Hornstein %282012%29 narcicismo autoestima%2c identidad alteridad paidos

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Biblioteca de PSICOLOGÍ A PROPENDA

Luis Hornstein

ritimift títulos publicados

218. J E. Milmamcne. Extrañas parejas 219. P. Verhaeghe. ¿Existe la mujer? 220. R. Rodulfo. DibujasJitera del papel 221. G. Lancelle (comp.). El sel/ en la teoría v en la práctica 222. M. Casas De Pereda. En el camino de la simbolización 224. 13. Burgoyne y M. Sullivan (comps.). Los diálogos sobre Klein-Lacan 225. L. Hornstein, Narcisismo 226. M. Burin e I Mcler, Varones 227. F. Dolto. Lo femenino 229. J.MoizeszowiczyM.Moizeszowicz. Psicofarmacologia y territorio fretid ¡ano 230. E. Braier (comp.). Gemelos 2 3 J. I. Berenstein (comp.). Clinicafamiliar psicoanalitica 232. I Vcgh, El prójimo: enlácese desenlaces del goce 233. J.-D. Nasio. Los más famosos casos de psicosis 234. I. Berenstein. El sujeto i el otro: de la ausencia a la pre­ sencia 235. N. Chudnrow. El poder de los sentimientos 236. P. Verhaeghe. El amor en los tiempos de la soledad 237. N. Bleiehmary C. Leiherman de Bleichmar. Las perspecti­ vas del psicoanálisis

238. D.WaisbraLLaaiiaiaciándel analista 239. C. G. Jung, Conflictos del alma infantil 240. M. Schneider. Genealogía de lo masculino 241. L. Peskin. Los orígenes del sujeto y su lugar en la clínica psicoanalitica 242. B.Winograd.Depresión:¿en­ fermedad o crisis? 243. M. Sal'ouan, Lacaniana 244. L. Hornstein. Intersubjenvidad y clínica 245. D. Waisbrot y otros (comps.). Clínica psicoanalitica ante lux catástrofes sociales 246. L. Hornstein ( comp.). Proyec­ to terapéutico 247. A. D. Levin de Saúl El sostén del ser 248. L Berenstein. Devenir otro con orro(s) 249. M. Rodulfo. La clínica del niño y su interior 250. O. F. Kemberg. La teoría de las relaciones objétales y el psicoanálisis clínico 251 S. Bleichmar. Paradojas de la sexualidad masculina 252. I Vegh, Las letras del aná­ lisis 253. M. C. Rother Hornstein (comp.). Adolescencias. Tra­ yectorias turbulentas

NARCISISMO Autoestima, identidad, alteridad

RAIDOS Buenos Aires Barcelona México


INDICE

Cubierta: Gustavo Maco

Homsíem, Luis Narcisismo . autoestima identidaa attcndaa - la oa. 3a reimo BuenosAires Paitíos 2010. 296 p 22x14 cm. - iPsicologia Profunda» ISBN 978-950-12-4225-6 I Título 1 Psicoanálisis MOR 150 195

P arte

V ed ició n , n m

J * ivwiprtfsión, 2UlU

Ur*crv;uitw todo» lo» itrecho*. Quedan nfmTosanténir prohibidas, sin la auionzai ión « o ll a de los tirulutt* del copyitiL'i. bajo la» «utvciuncs «tableadas en las leves, la reproducción paran! o total de esta obra por nulquirr meilio o prncedimienrr». imhitdns la rcprnj'.rufu v el irutunuenu* rnfonnáuco

2000 de toilas las ediciones Editorial Paidós SA ICF Av Independencia 1682/1686, Buenos Aires li-mail; dilusion^’üreupaidos.com ar wwv. pnidosa rgeti t uia.cotn-or

Queda hecho el depósito que previene Ja Ley 11.723 Impreso en la Argentina •Ptinted in Argentina

L Introducción

1. Hacia una clínica del narcisismo........................................ 15 Narcisismo: encrucijada interdisciplinaria ..................... 16 De la clínica a la metapsicología ..................................... 24 2. El narcisismo en los límites de lo analizable .................. 29

P arte

II. Narcisismo: en cu en tro-su jeto -d ev en ir

3. Tópica y complejidad.............................................................39 De la estructura a la organización ................................... 39 El narcisismo trófico ........................................................... 43 4. Narcisismo: ¿autonomía pulsional?....................................49 5. El sujeto como devenir......................................................... 55 Diferencias entre el yo y el sujeto ................................... 62 6. Identidad, autoestima y alteridad......................................67 7. Vínculos, sufrimiento y pulsión de muerte....................... 77

P arte H I. N arcisism o: pulsiones y Edipo Impreso en Buenos Aires Print. Sarmiento 459. Lanús. en aposto dc2ÜIU Tirada: 7U0 ejemplares

8. Narcisismo y trama pulsional ............................................ 85 Lo pulsional: entre biología e historia............................... 86 Del autoerotismo al narcisismo.......................................... 88

ISBN 978-950-12-1225 6

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Narcisismo: ¿un paréntesis? .............................................. 93 ¿Es Eros conservador? ......................................................... 96 Las pulsiones y sus vicisitudes: permanencia y cambio ............................................................................ 99 Teoría pulsional y complejidad ........................................ 102 9. Narcisismo y complejo de Edipo........................................ 109 Escena primaría: del narcisismo al Edipo...... .......... 115 Trama edipica: identidad y diferencia..............................118 PARTE IV. Narcisismo y tópicas 10. De una tópica a otra............................................................127 La trayectoria freudiana .................. 127 Narcisismo: del objeto al sujeto........................................ 132 Tener y ser: duelo e identificación.................................... 134 La segunda tópica................................................................140 11. El yo: una instancia olvidada.............................................145 El yo y las diversas corrientes psicoanalíticas...............146 El yo y el sí-mismo..............................................................154 El yo y la temporalidad .................... 158 12. Superyó-ideal del yo: una constelación estructural .......................................................................163 Desamparo y demanda de amor ...................................... 163 Superyo: entre la pulsión y la cultura..............................165 Ideal del y o ...........................................................................169 Parte V. Narcisismo, creación y autoestima 13. Sublimación y autoestima .................................................177 Del síntoma al chiste ......................................................... 177 Sublimación...........................................................................180 Humor................................................................................... 186 Creación artística................................................................188 14. Pulsión de saber, pensamiento, alienación ................... 193 Pulsión de saber.................................................................. 193 El pensamiento: lo intelectual y la intelectualización............................................................197 8

Idealización, identificación e ideal del y o ....................... 201 Alienación: vicisitud tana tica de la idealización...................................................................... 204 15. Yo ideal e ideal del yo: creencia y creación.....................207 "No creo en mi neurótica": del trauma a la realidad psíquica ............................................................207 Del yo ideal al ideal del yo.................................................209 Fijación neurótica o filiación simbólica..........................213 16. El sentimiento de estima de si en el psicoanálisis contemporáneo .................................................................... 215 Kohut: un clásico del narcisismo...................................... 218 Kernberg: un autor límite .................................................227 Bleichmar: depresión y complejidad................................231 Parte VI. Narcisismo y límites del psicoanálisis 17. Práctica y organizaciones narcisistas............................. 241 Método: del programa a la estrategia............................. 243 Contratransferencia: obstáculo o instrumento.............. 247 Contratransferencia: producto del espacio analítico.............................................................. 251 18. Historia: producción de subjetividad y alteridad..........255 El psicoanalista ante la historia...................................... 255 De la sugestión a la liistorización simbolizante............ 259 Verdad histórica, verdad narrativa............................... 271 Historia transferencia! e implicación subjetiva.......... 275 Bibliografía........................................................................ 279 Indice analítico............................

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A Germรกn, Lucila, Ana y Siluina


Parte I Introducciรณn


I. HACIA UNA CLINICA DEL NARCISISMO

Cada vez más, los psicoanalistas tenemos que afron­ tar una clínica proteiforme: personas con incertidumbre sobre las fronteras entre el yo y el objeto o entre el yo y el yo ideal; fusión anhelada o temida con los otros; fluc­ tuaciones intensas en el sentimiento de estima de sí: vul­ nerabilidad a las heridas narcisísticas: gran dependencia de los otros o imposibilidad de establecer relaciones sig­ nificativas; inhibiciones y alienación del pensamiento; búsqueda del vacío psíquico (tanto a nivel de la fantasía como del pensamiento); predominio de defensas primiti­ vas: escisión, negación, idealización, identificación proyectiva. La perturbación narcisista se hace notar como riesgo de fragmentación, pérdida de vitalidad, disminución del valor del yo. Una angustia difusa. Lina depresión vacia. Ese vacío parecería que reemplaza la crispación neuróti­ ca de antaño. Coexisten imágenes grandiosas del yo con una intensa necesidad de ser amados y admirados. Su vi­ da se centra en la búsqueda de halagos. Si bien no pueden afrontar interacciones emocionales muv significativas, esperan gratificaciones narcisistas de los otros. Tienen dificultades para reconocer los deseos y los sentimientos de los demás. Hablan de sus propios intereses con una 15


extensión y detalle inadecuados. Su objetivo es no depen­ der de nadie, no atarse a nada. En los motivos de consulta predominan, en proporción abrumadora, dificultades en la regulación de la autoesti­ ma. desesperanza, alternancias de ánimo, apatía, hipo­ condría. trastornos del sueño y del apetito, ausencia de proyectos, crisis de ideales y valores. Estos nuevos con­ sultantes son producto de la vida actual, que agrava las condiciones familiares y las dificultades infantiles, pero no dejan de ser variantes contemporáneas de las caren­ cias narcisistas propias de todos los tiempos.1 Suelen tener la apariencia de los analizandos clásicos, pero bajo estos aspectos histéricos y obsesivos afloran ense­ guida “enfermedades del alma” que evocan, sin confundirse con ella, la imposibilidad de los psicóticos para simbolizar traumas insoportables (Kristeva, 1993). Para esa dificultad que no “habla” o que habla un len­ guaje “artificial”, “vacío", “robotizado”, los analistas in­ ventan un término tras otro: trastornos narcisistas, sobreadaptados, casos limite, etc. ¿Es un cambio histórico de los pacientes o un cambio en la escucha de los analistas? ¿Hubo cambios en la psicopatologia o en el tipo de demanda que se le formula al análisis?

NARCISISMO: ENCRUCIJADA INTERDISCIPLINARIA

La episteme contemporánea está atravesada por el debate modernidad-posmodernidad. “Muerte del sujeto”, 1. “Los pacientes de hoy con sus ‘partes psicóticas', sus ‘escudos narcisistas" sus ‘seif grandiosos’, su ‘pensamiento operatorio’ y sus 'de­ fectos alexitimicos", parecen muy diferentes de los clásicos neuróticos de la Relie Époque" (McDougalJ, 1982)

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“muerte del yo”, “crisis de la razón”, “derrota del pensa­ miento” son algunos de los títulos del debate. El yo parece pulverizado, un espacio flotante sin fijación ni referen­ cia, una disponibilidad pura adaptada a la aceleración de los mensajes provenientes de los medios de comunicación masivos. Se prescinde de la ideología o, mejor dicho, la ideología “oficial” equipara lucidez con pesimismo.2 Algunos autores intentan correlacionar lo histórico social y la constitución subjetiva a partir de las proble­ máticas del narcisismo. Afirman que el yo actual es frágil, quebradizo, fracturado, fragmentado (Giddens sostiene que esta concepción es el punto de vista más descollante de los debates actuales acerca del yo y la modernidad). Para otros autores -vinculados al postestructuralismoel yo está tan disperso como el mundo social: el único su­ jeto es un sujeto descentrado. Los “trastornos narcisis­ tas” se deberían a que las personas, al abandonar la esperanza de controlar el entorno social más amplio, se repliegan a sus preocupaciones puramente personales: la “mejora” de su cuerpo y su psiquismo. En la posmodernidad se rechazan las certidumbres de la tradición y la costumbre que habían tenido en la mo­ dernidad un papel legitimante. La disolución de los m ar­ cos tradicionales de sentido, piensan los teóricos de la escuela de Francfort, ha generado una “declinación del individuo”, un consumismo pasivo. La identidad deviene 2. Freud pensaba al yo no sólo como instituido sino también como instituyeme, destacando su capacidad de innovación. El yo no sólo tiene como m eta la adaptación a la realidad, sino “también es posible intervenir en el mundo exterior alterándolo y produciendo en él, deli­ beradamente. aquellas condiciones que posibiliten la satisfacción. E s­ ta actividad se convierte luego en la operación suprema del vo: decidir cuándo es más acorde al fin dominar sus pasiones e inclinarse ante la realidad, a tomar partido por ellas y ponerse en pie de guerra frente al mundo exterior: he ahi el alfa y el omega de la sabiduría de vida" •Freud. 1926hi.

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precaria al perderse el anclaje cultural junte con puntos de referencia internos. La subjetividad se retrae hasta un nücleo defensivo, ensimismándose. Las fronteras entre las diferencias de sexo o de iden­ tidad, de realidad y de fantasía, de acto y de discurso, etc., se cruzan con facilidad (Kristeva, 1993). La ambi­ güedad progresiva de los roles sexuales y de los roles parentales, el debilitamiento de las prohibiciones religiosas y morales colocan a los sujetos en una posición diferente ante lo prohibido o la ley. El narcisista no está dominado por una conciencia internalizada ni por la culpa. |A veces] el niño no logra reconocer satisfactoriamente la autonomía de su principal cuidador y es incapaz de se­ parar claramente sus propios límites psíquicos. En estas circunstancias, los sentimientos omnipotentes de valora­ ción propia alternarán probablemente con su contrario: una sensación de vacío y desesperación. [...J La dinámica fundamental del narcisismo podría ser más bien la ver­ güenza que la culpa. Los sentimientos alternantes de mag­ nificencia y falta de valor a los que ha de enfrentarse el narcisista son en esencia respuesta a una frágil identidad del yo (Giddens, 1995). Anímicamente abiertos, teóricamente abiertos, los psicoanalistas trabajamos reflexiones que nos vienen de otros campos, para aportar al narcisismo algo más que una clínica descriptiva. Para esclarecer las organizaciones narcisistas habrá que conceptualizar la oposición-relación entre yo y objeto. ¿Cuál es el correlato clínico de una metapsicología del yo y del supervó y cuál es el correlato metapsicológico de una clínica del narcisismo? Es lo que intento responder a lo largo de este libro, desde la clínica, desde las contribu­ ciones freudianas y posfreudianas y desde el horizonte epistemológico. Estas tres fuentes proveen recursos para

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volver a interrogar los postulados que rigen nuestra com­ prensión (metapsicología), nuestra nosografía (psicopatología) y nuestra acción (técnica). Los paradigmas ya no son los que regían cuando Freud elaboró su teoría. Y el psicoanálisis no puede sino hacerse cargo. La lectura de Freud -que alguna vez fue glosa- exige ahora poner en tela de juicio los paradigmas de base. Toda lectura se hace desde el horizonte de una historia y con los medios que la contemporaneidad nos permite. Elegir nuestros objetos y nuestro método libre­ mente no es rechazar todo condicionamiento sino aceptar sólo los imprescindibles, los constituyentes con el lengua­ je y los instrumentos conceptuales que la historia, acti­ vamente, nos ha transmitido. No sólo nos corresponde preservarlos sino también perfeccionarlos. El psicoanálisis nació de la confrontación con las dis­ ciplinas dominantes de su época, y nosotros podemos ha­ cer algo parecido.' A un siglo de su descubrimiento, insistiremos, ustedes y yo, con su desafío fundacional. Confrontaremos el psicoanálisis con nuevas formas de pensamiento. Actitud algo más que legítima, imprescin­ dible. Entre los psicoanalistas hay cierta tendencia a trans­ formar el estudio de los textos en un meticuloso estudio de sus detalles, sin poner jam ás en tela de juicio y re-

3. "Pertenezco a un gremio que tiene sus rituales, su jerarquía y su pequeño terrorismo interno. Mis más estrechas relaciones se esta­ blecen con mis colegas, con los maestros, con los compañeros que me ayudan y con los aprendices a los que enseño. f...l Este comercio nos hace más eficaces y, por otra parte, es agradable. Sin embargo, estoy convencido de que nuestra profesión pierde su sentido si se repliega sobre sí misma. Creo que la historia no debe ser consumida principal­ mente por los que la producen. Si las instituciones en las que se asien­ ta nuestra profesión parecen estar hoy en día en tan mala situación, ¿no será por ese mismo repliegue, por haberse separado tanto del mundo?” (Dubv. 1980).

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plantearse los principios. Pero si problematizamos y re­ novamos los fundamentos, si dejamos que impregnen la práctica y que ésta los impregne, el riesgo de una esco­ lástica. si no desaparece, al menos se atenúa. Así iremos elaborando una metapsicología del yo, del superyó, de la destructividad, de la defusión pulsional, de la escisión del yo, como exige la clínica de nuestro tiempo. La inmersión en lo nuevo inquieta, violenta nuestras rutinas. Pero además de inquietarnos, los modelos actua­ les de las ciencias nos hacen trabajar, nos brindan metá­ foras. “Metáforas” fértiles más que modelos. Metáforas que evocan e ilustran. Que permiten atravesar clausuras disciplinarias y representar de otra manera los procesos psíquicos si, eludiendo los isomorfismos íes decir: conjunto de relaciones comunes en el seno de entidades diferen­ tes! entre disciplinas, las usamos estratégicamente, co­ mo instrumentos y no como argumentos (Pragier y Pragier, 1990). No es fácil, pero es posible lograr un psi­ coanálisis contemporáneo de su presente, renunciando al reduccionismo y a las idealizaciones simplificantes y abs­ teniéndose de lo que antes no sólo estaba autorizado si­ no que era exigido.4* También en psicoanálisis la innovación se produce en el diálogo con otras disciplinas, fronteras lábiles pero no tanto que se pierda la especificidad. 4. Green 11 9 8 4 1afirma que ningún científico desconoce los riesgos de la importación de conceptos, pero también sabe de la fertilidad po­ tencial en el intercambio entre disciplinas diferentes. ‘“En tanto ideas sostenidas en una de ellas encuentran algún eco en otra sin perjuicio de imprimirles profundas trasformaciones hasta encontrar su adecua­ ción en el esclarecimiento que aportan en campos que habían perma­ necido oscuros en la disciplina en la que se injertan secundariamente. Estas ideas operan como estimulantes de la imaginación teórica y. cuando el demonio de la analogía no las arrastra descontroladamente hacia la vana especulación, puede resultar de ello un progreso en el co­ nocimiento. Valga como ejemplo el uso libre en Freud de metáforas to­ madas de la física, la economía o el arte militar."

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Los paradigmas son principios fundamentales que controlan y rigen, a menudo furtivamente, el conoci­ miento científico, organizándolo de tal o cual forma. La cientificidad ya no se nos muestra como la pura transpa­ rencia de las leyes de la naturaleza. Ahora es una cienti­ ficidad construida, pues lleva en sí un universo de teorías, de ideas y de paradigmas. La observación misma es tributaria de los instrumentos de una sociedad y de una época. Desvelan al psicoanálisis, entre otras cuestiones: el determinismo, el azar, la complejidad, los sistemas abier­ tos, la autoorganización. Lo desvelan desde el exterior. ¿Qué teoría es tan autónoma que no tenga exterior, que no sea perturbada por ese exterior? Asumir el desafío de que nuestro psicoanálisis sea contemporáneo del presente exige situarse en los bordes. Bordes de la clínica. Bordes de la teoría. Fronteras lábi­ les de las que hablábamos antes. Sentirlas, vivirlas, pen­ sarlas como fundantes las convertirá en ámbitos de producción. La ciencia se va tornando cada vez más per­ meable al multiplicar los intercambios.^ “El psicoanálisis ha contribuido a preparar los espíritus para este cambio epistemológico v es justo que coseche sus frutos” <Houzel, 1987). ¿Cómo pasar revista a mis fundamentos sin hacer un tedioso inventario de mi constelación metapsicológica, de

5. Asistimos a un movimiento del pensamiento que cuestiona tan ­ to el positivismo del siglo XIX como el estructuralismo rígido de la primera mitad del siglo XX. El psicoanálisis sigue este movimiento. El ideal dednerivista lia sido reemplazado por modelos teóricos que suelen ser más descriptivos que explicativos, pero sin encerrarlos en un determinismo estrecho: teoría de las catástrofes, teoría de la tur­ bulencia con sus atractores extraños, teoría de los objetos fractales •Houzel. 19871.

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mis autores predilectos, de mis preferencias técnicas, de mis elecciones epistemológicas? Optaré en este libro por puntualizar algunas cuestiones favoritas: ciertas temáti­ cas epistemológicas (sistemas abiertos, determinación y azar, complejidad!, ciertas interrogaciones metapsicológicas (las tópicas freudianas y posfreudianas, la teoría del sujeto, la teoría pulsional), ciertas cuestiones clínicas (la sublimación, la creación y su relación con el narcisis­ mo), el desafío técnico que implican las organizaciones narcisistas. Por ultimo, desde el punto de vista interdis­ ciplinario, propondré ciertas articulaciones con la histo­ ria señalando algunas de sus consecuencias teóricas y prácticas. Puede que los tem as o que el modo en que los abordo parezcan especulativos. Sin embargo, unos y otro para mí son cotidianos. Inquietudes y preocupaciones a las que encontré respuestas e incitaciones en físicos, biólo­ gos, historiadores, epistemólogos y también en mis cole­ gas. Creo que a lo largo de los años y de esas lecturas, algunas inquietudes se han ido formalizando en proble­ mas, que algunas dudas se pusieron a producir, que fue­ ron y son itinerarios de pensamiento posibles para repensar cuestiones nucleares de mi práctica clínica, pensamientos y práctica que espero compartir con mis lectores/ No hay práctica sin proyecto. ¿Cuáles son nuestras convicciones concernientes al proyecto del psicoanálisis? Pienso, como muchos, que el análisis debe aportar herra­ mientas conceptuales que intenten responder a los re­ querimientos en salud mental, siendo ése uno de los6 6. En esa tarea de transformar mis borradores en textos legibles mi especial reconocimiento a M aría Cristina Uother de Hornstein y a Ricardo Bruno. Ambos leyeron y releyeron los borradores. Con su aliento y sus lúcidos comentarios atenuaron la inevitable soledad de la escritura. Mi gratitud a Griselda Pereyra que transcribió los ma­ nuscritos. 22

sentidos estratégicos del compromiso teórico. Ello en opo­ sición a convertirnos en custodios de no se sabe que inma­ culada pureza del análisis. Hay un malestar en la cultura, siempre lo hay, y éste, el nuestro, genera a veces un remordimiento erotizado cuando el psicoanalista se siente inerme. No hay otra que continuar. Para lo cual es preciso revalorizar el pen­ samiento como instrumento critico-creador. El psicoanálisis tiene, como todo dominio científico, autonomía relativa; pero si no se establecen fecundos intercambios con apor­ tes procedentes de otras disciplinas, esa autonomía corre el riesgo de convertirse en autismo. Se requiere también indicar puntos dé articulación con las distintas prácticas. Es especialmente en esas fronteras en que las pertinen­ cias de los distintos discursos se encuentran donde se debe eludir la tentación de suplir las carencias concep­ tuales mediante la utilización de nociones vagas usadas en forma retórico-analógica. Es en esos bordes donde las legitimidades e incompatibilidades deben ser definidas en la forma más rigurosa posible. No es que haya isomorfismos entre ciencia y ciencia, sino que tal actitud de apertura trae nuevas aperturas. Necesitados de respuestas, pero sin el furor de apropiar­ nos de respuestas, nos abrimos a las intuiciones e inte­ rrogaciones de los otros. No se trata aquí de oponer la experiencia vivida a la abs­ tracción teórica, las ciencias sociales a las ciencias exactas, la reflexión filosófica a la teoría científica. Se trata de enri­ quecer a unas y a otras haciendo que se comuniquen. [...J Los adelantos de las ciencias físicas y biológicas pueden in­ troducirnos en las complejidades fundamentales de lo real. Es preciso, pues, abrir una brecha en las clausuras territo­ riales. renunciar a los exorcismos y las excomuniones, mul­ tiplicar intercambios y comunicaciones, para que todas estas andaduras hacia la complejidad confluyan (Morin, 1982). 23


DE LA CLÍNICA A LA METAPSICOLOGIA

Una clínica del narcisismo implica complejizar una metapsicologia surgida de otra clínica cuyo referente prin­ cipal eran las neurosis de transferencia. Es tentador es­ tablecer un corte tajante entre la patología de la época de Freud y la patología actual y sería fácil sustituir una pro­ blemática centrada en la angustia de castración por otra centrada en las angustias que expresan una labilidad de las fronteras entre el yo y el objeto langustias de separa­ ción. intrusión, fragmentación). Pero como las dos están presentes (¿y quién podría negarlo?), no hay más reme­ dio que articularlas. Una clínica del narcisismo. Y un concepto, narcisismo, que, digámoslo así, va por su tercera etapa iRosoIato, 1978). Esto de las etapas ha ocurrido también con “Edipo”, “bisexualidad”, “pulsión de muerte”. Primero es el ex­ ceso lo que se considera peijudicial. Después su ausencia. Y aún más que el exceso. Podemos ilustrarlo con el Edipo (sobreinvestido produce la neurosis; subinvestido, la psi­ cosis). Finalmente se matizan estas dos posiciones antité­ ticas, definiendo sus relaciones y las condiciones que las determinan. Tal la situación actual del narcisismo. Consideraré algunos ejes que. respetando la diversidad del narcisismo organicen su clínica:7sentimiento de sí (cua­ dros borderline, paranoia y esquizofrenia); sentimiento de estima de sí (depresión, melancolía); indiscriminación objeto histórico-objeto actual (elecciones narcisistas, di­ versas funciones del objeto en la economía narcisista); desinvestimiento narcisista (clínica del vacío). Ejes metapsicológicos que no pretenden abarcarlo todo sino ha­ cer justicia a la complejidad que en la práctica cotidiana tienen las problemáticas (en plural, porque son mucho 7. En general, los autores privilegian alguno de estos ejes y no con­ sideran los otros.

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más que una) narcisistas, problemáticas que no deberían cerrarse prematuramente. El narcisismo remite a varios tipos de afecciones: des­ de la amplia gama de las depresiones sostenidas por la afectación del sentimiento de estima de sí hasta la esqui­ zofrenia o paranoia, cuya problemática se centra en la consistencia del sentimiento de sí. “Lo que has heredado de tus padres adquiérelo para que sea tuyo." Vale también para la nosografía heredera de una tradición psiquiátrica. ¿Por qué renunciar a ella, si podemos hacerla nuestra? Pero, ¿cómo adquirir lo he­ redado? “Trabajo de filiación” llama Laplanche a la ela­ boración psíquica que permite el desasimiento del progenitor, pero prosiguiendo su obra. Habrá que luchar para no m aterializar tipos ideales psicopatológicos, para no servirse de ellos como si fueran ideas platónicas, esencias que en su pureza ideal resul­ tan más reales que la realidad clínica. Si el psicoanalis­ ta sucumbe a esa tentación de reducir todo a la unidad, abandona (sin darse cuenta) el anáfisis singular. Intrépi­ do, construye una hermosa hipótesis que, reduciendo a la unidad la multiplicidad, le permitirá encasillar el “caso clínico”. Ciertos diagnósticos, que reconfortan por su simplicidad y ciegan por su claridad, impiden ver la per­ turbadora multiplicidad de lo real (Homstein, 1993). Una psicopatología psicoanalítica, en cambio, intenta aprehender ciertas constelaciones sintomáticas vincu­ lándolas a los conflictos subyacentes y la tram a metapsicológica.s La metapsicologia no es una bella totalidad autorreferente sino una caja de herramientas que apunta a desen­ trañar los dominios de problematicidad sobre los que se aplica. Por lo tanto, delimitar metapsicológicamente dis8. “De modo que. si bien las nociones psiquiátricas de •estructuras' (histérica, obsesiva, esquizofrénica, paranoica, etc. i pueden servir de

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tintas problemáticas narcisistas requiere esclarecer la organización del yo. del supervó, del inconsciente, el gra­ do de fusión o defusión pulsional, las defensas privilegia­ das, las identificaciones constitutivas, los investimientos narcisistas y objétales. Un síntoma, un rasgo de carácter, una inhibición debe ser enfocado en la perspectiva de toda una vida y en la tram a del conflicto que lo origina. Las principales cuestiones abiertas por las distintas descripciones clínicas son: ¿es el trastorno narcisista una debilidad yoica, se refiere a la pobreza de la autoestima, es una patología del carácter? ¿Está vinculado a un exce­ so de agresión, a un déficit de la cohesión o del valor del sentimiento de sí? ¿Se refiere a dificultades para la in­ vestidura de objeto o más bien es la vulnerabilidad ante objetos investidos? (Morrison, 1986). Cuestiones que re­ miten a diferencias clínicas así como a diferencias metapsicológicas. Las perspectivas diferenciales de Kernberg (narcisis­ mo como defensas infantiles contra la agresión), de Mahler (narcisismo como defensa ante el sentimiento de desam­ paro y mortificación), de Kohut (narcisismo como fase que refleja fallas empáticas de los objetos primordiales) pueden ser todas apropiadas para dar cuenta de diferen­ tes pacientes o de diferentes organizaciones narcisistas. Uno de los errores más habituales es la unificación clíni­ ca del narcisismo y la pretensión de encontrar una expli-

indicios iniciales y rudimentarios para el trabajo analítico, no resis­ ten un microanálisis atento a la heterogeneidad y la polivalencia de los representantes psíquicos. Estamos cada vez más obligados a con­ cebir interferencias de estructuras, asi como ‘estados límite’ que. sien­ do hechos clínicos nuevos, que indican la evolución de la subjetividad y de los estados psíquicos, tienen sobre todo la ventaja de cuestionar fundamentalmente la validez de las nosografías clásicas” (Kristeva 1993).

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cación metapsicológica unificante para cuadros clínicos diferentes tanto desde el punto de vista descriptivo como de su comprensión metapsicológica (Gedo. 1977). Quizá en su afán de claridad, Kohut es demasiado ta­ jante cuando distingue entre trastornos narcisistas y ca­ sos fronterizos. Separaciones demasiado netas que la clínica suele desalentar.1' Una reflexión sobre el narcisismo no es sino una refle­ xión sobre la tópica, sobre sus formas de organización-de­ sorganización, sobre la historicidad de las instancias, sobre sus articulaciones recíprocas sobre la cohesión y la valoración del yo. ¡Bienvenidas las sutiles descripciones de las diversas manifestaciones clínicas de las patologías narcisistas! Nos servirán para definir los ejes, para tra­ bajar los conflictos.

9. “Ya la primera mirada nos permite discernir que las constela­ ciones de un caso real de neurosis son mucho más complejas de lo que imaginábamos m i e n t r a s trabajábamos con abstracciones” (Freud, 1926a). A este comentario de Freud. Kohut (1977) pareciera respon­ derle: “¿He exagerado acaso el contraste entre las dos formas de psicopatología? Quizá, pero creo que es mejor correr el riesgo de ser demasiado esquemático que el de ser oscuro. La experiencia clínica desempeñará su papel en lo que concierne a m ostrar las fórmulas de transacción entre distintas formas de psicopalologia, es decir, demostrará la presencia de los casos mixtos”.

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I 2. EL NARCISISMO EN LOS LIMITES DE LO ANALIZABLE

El avance del psicoanálisis se produjo no tanto por de­ finir los límites de su acción sino por desafiar los límites de lo analizable. Desde esas fronteras han surgido desa­ rrollos teóricos y técnicos. El progreso de la teoría-práctica analítica siempre tu­ vo que ver con aquellos analistas que pudieron seguir el juego con los analizandos que “no juegan el juego”. Analizandos que eran considerados inanalizables por distintos motivos: beneficios secundarios, modalidades transferenciales, ausencia de vida fantasmática, tendencia a la actuación, a la somatización. Para esos innovadores y para quienes nos aprovecha­ mos de sus exploraciones, no era ni es nada fácil. En los límites de lo analizable hay riesgo de disolución yoica y de muerte psíquica. El paciente bordea la desesperación ante el temor de hundirse en una profunda depresión. La actitud técnica del analista debe ser modificada. No está escuchando la “buena y leal” neurosis. Ese paciente pa­ rece a punto de abandonar la asociación libre y recurrir a la actuación (Pontalis, 1977). Estamos en los “estados límite” que no son para mí una variedad clínica que pue­ da ser contrapuesta a otra (trastornos de identidad, neu­ rosis de carácter, personalidad como sí, personalidades 29


nareisistas, etc. i sino, más bien, la frontera de la analizabilidad, en relación con lo que se suele llamar el análi­ sis “clásico”. En los estados límite y en las organizaciones narcisistas se le solicita al analista algo más que su disponibili­ dad afectiva y su escucha: se solicita su potencialidad simbolizante. Potencialidad que no sólo apunta a recupe­ rar lo existente sino a producir lo que nunca estuvo. No se trata sólo de conflicto sino de déficit (carencias). Por eso allí la contratransferencia -teoría y práctica- se hizo fuerte. La dimensión narcisista es evidente en aquellos pa­ cientes que reaccionan con hipersensibilidad a la intru­ sión en el espacio propio y, al mismo tiempo, conservan la nostalgia de la fusión y temen la separación. Fusión tan necesitada como temida. Son estos estados límite los que más exigen que el mé­ todo, deviniendo estrategia, incluya iniciativa, invención, arte.1 No fueron pocos los autores que, renunciando a la co­ modidad de lo consabido, centraron su investigación en las experiencias de fusión primaria, en las cuales la rela­ ción sujeto-objeto intenta preservar los límites precarios del yo, y privilegiaron la predominancia de la organización dual narcisista en relación con la organización triangu­ lar edipica. Cada explorador puso su sello: la identifica­ ción proyectiva (Klein); el analista como continente (Bion); la constitución del holding (Winnicotti; la trans­ ferencia narcisista, tanto en su vertiente especular como idealizada (Kohut); la preservación de la integridad nar­ cisista (Kemberg); el suplir carencias fundamentales (Balint). Modificaron la técnica “clásica” por que el ana­ lizando no era “clásico”. Nunca lo había sido.

1 Véase el capítulo 17.

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Es que la medida de influencia que [el analista] haya de considerar legítima estará determinada por el grado de in­ hibición del desarrollo que halle en el paciente. Algunos neu­ róticos han permanecido tan infantiles que aun en el análisis sólo pueden ser tratados como niños (Freud, 1938a). El psicoanálisis “puro” procura que las indicaciones sean cuidadosamente evaluadas: sólo pueden acostarse en el diván algunos elegidos (al resto se le ofrece “nada más” que psicoterapia). La práctica tiene un ideal: un analista silencioso -u n a neutralidad a ultranza-, pues se supone que la reelabo­ ración evitará la actuación. Las interpretaciones serán cortas, esporádicas y se espera que el sujeto se autoanalice. Suele ser definido como el análisis clásico, garante de la ortodoxia. En mi opinión es mera “idealización” re­ trospectiva. En vano se le buscará asidero en los escritos de Freud y menos en su práctica.1' El análisis “clásico” propició la identificación de cier­ tos aspectos de Freud: el cirujano más que el combatiente, el espejo indiferente más que el arqueólogo apasionado, el metapsicólogo riguroso más que el militante de la cul­ tura que escribió Moisés y la religión monoteísta y El por­ venir de una ilusión. El modelo “clásico” del análisis no alcanza para acercar a los estadounidenses y los franceses. La estima mutua es poca, casi ninguna. En Inglaterra, los kleimanos, no por pretenderse intransigentes custodios del encuadre freu-

2. Una ilustración de esa deformación “idealizante”: “Cuando en­ trevisté a Hirst más de diez años después de que hablara con Eissler, me dijo que no se le hubiera ocurrido llamar “frío" a Freud. [...] pero cuando se le permitió dar su propia versión del ambiente que se res­ piraba durante el tratamiento, describió a Freud como un analista muy activo, a veces intervencionista, lo que difiere bastante del este­ reotipo de terapeuta neutral preferido posteriormente por los defen­ sores de la ortodoxia como Eissler” (Roazen, 1995).

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diano, dejan de ser considerados insuficientemente orto­ doxos por sus colegas no kleinianos. Los lacanianos, que han reivindicado —por lo menos en sus orígenes—un “re­ torno a Freud", que les ha servido de contraseña, se han tomado las mayores libertades con las reglas que rigen el encuadre analítico. Los reproches de los “unos” a los “otros” ilustran la heterogeneidad del psicoanálisis con­ temporáneo: a los estadounidenses, se les reprocha la “ortopedia” analítica; a los ingleses, el maternaje abusi­ vo; a los lacanianos, la racionalización del fracaso y el culto a la desesperanza, y a todos los franceses, una in­ diferencia explícita por el sufrimiento de los pacientes (Green, 1983b,).3 El proceso analítico es un diálogo, supone confronta­ ción, dilucidación en el interior de un trabajo compartido. ¿Qué malentendido dio pie el así definido análisis clásico? Freud hacia un inventario logístico de los recursos con que contaban ambos miembros de la pareja analítica para esa exploración al fondo de la historia —repetición median­ te-. No esperaba la “demanda” de análisis, la producía con su trabajo. ¿En qué se sustenta ese ideal que propicia una arrogancia autosuficiente, ese silencio despectivo que pa­ rece ser de buen tono cultivar, esa postura oracular? Un psicoanálisis de frontera ha extendido el campo del anáfisis, aun modificando el encuadre y el estilo in­

3. Muchos debates nacen de una necesidad de los teóricos más que de una necesidad de la teoría. Las comunidades científicas son insti­ tuciones de control, de presión, de formación. Ellas determinan las normas de competencia profesional e inculcan sus valores. Por eso, los agrupamientos psicoanalíticos -necesarios, a mi juicio- deben pro­ fundizar cada uno sus lineas teóricas para poder establecer una con­ frontación que supere la oposición esterilizante. El aislamiento de ciertos grupos y grupúsculos y la soberbia ante lo ajeno son indi­ cadores de fragilidad teórico-técnica. Es necesario desligarse de las controversias cuyo horizonte son las cuestiones de legitimidad por pertenencias institucionales o grupales.

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terpretativo Para adecuarse al paciente. Tildarlo de psi­ coterapia analítica sena recurrir al desgastado comodín

de la oposición oro-cobre.1 La función esencial de las variantes del “psicoanálisis de frontera” es crear las condiciones mínimas de simbo­ lización a través de la elasticidad del encuadre analítico. Los trabajos que se refieren al proceso analítico con esta­ dos limite y organizaciones narcisistas enfatizan las difi­ cultades de simbolización en un campo dual. Cuando predomina la indiferenciación entre yo y no-yo, ya sea por la exacerbación de los límites o -p or el contrario- por su anulación mediante la fusión con el otro, hay que en­ contrar el modo de innovar y hay que conceptualizarlo. En el anáfisis de organizaciones narcisistas se reco­ mienda la aceptación de estos estados regresivos con una actitud no intrusiva, supliendo verbal mente carencias fundamentales a pesar del riesgo de inducción de depen­ dencia y los cuestionamientos respecto del maternaje fre­ cuentemente señalados. El anáfisis debe tender a facilitar momentos de despliegue, contención y perdurabilidad de experiencias transaccionales simbolizantes. Algunas cláusulas del contrato analítico son impres­ cindibles y otras pueden ser modificadas tanto en fun­ ción de la problemática psíquica del analizando como del momento que vive. Sí, claro: no todas las actitudes técni­ cas son compatibles con un trabajo analítico; pero no es­ taría mal volver a pensar también este tema.

4. El psicoanálisis es de frontera cuando avanza sobre nuevos te­ rritorios, y es retraído cuando se dedica a administrar lo conquistado. El psicoanálisis retraído tiene como tem a predominante la identidad. ¿Por qué los analistas necesitamos afirmar la “identidad’”? ¿Lina rela­ jó n narcisista? Hablamos demasiado de lo que somos y demasiado poco de lo que hacemos. Escritos, congresos y jornadas son reflexiones acerca del ser. Exacerbado, este narcisismo toma rihetes paranoicos: sólo logro considerarme analista si demuestro que los demás no lo son.

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El contrato analítico define las mejores condiciones que tornan posible un análisis en la mayoría de los casos, pero cuando se habla de un “estado límite”, de una caracteropatía, de organizaciones narcisistas, se establecen contratos singulares1 fmas de lo que se admite en las pre­ sentaciones públicas». El tema del contrato analítico lia sido discutido en for­ ma - a mi parecer—burocratizada y burocratizante." Pa­ ra algunos, cualquier alteración del encuadre analítico tradicional supone el abandono del proceso analítico. Dos alternativas se presentan: entre los que privilegian el en­ cuadre y aquellos que lo modifican de acuerdo con el pro­ ceso posible de un analizando. Lo propio de un ideal radica, precisamente, en la im­ posibilidad de su realización integral: opera en la medi­ da en que se le escapa su real, y en la medida en que tiende a atrapar lo real bajo sus determinaciones. El ideal es una fuerza que trabaja constantemente contra lo real que se le insubordina. A pesar de su ideal, las prácticas siempre presentaron sus diferencias que el psi­ coanálisis “puro” u “ortodoxo” o “clásico” siempre consi­ deró deficiencias, “debilidades”, en lugar de considerar sus cualidades propias e irreductibles. ¿Qué hacer con la desnudez de las prácticas cotidianas ante su ideal? ¿Ha­ bía que esperar la teoría de la complejidad para aceptar la diferencia. ¿La debilidad no está, más bien, en la pre­ tensión monolítica?

Dos posibilidades se esbozan: o bien se asume ese desfasaje entre ideal y practica efectiva como punto de infle­ xión para la elaboración de parámetros que sustenten otro tipo de racionalidad, o bien se continúa asumiéndo­ lo como debilidad, como una amenaza, sometiéndose asi a la denodada exigencia de aproximarse al ideal. Asumir el desfasaje es comprometerse a teorizar cada experien­ cia y reflexionar sobre las operaciones teóricas y metodo­ lógicas puestas en juego en la producción de una situación clínica. No para relatarlas, para hacer su cró­ nica sino para pensarlas: transformar un recorrido prác­ tico en experiencia teórica. En vez de practicar teorías, teorizar las diversas prácticas en que estamos implica­ dos (Lewkowicz y Campagno, 1998 ). El desafío actual es trascender el burocratismo insti­ tucional eludiendo su atrapamiento en una visión tan pura como estéril. Sólo un psicoanálisis que preserve ca­ pacidad de implicación en su práctica logrará inscribirse productivamente en el conjunto de las prácticas.

5. ‘‘Siempre me adapto un poco a lo que el individuo espera al prin­ cipio. Sería inhumano no hacerlo así. Sin embargo, en ningún instan­ te dejo de maniobrar en pos de la posición que me permita hacer un análisis con todas las de la ley” (Winnicott, 1965). 6. Como sostiene Brecht, “La mayor parte del tiempo las relacio­ nes entre seres humanos sufren, a menudo hasta la destrucción, por aquello, que en el contrato establecido entre ellos no fue respetado. A partir del momento en que dos seres humanos entran en relación re­ ciproca, su contrato, a menudo tácito, entra en vigor. El reglamenta la forma de sus relaciones”.

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Parte II Narcisismo: encuentro-sujeto-devenir


3. TOPICA Y COMPLEJIDAD

DE LA ESTRUCTURA A LA ORGANIZACION

Actualmente, las ideas de orden y de determinación se encuentran enriquecidas y pluralizadas... por las de de­ sorden. La noción de “organización” implica construc­ ción. producción y reproducción de orden y de desorden. Esa noción ha emergido en las ciencias bajo el nombre de “estructura”. Pero la visión estructuralista, demasiado regida por la idea de orden, había propiciado una simpli­ ficación, 3'a que en la mayor parte de los sistemas físicos naturales, y en todos los sistemas biológicos, la organiza­ ción es activa: comporta aprovisionamiento, almacenaje, reparto, control de la energía, al mismo tiempo que, por su trabajo, comporta gasto y dispersión de la energía. La organización produce a la vez entropía (la degradación del sistema) y neguentropía (su regeneración) (Morin. 1982).* La estructura de un sistema es la corporeidad física de su patrón de organización. El patrón de organización im1. Como no están claros los efectos teóricos y prácticos de la importación de conceptos estructuralistas en la teoría psicoanalítica, dilucidar la categoría de estructura y sus vínculos con la historia y la categoría de organización no tiene aquí nada de bizantinismo.

