta preferida, los campesinos durante la semana, ahorraron su dinero, para espectar dicho evento. Llegada el día esperado, por los cirileños y demás caseríos vecinos desde muy temprano, formaron largas colas fuera de la cantina, para escuchar cantar y bailar con “cielo norteño”. Al momento de tocar la orquesta, cada uno busco su respectiva pareja. Apenas comenzó el concierto, se produjo un incendio dentro de la cantina, a consecuencia de un corto circuito dejando las diversiones de lado, los asistentes, incluyendo los músicos temerosos de sufrir quemaduras, salieron del peligro, rompiendo las frágiles paredes gritaron: ‐¡incendio!‐¡incendio!‐¡llamen a los bomberos!. En ese momento, Don Mateo Yerren prestó un teléfono celular, a través de ese medio llamo a la compañía de bomberos de Illimo, siendo decepcionada la misma por su jefe, el comandante Diego Chozo, quien al contactar con él le suplico: ‐señor bombero, ante todo tenga usted tenga muy buenas tardes, el motivo de mi llamada es para pedirle que envié una cisterna al caserío “la cirila”, ya que en estos momentos, se viene


produciendo un incendio aquí. Al oír, la desesperada llamada del solicitante, el comandante Chozo le responde: no se preocupe amigo, ahora mismo mando dos cisternas para allá. Para evitar que el establecimiento siga ardiendo, la gente contribuía apagar el fuego con baldes de agua, el cual fue insuficiente, ya que la candela se prolongó por todo el inmueble. Después de una larga hora de espera los bomberos llegaron al lugar del siniestro a cumplir con su deber, pero el fuego ya había consumido gran parte de su rustica infraestructura, pero de todas maneras lograron apagarlo. Al día siguiente, si bien es cierto que el siniestro no cobro victimas mortales, trajo consigo grandes pérdidas, sobre todo para don Mateo Yerren, quien al ver reducida su cantina en cenizas, se puso a llorar de pena. Al percatarse de su dolor, la gente fue a consolarlo de su desgracia que había sufrido le dijeron: ‐¡tú edén quedo en cenizas!, extrañando su buena atención, sabor y animación, al que ya les había acostumbrado. Hasta que se reconstruya la cantina, los cirileños volvieron a tomar su ancestral bebida a la cantina “la cholita”, donde muchos fueron sus clientes desde un principio. Luchito


IZAKIA Sumendiaren itzala handituz zihoan epez, epe‌ Dena iluntasunaren menpekotasuna barrenetan esaten zidan, gupidarik gabe. Naturaren indarra gizakia bere lekutan jarriz‌ Gea jakintsua da, gizakia aldiz, autodestruktiboa da jaiotzatik ( salbuespena: egorik ez duen gizakia, bere ingurunea duelako bere barne bakarra). Batzuetan, zeinen polita eta beste batzuetan zeinen gupidagabea. Zer erru zuten hautsen menpe eroritako gorpu nekatuak, izotzezko ispilu tetriko baten sarturik. Denbora aurrera egin zihoan( zer da denbora? Erantzuna bilatu nahi eta ezin eduki, barnean eratzen baita) dena hoztuz, hots gabeko isiltasunean. Belar, lore, zuhaitz, hazien hegalaldi noragabea‌ Bizi berri bat sortuz. Baina bazen hutsez eginiko bizidun pertsonaia, bere izaera hautsetan bizi izandakoa, izaki grisa. Bere buruarekin bat pozik zegoen nahiz eta beste guztia kolore askotakoa izan. Ahotzak hala galdetu zion: -Zergatik hau horren grisa, triste eta goibela? – Ez zuen ezer esan baino bere barnean koloreak maite zituen ere. Nahiz eta bera jaiotako lekua kiratsua eta gorrotoz betetakoa izan. Zer dago hor kanpoan?

Rockerazo


El último

“Yo me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos” L.M.Panero

La rutina de mi nombre me ha hecho olvidarme de mi mismo demasiadas veces. Doblo la esquina del libro y lo cierro. No puedo concentrarme en la lectura, los ojos se me escapan continuamente a la ventana del tren, los pensamientos se me amontonan. Por un momento, mientras veo los arboles y las casas y los campos pasar; noto que empiezo a conseguirlo, empiezo a conocer perfectamente quién soy, me encaja el nombre y se me apelmaza lo vivido. Es una sensación que ya tuve la primera vez que salí indefinidamente de España. Uno no piensa demasiado en quién es durante el día a día, ni nos percatamos de nosotros mismos, y de repente te encuentras y que sensación tan agradable. Coger distancia te obliga a recordar. Coger distancia para entender las cosas es un proceso analítico altamente recomendado. Me sumo a la recomendación. Como dos enamorados que pasan tiempo sin verse y se dan cuenta de lo mucho que se necesitan, como el pintor que se aleja tres pasos para ver su propia obra, como el entrenador de futbol que ve los partidos grabados para entender lo que no supo entender sobre el césped.

La primera vez que salí indefinidamente de España lo hice en avión. Hoy lo hago en tren. Salí desde la T-4 del aeropuerto de Barajas en Madrid hasta el aeropuerto de la ciudad de Londres. Dos horas y treinta y cinco minutos de vuelo. Una carrera, dos masters y muy pocas posibilidades de encontrar


empleo me llevaron a seguir a un amigo que trabajaba allí poniendo copas. Volví hará dos meses cuando se me acabo el contrato. Echaba tanto de menos tantas cosas que prefería que siguiera siendo así: ni había terminado de instalarme en la casa de mis padres cuando tomé la decisión de marcharme de nuevo. Fiesta del orgullo en Madrid, estaba en Plaza de España bebiendo con unos amigos cuando vi pasar a una chica con la que intenté acostarme hacía creo año y medio y a la que me imaginé en innumerables ocasiones desnuda mientras me masturbaba en aquel asqueroso baño con moqueta del piso compartido en Londres. Le pegué un grito y charlamos un rato. Era difícil entenderse pero aun así me invito a acompañarla en Agosto a Grecia, a ayudar en un campo de refugiados.