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plica una cartografía abstracta de relaciones. Describir la estructura, en cambio, es describir sus componentes fí­ sicos presentes: sus formas, sus composiciones químicas. Un sistema vivo es a la vez abierto y cerrado: abierto estrucluralmente, pera cerrado organizativamente. La materia y la energía (luyen a través de él, pero el sistema manLiene una forma estable y lo hace de manera autóno­ ma, a través de su autoorgamzación. En otras palabras, los sistemas vivos son autónomos, lo cual no significa que estén aislados del exterior ya que interactuan con el me­ dio a través de un constante intercambio de materia, energía e información, pero esta interacción no determi­ na su organización. Ibdo organismo vivo experimenta cambios estructura­ les continuos. A pesar de este cambio estructural cons­ tante, el organismo mantiene el patrón de organización. Interactuando con su entorno, un orgamsmo vivo sufrirá una serie de cambios estructurales; el sistema vivo esta­ rá determinado tanto por su patrón de organización como por su estructura. El patrón de organización determina la identidad del sistema Isus características esenciales); la estructura, formada por una secuencia de cambios estruc­ turales, determina el comportamiento del sistema.1 No se puede reducir la organización al orden como lo hace el estructuralismo. Una organización constituye y mantiene un conjunto no reductible a las partes, porque dispone de cualidades emergentes y porque comporta una retroacción de las cualidades emergentes del “todo” sobre las partes. Por ello mismo, las organizaciones pue­ den establecer sus constancias propias, y éste es el caso2 2. Hay en todo el libro una pretensión de complejidad —más o me­ nos cumplida- que se aprovecha de estas ideas para volver a concep­ tual ¡zar la tópica psíquica y la relación entre encuentros, duelos, investimientos y autoorgamzación identificatoria. En suma: la articu­ lación entre registro objetal v narcisista, así como entre pasado, pre­ sente y futuro. 40

je jas organizaciones activas. Los seres vivientes pueden establecer su regulación y producir sus estabilidades. Distinguir dos modos de estabilidad permite reinter­ pretar los resultados de la termodinámica en la cual se inspiró Freud. La teoría de los sistemas dinámicos pue­ de ser utilizada para reformular en términos actuales al­ gunas de sus propuestas. Dos estabilidades que implican dos identidades diferentes. En la estabilidad simple se postula la identidad estricta y es el fundamento de la ciencia clásica. El tiempo es presupuesto como continuo, lineal, uniforme e irreversible y los objetos son estables y eternamente idénticos a sí mismos. La estabilidad es­ tructural consiste en la persistencia en el ser. Esta iden­ tidad implica aportes y gastos energéticos, trabajo para persistir y conflictos entre sus sistemas. ¿Puede usar el psicoanálisis la noción de estabilidad estructural, tal como la definen los matemáticos y físicos, para una conceptualización más compleja de las pulsio­ nes de vida? La estabilidad estructural de un sistema su­ pone discontinuidades y singularidades en función de los acontecimientos o circunstancias que el sistema ha crea­ do o encontrado. La estabilidad estructural describe có­ mo las formas persisten o cambian según las dinámicas de conflicto a condición de recibir y gastar- energía en su trabajo (Porte, 1998). En la actualidad, la ciencia describe el mundo de ma­ nera diferente de como lo hacía cuando Freud escribió sus escritos metapsicológicos. Durante varios siglos pre­ dominó en ella la idea de simplicidad, pero ahora busca dar cuenta de la complejidad, con las herramientas ade­ cuadas para este nuevo contexto. No pretende la ciencia eludir la complejidad sino que acepta lidiar con el azar y la incertidumbre.1 3. El sueño de la rienda fue reducir la realidad del mundo a la pre-

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En los últimos años, la atención se centró en lo no pre­ dicable, aquello que había sido considerado una aberra­ ción por la mecánica newtoniana. En física, los sistemas complejos se convirtieron en el centro de las investigacio­ nes sobre mecánica de los fluidos y electrodinámica cuántica. En matemática, irrumpió la geometría fractal. En termodinámica, se privilegiaron los sistemas fuera del equilibrio. En biología, la teoría de los sistemas autoorganizadores productores de orden a partir del ruido. Donde en el siglo XVIII se veía un mecanismo de reloje­ ría y en el XIX una entidad orgánica, a fines del XX se ve un flujo turbulento. La consideración del movimiento y sus fluctuaciones predomina sobre la de las estructuras y las permanen­ cias. La clave es otra dinámica, denominada no lineal, que permite acceder a la lógica de los fenómenos caóti­ cos. Esta conmoción del saber se desplaza de la física ha­ cia las ciencias de la vida y la sociedad. La biología molecular no redujo lo complejo a lo simple (lo biológico a lo físico-químico) sino, por el contrario, recurrió a con­ ceptos organizacionales desconocidos en el dominio es­ trictamente físico-químico como información, código, mensaje, jerarquía. La biología propone la autoorganización para comprender cómo el azar produce complejidad. Lo psíquico incluye un nivel de complejidad aun mayor (Balandier, 1988). Y así, gracias al pensamiento complejo, los traumas, los duelos, los vínculos van tomando otro lugar, en la teo­ ría y en la clínica. La lógica de los sistemas abiertos autoorganizadores se expresa en el azar organizativo como

nrincipio de complejidad por el ruido. La represión origi­ naria. el pasaje del yo de placer al vo de realidad, el sepultamiento del complejo de Edipo. la metamorfosis de la pubertad y todo duelo que produce una recomposición identificatoria pueden y deben ser considerados procesos de autoorganización (Hornstein, 1993). La autoorganización explica los incesantes procesos de cambio en un sis­ tema dado, a partir de los ruidos que perturban el equilibrio del sistema. En un sistema abierto, una “intrusión" desde el entor­ no no implica necesariamente desorganización ni otro ni­ vel de equilibrio, como sucede con un sistema cerrado. El trauma puede conducir a una reorganización de mayor complejidad. Porque un sistema abierto tiene la capaci­ dad de convertir esos ruidos (traumas.) en información. Los sistemas autoorganizadores se hallan en un esta­ do ininterrumpido de desorganización-reorganización en que los estímulos-agresiones ponen en riesgo de desorga­ nización al sistema y a la vez preservan su vitalidad. ¿Qué consecuencias implica para una clínica del nar­ cisismo pensar la tópica como un sistema abierto y com­ plejo?'

dictibilidad de un péndulo simple. “Es el célebre mito de Laplace: dad­ me las leyes de la naturaleza <ecuaciones m atemáticas deterministas i y las condiciones iniciales (o de un instante cualquierat del universo y reconstruiré su película completa 'todo su pasado y todo su futuro i” (Wagensberg, 1998).

4. “Cada ser complejo está constituido de una pluralidad de tiem­ pos, conectados los unos con los otros según articulaciones sutiles y múltiples. L a historia, sea la de un ser vivo o la de una sociedad, no podra jam as ser reducida a la sencillez monótona de l u í tiempo único" ‘Prigogine, 1 9 7 9 1.

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E L NARCISISMO TRÓFICO

El yo desestructurado de la psicosis le hace descubrir a Freud una fase autoerótica, previa al narcisismo, en la cual la unificación corporal todavía no se logró. En 1914 se pregunta acerca del yo y su constitución a partir de la cb'nica de la psicosis:

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De nuevo tendremos que colegir la simplicidad aparente de lo normal desde las desfiguraciones y exageraciones de lo patológico La simplicidad aparente de lo normal es el yo que en­ cubre su complejo proceso de producción, ese yo cuya uni­ dad se postulaba como natural sólo porque se desconocía su génesis y sus funciones. La trayectoria freudiana es la de una aceptación creciente de la complejidad del sujeto. En efecto, esa alma no es algo simple; más bien, es una jerarquía de instancias superiores y subordinadas, una ma­ raña de impulsos que esfuerzan su ejecución independien­ temente unos de otros, de acuerdo con la multiplicidad de pulsiones y de vínculos con el mundo exterior, entre los cua­ les muchos son opuestos e inconciliables entre sí (Frend, 19171. El narcisismo es una etapa de la historia libidinal, de la constitución del yo y las relaciones con los objetos. Es un compuesto que integra diversas tendencias: la de ha­ cer converger sobre sí las satisfacciones sin tener en cuenta las exigencias de la realidad, la de la búsqueda de autonomía y autosuficiencia con respecto a los otros, el intento activo de dominar y negar la alteridad, el predo­ minio de lo fantasmático sobre la realidad. Freud estableció una historia libidinal e identificatoria con una sucesión de fases. Fase autoerótica: su fijación conduciría a un yo corporal que tiende a fragmentarse lejemplo clínico: la esquizofrenia). Fase narcisista: se preservaría un yo unificado pero cuya unidad es posible localizando al perseguidor que podría desintegrarlo (ejemplo clínico: la paranoia!. A la fase narcisista corres­ ponde también la melancolía, cuya problemática no es la consistencia del yo sino su valor. Fase homosexual corres­ ponde no sólo a la homosexualidad sino a todos aquellos cuadros clínicos en los que predomina la indiscrimina­ ción vo-no yo: investimiento narcisista de los objetos. F¡44

nalm ente. fase heterosexual, punto de fijación de las di­

versas neurosis. Si bien el retiro narcisista es "patológico" como salida a un sufrimiento, el narcisismo tiene un aspecto trófico. Gracias a él la actividad psíquica mantiene la cohesión organización al. la estabilidad temporal del sentimiento de sí y la coloración positiva del sentimiento de estima de sí (Stolorow. 1975). El narcisismo es tanto un modo objetal con caracterís­ ticas especificas como la contrapartida de la objetalidad. No es sólo un estadio, es un registro siempre presente: enfrentamiento especular de la paranoia, retracción libi­ dinal de la melancolía, renegación de la alteridad se­ xual, omnipotencia del pensamiento en la obsesión, pero -no lo olvidemos- es constitutivo del investimiento yoico. Ya Freud lo había presentado como dimensión fun­ dante del yo. Insisto. El narcisismo es un rasgo de personalidad, una patología, un estado de desarrollo o una instancia psíquica. Pero es también lo que tom a posible para el sujeto un movimiento de centramiento de sus repre­ sentaciones identificatorias. Y para reconocerlo debemos concebir al narcisismo desde un punto de vista organizacional. El psicoanálisis nace con el reconocimiento de contar con una tópica que permita fundar el orden de fenóme­ nos que esclarecía. Para situar el conflicto es necesario suponer instancias antagónicas en su funcionamiento: la hipótesis tópica y la afirmación de la irreductibilidad del conflicto son indisoeiables. Una tópica supone la diferen­ ciación del aparato psíquico en cierto número de siste­ mas dotados de características o funciones diferentes v dispuestos en un orden determinado. La tópica freudiana es un conglomerado de instancias con legalidad propia, objetos propios, historia diferencia­ da- Es una estratificación irregular tanto en relación con 45


su origen histórico como con su estructura- Cada instan­ cia enfrenta conflictos y establece alianzas. El psiquismo es un sistemo abierto autoorganizador en permanente intercambio con lo exterior. Un sistema alejado del equilibrio en el que ciertos acontecimientos producen alteraciones estructurales. Un sistema que no busca el equilibrio sino la complejidad. El abordaje de la tópica no puede soslayar su heterogeneidad de inscrip­ ciones y de memorias, asi como la articulación y combi­ nación de fuerza y sentido, de representaciones y de afectos. El narcisismo es introducido por Freud para dar cuen­ ta de ese movimiento donde el objeto se transforma en sujeto a través de las vicisitudes pulsionales y su devenir identificatorio. El psiquismo. transformando el azar en organización, incrementando su complejidad, engendra nuevas formas y desarrolla potencialidades. La complejidad designa la aptitud para admitir y utilizar un mayor desorden. Las li­ gaduras son múltiples y multiformes. La cantidad en fi es neutralizada por la complejidad en psi (Freud. 1895b).

orno en el tratamiento analítico tiene puntos de inesta­ bilidad. En esos puntos, una fluctuación (incluso pequeña) de aiterar la trayectoria. Estructura y acontecimiento va no se excluyen recíprocamente. y Cierto narcisismo patológico cierra al sistema psíquic0 En la paranoia o en la melancolía no hay ingreso de ru id o s por exceso de fiabilidad y de redundancia. En otras problemáticas clínicas sucedería casi lo contrario: por ausencia relativa de fiabilidad y de redundancia, el ingreso de ciertos ruidos i traumas i tiene un efecto desor­ ganizante.' El inconsciente es excitable porque es un sistema abierto, que intercambia energía e información con el medio.

Si al pensar la temporalidad, los procesos, la historia, llegamos a incluir los estados alejados del equilibrio, des­ cubriremos que los efectos del azar producen mutaciones estructurales. El psiquismo tanto cuando se constituye

5. Los neurofisiólugns afirman que el cerebro tiene “el poder y la misión de transformar el ruido en información, culminando así en una ganancia de complejidad asignable a su propia autoorganización l — l una parte de los estímulos externos e internos son metabolizados en informaciones libidinales cuya tarea es conducir una ganancia de placer erógeno-narcisista Ganancia de placer que exigirá maniobras cada vez más complejas por parte de un aparato psíquico obligado a tomar conocimiento y a tener en cuenta ciertas condiciones, coer­ ciones y elecciones que le será preciso respetar para alcanzar o acer­ carse a este fin” (Auiagnier, 1984).

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6. Freud se refiere al exceso de fiabilidad en la patología, cuando el psiquismo tiende a comportarse como un sistema cerrado: “E l con­ tenido del sistema preconscienle (o consciente) proviene, en una parfe. de la vida pulsional (por mediación del inconsciente) y, en la otra, de la percepción Cabe dudar sobre la medida en que los procesos de este sistema pueden ejercer una influencia directa sobre el incons­ ciente; la investigación de casos patológicos muestra a menudo en el «consciente un grado de autonomía y de ininfluenciabilidad apenas creíble. Un total aislamiento reciproco de las aspiraciones, una desa­ gregación absoluta de los dos sistemas, he ahí en general la caracte­ rística de la condición patológica" i Freud. 1915c).

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r 4. NARCISISMO: ¿AUTONOMIA PULSIONAL?

Actualmente el narcisismo es un tema muy controver­ tido. Algunos autores lo piensan como autónomo de la trama edípica mientras que otros lo consideran en estre­ cha relación con ella. Para Kohut, partidario de la autonomía, el narcisismo no se define tanto por el lugar del investimiento sino pol­ la naturaleza de la carga pulsional misma; los objetos del self difieren de los de la pulsión. Los trastornos narcisistas -afirm a- no pueden explicarse con la teoría psicoanalítica clásica, pues en ellos el núcleo del trastorno es un yo debilitado y no los conflictos concernientes a los impulsos libidinales o los agresivos. El sí-mismo se con­ cierte en el centro del universo psicológico del individuo. En circunstancias favorables, el niño experimenta una progresiva decepción respecto del objeto idealizado y retira investimiento narcisista del objeto y su interna! ización instituye una instancia intrapsíquica que releva la imagen parental idealizada. Tal proceso es una “internahzación transmuta dora”. De no consumarse se produee lo que se denominó acertadamente como compulsión a

realizar.1 L La experiencia de esta secuencia de hechos psicológico» a tra-

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Una posición, como dije, controvertida. Pero ¿se pue­ de atribuir al narcisismo autonomía pulsional o ese deve­ nir está inserto en la economía libidinal y tanálica global? El narcisismo es la investidura pulsional del yo. Que en algunos analizandos el conflicto se sitúe en el área del narcisismo no autoriza a pensar el devenir narcisista disociado del devenir pulsional? El narcisismo resulta de un déficit estructural. Para otros autores, es defensivo ante las pulsiones y la alteridad. Incluso si la pulsión se torna más peligrosa cuando el yo es frágil, ella permanece como el peligro supremo. Kohut considera que la angustia de desintegración es la angustia central. Si el objeto del self consigue producir la ligazón, la pulsión no será amenazadora. Para él, los sen­ timientos de culpa edípieos son evitables si la tragedia temprana puede ser mantenida dentro de ciertos límites y si el yo narcisista se encuentra a sí mismo en el espejo del amor. El hombre culpable de Freud es el producto de una falla narcisista en una edad temprana. Si esta falla no existe, si se ha desarrollado un yo sano, los conflictos edípieos serán fases transitorias predominantemente placenteras que no dejarán tras de sí sentimientos de culpa importantes. En la formulación de Kohut el sí-mismo es la fuerza motivacional principal. La vivencia de las fallas de em­ patia gana terreno sobre lo intrapsíquico. las angustias ves de la fusión con el objeto-del-sí-mismo omnipotente y empatien es lo que establece el punto de partida desde el cual los fracasos óptimos 'no traumáticos, adecuados a la fase) del objeto-del-si-mismo llevan, en circunstancias normales, a la construcción de estructuras por me­ dio de la internalización transmutadora. Creo que las deficiencias en el si-mismo se producen sobre todo como resultado de falta de empa­ tia por parte de los objetos-del-sí-mismo -debido a trastornos nareísistas del objeto-del-si-mismo” SKohut. 1977). 2. Para la problemática de las pulsiones, véase el capítulo 8, y para la del Edipo y sus relaciones con el narcisismo, el capítulo 9.

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precoces invaden la angustia de castración y. dado que el complejo de Edipo no es más el único organizador de la psique, el déficit relega el conflicto a un lugar secunda­

rio. Comparando los trastornos narcisistas con las neuro­ sis, Kohut atribuyó los primeros al Hombre Trágico y las segundas al Hombre Culpable. Las metas de éste entran en conflicto con las pulsiones, mientras que las del Hom­ bre Trágico están encaminadas al cumplimiento del self.s El Hombre Trágico lucha para mantener la cohesión de su self fragmentado y el Hombre Culpable se enfren­ ta a las pulsiones. Esta dicotomía genera una neta sepa­ ración entre lo preedípico y lo edípico Con la noción de déficit, Kohut conceptualiza un trau­ matismo por defecto. En oposición a la tesis del conflicto, la del déficit privilegia las fallas del objeto externo en la provisión de las necesidades narcisistas del niño. El déficit narcisista y sus defensas reemplazan el con­ flicto estructural para explicar tanto las transferencias como las patologías narcisistas. El término sí-mismo es utilizado por Kohut para referirse a una organización que da cuenta de las fluctuaciones del narcisismo. El símismo deviene prioritario en relación con la pulsión que 3. Kohut (1 9 7 7 1 piensa en dos inetapsicologías (o en dos tipos de hombre): “La metapsieologia clásica, iluminó y explicó las neurosis de transferencia, el hombre en conflicto, el Hombre Culpable. La teoría clásica no puede iluminar la esencia de la existencia humana desga­ nada, debilitada y discontinua: no puede explicar la esencia de la fragmentación esquizofrénica, la lucha del paciente que padece de un trastorno narcisista de la personalidad por recuperar su integración. a desesperanza - la desesperanza sin culpa- de quienes a mitad de la vida descubren que no se han cumplido las pautas básicas de su sítoismo tai como se establecieron en sus ambiciones e ideales nucleares La metapsieologia dinamico-estructural no hace justicia a estos Problemas humanos, es decir, no puede abarcar los problemas de! Hombre Trágico”.


le está suboordinada: si el sí-mismo es cohesivo, la pul­ sión no perturba; si es vulnerable, las pulsiones lo desin­ tegran. La angustia de desintegración remite al desamparo psíquico, su base es una perturbación económica. La de­ sintegración del si-mismo no proviene del peligro de la li­ bido sino de una amenaza de aniquilación del si-mismo por la irrupción de cantidades. Por el contrario, la angus­ tia señal funciona cuando el sí-mismo es cohesivo <Oppenheimer, 1996). Desamparo y pulsión, déficit y conflicto no constitu­ yen alternativas incompatibles sino articulables. Conflic­ to y déficit pueden ser considerados como dos dimensiones del psiquismo que recortan los dominios preedípicos y edípicos. Kenberg privilegia las relaciones de objeto in­ ternalizadas y las defensas primitivas contra la envidia y la agresividad mientras que Kohut presta atención a defensas consideradas reactivas a fallas empáticas de los objetos del sí-mismo. En ambos casos hay un movimien­ to de desexualización. en uno hacia la destructividad y en el otro como una reacción al fracaso del vínculo narci­ sista.4 El narcisismo es una organización psíquica que fun­ ciona no sólo en oposición a la relación de objeto sino pa­ ralelamente a ella. ¿Cuál es la relación entre narcisismo y las pulsiones de objeto? La sexualidad puede ocupar un lugar importante en los cuadros narcisistas: el ejercicio de la sexualidad nutre el narcisismo dando pruebas de integridad o de va­ lor narcisista. La insatisfacción del deseo señala la de­ pendencia del sujeto respecto del objeto y acrecienta los sufrimientos narcisistas. Se aspira a una satisfacción no sometida a la dependencia del objeto, logrando un silen­

cio del deseo: cuando el otro impone una desmentida a la omnipotencia se genera la rabia narcisista. Esa insatis­ facción lo priva al narcisista de ser liberado, por la satis­ facción. del deseo. Busca más un deseo de satisfacción que una satisfacción de deseo (Green, 1983a i.

4. Véase ei capítulo 16

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5. E L SUJETO COMO DEVENIR

La supervivencia del niño, por su condición prematu­ ra, depende de los cuidados del objeto. La madre tiene la difícil tarea de estimular la actividad pulsional y de con­ tenerla, de ofrecerse y de rehusarse como objeto de pla­ cer. La pulsión es también un concepto límite entre el sujeto y el objeto. El encuentro boca-pecho da lugar a un triple descubri­ miento: la psique del bebé descubre una experiencia de placer; el cuerpo, una experiencia de satisfacción; la ma­ dre. un don necesario para la vida de su bebé. Afecto, sentido, cultura están copresentes en esos primeros sor­ bos de leche. El amor materno, que ha favorecido el surgimiento de la vida pulsional, ahora tiene por meta contenerla. Para que esa contención sea posible un “yo debe devenir” como una red de investiduras de nivel constante. Pero no de­ viene sólo por maduración, se requiere la tarea de liga­ dura del otro primordial, quien cuida y a la vez propicia la identificación.1 1- Kristeva { ! 9 8 3 1 post ula un vacío que aparece como primera se­ paración entre un yo todavía no devenido y lo que todavía no es un ob­ jeto: “Si el narcisismo es una defensa contra el vacío de la separación.

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El yo se constituye sobre la base de las ligazones en­ tre sistemas de representaciones preexistentes. Estas li­ gazones consisten en investiduras colaterales. En los comienzos de la vida, este yo que produce inhibiciones y propicia ligazones del decurso excitatorio está en el otro. Otro que no sólo provee los recursos para la vida sino que inscribe estos recursos en su potencialidad de "pulsión de vida”. Lo mejor es que la madre ejerza un “narcisismo trasvasante”, pues si se reduce a una pulsación sexualizante instala la pulsión pero sin otorgar los elementos ligadores y no genera el entramado sobre el cual la represión originaria vendrá a constituir las diferencias tópicas. Para que la represión se instaure se requiere un narcisismo materno capaz de hacer circular, sobre la ba­ se de la instalación de la castración, al hijo en tanto par­ te -p arte desprendida de sí m ism a-. Mediante esa identificación se generan las condiciones que posibilitan la producción de un psiquismo abierto a nuevas recompo­ siciones. (Bleichmar. S.,1993). A partir de las vivencias de satisfacción y de dolor se va constituyendo el yo como organización provista de una constante reserva de cantidad. Su función esencial es inhibir las excitaciones aferentes merced al estableci­ miento de redes asociativas. El yo tiene como atributo mantener una carga constante de energía, inhibir o dife­ rir la descarga y posibilitar el proceso secundario. Cual­ quier satisfacción de la necesidad desprovista de investimiento libidinal o postergada más allá de lo tole­ rable, cualquier difusión de las angustias de la madre al­ tera esta acción, constitutiva del narcisismo trófico. Si la respuesta es inmediata, sin plazo, se instala la omnipotencia simbiótica, que priva al yo del niño de de-

■ ‘ no” al objeto y, por lo tanto, de decirse “sí” a sí misy s¡ el plazo es excesivo, sobreviene la desesperación ^se inscribe una experiencia de dolor que hace decir “no” ^ todo. La madre oscila siempre entre excesos, de gratigcación o de frustración, que pueden tener una conse­ cuencia común: provocar una excitación pulsional que desborda las posibilidades de elaboración del yo." Ante ese desborde, el yo debe enfrentar la doble angustia de intrusión y de separación, que se observa en ciertos tras­ tornos narcisistas. Cuando el objeto deja de cumplir su papel de espejo, de continente y de auxiliar de ese “yo que debe devenir” pulsiones y objetos se convierten en es­ collos. El yo combatirá contra ese objeto “no suficiente­ mente bueno” movilizando las pulsiones de muerte que se activan cuando el yo no puede ejercer su capacidad de ligadura. El refugio protector en el yo, que intenta el re­ pliegue narcisista. ya no tendrá la misma eficacia. El narcisismo trófico será sustituido por agujeros psíquicos propios del narcisismo de muerte. Si gracias al “narcisis­ mo de vida” el yo procura alcanzar cohesión yoica, el “narcisismo de muerte” intenta reducir a cero las inves­ tiduras voicas (Green, 1983a).:; Winnicott llamó “capacidad de estar solo” no a una so­ ledad defensiva, sino a la de un yo fortalecido que intro-

entonees toda la máquina de imágenes, representaciones, identifica­ ciones y proyecciones que lo acompañan en el camino de la consoli­ dación del yo y del sujeto es una conjuración de este vacío'

2. El exceso de frustración también puede conducir a un agota­ miento, a una extinción de la capacidad de investir. Un sufrimiento excesivo puede facilitar la desinvestidura propia de la pulsión de muerte. •3. “Si hoy nos inclinamos a dar un mayor peso al objeto en la cons­ titución de la actividad psíquica, aun bajo sus formas elementales, antes que ceder a la tentación de postular formas embrionarias de co­ nocimiento inconsciente me parece preferible concebir la acción del objeto como la de un agente inductor, o catalizador, de la ligazón, que Permite transferir a la actividad interna los cambios ocasionados por ios encuentros del yo y del objeto La pulsión sería, pues, una forma de autoorgamzación” IGreen, 1995).

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vectó el objeto. El niño está en condiciones de aislarse en presencia de la madre. Cuando no lo está se abren otros destinos. La invasión por el otro, ilustrada por los esta­ dos de fusión, y su dependencia absoluta respecto del ob­ jeto. La pasivización, en cambio, supone la confianza en el objeto. La seguridad de que no abusará del poder que de ese modo se le confiere. Tolerar cierta fusión es tan necesario como la necesidad de existir en el estado sepa­ rado. Esa “capacidad de estar solo” permite entender los vínculos entre la cohesión del yo y las relaciones objétales. La intemalización de las interrelaciones del yo permite al sujeto estar a solas sin sentirse aislado. Físicamente solo pero no psíquicamente abandonado. Un bebé pasa largos períodos a solas consigo mismo. El interjuego entre momentos fusiónales y separación es esencial y de su ritmado depende que la presencia del otro primordial sea presencia estructurante y no presen­ cia que arrase la frágil organización impidiéndole trami­ tar estímulos. La privacidad también es una exigencia en los momentos fundantes del psiquismo.' Para que el yo pueda devenir, el lactante necesita que la madre desempeñe el papel de escudo protector contra estímulos externos, que sea capaz de decodificar las co­ municaciones de su hijo con ella y de comprender su ne­ cesidad recurrente de estimulación y de quietud. Pero si la madre no logra evitar la sobreestimulación o la subes4. “La estructura del yo es una forma de recuerdo profundo porque deriva de experiencias que el bebé y la madre han tenido entre ellos. [...] La estructura del yo es la huella de un vínculo. [. J Todo infante, en consecuencia, internaliza en el yo aquellos procesos en los que es el objeto del otro, y durante largo tiempo continúa haciéndolo. |... |La estructura del yo es una forma de memoria constitutiva profunda, una memorización de la ontogénesis de la persona: y aunque pueda tener escasa relación con la madre tal como el paciente la conoce en su carácter de objeto total (como una persona) en ciertos aspectos nos anoticia sohre él” (Bollas. 1 9 8 7 1.

emulación, puede llegarse a una indistinción entre la rereSentación del yo y la representación del otro y crear­ se Por consiguiente, una representación corporal arcaica donde los contornos del cuerpo, la investidura de zonas erógenas y la separación entre el cuerpo materno y el del niño sigan siendo confusos (McDougall, 1998). La mirada materna es constitutiva del yo. El yo que devendrá tiene, desde el nacimiento, un carácter de exte­ rioridad en relación con el yo materno que lo enuncia. El proceso identifica torio tiene una determinación simbóli­ ca presente en el inconsciente de los padres. Si por esto o lo otro la mirada materna hubiera esta­ do velada, si desde sus primeros intercambios el infans no hubiera captado sino una lábil representación de sí, tendrá un sentimiento igualmente cambiante de su inte­ gridad narcisista. La economía narcisista y la objetal reflejan un movi­ miento incesante. Oscilación que asegura la continuidad del sentimiento de identidad, por el mantenimiento si­ multáneo de cierta constancia en la relación de objeto. La lucha para preservar el sentimiento de si y el sentimien­ to de estima de sí no es exclusiva de las organizaciones narcisistas. Cualquiera puede padecer perturbaciones o colapsos narcisistas y tener que luchar. Una actividad fantasmática de simbolización propor­ ciona al yo su unidad y su límite. El yo surge como efecto. Nace en el pasaje de un estado de pasividad y dependen­ cia a un estado de actividad e independencia, y va siendo capaz de representarse como separado y diferenciado del mundo. El narcisismo vuelve posible para el sujeto la expe­ riencia de su individuación vivida subjetivamente como un sentimiento de unidad y de estima de sí y garantiza­ da estructuralmente por el investimiento de las repre­ sentaciones de sí. Es paradójico: el narcisismo unifica l a c ia s a una dimensión tensional.

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Importan no sólo las investiduras observables sino también las representaciones que las subtienden. El nar­ cisismo le permite al sujeto plantearse como consistente al otorgarle una vivencia de cohesión, de continuidad y, lo que no es menos importante, de valoración. Para advenir el yo debe separarse del yo del otro pri­ mordial. atribuirse esta no identidad. Mediante este ín­ dice de exterioridad, la realidad se presenta al yo como espacio exterior no reductible al espacio propio. El yo planteará una separación entre ser y tener; en­ tre lo que querría llegar a ser y lo que querría poseer (di­ ferencia entre el registro narcisista y el registro objetal), entre el trayecto identificatorio y las elecciones de objeto. El yo se dedica a sí lo que antes dedicaba al otro. Trans­ forma el deseo hacia el objeto en investimiento yoico. Y autoalterándose y complejizando su organización dismi­ nuye su dependencia hacia los objetos investidos. Ese narcisismo secundario transm uta el investimiento de ob­ jeto en identificación. Apenas nace, el infans recibe de los otros significativos, enunciados e imágenes que devienen identificaciones. Múltiples identificaciones. En el campo de deseos y dis­ curso parental habrá rasgos yoicos narcisizados, otros re­ chazados y otros indiferentes. El yo es autoalteración, lo cual supone un trabajo de duelo, de elaboración sobre las representaciones identificatorias. El proceso identificatorio implica una renuncia al conjunto de los objetos que, en una primera época de la vida, representaron los soportes de la libido objetal y narcisista. Las representaciones que el yo construye de sí mismo tienen como referencia su propia imagen, pero también las que le brindan los otros. A la identificación recurre la economía libidinal para conservar aquello que el principio de realidad obliga a abandonar: el yo se im­ pone como objeto de relevo transformando el deseo hacia el objeto en identificación. En su trabajo de metaboliza60

ción seleccionara aquellos que le permitan proseguir y consolidar su construcción identificatoria articulando ser y devenir. Si pensamos la psiquis como un sistema con capacidad autoorganizadora, ¿cuáles son las relaciones gjóstentes entre los duelos, los investimientos y las iden­ tificaciones? ¿De qué manera la pérdida de objeto se transmuta en organización? El investimiento narcisista del vo apuntala la autoconservación y preserva ciertas funciones: monto de investi­ duras que respetan el proceso secundario, discriminación entre el yo y los objetos, tolerancia a las separaciones e intrusiones de los otros significativos.5 Podríamos simplificar: restringirnos, como suele ha­ cerse, a la noción de un solo yo. O conformamos con una entente cordiale, una convivencia pacífica, entre un yofunción y un yo-representación como si no fuera necesa­ ria una articulación. Reducir el yo a su función adaptativa implicaría renunciar a su dimensión historizante, asi como, a la inversa, hacer del yo una imagen en­ gañosa implicaría subestimar su función dinámica. La duplicidad existe y es constitutiva del yo freudiano y ¡hay que arreglárselas con ella! Entre el yo especular, forma imaginaria de Lacan, y el yo autónomo de Hartmann, hay una oposición teórica con múltiples consecuencias en la práctica. Proponer al yo como una realidad independiente que necesita ser adap­ tada a la realidad entraña el peligro de rechazar hacia el

5. “E sta visión idílica del yo es enteramente utópica. Su contrapar­ tida es el orgullo narcisista de la autonomía frente al objeto: la auto­ suficiencia, la necesidad de un dominio permanente, la inclinación a la megalomanía y. por fin. la captura por las identificaciones imagi­ narias, como lo destacó con acierto Lacan. Esto nos lleva a inferir la duplicidad esencial del yo. duplicidad inherente a su funcionamiento, por su condición de servidor a varios amos” (Creen. 1983a)

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pasado su relación con el inconsciente. Pero considerar al yo inconsistente en relación con el deseo implica perder el punto de vasta tópico y dinámico y abandonar la con­ cepción que propuso Freud de la vida psíquica (Hornstein, 1988). Por estigmatizar lo imaginario, Lacan y sus discípulos mientras proclamaban el "retorno a Freud”. desecharon la segunda tópica. Sólo aquellos que por su independen­ cia teórica, no menos que institucional, pudieron mante­ ner un distanciamiento crítico, conjugaron las lúcidas críticas de Lacan a la concepción del yo autónomo con ela­ boraciones que contribuyeron a forjar una metapsicología de la instancia yoica y su relación con el narcisismo.6

DIFERENCIAS ENTRE EL YO Y EL SUJETO

El yo es una instancia caracterizada por un cierto ti­ po de organización y funcionamiento psíquico que lo dife­ rencia y lo sitúa en relación con las otras instancias. El sujeto designa, en cambio, una organización que desbor­ da la división en instancias. Es aquello que subvierte no solamente la pretensión del yo a igualarse al conjunto de la psique, sino la posibilidad para el pensamiento de cons­ tituirse en organización plenamente autónoma, de fun­ cionar como referencia última y de no estar sometida más que a las leyes que le son propias.7 El yo es la instancia que se encuentra más inmediata­ mente en relación con el objeto. Es sólo una parte del

n a ra to psíquico, que incluye además al ello (las pulsio­ nes) y al superyo. El conjunto de estas instancias forma el aparato psíquico que sería su expresión objetivante, m ie n tr a s que el sujeto quedaría asignado a la experien­ cia d e la subjetividad (Green, 1995). Para Lacan, el sujeto se manifiesta en todo aquello que del discurso escapa a la intención consciente. Inasi­ milable a todo aquello que sea del orden de la sustancia del ser pensante, el sujeto es, por el contrario, afectado por una carencia radical que lo hace fundamentalmente deseante. El deseo es aquello que se encuentra subtendi­ do y que sin cesar es relanzado por la carencia inscrita en la psique de un objeto-causa radicalmente heterogéneo al campo de lo figurable y de la representación. Desde en­ tonces circula en la literatura psicoanalftica la expresión “sujeto del inconsciente”. Pero en vez de dar por consabida una heterogeneidad radical entre el sujeto y el yo, conviene retomar la oposi­ ción entre simbólico e imaginario como una dialéctica in­ terna al yo mismo. La realidad psíquica no era pensada por Freud como un “sujeto”, sino como una pluralidad de sujetos. Freud (1892-99) le escribe a Fliess: “Multiplicidad de las perso-

6. Véase el capítulo 11. 7. La bibliografía psicoanalftica en los últimos años testimonia cierta msatisfacción con respecto a la terminología del sujeto. “Se han propuesto diversos términos para llenar vacíos. Se ha completado el concepto freudiano del yo por medio de las variantes lexicales del su­ jeto. El si-mismo, que difiere según los autores (Hartmann, Jacobson, Kohut o Winnicott), es la apelación más aceptada, no sin resistencia

(Pontalis i. Muchos autores le atribuyen el valor del yo global porta­ dor de las investiduras narcisístas que fundan el sentimiento de iden­ tidad (Lichtensteini. Otros prefieren destacar la diferencia entre el Moi y el J e . sea en una perspectiva cxistencial (Paschet o en una lin­ güística (Lacan) o aun como saber sobre el J e (Castoriadis-Aulagnier). Por fin, el sujeto recibe aceptaciones diversas; la de Lacan, de espíri­ tu estructuralista, se singulariza respecto de las otras acepciones, ca­ si siempre descriptivas. La ambigüedad del concepto de yo total o de yo instancia ha merecido un esclarecimiento de Laplanehe, quien con­ cibe al yo como metáfora del organismo: sistema-yo que funciona se­ gún un régimen endógeno singular, si no autónomo. Además de estas designaciones, los autores tratan de identidad, de individuación (Mahler), de personalización” (Green, 1983a).

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ñas psíquicas El hecho de la identificación admite quizá, ser tomado literalmente”. Hasta un cuarto de sigl0 más tarde no conceptualizará una tópica que las conten­ ga. En la obra freudiana, las “instancias” obran cada una por su cuenta y persiguen finalidades que le son propias. Esa “multiplicidad de las personas psíquicas” origina los conflictos Ínter e intrasistémicos. Conflictos que-incluso sin recurrir al paradigma de la complejidad- deben ser pensados con la complejidad freudiana del triple registro: tópico (preconsciente-inconsciente; ello. yo. superyó), dinámico (conflicto pulsional: Eros y pulsión de muerte), económico (energía Ubre y ligada, procesos primario y secundario). Articulación de instancias que, ya en el paradigma de la complejidad:

. e a la ninguno de los subsistemas, sino que sur ele la interacción. En estas unidades complejas las ins£e -as SOn distinguibles pero no independientes, sus •edades y su significado se adquieren con la interacrión en el seno del todo mayor.

[... 1no responde a propiedades ah istó ricas debidas a leyes de e stru c tu ra -co m o lo sostuvo el e stru ctu ralism o lo g icista - si­ no que se produce m ed iante procesos que se v a n encadenan­ do en redes seriales y en p aralelo, procesos en los que m ed iante tran sfo rm acio n es se crean propiedades em ergen­ tes, en que hay retroaccio n es sobre las p artes, en que domi­ nan los fenóm enos denom inados "recu rsiv os” (Bleichm ar,

H„ 1997). La organización del sistema depende de la articula­ ción de suborganizaciones, cada uno con su propia es­ tructura, contenidos y leyes de funcionamiento. La tópica es una organización emergente de la inte­ racción de suborganizaciones. En tanto tal, no puede re-8

8. E l hecho de que estas instancias se constituyan históricamente no quiere decir qne sean dejadas atrás o integradas armoniosamente sino que persisten en una totalidad contradictoria e, incluso, incohe­ rente. E sta pluralidad de la psique constituye un magma, no tanto un sistema y este magma es un modo de coexistencia con una organiza­ ción que contiene fragmentos de múltiples organizaciones lógicas pe­ ro que no es reductible a una organización lógica (Castoriadis, 1986a).

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6. IDENTIDAD. AUTOESTIMA Y ALTERIDAD

El sentimiento de estima de sí es un residuo del narci­ sismo infantil y de las realizaciones acordes al ideal. Un compuesto sostenido en mayor o menor grado por las relaciones objétales y sus repercusiones narcisistas. Es tributario de una historia (libidinal e identifieatoria), de los logros, de la configuración de vínculos, así como de los proyectos que desde el futuro indican una trayectoria por recorrer. En ciertas problemáticas narcisistas, predomina la vulnerabilidad de la autoestima, y las personas se tor­ nan especialmente sensibles a los fracasos y desilu­ siones. Se centran en sí mismas, tienen fantasías grandiosas y dependen mucho del reconocimiento y admiración de los otros. Dicho de otro modo: hipocondría, depresión, aburrimiento y pérdida de vitalidad.1 L Utilizo en este libro el término “autoestima'' y “sentimiento de estima de sí" como posible traducción de Selbstgefühl (término utilizado por Freud en “Introducción del narcisismo"l. Autoestima comprende, un lado, la calidad de lo propio lauto); por otro, “estimar" proviene del latín aestimare. María Moliner atribuye a “estimar" dos series semánticas: apreciar, valorar, reconocer el mérito, que remite al afecto. Mientras la otra serie remite al discernimiento y al juicio: creer, juz­ gar, evaluar Uwe Peter i Lancelle, 19991 puntualiza que Selbstgefühl

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En una configuración objeta! muv variable, lo decisivo es la función que el otro desempeña en las fluctuaciones del sentimiento de estima de si: porque si la labilidad es escasa las autocríticas no implican un cuestionamiento global del yo. Por eso importa diferenciar entre la angus­ tia narcisista señal y la traum ática.: En el narcisismo expansivo, ciertos vínculos (estables o sustituibles compulsivamente) compensan la fragilidad del sentimiento de sí o del sentimiento de estima de sí. En el narcisismo retraído, la defensa es contra el peli­ gro de fusión-confusión; predomina la distancia con el ob­ jeto y la negación de toda dependencia. Las organizaciones narcisistas retraídas aspiran a la autonomía y. sobre todo, a evitar la desvalorización, efecto del desprecio del objeto y del autodesprecio. Se desprecian por ser dependientes, por sentirse prisioneros de sus deseos y cuando renuncian a la satisfacción pulsional, el orgullo narcisista le ofrece una compensación.n ¿Qué sabemos dt investiduras narcisistas? Que se proyecta sobre el objeto una imagen de sí mismo, de lo tiene dos significados. Uno es la conciencia de una persona respecto de sí-misma (sentimiento de si) y el otro es la vivencia del propio valor respecto de un sistema de ideales (sentimiento de estima de si). Este difiere según cada individuo, y puede ser vivenciado como positivo (orgullo, vitalidad i o como negativo (culpa, vergüenza, inferioridad). 2. V'éase el capítulo 16. 3. “Mientras que la renuncia de lo pulsional debida a razones ex­ ternas es sólo displacentera, lo que ocurre por razones interiores, por obediencia al superyó, tiene otro efecto económico. Además de la ine­ vitable consecuencia de displacer le trae al yo también una ganancia de placer, por asi decir una satisfacción sustitutiva. El yo se siente enaltecido, la renuncia a lo pulsional lo llena de orgullo como una ope­ ración valiosa. [—] Cuando el yo le ha ofrendado al superyó el sacri­ ficio de una renuncia de lo pulsional, espera a cambio, como recompensa, ser amado más por él. Siente como orgullo la conciencia de merecer este amor. [,..J E ste sentimiento bueno sólo pudo cobrar el carácter del orgullo, que es específicamente narcisista. luego que la autoridad misma hubo devenido parte del yo” (Freud. 1936a).

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que se ha sido, lo que se querría ser o lo que fueron las figuras idealizadas. Distintas modalidades, si ¿pero qué función cumple cada una? En las elecciones narcisistas pareciera que el objeto po fuera contingente. Que de él dependiera la razón de vivir. Su pérdida revive la dependencia. El objeto ame­ naza al vo. No está a disposición del yo. No se sabe cuán­ do estará y cuando está no se sahe si está disponible. Sus deseos, proyectos y ansiedades apenas coinciden parcial­ mente con los del sujeto. El paciente parece atrapado a la vez por una autono­ mía que se transforma en soledad devastadora y un acer­ camiento con el otro que confina con la fusión mortífera. La comprensión v el abordaje terapéutico de este tipo de patología dependerán, como siempre, de las elecciones teóricas (Oppenheimer, 1996). Y un mismo analizando puede pasar por épocas retraídas y expansivas. Si se busca la fusión es porque, solos, temen perder su sentimiento de sí o su sentimiento de estima de sí. Comhaten la angustia de separación-intrusión creando una serie continua de relaciones de objeto narcisistas. protegiéndo­ se también de angustias de fragmentación o de pérdida de límites que les producen la separación. Lo intolerable es la alteridad. Un exceso de presencia es intrusión. Un ex­ ceso de ausencia es pérdida. El par presencia-ausencia no se puede disociar. ¿Cómo tolerar la ausencia, diferen­ ciándola de la pérdida? Si se evita la fusión, es por miedo a perder sus propios límites y su sentimiento de identidad. Estas personas tienden a la autosuficiencia negando toda dependencia. Entablan vínculos sólo transitorios o, si perduran, los desmvisten libidinalmente. Es otra modalidad de vulnerabili­ dad narcisista. La defensa surge ante la posibilidad de que Una respuesta no em pática genere una hemorragia narciSlsta. Defensas que se ubican en relación con los vínculos. 69


El supuesto de que todos los mecanismos de defensa son intrapsíquicos debe ser revisado, ya que en estos casos la defensa apunta al exterior. Lo que nos lleva a prolongar la reflexión de Freud en relación con la escisión y la desmentida. A partir de 1923 Freud teoriza sobre un mecanismo de defensa, la escisión, que en un principio vincula a patolo­ gías muy severas. El yo ante ciertas realidades externas puede defenderse mediante la división, desconexión de contenidos perceptuales (represión vertical). La relación del yo con la realidad es siempre conflictiva, no sólo en la psicosis se producen “alteraciones del yo”. Para Freud ellas tienen, lo mismo que la intensidad pulsional, un pa­ pel protagónico en cuanto a la posibilidad de transforma­ ción de un sujeto. El rechazo de la realidad propia de la escisión implica que el yo sostiene dos actitudes opuestas, sin que entren en conflicto y, por lo tanto, sin formación de compromiso.45 La economía narcisista, a fin de mantener el sentido de identidad personal y regular la autoestima, lidia con una fantasía fluctuante de la representación de sí. El analista considera la oscilación del investimiento libidinal narcisista y objetal, la intensidad de las fluctua­ ciones o su ausencia, así como los recursos singulares con que cada sujeto se apuntala narcisísticamente en los objetos investidos.’'

[

Entre el objeto narcisista y el objeto objetal existe to­ da una gama. Si es legitimo afirmar que el conocimiento del objeto es imposible por fuera de la realidad psíquica, no lo es afirmar que todo objeto no es más una prolonga­ ción narcisista de la propia realidad psíquica. El amor narcisista se caracterizará por no investir al objeto más que en función de la indiscrimLnación que és­ te tiene con el sujeto, sea que se manifieste por el exceso de proyección de problemáticas yoicas. sea en la husqueda de un ideal o de una representación nostálgica. La proyección atenúa la confrontación con la alteridad. De­ poner la omnipotencia narcisista bajo la coacción de la realidad implica un trabajo que no se realiza sin sufri­ miento. Para evitarlo, el sujeto aborda el mundo tratan­ do de reencontrar en él (o incluso de imprimir en él) su propia imagen. La investidura narcisista del objeto está al servicio o bien de regular sentimiento de estima de sí o bien de preservar la cohesión del sentimiento de sí. Dice Kohut que por ausencia o defecto de las texturas internas, las relaciones de objeto son sustitutos de ese déficit en cuan­ to a la regulación de la autoestima o del sentimiento de sí. El objeto provee un sistema exógeno de regulación que compensa el déficit intrapsíquico. Algunos autores privilegian la no discriminación entre objeto fantaseado y objeto real en las organiza­ ciones narcisistas, sea porque el objeto no es percibido co­

4. “El resultado se alcanzó a expensas de una desgarradura en el yo que nunca se reparará, sino que se hará más grande con el tiem­ po. Las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión del yo. E l proceso entero nos parece tanto más raro cuanto que consideramos obvia la síntesis de los procesos yoicos. Pero es evidente que en esto andamos errados. L a función sin­ tética del yo, que posee una importancia tan extraordinaria, tiene sus condiciones particulares y sucumbe a toda una serie de perturba­ ciones” (Freud. 1938c). t, 5. “Las personas que tienen una llamada ‘patología narcisistaaun cuando no parezcan preocuparse más que por ellos y de su inia-

gen especular, en verdad padecen de un grave agotamiento de sus reservas narcisistas. Su imagen propende a estar gravemente dañaa o a ser efímera y en peligro de desaparecer. Así pues, también el yo refleja tanto una imagen persecutoria como una imagen borrosa, ™rbia. Esta penosa situación lleva a algunos individuos a aferrarse a mismos y a sus mundos internos en un intento de mejorar- esa imagen o protegerla para que no acabe perdiéndose del todo. Otras per­ sonas que padecen estas mismas incertidumbres utilizan a los demás Com° espejos, con metas similares en su mente” (McDougaU, 1982).

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mo entidad separada y suple fallas estructurales (ínternalizaciones no consumadas), sea porque no es reconocido en su alteridad, siempre traum ática aunque no cumpla funciones protésicas. Al negar al objeto como otro se mantiene la ilusión de que el objeto no se puede perder ni destruir. El otro cumple funciones protectoras de la organización psíquica, siempre que se preserve la ilusión de autosuficiencia. Se niega tanto el vínculo con el objeto como su alteridad para defender la vulnerable representación del yo. ¿Cuáles son las funciones de un objeto en la fantasmática de un sujeto? ¿Realización del deseo? ¿Neutralizar angustias? ¿Prótesis? ¿Sostén? Si es sostén, ¿lo es de la autoestima o de la integridad yoica? Mejor saberlo. Vea­ mos de ir contestando estas preguntas, de conceptualizar el sentimiento de sí pero evitando una psicología de la identidad que deseche los Grundbegriffe freudianos: el in­ consciente, la sexualidad, el dualismo pulsional, el narci­ sismo, el conflicto. En las organizaciones narcisistas, la conservación de la identidad1' y del valor del yo es una meta primordial. La identidad no como un estado sino como una búsque­ da. El sentimiento de sí se basa en una relación entre los investimientos del yo y los objétales, es decir, entre la economía narcisista y la objetal. Si bien la identidad no es un concepto propiamente psicoanalítico no hay análisis de las organizaciones nar­ cisistas o borderline sin que la identidad se constituya en un problema. Su consideración conduce a lo mejor y a lo peor: de la toma de conciencia al enceguecimiento. del grado más fino de elaboración psíquica hasta el pasaje al acto, negador de la realidad psíquica. Al afrontar patolo­ gías severas (trastornos narcisistas, casos límite, trastornos del pensamiento, tendencia a la actuación) la identidad 6. Sé que recurro a un concepto muy criticado, hasta vapuleado.

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e una mejor definición, incluso un estatuto metapsi6 lógico en lugar de permanecer como una noción por de­ fecto.

preud abordó al final de su obra el problema de la erSonalidad psíquica pero desde el ángulo de la descomnosición o la división. La cuestión pertinente de la iden­ tidad es menos un “quién soy yo” que “a partir de quiénes he sido yo construido” iMijolla. 1999). El sentimiento de identidad tiene lazos complejos con el narcisismo, la identificación, la tram a pulsional, los conflictos entre instancias, la repetición y todo aquello que contribuyó a la constitución del sujeto. El proyecto identificatorio (Aulagnier) apunta a esa autoconstrucción continua del yo por el yo, necesaria para ese movimiento temporal que le es propio. La identidad, el sentimiento de sí, el sí-mismo, son no­ ciones que evocan permanencia, continuidad, cohesión. Generalmente existe una cierta movilidad por la cual el sujeto tolera modificaciones en sus referencias identificatonas. que sólo en caso de acentuarse generan expenencias de despersonalización o de “inquietante extrañeza”. Se puede oponer una identidad en devenir a una absoluta propia de las soluciones caracteropáticas de ciertos esta­ dos límite. En tales casos las aspiraciones identitarias es­ tán regidas por una tendencia a preservar una identidad inalterable, pero eso implica negar la incertidumbre pro­ pia de un mundo interno y externo variable (Denis, 1999). Narciso, ciego y sordo al amor de su semejante, res­ tringe su mundo interior y exterior a lo limitado de su campo visual. El trayecto identificatorio no puede dete­ nerse en la fetichización de ninguna imagen sino que in­ corpora las fluctuaciones del yo, así como cierta inestabilidad de sus fronteras. El flujo ¡dentitario no Puede conservar su vitalidad más que aceptando una movilidad que oscila entre lo familiar y la novedad fDurrmeyer, 1999). 73


Es erróneo sostener, cora» lo hacen algunos autores de la psicología del yo. que maduración equivale a internalizacion. El sentimiento de si requiere el intercambio con­ tinuo con los otros, supone un compromiso entre aquello que permanece y aquello que cambia, entre un núcleo de identificaciones y de representaciones objétales y las re­ composiciones que exigen los encuentros. Esos encuen­ tros actuales implican una reorganización de los investimientos, una nueva distribución entre los sopor­ tes internos (narcisistas) y los soportes externos (objéta­ les), la elección de nuevos objetos, el duelo por otros. A estos movimientos se les oponen resistencias interiores y exteriores (el deseo del otro, las exigencias culturales). Resistencias que requieren tramitaciones: entre las pro­ pias instancias psíquicas, entre el sujeto y los otros sig­ nificativos, así como entre Eros y pulsión de muerte lAulagnier, 1984). El yo está conformado por las representaciones de si y también por sus posesiones que comprenden tanto las re­ laciones de objeto como sus realizaciones.' De sus reali-8

zaciones, las más destacadas son las que responden a las demandas del ideal. El yo necesita el amor del yo: el yo producto del narcisismo es el gran reservorio libidinal. La aut oconservación es sostenida por el narcisismo; com­ plemento libidinoso del egoismo. El narcisista, como dijimos, se aleja de los otros o se aferra a los otros. Se aleja cuando siente que amenazan su frágil equilibrio. Se aferra cuando su sed de objeto só­ lo se sacia en presencia de aquel a quien le toca la fun­ ción de reflejar al sujeto. Su ausencia tom a borrosa tanto la representación de sí como la del otro. En sus encuen­ tros y logros dos interrogantes resuenan: ¿quién es yo? y ¿cuánto valgo yo?

8. “Aunque el concepto de mtemalización resulta indispensable, el éxito mismo de esta teoría puede haberla llevado demasiado lejos en una única dirección. La diferenciación entre el sel/'y el objeto y la co­ rrespondiente necesidad de afirmación del self a través de la respues­ ta especular no están relacionadas con el periodo preedipico. como si se tratara de un estrato arqueológico separado. Estamos menos com­ pletamente internalizados en relación con nuestro medio humano de lo que la teoría estructural y nuestro propio orgullo quisieran admi­ tir. La necesidad de uno relación transícional, es decir, de mantener una ilusión de conexión con un objeto protector, persiste durante to­ da la vida” 'Treumiet, 19911. 8. H. Bleichmar considera posesión liareisisla a ese objeto con el que se mantiene una relación tal que sus méritos o sus fallos recaen sobre la representación del yo. Objeto de la actividad narcisista es. en cambio, aquel que permite realizar una actividad corporal o intelec­ tual narcisísticamente investida Sin él. 1a actividad o función no pue­ de existir. 74

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7. VÍNCULOS, SUFRIMIENTO Y PULSIÓN DE MUERTE

La consumación del desarrollo del yo y de la libido se manifiesta en la capacidad del yo para reconocer el obje­ to como es en sí y no como mera proyección del yo. Reco­ nocer la alteridad del objeto es renunciar a la fantasía narcisista de la identidad entre objeto histórico y objeto actual. Este es siempre una afrenta al narcisismo. Tenemos derecho a llamar narcisista a este amor y com­ prendemos que su victima se enajene del objeto real del amor f...]. La vida anímica de los neuróticos consiste en otorgar mayor peso a la realidad psíquica por comparación con la materia], rasgo este emparentado con la omnipoten­ cia de los pensamientos (Freud. 1919). Para el narcisismo, el objeto entra en relación de con­ flicto con el yo. Su alteridad genera decepciones. Sólo mediante la identificación puede el yo neutralizar el sufrimiento ante la pérdida y adquirir cierta indepen­ dencia. El placer, para el yo, depende de su organización in­ consciente. de la singularidad de sus puntos de fijación. Pero también de lo que encuentra en la realidad. No hay autonomía del yo con respecto a su historia libidinal ni con respecto a su realidad actual.


“Es necesario am ar para no enfermar.” ¿Qué lugar le otorgaba Freud a la satisfacción con objetos reales? El aparato psíquico es el encargado de tram itar excitacio­ nes no suceptibles de descarga directa al exterior o cuya descarga sería indeseable: [...] a h o ra bien, al principio es in d iferen te que ese procesa­ m iento in tern o aco n tezca en objetos rea le s o en objetos ima­ ginados. L a d iferen cia se m u e stra desp u és, cuando la v u elta de la libido sobre los objetos irre a le s (introversión) ha conducido a una e sta s is libidinal” (F re u d , 1 9 1 4 ).

Aunque no siempre la frustración desemboca en neu­ rosis, en toda neurosis ha intervenido la frustración. Los síntomas son el sustituto de la satisfacción frustrada La retirada de la libido a la fantasía (introversión) es una estación en el camino hacia la formación de síntoma: Un introvertido no es todavía un neurótico, pero se en­ cu e n tra en una situación lábil El c a r á c te r irre a l de la sa­ tisfacción n eu rótica y el descuido de la diferencia entre fa n tasía y realidad ya está n , en cam bio, d eterm inados por la p erm an en cia en el estad io de la introversión (F reu d , 1916).

Ante una frustración, el sujeto debe trocar un modo de satisfacción por otro y ese desplazamiento dependerá de las fijaciones o la plasticidad libidinal. El yo metaboliza las representaciones fantasmáticas convirtiéndolas en re­ presentaciones relaciónales. Cada vez que un objeto ac­ tual despierta la memoria del cuerpo, cada vez que sensibiliza esas cicatrices que señalan sus diferentes due­ los libidinales y narcisistas, se produce en el sujeto una nueva distribución entre la fantasía y el pensamiento. Para el yo, los objetos de placer se hallan en la reali­ dad v entonces está obligado a investirla. E s t á s condenado por y p a ra toda la vida a u n a p u esta en p en sam ien to s y en sen tid o de tu propio esp acio corp oral, de

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los objetos-m eta de tu s d eseos, de e s ta re a lid a d con la que Je b e ra s co h ab itar, que les a se g u re p a ra siem p re p erm an e­ cer como so p ortes privilegiados de tu s in v e stid u ra s iA u lagnier. 1 9 8 2 ).

Tal veredicto marca al yo desde su surgimiento en la escena psíquica: pensar su cuerpo, pensar su estatuto de d e s e a n te y la realidad que deberá proteger del riesgo de desinvestidura. Para algunos psicoanalistas, el yo es autónomo. Con­ sideran que no todos los vínculos actuales significativos tienen relación con lo inconsciente. Para otros, en cam­ bio, los objetos actuales son meras réplicas de los objetos fantaseados, réplicas que casi no tendrían en cuenta las características de los objetos reales. Piensan el psiquismo como un sistema cerrado en que la lógica de la vigi­ lia, aunque no lo digan, es igual a la del sueño. ¿Pero así ios pacientes no serían sonámbulos, autómatas progra­ mados? Una tercera forma de situarse ante los vínculos actua­ les es pensarlos como formaciones de compromiso. No hay relación actual investida que no soporte transferen­ cias y que no remita a la realidad psíquica y, por lo tan­ to, a la historia. ¿A qué obedecen las elecciones de objetos? Al sentido de realidad: objetos adecuados, “demasiado" adecuados. Al narcisismo: objetos idealizados, “demasiado” idealiza­ dos. A veces al deseo. ¿De que sufren los que nos consul­ tan? De la imposibilidad del reencuentro con el objeto... De la imposibilidad de hacerse querer por su sistema de ■deales... De la dificultad de conjugar aquellas exigencias con la realidad. Los vínculos actuales no son simplemente la puesta er>escena de una fantasía preexistente. En tanto predo­ mine Eros sobre la pulsión de muerte, habrá habido una reelaboración fantasmática. 79


Investir objetos actuales supone un trabajo psíquico de articulación entre objeto fantaseado y objeto real. Así como no es lo mismo un chiste que un acto fallido, o una sublimación que un síntoma, no es lo mismo una relación fantaseada que una relación real. Tanto para el registro objeta! como para el narcisista, el yo requiere de nuevos espacios y de nuevos destinata­ rios a los cuales demandar placer y reconocimiento nar­ cisista. El primer espacio de investimiento es el familiar, y al objeto se le pide placer narcisista y sexual.' El segun­ do espacio es para el niño, el medio escolar; para el joven, la relación con los amigos, y para el adulto, el medio pro­ fesional. Las demandas tienen objetivos parciales: placer narcisista o sexual. Un tercer espacio de investimiento es esa parte del campo social con el que se comparten los mismos intereses, las mismas exigencias y esperanzas -profesión, comunidad, clase social-. Una vez que adviene el yo tiene encuentros, muchos encuentros. Ya no puede seguir creyendo en una repre­ sentación única y sin fisuras de sí mismo. Y ninguna mi­ rada se puede pretender el único espejo. Por el principio de realidad, lo representado ya no es lo agradable sino lo real, aunque sea displacentero. El principio de placer tiende a ignorar la diferencia, a pre­ sentar el después como el retorno del antes, la alteridad como identidad. El principio de realidad la respeta, sitúa cada elemento en relación con el antes y el después, con lo mismo y la alteridad. El principio de realidad es el con­ junto de categorías a las que el proceso secundario debe plegarse a fin de tener conocimiento de una realidad del cuerpo, del mundo y de la psique que el yo encuentra, in-1

viste, remodela, interpreta pero que no es su construc­ ción autónoma. El yo anhela adecuar la realidad a sus construcciones y la realidad le opone resistencias. Des­ mentida que obliga al yo a reconocer esa realidad que no coincide con el mundo fantasmático lAulagnier, 1979). Recurrirá entonces a distintas actividades: investigar, construir, prever, reprimir, sublimar para enfrentar cam­ bios en su realidad. Como los objetos que inviste son su­ jetos. regidos por sus propios deseos, a menudo los objetos rechazarán el ser situados en un lugar que no quieren o no pueden ocupar. Conflicto. Cuando sobrepase cierto umbral, se producirá ese movimiento de desinvestidura que caracteriza la acción de la pulsión de muerte. El pe­ ligro de sufrimiento es proporcional a la investidura del objeto. El sufrimiento es la experiencia de un sujeto que está enfrentado a la pérdida, al rechazo, a la decepción que le impone un objeto investido. Cuando la desinvestidura es­ tá al servicio de la pulsión de vida, se preserva la posibi­ lidad de un nuevo soporte. El sufrimiento es una necesidad porque obliga a la psique a reconocer la diferencia entre realidad y fantasía. Y es un riesgo porque la psique, an­ te el exceso de sufrimiento, puede desinvestir aquello que lo causa (Aulagnier, 1982). El yo, ante el sufrimien­ to, apela a empobrecer sus relaciones y emanciparse del objeto instaurándolo en el yo. La investidura narcisista compensa la pérdida de objeto suprimiendo la distancia entre el objeto y el yo.2 La frialdad y la indiferencia se convierten en eficaces escudos contra los golpes que vienen del otro y de la rea­ lidad. Mientras que investir al objeto es exponerse al

1. A lo largo de toda la vida se preservará el investimiento de ambos espacios. Lo que cambian son las demandas y las ofertas dirigidas a los habitantes de cada uno de esos espacios. Pero el y° requerirá siempre de un espacio al cual demandará con metas tanta objétales como narcisistas.

2. “Lo que hace del narcisismo un estado mortífero es sin duda la autosuficiencia que veda todo intercambio verdadero, o limita los in­ tercambios a relaciones especulares, condenando a la esclerosis al sis­ tema cerrado que él constituye, como esas células que mueren por sobrecarga de g rasa” (Green, 1995 1.

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abandono y reavivar las angustias de intrusión y de se­ paración. ' Las organizaciones narcisistas luchan para preservar la autonomía ante el objeto. Por decirlo así, hay un esta­ do de alerta en las borrosas fronteras entre lo interior y lo exterior. Existe un narcisismo positivo, por el que la libido del yo -en tanto se opone a la libido de objeto- procura alcan­ zar cohesión yoica: este narcisismo tiende a la unidad. Y es contrarrestado por un narcisismo negativo que brota de las pulsiones de muerte, cuya tendencia es reducir a cero las investiduras yoicas. No sólo tiende a la desinves­ tidura de los objetos sino a una indiferencia del yo.' La tendencia regresiva de la pulsión de muerte apun­ ta a un antes del deseo, a un estado de quietud, al repo­ so de la actividad de representación. Aspira a la desaparición de todo objeto que pueda provocar, por su ausencia, el surgimiento del deseo. En el narcisismo de muerte la libido deja de apuntalar al egoísmo. No rige el principio de placer sino el de inercia. Lo evidencia, en la clínica, toda patología narcisista que presente estados de vacío psíquico y desinvestidura del yo.

3. "Después de haberse consagrado a la angustia de castración y a la naturaleza de la organización edípica, Freud (1937b) pensó que nuestra anatomía era nuestro mayor drama, la 'roca' insuperable. Es posible que hoy hayamos encontrado una roca más, la roca de la alteridad. que da lugar a angustias de anonadamiento, de carácter narci­ sista o psicótico. Las angustias de anonadamiento pueden concebirse como una forma prototípica de la angustia de castración, ligada al descubrimiento esencialmente traumático de nuestra dependencia y sumisión respecto de la existencia v los deseos de los otros” iMcDougall, 1998). 4. Véase el capítulo siguiente.

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P arte

III

Narcisismo: pulsiones y Edipo


8. NARCISISMO Y TRAMA PULSION AL

Los conceptos básicos (Grundbegriffe) cumplen di­ ferentes funciones en la metafísica y en la teoría psicoanalítica. En la metafísica, el "concepto básico” ha sido producido para hacer posible una totalización que supo­ ne la supresión de los niveles de lo real y la sobrevalora­ ción simultánea de aquellos aspectos de lo real que acreditan esa totalización a expensas de otros aspectos.1 En 1915, Freud advierte que está ante un concepto básico, el de pulsión: Un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, co­ mo un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como mía medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a con­ secuencia de su trabazón con lo corporal (Freud, 1915a>. 1- "El psicoanálisis no es un sistema como los filosóficos, que par­ ten de algunos conceptos básicos definidos con precisión y procuran apresar con ellos el universo todo, tras lo cual ya no resta espacio pa­ ca nuevos descubrimientos y mejores intelecciones. Más bien adhiere a los hechos de su campo de trabajo, procura resolver los problemas inmediatos de la observación, sigue tanteando en la experiencia, siempre inacabado y siempre dispuesto a corregir o variar sus doctrinas- Lo mismo que la química o la tísica, soporta que sus conceptos 'náximos no sean claros, que sus premisas sean provisionales, y espera del trabajo futuro su mejor precisión" (Freud. 1922 ).

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I


La pulsión encuentra su fuente en un lugar somático, excitación corporal localizada en un órgano, pero la mo­ ción correspondiente se manifiesta como psíquica, ten­ diendo a la supresión del malestar por mediación de un objeto. Es evidente el carácter metapsicológico de la defini­ ción freudiana de pulsión ya que incluye los tres puntos de vista: como concepto Limite (punto de vista tópico); co­ mo representante psíquico de las excitaciones endosomáticas que llegan al psiquismo (punto de vista dinámico); como medida de la exigencia de trabajo (punto de vista económico) (Green, 1995). La pulsión, exigencia de trabajo, de transformación: el cuerpo ligado al psiquismo exige de él algo. La relación entre la pulsión v su representación no es la de una esen­ cia con su expresión psíquica sino efecto de un vínculo, de una fijación, de un encuentro entre elementos exterio­ res entre si.-

LO PULSIONAL: ENTRE BIOLOGÍA E HISTORLA

Freud describe entre la conciencia y el cuerpo biológi­ co dos niveles de organización: el pulsional y el de las re­ presentaciones. Y un tránsito entre ellos, lo que supone un pasaje de un sistema a otro. La pulsión no encuentra siempre las mismas representaciones. La representación tiene leyes y principios propios. No es un mero correlato somático. No solamente recibe y metaboliza los “ruidos”

2. “Tras su periodo lingüístico, el psicoanálisis de nuestros días, y sin duda el del futuro, vuelve a prestar atención a la pulsión, a causa de la herencia freudiana y bajo la presión de las neurociencias. En consecuencia, descifra la dramaturgia de las pulsiones mas allá del significado del lenguaje tras el que se oculta el sentido pulsional (Kristeva, 1993). 86

¿ e] cuerpo sino Lambién los ruidos de la cultura, de la historia, del lenguaje que conciernen a la especificidad ¿e una historia individual no reductible a la historia de la especie. En la obra de Freud están presentes dos concepciones de la pulsión: una endógena que invoca un fundamento biológico; otra que concibe la pulsión como articulación de lo intersubjetivo y lo corporal: Las instancias biológicas y culturales condicionan pe­ ro no determinan lo pulsional. Una condición es un ele­ mento que debe ser tenido en cuenta. La determinación, en cambio, es un elemento que establece inevitablemen­ te el modo en que ha de ser tenido en cuenta. Una condi­ ción puede ser excedida, apropiada y significada por otra más fuerte. Una determinación traza los límites de su ser. su significación y su eficacia. En la perspectiva del encuentro, tanto lo biológico como lo cultural intervienen activamente en la estructuración de un cuerpo significa­ tivo sin determinarlo exhaustivamente ni una, ni otra, ni entre ambas: son otras tantas condicionantes en la deter­ minación de la subjetividad. El cuerpo es alumbrado en

3. “E s para alegrarse el que la reflexión psicoanalítica contem­ poránea haya profundizado de diversas maneras acerca del papel, la función y el devenir del objeto. En cambio, no podemos sino deplorar el que un mismo esfuerzo de pensamiento no haya beneficiado a la pulsión. [...] Pues algún día habrá que decidirse a admitir lo que el pensamiento freudiauo tiene, sin lugar a dudas, de mas subversivo, a fóber: la revolución que produce en la teoría de la subjetividad al instalar en su fundamento el mito de la pulsión, y haciendo del sujebi el sujeto de la pulsión. L...J ¿Qué quiere decir ‘sujeto de la pulsión? Pese a su ambigüedad, la expresión es rica en sencidos. Decir que no hay sujeto sino como sujeto de la pulsión es afirm ar que la subjetivi­ dad se manifiesta a raíz de una meta pulsional que se ha de cumplir, he un objeto que se ha de conquistar; la subjetividad se ve arrastrada atiui por un empuje que surge de las fuentes del cuerpo y que pone al Ser er>movimiento, haciéndolo salirse de sí mismo e invitándolo a con­ sumirse en esa búsqueda” (Green, 19951.

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estado biológicamente inconcluso (Lewkowiz y Campagno, 1998). Lo biológico se presenta en el freudismo como origen, como modelo y fundamento. El origen supone una ante­ rioridad. Es evidente que el viviente es anterior a lo cul­ tural. El psicoanálisis proporciona modelos llamados biológicos. No se trata sólo de modelos estáticos sino de modelos de génesis que pretenden mostrar cómo ese vi­ viente evoluciona de una etapa simple a una etapa más compleja, por diferenciación. Lo biológico antes que lo humano, estamos predispues­ tos a admitirlo. Lo biológico que invade como modelo del psiquismo humano: es esto lo que hay que describir [...1. Pe­ ro por el contrario, lo biológico que preside la génesis del psiquismo humano a partir de un fundamento vital, en otros términos, lo biológico que preside la relación del psi­ quismo y de la vida porque la emergencia del psiquismo hu­ mano está ella misma regida por lo biológico: esto es lo más dudoso. Dos evidencias: la precedencia de lo biológico y la presencia del modelo biológico en el psiquismo; una conclu­ sión dudosa: que esta evolución del psiquismo humano esté ella misma regida por una ley biológica (Laplanche, 1987).

DEL AUTOEROTISMO AL NARCISISMO

Ni en los conflictos por los que pasa una vez constitui­ da, ni en su constitución misma, la sexualidad se reduce a la maduración endógena de un instinto. La sexualidad incipiente se afirma en la autoconservación, pero su ob­ jeto es el objeto perdido y fantaseado. El apuntalamiento articula -en divergencia- sexualidad y autoconserva­ ción. Se producen dos series de inscripciones: la de las hue­ llas mnémicas dejadas por una experiencia anterior de satisfacción (la representación de cosa) y la de las excita­

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ciones corporales mutadas en representantes psíquicos, que transmiten el mensaje del cuerpo en demanda de sa­ tisfacción. Se trata de un recorrido que. habiendo parti­ do del cuerpo, alcanza a la psique. Freud afirmaba que la pulsión es la exigencia de trabajo impuesta a lo psíquico a consecuencia de su nexo con lo corporal. Activada, la pulsión se pone en marcha para no dete­ nerse sino con la acción específica que ha de procurarle la satisfacción. En su fuente no es somática ni psíquica. Se hace efectiva psíquicamente en el recorrido de la fuen­ te a la meta. El dinamismo pulsional otorgará valor a ciertos obje­ tos que se han mostrado aptos para producir placer. Ellos serán los que, luego de apaciguar la tensión de la necesi­ dad, produzcan una satisfacción erógena que se inscribe como huella que incita a la repetición y que se añadirá en lo sucesivo a la exigencia de la necesidad. El otro está siempre en el horizonte. Tanto instituyente de la sexualidad como propiciante de las ligaduras simbolizantes. Paradoja materna: alivia la necesidad in­ troduciendo la sexualidad abierta a todo tipo de simboli­ zaciones. Las funciones sexualizantes y narcisizantes de la madre como premisas de partida de los sistemas psí­ quicos del niño ubican al narcisismo como tiempo segun­ do de la sexualidad humana, tiempo abierto, a su vez, sobre el Edipo y las instancias ideales que de él derivan (Bleichmar. S. 1993). La sexualidad se apuntala tanto en la autoconserva­ ción como en el otro primordial, ya que el desamparo del niño otorga a los cuidados maternos una importancia de­ cisiva. Lo que queda después de satisfecha la necesidad es una huella sobredeterminada por la intersubjetividad, el placer y el objeto. Además de satisfacer la necesidad del niño, la madre lo inviste libidinalmente. El cuerpo erógeno es cuerpo historizado y éste condensa el valor libidinal proyectado 89


por el otro primordial sobre el lugar de la satisfacción de la necesidad. El autoerotismo constituye la fantasía, fuente de la pulsión sexual. Pero en ese fantasear autoerótico se inscribe una historia presente en los padres. El autoerotismo es un estado secundario: sucede al vinculo con otro que satisface la necesidad. El autoerotismo condujo a algunos a pensar “que el niño de pecho ha de considerar indiferentes todas las cosas que están a su alrededor [..,]; que hay objetos desde el momento más precoz de la fase neonatal, es algo de lo que no cabe la menor duda”. El yo de placer, autoerótico, “consiste en lo siguiente, y el propio Freud lo subraya: que no habría surgimiento de los objetos si no hubiese objetos buenos para mí” (Lacan, 1964). Luego del encuentro boca-pecho, un objeto se constitu­ ye. Objeto-causa de la desaparición de la necesidad. Ob­ jeto-causa del placer erógeno. El autoerotismo remite a esa dimensión fantasmática de la sexualidad: el objeto es abandonado y se produce un vuelco hacia la fantasía. Lo viviente es un fragmento de la materia empeñada en conservarse parecida a sí misma independientemente de la suerte del resto del universo. Exhibe ciertas funcio­ nes fáciles de reconocer, pero difíciles de definir como un conjunto compacto de condiciones necesarias y suficien­ tes. “Todas ellas, sin embargo, están relacionadas con el prefijo ‘auto’: autorreplicación, autoorganización, automoción...” (Wagensberg, 1998).4

4. Lo autoerótico conjuga autonomía con dependencia del medio. “Los investigadores intentan concebir la organización viviente en tér­ minos de sistemas autoorganizadores (von Foerster) de auto-poiesis 'M aturana, Varela) pero a partir de ahí se plantea el problema: ¿qué significa auto? Se llega a la conclusión de que no existe ningún con­ cepto para significar esta propiedad misteriosa que hace que un ser, un sistema, una máquina viviente, extraigan de sí mismos la fuente de su autonomía muy particular de organización y de comportamien-

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E1 deseo sexual es excéntrico: con respecto a la con­ ciencia y con respecto a la autoconservación. El objeto de la necesidad es poco móvil al ser condición de vida; en la sexualidad, por el contrario, no hay armonía preestable­ cida entre la pulsión y el objeto, la naturaleza no asigna por sí misma un objeto al deseo sino que es a través del otro que el objeto se designa. El objeto, en tanto ausente, está inscrito en una mate­ rialidad capaz de recoger su huella. Las huellas mnémicas son marcas de un encuentro pasado que señalan al objeto perdido como ausente. Lo perdido no designa nin­ gún objeto, ni siquiera parcial, sino lo que todo objeto tie­ ne la función de velar: la insoportable nostalgia por un objeto original que nunca se tuvo. Ese objeto perdido no será sustituible totalmente por ningún objeto ulterior.5 Las zonas erógenas son zonas de encuentro: con un placer local, con el deseo materno... y de éste con aquél. El pecho que amamanta es un pecho deseante, historizante e historizado. La vivencia de satisfacción esta so­ bredeterminada por lo que significa para el otro primordial ese vínculo. Cuando el niño alucina al pecho, alucina lo que representa el pecho y esa boca para la realidad psí­ quica materna. Ese pecho “habla”: palabras, caricias, gestos. El aseo, el acunamiento y todos los cuidados que

to, al mismo tiempo que son dependientes, para efectuar este traba­ jo, de alimentos energéticos, organizacionales, informacionales extraídos o recibidos del entorno” (Morin, 1982). 5. A esta insalvable distancia se refiere Freud 11920): “La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consis­ tiría en la repetición de una vivencia prim aria de satisfacción; todas les formaciones sustitutivas y reactivas, y todas las sublimaciones, son insuficientes para cancelar su tensión acuciante, y la diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el fac­ tor pulsionante. que no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas”.

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atañen ai cuerpo del bebé atañen a Ja actitud sexual de] progenitor con respecto al niño. Lo que esta en juego en el erotismo es siempre una di­ solución de las formas constituidas: cada ser es distinto de todos los demás. Su nacimiento, su muerte y los acon­ tecimientos de su vida pueden tener interés para los otros, pero nace y muere solo. Entre un ser y otro hay un abismo, una discontinuidad y toda la puesta en marcha erótica tiene como tendencia la disolución del estado de existencia discontinua (Bataille, 1957). Una historia que se inicia con un desvalimiento ¿que dimensión puede tener sino traumática? La excitación que recibe el niño es traumática cuantitativa y cualitati­ vamente. El niño está enfrentado desde el comienzo a una doble exigencia: la del cuerpo (lo pulsional) y la de la madre, de la cual demanda amor. Lo pulsional deviene campo del deseo organizado según las leyes del proceso primario, pero hay otro registro, el del narcisismo, que Freud bosquejó: placer en un sistema, displacer en el otro. El placer en el ser humano tiene legalidades com­ plejas, singulares e históricamente determinadas. Ya no habrá lugar para un hedonismo ingenuo. Oponer las pul­ siones al objeto es olvidar que el objeto mismo está inves­ tido por pulsiones. El objeto debe ser concebido en su propia trama pulsional/ 6. En una entrevista con F. Urribarri, Green ( 1999 1 retoma esta conceptualización: el objeto tiene una doble función: la de estimular y ser el revelador de la pulsión y también la de promover la simboliza­ ción, la representación, establecer adecuadamente los cuidados, los ritmos entre ausencia y presencia -h a ce r tolerable la excitación, difi­ riéndola-, E sta demora en la satisfacción sólo es tolerable si el sujeto puede contar con otra escena, la inconsciente, en la cual re-investir las hueDas del objeto, su representación. Esto es posible en la medi­ da en que el objeto le ha ayudado a crear esa internalización que cons­ tituye “la estructura encuandrante” que adviene como espacio de la representación. El objeto pone en marcha “la función objetalizante”. La representación, para establecerse, tiene necesidad del objeto.

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JV'í? hav sexualidad sin objeto, pero no hav objeto que no sea investido por las pulsiones y que no responda a esa investidura introduciendo en ella el efecto de sus pro­ pias pulsiones. “La fecundidad de la teoría contemporá­ nea se debe al hecho de que convoca la articulación de los puntos de vista intrapsiquico e intersubjetivo” IGreen, 1997). Hemos sido convocados. Conceptualicemos, pues, la relación pulsión-objeto. En el pensamiento psicoanalítico actual se tiende a abandonar la perspectiva un tanto solipsista de Freud y a centrar la teoría en el vínculo pulsión-objeto. Un objeto que no es sólo el de la satisfacción pulsional. Un objeto con su vida fantasmática con fantasías y representaciones que conciernen al niño. Con ello se tiende a densificar las relaciones entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo.6 7

NARCISISMO: ¿UN PARÉNTESIS?

Green (1983) piensa que el narcisismo fue un parén­ tesis en el pensamiento de Freud. Entre la primera y la última teoría de las pulsiones, el narcisismo resulta de la libidinización de las pulsiones yoicas, que hasta ese momento se consideraban limitadas a la autoconserva-

7. “Esta dimensión nueva de las relaciones de objeto, entonces, aguarda su integración en el modelo de Freud de E l yo y el ello. ¿Forman parte del ello o del yo los instintos que están en la base de las relaciones de objeto? ¿Qué influencia tienen las relaciones de obje­ to sobre los impulsos del ello? Si no es posible responder estas pre­ guntas, es decir, si no se consigue integrar la teoría de las relaciones de objeto en E l yo y el ello, esta obra no sobrevivirá como paradigma teatral del psicoanálisis. (...1 Tengo el convencimiento de que E l yo y ei ello se puede revisar con arreglo a estos hechos clínicos nuevos, que el paradigma puede ser conservado y que todavía no nos encontramos en el estadio de la anarquía o revolución científica" iModell, 1 9 8 4 i.

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ción.“ No. A raí no me parece que haya sido un parénte­ sis. Me parece un camino obligado hacia esa extensión del narcisismo propia de la segunda tópica.

El conflicto Eros-pulsión de muerte es la trama desde la cual se despliega toda la vida psíquica. Desde el co­ mienzo de la vida hay conflicto pulsional. “Esa acción conjugada y contraria de las dos pulsiones básicas produ­ ce toda la variedad de las manifestaciones de la vida” (Freud, 1938a). El primer grito dice que el recién nacido vive, que Eros se opone a las metas de la pulsión de muerte. El último suspiro que exhala el moribundo seña­ la la desaparición de la escena psíquica de uno de los dos adversarios (Aulagnier, 1984). Freud. desde 1920, opone pulsiones de vida y de muer­ te.8 9*Ya no son las pulsiones sexuales, sino las de vida las que se enfrentan a las de muerte. Las pulsiones de vida congregan las pulsiones de autoconservación y las sexua­ les (objétales y narcisistas) en una misma función: la de­

fensa y el cumplimiento de la vida por Eros. Su meta es encontrar soluciones de compromiso para las exigencias contradictorias entre autoconservación, libido objetal y narcisista, con las mudas pulsiones de muerte como ho­ rizonte. El alboroto de la vida procede de Eros; la acción de la pulsión de muerte conduce al vacío, al desinvestimiento. Cuando la pulsión de muerte es desviada hacia el mun­ do exterior se manifiesta como pulsión de destrucción: «El sadismo es una desmezcla pulsional si bien no lleva­ da al extremo”. Esta pulsión de destrucción “es sincroni­ zada según reglas a los fines de la descarga, al servicio del Eros”. La esencia de una regresión libidinal estriba en una desmezcla de pulsiones. Eros persigue la meta de “complicar la vida mediante la reunión, la síntesis, de la sustancia viva dispersada en partículas, y esto, desde luego, para conservarla” (Freud, 1923). En los cuadros mas ligados a la fragmentación-desin­ tegración del yo, a la indiscriminación yo-no yo, a la de­ sestructuración, la destructividad (auto y hetero) incide más que en las neurosis “clásicas”. La pulsión de muerte aspira a restablecer formas menos diferenciadas, menos organizadas.11 La pulsión de vida se caracteriza, en cam­ bio, por el mantenimiento de formas más organizadas, la constancia e incluso el aumento de las diferencias de ni­ vel energético entre el organismo y el medio. También en el registro económico la pulsión de vida armoniza poco con la tendencia a la reducción de tensiones.11

8. Por fin podía atribuir a algo, el narcisismo, la inaccesibilidad de ciertas personas al psicoanálisis. En ellas la libido se había retirado de los objetos y se había replegado sobre el yo. E ra imposible la trans­ ferencia. Más aún, Freud creía haber hallado un comienzo de expli­ cación para las psicosis. La retracción libidinal era más satisfactoria que las relaciones con los otros, fuentes de insoportables decepciones. 9. Freud tuvo una concepción dualista de las pulsiones. Uno de los polos fue variando a lo largo de su obra: autoconservación, libido narcisista. pulsión de muerte. El otro no: siempre la sexualidad.

10. “¿Qué podría querer decir la muerte en psicoanálisis? [...1 no es la muerte sufrimiento y deceso que conocemos, ni tampoco la muer­ te descomposición del cadáver, ni nada que concierna a los problemas que pudieran agitarnos en tomo de nuestro ‘ser-para-la-muerte’, sino una suerte de muerte anterior a la vida, un estado que se dice estado inanimado de la materia” (Laplanche. 1987). 11. “Fue la tensión placentera la que hizo que Freud intentara trascender el principio de placer: la tensión del deseo sexual, la ten-

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Ahora habría que emprender una importante amplia­ ción en la doctrina del narcisismo. AI principio, toda la libi­ do está acumulada en el ello, en tanto el yo se encuentra todavía en proceso de formación o es endeble. El ello envía una parte de esta libido a investiduras eróticas de objeto luego de lo cual el yo fortalecido procura apoderarse de es­ ta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. Por lo tanto, el narcisismo del yo es un narcisismo secunda­ rio, sustraído de los objetos (Freud, 1923).


¿ES EROS CONSERVADOR?

En el Esquema del psicoanálisis dice que la meta de Eros no es recuperar un estado anterior sino algo todavía no vivido (si bien su idea favorita, la “universal natu­ raleza conservadora de las pulsiones” se cuela en una nota al pie con el mito del andrógino, en el que la unión sexual tiende a restablecer la unidad perdida, anterior a la separación de los sexos,).12 La “naturaleza conservadora” no es universal. Con­ servadora es la pulsión de muerte con su movimiento de­ sintegrador y regresivo pero no las pulsiones de vida con su movimiento integrador y progresivo. La pulsión de muerte intenta reestablecer un estado anterior destru­ yendo todo lo que vino posteriormente. La pulsión de vida, en cambio, intenta conservar el pasado pero integrándo­ lo en organizaciones y unidades más amplias. ¿Que pasa­ do “conserva”? Para la pulsión de vida, la conservación del pasado no puede hacerse más que por una marcha hacia adelante, mediante la organización de unidades psíquicas; y si la

sión de la anticipación del proyectar hacia el futuro y hacia el Otro. Ahora vemos por qué Más allá del principio de placer abunda en con­ tradicciones internas. El equilibrio (la constancia) y la inercia, ade­ más de contradecirse mutuamente y de ser característicos de sistemas cerrados o de sistemas bioenergéticos homeostáticos, corres­ ponden al error fundamental del modelo freudiano, derivado de Fechner, es decir, creer que la tensión es anómala o una intrusión del entorno, cuando en realidad la tensión es uno de los productos de la organización propiamente dicha” (Wilden. 1972). 12. En varios pasajes Freud sitúa las pulsiones de vida en oposi­ ción al carácter conservador de la pulsión. "Es llamativa, y puede con­ vertirse en punto de partida de ulteriores mdagaciones, la oposición que de este modo surge entre la tendencia de Eros a la extensión in­ cesante y la universal naturaleza conservadora de las pulsiones’ (1930i.

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u|gi°n de muerte determina un movimiento regresivo es oor la desorganización de esas mismas unidades iRosenberg- 1990). Una fusión pulsional exitosa logra la permanencia del pasado en el presente, posibilitando la historicidad de la vida psíquica en oposición a una renovación que no con­ servara nada del pasado Lo que le otorga valor histori­ a n te a Eros es la articulación de la repetición con la diferencia.13 La idea de que toda pulsión es conservadora se basa en una termodinámica de los sistemas cerrados. En ellos siempre el destino es el retomo a un estado anterior. Pe­ ro para la biología contemporánea, todo sistema vivo tiende a funcionar lejos del equilibrio hacia un estado de menor entropía mediante autoorganización. Los siste­ mas vivientes son abiertos: intercambian materia y ener­ gía con el entorno. En Más allá del principio de placer. Freud consideró los principios fundamentales que rigen los sistemas na­ turales. Conocía los principios de la termodinámica: energía libre, energía ligada, principio de constancia, de inercia. ‘ 13. De las cinco resistencias, dos eran para Freud obstáculos ma­ yores para la transformación; la del ello y la del superyó, ambas vin­ culadas a la pulsión de muerte. Desde el comienzo de su obra había intentado dar cuenta de la viscosidad libidinal relacionada con las fi­ jaciones. Hacia el final, Freud (1937b i define en ciertos sujetos un in­ cremento de la resistencia: “Un agotamiento de la plasticidad, de la capacidad para variar y para seguir desarrollándose, que de ordina­ rio se espera. [...] A esta conducta la hemos designado de m anera qui­ zá no del todo correcta resistencia del ello Decursos, vínculos y distribuciones de fuerza prueban ser inmutables, fijos, petrificados” 14. Laplanche y Pontalis (1 9 6 7 1comentan el empleo multívoco del Principio de constancia. “Unas veces nos limitamos a aplicar a la psicología el principio de la conservación de la energía, según el cual, en 1111 sistema cerrado, la suma de las energías permanece constante. t—1 Otras veces el principio de constancia se entiende en un sentido

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que permite compararlo con el 2' principio de la termodinámica: den­ tro de un sistema cerrado, las diferencias de nivel energético tienden a igualarse, de forma que el estado final ideal es el de un equilibrio. 1...J Finalmente, el principio de constancia puede interpretarse en el sentido de una autorregulación: el sistema considerada funciona de tal forma que intenta mantener constante su diferencia de nivel ener­ gético con respecto al ambiente. Dentro de esta acepción, el principia de constancia afirma que existen sistemas relativamente cerrados (como el aparato psíquico o el organismo en conjunto) que tienden a mantener y restablecer, mediante los intercambios con el medio exte­ rior, su configuración y su nivel energético específicos. [...] De esta pluralidad de acepciones, resulta difícil determinar cuál es la que coincidiría exactamente con lo que entiende Freud por principio de constancia. En efecto, las formulaciones que dio del mismo, y de las cuales el propio Freud manifestó no sentirse satisfecho son con fre­ cuencia ambiguas o incluso contradictorias. [...1 Ahora bien, la ten­ dencia a reducir a cero la energía interna de un sistema no parece asimilable a la tendencia, propia de los organismos, a mantener cons­ tante, a un nivel que puede ser alto, su equilibrio con el ambiente. En efecto, esta segunda tendencia puede traducirse, según el caso, por una búsqueda de la excitación o también por una descarga de ésta”. 15. “Un ser vivo es un rincón del universo empeñado en distinguir­ se de sus alrededores. E star muerto significa seguir mansamente los azares del entorno inmediato: calentarse cuando se calienta, secarse si se seca, agitarse cuando se agita, desgastarse si se desgasta, fluctu ar cuando fluctúa. E star vivo es evitar que el resto del mundo de­ vore las diferencias, es eludir eJ tedioso equilibrio final. Y mantener una tensión crítica con el entorno significa mantenerse independien­ te de sus caprichos. Pero ser independiente de algo requiere inter­ cambiar información con ese algo" (Wagensberg. 1998).