El asunto es que aquí estoy pero ella no está, a última hora me dijo que le había salido un curro de lo suyo y que no podía rechazarlo. La primera vez que salí indefinidamente de España lo hice en avión (no recuerdo la compañía) hoy lo hago en tren. Es distinto. Hay más romanticismo, más silencio, más introspección y mejores vistas. Los trenes son como un psicólogo de hierro y acero. Voy montado sobre los lomos de este psicólogo de camino a la barbarie, que se repite irremediablemente como en aquella canción de las serpientes de Silvio Rodríguez. Me pongo los cascos y escucho la canción: “la mato y aparece una mayor, con mucho más infierno en digestión”.

Hice caso a mi abuelo cuando me fui a Londres y le he hecho caso ahora. Él trabajó durante años en Francia, creo recordar que en la FORD. Se marchó del país, en palabras literales suyas, porque en esa nueva España del 39 olía


demasiado a polla sudada, cortezas, incienso y sangre. Todo lo fino que no era con el lenguaje lo era con los olores. La realidad es que no se fue, le echaron porque era del PCE. Aquel día recuerdo estar sentado en la mesa del comedor de mis abuelos comiéndome aquel bocadillo de chorizo y que de repente mi abuelo me dijese que tenía algo para mi. Nunca fue un hombre cariñoso, no recuerdo de hecho que me diera un solo beso, y aun menos era un hombre generoso, no soltaba un duro ni si quiera por los cumpleaños. Pero quería darme algo porque me iba del país, también obligado como obligado se fue él de joven. Volvió de su cuarto con dos cajitas y creo recordar que me dijo algo parecido a: “una caja lleva la colonia de tu padre y otra la colonia de tu madre. Ponte la primera de vez en cuando y usa la segunda para ambientar tu cuarto. No hay nada que te vaya a permitir volver a casa tan rápido como esto.”

Me levanto y de puntillas abro la cremallera de la maleta. Saco la colonia de mi padre, me echo sobre las muñecas y froto la una sobre la otra. Me vuelvo a sentar y rápido la mirada se me levanta hacia la ventana del tren: el escenario ha cambiado con respecto a hace un rato. Estamos más cerca de Idomeni, se ha oscurecido el cielo y ha empezado a llover. Nos acercamos a Idomeni y el aliento de lo incomprensible ha empañando los cristales. Estamos a unos minutos de Idomeni y la muerte terrible, la muerte que se amontona, la muerte sobre la muerte, generaciones y generaciones muriendo unas encimas de otras, a la vez, a un mismo tiempo; está sobre nosotros.

Empiezo a marearme y la lluvia cada vez cae más fuerte. Trato de concentrarme en la ventana para recuperarme pero es peor porque no se ve


nada. Una canción me da vueltas, creo que es un pasodoble: porqué… me arrancan de tu rosal… ¡Suspiros de España!… ese es el pasodoble. Abro el libro y lo anoto en la última página. ¿Cómo era la letra?... Quiso Dios, con su poder, fundir cuatro rayitos… de…. el sonido del tren es cada vez más fuerte y no me permite recordar la letra. Tra, tra, tra, tra, tra…. como el sonido del tacón sobre el tablado… Tra, tra, tra, tra. Me acerco la mano a la cara para respirar la colonia pero el olor a humedad y barro de fuera del tren es mucho más fuerte. Me tumbo y cierro los ojos.

De repente el sonido del tren ha parado. Alguien ha debido cerrar la puerta de la cabina. -

Hola. ¿Estás bien?

Abro los ojos y con dificultad enfoco a una chica rubia, de más o menos mi edad, sentada enfrente de mi. En cuanto la miro sonríe. Es de sonrisa libre. Y sus gestos denotan esa misma libertad, no siguen patrones ni estereotipos, son gestos de quien se conoce completamente y no actúa, solo vive. -

Hola.

-

¿Cómo te llamas? ¿Vas también a Idomeni?

-

Sí. Voy. Pero no recuerdo como me llamo. Creo que se me ha escapado el nombre.

-

Vaya… ¿Te había ocurrido eso antes?

-

No… bueno, quiero decir, normalmente no me percato de él, no pienso en quién soy, pero una cosa es no pensar y otra directamente ni saberlo.

-

Entiendo

-

¿Entiendes?


-

Sí. Completamente

-

¿Tú como te llamas?

-

Amaia

-

Pues Amaia, estaba recordando, casi sentía quien era y de repente no se nada de mi.

-

Tranquilo. Es normal cuando llegas aquí. A mi me paso. Ahora no. Es mi segunda vez.

-

¿Y bien?

-

¿Has leído a Panero? ¿El poeta? Bueno, pues estaba equivocado. Uno debe destruirse para recordar que es uno mismo y a la vez los otros. Conocidos y no conocidos, los que están y los que van a venir. Simplemente te acabas de destruir para terminar de saber quién eres.

-

¿Entonces quién soy ahora?

Ahora somos las pocas fuerzas que hay. Los primeros agarrados al único trozo de piel que queda levantado en la enorme herida del mundo.

Espero que no, que seamos los últimos.

¡Tienes razón! Hasta que te recompongas te llamaré “El último”. ¿Te parece bien?

¿Tengo acaso otra opción?

No. Ni la tienes. Ni la tenemos. Antonio Pardo



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