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I

LAS PULSIONES Y SUS VICISITUDES: PERMANENCIA Y CAMBIO

La neurosis de destino era para Freud un ejemplo pal­ mario del predominio de la repetición y la ausencia de creación. Un determinismo inexorable independiente de las peripecias biográficas. La compulsión de repetición es una simbolización que se repite. Pero para Freud. para su psicoanálisis, la historia de una vida era un interiuego entre fijación, frustración y creación. Su clínica evi­ dencia una relación compleja entre determinismo y azar, entre las series complementarias especificadas por for­ mas y circunstancias históricas concretas."1 Después de Freud, en manos de sus continuadores, la pulsión de muerte fue otra cosa, hasta llegar a impedir que se discierna cómo el interior de la repetición está afectado por la diferencia. Un psicoanálisis lúgubre con­ virtió las determinaciones infantiles en fatales (inanali­ zables) y puso a todos los analizandos en manos del Destino. } Toda simbolización estará condenada a la repetición ? El advenimiento de lo nuevo es un hecho aunque no ten­ gamos las categorías para pensarlo. ¿Cómo articular la creación con el dualismo pulsional? ¿Repetición y diferen­ cia tienen un sustrato pulsional?

16. A propósito de la contracción de neurosis, Freud (1916) advier­ te acerca del riesgo de opciones tajantes entre fijación y frustración. "A consecuencia de su peculiar desarrollo libidinal, estos hombres (ex­ ceso de fijación) habrían enfermado de cualquier m anera, cualesquiera que hubiesen sido sus vivencias y los miramientos con que los tratase la vida. En el otro extremo se encuentran los casos en que us­ tedes se verían llevados a juzgar, a la inversa, que sin duda habrían escapado a la enfermedad si la vida no los hubiera puesto en esta o esta otra situación. En los casos ubicados entre ambos extremos, un mas o un menos de constitución sexual predisponente se conjuga con Un nrás o un menos de exigencias vitales dañinas.”

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Los desarrollos actuales muestran que un sistema abierto puede conducir no al equilibrio, sino a una mayor complejidad. Freud les saco provecho a la literatura y a la ciencia de su época. De la termodinámica tomó la idea de una reserva energética cuva cantidad se desplaza pe­ ro no varia e imaginó una cantidad de fuerza libidinal si no medible, por lo menos determinada y fija. Pero. ¿son las pulsiones un sistema aislado? Pues el modelo (princi­ pio de conservación de energía) sólo es aplicable a siste­ mas aislados.10


Los vínculos actuales no son sólo la puesta en escena de una fantasía preexistente. Si predomina Eros las fija­ ciones no impiden el investimiento de lo actual. Presen­ te y futuro se arraigan en el pasado, pero un pasado que retorna respetando la diferencia. Eros complejiza reu­ niendo. sintetizando, buscando nuevas relaciones. Antes de votar por un sí o por un no entre el determinismo duro -según el cual todo lo que acontecerá en el futuro está escrito en alguna p arte- y la reivindicación del azar, los psicoanalistas deberíamos preguntarnos qué significan, qué implican estos términos y qué consecuen­ cias acarrean en nuestra práctica. Para la ciencia actual, el azar y las leyes no se contra­ dicen a la hora de describir la complejidad del mundo sino que colaboran. Las leyes, con su protagonismo constante; el azar, de manera puntual. Postular un determinismo causal absoluto de todo lo que acontece en el universo (en el que todo lo no determinable sea nada más que todavía-no-determinable, un to­ davía atribuible a nuestra ignorancia) implica postular que todo fenómeno puede ser predicho, de hecho o de de­ recho. De hecho, a partir de leyes causales que conoce­ mos. De derecho, a partir de determinaciones todavía ocultas. Ese determinismo duro implica negarle a lo nue­ vo la posibilidad de existir. Si el azar no es más que una ilusión debida a nuestra ignorancia de un determinismo escondido, entonces la posibilidad de la emergencia de lo nuevo es también una ilusión (Atlan, 1990). I En el trabajo analítico estamos preparados (debería­ mos estarlo) para lo impredictible, lo azaroso, el desor­ den; para convivir con azar y determinismo, ya que un psiquismo totalmente determinado no podría albergar nada nuevo y un psiquismo totalmente abandonado azar -que fuera sólo desorden- no constituiría organiza­ ción y no accedería a la historicidad. Aquél sería incap 100

je transformarse. Este, incapaz siquiera de nacer i Morin, 1982). El acontecimiento aleatorio (el que se produce en la intersección de dos cadenas de causalidad totalmente in­ dependientes) tiene un rol primordial en los sistemas complejos. En la evolución de los sistemas alejados del equilibrio hay sucesivas bifurcaciones. Entre bifurcación y bifurcación, en la “meseta” prevalecen las leyes deter­ ministas, pero antes y después de tales puntos críticos reina el azar. Sólo por retroacción es posible comprender el proceso, durante su transcurso no hay más que meertidumbre.17 El caos determinista permite representar el estado inicial del aparato psíquico, liberándolo de la visión filogenética de las fantasías originarias, así como de fanta­ sías construidas a priori, tal como fueron propuestas por Melanie Klein. Al restituírsele a la ontogénesis su poder organizador se destacan aun más las capacidades del sis­ tema para autoorganizarse (Schimell, 1990). La vida es el equilibrio precario entre el riesgo de des­ trucción por el desorden y el de la rigidez por redundan­ cia en un orden inamovible. Lo psíquico se sitúa entre el cristal y el humo, en tanto tiene una estructura determi­ nada. Sin embargo, es capaz de modificarse cuando las circunstancias lo obligan, haciendo surgir nuevas propie­ dades. Es esto lo que se define como autoorganización.1* !■ La retroacción de Freud anticipó las teorizaciones contení pofaneas acerca del caos determinista. lib

E n tn d cristaly el huma es el ütuI° elegido por Atlan para su

*■0 de 1979. En él caracteriza la autoorganizacion mediante un óp-

o entre, por una parte, un orden rígido, incapaz de modificarse sin jp esfruido, como el del cristal y, por otra parte, una renovación inj¡. t<?l s’n estabilidad alguna, que evoca el caos propio del humo, vist Intermedio reacciona trente a las perturbaciones imprede i3* medlante cambios que no conducen a una simple destrucción a organización preexistente, sino a una reorganización.

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La independencia de un sistema complejo respecto de su entorno no se consigue con el aislamiento sino con una sofisticada red de relaciones entre ambos. En realidad, llamamos catástrofes a todas aquellas in­ clemencias del entorno de las que aún no hemos logrado in­ dependizarnos (tornados, terremotos, sequías, impactos de meteoritos, ciertas epidemias, etcétera iWagensberg, 1998).

TEORÍA PULSIONAL Y COMPLEJIDAD

Hasta el final del siglo pasado, la ciencia se propuso abolir lo indeterminado, lo impreciso, la complejidad. Hoy acepta “científicamente’ la incertidumbre, lo aleato­ rio. la indeterminación. Aborda lo complejo intentando concebir no sólo la complejidad de toda realidad sino la realidad de la complejidad. Entender el mundo es conocer las leyes que rigen los componentes últimos de la materia, pero también com­ prender los cambios de fases, las turbulencias y los pro­ cesos irreversibles. Estos problemas, que se sitúan en los confines de las matemáticas, de la física, de la química, de la biología y de las ciencias humanas, transforman el panorama epistemológico.19 Un sistema es autoorganizador cuando, ante pertur­ baciones aleatorias, en lugar de quedar destruido o de­ sorganizado, reacciona con un aumento de complejidad. 19. “La teoría psicoanalítica fue notablemente anticipadora en su aptitud para pensar el aparato psíquico y su funcionamiento en los términos de un sistema complejo [...!• La concepción del deteriniois* mo psíquico anticipa las nociones modernas de la complejidad: 1*® conceptos de sobredeterminación, de resignificación, de reversibilidad de los encadenamientos causales, de desplazamiento, de transierencia y de sustitución atestiguan sobre esta aprehensión inmediata P°r parte del psicoanálisis de la complejidad del funcionamiento y de Ia organización intrapsíquica” (Kaés, 1993).

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por lü hipersensibilidad a las condiciones iniciales, cual­ quier pequeña variación en el comienzo produce una gran

divergencia ampliándose en el tiempo. Como obtener una precisión absoluta es imposible, el sistema evoluciona bajo una modalidad aleatoria de hecho aunque no de principio. Es por ello que se ha propuesto la expresión paradójica de “caos determinista” (bastante compatible con la teoría freudiana de la retroacción >que evoca una trayectoria de­ terminista pero imposible de prever. Determinismo y predictibilidad han dejado de ser sinónimos (Ruelle, 1990). No se puede anticipar de qué manera un ruido va a modificar un sistema. Sólo tomándolo por retroacción, a partir del sistema que se ha reorganizado, o en su impo­ sibilidad de integración de un ruido se puede analizar el impacto y la historia de un acontecimiento advenido. La autoorganización explica la aparición de fenómenos nuevos no predictibles a partir de las premisas y permite comprender cómo la contingencia suscita la complejidad y hace emerger el sentido (Cohén, 1985). La autoorganización consiste en el aumento de comple­ jidad estructural y funcional que resulta de una sucesión de desorganizaciones seguidas por un reestablecimiento a un nivel de variedad mayor y de redundancia más dé­ bil. Es necesario para el sistema que en el comienzo ten­ ga una redundancia suficiente para recibir los ruidos, es decir, los elementos extraños. Este modelo permite expli­ car la evolución de un sistema tanto hacia un máximo de complejidad como hacia su propia muerte cuando la re­ dundancia no asegura la identidad del sistema. Una organización que no pueda ser perturbada por ^hdos nuevos se encamina a una clausura mortífera, su extinción, según el principio de entropía.20 20. Esto sucede tanto en sociedades como instituciones replegadas . re ellas mismas que se empobrecen y desaparecen (o también en teo1108 incapaces de abrirse a las nuevas adquisiciones de conocimiento).

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En la primera tópica freudiana. los territorios está® bien definidos por las fronteras, y las fronteras bien defi­ nidas por los territorios. El conflicto se produce entre sis­ temas psíquicos estables y campea el principio de placer. Pero la noción de ello introdujo cierto “desorden’-. Trastor­ no la de inconsciente al menos por dos razones. La relación entre el ello y el cuerpo otorga a la segunda tópica un carácter “psicosomático” ya que integra un ello-cuerpo desprovisto de representaciones, mientras que el inconsciente de la primera tópica alberga representaciones. Además, con el ello, Freud dio un lugar, en su modelo pulsional, a las fuerzas desorganizadoras. Se trata de una nueva concepción del funcionamiento psíquico, en que la pulsión es vista como proceso y la temporalidad ha deja­ do de ser lineal. La estabilidad psíquica ya no se conside­ ra como manifestación de la estructura misma del psiquismo, sino que se tiene que recrear, reconstituir en cada instante según condiciones económico-dinámicas que surgen y se desvanecen sin cesar. El yo de la segun­ da tópica es en sí mismo la resultante de transformacio­ nes permanentes de un psiquismo abierto, tanto hacia el ello como hacia el exterior (Botella, 1997). La de sistema abierto es. originalmente, una noción termodinámica, cuyo carácter primario era el de permi­ tir circunscribir, de manera negativa, el campo de aplica­ ción del segundo principio de la termodinámica, que requiere la noción de sistema cerrado, en tanto no dispo­ ne de una fuente energética-material exterior a sí mis­ mo. Un sistema cerrado está en estado de equilibrio, es decir, los intercambios de materia y energía con el exterior son nulos. Por el contrario, en un sistema abierto hay desequilibrio en el flujo energético que lo alimenta, flujo sin el cual el desorden organizacional llevaría a una decadencia rápida. Dos consecuencias se desprenden, entonces, de la idea de sistema abierto: 1 ) las leyes de organización de lo vi104

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viente no son de equilibrio sino de desequilibrio, retomajo o compensado, de dinamismo estabilizado; 2 ) la inte­ ligibilidad del sistema debe encontrarse en su relación con el ambiente. Si el sistema es "abierto'’ su existencia y e] mantenimiento de su diversidad son inseparables de interrelaciones con el entorno, a través de las cuales el sistema extrae del exterior materia, energía e informa­ ción11 (Morin, 19821. Un psiquismo abierto intercambia constantemente con lo exterior a sí. El otro marca el borde “exterior”. Un borde que permanece abierto, por su carácter de Irreduc­ tible respecto del sujeto, un límite a conquistar, a recono­ cer y/o a negar. Una tópica que lo tome en cuenta es abierta. La presencia del otro constituye una herida narcisista. La representación que el sujeto se haga del otro tendrá siempre dos polos: aceptación/negación (Bernard, 1998). Una tópica compleja contiene una pluralidad de siste­ mas, lo “exterior a sí” no se refiere sólo a la realidad exterior sino a que cada uno de los sistemas son hetero­ géneos entre sí (Merea, 1994). E l vo se en riqu ece a ra íz de to d as la s exp erien cias de vi­ da que le vienen de a fu e ra : pero el ello es su otro m undo e x ­ terior, que él p rocu ra som eter. S u s tra e libido al ello, tra n sfo rm a las in v e stid u ra s de objeto del ello en con form a­ ciones del yo. Con ayud a del superyó. se n u tre , de u n a m a ­ n era tod av ía o scu ra p a ra n osotros, de las ex p e rie n cia s de la p reh istoria a lm a ce n a d a s en el ello (F re u d , 1 9 2 3 ).

,

Pensar al sujeto en relaciones de determinación múl­ tiples v recíprocas con los objetos, implica asumir que es 21. La antigua noción de libertad era de algún modo inmaterial y aesligada de las constricciones y contingencias físicas. Un sistema aUtoorpamzador es autónomo pero no libre. Como acabamos de escribir, extrae del exterior materia, energía e información.

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un centro de organización, de transformación, de recrea­ ción de todo aquello que recibe. El sujeto toma lo aporta­ do, lo metaboliza y deviene algo nuevo. Los determinantes iniciales quedan relegados a la condición de punto de par­ tida. de base de desarrollo. La transubjetividad inicia] ha dado pie a la constitución del sujeto y a partir de entonces habrá intersubjetividad iKorman. 1996). Contra la pulsión de muerte -cuya meta es “disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo’—lucha la pul­ sión de vida -cu ya meta es “producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón”- . Es Eros el que complejiza. La complejización es la única ma­ nera de hacer comprensible el mantenimiento del princi­ pio viviente. Freud coloca el placer en el lugar de un principio: principio de placer, motor del aparato psíquico, al que su­ cederá uno secundario: el de realidad. Más adelante des­ cubre un “más allá de principio de placer”: nirvana -la tendencia al cero-, el deseo de no tener que desear. El anhelo de un retiro donde las complicaciones de la vida no generen tensiones ni deseos.Entre las interpretaciones actuales de la pulsión de muerte, algunas son complementos de la de Freud, pero

22. Freud (1924a) lo expresa así: “Como quiera que fuese, debería­ mos percatam os de que el principio de nirvana, súbdito de la pulsión de muerte, ha experimentado en el ser vivo una modificación porta cual devino principio de placer; y en lo sucesivo tendríamos que evi­ ta r considerar a esos dos principios como uno solo. Ahora bien, si nos empeñamos en avanzar en el sentido de esta reflexión, no resultará . difícil colegir el papel del que partió tal modificación. Sólo pudo ser te pulsión de vida, la libido, la que de tal modo se conquistó un lugar junto a la pulsión de muerte; el principio de placer subroga la exi­ gencia de la libido, y su modificación, el principio de realidad, el influ­ jo del mundo exterior”.

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muchas implican verdaderas alternativas teóricas. Creen H986) propone la hipótesis de que la perspectiva esencial de las pulsiones de muerte es asegurar una fun­ ción desobjetalizante por la desligazón: “esta cualificación permite comprender que no es solamente la relación con el objeto la que se ve atacada, sino también todas las sustituciones de éste”. La pulsión de muerte se actualiza desinvistiendo al objeto. Desinvestidura que no se realiza en beneficio de otro objeto, sino que amenaza a todo objeto, que para po­ seer existencia psíquica exige la preservación de la acti­ vidad ligadora de Eros. La tendencia regresiva de la pulsión de muerte apunta no a la muerte sino a un antes del deseo, a un estado de quietud, al reposo de la activi­ dad de representación. El nirvana al que aspira es la de­ saparición de todo objeto que pueda provocar, por su ausencia, el surgimiento del deseo. No otra cosa que la clínica, las contribuciones teóricas y el horizonte epistemológico nutren las teorizaciones. Solo confrontando el Zeitgeist de Freud con el de nuestro tiempo construiremos un psicoanálisis contemporáneo del presente. Esta exigencia de trabajo -h ay o tras- es in­ soslayable.

23. "Por la que concierne a la pulsión de muerte, señalemos que jñnguno de los sistemas teóricos posfreudianos hace suya la letra de a teoría freudiana" (Creen. 19861.

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9. NARCISISMO Y COMPLEJO DE EDIPO

El devenir narcisista es indisociable de la constitución del sujeto y su consideración meta psicológica no es posi­ ble aislada del Edipo y sus grandes ejes: la identidad y la diferencia, el deseo y la prohibición, el yo y la alteridad. Las com entes pulsionales del Edipo se resuelven por un abanico idcntificatorio: identificaciones histéricas en el seno de la triangularidad e identificaciones narcisistas donde predomina la dualidad. Pensar el psiquismo como un sistema abierto tanto en su funcionamiento como en su génesis permite reflexio­ nar acerca de la trama relaciona! constituida por los otros primordiales y sus realidades psíquicas singulares. El Edipo es esa trama relacional y la realidad psíquica es su apropiación fantasmática. Apropiación de lo aconteci­ do, pero también de las fantasías que los acontecimien­ tos produjeron y de sus formas de inteligibilidad y de interpretación. Si bien las diversas corrientes del psicoanálisis com­ parten la teoría de las series complementarias, cada una acentúa a su modo la importancia de lo genético, de la historia infantil v del vivenciar actual. 1- Véase* el capítulo 18.

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Freud 11925a) insiste en definir el Edipo como núcleo de la neurosis, ya que éste es “tanto el punto culminante de la vida sexual infantil como el punto nodal desde el que parten todos los desarrollos posteriores". Entonces, complejo nuclear y puesta en historia. Un núcleo conden­ sa e irradia. Optar por una visión determinista del edipo y por una historia lineal y no retroactiva implicaría que el Edipo sólo es punto culminante de la vida sexual in­ fantil. que no irradia hacia la vida ulterior.2 Pero el Edipo irradia. Una concepción no estrecha­ mente determinista de la vida psíquica aspira a dar cuenta de la repetición y también de la diferencia. No concibe la historia sólo con referencia al pasado sino co­ mo esbozo de una ciencia del devenir. Tal ciencia tendría por finalidad explorar la relación necesaria entre los fe­ nómenos que se desarrollan según una lógica interna y los fenómenos heterogenerados que necesitan de aconte­ cimientos azarosos para desplegarse (Morin, 1982 ). Freud no era ciego al interjuego de disposición y azar, fijación y frustración, como no lo era ante el sentimiento oceánico. Pero en vez de rendirse a la fluctuación o al rui­ do. al desorden o al azar, articuló modelos deterministas y aleatorios. Proponía dos estrategias cognitivas, una que reconoce lo singular, lo contingente, y otra que capta la regla, la ley, el orden. El psicoanálisis combina el determinismo y el azar, lo algorítmico y lo estocástico, la teoría de las máquinas y la teoría de los juegos... si es que podemos reconocerlo.

Algunos parámetros del complejo de Edipo son los siguientes: al Es producto de la doble diferencia: de los sexos y de las generaciones que conjuga los efectos de la sincronía y de la diacronía. b) Implica el conjunto de las relaciones del niño con sus padres, desde el nacimiento hasta la muerte.2 c) Pone en juego los deseos sexuales y origina la doble identificación: masculina y femenina. d) E stá destinado a la represión, en una evolución bifási­ ca: la de la sexualidad infantil y adulta. e) E stá compuesto por dos aspectos: positivo (deseo se­ xual por el padre de sexo opuesto, deseo de muerte ha­ cia el padre del mismo sexo) y negativo ( deseo sexual por el padre del mismo sexo, deseo de muerte hacia el padre del sexo opuesto), que configuran un conflicto de cuyo resultado transaccional depende la sexuación. La salida del circuito edípico se hace mediante la iden­ tificación con el rival, por la desexualización de los de­ seos destinados al objeto de amor, por la inhibición de la agresividad y por el desplazamiento libidinal hacia objetos exogámicos. El Edipo puede ser pensado como un conjunto de acontecimientos, como un campo puramente proyectivo.

2. La retroacción caracteriza la concepción freudiana de la tempo­ ralidad y de la causalidad psíquica. Cuestiona la causalidad lineal re­ velando una forma de recursividad donde el presente actúa sobre el pasado, el cual -sin embargo- condiciona la significación de lo actualLa retroacción permite pensar el advenimiento de lo nuevo en el inte­ rior de lo ya dado.

.'b La historia se vincula al escenario edípico ya que éste determi­ na: la escena primaria icomo interrogante acerca del origen', ei em­ barazo 'inclusión ligadora del hijo al cuerpo de la madre!, el parto (disyunción del cuerpo materno), la relación con el pecho i refusión de­ bida a la prematurez), la constitución del yo (separación individuali­ zante), las fijaciones pregenitales en relación con el objeto, la (riangulaeión edípica (articulación de las relaciones entre prohibición Aparadora y reunión por identificación con el rival). el ingreso en el mundo cultural, la sublimación (conjunción con el mundo cultural I. la adolescencia 'como duelo separador de loa padres i, la elección de obje­ to (encontrar al objeto es reencontrarlo) y, nuevamente, la escena Primitiva ' pasaje a la maternidad-paternidad' 'Oreen. 1983a'.

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o como una tram a relacional. (La palabra '‘trama" nos permite soslayar la dicotomía entre una estructura inmodifícable y un acontecimiento trivial.) Freud (1932) pensaba el acceso a la femineidad como producto del desplazamiento del deseo de tener un pene hacia el de tener un hijo. El deseo con que la niña se vuelve hacia el padre es sin duda, originariamente, el deseo del pene que la madre le ha denegado y ahora espera del padre. Sin embargo, la situación femenina sólo se establece cuando el deseo del pene se susti­ tuye por el deseo del hijo y entonces, siguiendo una antigua equivalencia simbólica, el hijo aparece en lugar del pene. El niño se inscribe en una tópica constituida por ese deseo materno desplazado. Cuando ese desplazamiento no se produjo, el niño se encuentra preso en un sistema cerrado. Se convierte en el falo del cual la madre se vio privada en lo real. En cambio, si la castración fue asumi­ da por la madre, ningún objeto real es capaz de colmarla y el niño será inevitablemente desalojado de la fantasía de ser todo para ella, lo que lo obliga a desidentificarse con el yo ideal omnipotente infantil. La no incondicionalidad de la madre le indicará al niño que ella posee y de­ sea otros objetos más allá de él. La madre espera al niño desde su historicidad deseante. La realidad psíquica materna configurará una constelación dentro de la cual el niño deberá encontrar sus primeros rasgos identificatorios y constituir su narcisismo. La función maternal depende de la organización del inconsciente. Su historia edípica muestra la siguiente se* cuencia: ser el objeto de deseo de la madre; tener un hijo de la madre; acceso a la triangularidad. aceptación de la diferencia de sexos; tener un hijo del padre; disolución del Edipo, pasaje a la exogamia; dar un hijo a un padre; al ser madre, anhelar que su propio hijo se convierta en padre o madre. 112

El deseo consciente de hijo tiene, como infraestructu­ ra. las vicisitudes del acceso de la madre a su ser sujeto de deseo y es testimonio de los desplazamientos sucesi­ vos que. en su dialéctica edípica. ella tuvo que realizar. El hijo condensa a los representantes sucesivos que tuvo ese deseo en el inconsciente materno. El deseo de hijo garantiza al niño que es algo más que el resultado de un accidente biológico, pero hay una dis­ tancia entre el deseo de hijo y el deseo por este hijo. La madre ocupa el lugar de alguien que da deseo, don esen­ cial para la estructura psíquica, pero que se niega a ser donante del objeto, negativa igualmente necesaria. La madre convierte al niño en sucesor de un deseo que per­ siste y circula (Aulagnier. 1975). Lacan pregunta: “¿De qué se trata en la metáfora paterna?”. Depende de una simbolización primordial entre el niño y la madre. La posición del Nombre del Padre, la calificación del padre como procreador, es un asunto que se sitúa en el nivel simbólico T...] Mediante esta simbolización, el niño desprende su dependencia efectiva respecto del deseo de la madre de la pura y simple vivencia de dicha dependencia í—J. Desde esta primera simbolización en la que el deseo del niño se afirma, se esbozan todas las complicaciones ulteriores de la simbolización, pues su deseo es deseo del deseo de la madre. En un primer momento la instancia paterna se intro­ duce en forma velada; en un segundo tiempo [•••] el padre se afirma en su presencia privadora, en tanto que es quien soporta la ley, y esto ya no se produce de una forma velada sino de una forma mediada por la madre que es quien lo establece como quien le dicta la ley. En tercer lugar, el padre se revela en tanto que él tiene. Es la salida del complejo de Edipo.

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La presencia simbólica del padre produce un mensaje de interdicción a la madre que “no es simplemente el ‘No te acostaras con tu madre’ dirigido al niño sino un ;No reintegrarás tu producto’, dirigido a la madre”. A la madre le está prohibido desearse a sí misma en su hijo haciendo de él su doble fálico. El niño no será entonces el falo materno sino el significante de su deseo iLacan 1957). Un conjunto de operaciones se producen entre la sepa­ ración de la diada primitiva madre-hijo y la unificación del yo. Por esa separación, el niño queda librado a la an­ gustia, a la amenaza de la desintegración y solo tolera su desvalimiento por la constitución del objeto y del yo narcisizado. El sentimiento de existir como individuo nace, por así decir, cuando se desencadena el porvenir.1 La prohibición del incesto garantiza la separación del niño de la madre sea cual fuere el sexo del niño. La dife­ rencia de los sexos permite al niño salir de un apresa­ miento en la imagen del doble narcisista y, de esa manera, la alteridad sexual sirve como división que pre­ serva del enfrentamiento letal con lo idéntico del doble. Es la función paterna la que significa el vínculo ma­ dre-hijo y. ubicando los personajes del Edipo en sus res­ pectivas posiciones, eleva la situación edípica, con su tram a de prescripciones y sujeciones, a la categoría de fi­ gura histórica predominante. El padre es el otro. E stá presente para la madre y, en los comienzos, ausente para el niño o presente a través del psiquismo materno. Su función primera es ser el agente separador del cuerpo de la madre, aunque puede llegar a constituirse en objeto de amor para el niño.4 4. No hay acuerdo entre los teóricos del narcisismo. Más bien hay mía fuerte polémica. Una parte de ellos lo piensan en estrecha relación con la economía libidinal e ¡dentificatoria resultante de la tram a edípica. y otra parte, con autonomía absoluta.

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Si la función paterna está instituida junto con el deseo se transmite la prohibición. El niño hereda un anhelo que prueba que él mismo no es la realización plena del deseo materno. Si el deseo materno exige el deseo pater­ no, el niño podra representarse como efecto de ese doble deseo. Al relativizar la omnipotencia del otro primordial, la fantasía de la escena primaria se resignificará. La re­ lación sujeto-deseo será forjada, en adelante, por la pro­ blemática edípica, por el conocimiento de la diferencia de los sexos y por la primacía acordada a la zona genital en la jerarquía del placer. El niño no lleva en sí la trayectoria de sus objetos, si­ no que éstos le serán aportados desde afuera. También en el nivel identificatorio debe hacerse anunciar por el otro primordial lo que él es. Para que haya proceso identificatorio tienen que dar­ se dos órdenes de diferencia: diferencia de los sexos, por medio de la cual el sexo propio se afirma en función del otro sexo; diferencia generacional, gracias a la cual el pa­ dre del mismo sexo puede servir de modelo sin que haya adecuación absoluta. El hijo actual es objeto de deseo a condición de que no sea el hijo que la madre había anhelado en su infancia. El anhelo de tener un hijo es, en consecuencia, heredero de un pasado, pero apunta a un futuro que ningún hijo real puede saturar.

ESCENA PRIMARLA: DEL NARCISISMO AL EDIPO

Narcisismo y Edipo son organizaciones de distinta com­ plejidad. El narcisismo es una organización dependiente del Edipo. Carece de autonomía desde el punto de vista metapsicológico, clínico y técnico. Uno de los articulado-

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res fundamentales entre Edipo y narcisismo es la escena primaria en cuyo interior se da la historia identificatoria y la constitución del narcisismo. La escena primaria, nutrida por una curiosidad impe­ riosa acerca del nacimiento, de la procreación y de la filia­ ción. conjuga lo biológico de la concepción y lo simbólico de la filiación. Si representa un enigma, es fundamental­ mente porque remite al origen más radical: aquel en el cual desde un no ser surge el niño. Permaneciendo para cada uno como lo irrepresentable por excelencia ese no ser se convierte en una matriz fantasmática. La escena primaria que cuenta es aquella -precisamente— que ja­ más pudo haber sido presenciada. Los remodelamientos que sufre la fantasía de la esce­ na primaria testimonian las modificaciones sucesivas de la teoría infantil sobre el origen. La fantasía edípica pre­ supone una teoría edípica, y ésta es consecuencia de la elaboración de la psique sobre los elementos que la infor­ man sobre las cualidades características de los objetos. Las primeras construcciones fantasmáticas del niño otorgarán a la madre y a su deseo un lugar de omnipo­ tencia. Ese primer fantaseo, universal, es remodelado cuando la mirada del niño percibe al tercero. El displacer que causa la existencia del padre, deseante y deseado por la madre, debe ser compensado por el placer de una mi­ rada que al contemplar su encuentro, su copresencia y su investimiento recíproco, perciba una situación en la que unirse causa placer. La escena primaria resulta de un trabajo de actividad psíquica cuyos momentos fecundos suponen la aceptación de una serie de diferencias: entre dos espacios psíquicos; entre los dos representantes de la pareja parental; entre el deseo y la demanda: entre ser hombre y ser mujer (Aulagnier, 1975). Con la triangularización, las figuraciones precedentes (la teoría de la madre fálica y las otras teorías sexuales infantiles) no serán anuladas sino resignificadas —valga

5. Un prejuicio habitúa) -señala Green (1 983a)- nos lleva a privile­ giar lo más arcaico “el psicoanálisis contemporáneo, según muchos indidos lo atestiguan, ha comprendido (si bien es cierto que tardíamente) que si el Edipo seguía siendo la referenda estructural indispensable, las condiciones determinantes del Edipo no se debían buscar en sus pre­ cursores genéticos oral, anal o falico, considerados desde el ángulo de las referencias realistas ien efecto, orahdad. a nulidad y falicidad depen don de relaciones de objeto que en parte son reales), ru en una fantasmática generalizada de su estructura, al modo de Melanio Klein, sino en el fantasma isomorfo del Edipo: el de la escena primitiva’’-

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|a redundancia- retroactivamente. No se trata de una cronología lineal. Por la retroacción lo mas profundo de­ ja de ser equivalente de lo m ás temprano. La vivencia de satisfacción es efecto de la trama edipica. En esa vivencia participa la madre, quien tiene con su bebé un vínculo amoroso que se manifiesta activa­ mente por el ejercicio de pulsiones de meta inhibida y pa­ sivamente por la aceptación de la satisfacción de las pulsiones de meta no inhibida del niño. <Las pulsiones de meta no inhibida de la madre sólo logran satisfacerse gracias a la investidura del otro del objeto, el padre). Este encuentro con otro lugar será testimonio de la presencia de un padre y de un deseo no sometido al po­ der materno, y posibilitará contemplar al padre como al que desea el placer materno, el que lo causa, y al placer materno como el que se origina en ese deseo que ella, a su vez, desea. Si la vivencia del placer materno exige la del placer paterno, si lo que cada uno desea es su placer, el niño podrá representarse como efecto de ese doble de­ seo; este doble origen relativiza el poder absoluto asigna­ do a la madre y permitirá que la fantasía de la escena primaria pueda remodelarse. El niño se percibe forjado por una situación triangular que implica la aceptación de la diferencia de los sexos. Para que el padre sea reconocido como depositario del poder fálico no es suficiente que el niño sepa que tiene un pene, sino que es preciso que descubra que el padre es


deseado por la madre. Y para que la madre sea reconoci­ da como prohibida al deseo en tanto que madre, pero en tanto que mujer sea mantenida como modelo del objeto futuro del deseo, no sólo es preciso que el sexo femenino sea reconocido como diferente sino que el niño debe vi­ sualizar al padre como deseante de esa diferencia. La di­ ferencia debe hacerse significante del deseo. Ello remite a lo no-idéntico, a la alteridad. e implica que se renuncie a la omnipotencia de un deseo que apunta a hacer del otro y de su deseo lo que vendría a colmar esa carencia que constituye al sujeto como deseante.

TRAMA EDÍPICA: IDENTIDAD Y DIFERENCIA

Interponiéndose entre el niño y la madre, el padre ex­ cluye al niño y, excluyéndolo, se constituye en rival y mo­ delo: el que prohíbe pero al mismo tiempo posibilita un futuro. El Edipo produce la diferencia y la diferenciación, entre el niño y la madre, la diferencia sexual entre los pa­ dres, la diferencia entre el ello, el yo y el superyó. A tra­ vés de Edipo el niño se reconoce como hijo, testigo y consecuencia del deseo parental y no causa de ese deseo, y se proyecta al rol futuro de genitor, eslabón de una ca­ dena simbólica que trasciende su temporalidad subjetiva. Una y otra vez el niño se enfrenta a una experiencia, a un discurso, a una realidad que se anticipan a sus po­ sibilidades de respuesta y a lo que puede saber y prever acerca de las razones, el sentido, las consecuencias. El nacimiento (un hermano, otro niño) es un aconteci­ miento traumático para el niño. Cuantitativamente, es una excitación difícil de ligar, cualitativamente, hay una inadecuación entre los posibilidades de elaboración sim­ bólica y el nivel del problema planteado. L a influ en cia com pulsiva m as in ten sa proviene de aque­ llas im p resion es que alcan zaro n al niño en u n a época en

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que no podem os a trib u ir recep tivid ad plen a a su a p a ra to psíquico (F re u d . 1938b J.

Lo traumático es dejar de ser el centro del universo. Es ello lo que lleva al niño a teorizar. El niño está expuesto a lo inconmensurable: sentidos, gratificaciones, frustraciones, todos excesivos. Excesos que generan ese “cuerpo extraño interno” sepultado pol­ la amnesia infantil. E stá hiperestimulado. Tiene que fil­ trar, tiene que protegerse de los estímulos y solo podrá hacerlo cuando cree representaciones simbólicas que or­ ganicen y depuren ese mundo pleno de excitaciones. Hasta entonces la madre cumple esa función. Ella y su incons­ ciente -s u interpretación de las necesidad de su hijo- son la instancia predominante durante esta fase primordial de estructuración psíquica. Eso convierte en erógeno el pequeño cuerpo biológico. En tanto la madre, por su pro­ pia angustia, en vez de ser escudo protector contra la ex­ citación, invista excesiva o insuficientemente a su hijo, habrá fragilidad en la organización psíquica (Bleichmar, S.. 19861. La madre es la única que mantiene una relación con el cuerpo de cada uno de los otros dos. Ella es, por lo tan­ to, vínculo sexual y vínculo instaurador de la diferencia entre ternura y sensualidad, así como entre pulsiones di­ rectas y pulsiones de meta inhibida (Green, 1997). El yo posee una red de investiduras estables y de ni­ vel constante. Para explicar esta independencia relativa frente al ello no basta apelar a lo innato. El objeto pri­ mordial interviene tanto por los cuidados que prodiga co­ mo por ser objeto de identificación. La madre se dirige al niño ubicándolo como destinata­ rio de un discurso cuando él carece todavía de la posibi­ lidad de apropiarse de la significación del enunciado. Antes de devenir el yo, ya el infans propone su cuerpo al investimiento de la madre, prestándose a ser hablado por los enunciados matemos Su realidad anatómica y su 119


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I. '

longar lo que sólo es legitimo y necesario durante una fa­ se de la existencia. La violencia secundaria, apuntalada en le primaria, es desestructurante. Induce a defensas psicóticas o moviliza el deseo de autoalienación del pro­ pio pensamiento. Aulagnier le atribuye a la madre la tarea de portavoz. Porta la voz cuando comenta, predice, acuna el conjunto de las manifestaciones del niño, pero también es porta­ voz. vocera, en el sentido de delegado, de representante de un orden exterior a cuyas leyes y exigencias ese dis­ curso materno está sometido. La voz materna intercomu­ nica dos espacios psíquicos. Por su desamparo el niño necesita del otro primordial. Esta necesidad no es reductible a las funciones vitales que el otro debe desempeñar. La psiquis del niño incorpora materiales que han sufrido un primer avatar que se debe a los procesos secundarios de la madre. La psiquis toma en sí un objeto marcado por el princi­ pio de realidad y lo metabobza según el principio de placer. Alucinar el pecho es alucinar lo que el pecho representa para la madre. La psiquis no encuentra un real, sino una realidad que es humana por estar investida por la libido materna. La madre anticipa para su hijo (hija) un anhelo que le permitirá ubicarse como padre (madre) en el futuro. E s­ te añílelo conjuga la posición ocupada por su propio pa­ dre (madre) y la que podrá ocupar el infans como padre •madre) futuro. Entre ellas se sitúa el padre real del ni­ ño. El hijo (hija) dirigirá su mirada hacia él para captar lo que significa el término “padre” y cuál es el sentido de la función paterna. Ese anhelo que hereda el niño condensa dos relaciones hbidinales: la que la madre había establecido con su pro­ pio padre en su infancia y la que vive actualmente con a9uel al que efectivamente le dio un hijo. Así como la ma­ dre es el primer representante del otro, el padre es el pri-

V JY.

funcionamiento fisiológico marcan un limite a la omnipo­ tencia del discurso materno y obligan a este discurso a dudar si no es ilusoria su convicción de conocer las nece­ sidades del infans, de adivinar las respuestas que él es­ pera. Ilusión necesaria, sin embargo, para que ella pueda anticipar al yo que habitará y hablará ese cuerpo. Hay una violencia primaria (Aulagnier, 1975). Se le imponen al infans una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo del que lo impone, pero que se apoyan en un objeto que corresponde para el niño a la categoría de lo necesario. Violencia que bordea el exceso. Exceso cuyas últimas consecuencias serian despojar al niño del pensamiento autónomo e instalar un deseo de no cambio. Exceso, en cambio, acotado si la madre re­ nuncia a detentar para siempre el lugar de donador de vida y dispensador de todo aquello que es para el infans fuente de placer. Los enunciados maternos están sujetos al sistema de parentesco, a la estructura lingüística, así como a las consecuencias que tiene sobre el discurso el deseo incons­ ciente. Mientras el niño no habla, la madre puede preservar la ilusión de una concordancia entre lo que ella cree que él piensa y aquello que él piensa. Pero junto con el habla el niño descubre que es una ilusión atribuir a la mirada parental el poder de definir sus pensamientos, descubri­ miento tan fnndamental como el de la diferencia de los sexos. Descubrimiento que a veces el niño oculta por el te­ mor, no siempre infundado, de ser privado de la palabra. La acción anticipatoria del discurso materno vuelve compartible algo de lo indecible. Esta metabolización operada por la madre en relación con las vivencias del in­ fans se justifica ante ella por el saber que se atribuye en relación con las necesidades de ese niño. Hay una violencia secundaria (Aulagnier. 1975) cuan­ do hay deseo de no cambio, cuando la madre intenta pro­


mer representante de los otros. Es quien permite a la madre designar un referente que garantice que su dis­ curso. sus exigencias, sus prohibiciones no son arbitra­ rias sino culturales. En una primera fase, ese otro lugar, el del padre, está asignado por el deseo materno. Pero, en una segunda fa­ se, el padre ocupa el lugar de quien tiene derecho a de­ cretar lo que el hijo puede ofrecer a la madre como placer y lo que le está prohibido proponer en tanto él, el padre, desea a la madre y es deseado por ella. El niño reconoce al representante de la función paterna a través del dis­ curso de la madre, pero también en el discurso pronun­ ciado por la voz paterna. El padre será visto por el niño como el objeto a seducir y, a la vez, como el objeto del odio. La relación con su hijo tendrá las huellas de la re­ lación con su propio padre. En una época lejana él tam­ bién quiso m atar a su padre y ahora proyectará en su hijo un deseo de muerte que le concierne. Será necesario que el deseo de muerte, reprimido en el padre, sea reem­ plazado por el anhelo consciente de que su hijo llegue a ser aquel a quien se le da el derecho a ejercer una misma función en un tiempo futuro. El niño constituye para el padre un signo y una prue­ ba de la función fálica de su propio pene. Lo que el padre ofrece a través de la mediación de su nombre, de su ley, de su autoridad, es un derecho de herencia sobre estos dones para que se los legue a otro hijo. De ese modo enuncia la aceptación de su propia muerte. Al aceptar re­ conocerse como sucesor y reconocer un sucesor acepta le­ gar su función. De tal manera confirma que la muerte es la consecuencia de una ley universal y no el precio con el que paga su propio deseo de muerte en relación con su padre. Con el riesgo de redundar (y como una suerte de con­ clusión) subrayaré algunos puntos esenciales del Edipo-

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1 En la producción del sujeto son condicionantes la rea­ lidad psíquica de los padres y el conjunto de sus de­ seos y enunciados identificatorios. 2. En la función del padre es necesario considerar tres órdenes de determinación: el lugar que ocupa el padre (o el hombre) en el deseo de la madre, la ubicación del padre en su propia cadena generacional (relación con su propio padre y, como efecto de ello, con este hijo) y la determinación, desde lo social, ya que el padre in­ troduce la dimensión cultural. 3. El carácter polimorfo de la sexualidad, cuyo objeto es designado por la intersubjetividad. 4. La importancia del desamparo inicial. 5. Evolución del yo ideal a la identificación con lo ideali­ zado e internalización de un ideal del yo. La triangularidad edípica conmueve la omnipotencia narcisista, propia de la relación dual.

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P arte

IV

Narcisismo y tรณpicas


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10. DE UNA TOPICA A OTRA

LA TRAYECTORIA FREUDIANA

En vida de Freud y después de Freud. el psicoanálisis ha sido atravesado por diversas líneas teóricas y por diver­ sas prácticas clínicas. Un enorme capital acumulado, pero no pasivo sino en permanente inversión productiva, que a veces hace olvidar que, hoy por hoy, los fundamentos son los fundamentos freudianos. Los fundamentos y el dispa­ rador. Por eso la lectura de Freud es un paso ineludible pa­ ra quien aspire a reformular, con los recursos teóricos actualmente disponibles, los innumerables problemas que requieren ser dilucidados. Pero no basta con Freud. En sus encuentros y también en sus escritos, todos los psicoanalistas comparten los términos: sexuaüdad, in­ conciente, transferencia, repetición, Edipo, represión, teo­ ría pulsional, historia, conflicto, tópica. Estos son los nombres de los Grundbegriffe, los conceptos fundamen­ tales sobre los que se sostiene la práctica. Pero con los mismos términos no se habla de lo mismo. En tanto recortamos la obra de Freud, propendemos a una historización defectuosa y, por lo tanto, a una rela­ ción neurótica con los textos que nos condena a la remi­ niscencia o a la repetición. 127

1


Mi proyecto es y no es ambicioso: recordar y reelabo­ rar el texto. Historizarlo. Resaltar en él aquellas nocio­ nes y conceptos que permitan su articulación con otras eonceptualizaciones. Y lo ambicioso de mi proyecto ya lo anuncié: llegar a una metapsicología de las problemáti­ cas narcisistas. La lectura de Freud afrontará las contradicciones y dificultades, poniéndolas a trabajar. No es seguro, pero sí probable que así se logren formulaciones que modifiquen el planteamiento del problema. Será una lectura con una triple perspectiva: problemática, histórica y critica (Laplanche, 1987). La historia del pensamiento freudiano pide más que una simple cronología en la que los descu­ brimientos clínicos y teóricos meramente se agregan y más que una dialéctica en la cual el último estadio re­ suelve las dificultades en una síntesis suprema. Trabajar la historia de los conceptos implica apropiarse de mo­ mentos decisivos en la genealogía. A la lectura históricacrítica que remonta el curso del tiempo se asocia una restitución que se propone describir y poner en evidencia los caracteres internos del texto. La lectura histórico-crítica y la estructural son interdependientes. Entre la obra estudiada y sus antecedentes o sus con­ tornos iríamos a la deriva si no puntuáramos el conoci­ miento de los conceptos contenidos en el texto. Y si no nos aventuráramos al viaje, perdería riqueza el análisis i interno de los conceptos puestos en obra en un texto (Rodrigué, 1996). Lo primero es que la lectura reconozca la alteridad del texto al que se dedica;1 lo segundo es que desarrolle, a propósito del texto, una reflexión autónoma y que se di­ ferencie. La lectura crítica -dócil al objeto pero indepen­ diente por su proyecto- no repite la obra tal como ésta se enuncia a sí misma. 1. “Dejar hablar al texto ..” Sí. dejarlo ser. Pero, ¿cómo? Viene bien recordar una expresión de Freud (1937a t: “Concederle la palabra al

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Si el objeto de lectura es débil o es débil la pulsión de saber, ninguna relación se instaura, ningún trabajo se cumple, ninguna luz consigue transformar el texto o nuestra mirada sobre él. Sólo hay trabajo -trabajo de lec­ tura- si se mantiene entre el texto y la lectura una dis­ tancia suficiente, un espacio para que el encuentro entre el lector y el texto pueda producirse. Sólo hay trabajo en función de una oposición pero, al mismo tiempo, no hay trabajo más que mediante una relación. El encuentro con un texto supone dos direcciones. Una afecta al texto mismo, los límites del campo de la indaga­ ción, la definición más o menos explícita de lo que impor­ ta explorar. Otra afecta a la naturaleza de nuestra lectura: nuestras aportaciones, nuestros fines y los ins­ trumentos de los que nos servimos, y también los proce­ dimientos a los que recurriremos. Si el texto no es respetado en su diferencia y en su realidad propia, el riesgo es que la interpretación sólo sea el despliegue de una fantasía del intérprete Si el texto está mal situado, lo que se afirme de él no será ni pertinente ni no perti­ nente: será más bien indefinible. Se trata de forjar una historia del pensamiento freu­ diano que defina los conceptos de una época dando cuen­ ta de su génesis, su introducción y su procesamiento paciente". ¿Cómo saber, en un análisis, si la interpretación es corrée­ te? Ni siquiera basta la aquiescencia del analizando, que incluso pue­ de estar sugestionado. ¿Y podría una construcción ser más segura? Para Freud toda construcción es apenas una conjetura que aguarda ser confirmada o desestimada. Si una interpretación sólo fuera acép­ tela por su efecto sugestivo, el analista “tendría que reprocharse no haber concedido la palabra al paciente'. Esto es válido también para a lectura de Freud: debe concedérsele la palabra al autor. El retomo jr texto permite al lector verificar si el análisis y el comentario han hado en la tecla A veces es fácil darse cuenta, según los casos, de que texto no ha sido estudiado suficientemente, de que ha sido mal in­ terpretado o interpretado en exceso. En todo momento, al precio de tete confrontación atenta, se podrá ver si lo que se le quiere hacer deClr al texto puede ser confirmado por él (Homstein, 1993). 129


intrateórico. Una historia que no es la de una racionali­ dad progresivamente creciente, pues ninguna teona sigue un curso lineal y no siempre lo posterior es “superación1’ de lo previo. Una lectura histórico-critica de la obra de Freud im­ plica advertir las opciones: se relegan aquellos conceptos que se han vuelto impensables desde la racionalidad ac­ tual. se diferencia entre la historia caduca y la historia constituida por el pasado actual ique define los conceptos aún válidos). Un retomo sobre Freud. más que a Freud (Laplanche). Una consigna más, claro, pero estimulante mientras no congele y petrifique, mientras recupere el espacio abierto por el discurso freudiano para trabajarlo en sus grandes direcciones (metapsicológica, clínica y técnica). Un discurso con sus reglas de funcionamiento y sus referencias específicas, cuyos principios deben ser definidos si se quiere desentrañar su idiosincrasia teóri­ ca, histórica y pragmática dando cuenta de sus fuentes, de sus referencias conceptuales, de sus fundamentos y de sus finalidades. Una lectura productiva prestará atención a las metáforas parteras de la obra freudiana. Wilden describe varios Freud, varias metáforas;Según uno de los Freud que podemos descubrir en los textos freudianos. el ser humano aparece como una máqui­ na de vapor neurótica L...J en perpetuo conflicto sobre la ma­ nera de administrar el carbón cotidiano. En cuanto que esta maquinaria parece a veces regulada por unos cuadros de mandos que intentan mantener un nivel constante de ener­ gía disponible en el sistema (el ‘‘principio de constancia freudiano), un segundo Freud nos ofrece un ser humano que se semeja a un sistema homeostático autorregulado.2 2. Nuestro sistema conceptual ordinario, en términos del cual pe»' «amos y actuamos, es fundamentalmente de naturaleza metafóricaNo sólo hablamos con metáforas sino que pensamos a través de ellasTeorías muy abstractas se presentan a través de metáforas que tic* nen un sustrato más tangible (Najmanovich, 1995). 130

Según un tercer Freud, el ser humano sería un sistema me­ cánico que busca su propio equilibrio. Según otro Freud dis­ tinto de los anteriores, el hombre (o la mujer ) es un sistema termodinamico condenado a la entropía de la “pulsión de muerte” (el “principio de inercia" de Freud), o también un sistema biológico regulado por principios “biológicos” de ín­ dole incierta (el deseo, inherente a la vida orgánica, de res­ taurar un estado de cosas anterior: el estado inorgánico) [...]. La libido aparece como un vasto sistema hidráulico (que, en otras ocasiones, puede ser naturalmente eléctrico); otras ve­ ces aparece simplemente como lo contrario de la entropía (es decfr, como un principio de organización opuesto a Thanatos, principio de la desorganización). La energía neuronal que encontramos en sus primeras obras se convierte en energía psíquica, sin ningún cambio fundamental en las me­ táforas modulares, y el tejido neuronal parece ser claramen­ te un preanuncio de los modelos contemporáneos del cerebro y de los seres humanos considerados como sistemas de infor­ mación. La mente es una cámara fotográfica, un telescopio, una ciudad sometida a un plan de excavación, un conjunto de huellas, un “papel secante místico”, una colección de sig­ nos en espera de ser traducidos [...J. La resistencia psicoló­ gica es descrita como tma teoría sobre la guerra, y la represión como si se tratara del Departamento de la Inmi­ gración -que niega la entrada a las personas non gratas des­ de un punto de vista político, cultural o racial. [...] El superyó es unas veces una especie de temible opresor políti­ co, otras un amable comisario, y la energía (el trabajo) es considerada invariablemente en términos de precio —lo que tiene una cierta relación con el “trabajar” (durcharbeiten) a 20 marcos la hora. Dominio instrumental y proyecto particular son nece­ sarios para tomar por cuenta propia la presencia del tex­ to sin confundirse con él; necesarios para que una lectura se despliegue. Algunas lecturas nos parecerán menos fértiles, menos clarificadoras. Algunas nos parecerán extravíos, no Aspecto de la ortodoxia sino respecto del proyecto de lec­ turas productivas, definidas como las que permiten cir­ 131


cunscribir mejor ciertos componentes y ciertas relaciones constitutivas, respetando en su objeto la parte reservada a otras aproximaciones, la parte que queda fuera de su alcance.

NARCISISMO: DEL OBJETO AL SUJETO

En 1910, Freud escribe acerca de Leonardo. El título del artículo hace hincapié: “Un recuerdo infantil '. Ese es el eje. Los recuerdos infantiles no sólo contienen algunos elementos de la infancia, sino casi todo lo esencial. Señala qué funciones pueden cumplir los objetos en el re­ gistro narcisista -elección narcisista de objeto-; la teoría de la seducción (Leonardo seducido), las obras como for­ maciones de compromiso que remiten a su historia infan­ til; la sublimación como un destino de la pulsión. Se refiere también al carácter y a su vinculación con las identificaciones. Ser y tener, registro identifieatorio y objetal serán de ahoi a en más un tema constante. Muchas razones teóricas y clínicas le exigen a Freud que abandone parcialmente la primera tópica y constru­ ya la segunda. Entre ellas, su nueva comprensión del yo y del superyó: Desde el comienzo mismo se sostuvo entre nosotros que el ser humano enferma a raíz del conflicto entre las exigen­ cias de la vida pulsional y la resistencia que dentro de él se eleva contra ellas, [...J y que coincidía justamente con el yo de la psicología popular. Sólo que en el arduo progresar del trabajo científico tampoco el psicoanálisis pudo estudiar to­ dos los campos de manera simultánea ni pronunciarse del un solo aliento sobre todos los problemas. Al fin se hubo avanzado lo suficiente para apartar la atención de lo repn* mido y dirigirla a lo represor; enionces nos enfrentamos a ese yo, que parecía ser tan evidente" (Freud, 1932). 132

En 1914, Freud explora el narcisismo como una fase libidinal. como un aspecto de la vida amorosa relaciona­ da con la autoestima, como el origen del ideal del vo, co­ mo una etapa del desarrollo conjunto del yo y de los objetos y como investimiento del yo. La esquizofrenia y la paranoia le dan pie para intro­ ducir el narcisismo en su teoría. En seguida, la enfermedad orgánica, la hipocondría, la homosexualidad, el dormir y la vida amorosa alimentan ese desarrollo. Además del narcisismo introduce elementos esencia­ les para su teorización sobre el Edipo, la castración y la identificación. Introduce también la noción de valor: el valor que el yo se asigna a sí mismo, a sus actividades y a sus objetos. Formula el apuntalamiento invertido: el narcisismo es el complemento libidinal de la autoconservación. Y se topa con el ideal: Tenemos sabido que la mociones pulsionales libidinosas sucumben al destino de la represión patógena cuando en­ tran en conflicto con la representaciones culturales y éticas del individuo (Freud, 1914). Éstas obligan a reprimir todo aquello que si emergie­ ra a la conciencia disminuiría la autoestima. La formación del ideal sería, por parte del yo, la condi­ ción de la represión (Freud, 1914). Del yo ideal infantil se genera el ideal, una formación que se torna relativamente independiente del yo. Procede 3. Freud 11932) pensó el pasaje del autoerotismo al narcisismo a Partir de la esquizofrenia. É sta le indicó esa fisura instalada en el in­ terior del yo. “L a patología, mediante sus aumentos y engrosamien*j0s, puede llamarnos la atención sobre constelaciones normales que ■te otro modo se nos escaparían. Toda vez que nos muestra una rap ­ te a o desgarradura, es posible que normalmente preexistiera una arbculación".

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del narcisismo primario y de los aportes exteriores por el camino de la identificación. La formación del ideal es un desplazamiento del narcisismo; pero para ser desplazado y al mismo tiempo retenido en forma de ideal, el narcisis­ mo tiene que estar mediatizado por la instancia parental. Define una nueva teoría del conflicto a nivel tópico: lo que un sujeto reprime en función de su ideal, para otro, no es motivo de represión. El ideal producto de la histo­ ria infantil, es singular. Nuevo conflicto en el registro di­ námico: la libido narcisista se opone a la libido de objeto. Placer, valor, realidad, marcarán los bordes del con­ flicto. El psiquismo tiene varios atractores, cada uno con su origen histórico: demandas pulsionales. exigencias superyoicas y exigencias de la realidad. Y en función de es­ tos atractores se define la trayectoria singular del sujeto. A partir de “Introducción del narcisismo” Freud em­ pieza a advertir que la oposición preconsciente-inconsciente no puede dar cuenta de lo represor. Lo represor la desborda.

TEN ER Y SER: DUELO E IDENTIFICACIÓN

Un duelo alguna vez termina. El sujeto dispone enton­ ces del capital libidinal anteriormente adosado al objeto perdido. Ha acabado la perturbación del sentimiento de estima de sí. En la melancolía, en cambio, hay un empo­ brecimiento del yo. Si en el duelo el mundo se volvió po­ bre y vacío, en la melancolía lo que se vuelve pobre y vacio es el mismo yo. Por el compromiso narcisista, las pérdidas se convierten en pérdidas del yo. El duelo melancólico no consiste sólo en tramitar los sentimientos hacia el objeto perdido, sino en un proceso de autoorganización del tener y del ser. La pérdida del objeto desencadena un movi­ miento complejo modificando la organización previa. Tbda pérdida acarrea consecuencias en el registro narcisista134

La dimensión narcisista del yo es el punto de partida para pensar el proceso identificatorio. La melancolía señala conflictos entre un superyó sádico y un yo identi­

ficado con un objeto perdido. "Duelo y melancolía” pro­ fundiza la teoría de la identificación y hace nuevos aportes a la psicopatologia. A partir de los duelos se ge­ nera toda una recomposición identificatoria en el interior del yo. La crueldad de la melancolía será una de las pis­ tas para postular la pulsión de muerte. Dirá del superyó del melancólico: “cultivo puro de pulsión de muerte". Para comprender la melancolía, Freud se vio obligado a pasar de la primera a la segunda tópica así como a un nuevo dualismo pulsional. La ambivalencia es un estado de relativa defusión pulsional. Sin teoría la clínica es un magma. Freud fue delimitan­ do. Primero, las psiconeurosis de la neurosis actuales. Una vez circunscrito el campo de la psiconeurosis, abordó distintos tipos de organización: obsesiones, histeria, fobia. Las abordó a su manera, que sería la del psicoanálisis. Es­ cuchó los síntomas, que la psiquiatría de entonces sólo ob­ servaba. Es decir, descubrió mecanismos."La neurosis de transferencia corresponde al conflicto entre el ello y el yo, la neurosis narcisista al conflicto entre el yo y el superyó; la psicosis al conflicto entre yo y mundo exterior” (Freud, 1924o. El trabajo de duelo consiste en desatar el enlace libidi­ nal con el objeto. Pero en la melancolía no hay desplaza­ miento de un objeto perdido a otro sino perdurabilidad. Por fijación, de la relación con el objeto perdido. “Duelo y melancolía” e “Introducción del narcisismo”, mician, ambos, la reflexión sobre el superyó. La elección de objeto narcisista se diferencia de la “elección de obje­ to Por apuntalamiento”: ¿Cuáles son las características dinámicas de la elección narcisista, aquellas que nos permiten entender mejor lo que 135


ocurre en la melancolía? Diremos que es una cnntradicqM entre, por una parte, su gran rigidez y por otra su gran giLidad. Rigidez, falta de flexibilidad, falta de adaptación " la» contingencias del objeto: es necesario que éste entreen un cuadro preciso o, en todo caso, que por algún detalle se adapte precisamente a un detalle que el sujeto ha hecho su­ yo. Fragilidad, en el sentido de que la menor carencia, U menor falla del objeto, ai toca precisamente ese punto identiñcatorio, puede provocar un repliegue y un abandono del objeto (Laplanche, 1980b). Es porque inviste los objetos de determinada manera por lo que al melancólico le es difícil desinvestirlos. Una elección objetal narcisista y la ambivalencia lesa ambiva­ lencia que se escondía bajo el investimiento narcisistaidealizador del objeto) complican su duelo. Se produce una regresión de la elección de objeto narcisista al narci­ sismo. La retirada lleva consigo el objeto al interior (identificación secundaria). La elección narcisista devie­ ne identificación narcisista. Investir en forma narcisista un objeto es investirse a sí mismo a través del objeto. El melancólico siente la pérdi­ da de objeto como un desinvestimiento narcisista de sí mismo. El trabajo del duelo en la melancolía conjuga una problemática objetal (pérdida de objeto), una problemática narcisista (regresión narcisista favorecida por la identifi­ cación) y una problemática de la ambivalencia (defusión pulsional) (Rosenberg, 1990), y es exitoso cuando consi­ gue ligar la pulsión de muerte con Eros. El duelo melan­ cólico implica todo el proceso que se desencadena a partir de la pérdida con las consiguientes transformaciones de la representación del yo. Esa pérdida altera el equilibrio narcisista disparando diversas angustias y defensas (Guillem Nacher, 1996). El objeto cumple varias funciones para el sujeto: ba­ lance narcisista, vitalidad, sentimiento de seguridad y protección. Su presencia completa funciones y compensa 136

déñcrt' neutralizando la angustia ante la pérdida de amor del supervó. Volver a pensar la relación entre in^timientos. duelos e identificación implica pensar nuestra concepción de la tópica psíquica elegir entre sis­ tema abierto4 o cerrado. ¿Cuáles son los efectos que las pérdidas de objeto tienen en la organización psíquica? (Merea. 1994). “Una pérdida de objeto se convierte en una pérdida del vo”. ¿Qué es el objeto?¿Qué funciones cumple en el te­ rreno narcisista y objetal? ¿Qué relaciones tiene con el sentimiento de estima de sí y sus otros constituyentes: narcisismo primario y logros yoicos? El objeto reaparece en la teoría cuando se advierten los efectos de su pérdi­ da y se lo piensa como prótesis de un déficit yoico. (Esto hace suponer su presencia silenciosa en los casos donde su existencia no está en cuestión.) La melancolía ilustra cómo el yo es alimentado por el objeto. Perder al objeto es transformar al yo, desvalorizarlo-desestructurarlo. Los encuentros sostienen y trans­ forman al yo cumpliendo (en mayor o menor grado) funciones narcisistas. A partir de “Duelo y melancolía” no sólo “encontrar un objeto es reencontrarlo” sino que la pérdida de objeto puede producir una reorganización de la tópica. En el edificio de la segunda tópica, la identificación es, junto con el narcisismo, apoyatura principal. En “Duelo y melancolía”, Freud la había conceptualizado como for­ ma patológica de resolver un duelo. Pero se va convir­ tiendo en la operación por la cual se constituyen el yo y el superyó. La melancolía le permitió echar una mirada ‘‘en la constitución íntima del yo humano”, en la cual la 4. Pensar en un sistema abierto que intercambia informaciónenergía. pero también funciones entre el sujeto y el objeto, implica una crisis en el paradigma de la íntemalización.

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investidura de objeto fue reemplazada por "una identifi­ cación del yo con el objeto resignado. La sombra del obje­ to cayó sobre el yo”. En 1923, Freud retoma lo postulado en "Duelo y me­ lancolía" pero aclara: En aquel momento, empero, no conocíamos toda la sig. nificatividad de este proceso y no sabíamos ni cuán frecuen­ te ni cuán típico es. Desde entonces hemos comprendido que tal sustitución participa en considerable medida en la conformación del yo, y contribuye esencialmente a producir ^ lo que se denomina su carácter. Se hacen evidentes los efectos estructurantes de las identificaciones tanto para el yo como para el superyó, es­ tructuración que se da en el seno de la estructura edípica y la angustia de castración como borde. La problemática de la identificación es doble: es un discurso sobre los orí­ genes y la génesis; pero también es un discurso sobre la estructura y la diferenciación del yo, que no es el “yo ofi­ cia r al cual Freud se refería en sus primeros trabajos. La identificación impulsa al niño a una búsqueda que implica una renuncia al conjunto de los objetos que, en una primera época de su vida, representaron los soportes de su libido objetal y narcisista, objetos que le han per­ mitido plantearse cómo ser y designar a los objetos codi­ ciados por su tener. Consumar las identificaciones con objetos idealizados le permitirá al niño consolidar su au­ toestima: su yo será identificado con los objetos idealiza­ dos aproximándose al ideal. Después de la declinación edípica. nuevas referencias identificatorias modelarán al yo, que necesita aceptar una diferencia entre lo que es y lo que querría ser: debe imaginar su propio devenir, aceptando la diferencia entre él tal como se representa y como se descubre deviniendo. En 1923, Freud hace converger en la trama edípica. todos los hilos que conciernen a la identificación. Allí se­

rán reubicadas las instituciones del yo (la censura, las defensas, la prueba de realidad) y las del superyó (los ideales, la conciencia moral y la autoobservación). La combinatoria de bisexualidad y lazos edípicos atravesa­ dos por la ambivalencia permite a Freud pensar de ma­ nera coherente el juego identificatorio. Dos modelos dominan la multiplicidad de las identifi­ caciones: el histérico y el melancólico. El primero es cons­ truido en el contexto de la elaboración de la primera tópica. El segundo surge a partir de las alteraciones del yo, los enigmas de la melancolía y la esquizofrenia, el sentimiento de culpa, el masoquismo y conduce a la se­ gunda tópica. La identificación narcisista obliga a pensar en la regresión, que, a su vez, revela la dimensión genea­ lógica en cuanto a la constitución conjunta del yo y el ob­ jeto en el seno del narcisismo. El yo, el ideal y el superyó son herederos de investi­ mientos eróticos ambivalentes y de vínculos de admira­ ción que tenía el niño con sus padres.* El sepultamiento del complejo de Edipo trae como resultado el trabajo de identificación. Los procesos identificatorios son alienaciones estruc­ turantes (o estructuraciones alienantes) a condición de reconocer que su eficacia subjetivante introduce simultá­ neamente la posibilidad de diferenciarse de aquello mis­ mo que les dio origen. La identificación está inmersa en esta dialéctica. Si no se la concibe así, es imposible cap5. "Las investiduras de objete son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, o de ambos progenitores, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyó, que toma prestada del padre su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y. así. ase­ gura al yo contra el retomo de la investidura libidinosa de objeto. Las nspiraciones libidinosas pertenencientes al complejo de Edipo son en Parte desey.ualizadas y sublimadas, lo cual probablemente acontezca Cor>toda trasposición en identificación, y en parte son inhibidas en su ^ eta y mudadas en mociones tiernas" (Freud. 1924bi.

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tar la paradoja constituyente: alienación/subjetivación, dependencia radieal/autonomía relativa iKorman. 1996).

LA SEGLTNDA TOPICA

Que el yo y el supervó tengan aspectos inconscientes y que la compulsión a la repetición esté situada más allá del principio de placer van configurando una teoría del conflicto que desborda el campo de la oposición preconscieute-inconsciente. Freud busca una teoría de lo psíqui­ co en la que el conflicto entre instancias diversificadas pueda tener una representación tópica. En E l yo y el ello explora las fronteras: lo somático, lo social, la realidad. En la segunda tópica confluyen las elaboraciones concep­ tuales concernientes a la pulsión de muerte, a la teoría del narcisismo, a la teoría de las identificaciones y al Edipo. En adelante. Freud estará alerta no sólo ante el in­ consciente re p rim id o sino también ante lo inconsciente represor: aspectos inconscientes del yo y del superyó. Y especialmente ante los vasallajes del yo. Advertirá la im­ portancia de las defensas y de las luchas defensivas se­ cundarias del yo (Hornstein, 1988). Identificación, narcisismo, yo, defensas inconscientes, ideal del yo, superyó. pulsión de muerte son los hitos de una nueva articulación teórica, mientras crece la impor­ tancia asignada a la crisis edípica y al complejo de cas­ tración. La pulsionalidad se construye en el interior de la constelación edípica, teniendo como borde la angustia de castración. Freud integra las implicaciones del Edipo. con todos sus componentes y condiciones: prematura­ ción, desamparo, bisexualidad, ambivalencia, con la tra­ ma pulsión de vida-pulsion de muerte. Freud dice en El yo y el ello que la realidad es al yo 1° I que las pulsiones son al ello, pero la realidad primera es i libidinal, concierne al investimiento que el niño hace de I 140

]0S otros así como a los investimientos que los otros hadel niño. Realidad libidinal tramada por la realidad psíquica de los padres. No hay isomorfismo, no hay rela­ ciones punto a punto entre narcisismo de los padres y narcisismo del niño. Repetición, masoquismo moral, reacción terapéutica negativa, viscosidad libidinal (resistencia del ello). Al in­ cluir estos obstáculos en una constelación metapsicológica, Freud intenta “exorcisar” el carácter demoníaco de la pulsión. Intenta dar cuenta de nuevos fenómenos clínicos v hasta sociales que desbordan la metapsicología anterior. En la tópica de las instancias, éstas no se sitúan tan­ to en relación con la conciencia sino con modalidades pro­ pias de funcionamiento y patrimonios energéticos específicos que persiguen propósitos diversos. En El yo y el ello Freud avisa desde el comienzo que continúa las ideas de Más allá del principio de placer, pero confron­ tándolas con los nuevos fenómenos clínicos. Comienza considerando los atributos del yo. pero inmediatamente aclara que el yo tiene aspectos inconscientes. “El yo es al ello lo que la percepción es a la pulsión*’, lo que el princi­ pio de realidad al principio de placer, lo que la ontogéne­ sis a la filogénesis. Pero el yo a su vez procede del ello y no es más que un jinete que conduce su caballo hacia donde el caballo quiere ir. El yo, al contener la historia de las elecciones de obje­ to, se apropia de las investiduras del ello. Esta concep­ ción supone una ampliación de la teoría de narcisismo.7 _6. El giro de 1920 se puede resumir en una triple afirmación: “En POmer lugar, la insistencia, con la tesis de la compulsión de repeti'*®n, en la fuerza 'demoniaca' de la pulsión; después, la duplicidad del y°< cuya estructura revela que es en buena parte mconcienie, puesto ^ despliegue de sus defensas está sometido al mismo encegueci"úenln <jue afecta el deseo: por último, el desenmascaramiento de la fue, jB?*0 Principal que hace de obstáculo para el potencial creador de la 1°*“ ° tas pulsiones de destrucción" «Creen, 1990b).

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Véase el capitulo 8.


El narcisismo del vo será pensado como secundario sustraído a los objetos. Cada instancia tiene motivaciones, enfrenta conflic­ tos, establece alianzas. La segunda tópica plantea la complejidad de la subjetividad, producto de identificacio­ nes plurales, conflictivas, inconexas. Entre los capítulos II y ITI de El yo y el ello, ocurre un momento teórico decisivo. En el capítulo II, Freud consi­ dera las relaciones Cc-Prcc-Icc en tanto nexos entre re­ presentaciones de cosa y representaciones de palabra. Y cierra el capítulo con el yo como proyección de una super­ ficie y como yo corporal. En el capítulo III rompe esta lí­ nea de reflexión para entrar en un nuevo campo teórico que incorpora la referencia al objeto. ¿Cuáles son los recursos energéticos logrados por el yo vía identificatoria (narcisismo secundario) y cómo se dis­ tribuyen? A mayor gasto energético en contrainvestidu­ ra. mayor empobrecimiento del yo como sistema. Un yo defensivo, alterado, empobrecido o un yo con energía pro­ pia. que utiliza para la acción específica. Al postular que sólo se puede hacer concien te lo que alguna vez fue conciente, Freud previene frente a tenta­ ciones “elloizantes” encarnadas en ese momento por Groddeck. Lo inconsciente reprimido es producto de la historia infantil. El núcleo del ello es el inconsciente pre­ histórico ligado a la historia de la especie. ¿Qué lugar se le otorga en la obra freudiana y en la de los continuado­ res a la diferencia entre el ello congénito y el inconsciente reprimido? Introducir un ello es reafirmar la existencia de procesos primarios, es insistir en la irreductibilidad de lo pulsional (Laplanche, 1981a ). A pesar de la introducción del ello. Freud privilegia en su práctica (todos los textos técnicos asi lo demuestran ) lo inconsciente reprimido. Lo inconsciente reprimido, como el sueño, sólo puede interpretarse por las asociaciones del 142

analizado.14 (Los símbolos supraindividuales. caros a Jung. son apenas un ultimo recurso.) Lo reprimido con­ fluye con el ello, pero: l—I casi todns las separaciones que hasta ahora hemos descripto a incitación de la patología se refieren sólo a tos estratos de superficie -los únicos que nos son notorios (fa­ miliares)- del aparato anímico (Freud. 19231 A partir de la segunda tópica, lo inconsciente freudia110 incluye: el inconsciente reprimido, aspectos inconscientes del yo, el ello (inconsciente congénito) y lo inconsciente del superyó. Lo inconsciente será -desde entonces- una organización de deseos, de identificaciones, de valores in­ teriorizados. Lo inconsciente reprimido es mantenido fuera de la conciencia por contrainvestiduras y mecanis­ mos de defensa (que también son inconscientes). Lo in­ consciente accede a la conciencia a través de formaciones de compromiso. Lo inconsciente reprimido contiene re­ presentaciones que conforman fantasías estructuradas por el Edipo. Lo inconsciente es resultado de una histo­ ria libidinal e identificatoria. Si bien el Edipo es estruc­ turante, mediante la retroacción las experiencias ulteriores producen resignificaciones. El Edipo es estruc­ turante pero no definitivamente estructurado. Muíante, interminable, retroactivo, permite que las experiencias actuales modifiquen las pasadas. La segunda tópica concluye en los vasallajes del yoPobre cosa amenazada por peligros procedentes del eílo> del superyó. del mundo exterior. Visión pesimista que se­ rá revisada en Inhibición, síntoma y angustia donde Freud establece un amplio cuadro de la actividad estra­ tégica de la política del yo y critica una cosmovisión psicoanalítica que exagere la endeblez del yo. Y en 1926 8. Vcasc el capitulo 18.

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salió al cruce de la lectura tendenciosa que algunos dis­ cípulos habían hecho de sus formulaciones de 1923: Entonces es atinado preguntar cómo se compadece este reconocimiento de la potencialidad del yo con la descripción que esbozamos, en el estudio El yo y el ello, acerca de la po­ sición de ese mismo yo. Describimos ahí los vasallajes del yo respecto del ello, así como respecto del superyó. su impo­ tencia y su apronte angustiado hacia ambos, desenmasca­ ramos su arrogancia trabajosamente mantenida. Desde entonces, ese juicio ha hallado fuerte eco en la bibliografía psicoanalítica. Innumerables voces destacan con insisten­ cia la endeblez del yo frente al eUo, de lo acorde a la ratio frente a lo demoníaco en nosotros, prestas a hacer de esa te­ sis el pilar básico de una “cosmovisión” psicoanalítica. ¿La intelección de la manera en que la represión demuestra su eficacia no debería mover a los analistas, justamente a ellos, a abstenerse de una toma de partido tan extrema? Freud había insistido en que el yo estaba sometido a exigencias, pero algunos entendieron que el yo era impo­ tente negando de esa manera la arquitectónica freudiana del aparato psíquico, hipostasiando las instancias psíquicas para hacer de ellas la encarnación y manifes­ tación de principios metafísicos. Allí donde Freud habla­ ba de dependencia, algunos descubrían una debilidad que era el signo de una inferioridad ontológica (Hornstein, 1988).

11. E L YO: UNA INSTANCIA OLVIDADA

Freud (1916-1917) describe al yo como una organización compleja. Veamos cómo recapitula su itinerario teórico. A partir de los destinos de las investiduras libidinosas: [...] nos procuramos una primera intelección de la fábrica de las fuerzas del alma. Las neurosis de transferencia nos ofrecieron el material más favorable para ello. Pero el yo, las diversas organizaciones que lo componen, la manera en que están edificadas y su modo de funcionamiento siguie­ ron ocultos para nosotros f...J mediante el análisis de las afecciones narcisistas esperábamos poder llegar a conocer la composición de nuestro yo y su edificio de instancias. Diez años después, dice: El yo es una organización, se basa en el libre comercio y en la posibilidad de influjo recíproco entre todos sus com­ ponentes; su energía desexualizada revela todavía su ori­ gen en su aspiración a la ligazón y la unificación (Freud, 1926). En el registro tópico, lo sitúa respecto del ello, del superyó y de la realidad. En el dinámico, como el polo defensivo del conflicto y desplegando una serie de mecanismos de defensa que activa la señal de angustia.

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En el económico, como lo que permite, al inhibir los pro­ cesos primarios el pasaje de la energía libre a la ligada (proceso secundario). P ara evitar situaciones traumáticas que le harían re­ vivir su primordial desvalimiento dispone de la señal de angustia. Angustia ante la irrupción de lo inconsciente, angustia real ante la realidad y angustia ante la pérdida de amor del superyó.' Avasallado por sus amos el yo produce sueños y sínto­ mas. Los sueños satisfacen el deseo sin importarles la realidad; los síntomas que satisfacen al deseo y al super­ yó la veces también al ideal ). Pero la realidad se reintro­ duce por la vía del beneficio secundario. A veces el asediado logra transacciones satisfactorias tanto en sus actividades como en su reencuentro con el objeto. Ningún concepto ha conocido tantas revisiones moder­ nas como el del yo, cuya complejidad lleva a cierto recor­ te en que cada autor privilegió un aspecto particular e, incluso, al intento de completar la teoría frcudiana del yo agregando un sí-mismo como instancia representativa de las investiduras narcisistas (Green, 1983a).

a avanzar sobre los territorios del ello. El yo, cualesquiera que sean los fracasos efectivos que sufra, es el represen­ tante de la realidad y deberá asegurar un control pro­ gresivo de las pulsiones. Se esfuerza en lograr que impere la influencia del mundo exterior sobre el ello y sus tendencias, intenta reem­ plazar el principio de placer, que reina sin restricción en el ello, por el principio de realidad. La percepción cumple, respecto al yo, una función análoga a la que posee la pul­ sión dentro del ello iFreud, 1923).

1. “Cuando el yo se ve obligado a confesar su endeblez, estalla en angustia, angustia realista ante el mundo exterior, angustia de la conciencia moral ante el superyó, angustia neurótica ante la intensi­ dad de las pasiones en el interior del ello" (Freud, 19321. 2. Retomaré el lema en el capítulo 13 a propósito del prototipo del chiste.

Freud hace intervenir la realidad, no solamente como un dato exterior que el individuo ha de tener en cuenta para regular su funcionamiento sino con todo el peso de una instancia. En esta perspectiva se concibe al yo como capaz de una evolución adaptativa y al ello como una re­ serva natural de algo no dominado. La cura tenderá a reducir lo que tiene de “irreal” el mundo del sujeto, corri­ giendo los dominios no sometidos al principio de reali­ dad. A este yo que se deriva por contigüidad. Laplanche propone llamarlo yo “metonimia}”. Esta concepción es la dominante en la ego psychology. En la psicología del yo no se habla de historia sino de crecimiento, una m adura­ ción natural a la que el yo llega resolviendo sus tensiones internas. Aparatos de autonomía primaria -percepción, memoria y motil idad- garantizan la adaptación al me­ dio. Sobre estas raíces innatas se ubican los aspectos yoicos nacidos del conflicto, los que alcanzan finalmente una cierta autonomía estructural: son los aparatos de autonomía secundaria del yo. 2. La otra forma de pensar el yo tiene como referen­ tes privilegiados la identificación y el narcisismo. El yo es el residuo intrasubjetivo de relaciones intersubjeti­ vas. A esta concepción Laplanche propone denom inarla “metafórica”. Es por la historia de la relación con sus objetos que el yo construye la propia. “El carácter del yo

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EL YO Y LAS DIVERSAS CORRIENTES PSICOANALÍTICAS

Entre la variedad de matices, es posible distinguir dos grupos. 1. El yo es considerado una diferenciación progresiva del ello por influencia de la realidad exterior, que tiende


e.s una sedimentación de las investiduras de objeto resig. nadas, contiene la historia de estas elecciones de objeto” (Freud. 19231. El yo no se constituye por diferenciación funcional sino como resultado de la historia identificatoria. Es una organización vinculada a sus relaciones de investimiento con los otros. La dimensión narcisista preside la sustitu­ ción regresiva del objeto por el yo, transformando las investiduras de objeto en identificación. Las representaciones psíquicas identifícatorias definen una identidad a partir de la cual puede el infans afirmar­ se como yo. Actividad de autorrepresentación no reductible a una imitación del otro porque está impregnada de una actividad fantasmática singular que metaboliza cier­ tos aspectos relaciónales. Lacan profundiza esta concepción: el yo se forja como una envoltura psíquica ortopédica en función del desam­ paro infantil; el yo no es el sujeto sino el lugar de las identificaciones imaginarias. Ilay una coincidencia im­ posible entre el yo del enunciado y el sujeto del incons­ ciente. El yo, con los enunciados que promueve acerca de si mismo, oculta el deseo y por ello Lacan enfatiza su fun­ ción de desconocimiento. Por más sintetizador que sea. el yo nunca será otra cosa que la cristalización de la historia de las posiciones que determinaron en el sujeto su sujeción al deseo de los otros. La alienación inicial del yo en la imagen especular inaugura la dialéctica de la identificación con el otro, la que, por síntesis dialécticas sucesivas, desembocará en la resolución ‘asintótica’ durante el Edipo y generará esa discordancia del yo con “su propia realidad” (Lacan. 1966). Desde el estadio del espejo, el individuo es capturado por una cadena causal de la que nunca será otra cosa que un efecto. La asunción jubilosa de la imagen en el espejo manifiesta la naturaleza imaginaria del yo. El yo 148

ge constituye en forma alienada como un efecto de desconocimiento de sí a través del reconocimiento del titro. Al reconocer su imagen en el espejo, el niño se iden­ tifica con ella. Esa imagen virtual le permite construir una imagen completa de sí mismo que contrasta con las sensaciones de incoordinación motora. Para que exista una imagen del cuerpo estructurante y estructurada se requiere que la madre nombre lo que el poder sensorial descubre, acompañando esta nominación con un signo que dé cuenta del placer que siente al reconocer lo que pro­ ducen las funciones parciales del niño. Lacan (1966) postula que el yo es sede de las resistencias: Este ego, cuya fuerza definen ahora nuestros teóricos por la capacidad de sostener una frustración, es frustración en su esencia, es frustración no de un deseo del sujeto sino de un objeto donde su deseo está enajenada. La alienación en esa imagen ortopédica establece una discordancia entre el yo y el sujeto. El yo está condenado a ser un sistema opaco de desconocimiento. Condensa la suma de las identificaciones del sujeto, pero, según Lacan, ese revoltijo imaginario oculta la verdad del suje­ to, que es del orden simbólico. El trabajo del analista con­ siste en registrar esos niveles imaginarios de la psique, necesariamente alienantes, para dejar advenir la verdad del sujeto. Lacan, por cierto, reconoce el apuntalamiento corporal del yo, pero para denunciarlo como señuelo. En la formulación lacaniana, el yo es descrito como un aparato de desconocimiento que es hablado y que está condenado a la alienación desde el origen. Trabajar con el yo es apostar a lo imaginario, y sacar el análisis del campo simbólico.3 3. En Cura psicaanalíticü y sublimación iHomstein. 1988) he de­ sarrollado con más extensión la concepción lacaniana del yo.

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La significación ortopédica del yo y lo que puede haber de coartada defensiva en el ideal de la adaptación no ju&. tifican la abolición del yo. Porque el sujeto vive por amor al yo y a sus instancias ideales, y porque la fantasía inconsciente sólo puede tener existencia por la presencia de cierta inercia imaginaria (Laplanche, 1970). Toda teorización se inscribe en un momento históricocultural, aunque cierto formalismo ahistórico suponga que las ciencias se agotan en sus estructuras concep­ tuales, como si los conceptos se desarrollaran puros e incontaminados gracias a sociedades de científicos aisla­ dos de un contexto social. La fenomenología que impera­ ba en Francia en la década del cincuenta privilegiaba la descripción. El compromiso sartreano fue sustituido por el discurso estructuralista y un humanismo de la con­ ciencia culpable por el develamiento de una verdad estructural con incidencia universal. En adelante, el sen­ tido ya no residiría en el individuo que cree expresarse sino en el mismo lenguaje. La estructura inconsciente se había convertido en la lógica no percibida de la cual las conductas eran el efecto sintomático. La década del sesenta fue el apogeo del estructuralismo en lingüística, en antropología, en historia, en litera­ tura y en psicoanálisis. La “otra escena" estaba sometida a la misma legalidad que la estructura de parentesco. Un platonismo de las formas desautorizaba el reconocimien­ to del conflicto mientras promovía una apología fatalista de las estructuras. Lo diacrónico era relegado como me­ ramente “narrativo”. Sólo la inmovilidad del análisis es­ tructural podía dar lugar al “conocimiento”. Al flujo de los acontecimientos -tiempo historicista- se lo conside­ raba una fábula empirista. En un primer momento, la lingüistica es utilizada como ciencia piloto en el psicoanálisis y en la etnología) luego surge un conjunto de trabajos cuyo eje organizador es las evaluación del estatuto de las “ciencias humanas , 150

planteando la primacía del lenguaje sobre el pensamien­ to. sistema sobre lo vivido, de la forma sobre el con­ tenido, de la letra sobre el sujeto, de la sincronía sobre la ¿¡acroma (Roudinesco, 1986). Se propagaron las consignas: “muerte del hombre" (Foucault), “antihumanismo teórico” (Althusser), “diso­ lución del hombre" iLevi-Straussi. Y la teoría lacaniana -cuya difusión fue contemporánea con el proyecto estruc­ turalista- tuvo su propia consigna: “muerte del yo”. La postura de Lacan suscitó el apoyo de la intelligentsia parisiense que se oponía en la posguerra a todo lo que evocara al american way oflife. El psicoanálisis se había divulgado hasta los Estados Unidos, pero en una versión optimista que señalaba que a través del esfuerzo el cambio era posible. Para la idiosincrasia francesa; el análisis debía ser, más bien, una escucha esclarecida. Green 11993) describe esta coyuntura teórica: Desde finales de la década de 1950, en Francia, todo lo que fuese reflexión sobre el yo quedó expuesto a ataques destinados a denigrar el discurso sobre este tópico, rápida­ mente considerado como mistificador y portador de una ideología normativa sospechosa de colusión política con el poder instalado. Se quiso acreditar la idea de un psicoaná­ lisis reconciliado con una psicología o una psicosociología al servicio de una moi'al represiva, “perra guardiana” de un conformismo que colaboraría en el mantenimiento de la paz social necesaria para el desarrollo de las infamias del capi­ talismo. Las filípicas de la época contenían algo de verdad y mucho de mentira. Lo poco de verdad concernía a la po­ breza teórica de las elaboraciones del psicoanálisis nortea­ mericano conducido por Hartmann. 1...J Así. debemos pensar que la polémica había explotado ciertos peligros imaginarios para favorecer la difusión de otra teoría y disi­ mular. tras esta pantalla de humo lacaniana, otras apues­ tas: la del deseo de adornar con quiméricas virtudes una disidencia cuyo éxito debía ser asegurado por la salvación que ofrecía a las almas en peligro de los psicoanalistas em­ baucados. La denuncia de una ideología, culpable sobre to­ 151


do de indigencia teórica, consiguió jugar el juego de la fensa proclamando una verdadera interdicción de pensar en la problemática del yo como no fuera bajo las directivas propuestas por Lacan. Ni siquiera asi volvió a hacérselo. La intimidación tuvo éxito. En verdad, si la empresa era desa­ lentada, se debía a que amenazaba al conjunto de la teori­ zación lacaniana, como se demostró después con ]0s trabajos de ex lacanianos. Así, hay que retomar el camino abandonado que conduce al yo, a sus relaciones con el suje­ to, a su constitución heterogénea, a su duplicación inevita­ ble. Volver sobre la sexualización del yo, reconocida desde Introducción del narcisismo y descuidada después. A partir de la década del ochenta la cultura francesa ha perdido sus pontífices pequeños y grandes, con sus concilios y sus anatemas: el microcosmos intelectual parisino se ha quedado huérfano con un talante entre la crispación y el desánimo. Los intelectuales más lúcidos se interrogan acerca de cómo combatir la perplejidad sin un repliegue nostálgico a certidumbres superadas y coin­ ciden en revalorizar el pensamiento como instrumento al servicio de la reflexión crítica. ¡Que cambiado está el psicoanálisis francés! Interés creciente por los cuadros en los límites de lo analizable; retorno —y no recurso—a Freud. replanteo de la cuestión del proyecto terapéutico y de la ética del psicoanálisis; cautela ante la tentación filosófica (tan francesa); puesta en primer plano del problema del narcisismo y los idea­ les; jerarquización del tema de la pretransferencia y su vinculación a la divulgación y fetichización del psicoaná­ lisis; revalorización de la ilusión como dimensión fun­ dante, constitutiva y transformadora de la realidad, en lugar de mía idealización nihilista del desencanto. La megalomanía del significante que pretendía deshacer la identidad ilusoria del yo como representación está sien­ do redimensionada; la exorbitancia de la lingüística va no tiene la aceptación acrítica que tuvo entonces.

Insisto: la oposición entre un vo-función propenso al adaptación!smo y un yo-representación condenado al desconocimiento es una falsa opción. Cómoda porque nos exime de construir una metapsicologia del yo que de cuenta de la duplicidad. Falsa porque esa duplicidad pre­ cisamente lo constituye. El que se enfrenten diversas concepciones del yo indi­ ca que una problemática freudiana no ha sido resuelta. He ahí el síntoma. Sabemos desde Freud que todo sín­ toma exige una interpretación -rigurosam ente hablan­ do: muchas, ya que es efecto sobredeterminado-, la cual implica ir del contenido manifiesto al latente recorriendo en sentido inverso los caminos que han conducido a la producción sintomática. Optar sería sacrificar, porque reducir al yo a su fun­ ción adaptativa implica retroceder a etapas prefreudianas. pero, a la inversa, hacer del yo una imagen engañosa implica subestimar su valor de realidad y su función dinámica. No hay alienación total, definitiva del yo, ni hay autonomía del yo. Pero ¿qué hay? Eso es lo que estamos trabajando. El yo, producto de las identificaciones, es el reservorio de la libido narcisista y del potencial sublimatorio y relacional del sujeto. El yo padece conflictos identificatorios y tiene que lidiar con la instancia superyoica que -a su vez- puede estar desgarrada por conflictos intrasistémicos. Algunos lacanianos nos invitan al todo o nada. Si se acepta la teoría de Lacan, se la acepta toda y se aceptan incluso sus propuestas institucionales. Procesar algunos de sus aportes dentro del conjunto del pensamiento analítico es mezclar el grano con la paja, deslizarse hacia ios pantanos del eclecticismo. Sin embargo, se puede dialogar con Lacan. Nada obliga a parafrasearlo. Se Puede sostener con él ese debate que -sobre todo en sus Primeras épocas—Lacan supo mantener con Freud cuan­ 153


do aportó una lectura distinta de Freud y riquísimas re­ flexiones. Lo que se sistematiza en la década del sesenta y se radicaliza en los últimos años con los maternas me­ rece ser debatido sin maniqueismos polémicos, sin ama­ rrarse a campos de fuerza institucionales. Se puede trabajar la teoría de Lacan dando cuenta de sus fuentes sus referencias conceptuales, sus fundamentos y sus fi­ nalidades, aunque no creo que puedan los epígonos -los que imitan los gestos de Lacan pero no su trabajo de pen­ samiento—, quienes difunden un esoterismo vacuo que -p or querer decir demasiado- terminan no diciendo na­ da (Homstein, 1988). Entre el yo especular, forma imaginaria de Lacan, y el yo adaptativo de la psicología del yo hay oposición teóri­ ca. La dificultad consiste en que esta bipolaridad es propia del yo. Toda opción teórica concerniente al yo y a su actividad será crucial en la conceptualización del pro­ ceso analítico y sus metas.

E L YO Y E L SÍ-MISMO

“De modo que más que del retorno de lo reprimido habría que hablar del retorno de lo represor”. Pontalis se refiere al descuido del psicoanálisis francés por las instancias represoras. Ese yo al que se consideraba des­ mantelado. Ese sujeto que puede reconocerse como sí mismo, como sí y mismo, es decir, reconocerse como unidad y continuidad. Ese yo ha retornado e insiste.4 4. “No hemos de retomar aquí las críticas de conjunto que se le han podido dirigir a la ego psychology de Hartmann. Preguntémonos simplemente si la bipolaridad propuesta, entre un yo —subestructura definida por sus funciones le) yo en el sentido llamado 'técnico')- y un sí-mismo definido como persona propia en oposición a los objetos ex­ teriores y al prójimo (el ‘individuo’ de la psicología clásica, la imagen de sí i—está justificada, en cuando a la teoría psicoanalítica, y es fe-

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Freud usa casi siempre Das ich y esporádicamente Das gelbst. El término Das Ich es usado en dos sentidos distin­ tos: el “estructural” o “sistémico” presente ya en “Proyecto de psicología” surge recién en sus publicaciones de la déca­ da del veinte; sin embargo, de 1914 a 1918. Freud había empleado Das Ich con un significado diferente, similar al que autores contemporáneos le dan al sí-mismo. Freud usó el término Das Ich (el “yo”) cuando se refiere a: 1 ) El yo: la persona en tanto sujeto que piensa, siente, actúa. Acepción muy abarcativa: cubre desde el sistema psíquico total hasta la idea más estrecha del “yo sistémico”. 2) El si-mismo: la persona en tanto objeto de la investidura narcisista o agresiva; la persona que uno cree, desea y espera ser, en contraposición al objeto real, la persona real propia (o de otro) (Me Intosh. 1986). Las distinciones establecidas por Freud todavía son productivas. En primer lugar, la distinción entre la propia persona en tanto que sujeto (el yo) y en tanto que objeto (el sí-mismo) de la propia actividad mental. A pesar de su intensa interacción, los dos no son iguales y, por cierto, deben ser diferentes para que haya interac­ ción. En segundo lugar, la distinción entre el sentido cunda en lo que se refiere a la clínica. No creemos que esté justifica­ da. 11 Precisamente porque se presenta como una bipartición, tiende a aislar, a localizar el narcisismo, para delimitar mejor las funciones del yo; ahora bien, el narcisismo no es un estadio ni un modo especí­ fico de catexia. es una posición, un componente insuperable y perma­ nente del sujeto humano. L as funciones más intelectuales (el pensamiento) o las más objetivas (la percepción de lo reali hasta los comportamientos más cercanos al instinto icomen llevan su marca. 2) La catexia libidinal de si -el amor a sí mismo o a su imagen—es inse­ parable de la catexia libidinal. del yo como instancia separada, como °hjeto interno, unidad en el seno del psiquismo. 3) La constitución del yo está ligada al reconocimiento del otro y le sirve de modelo. 4) La función principal del yo es pretender representar los intereses de la totalidad de la personalidad y de hacerse pasar por el sujeto autóno­ mo negando sus ‘relaciones de dependencia’” (Pontalis, 1977).

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|as identificaciones, he ahí lo que quería mostrar Freud a] dejar subsistir una ambigüedad en su noción del yo (Laplanche, 1970). Allí donde Hartmann, intentando purificar al yo de los investimientos narcisistas, diferencia funciones del yo y funciones del self, Freud mantiene una inevitable bipolaridad entre un yo como una subestructura definida por sus funciones y el yo como objeto libidinal. El yo no es sino una suma más o menos integrada de identificaciones, un conjunto más o menos dispar de fun­ ciones, con algo de rompecabezas y de computadora. Pero hay que aclarar: lo que lo anima no está en él, el yo no es el sujeto, el yo es frágil por su vulnerabilidad y al mismo tiempo tranquilizador por su fijeza (Pontalis, 1977 ). El conjunto de las miradas de los otros le proponen al yo las piezas de un rompecabezas que nadie sino él puede armar, eligiendo las que lo ayudan a proseguir y a con­ solidar su construcción identificatoria. Pero para que el armado final le ofrezca una imagen investible se tiene que poder basar en un resultado de su propio trabajo de reunificación de esos dos componentes del yo que son el identificante y algunos de los identificados ofrecidos por el portavoz (Aulagnier, 1979).

amplio y el sentido restringido del término yo: entre el y0 como individuo y el yo como subsistema de la actividad psíquica. La psicología del yo define el narcisismo como el in_ vestimiento libidinal del sí-mismo. El sí-mismo está inte­ grado por múltiples representaciones que se desarrollan mediante las experiencias reales y fantaseadas de inte­ racción con los objetos. El sí-mismo integrado se caracte­ riza por la continuidad de la vivencia de si mismo tanto en la diacronía como en la sincronía. La falta de integra­ ción se muestra en la clínica por la presencia de estados yoicos disociados o escindidos. Esa división del sí-mismo en partes incongruentes o desarticuladas puede dar lu­ gar a problemas de “identidad”: dificultades para el cono­ cimiento de “quién es uno” y, por ende, en la formación de un sí-mismo investido de manera estable. También pue­ den presentarse dificultades en la diferenciación entre el sí-mismo y los otros en tanto objetos, y el sí-mismo care­ cer de una frontera claramente definida. Freud asigna al yo funciones diversas: control de la motilidad y de la percepción, prueba de la realidad, anti­ cipación, pensamiento; pero también desconocimiento, racionalización, defensa compulsiva contra las reivindica­ ciones pulsionales. Ante esta bipolaridad, el psicoanálisis estadounidense optó por las funciones autónomas del yo, su adaptación a la realidad y su poder de regulación, ha­ ciendo intervenir nociones como la de energía neutraliza­ da a disposición del yo, esfera no conflictual, función sintética. La ego psychology propone aislar y localizar el narci­ sismo para delimitar mejor las funciones del yo. El nar­ cisismo sería amor, no del yo sino del sí-mismo. Se intenta aislar un yo depurado de sus aspectos identificatorios y que no sería más que racionalidad, sujeto del pensamiento. Pero que el yo, esta instancia de lo real y 1° racional, es modelada históricamente, distorsionada P °r

Freud utiliza el término de yo preservando su polise­ mia. En “Proyecto de psicología”, pone el acento sobre la función inhibitoria del yo, al definirlo como una organi­ zación representacional (neuronal) que se caracteriza P or asociaciones (facilitaciones) entre los diversos siste­ mas de recuerdos con un investimiento constante que le Permite inhibir el proceso primario (tanto la realización alucinatoria como la defensa primaria), y hacen posible el proceso secundario. El yo actúa en función de su carga energética e interviene como parte constante en el con­ flicto en virtud de su doble función: inhibidora y defensiva. La inhibición favorece el establecimiento de una prueba

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de realidad al evitar la carga alucinatoria de las repre­ sentaciones. permitiendo así la distinción entre recuerdo y percepción. El yo introduce un proceso de ligazón qUe al retener la energía impide desplazamientos masivos y posibilita el proceso secundario. El yo de '‘Proyecto...” es una instancia que coarta el decurso libre de la energía y evita la fractura de las “ba­ rreras-contacto”, y que deslinda, por su función de “jui­ cio”, el mundo perceptivo exterior del mundo psíquico interior; además, protege al psiquismo de un desborde traumático proveniente del exterior, y con su función de “atención” presenta una doble sensibilidad, hacia el mundo perceptivo (el exterior) y hacia el mundo de los re­ cuerdos (el interior).5 Esta elaboración acerca del yo es una prefiguración de lo que luego será descrito como reservorio de libido en “Introducción del narcisismo”, como vesícula protoplasmática en Más allá del principio de placer. o como preci­ pitado de identificaciones en El yo y el ello.

E L YO Y LA TEMPORALIDAD

Como dije, no es posible avanzar en la problemática del narcisismo sin interrogar nuestras referencias en re­ lación con la teoría del yo, teoría en la que algunos apor­ tes de Lacan y de los poslacanianos son fundamentales. El acceso al lenguaje implica modificaciones decisivas en la organización y en el funcionamiento del psiquismo. El yo es inseparable del surgimiento del pensamiento. 5. Tal vez quede poco y nada de “Proyecto...” si se le despoja de so “maquinaria" ncuronal. Otra cosa es considerar la maquinaria como u n a metáfora. El yo tiene cinco funciones: contención, protección an tiestimulo, deslinde del mundo psíquico interno y del mundo perceptivo, conexión doble con el mundo interno y con el mundo externo y diferenciación de la superficie del se//'(Houzel. 1987).

yerbalizable es lo propio dpi yo. Una vivencia o un acto implica la copresencia de una idea que permita pensarlo y nombrarlo. Para el yo sólo existe lo que está enlazado ’a la representación de palabra por más que también su­ fra los efectos de lo que no está enlazado. Tarea del len­ guaje es permitirle al yo conocer las fuerzas que operan en su espacio. Y el yo busca ese conocimiento sólo si reci­ be. buscándolo, una prima de placer. El yo está en proce­ so, en proceso ¡dentificatorio. Además de actualidad es trabajo incesante: de elaboración, de duelo, de apropia­ ción. de descarte. Proceso identificatorio a partir de las representaciones identificatorias que los otros primor­ diales le aportaron. Todo el tiempo el yo investiga o cons­ truye para enfrentar cambios en el medio que lo rodea. (Aulagnier. 1984). El yo debe tender a garantizar conjuntamente la esta­ bilidad de dos referencias: su autorreconocimiento y el re­ conocimiento por parte de la mirada de los otros. Las imágenes que ofrecen los otros significativos y valorados acerca de quién es yo y cual es su valor contribuyen a ha­ cer menos angustiante la interrogación. Las certidumbres acarrean el riesgo de cierta mutilación de la movilidad identificatoria. De todos modos, la duda está siempre pre­ sente. El yo se constituye en el espacio de la relación con el Otro. Es desde el Otro que le es brindada la identifica­ ción simbólica (Lacan, 1966). Situación paradójica de U-na subjetividad que no puede advenir más que recono­ ciéndose identificada a partir del Otro. El investimiento oarcisista del yo supone la referencia a un nücleo identincatorio estable y a un ideal del yo asumible. El yo, decía Freud. “contiene la historia de las elecciones de objetos”. El yo, agregará Aulagnier, es efecto de la ^Pcopiación de las imágenes y los enunciados identifica­ dos que sobre él formularon los objetos investidos. 159

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Luego, enunciando sus propios pensamientos y sus pro. vectos singulares, pondrá a prueba sus deseos y se coqj. prometerá en sus acciones. Este yo capaz de enunciación es la instancia que el analista no puede perder de vista El vo se apropia de las representaciones identificantes aportadas por la madre. Pero no es sólo un resultado pa. sivo del discurso materno, es también una instancia iden­ tificante. Pensarlo como devenir es ubicarlo en la categoría del tiempo y de la historia. El yo reconoce al yo del otro como espacio exterior. Reconoce -con dificultad, por supuesto- diferencias entre la categoría del “ser” «registro narcisista) y la categoría del “tener” (registro obje­ ta!). Para acceder a un futuro, el yo debe aceptar una diferencia entre lo que es y lo que querría ser. Antes de la declinación edípica, el ideal del yo respon­ de al deseo materno, el que deberá ser parcialmente abandonado para avanzar en su construcción identificatoria. la cual es posible por las reorganizaciones del yo, producto de las relaciones de objeto resignadas, de las identificaciones con esos otros significativos que sustitu­ yeron las figuras parentales, de las propuestas del discur­ so social que devinieron enunciados identificantes y del deseo de los otros. Al principio el yo es un eco del discurso de la madre, quien formula sus enunciados identificatorios con­ cernientes a su futuro. En su trayecto identifica torio, esta acción “anticipatoria” será internalizada y el niño producirá sus propios enunciados identificantes. En ese trayecto habrá ciertos puntos de certeza, determinados por la identificación simbólica. Lo que quede fuera w estos puntos será objeto de incertidumbre en cuanto a “quién es yo”. El yo deberá investir la realidad, tanto la exterior como la psíquica. También las representaciones identifl* catorias que lo constituyen historizándose.

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f... 1sólo asi podra vincular lo que ha sido y tener un proyec­ to futuro que conjugue la posibilidad y el deseo de un cam­ bio con la preservación de eso propio que lo singulariza” «Aulagnier, 1984 j. El yo sustituye el tiempo pasado por un relato, historización de lo vivido imprescindible para investir el tiem­ po futuro. Y encuentra en su presente una potencialidad que espera realizar en su devenir. Necesita retrotraer a on pasado la causa de lo que él es, de lo que vive, de lo que anhela para el futuro, así como preservar una liga­ zón entre presente y pasado y postular una causalidad que torne sensata la experiencia que vive. Preservarse como sujeto deseante supone el investimiento anticipado de un tiempo futuro y, a la vez, la esperanza del retorno de lo que se vivió durante una experiencia pasada. Tarea analítica es lograr que el yo se libere de las tra­ bas que le dificultan el investimiento de sus metas, con las cuales administrar su patrimonio libidinal y recupe­ rar el placer de modo tal que sea, tenga y ejerza esa fun­ ción de anticipación de sí mismo, sin la cual se derrumba su relación con la temporalidad. Si bien el yo no es sólo un conjunto de representacio­ nes sino también una instancia identificante, el yo no es “autónomo”, no puede pensarse por fuera de la relación con aquello que lo precede y no cesa de acompañarlo. Encuentro, memoria, historia, proyecto, remodelawientos sucesivos del antes en el ahora, retroyecciones y proyecciones de nuevos sentidos en busca de posiciona®hentos que flexibilicen al yo sin hacer tambalear el fun“fcniento del proceso identificatorio. Esos movimientos ^ligan al yo a estar alerta ante sus propias alteraciones ^other de Hornstein, 1987). En suma: de la indiferen^ación narcisista a la aceptación de la alteridad y del deLTna teoría del yo debe dar cuenta de ese proceso 161


concibiendo al yo en proceso identificatorio, no sólo iden­ tificado sino identificante; no sólo enunciado sino enun­ ciante: no sólo historizado sino historizante; no sólo pensado sino pensante: no sólo sujetado sino protagonis­ ta; no sólo hablado sino hablante, no sólo narcisizado si­ no narcisizante. Saramago, en su discurso de recepción del premio No­ bel, expresa vividamente el devenir del yo, con esa inme­ diatez, con esa facilidad que Freud les reconoció a los poetas: Al pintar a mis padres y a mis abuelos con tintas de li­ teratura. transformándolos de las simples personas de car­ ne y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por donde ios personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que, finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bas­ tante y en lo insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defectu pero también en aquello que es exce­ so, acabarían haciendo de mí la persona en que hoy me re­ conozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo criatura de ellos. En cierto sentido se podría decir que, le­ tra a letra, palabra a palabra, página a página, übro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé.

12. SU PERYÓ -ID EAL D EL YO: UNA CONSTELACIÓN ESTRUCTURAL

DESAMPARO Y DEMANDA DE AMOR

El nacimiento instaura una brusca ruptura del equili­ brio entre el organismo y su medio. El niño es impulsado a la vida antes de que pueda sentirse a sí mismo como una unidad delimitada; la autonomía la conquistará a partir del desamparo. La relación con el objeto primor­ dial precede a todas las demás. El niño accede a los otros objetos gracias a ese gran mediador. Sin él no puede ac­ ceder. lo que genera una discordia original y la angustia del niño pur su dependencia respecto de ese protector omnipotente. Esta demanda de amor y esta angustia ori­ ginada en el desamparo deja una impronta imborrable en la vida psíquica. Por temor a perder el amor de los pa­ dres, el niño incorpora los valores y las prohibiciones de éstos. La amenaza de esa pérdida está siempre flotando, el niño pasa los primeros años de su vida anhelando el amor parental, situación que sólo va cediendo a medida I Que se constituye el superyó. El superyó castigará el aPartamiento de las normas con el mismo poder sobre el y° que el que tuvieron los padres sobre el niño. Pero una | ^pendencia interna permitirá una mayor autonomía en elación con el objeto.1 f A Freud le resulta inconcebible la existencia de una acnltad natural" para distinguir el bien y el mal. Es neI e<a^' "^*1 martirio de los reproches de la conciencia moral responde c amente a la angustia del niño por la pérdida de amor, angustia

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cesario suponer un dictamen exterior al niño. Se somete porque ese otro es el mismo que lo puede socorrer en su desamparo. La angustia ante esa pérdida de amor es el prototipo de la angustia ante la perdida de amor del superyó. La renuncia a las pulsiones es el resultado de esa angustia ante la pérdida del amor de quienes enuncian el bien y el mal. En este estadio no cabe hablar de supervó. Para conservar el amor de los padres, los sentimien. tos hostiles hacia ellos deben ser suprimidos. “Lo malo es, en un comienzo, aquello por lo cual uno es amenaza­ do con la pérdida” (Freud. 1930}. La autoridad se instru­ menta otorgando o negando amor. Sobre el fondo de la impotencia infantil, se perfila la omnipotencia parentaL Las aspiraciones acerca de lo que se debe ser y tener (ideal del yo), así como las consignas acerca de lo que no se debe hacer (conciencia moral) están delimitadas por las aspiraciones parentales. La amenaza de castigo o la promesa de recompensa supone ya presente una organi­ zación representativa y temporal. Cuando la autoridad se interiorice en virtud de la ins­ tauración de un superyó se producirá un gran cambio.

¿por que y cómo se realiza esa instauración? En todo su­ jeto, el estadio de la angustia social jam ás esta totalmen­ te integrado en el superyó. Ante la autoridad exterior siempre subsiste cierta angustia. El superyó subroga los rasgos más significativos del desarrollo del individuo y de la especie procurando “ex­ presión duradera al influjo paternal, eterniza la existen­ cia de los factores a que debe su origen (Mientras el yo es] esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el superyó se le enfrenta como abogado del mundo interior, el ello” (Freud, 1923). En Esquema del psicoanálisis ( 1938a) modificará su punto de vista. Se ve que ello y superyó, a pesar de su diversidad funda­ mental, muestran una coincidencia en cuanto representan los influjos del pasado: el ello, los del pasado heredado; el superyó, en lo esencial, los del pasado asumido por otros. En tanto el yo está comandado principalmente por lo que uno mismo ha vivenciado, vale decir lo accidental y lo ac­ tual (Freud, 1938a).

SUPERYÓ: ENTRE LA PULSIÓN Y LA CULTURA

que fue sustituida en él por la instancia moral. Por otro lado, cuando el yo ha sustituido con éxito una tentación de hacer algo que seria chocante para el superyó. se siente elevado en su sentimiento de si y reafirmado en su orgullo, como si hubiera logrado una valiosa con­ quista. De tal manera, el superyó sigue cumpliendo para el yo el papeí de un mundo exterior, aunque haya devenido una pieza del mundo interior. Para todas las posteriores épocas de la vida subroga el jo de la infancia del individuo, el cuidado del niño, la educación y -j dependencia de los progenitores -d e esa infancia que en el ser hum*' no se prolonga tanto por la convivencia dentro de familias- Y <**“ ello, no sólo adquieren vigencia las cualidades personales de esos genitores, sino también todo cuanto haya ejercido efectos de coman _ sobre ellos mismos, las inclinaciones y requerimientos del e sta d o ^ eial en que viven, las disposiciones y tradiciones de la raza de la descienden" lFreud, 1938ai.

En su primera concepción de la génesis del superyó, Freud toma en cuenta las oposiciones real/psiquico, ontogénesis/filogénesis, individuo/especie humana. El com­ plejo de Edipo, el conflicto entre el “tú debes” y el “tú no debes” se convierte en el pivote. En la relación de objeto, renuncias empiezan tempranamente: renuncia a la ospiración fusional para preservar la integridad narcisista. renuncia a disponer de la madre como prolonga­ ron del yo, renuncia a la libre disposición del cuerpo Propio y de los deseos edípicos. En El malestar en la cultura, Freud relaciona la esructura del superyó con el sistema social. El superyó es a 'nternalización de la autoridad que genera el senti-

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miento de culpabilidad como respuesta a los sentimieq. tos agresivos: !...| p or con sigu ien te, la cu ltu ra dom ina la peligrosa inclina, ción a g resiv a del individuo debilitando a é ste , desarm ándo­ lo y haciéndolo v ig ilar por u n a in sta n cia alojada en su interior, com o u n a guarnición m ilita r en la ciudad conquig. t a d a i F re u d , 1930).

La instancia interior de la moralidad deriva de la ame­ naza exterior interiorizada. La necesidad de ser amado por el superyó prolonga la angustia social (real) pero se diferencia de ella. La historia identificatoria provee al superyó una dinámica centrifuga que separa al niño de los padres acercándolo a lo social. Es por un trabajo psí­ quico de simbolización que va despersonalizando al su­ peryó al alejarlo de los objetos parentales.' El superyó es un denominador común transubjetivo y transgeneracional en la constitución del sujeto. Es el he­ redero del complejo de Edipo. Inscribe en el psiquismo del sujeto las huellas de las relaciones objétales y las vi­ cisitudes de la alteridad. Esos objetos son en primer lu­ gar los padres, pero no los padres de un familiarismo ingenuo. E l superyó es u n a escisión an áloga que se produce en el sistem a simbólico in teg rad o por el sujeto. E s e mundo sim­ bólico no se lim ita al sujeto, y a que se re a liz a en una lengua

2. “E n el curso del desarrollo, el superyó cobra, además, los influ­ jos de aquellas personas que han pasado a ocupar el lugar de los pa­ dres, vale decir, educadores, maestros arquetipos ideales. Lo norma' es que se distancie cada vez más de los individuos parentales origú*8' rios, que se vuelva por así decir más y más impersonal. No olvidemos tampoco que el niño aprecia a sus padres de manera diferente en di­ versos periodos de su vida. En la época en que el complejo de Edip° deja el sitio al superyó, ellos son algo enteramente grandioso; m»® tarde menguan mucho” iFreud, 19321.

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[... |. El superyó es esta escisión en tanto que ella se produce para el sujeto -pero no únicamente para él- en sus relaciones con lo que llamaremos la ley (Lacan, 1953). com p artid a

El superyó es pensado por Freud como una constela­ ción estructural, con una lógica y un sustrato pulsional específico, con conflictos intrasistemicos y albergando la conciencia moral, la autoobservación y el ideal del yo. Que una identificación contribuya a la formación del yo o contribuya a la formación del superyó depende -s u ­ giere Laplanche- de en qué atributos del padre introyectodo el niño está interesado en ese momento y de qué situación emocional esté pasando. Si en ese momento su interés se centra en las funciones que pertenecen a la es­ fera intelectual y motora, lo introyectado es incorporado al yo. Si se trata de atributos éticos, al superyó. ¿La fuerza del superyó es prestada del padre o refle­ ja la propia agresión hacia el padre? Freud va dando dis­ tintas versiones de la agresividad. El superyó es un precipitado de identificaciones y, por lo tanto, de objetos abandonados, pero con la posibilidad de volverse contra su propia base pulsional, posibilidad que en 1924 atribu­ ye al miedo a la castración. Con la introducción del ma­ soquismo moral explicará la crueldad del superyó en función de la pulsión de muerte que lo nutre. Dirá enton­ ces que cuando la regresión alcanza al ello afecta al superyó, v esto es visible en las llamadas enfermedades del superyó: neurosis obsesiva y melancolía. El superyó es producto no solo de investiduras libidinales sino también de la defusión pulsional. Por eso llega a ser tiránico y hu­ millante, “tan cruel como sólo puede serlo el ello.”2* 4 . 3- “Nos hemos familiarizado con la idea de un superyó así conceu*uo, que g0za de cierta autonomía, persigue sus propios propósitos y Independiente del yo en cuanto a su patrimonio energético” (Freud. 1932). 4- “El rasgo más llamativo de esta enfermedad, fia melancolía) 8cerca de cuya causación y mecanismo sabemos muy poco, es el modo

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El vínculo entre superyó y yo es el retomo, desfigxyg^ por el deseo, de vínculos objetivos (real) entre el yo toclaví no dividido y un objeto exterior. También esto es típico. Aho, ra bien, la diferencia esencial consiste en que la severidad originaria propia del superyó no es -o no es tanto- la que Se ha experimentado de parte de ese objeto o la que se le ha atribuido, sino que subroga la agresión propia contra él. [. i Pero, ¿cuál de estas dos concepciones es la justa? ¿La primera, que nos pareció tan incuestionable desde el punto de vista genético, o esta de ahora, que redondea la teoría tan oportunamente? [...] La experiencia enseña que la severi­ dad del superyó desarrollado por un niño en modo alguno espeja la severidad del trato que ha experimentado. Parece independiente de ella, pues un niño que ha recibido una educación blanda puede adquirir una conciencia moral muy severa. Empero, sería incorrecto pretender exagerar esa in­ dependencia; no es difícil convencerse de que la severidad de la educación ejerce fuerte influjo también sobre la forma­ ción del superyó infantil (Freud. 1930). En estos párrafos se condensan varias hipótesis sobre la agresividad del superyó: supervivencia de la severi­ dad de la autoridad paren tal; fracción de agresividad no satisfecha retomada por el superyó; articulación de la agresividad del niño con el rechazo de la autoridad. La secuencia represión de una agresión —renunciamiento que nutre la agresividad del superyó lleva a Freud a proponer cierta conciliación entre la versión exógena y endógena. Según esta tercera vía. la agresividad es pro­ ducto de su emergencia histórica, inseparable de un es­ cenario fantasmático por lo que remite a una relación

pjjtre verdad material-verdad histórico vivencial y reali­ dad psíquica. ¿El superyó se aprovisiona de energía por un présta­ mo externo? ¿Cómo se articula la violencia interna con la externa? A la formación del superyó concurren tanto el empuje pulsional como la fuerza de las prohibiciones. La crueldad del superyó no se limita a una lógica intrapulsional. Freud subraya la tendencia de los padres y edu­ cadores a mostrarse severos y exigentes aunque admita que a veces la actitud parental no parece corresponder a la severidad del superyó del niño. Algunos autores consideran un superyó pregenital, pulsional, al cual se aplican las características de feroci­ dad inmisericorde y un superyó edípico, ordenador, que introduce la separación de los sexos y de las generacio­ nes. autorizando intercambios relativamente reglados.®

IDEA!, DEL YO

Freud usó Ich-ideal eldealich, es cierto, pero en forma indistinta, sin establecer ninguna diferencia conceptual.

en que el superyó -digan ustedes sólo para sí: la conciencia moraltrata al yo. Mientras que en sus períodos sanos el melancólico puede ser más o menos severo consigo mismo, como cualquier otra persona, en el ataque melancólico el superyó se vuelve hipersevero, insulta, de­ nigra, m altrata al pobre yo [...] aprehendemos con una mirada que nuestro sentimiento de culpa moral expresa la tensión entre el yo y e* superyó” (Freud, 19321.

5. No se trata de un superyó sádico propio de una fijación a un mo­ mento arcaico universal. Se trata de repensar el superyó precoz de Klein. “En concordancia con Klein diremos que son las mociones pulsionales, los deseos rehusados que agitan al sujeto, los que marcan la fuerza de esta instancia de contrainvestimiento. A diferencia de ella, formularemos que es el clivaje de partida del semejante (el hecho de 9ue la madre esté atravesada conjuntamente por sistemas deseantes y de prohibición contrapuestos, tópicamente instalados) el que defini­ rá los equilibrios de fuerzas a las cuales el incipiente sujeto se verá sometido, en razón de que la fuerza de contrainvestimiento provendrá, así como la inscripción pulsional. del otro. E sta posición debe permi­ tirnos salir tanto del mecanicismo que ve en la severidad del superyó ta herencia identificatoria de los modos de ejercicio de la interdicción. Parental, como del innatismo que considera al superyó como una pro­ ducción endógena, constituida espontáneamente en aras de proteger al sujeto del sadismo pulsiona!” iBleichmar, S. 1993).

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Otros autores, en cambio, han creído poder diferencial, sendas nociones. Para Numberg, el yo ideal con-espomfe a un yo fusionado al ello. Lagaehe distingue el yo ideal del sistema ideal del yo-supervó. El niño, cuando percibe su desvalimiento, pierde [a ilusión de una fusión perfecta con la madre. Y al recono­ cer así las fronteras entre el yo y el no-yo no puede negar su dependencia de fuentes externas de cuidado. La üu. sión de autosuficiencia deja paso a un sentimiento de in­ ferioridad. La ilusión de ser uno solo con su madre tambalea ante la conciencia cada vez mayor de que él v su madre no son uno solo y de que, en realidad, él es dé­ bil e indefenso. ¿Cómo se consuma el paso del yo ideal al ideal del yo? La desmentida del objeto propia del yo-ideal es reempla­ zada por el reconocimiento del objeto, su sobreestima­ ción y por la ulterior identificación. El ideal del yo es el sustituto de la perfección narcisista primaria, pero sepa­ rado del yo por un desgarramiento inevitable. Se consti­ tuye sobre la renuncia a la satisfacción inmediata. “El ideal del yo transforma el ideal de la satisfacción en satis­ facción del ideal” (Green, 1983bj. El yo ideal no desapa asoma en el nacimiento de un hijo, en el enamoramien­ to, en la sujeción a un líder, entre otras situaciones vi­ tales. Freud consideró al ideal del yo como heredero del nar­ cisismo primario. El niño es incapaz de renunciar a una satisfacción que alguna vez gozó: [...I no quiere privarse de la perfección narcisista de su in­ fancia 1...] procura recobrarla en la nueva forma del rie del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el su5 titulo del narcisismo perdido de su infancia, en la que el n* su propio ideal. De la perfección narcisista de su infancia lo arran el conjunto de “las admoniciones” de los otros y “el “esl 170

pertar de su juicio propio”. La ruptura del estado narcigista primitivo obedece al desvalimiento del sujeto, que

lo constriñe a reconocer al objeto al que investirá con su propia omnipotencia perdida. Freud equipara la fase animista con el narcisismo, la fase religiosa (en la que la omnipotencia se desplaza en beneficio del objeto) con el narcisismo proyectado sobre los padres, y la fase científica (que difícilmente se alcan­ za y que, si se alcanza, difícilmente se sostiene) con el momento en que el individuo acepta las exigencias de la realidad. El ideal del yo articula narcisismo y objetalidad, principio de placer y de realidad. Es una estructura contradictoria porque concierne a la vez a una organiza­ ción derivada del yo ideal y a una identificación con el objeto parental idealizado. Implica proyecto, rodeo, tem­ poralidad. El niño proyecta su ideal del yo sobre modelos sucesivos: frustraciones y gratificaciones dosificadas, “óptimas”, lo impulsan a desprenderse de ciertas satis­ facciones y lograr otras. Cada momento histórico le pro­ porciona gratificaciones conservando la esperanza de recuperar la plenitud narcisista. La madre le ayuda a proyectar “frente a sí” su ideal del yo preservando esa promesa narcisista.6 Cuando se instaura el ideal del yo. la pulsión ya no persigue una descarga automática y el placer ya no re6. Fiera Aulagnier r 1 9 7 5 1conceptualiza la relación entre el yo y el ideal: ■'Entre el yo futuro y el yo actual debe persistir una diferencia, una x que represente lo que debería añadirse al yo para que ambos coincidan. Esta x debe faltar siempre: representa la asunción de la prueba de castración en el registro identlficatorio y recuerda lo que esta prueba deja intacto: la esperanza narcisista de un autoencuenfro. permanentemente diferido, entre el yo y su ideal que permitiría fil cese de toda búsqueda identiñcatoria. Es entonces un compromiso ^Ue el vo firma con el tiempo: renuncia en convertir el futuro en el luCn que el pasado podría retornar, acepta esa comprobación pero Preserva la esperanza de que algún día ese futuro pueda volver a dare *a posesión de un pasado tal como lo sueña”.

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sulta de una simple baja de tensión. En este estado de narcisismo secundario, la relación 7-eciproca que una vez tuvo lugar dentro de la unidad madre-niño se reproduce ahora intrapsíquicamente. Se hace posible la regulación interna de la autoestima. El ideal del yo es una “operación de rescate” del nar­ cisismo apuntalado en su nostalgia por la época en que era para sí su propio ideal. Este ideal es “proyectado frente a sí”, como una esperanza, una promesa, una guía El anhelo del niño de llegar a “ser grande” aspira a re­ conquistar la perfección perdida. Cada momento histórico debe ofrecer satisfacciones suficientes e insuficientes. Suficientes para que el niño presienta que el siguiente le ofrecerá otras; insuficientes, para que se preserven su interés y su curiosidad por nue­ vos placeres. El yo del niño se enriquece de este modo con sucesivas identificaciones que se oponen al reencuentro regresivo. El yo abre un primer acceso al futuro debido a que puede proyectar en él el encuentro con un estado y un ser pasados, porque ha podido reconocer y aceptar una dife­ rencia entre él mismo tal como se representa, él mismo tal como devendrá y él mismo tal como se descubre devi­ niendo. El ideal del yo es una subestructura del superyó. Los ideales son despersonalizados, abstractos y desconcretizados. El yo es gobernado por directivas internas del ideal del yo y por la aprobación o condena que le llega de otras funciones del superyó. (Ni el superyó ni el ideal del yo están personalizados. Solamente sus precursores.) Con la declinación edípica, los interrogantes acerca de quién es yo y qué deberá llegar a ser ya no podrán ser respondidos por el otro primordial, sino que el yo lo hará ' en su propio nombre. Es desde el ideal que se inviste a lo s proyectos del yo. pero esta esperanza referente al futuro sólo se s o s te n d r á

gj el vo puede justificarse ante su mirada mediante cier­ tos logros que pudo realizar en su pasado, logros acordes a los ideales contemporáneos de ese pasado. No habría investimiento del tiempo futuro si el yo no pudiera inves­ tir esas imágenes de sí mismo por medio de las cuales el se memoriza y se representa lo que él piensa haber sido y lo que piensa haber realizado. Para el niño, el reconocimiento de una separación en­ tre su cuerpo y el de la madre, el reconocimiento de la dualidad que constituye la pareja paren tal, preceden al reconocimiento de una diferencia temporal que se inscri­ be en el yo mismo. Hasta entonces, el yo pi-egunta al sa­ ber imputado a la palabra materna qué va a llegar a ser. Al investir narcisísticamente el futuro, la madre reali­ za una segunda anticipación. Y el niño, que apropiándose de representaciones identificatorias y su correpondiente investidura narcisista (primera anticipación) se había convertido en enunciante, sin saber que repite el discurso de otro, también retoma por su cuenta la segunda acción anticipadora.

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Parte V

Narcisismo, creaciรณn y autoestima


13. SUBLIMACION Y AUTOESTIMA

DEL SÍNTOMA AL CHISTE

Freud ilustra con la neurosis de destino el predominio de la repetición. Una vida comandada por un “sesgo de­ moníaco”. La neurosis de destino es el paradigma de un fenómeno clínico inercial, robotizante. En cambio, el chiste, el jugar, la sublimación, el humor y los vínculos actuales son procesos creativos, simbolizaciones abiertas que al conjugar pasado, presente y futuro articulan la re­ petición con la diferencia posibilitando la emergencia de lo nuevo en el psiquismo (Homstein, 19881. La frase “emergencia de lo nuevo en el psiquismo”. se­ rá algo más que una expresión de deseo cuando a lo lar­ go del capítulo vaya mostrando su mapa conceptual. El determinismo piensa lo actual como la realización de lo “ya dado”. Si algo esta determinado, lo está para siempre y desde siempre: si cambia, las formas de ese cambio ya están determinadas. La no determinación de lo que es no es simple “indeterminación sino que es creación, es decir, surgimiento de otras determinacio­ nes, de nuevos dominios de legalidad. La “indetermina­ ción” tiene un sentido preciso: ningún estado del ser es tal que haga imposible el surgimiento de otras determi177


naciones respecto de las ya existentes (Castoriadis 1986). Estamos siempre ante una masa hipercompleja de co­ sas existentes, masa en cuyo espesor se produce la crea­ ción y que el determinismo no deja ver. Creación. El pasado no es sólo destino. Diferenciar sistemas abiertos y cerrados transforma nuestra concepción de la tempora­ lidad y la historia. Y volvemos a pensar las series com­ plementarias. Las relaciones de objeto, la imagen de sí, los rasgos de carácter, las inhibiciones, las sublimaciones, las forma­ ciones reactivas, la representación corporal, los proyec­ tos, las fantasías, la sexualidad, los afectos, los sueños, los actos fallidos, los chistes, las repeticiones, la transfe­ rencia, los síntomas. Todo lo que un analizando produce en sesión puede ser pensado en términos de formaciones de compromiso, con mayor o menor predominio de la re­ petición, con mayor o menor predominio de la innova­ ción. En Práctica psicoanalítica c historia (Hornstein, 1993) consideré al síntoma, al sueño y al chiste como los proto­ tipos de formaciones de compromiso. No sólo porque son primeros ejemplares desde el punto de vista histórico si­ no también porque cada uno representa y conjuga el más alto grado de las características de la serie que inaugura. Se ha profundizado la metapsicología de la serie del síntoma y de la serie del sueño. Pero no de la serie del chis­ te. La creación en la vida psíquica requiere mayor conceptualización. Entre sueño y chiste, la diferencia más importante re­ side en que el sueño es un producto anímico asocial; no tiene nada que comunicar al otro. El chiste, en cambio, es la más social de todas las opera­ ciones anímicas que tienen por meta una ganancia de pla­ cer. Con frecuencia necesita de terceros, y demanda la 178

p articip ación de otro p a ra lle v a r a su térm in o los procesos aním icos por él incitados. T ien e por con sigu ien te, que e s ta r ata d o a la condición de se r en ten d ióle [...]. E l sueño es sie m ­ pre un deseo, au n q u e vuelto irreconocible: el ch iste es un ju eg o d esarrollad o . E l su eñ o sirv e p red om in an tem en te al ah orro de d isp lacer; el ch iste, a la g a n a n cia de p lacer, ah o ­ ra bien, en e s ta s dos m e ta s coinciden tod as n u e stra s a ctiv i­ dades an ím icas (F re u d . 1 9 0 5 ).

En el chiste hay placer por la actividad propia del apa­ rato anímico, así como también ahorro en el gasto de inhibición al disminuir la contrainvestidura. El chiste cancela inhibiciones internas y reabre fuentes de placer. Es un “juego desarrollado”, una actividad anímica pla­ centera y socializada. No hay chiste de consumo interno; se requiere de un otro con el que se tenga una “amplia concordancia psíquica”. Las formaciones de compromiso de la serie del chiste realizan transaccionalmente al deseo, pero considerando las exigencias del superyó y de la realidad. ¿Cuál es la metapsicología de las formaciones de compromiso cuyo prototipo es el chiste? Desde el punto de vista tópico hay predominio -aunque no autonomía- del yo en relación con el ello y el superyó. Desde el dinámico prepondera Eros sobre la pulsión de muerte. Desde el económico pre­ domina la energía ligada sobre la Ubre. Prevalecen el principio de realidad y un “más allá del principio de rea­ lidad". También los vínculos actuales son “juegos desarrolla­ dos” si predomina Eros sobre la pulsión de muerte. Al re­ conocer la alteridad del objeto se renuncia a la fantasía narcisista de la identidad entre objeto fantaseado y obje­ to real. El objeto real es siempre una afrenta al narcisis­ mo. Las fijaciones no impiden el investimiento de lo ac­ tual. Presente y futuro se arraigan en el pasado, pero un pasada que retorna respetando la diferencia. 179


La sublimación también es un juego desarrollado. Su metapsicología es difícil y su clínica más que difícil es es­ pinosa. Ante determinada producción del analizando, muchas veces nos preguntamos si estamos ante una “au­ téntica” sublimación, es decir, si eso que nos presenta es la realización de posibilidades hasta ese momento inhibi­ das o, lo que también es posible, la ejecución de nuevas capacidades. La noción de sublimación es hoy poco satisfactoria pa­ ra muchos analistas por la dificultad de situarla en el campo clínico. Para Freud designa la utilización para fi­ nes no sexuales de un resto pulsional activo. En la subli­ mación no queda ni el fin ni el objeto ni la fuente sino sólo energía sexual “desexualizada” puesta al servicio de actividades no sexuales. ¿Qué energía es esa que se con­ servaría si no está especificada por nada (por ninguna de sus circunstancias ni de sus aplicaciones)? ¿Por qué a esa energía calificarla de sexual si nada la cualifica? ¿Sólo el origen y la historia? ¿Cómo diferenciar entre síntoma y sublimación? ¿Diferirán sólo en el valor? ¿Qué beneficio primario y secundario tiene la sublimación? La sublimación es una vicisitud de la pulsión procesa­ da desde la complejidad de una historia identificatoria que permite desplazamientos simbólicos de los objetos primordiales. Historia identificatoria que resulta de los

enunciados e imágenes (y su investimiento narcisista) que sobre el yo formularon los objetos investidos. Esa proyección subjetivizante constituye al yo. marcando li­ mites. abriendo posibilidades. Algunas identificaciones lo parasitarán (identificaciones “prisión”), otras le permi­ tirán aceptar la movilidad temporal, y la repetición será sustituida por la creación (identificaciones “pasaporte”). En un libro anterior iHomstein, 1988J he diferencia­ do la sublimación de otros retornos de lo idealizado (idea­ lización , fascinación, alienación, relaciones narcisistas) y de otros retornos de lo reprimido (formaciones reactivas, síntomas, pulsiones inhibidas en su fin . intelectualización, aislamiento). Propuse también definir la aptitud para la sublimación como un producto de la identifica­ ción con la potencialidad simbolizante de los otros signi­ ficativos. La sublimación es uno de los destinos de la pulsión: la transforma en hacedora de un producto valorizado narcisísticamente y supone el placer por esa transformación. En un modelo energético-hidráulico de la pulsión, la su­ blimación implicaría empobrecimiento energético. Perso­ nalmente no creo en una economía pulsional de recursos limitados: los encuentros producen neogénesis erótica. Janin (1998) propone diferenciar entre sublimación primaria y secundaria, y entre sublimaciones de vida y de muerte. La sublimación primaria se apuntala en la cons­ titución del área transicional y del objeto transicional de Winnicott. Supone una terceridad en el deseo materno que ofrece la matriz del desplazamiento. Cuando falla esa organización triangular, el investimiento de los objetos asume otra modalidad. Son también sublimaciones pri­ marias pero tributarias de la pulsión de muerte. Janin ubica en esta situación a los niños autistas y sus objetos. La sublimación secundaria retoma la primaria pero pro­ cesándola desde el tejido identificatorio estableciendo conexiones entre una terceridad primaria y secundaria.

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Tramitado? mediante Formaciones de compromiso de la serie del chiste, conflictos que hubieran conducido a un empobrecimiento libidinal y narcisista. producen una historia no estática sino en movimiento al transformar sus necesidades singulares en Finalidades originales y convertir sus labilidades en potencialidades creativas l na historia no inmóvil conjuga permanencia y cambio

SUBLIMACIÓN


Cuando esta sublimación secundaria no se ha podido apy» talar sobre la primaria abre la vía a clivajes. La formación del ideal aumenta las exigencias del y0 mientras que la sublimación constituye una formación de compromiso que satisface transaccionalmente al de­ seo y tiene un beneficio narcisista. Algunos autores con­ sideran la sublimación como un destino no defensivo del deseo. Si bien su fuente es sexual, el proceso asume una realización no sexual conforme a los ideales. La fantasía, en tanto escenificación del deseo inconsciente, proveerá la materia prima. Pero para que la pulsión se desexualice y derive hacia nuevos objetos y metas tiene que pasar por la identificación. La economía libidinal recurre a la identificación para conservar aquello que el principio de realidad obliga a abandonar. El reemplazo de una elección libidinal por un investimiento yoico le permite al yo imponerse como ob­ jeto de relevo que compensa la pérdida. La evolución de las teorías de las pulsiones y su pasa­ je a la segunda tópica con las dificultades introducidas por el narcisismo, la pulsión de muerte y ciertos mecanis­ mos de defensa del yo (en particular el clivaje) hacen sur­ gir nuevos elementos a tener en cuenta. Si bien la sublimación es uno de los destinos posibles de la pulsión, implica asimismo una exigencia colectiva exterior al individuo ligada al ideal. En la sublimación, la pulsión es trabajada por la cul­ tura. Los ideales son, como la pulsión, una exigencia de trabajo. El deseo -según Freud- implica caminos abier­ tos de una vez y para siempre. El superyó ¿cierra ca m i­ nos de una vez y para siempre? Freud (1914) introdujo la categoría del valor como Lndisociable de la vida psíquica: el yo se asigna valor a si mismo, se lo asigna a sus actividades v también a sus ob­ jetos. Con la instauración del ideal lo placentero p u e d e (y suele i no coincidir con lo valioso:

El ideal del yo reclama por cierto esa sublimación, pero no puede forzarla; la sublimación sigue siendo un proceso especial cuya iniciación puede ser incitada por el ideal, pe­ ro cuya ejecución es por entero independiente de tal incita­ ción. No es desde el ideal desde donde se produce la subli­ mación. Un ideal del yo exigente no garantiza la sublima­ ción. sino más bien incrementa las tensiones y favorece la represión. En los “idealistas”, esa exigencia está aumen­ tada y la sublimación se ve perturbada. (Freud se refiere al idealista en un sentido ligeramente peyorativo como aquel que tiende a plantearse metas idealizadas y prefie­ re la belleza de las ideas a la cruda realidad.) Antes de “Introducción del narcisismo”, Freud decía que el fin y el objeto de la sexualidad sublimada tenían un valor social y ético más elevado, perspectiva que no abandonará del todo. Desde 1914 será necesario articu­ lar el problema del valor con el ideal del yo como instan­ cia histórica. Se trata de una genealogía: valor del origen y origen de los valores. En una genealogía, el pasado es aquello que corre por las venas del presente, como fuen­ te que demuestra la no caducidad del pasado sino su pre­ sencia en lo actual.' Por más que la valorización sociocultural no puede faltar en las definiciones de sublimación, la sublimación sólo puede ser definida por los avatares de una historia personal y por la significación que toma para este suje­ to esa actividad que puede estar en concordancia o en 1. Al origen de los valores Freud se había referido en “Proyecto de Psicología”. “El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción específica. Ésta sobreviene mediante auxilio ajeno: pol­ la descarga sobre el camino de la alteración interior, un individuo experimentadu advierte el estado del mño. E sta vía de descarga cobra asi la función secundaria, importante en extremo, del entendimiento y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales”.

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discordancia con los valores admitidos en el campo cul­ tural. Vista desde la segunda tópica, la transformación en una actividad sublimada requiere la retirada de la libido sobre el yo (narcisismo secundario). Entonces para ha­ blar de sublimación tendremos que referirnos a las tópi­ cas y a cómo se incluyen en ellas los valores. Sólo profundizando la problemática de la identifica­ ción es que Freud puede retomar la pregunta pendiente de “Introducción del narcisismo” “Identificación”, vicisi­ tud que convierte al objeto en parte constitutiva del yo. La sublimación como proceso particular e independiente no se puede concebir más que a partir de las relaciones que se establecen entre el duelo, el narcisismo, la proble­ mática identificatoria y la pulsión de muerte. El hombre no abandona jamás una satisfacción, sino que intenta reencontrarla en sustitutos (Freud. 1923 ). El mejor sustituto de un objeto es otro objeto y, cuando el destino del objeto es la identificación, es el yo el que sus­ tituye al objeto. Henos aquí de nuevo fren te a la posibilidad y a m enciona­ da de que la sublim ación se produzca reg u larm en te por la m ediación del yo [...]. L a tran sp osición así cum plida de libi­ do de objeto en libido n a rcis is ta conlleva m an ifiestam en te una resignación de las m e ta s sexu ales, una desexualización y, por tan to , u n a su e rte de sublim ación. M ás aú n , aquí se p lan tea u n a cuestión que m erece se r tra ta d a a fondo: ¿no es é ste el cam in o u n iversal hacia la sublim ación? ¿No se cum ­ plirá toda sublim ación por la m ediación n a rcis is ta , p a ra des­ pués, acaso, ponerle o tra m e ta ?

Renuncia a satisfacer la libido erótica, esperando satisfa­ cerse él mismo en su lugar. La libido de los objetos aban­ donados pasa a ser libido ligada al yo y se transforma en identificaciones; esta transposición en libido narcisista se acompaña de un abandono de las metas sexuales: “de­ sexualización”. Freud en E l yo y el ello logra una definición mucho más completa de la sublimación. La fuente pulsional es la libido objetal y narcisista, el objeto se deslizó hacia el yo como identificación y el fin ha sido desexualizado por­ que el ser como el objeto ha reemplazado la moción pul­ sional. Se da un apuntalamiento invertido: los "intereses” del yo se apuntalan en la sexualidad. Eros es la forma li­ gada y a la vez ligadora de la sexualidad puesta en evi­ dencia por esa función trófica del narcisismo.Podríamos llamar sublimación “pasiva” a la del consu­ midor de arte: el lector, el oyente, el espectador. Consti­ tuye una fuente innovadora de placer, aunque a veces se acompañe de conflictos paralizantes y aunque nunca va­ cune contra la aparición de otros nuevos. Hay que distinguir entre los creadores, a quienes las exi­ gencias de su ideal condenan a quedar siempre insatisfe­ chos de sus creaciones, y los aficionados a las obras, que las convierten en compañeras de vida sin imponerse la tarea de ser autores de creación. Quizá deba verse entonces la subli­ mación como aquel trabajo de lo negativo constantemente tironeado entre las fuerzas de vida y de muerte, psíquicas y hasta físicas. Entre objetal ización y desobjetalización iGreen, 1993).

Freud describe dos operaciones sucesivas: la transfor­ mación de la libido objetal en narcisista (identificación mediante) y la sublimación. La sublimación procede por mediación del yo, pero de un yo que cambia sus miras.

2. Laplanche (1980a > piensa la sublimación como el triunfo de Eros: “En mi conceptualizaeion del conflicto psíquico, digamos que la sublimación asi entendida sería la victoria del amor en éstasis, inves­ tido en objetos estables, sobre la inestabilidad y la tendencia a la descarga absoluta”.

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El proceso sublimatorio aparentemente idílico, está atravesado de riesgos y sufrimientos. Y a veces convive con trastornos severos. Los clivajes dejaron intactos sec­ tores psíquicos que siguen bajo el predominio de los con­ flictos pulsionales más arcaicos, las angustias más desorganizantes, las depresiones más paralizantes y las fantasías más persecutorias. La sublimación debe ser pensada no como momento sino como proceso en el cual la realidad psíquica comple­ ja mezcla el “oro puro” de la sublimación con el “vil cobre” de otros mecanismos concomitantes. La noción parece prestarse a la idealización, reservarse a los genios, pero hay sublimación también en la vida cotidiana, no sólo en las prácticas socialmente valoradas.

chiste. El humor tiene algo de grandioso, en tanto rige el narcisismo. Ese yo rehúsa dejarse constreñir al sufri­ miento y se empecina en esquivar los traumas del mun­ do exterior. El humor no es resignado sino opositor; no importa cuán desfavorables sean las circunstancias rea­ les. Es la manifestación de un yo indoblegable por el mundo real, que sustenta triunfalmente el principio de placer pero sin resignar el terreno de la salud anímica. Veamos qué dice Freud del humor, aunque, por su­ puesto, él no lo incluye explícitamente entre las forma­ ciones de compromiso: Si es de hecho el su p eryó quien en el h u m or h ab la de m a n e ra ta n c a riñ o sa y co n so lad o ra al yo a m e d re n ta d o , ello nos a d v ie rte que tod avía ten em os que a p re n d e r m uchísim o a ce rca de la e sen cia del su p eryó f...J Si m ed ian te el h u m or el superyó qu iere con solar al yo y ponerlo a salvo del su fri­ m ien to, no co n tra d ice con ello su d escen d en cia de la in s ta n ­ cia p a re n tal (F re u d . 1 9 2 7 ).

L a ob servación de la vida co tid ian a d e los se re s huma­ nos nos m u e stra n que la m ay oría consigue g u ia r h a cia su activid ad profesional porciones m u y co n sid erab les de sus fu erzas p ulsionales se x u a le s, y la pulsión se x u a l es particu­ la rm e n te id ón ea p a ra p r e s ta r e s ta s con trib u ciones, pues es­ t á d otad a de la ap titu d p a ra la sublim ación: o sea que es cap az de p e rm u ta r su m e ta in m ed iata por o tra s , que pue­ den s e r m ás estim a d a s y no sexu ales (F re u d , 1910).

Un superyó benévolo bien diferente de ese amo severo, cultivo puro de pulsión de muerte, superyó del melancóli­ co, de la reacción terapéutica negativa o del masoquismo. En el humor, el representante representativo de la pulsión no se reprime. El sentimiento penoso se descar­ ga de forma inmediata y directa (principio de placer), pe­ ro en conformidad con el principio de realidad, gracias a una elaboración del preconsciente. El humor, visto desde la segunda tópica, implica fun­ damentalmente al yo y superyó: se trata de la puesta en juego de una versión cariñosa de este último respecto del primero, que contrasta con su habitual tiranía y severi­ dad. Se afianza en la recreación intrapsíquica de la rela­ ción adulto-niño, en su faz consoladora, proceso que acontece gracias al desplazamiento de investiduras des­ de el yo -que se empequeñece- hasta el superyó que, en contrapartida, se agranda. Se trata del trastrocamiento

La sublimación se diferencia de las actividades llama­ das adaptativas por su compromiso subjetivo. Puede opo­ nerse al discurso social dominante. La sublimación implica una participación transindividual que contribuye en algu­ na medida al patrimonio cultural. Que la actividad sea so­ cialmente valorizada parece ser condición necesaria. Pero, ¿lo es realmente? En todo caso no es condición suficiente.

humor

En el contexto de la segunda tópica, Freud retomará, a propósito del humor, lo desarrollado en relación con el

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de la relación habitual entre ambos: indulgencia y con. suelo del supervo respecto del yo. Al yo se le otorga la prebenda de una ganancia de placer en lugar de la exi. gencia a la que es sometido normalmente. El humor, a] cambiar un afecto penoso por otro más placentero, abre una via distinta. Ahorra cierto padecimiento pero no p0r hacer desaparecer de la conciencia al representante re­ presentativo de la pulsión, primitivamente ligados, al afecto doloroso. Esto supone una mayor tolerancia en la conciencia a ideas que antes eran inconscientes. El hu­ mor se vale del lenguaje, necesita del lenguaje, de una retórica que se renueva permanentemente, porque los estereotipos corroen el fdo del humor. El humor supone la concurrencia solidaria de varias dimensiones de lo psí­ quico: un narcisismo bien implantado, modificado en su pasaje por la castración; pulsión de muerte mitigada; re­ presión relajada, que posibilita la permanencia del re­ presentante pulsional en el preconsciente-consciente; potencialidades del lenguaje utilizadas con ingenio: orga­ nización pulsional transformada, que auspicia sublima­ ciones (Korman, 1996).

CREACION ARTÍSTICA

La neurosis es una solución individual a los proble­ mas planteados por la condición humana; a escala colec­ tiva, la religión y los sistemas de creencias propondrán otras soluciones. En la encrucijada de lo individual y lo colectivo, entre la resonancia personal del contenido de la obra y la función colectiva de ésta, el arte ocupa una posición intermedia que califica al campo de la ilusión. Los fenómenos transicionales de Winnicott ayudan a . comprender el fenómeno de la creación. Ellos constitu­ yen el espacio virtual entre el afuera y el adentro: espa­ cio potencial del cual surge la creatividad. La creación se 188

sitúa entre la catexia excesiva del mundo subjetivo que hace que el esquizoide pierda, de golpe, contacto con lo real, y una complacencia sumisa hacia la realidad exte­ rior que tiene por corolario la pérdida de contacto con la realidad psíquica. La "creatividad primaria”, presupone que el infáns hace la experiencia de un primer bosquejo de pérdida del objeto que lo cuida. El bebé trata entonces de recrear, de manera alucinatoria, la fusión perdida con el universo materno, tomando conciencia de que lo excede. En el "es­ pacio intermedio de experimentación” participan a la vez la realidad interna y el mundo exterior. El espacio transicional engloba el espacio del juego, la creatividad y la apreciación artística, así como el sueño. Para Winnicott lo que tiene que decir acerca de los niños que juegan se aplica también a los adultos. El individuo creativo está jugando i McDougall, 1998). La creación artística es una forma de retorno de lo re­ primido y en función de eso produce efectos. El dialecto del arte, a diferencia del síntoma, es comunicable. Los procesos inconscientes deben ser trabajados por el preconciente -o por el yo (en la segunda tópica)-, lo que re­ mite a los talentos y habilidades del creador. Desde el punto de vista dinámico y económico, los deseos del artis­ ta no son los únicos que están en juego, sino también los del consumidor. Opino que todo p lacer estético que el p oeta nos p ro cu ra conlleva el c a r á c te r de ese p la ce r previo, y que el goce ge­ nuino de la obra p oética proviene de la liberación de tensio­ nes en el in te rio r de n u e stra a lm a (F re u d , 1908b ).

La relación entre el objeto artístico, su creador y el consumidor remite a una dimensión de deseo que es ne­ cesario elucidar como la raíz del placer estético. Los crea­ dores intentan recuperar algo de lo reprimido tanto propio como colectivo. 189


En la creación, la obra es necesaria, es la posibilidad de responder a los ideales. El sufrimiento del creador re­ vela una gran tensión propia de un ideal del yo exigente. La creación es un intento de resolver la relación de fuerzas entre el objeto y el sujeto en un pasaje de una posición pasiva a una posición activa. Apoyada en la represión, permite el reinvestimiento de la realidad. Se genera una neorrealidad. La creación y el síntoma extraen sus materiales de la fantasía. ¿Cuál es entonces lo específico de cada uno y qué nexos hay entre ellos? En la creación podemos considerar varias etapas.

Esto fue conceptualizado por Kris como las dificulta­ des en tener regresiones al servicio del yo, en las cua­ les se temen las ansiedades despertadas por el contacto con los procesos primarios.

1. El artista y el científico toman contacto con procesos psíquicos primarios y captan ciertas representaciones que serán el núcleo organizador de la obra o de una cuestión teórica. Esta primera etapa implica una cri­ sis interior. 2. Se aprehenden perceptivamente algunas de esas re­ presentaciones que permite fijarlas en el yo. 3. Viene luego una transposición elaboradora de la ima­ gen o del afecto así aprehendido en un material, sea la plástica, la escritura, la música o el trabajo científico, cuyo dominio se posee por oficios acumulados y según códigos específicos. Esto puede continuar con un pro­ ceso de composición más o menos complejo y laborioso (Anzieu, 1974). 4. Luego, una vez convertida en objeto exterior, la obra es sometida a una prueba de realidad particular que es el juicio de los contempladores o lectores. Regresar al mundo de la fantasía, percibir descifran­ do, transcribir y exponer -que siempre es exponerse por el compromiso narcisista con lo creado- cada una de esas etapas tiene sus propias dificultades. La re­ gresión se ve frenada por la rigidez defensiva ante el temor al enfrentamiento con el mundo fantasmático. 190

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14. PULSION DE SABER. PENSAMIENTO, ALIENACIÓN

PULSIÓN DE SABER

El objeto de la pulsión de saber es, en los comienzos, lo que se supone haber sido la causa y el origen de un pri­ mer placer. Se aspira a conocer los objetos investidos, con la ilusión de que ese “conocimiento” garantiza su presen­ cia. o al menos que su ausencia no provocará dolor. La curiosidad infantil intenta responder a la pregun­ ta: ¿de dónde vienen los niños? Es una interrogación so­ bre el origen. Además de leche y sueño, la psiquis pide sentido; necesita organizar todo aquello que se presenta desordenado. Origen. Creación de un doble curso tempo­ ral: rio arriba, nacimiento y comienzo, y río abajo, el pro­ yecto. Esa temporalización va siempre acompañada de la socialización de la psiquis. que le brinda un mundo cada vez más diferenciado y que la obliga a reconocerlo. Para dominar lo que piensa sobre su origen, el infans respon­ de a su curiosidad sexual con su teoría sexual infantil. Esto se prolongará a través del tiempo como pregunta ^erca del origen de todo (Castoriadis. 1977). La pulsión de saber incita a dar respuesta a la causa d® sí mismo, del sufrimiento, del deseo; incita a la crea­ ron de las teorías sexuales infantiles “¿Cómo nacen los 193


niños0” recubre un interrogante sobre cómo es la sexua­ lidad de la pareja parental, el enigma de su placer y de lo que podría ser causa de su deseo. El niño no está ante ciertos enigmas. El niño es cier­ tos enigmas. El primero, el nacimiento de un niño. Acon­ tecimiento traumático, tanto desde el punto de vista cuantitativo, ya que es una excitación difícil de ligar, co­ mo desde el punto de vista cualitativo, porque hay una inadecuación entre las posibilidades de elaboración sim­ bólica y el nivel del problema planteado. Los motivos pa­ ra pensar tienen que ver con el temor de ser desalojado (apremio de la vida). La pregunta central es: ¿de dónde vienen los niños? El pensamiento está sostenido por la pulsión visual y los intereses egoístas. Primer engaño y rechazo. Descon­ fianza. Opiniones incorrectas según los adultos. La sensa­ ción de no ser un “niño bueno”. Varios frentes de conflictos. De ellos nace (a veces, no siempre) la autonomía intelec­ tual, el pensar se emancipa y deviene pulsión de investi­ gar (Avenburg, 19981. ¿1 primer desafío del niño es pensar desde su propio cuerpo (teorías sexuales infanti­ les) no dejarse arrastrar por el discurso de los adultos.1 La sexualidad tiene una doble condición de produc­ ción: la necesidad y el otro primordial. E s éste el que apuntala la pulsión y sus zonas erógenas a través de un plus de placer, en tanto no se limita a satisfacer la nece­ sidad del niño.12 Si la pulsión de saber está apuntalada en el placer del otro, el niño podrá investir libidinalmente su pensamien­ to e identificarse con ese pensante deseado por la madre. Así es como la libido objetal (ligada a la madre) deviene

1. Represión del contenido pero no del placer del pensa­ miento: el pensamiento puede continuar siendo Puente de placer en sus desplazamientos hacia la curiosidad en general. 2. Represión del contenido y no narcisización del pensar: inhibición neurótica. 3. Represión del contenido y preservación de la actividad del pensar con ulterior retorno de lo reprimido: com­ pulsión a cavilar, erotización del pensamiento propia de la rumiación obsesiva. 4. Ataque al pensamiento: cuando el pensar del niño amenaza el narcisismo materno.

1. El de los psicoanalistas es pensar desde su propia experiencia, sin someterse a los discursos oficiales. Es lo que posibilita la autono mía. tanto en lo niños como en los analistas. 2. Véase el capítulo 8.

En la clínica son muy frecuentes las distintas varian­ tes de la inhibición: inhibiciones intelectuales, imposibi­ lidad de investir actividades creadoras, aburrimiento y displacer ante todo trabajo de reflexión, la repetición ob­

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investimiento narcisista de una representación del yo que sostiene la actividad de pensamiento. El niño se identifi­ ca con ese pensante que es fuente de placer para la ma­ dre. La enérgica represión genera inhibición neurótica del pensamiento. Freud (1910) muestra en Leonardo la inhi­ bición intelectual, la erotización del pensamiento y no só­ lo la sublimación. Evoca los tres destinos posibles de la curiosidad sexual infantil: la inhibición, la obsesión inte­ lectual y la sublimación. Es desde el ideal que se genera la represión, lo que re­ mite a cuál es el ideal materno en cuanto al investigar del niño. La represión puede estar dirigida al contenido (porque contraría el narcisismo infantil y la moral sexual convencional) o al proceso de pensamiento. En Cura psicoanalitica y sublimación (Hornstein, 1988) delimité cuatro trayectorias posibles.


sesiva de pensamientos idénticos, el sentimiento de vacio de pensamiento. 1Sel hab la de inhibición donde e s ta p resen te una simple reb aja de u n a función y de sín tom a donde se t r a ta de una d esaco stu m b rad a variación de ella o de u n a nueva opera­ ción iF re u d . 1 9 2 6 a i.

Freud atribuye las limitaciones funcionales del yo a diversas causas: hipersexualización, autopunición y dis­ minución de la energía (propia de los estados depresi­ vos). En este caso la inhibición procede del sentimiento de desmesura de aquello por realizar con relación a la re­ presentación que el sujeto tiene de sus posibilidades. Reconocerse el derecho a pensar es una condición ne­ cesaria para el funcionamiento del yo, pero ejercer ese derecho presupone la renuncia a encontrar a alguien que garantice lo verdadero y lo falso. El descubrimiento de que el discurso puede ser porta­ dor de verdad o de mentira es tan fundamental como el descubrimiento de la diferencia de los sexos (Aulagnier, 1979). Sólo a este precio puede el sujeto cuestionar al Otro y cuestionarse sobre quién es yo, sobre la definición de la realidad que el discurso ofrece y sobre la intención que anima al discurso del Otro y de los otros. Para cuestionar es necesario que el discurso materno acepte ser cuestiona­ do y que se reconozca un referente que ningún sujeto sin­ gular puede encarnar y al que todo sujeto puede apelar. La madre inviste el pensamiento de su hijo en tanto acepta la alteridad del niño (Bleichmar, S. 1993). Si reco­ noce que no siempre sabe lo que el hijo piensa, el pensa­ miento del niño puede obtener una prima de placer. 0 placer de pensar sólo es posible si el pensamiento aporta la prueba de que no es la simple repetición de un ya pen' sado.

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E L PENSAMIENTO: LO INTELECTUAL Y LA INTELECTOAl.IZACION

El pensamiento se opone a la desligadura de lo tanatico, es un resultado sublimado de Eros cuya meta, “es producir unidades cada vez más grandes, y así conser­ varla; o sea, una ligazón”. En oposición a la pulsión de muerte, cuya meta es “disolver nexos y. así. destruir las cosas del mundo” (Freud. 1938a). Los procesos de pensamiento están al servicio de la pulsión de vida,' ya que su función es básicamente de li­ gazón. Parece verosímil que esta energía indiferente y despla­ zare, activa tanto en el yo como en el ello, provenga del acopio libi dinal narcisista y sea, por ende, Eros desexualizado. Es que las pulsiones eróticas nos parecen en general más plásticas, desviables y desplazables que las pulsiones de destrucción. Y desde ahí uno puede continuar diciendo, sin compulsión, que esta libido desplazahle trabaja al servi­ do del principio de placer a fin de evitar estasis y facilitar descargas (Freud, 1923). Definimos el proceso primario en los registros energé­ tico (tendencia a la descarga, movilidad de la energía), representacional (condensación, desplazamiento) y categorial (ausencia de negación, de duda o de grado alguno

3. ¿Cuáles son las cuestiones metapsicológicas que conciernen a una teoría del pensamiento en nuestra práctica?: “Qué quiere decir pensar, bajo qué condidones semejante actividad resulta posible y pensable son cuestiones que comienzan a ocupar el Frente de la esce­ na. Por rierto que queda por recorrer un largo camino, pero nos pare­ ce un buen augurio para el futuro de nuestra disciplina comprobar que, lejos del ruido de las nuevas modas o del taciturno machaqueo del dogma, comienza a d esairarse una vía a la cual, efectivamente, sólo la obra de Freud podría conducimos. Pero que él mismo no habia aún recorrido (Aulagnier, 1 9 8 6 1

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de certidumbre, no sometimiento a los datos del espacio y tiempo). Lo mismo hacemos con el proceso secundario: la energía se encuentra ligada: las representaciones son investidas en forma más estable y la satisfacción es apla­ zada. posibilitando experiencias mentales que ponen a prueba las distintas vías de satisfacción hasta lograr la acción específica. El pensamiento es el paradigma del funcionamiento con energía ligada, que asocia la elevada carga que supone la atención con el desplazamiento de pequeñas investiduras que lo posibilitan. E l p e n sa r es un o b rar ten tativ o con pequeños volúmenes de in v estid u ra, sem ejan te a los d esp lazam ien to s de peque­ ñ a s figu ras sobre el m ap a, an te rio re s a que el g en eral pon­ ga en m ovim iento su s m a s a s de tro p a (F re u d , 1 9 3 2 ).

La implicación del pensar en la estrategia de placerdisplacer es el reflejo de la estrategia general de Eros. Si e s ta en erg ía de desp lazam iento es libido desexuaüzada, es lícito llam arla tam b ién sublim ada, pues seg u irá per­ severan d o en el propósito principal de E ro s, el de unir y ligar, en la m edida en que sirve a la producción de aquella u n icid ad por la cual - o p or pugna h acia la c u a l - el yo se dis­ tingue. Si incluim os los procesos de p en sam ien to en sentido lato en tre esos desp lazam ientos, en ton ces el trab ajo de pen­ s a r - é s t e ta m b ié n - es sufragado por un a sublim ación de fuerza pulsional eró tica (F reu d , 1 9 2 3 ).

Para Green (1990b) una teoría del pensamiento debe articular diversas problemáticas:1

3. La ligazón en su nexo con la desligazón. Representar es ligar, pero pensar es re-ligar las representaciones. 4. La abstracción. Es el carácter más específico del pen­ samiento. Supone una “depuración” de los derivados pulsionales y de su carga afectiva, requiere el “trabajo de lo negativo” cuyas consecuencias son a la vez econó­ micas y simbólicas. Sin estos cuatro parámetros ¿cómo explicar el pasaje de los representantes de la pulsión hacia la abstracción? La abstracción instaura una discontinuidad mediante la “alucinación negativa'’ que permite explicar esa muta­ ción. El pensamiento debe alejarse de los derivados pul­ sionales pero no tanto que pierda contacto con sus raíces afectivas que le confieren su peso de verdad. Entre los retornos de lo reprimido, Freud diferencia los conformes al yo u opuestos a él. El conflicto es estruc­ turante de la vida psíquica, pero en el campo sublimatoriu hay cooperación entre los sistemas. Para ello se requiere: Q ue la m oción incon cien te pueda o p e ra r en el m ism o se n ­ tido que u n a de la s asp iracion es dom in an tes. L a represión queda can ce la d a p a ra e ste caso, y la activid ad rep rim id a se ad m ite como refuerzo de la que e stá en la intención del yo. P a r a e s ta ú ltim a, lo inconciente p a sa a se r u n a constelación acord e con el yo, sin que e n lo d em ás se modifique p a ra n a ­ da su represión. E l éxito del Ice en e s ta cooperación es inn e­ gable; la s asp iracion es refo rzad as, en efecto, se com portan d iversam en te que las n orm ales, h abilitan p a ra un ren d i­ m iento p a rticu la rm e n te consum ado y exhiben fren te a las contradicciones una re siste n cia sem ejan te a la que oponen, por ejemplo, los sín tom as obsesivos (F re u d . 1915c).

1. La frontera entre el adentro y el afuera. (En las orga­ nizaciones narcisistas la frontera está en cuestión). 2. La representación. La acción psicoanalítica privilegia la representación de los procesos psíquicos, intrasubjetivos e intersubjetivos.

Cuando los sistemas cooperan, el pensamiento crea: la búsqueda infantil ha sido derivada hacia objetos actua­ les. La racionalización, en cambio, es un pensamiento

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que no crea, un mecanismo defensivo, una evitación fóbica de lo pulsional que defiende al yo contra la irrupción de afectos lAvenburg, 1998). La intelectualidad, por su proximidad con la nocion de intelectualización -como mecanismo obsesivo-, es fácil­ mente dejada de lado por lo que pueda tener de defensivo al soslayar lo corporal: muchos artículos psicoanalíticos están destinados a definir la intelectualidad a partir de la intelectualización neurótica. Lo intelectual implica una búsqueda infantil y primitiva derivada hacia objetos ac­ tuales. La pulsión de saber en el trabajo intelectual está marcada por aquello que desde la infancia dejó como efec­ to un diálogo interiorizado con quienes supusieron deten­ tar el sujeto supuesto saber. Es necesario diferenciar la racionalización intelectualizante, en la cual el placer manipulatorio de las ideas procede del evitamiento fóbico de lo pulsional que defiende al yo contra la irrupción incon­ trolada (no sólo del afecto, también del pensamiento), de la intelectualidad y la búsqueda de saber que la caracte­ riza pero que obedece a una trayectoria diferente. La relación sublimada, aquella donde el objeto de pensamiento es deseado por sí mismo, por la parte de verdad que él revela y no para imponer al otro la verdad en un lazo de rivalidad mortífera, supone una negocia­ ción del narcisismo. La experiencia del encuentro con el pensamiento de otro puede, en ciertas condiciones, ofre­ cer un ejemplo de placer sublimado en la actividad dis­ cursiva. En estos casos, la comunicación reposa sobre un juego identificatorio donde los límites del narcisismo son sobrepasados en provecho de un placer compartido (Green, 1983). En tanto que no se limita a “reproducir" la percepción por el recuerdo sino que modifica las huellas de lo perci­ bido mediante la puesta en escena del deseo, la represen­ tación de objeto proporciona al aparato psíquico un doble 200

trabajo de elaboración, construcción y deconstrucción, que desde entonces mediarán su relación con el mundo interior y el mundo exterior. La permeabilidad entre distintos estratos psíquicos y la movilidad del investimiento libidinal con el placer con­ siguiente es lo que mejor caracteriza el movimiento pro­ pio de la actividad de pensamiento.

IDEALIZACIÓN. IDENTIFICACIÓN E IDEAL DEL YO

Tanto la sublimación como la idealización son efectos de un trabajo de elaboración psíquica que separa la pul­ sión de sus primeros objetos y la conduce hacia otras di­ recciones. Idealización-sublimación. En la idealización se produ­ ce un vaciamiento narcisista a expensas de un objeto ex­ terno sobreinvestido. En la sublimación el yo renuncia al anhelo de hallar lo ideal en el exterior. En la idealización sólo hay modificación del objeto mientras que la sublimación concierne a la pulsión en su totalidad. En la idealización el objeto es investido con li­ bido narcisista y “sirve para sustituir un ideal del yo pro­ pio no alcanzado. Se ama en virtud de perfecciones a que se ha aspirado para el yo propio y que ahora a uno le gus­ taría procurarse, para satisfacer su narcisismo por este rodeo”; el yo se vuelve más modesto “al par que el objeto se hace más grandioso y valioso; al final llega a poseer to­ do el amor de sí mismo del yo, y la consecuencia natural es el autosacrificio de éste. El objeto, por así decir, ha de­ vorado al yo”. Esto es más notorio en el caso de “un amor desdichado, inalcanzable.” La entrega del yo al objeto es patente tanto en el enamoramiento como en “la entrega sublimada a una idea abstracta" íFreud, 1921). Idealización e identificación. En la idealización hay empobrecimiento narcisista. E n la identificación, “el yo 201


se ha enriquecido con las propiedades del objeto”. En la idealización se preserva el objeto externo sobreinvestido. En la identificación hay ausencia de objeto que, por ser perdido, se restablece en el yo. En la idealización “el obje­ to se ha puesto en el lugar del ideal del yo”. La idealiza­ ción puede llevar al sujeto a la catástrofe identificatoria si se produce una proyección masiva e irreversible del ideal del yo sobre el objeto. El idealizante se desprende de todo su narcisismo en favor del objeto. En la identifica­ ción, en cambio, es el yo el que asume el lugar del objeto. Haber interiorizado un sistema de ideales mediante el cual los objetos idealizados han devenido intrapsíquicos preserva frente a un posible vaciamiento narcisista. La idealización perpetúa una forma regresiva de vínculo con los objetos. Una decepción óptima respecto del objeto idealizado permite que se retire del objeto su investi­ miento narcisista. La identificación con lo idealizado ge­ nera un ideal del yo que pasa a cumplir las funciones que previamente cumplían los objetos idealizados. Un sujeto que no ha podido desidealizar es un sujeto “hambriento de ideal” (Kohut) que elegirá siempre objetos que suplen la carencia narcisista propia de fallas en la “internalización transmutadora”.4 Ideal e idealización. La idealización es síntoma de un duelo no elaborado y evidencia el fracaso en modificar las relaciones de objeto primordiales. El ideal, en cambio, es constitutivo del narcisismo trófico imprescindible para que se establezcan proyectos. La sublimación indica qué relación tiene un sujeto con los ideales. La idealización genera inhibiciones o aliena­ ción, siempre que aparezca un objeto real que encarne el ideal (idealización). La idealización cuya instancia es el yo-ideal se diferencia de los ideales que se liberan de la omnipotencia y que implican la aceptación de la castra4. Véase el capitulo 16.

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ción en el registro identificatorio, así como una dimen­ sión de temporalidad. La idealización puede alojarse en el yo, en el fin de la pulsión o en el objeto iRosolato 1978). Del lado del yo, la exigencia de potencia y de perfec­ ción toma forma con el yo ideal. (Kohut describió su as­ pecto clínico: el se//'grandioso.) El yo puede funcionar con una autonomía sospechosa o por una relación de fusión que debe garantizar la permanencia del sistema protec­ tor. Cualquier falta produce un colapso narcisista. Cuando hay labilidad narcisista, las decepciones provocan enor­ mes oscilaciones del tono afectivo por la falta de un sis­ tema de representaciones del yo que amortigüen lo traumático. En pacientes con un sistema narcisista más complejo, las frustraciones narcisistas generan autocríti­ cas más precisas y más localizadas, en las que predominan los componentes cognitivos y no acarrean un cuestionamiento global del yo. Del lado del fin de la pulsión se ofrecen dos caminos: el éxtasis y la exaltación. El éxtasis apuesta a evitar el sufrimiento desinvistiendo a los objetos y a la realidad, aspirando al descenso máximo de la tensión (nirvana). Corresponde a los estados de vacío y a la anestesia afec­ tiva. Se habla de ello como narcisismo de muerte. En la exaltación, propia del narcisismo expansivo, hay desbor­ de. invasión del objeto. Se trata de obtener la máxima tensión." Cuando se activa la ilusión, se abandona siquiera par­ cialmente el examen de realidad. Prevalece el represen­ tante del ideal del yo: el grupo íntegro o su jefe. Es lo que ocurre en el enamoramiento y en la hipnosis..., y en la si5. Freud enfatiza más la retracción narcisista que la expansión. Hacia el final de su obra, en E l malestar en la cultura, el análisis del sentimiento oceánico indica la coexistencia del sentimiento de identi­ dad, que implica los limites territoriales del yo, con la tendencia a la fusión.

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tuación analítica cuando la contra transferencia hace que el analista se convierta en el depositario vitalicio del nar­ cisismo del analizado, que en él ha proyectado el ideal del yo. En la idealización del objeto predomina el narcisismo proyectivo: el objeto es soporte de la expansión narcisista. La idealización apunta a crear un estado aconflictual donde no hay carencia. En La violencia de la interpretación. Aulagnier se ocu­ pa de la violencia simbólica que ejercen la madre sobre el infans y los analistas sobre los pacientes. Lina violencia excesiva (violencia secundaria) convierte el amor de transferencia necesario para que haya análisis en pasión de transferencia. Los destinos del placer (título de su se­ gundo libro) son el amor, la pasión y la alienación. Son destinos del placer, desde luego, en la vida cotidiana, pe­ ro también vicisitudes posibles de la práctica analítica.

ALIENACIÓN: VICISITUD TANATICA DE LA IDEALIZACION

Poder ejercer un derecho de pensamiento, reconocerse el derecho a pensar lo que el otro no piensa y lo que no sahe que uno piensa, presupone la renuncia a encontrar en la escena de la realidad una voz que garantice lo ver­ dadero y lo falso. Asimismo implica el duelo por la certe­ za perdida. Tener que pensar, tener que dudar de lo pensado, tener que verificarlo: tales son las exigencias que el yo no puede soslayar (Aulagnier, 1979). La duda es el equivalente de la castración en el regis­ tro del pensamiento. Mediante la duda, el investimiento de la voz que enuncia se separa del investimiento del enunciado y de la información que se recibe o que se des­ cubre. El investimiento de una idea ya no puede ser fun­ ción del enunciante sino de la verdad o de la falsedad que ella enuncia. 204

El yo. en adelante, no se limita a aceptar una idea o rechazarla en nombre del placer o del sufrimiento que re­ sultaría de ello ni tampoco porque ame o deteste la voz que lo enuncia: esta voz conservará su investimiento, pe­ ro sus enunciados serán sometidos a la prueba de lo ver­ dadero o de lo falso. Se instituye una instancia tercera, que evitará situaciones duales y desempeñará el papel de garante. Cuando esta instancia se anule (fugaz o lar­ gamente) habrá alienación. Si sólo es verdadero lo que enuncia la voz idealizada, el sujeto no puede ser autogarante de ninguno de sus deseos, de sus padecimientos, de sus proyectos. La alienación es una situación relacional en la que el sujeto remite la totalidad de sus pensamientos al juicio exclusivo de otro. Implica una renuncia del yo a todo de­ recho de juicio sobre su propia actividad de pensar. Es el límite extremo que puede alcanzar el yo en la realización de un deseo de abolir las situaciones de conflicto y de su­ frimiento. Concreta de tal manera una tentación siempre presente: volver a hallar la certeza excluyendo dudas y conflictos. Alienado o apasionado, el sujeto huye del conflicto ilu­ sionándose con que el objeto alienante o el objeto de la pa­ sión lo excluye de la posibilidad de sufrimiento psíquico. Quizá ningún yo renuncia en todo momento y para siempre a la ilusión de idealizar a otro que pueda encar­ nar su imagen idealizada. Ese otro, sea un sujeto, un grupo, un texto, genera un fenómeno de alienación. Eso le otorga al sujeto la ilusión de que posee la verdad y de que al repetirla y retomarla por su cuenta se encuentra entre los elegidos que la detentan. La alienación asi pro­ ducida pone fin al pensamiento propio. Pensar es crear y no repetir. Cuando la capacidad de pensar es parasitada, hipotecada por la idealización de un otro o de un discurso al que se le atribuye función de sa­ ber absoluto, lo ocurrido no es sino una regresión, pues 205


no se ha logrado el reconocimiento de que no hay saber absoluto, reconocimiento que vuelve legítima la aspira­ ción a saber. La idealización amputa, amedrenta, anonada, despo­ ja. intimida, cercena, inhibe, somete, paraliza. Para de­ cirlo todo, aliena. El deseo de no tener que pensar es la victoria de la pulsión de muerte que convierte el pensa­ miento en una actividad ecolólica, estereotipada, mimetizada con lo idealizado.

15. YO IDEAL E IDEAL DEL YO: CREENCIA Y CREACIÓN*

"NO CREO EN MI NEUROTICA": DEL TRAUMA A LA REALIDAD PSÍQUICA

Freud. en 1896. ante un auditorio hostil, convencido del traumatismo sexual y de su papel en la etiología de la neurosis, presenta un estudio de conjunto: Formulo entonces esta tesis: en la base de todo caso de histeria se encuentran una o varias vivencias —reproduci­ dles por el trabajo analítico, no obstante que el intervalo pueda alcanzar decenios—de experiencia sexual prematura, y pertenecientes a la tempranísima niñez. Estimo que ésta es una revelación importante, el descubrimiento de un ori­ gen del Nilo de la neuropatología. Muy pronto, en la carta 139. del 21 de septiembre de 1897, transmitirá su desilusión: “No creo más en mi neu­ rótica". A partir de su quehacer terapéutico y su autoa­ nálisis abandona la teoría traum ática que privilegiaba la escena real de seducción que evocaban sus histéricas. Es ' Texto escrito en septiembre de 19.07, en ocasión de cumplirse cien años de la carta 139 i una verston resumida fije publicada en Pa­ g i n a / 12). 206

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decir, no cree que haya sido real esa seducción infantil de que se quejaban las mujeres adultas. Quisieron ser sedu­ cidas. Fantasearon serlo. Quizá este Nilo no tenga origen. O quizá tenga otro origen. Freud está a las puertas de otra causalidad. Mientras tanto, descubre en sí mismo un mundo fantasmático. dantesco: no sólo ama a la madre más allá de lo razonable, sino que también odia al padre en forma in­ quietante. Edipo. la obra de Sófocles, le da un referente y un sosiego a esas inquietantes vivencias. Las escenas de seducción evocadas no guardan rela­ ción directa con traumas reales. Descubre una suerte de leyes de fases en la evolución de la libido. Evolución en­ dógena. La teoría del traumatismo apenas si sigue vigente en un pequeño sector nosográfico: las neurosis traumáti­ cas. La renuncia al factor exógeno lo lleva a pensar en una sexualidad infantil espontánea: estadios evolutivos, fija­ ción (concebida como inhibición del desarrollo y regre­ sión genética). Freud no logra articular el Edipo con la sexualidad infantil en 7Yes ensayos de teoría sexual. El interés de Freud se polariza hacia el interior, lo pulsional. Pero estas fuerzas interiores no son sino efecto de un exterior que definió dentro de un campo de potencialida­ des -perversidad polimorfa del niño- la especificidad de la organización pulsional. Los síntomas dejan de ser comprendidos como efecto lineal de las experiencias sexuales infantiles, el trauma cede lugar a la fantasía que está inscrita en un universo simbólico que ubica y valoriza cada acontecimiento. Ya no se tratará más de un exceso de carga afectiva produ­ cida por un acontecimiento.1 La subjetividad se constru­ 1 L a teoría de la seducción, presente al comienzo de la obra freodiana, dejará lugar a otra, que podra dar cuenta del origen de la sexualidad no en base a hechos traumáticos contingentes, sino a a»

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ye desde esos otros primordiales que inevitablemente ejercen una violencia simbólica. Abandonar la teoría traumática lo obliga a una nueva interpretación. Toda interpretación supone proponer una nueva causalidad. Interpretar implica organizar la pro­ blemática según un centro de gravedad que cambie el or­ den y el tipo de relaciones. La hipótesis de una etiología exógena fue reducida, no eliminada. Abandonó su “neurótica” sustituyéndola por una interpretación más crítica de la relación de la vida psíquica con el mundo exterior, jerarquizando la modali­ dad en que los sujetos interpretan y fantasmatizan lo vi­ vido. Este abandono se transformó en un “triunfo” al reconocer el mundo fantasmático. Los “embellecimien­ tos” y “sublimaciones" de la fantasía ya no eran tanto adornos por demoler cuanto revelaciones de una forma diferente de actividad psíquica y su legalidad: la del pro­ ceso primario. Al reconocerle Freud a la fantasía una di­ mensión activa, la psiquis ya no es concebida como un espejo de la realidad objetiva.

DEL YO IDEAL AL IDEAL DEL YO

Luego de enumerar los factores que le exigen abando­ nar la teoría traumática escribe: Influido por todo ello, me dispuse a una doble renuncia: a la plena solución de una neurosis y al conocimiento cierto de su etiología en la niñez. Ahora no sé dónde estoy pues no he

sistema de relaciones. La realidad psíquica remite a los primeros la­ zos afectivos con el mundo, al lugar que el niño vino a ocupar en la es­ tructura familiar, a cómo fue deseado, a ios anhelos e ilusiones que fueron proyectados sobre él Desde la primer mamada, el niño incor­ pora un complejo mundo simbólico. 209


alcanzado la inteligencia teórica de la represión y su juego de fuerzas. Parece de nuevo discutible que sólo vivencias poste­ riores den el impulso a fantasías que se remonten a la niñez, con lo cual el factor de una predisposición hereditaria recu­ pera un imperio del que me había impuesto como tarea de­ salojarlo -en interés del esclarecimiento total de la neurosis. Esa decepción no afecta su proyecto: Si estuviera desazonado, confuso, fatigado, dudas así se interpretarían como fenómeno de debilidad. Pero como mi estado es el opuesto, tengo que admitirlas como el resultado de un trabajo intelectual honesto y vigoroso, y enorgullecerme de ser capaz de semejante crítica después de semejante profundización. ¿Y si estas dudas no fueran sino un episo­ dio en el progreso hacia un conocimiento más amplio? Es además notable que falte todo sentimiento de bochorno.23 En esta carta, el ideal ejerce la función de anticipación a sí mismo, sin el cual se derrumba el proyecto identificatorio. El yo actual no es visto por un superyó hipercritico, sino por un superyó benévolo que ve amorosamente la distancia entre el yo y el ideal del y o / A partir de la decepción edípica, el ideal se ubica más allá del yo actual; la herida narcisista produce una fisu­ ra que separa al yo del ideal y proyecta un encuentro con él sólo en el porvenir. En el ideal, la pérdida de objeto dimensiona el pasado como falta. Se convierte en la distan­ cia que separa el futuro del presente. El yo no es el ideal pero ha de serlo: el ideal del yo se genera de un no ser y aspirar a tener, lo cual implica una 2. Se esbozan las propuestas fundamentales del pensamiento freudiano, los conceptos en análisis son siempre revisables puesto que sólo se validan en el proceso de investigación. Sus propias elaboracio­ nes nunca tuvieron el carácter de un texto sagrado que suplantara la confrontación de los conceptos con la experiencia clínica. 3. Véase en el capítulo 13 el apartado concerniente al humor.

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separación entre el yo y el ideal, pero también que desde el ideal se invista narcisísticamente lo que se supone presente en estado potencial en el yo actual. La herida narcisista de no creer en su “neurótica” es neutralizada por un proyecto preservado: “No estoy desa­ zonado, confuso, fatigado". En el pensar, así como en el vivir, es necesario el investimiento anticipado del tiempo futuro. Freud anticipa un conocimiento ulterior como premio a un trabajo intelectual riguroso que no evita la autocrítica referida a lo pensado, pero no a lo pensante; referida a lo descubierto, pero no a lo por descubrir. Para la economía narcisista son necesarios tanto el in­ vestimiento del yo actual como el devenir de ese yo. Este “devenir" es aquello por medio de lo cual el yo se autoanticipa, lo que presupone su posibilidad de investir su pro­ pio cambio, su propia alteración. La carta concluye: Es además notable que falta todo sentimiento de bochor­ no, para el cual podría haber ocasión [...]. Pero ante ti y an­ te mí mismo tengo en verdad más el sentimiento de un triunfo que el de una derrota. Una derrota en cuanto a la ilusión de tener ya resuel­ ta su teoría de la neurosis, pero un triunfo en la medida en que perdura un proyecto de desentrañar, de esclare­ cer los fenómenos clínicos. Si bien su concepción etiológica de la neurosis está en retirada, su metapsicología se está inaugurando. Había escrito poco antes (carta 136): Eso fermenta en mi, no he llevado nada a término: con la psicología, muv satisfecho; en la neurótica (teoría de las neurosis) torturado por graves dudas, muv holgazán para pensar.

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Estas cartas testimonian la pulsión de saber de Freud y posibilita una identificación no con la letra de los tex­ tos sino con las exigencias que tenía de dar cuenta teóri­ camente de la realidad clínica; no esperaba de nadie -y mucho menos de un texto- la verdad revelada. El conoci­ miento de su obra debe evitar un fetichismo hermenéutico que supondría que en los textos ya está todo presente -aunque envuelto en las tinieblas de la preexistencia-en una especie de futuro anterior. Para analistas en formación, ésta debería ser la identificación primaria constitutiva a nivel teórico. No a Freud. sino al ideal científico, sustituyendo la idealiza­ ción por la identificación. La idealización perpetúa una forma regresiva de vínculo con el objeto. Es la perdurabi­ lidad de un yo ideal (el ideal del yo, en cambio, implica la aceptación de la castración en el registro identificatorio).4 Es frecuente que la pertenencia a una corriente o un grupo psicoanalítico sirva de soporte a un yo ideal. En ta­ les circunstancias, cualquier cuestionamiento es vivido como un ataque a referencias identificatorias que cum­ plen funciones narcisistas.

4. ¿Cómo pensar la historia de un analista? ¿Cómo se articula la historia infantil, la actual, sus filiaciones, sus prácticas, sus experien­ cias transferenciales y contratransferenrialcs y sus pertenencias ins­ titucionales? ¿Cómo lograr en la formación analítica identificaciones simbólicas para que las identificaciones posteriores permitan un de­ venir y no una m era prótesis? Freud y su obra deben constituir una identificación fundante que remite a una filiación simbólica. Si Freud deja de ser una referencia al origen o a la historia para ser un punto de llegada, se convierte en una identificación imaginaria, coagulada, cristalizada dando lugar a tuntas ortodoxias crispadas.

FIJACION NEUROTICA O FILIACION SIMBOLICA

Para que haya trabajo conceptual es necesario que se invista un proyecto, el que aparece postulado por Freud como "conocimiento ulterior”. Es el proyecto lo que de­ sencadena la energía libidinal y narcisista. No son las respuestas ya obtenidas la que satisfacen la pulsión del saber sino las preguntas aun por hacer. Las dificultades que aparecen en el proceso de investigación son contra­ tiempos necesarios. Freud se siente cómodo en su incomodidad investiga­ dora. No le preocupa conservar intacta cada pieza del edificio teórico, una totalidad instalada de una vez por todas, un saber cerrado llevado a su perfección última, en suma, un saber total y sin fallas. Se suele decir que Freud no tuvo padres teóricos, lo que es cierto si lo pensamos en el campo del psicoanáli­ sis, pero no le faltaron predecesores que -como marcas ideales— le indicaron un camino a seguir permitiéndole soportar la soledad teórica. Refiriéndose a Brücke y sus asistentes, reconoce Freud 11925a) que en su laboratorio halló sosiego “así como las personas a quienes podía res­ petar y tomar como modelos”. Su patrimonio incluía el legado de Goethe, Meynert, Charcot y Breuer, para citar las referencias más cercanas. Como todo analista después de él, está expuesto al des­ pliegue de un enigma interminable y convocado a eluci­ darlo por medio de construcciones “teóricas”, siempre fragmentarias e incompletas. Confronta la totalidad de lo psíquico, donde lo particular de cada historia mantiene indefinidas relaciones con los conceptos adquiridos (o construidos, en el caso de Freud) en su formación teórica. Un analista tiene derecho a privilegiar ciertas opcio­ nes teóricas, pero el análisis, ni en sesión ni en la teoría, es una práctica esotérica a menos que la elevación teoricista eluda la confrontación y que la enunciación asuma 213


la modalidad de la certeza poniendo el trabajo del analis­ ta al abrigo de cualquier interrogación. Los analistas que necesitan un saber dogmático para soportar la clínica suponen que el texto ha agotado el po­ tencial de verdad de la experiencia. En el saber dogmático, el texto se convierte en autoridad y genera una técnica de la exégesis cuyo efecto es sobrevalorar al glosador: "Quien en la polémica de las opiniones, invoca la autori­ dad. se vale de su memoria, no de su entendimiento" (Freud, 1910). Los interrogantes, la práctica clínica y los textos son la apoyatura de la pulsión de saber. El movimiento teóri­ co, como el deseo, tiene un deslizamiento metonimico que no debiera detenerse mediante la fetichización de ningún discurso (ni siquiera el de Freud). No pocas veces la de­ voción a Freud produce en su lector cierta abulia que lo conduce a circunscribir su ambición a sólo glosar su obra sin atreverse a pensar por sí mismo. Bu la obra de la ciencia sólo puede amarse aquello que se destruye, sólo puede continuarse el pasado negándolo, sólo puede venerarse al maestro contradiciéndolo iBachelard, 1948). El conocimiento de la obra de Freud consiste en la in­ corporación de su modalidad de interrogación y su inven­ tiva teórica. Sólo desde esta apropiación se toma factible pensar a partir de Freud (más lejos o más cerca de Freud). “No creo más en mi neurótica”: se refiere a lo ya crea­ do. Porque no cree puede crear. El no creer, el no q u e d a r fijado a lo ya dicho-ya escrito le permite crear, fantasear, teorizar.

16. EL SENTIMIENTO DE ESTIMA DE SÍ EN EL PSICOANALISIS CONTEMPORANEO

El examen de realidad consiste en distinguir entre percepciones internas y externas. Una representación es real cuando podemos reencontrar su objeto en el mundo exterior. “Lo no real, lo meramente representado, lo sub­ jetivo, es sólo interior; lo otro, lo real, está presente tam ­ bién ahí afuera” (Freud. 1925b). De ahí que, como a la representación interna del yo no corresponde ninguna percepción, sólo mediante procesos indirectos es posible efectuar el “examen de realidad” en lo que concierne a su consistencia o a su valor. En el capitulo 13 me ocupé de la relación del senti­ miento de estim a de sí con la sublim ación y todo proceso creativo. Freud (1914) lo definía como un com­ puesto: Una parte del sentimiento de sí es primaria, el residuo del narcisismo infantil; otra parte brota de la omnipotencia corroborada por la experiencia (el cumplimiento del ideal del yo), y una tercera de la satisfacción de la libido de objeto. La “omnipotencia corroborada por la experiencia” in­ cluye las realizaciones sublimatorias y su beneficio narcisista consiste en cumplir -parcialm ente- el proyecto que el ideal demanda.

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El sentimiento de estima de si es resultante de un de­ venir de las realizaciones acordes con la constelación de ideales que invisten narcisísticamente al yo así como del abanico vincular de los investimientos significativos. Los factores de la realidad que influyen en el sentimiento de si son -entonces- las satisfacciones libidinales y los lo­ gros acordes a metas y aspiraciones del ideal. ¿Cuáles son los elementos intrapsíquicos y externos que determinan el investimiento narcisista de la repre­ sentación del yo? El sentimiento de estima de si es inestable. Lo hacen fluctuar las experiencias gratificantes o frustrantes en las relaciones con otros, la sensación de ser estimado o rechazado por los demás; el modo en que el ideal del yo evalúa la distancia entre las metas y las aspiraciones, por un lado, y los logros y el éxito por el otro. Lo hacen fluctuar también las exigencias que el superyó ejerce so­ bre el yo: cuanto más estricto es el superyó, más dismi­ nuye la autoestima. Y lo apuntala la representación de objetos libidinalmente investidos que ratifican su amor al yo al proveer suministros narcisistas. La satisfacción pulsional directa, inhibida en su fin o sublimada, eleva el sentimiento de estima de sí, así como la representación de un cuerpo saludable y satisfactorio estéticamente se­ gún los valores que exige el ideal del yo. El investimiento narcisista es afectado por la pérdida de fuentes externas de amor, por presiones superyoicas exacerbadas, por la incapacidad de satisfacer las expec­ tativas del ideal del yo, por la frustración pulsional, por enfermedades o por cambios corporales indeseados. El impacto que en el yo producen las pérdidas o fracasos y sus consecuencias en su investimiento narcisista en cual"

quier área puede propagarse. En el duelo patológico, la pérdida narcisista suele estar reforzada porque la ambi­ valencia genera presiones superyoicas. Las diversas instancias que regulan el investimiento narcisista cons­ tituyen una organización compleja. Los aspectos punitivos del superyó intervienen en la regulación del sentimiento de estima de sí a través de la función esencialmente “negativa” de formular objeciones. El ideal del yo exalta la autoestima cuando el vo demues­ tra estar a la altura de sus demandas y expectativas. El narcisismo trófico depende de la relación entre las diver­ sas instancias junto con una buena integración del yo, del superyó, del ideal del yo y de las relaciones objétales internalizadas. Cuanto más profunda sea la distancia entre aspiraciones narcisistas y la representación del yo, más imperiosa será la necesidad de poner en obra una serie de recursos par-a disminuir esta separación. Se tra­ ta de la angustia ante la pérdida de amor del superyó. Los conflictos neuróticos perturban las realimentacio­ nes. Tanto un superyó severo como un yo empobrecido por el exceso de contrainvestiduras y disminuido en su capacidad de lograr transacciones satisfactorias alteran el sentimiento de estima de sí. La teoría psicoanalítica describe las vicisitudes de la autoestima según la relación entre el yo y el ideal del yo. El ideal del yo se convierte en el depositario de la omni­ potencia narcisista original y el yo disfruta de autoesti­ ma en la medida en que su representación de sí se acerca a su ideal. El ideal del yo contiene la suma de las identificaciones narcisistas con los padres, así como ca­ pas de identificaciones posteriores con hermanos, con­ temporáneos y adultos admirados. En aquellos casos en que la madre no amó al hijo pol­ lo que fue, sino sólo por lo que éste hacía, el refuerzo de la autoestima sólo podrá consumarse a través del hacer (Chasseguet-Smirgel, 1975).

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Todo lo que uno posee o ha alcan zad o, cad a resto del prj. nntivo sen tim ien to de om nipotencia corroborado por la ex p eriencia. contribuye a in cre m e n ta r el sen tim ien to de si.


La exagerada dependencia de fuentes externas de ,1 miración, amor y confirmación revela un déficit en 1* constitución del ideal del yo. * Freud observa que el amor no correspondido reduce 1 autoestima, mientras que el amor mutuo, correspondido la incrementa. Cuando el amor erótico se hace imposible debido a represiones graves o a un exceso de contrainves­ tidura, la autoestima disminuye. “La investidura libidinal de los objetos no eleva el sen­ timiento de sí (...] el que está enamorado está humillado" (Freud, 1914). Ahora bien, esta “limitación del narcisismo" no es sino aparente. Si fuera real, debería provocar afectos depresivos; nada de eso ocurre. David (1966) relaciona el duelo con el enamoramiento. Sólo la falta de reciprocidad aproxima el amor al duelo. El aumento de la autoestima en una relación amorosa satisfactoria ilustra la interde­ pendencia entre la libido narcisista y la libido objetal: am­ bas se fortalecen y complementan mutuamente.

KOHUT: UN CLÁSICO DEL NARCISISMO

Mientras que los trabajos más antiguos de Kohut in­ tentan complementar la teoría freudiana, su producción última —y la de sus seguidores— intenta reemplazarla postulando una línea narcisista de desarrollo indepen­ diente del desarrollo psicosexual y anterior a éste. Las fallas narcisistas hacen prevalecer las defensas de la supervivencia psíquica en relación con las de la pul­ sión. La alteridad constituye una amenaza cuando el otro no ha asegurado su función. Una madre “suficientemente buena logra que la alteridad no sea traumática. ¿Qué ha­ cer? ¿Pensar que tanto el objeto como el objeto del self son dimensiones paralelas? ¿Pensar que el objeto del self es una precondición para el acceso a la objetalidad, como lo intersubjetivo es una condición de lo Lntrapsíquico? 218

La línea narcisista de desarrollo -afirm a Kohut- es un derrotero separado, independiente de las vicisitudes pulsionales. Los traumas producidos en esta esfera -principalmente las deficiencias tempranas en el espejamiento empático y en las oportunidades para la idealiza­ ción- provocan trastornos específicos del sí-mismo. Kohut (1977) señala sus diferencias con Freud: Resumamos: el ello isexual y destructivo) y el superyó (inhibidor y prohibitivo i son elementos constitutivos del aparato mental del Hombre Culpable. Las ambiciones y los ideales nucleares son los polos del sí-mismo y entre ellos se extiende el arco de tensión que forma el centro de las acti­ vidades del Hombre Trágico. Los aspectos conflictuales del complejo de Edipo son el foco genético del desarrollo del Hombre Culpable y de la génesis de la psiconeurosis; los as­ pectos no conflictuales del complejo de Edipo constituyen un paso en el desarrollo del Hombre Trágico y en la génesis de los trastornos del sí-mismo. Las coneeptualizaciones de la psicología del aparato mental resultan adecuadas para explicar la neurosis estructural y la depresión culposa, esto es, los trastornos psíquicos y los conflictos del Hombre Cul­ pable. La psicología del sí-mismo es necesaria para explicar la patología del sí-mismo fragmentado (desde la esquizofre­ nia hasta el trastorno narcisista de la personalidad) y del sí-mismo vaciado (depresión vacía, es decir, el mundo de ambiciones sin imagen especular, el mundo vacío de idea­ les); en pocas palabras, los trastornos psíquicos y las luchas del Hombre Trágico. El sí-mismo está constituido por tres subinstancias: un polo del que emanan las tendencias básicas del poder y del éxito, otro constituido por las metas idealizadas bá­ sicas, y una zona intermedia -u n arco de tensión de ta­ lentos y habilidades básicas- que se ve “impulsada” por sus ambiciones y “guiada” por sus ideales. La organización bipolar del sí-mismo no refleja una vi­ vencia preconsciente. La experiencia subjetiva va más

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allá de lo consciente pero, en lo que respecta a la patolo­ gía narcisista, este más allá no es lo reprimido freudiano ni los conflictos de instancias sino otras defensas inconscientes más primitivas que se organizan en torno del mantenimiento del si-mismo. Según cuál haya sido su interacción con sus objetos el sí-mismo surge como una organización más o menos sa­ ludable. Variable es su coherencia: desde la cohesión has­ ta la fragmentación. Variable es su vitalidad: desde el vigor hasta el debilitamiento. Variable es su armonía funcional: desde el orden hasta el caos. Cuando cohesión vigor o armonía tengan un déficit significativo se produ­ cirá un trastorno del sí-mismo. Durante las primeras fases, el niño se relaciona con los demás como “objetos del sí-mismo”, que son esencia­ les para el mantenimiento de la cohesividad del sí-mismo y la regulación de la autoestima. Es en la matriz de un medio particular de objetos del sí-mismo donde, mediante un proceso específico de estructuración psicológica, lla­ mada “internalización tran sm u tad o s”, cristaliza el self nuclear del niño. Los “objetos del sí-mismo” son objetos vivenciados como partes del sí mismo. Son de dos tipos: los que confirman el sentido de vigor, grandeza y perfec­ ción del niño (objetos del sí mismo especular! y aquellos a los que el niño puede admirar y con los que puede fu­ sionarse como una imagen de serenidad, infalibilidad y omnipotencia (imagen parental idealizada). El “selfgrandioso’’y el “objeto idealizado omnipotente” son estructuras arcaicas que intentan resolver los tras­ tornos tempranos normales del narcisismo primario. Las idealizaciones arcaicas se transforman en la dimensión narcisista del superyó, asegurando el poder de sus valo­ res e ideales: el ideal del yo de Freud. En el desarrollo normal, a través del espejamiento empático y de la idealización parental, la grandiosidad y el exhibicionismo arcaicos son transformados en un “narci­

sismo sano", que se manifiesta en un si-mismo cohesivo, en la estabilidad de la autoestima y en el surgimiento de ambiciones, valores e ideales. En cambio, si hay fallas en el suministro del espejamiento y de la idealización, no se establece como corresponde la cohesión del sí-mismo y perduran la grandiosidad y el exhibicionismo arcaicos. En condiciones favorables, el sí-mismo grandioso pro­ vee al yo del combustible necesario para las ambiciones, así como la imago parental idealizada guía al individuo en sus proyectos. Si las frustraciones son óptimas y no traumáticas, se producen las organizaciones por las internalizaciones transmutadoras. En cambio, si se pade­ cen severos traumas narcisistas, el sí-mismo grandioso no se integra con el yo sino que es reprimido o disociado. De igual manera, si las desilusiones son traum áticas, la imago parental idealizada no es introyectada, sino repri­ mida o disociada. En un primer período, los desafíos predominantes tie­ nen que ver con el establecimiento de un sí-mismo firme y cohesivo, la preservación de la autoestima y la trans­ formación de las relaciones con los objetos del sí-mismo, de modo tal que se conviertan en otros separados. Si no se desarrollaron estructuras del sí-mismo más o menos estables, surgirán las estructuras defensivas y compen­ satorias reactivas ante esta falla. En cambio, sólo quie­ nes lograron desarrollar un sí-mismo cohesivo podrán padecer de las neurosis de transferencia en las cuales predomina el conflicto edípico. Mediante la frustración óptima, el objeto es reconoci­ do en su alteridad, resistente al narcisismo, pero tam ­ bién como fuente de deseo y de placer. La ausencia o no respuesta del objeto del self cuando sobrepasa la frustra­ ción óptima se transforma en hostilidad en relación con el otro. La angustia de desintegración es más profunda que la de castración y el complejo de edipo sirve para canalizar­ la, como en la primera teoría de la angustia de Freud. En

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las patologías narcisistas, la supervivencia prepondera sobre la resistencia a lo reprimido. El principio de pre­ servación del sí-mismo es una condición y la angustia de castración sólo toma su lugar primordial una vez que se logra un “self cohesivo”. Las angustias de desintegración y fragmentación tes­ timonian la dificultad de mantener un self cohesivo”, es decir, una representación y un funcionamiento en que el sí-mismo se percibe como una unidad en el presente y con sentimiento de continuidad temporal. Hay convergencia con Winnicott en lo que concierne al desarrollo, al self, a la psicopatología y a la cura. Para Winnicott, el self se forma y se integra en el yo gracias a los cuidados maternales. Esta constituido por partes que son unificadas gracias al ambiente facilitador. La madre refleja lo que ve y el niño, mirándose en esa mirada, va desarrollando un sí-mismo que se siente amado y recono­ cido tal como es; la actividad creadora ligada a la búsque­ da de sí permite lograr un verdadero self. Que el ambiente deba adaptarse a las necesidades del niño (Winnicott) tiene relación con las respuestas empá­ ticas apropiadas (Kohut) a la fase de desarrollo del nar­ cisismo del niño. Winnicott distingue entre la madre excitante y la que se adapta a las necesidades del niño, y eso anticipa la distinción de Kohut entre la madre como objeto y como objeto del self. Madre que asegura funcio­ nes de holding, handling y espejo (en Winnicott), y de es­ pejo, idealización v empatia (en Kohut). Pero el objeto transicional es un objeto arcaico del cual el niño debe vol­ verse independiente, mientras que el objeto del self se transforma pero permanece. El objeto transicional ase­ gura un pasaje hacia lo exterior. La noción de objeto del sí-mismo también resuelve la dualidad exterior-interior, ya que se trata de una experiencia interior ligada a un objeto externo vivido como todavía no separado del si mismo.

Los trastornos narcisistas suelen implicar perturba­ ciones en la autorrepresentación. Como el sentimiento de sí tiene que ser afirmado por el otro, una respuesta no empática o no confirmatoria del otro puede producir una sensación de vacío e, incluso, la descomposición del self. Esto trae como resultado la búsqueda de una ilusoria au­ tosuficiencia que entra en conflicto con el anhelo opuesto de rendir el self al otro, de confundirse con él, de ser es­ clavizado (Modell, 1984). La patología no es del narcisis­ mo sino de las estructuras del sí-mismo (deficiencias o estructuras defensivas», debido al investimiento narcisista deficitario. Kohut diferencia entre trastornos secundarios y pri­ marios del self. Los trastornos secundarios son las reac­ ciones de un sí-mismo estructuralmente ileso frente a las vicisitudes de la vida, a la enfermedad física y/o a las res­ tricciones impuestas por los síntomas e inhibiciones de las neurosis. Los trastornos primarios del sí-mismo asu­ men diversos grados. Si el sí-mismo ha perdido su inte­ gridad y carece de defensas que encubran la deficiencia, estamos en la clínica de la esquizofrenia. En los estados fronterizos, la desintegración del sí-mismo nuclear tam ­ bién es permanente, pero esa deficiencia está recubierta por estructuras defensivas relativamente eficaces. Otro subgrupo, el de los trastornos narcisistas de la conducta, se caracteriza por el predominio de conductas perversas, delictivas o adictivas. En los trastornos narci­ sistas de la personalidad predominan el debilitamiento o distorsión seria del sí-mismo manifestada por síntomas tales como la hipersensibilidad a los desaires, hipocon­ dría o depresión. En estas dos formas de trastornos nar­ cisistas (de la conducta y de la personalidad) se producen las transferencias narcisistas (con un objeto-del-si-misTttoi y su elaboración constituye el núcleo del proceso analítico. Son entonces analizables.

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Kohut distinguió otros síndromes. Las personalidades hambrientas de espejo requieren objetos del sí-mismo que respondan con admiración y confirmación. Los hambrien­ tos de ideal buscan personas a las que admirar por su prestigio, poder, belleza, inteligencia o virtudes morales; sólo se sienten valiosos vinculados a personajes idealiza­ dos. Los que anhelan la fusión, por la fluidez de los lími­ tes entre ellos y los demás, requieren fusionarse a objetos. Tal necesidad interfiere en su capacidad para discriminar sus pensamientos, deseos e intenciones de los del objeto del sí-mismo. Puesto que experimentan al otro como par­ tes de sí les resulta difícil tolerar su independencia. Son especialmente vulnerables a las separaciones y exigen la presencia continua del objeto del sí mismo. Las personalidades que evitan el contacto no se aíslan por desinterés sino, al contrario, por un interés demasia­ do intenso, que los vuelve muy sensibles al rechazo y te­ merosas de quedar absorbidas por su necesidad de apego. Las dos variantes, las personalidades esquizoides y paranoides, para mantenerse a una distancia emocional segu­ ra emplean el distanciamiento mediante la frialdad y la superficialidad emocionales y mediante la hostilidad y la suspicacia respectivamente. Así se protegen de una frag­ mentación prolongada, un debilitamiento o una seria dis­ torsión del sí-mismo. En los trastornos narcisistas ya no enfrentamos los re­ sultados patológicos de conflictos entre estructuras intac­ tas, sino que las estructuras del sí-mismo son deficientes. Kohut (1977) diferencia entre estructuras defensivas y compensatorias: Utilizo el término estructura defensiva cuando su fun­ ción única o predominante es la de encubrir la deficiencia primaria en el sí-mismo y hablo de estructura compensato­ ria cuando, en lugar de limitarse a recubrir una deficiencia en el sí-mismo, la compensa; luego de sufrir un desarrollo 224

propio, trae consigo una rehabilitación funcional del si-mis­ mo al compensar la debilidad en uno de sus polos a través del fortalecimiento del otro. El analista actuando como objeto del sí-mismo (en el contexto de las inevitables transferencias especulares e idealizadoras), permite que se retome el desarrollo, trau­ máticamente interrumpido, de la estructura del sí-mismo. El paciente utiliza al terapeuta como objeto del sí-mismo sustitutivo de sus estructuras psíquicas deficientemente desarrolladas. Kohut entiende las transferencias narcisistas como intentos de paliar un déficit de los objetos originarios. Su meta terapéutica es develar las relaciones entre frustra­ ción narcisista, agresividad y reactivación de demandas narcisistas en la relación transferencial. En los análisis de pacientes con trastornos narcisistas de la personalidad, observamos la reactivación (en la forma de transferencias de tipo objeto-del-sí-mismo) de intentos de construir estructuras que se vieron frustrados en la infancia. Nuestras conclusiones sobre las formas específicas en que ese tipo de construcción tiene lugar en la infancia a través de intemalizaciones trasmutadoras se funda, por ende, en la hi­ pótesis de que las transferencias de tipo objeto-del-sí-mismo durante el análisis son, en esencia, una nueva edición de la relación entre el sí-mismo y sus objetos-del-sí-mismo en la vi­ da temprana (Kohut. 1977). El análisis debe facilitar la transformación de las for­ mas de narcisismo arcaicas en otras más maduras. Un analizando reactiva necesidades para las que no encontró respuesta en la interacción deficiente específica entre el self inicial y sus objetos del self, estableciendo una transferencia del tipo objeto-del-sí-mismo. El proceso analítico logra la curación compensando las deficiencias en la estructura del sí-mismo a través de la 225


transferencia de tipo objetodel-si-mismo y la internaliza, cion transmutadora. [...| La finalización exitosa del análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad se ha alcan­ zado cuando se ha establecido y elaborado una fase adecua­ da de terminación, cuando el sí-mismo nuclear previamente debilitado o fragmentado del paciente -sus ambiciones e ideales nucleares en cooperación con ciertos grupos de ta­ lentos y aptitudes- se ha visto suficientemente fortalecido y consolidado como para funcionar como una unidad más o menos autopropulsora. autodirígida y autosustentada que proporciona un propósito central a su personalidad y confie­ re una sensación de sentido a su vida (Kohut, 19771. Kohut encontró que las expectativas, necesidades, exi­ gencias y fantasías se agrupaban alrededor de dos tipos de vínculos transferenciales. En la “transferencia espe­ cular” se busca la aprobación, la admiración y el refuer­ zo de su autoestima. En la “transferencia idealizadora” los pacientes se apegan al analista, al que ven como un ser omnipotente y perfecto, para participar de esa gran­ deza y perfección. Estas expectativas y necesidades, cuando se consideran satisfechas, brindan al paciente co­ hesión, vitalidad y autoestima, así como las desilusiones generan “rabia narcisista”. Kohut reconstruyó los traumas Infantiles que dieron origen a esas organizaciones defensivas. Postuló que la transferencia especular estaba relacionada con el “selfgrandioso” infantil y que la idealizadora lo estaba con la “¡mago parental idealizada”. En la transferencia especu­ lar se revive la necesidad de una fuente de aceptaciónconfirmación a la que el objeto-del-sí-mismo respondió de manera deficiente; en la transferencia idealizadora, se reactualiza la necesidad de fusión con una fuente de for­ taleza y serenidad; en la especular, convertir el narcisismo arcaico en una forma más madura implica una regula­ ción más estable de la autoestima; en la idealizadora, esta transformación permite el autocontrol por la “intérnale zación transmutadora” de los valores y los ideales. La 226

meta del análisis es la reactivación de las transferencias narcisistas para permitir un desbloqueo de las estructu­ ras detenidas en el desarrollo. Las transferencias narcisistas difieren de la transfe­ rencia neurótica en el hecho de que el analista es utiliza­ do respecto de necesidades narcisistas de idealización o confirmación de sí (espejo). Son movilizaciones de confi­ guraciones arcaicas. Postularlas es postular a la vez que pasa a ser analizable una franja de sujetos que antes no lo era. La “empatia”, tal como es definida por Kohut, es un modo de escucha que va más allá de la identificación: no se trata de reconocerse en el otro, ni de que el psicoana­ lista se pregunte qué haría o sentiría en su lugar, sino de aprehender su punto de vista subjetivo. El psicoanalista forma parte de aquello que observa, no es una pantalla de proyección sino un lazo arcaico. Las interpretaciones “clásicas” no tienen efecto en pacientes que se sienten he­ ridos e incomprendidns. El analista será utilizado como función y no como objeto de proyección. Esa utilización, más que ser un obstáculo, es una manifestación de la problemática del paciente, al que no se lo debe frustrar sino satisfacer en su demanda.

KERNBERG: UN AUTOR LÍMITE

Para Kemberg, un sí-mismo integrado se caracteriza por una vivencia integrada a través del tiempo y en las diversas interacciones con los objetos. La mayor investi­ dura del sí-mismo supone una mejor capacidad de amar, sublimar y crear. A la inversa, los duelos, los fracasos en el cumplimiento de metas o aspiraciones yoicas, las en­ fermedades físicas o las presiones supervoicas excesivas disminuyen el investimiento libidinal del sí-mismo. Difiere de Kohut por la importancia que le atribuye al sustrato paranoide: considera la desconfianza, la voraci227


dad, la ira y la culpa causas básicas y no fenómenos reac­ tivos. Privilegia la envidia que subyace al aparente desprecio respecto de los otros.' Estoy en desacuerdo [con Rosenfeld] con su hipótesis de que la envidia es una manifestación de un instinto de muer­ te innato y con su tendencia a interpretar los conflictos narcisistas como si reflejaran casi exclusivamente desarrollos en el primer año de vida. También con su suposición de que las personalidades narcisistas niegan la separatividad en­ tre el si-mismo y el objeto. Niegan las diferencias entre el sí-mismo y el objeto pero no la separatividad; sólo en las es­ tructuras psicóticas si encontramos una pérdida real de di­ ferenciación sí mismo-objeto iKernberg, 1986). Kernberg diferencia cinco niveles de perturbación narcisista. 1. En las neurosis de transferencia y de carácter los con­ flictos neuróticos obstaculizan las relaciones con las instancias psíquicas, aumentando la presión superyoica y disminuyendo la capacidad sublimatoria. 2. En algunos casos de homosexualidad, el sí-mismo adopta las características de un objeto internalizado patógeno, con cierta indiscriminación entre las repre­ sentaciones objétales y los objetos externos. 3. En las personalidades narcisistas el vínculo ya no se establece, entre el sí-mismo y un objeto, sino entre un

1 Kernberg señala sus diferencias con Rosenfeld. quien había pro­ puesto un “narcisismo destructivo": centrado en las relaciones de objeto narcisistas caracterizadas por la omnipotencia y en la prepon­ derancia de la identificación provectiva. La omnipotencia se manifies­ ta en la utilización de los otros, la negación de cualquier dependencia, la vulnerabilidad en las relaciones afectivas y la envidia. Para Rosen­ feld. el narcisismo es una defensa ante el instinto de muerte y la en­ vidia innatos. 228

sí-mismo grandioso patológico y su proyección sobre los objetos. En estos tres niveles, el sí-mismo se preserva integra­ do aun cuando permanezca fijado a una etapa infantil. 4. Las personalidades fronterizas carecen de un si-mismo integrado y tanto las representaciones del sí-mismo como la de los objetos están disociadas. Sus vínculos son inestables. 5- En los cuadros psicóticos, la representación del simismo y la de los objetos están fusionadas. Los borderline se caracterizan por síntomas de debili­ dad yoica, predominio del proceso primario y operaciones defensivas específicas, que Kernberg aborda desde la perspectiva de las relaciones de objeto internalizadas. El paciente borderline tiene dificultades para integrar las introvecciones e identificaciones positivas y negativas. Presenta una falla mayor en cuanto a la integración del si-mismo, lo que acarrea mayor impulsividad, mayor ten­ dencia a la acción, inestables relaciones con los otros e im­ posibilidad de estar solo, manifestaciones psicóticas en ciertas circunstancias, tendencia a los trastornos de iden­ tidad y a conductas autodestructwasy heterodestructivas. La predominancia de identificación proyectiva y escisio­ nes debilita la diferenciación entre el sí-mismo y los obje­ tos externos. Desde el punto de vista genético-dinámico, Kernberg destaca la importancia de las fijaciones orales.2 Subraya la falta de empatia y de relaciones que no sean las desti­ nadas a cumplir funciones narcisistas. El narcisismo de­ fiende de los sentimientos destructivos hacia aquellos de los cuales se podría depender. 2. Green define la teoría de Kernberg como fronteriza entre la psi­ cología del yo y el punto de vista kleiniano. Por su parte, considera que para dar cuenta de ios casos límite, se requiere considerar los si-

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La autosuficiencia intenta negar que se está separado de los demás, así como los sentimientos de rabia y envi­ dia. La patología del yo grandioso sirve para proteger al paciente de su propia devaluación e incapacidad de co­ nocer la autonomía de la otra persona. El analista debe trabajar sobre las resistencias narcisistas que niegan su existencia como independiente y autónomo. Si para Kohut el self grandioso y la ¿mago parental idealizada reflejan la fijación de un self arcaico pero nor­ mal, Kernberg los piensa diferenciados del narcisismo infantil normal. No cree que los trastornos narcisistas puedan ser entendidos como fijaciones en un nivel primi­ tivo sino como devenires patológicos. No resultan de una ausencia de ciertas estructuras sino de la presencia de estructuras patológicas. Acepta que los pacientes narci­ sistas fueron tratados por sus padres de una manera fría, pero las introyecciones fueron alteradas por distor­ siones de las figuras paren tales debido a su propia agre­ sión hacia sus padres.

guientes tópicos: “1) el papel del yo, el self y el narcisismo con los me­ canismos defensivos tempranos de la disociación y la escisión, y sus consecuencias: la desinvestidura y la identificación proyectiva: 2) la función de las relaciones de objeto, con especial atención a la agresión pregenital y su influjo sobre los procesos de pensamiento; 31 presen­ cia de una angustia psicótica y su impacto sobre la función ligadora de los procesos psíquicos, con consecuencias para el pensamiento ver­ bal; 4) las fallas en la creación de un espacio transicional con la fun­ ción dual, coexistente, del principio de placeT y del principio de realidad, y una pauta de relaciones de doble vinculo: 5) la condensa­ ción de metas pregenitales y genitales, lo que imparte a cada una de ellas un doble significado, que las refiere automáticamente unas a otras; 6) el papel de una relación complementaria en el encuadre ana­ lítico donde la contratrasferencia pasa a ser un vehículo de la comu­ nicación del paciente más que un obstáculo para comprenderlo, y 7! la noción de distancia psíquica, necesaria para evitar la falta de co­ municación y la intrusión", 230

Esa patología de las relaciones objétales internaliza­ das se caracteriza por una intensa envidia y por las de­ fensas contra ella idesvalorización, control omnipotente y retraimiento narcisista). Kernberg privilegia la interpre­ tación de la transferencia negativa, la hostilidad y las expectativas grandiosas. Kohut. al enfatizar el déficit, in­ siste en las fallas del objeto externo en satisfacer necesi­ dades narcisistas y la orientación terapéutica apunta a la comprensión empática y la provisión de esas necesidades narcisistas.

BLEICHMAR: DEPRESION Y COMPLEJIDAD

Hugo Bleichmar confronta los trastornos narcisistas en el paradigma de la complejidad. Freud -a firm a - pen­ só en una tópica compleja. Articulaba módulos con dis­ tintas leyes de funcionamiento: las de las pulsiones, las representaciones, las fijaciones, las angustias, los meca­ nismos de defensa, el erotismo, el inconsciente maquinal, el conflicto intrapsíquico y la realidad externa. Y asume tamhién una clínica de la complejidad. El pensamiento reduccionista somete las categorías clásicas (histeria, obsesiones, fobias, psicosis! a un pro­ ceso simplificante: la unificación categorial forzada, la personificación y la etiología única, lo que conduce a una estrategia terapéutica invariante. La unificación catego­ rial forzada hace que las categorías devengan entidades homogéneas: descuida su diversidad. No se diferencia, por ejemplo, entre la depresión que sigue al fracaso en un proyecto de identificación con el yo ideal y la resul­ tante del odio y sus efectos destructivos; ni entre una de­ presión por alteración del yo debida a un exceso de defensas neuróticas y la que corresponde a una repre­ sentación desvalorizada del yo inoculada desde un otro significativo. 231


Tampoco se diferencia entre déficit de objeto externo y trauma. Hay déficit del objeto cuando éste no aportó alg0 esencial para la constitución de cierta función: autoesti­ ma, autoapaciguamiento de la angustia, deseo, vivencia de potencia y eficacia. Y hay patología por trauma cuan­ do el objeto aterrorizó, culpabilizó, controló abusivamen­ te. Pero tampoco se debe perder de vista la identificación con la patología de los padres. Bleichmar se dedica a articular y conceptualizar sus articulaciones. En cualquier cuadro psicopatológico es preciso considerar la constelación fantasmática, las an­ siedades predominantes, los mecanismos de defensa, la interacción entre las instancias. A diferencia de Kohut, que considera al narcisista co­ mo un sistema supraordinado del que todo depende -an­ gustias, defensas, deseos sexuales, síntomas-, Bleichmar sostiene que con él coexisten niveles del psiquismo en que las angustias de autoconservación o el deseo sexual supe­ ran a las angustias narcisistas. Además del sistema sensual-sexual y del sistema narcisista: El psiquismo es regido por otro sistema motivacional po­ deroso: el conjunto de mecanismos por los que se trata de evitar el displacer, cualquiera que sea la forma de éste -do­ lor físico, sufrimiento psíquico bajo las modalidades del miedo, de la culpa, de la vergüenza, etc.-. Sistema de evita­ ción-disminución del displacer que comprende desde los mecanismos de defensa hasta los movimientos más primiti­ vos de fuga de la situación dolorosa, o de abolición del pen­ sar y el sentir (Bleichmar. H. 19971. Y describe un deseo de apego: Algunos sujetos renuncian a la sexualidad, incluso a la satisfacción narcisista, ya que se someten y aceptan humi­ llaciones con tal de que el objeto no les abandone. No es por la satisfacción sexual ni porque el objeto sirva para dismi* nuir el displacer sino porque la presencia del objeto es vivi­ da como fuente de toda seguridad (Bleichmar. H., 1997) 232

En cuanto a la autoestima, coincide con Kohut en la participación del objeto externo. Porque lo inviste narcisísticamente, ese objeto del sí-mismo le crea al sujeto una ilusión de valor del sí-mismo (yo ideal). Mas adelan­ te internalizará esa mirada. Un ideal del yo que inviste al yo. Por el contrario, si el objeto especularizante hubie­ se sido deficitario, se requerirán constantes suministros narcisistas externos. Las fluctuaciones del sentimiento de estima de sí se originan por una representación desvalorizada del yo, por la perdurabilidad de un self grandioso (yo ideal), por la persistencia de un ideal desmesurado o por la implacabi­ lidad del superyó (sea que no tolere ningún alejamiento del “deber ser”, sea por un sadismo del superyó que no permita el investimiento narcisista del yo bajo ninguna condición). Hugo Bleichmar propone considerar un sistema nar­ cisista interno constituido por las representaciones valorativas del yo. el sistema de ideales, el sistema de ambiciones heroicas y la conciencia crítica. Representaciones colorativas del yo. Abarcan el cuer­ po, la mente, las cualidades morales, las habilidades ins­ trumentales y relaciónales. Pueden ser contradictorias, variar de un área a otra y activarse en función de ciertas situaciones que el sujeto vive. Cada sujeto utiliza recursos singulares para compensar las representaciones insatis­ factorias: lo intelectual, lo relacional, los logros yoicos, la representación corporal. ¿Qué grado de autonomía tiene cada área? ¿Qué contextos -circunstancias o personasactivan, potencian o neutralizan estas representaciones del yo? El sistema de ideales. ¿Qué valores marcan qué es de­ seable y qué es condenable? El sistema de ambiciones heroicas. Concretado por modelos de grandiosidad o figuras idealizadas con las cuales el sujeto aspira a identificarse. 233


Conciencia critica. Compara las representaciones del yo con el sistema de ideales y con el de las ambiciones. Ea crucial especificar su severidad, su grado de sadismo, así como su grado de autonomía o dependencia respecto de los juicios que los otros significativos o que el consenso realizan sobre el sujeto. El balance narcisista no sólo depende de la interrela­ ción entre estas cuatro variables, sino de las defensas que se pongan en juego para reequilibrarlo -proyección, compensación mediante fantasías, actuaciones en la rea­ lidad- Es preciso evaluar la estabilidad-inestabilidad del balance narcisista. su reactividad y su variabilidad. La literatura psicoanalítica suele englobar como tras­ tornos de la autoestima los cuadros clínicos en que la di­ ficultad o fracaso en el mantenimiento de la autoestima exige continuos suministros externos, ofrendas de reali­ zación personal ante el superyó, sentimientos más o me­ nos constantes de inferioridad; y también los c u a d ro s clínicos en los que se despliegan omnipotencia, grandio­ sidad, denigración del objeto y agresividad destructiva, una grandiosidad que se mantiene al precio de fuertes mecanismos de escisión.3 Bleichmar nomina dos síndromes distintos: hipernarcisización y déficit de narcisización. No conceptualiza la arrogancia como respondiendo siempre a una defensa ante un déficit de narcisización. 3. Dentro de los ejes que mencioné —sentimiento de sí, indiscriminación entre objeto fantaseado-objeto actual, clínica del vacío o senti­ miento de estima de sí- H. Bleichmar privilegia este último: “lo específico del narcisismo, en la clínica, es el sistema de significaciones o perspectivas desde las cuales se organiza la captación de cualquier actividad, pensamiento, sentimiento o tipo de vinculo: todo es vivido en términos de valoración del sujeto, de su ubicación dentro de una escala comparativa de virtudes o defectos, de superioridaddnferiondad con respecto a modelos ideales o a personajes del entorno que los encamarían". 234

H ay sujetos con u n a h ip ern arcisización p rim a ria : elegi­ dos por sus p ad res como dioses, identificados desde los co­ m ienzos de su vida con p ad res m egalóm an os que volcaron sobre sus hijos su propio sen tim ien to de grandiosidad y e x cepcionalidad. Si la denom inam os p rim a ria es p a ra d e s ta c a r que no re s u lta de un a com pensación defensiva del psiquismo fren te a tra u m a tism o s n a rcis is ta s sino de u n a identifica­ ción p rim aria a la grandiosidad de los p ad res y a la im agen que los padre tuvieron del sujeto i B leich m ar, H ., 1 9 9 7 ).

Después, en algún momento del curso de la vida, pue­ de que se sientan inferiores a sus padres o a otras figu­ ras del entorno. Una megalomanía defensiva no será sino la reactivación de algo que ya estaba en el núcleo más profundo y predominante de la personalidad. Esta comprensión dinámica supone diferencias en cuanto a la conducción de la cura. E s d ife re n te que a n te la p re se n cia de a rro g a n c ia , o m ­ n ip o ten cia y d escalificación de los d e m á s, el te ra p e u ta oriente al p aciente a b u sca r sus sentim ientos de inferioridad, los tra u m a tism o s a c tu a le s o in fa n tile s que su p u e sta m e n ­ te h ab rían im p ulsado a la cre a ció n de la d efen sa m e g a ló ­ m a n a que si co n sid e ra que la m e g a lo m a n ía p rim a ria , las e x p e c ta tiv a s de recon o m ien to y ad m iració n sin lim ite s, las am b icion es g ra n d io sa s son las que cre a ro n —y co n tin ú a n crean d o — la s condiciones que co n vierten las m ín im a s fa l­ ta s d e g ra tifica ció n n a rc is is ta en tr a u m á tic a s . Debido a la no g ratificació n de la s e x p e c ta tiv a s de la m e g a lo m a n ía p rim a ria , e s te tipo de p e rso n a lid a d n a rc is is ta p a sa a s e n ­ tirs e ofendida y h e rid a . L a m e g a lo m a n ía p rim a ria p re ce ­ de al tra u m a , e s su condición de e x iste n cia . E n e sto s ca so s, el tra b a jo te ra p é u tico no co n siste en h a c e r v e r al s u ­ je to que en el in co n scie n te se sie n te in fe rio r sino lo c o n tra ­ rio: por co n sid e ra rs e su p erior, p or c r e e r que se le d eb en recon o cim ien tos e sp e cia le s y que e s tá d estin ad o a la glo­ r ia , cu an d o n a d a de esto o cu rre ca d a episodio d evien e en tra u m a tiz a n te p a ra su n a rcisism o i B le ich m a r, H . 1 9 9 7 ).

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Bleichmar diferencia asi tres pacientes, tres problema ticas clínicas: li pacientes identificados con la grandiosa dad parental y/o con la imagen grandiosa bajo la cual le vieron sus figuras significativas: 2 i pacientes con déficit primario de narcisización por fallas en la función de los objetos primordiales no compensadas con un suficiente investimiento narcisista del yo por sus logros y sus víncu­ los actuales; 3) pacientes con hipemarcisizacion secunda­ ria compensatoria, defensiva, de las heridas narcisistas padecidas. Hipemarcisizacion primaria, hipernarcisización secun­ daria compensatoria y déficit primario de narcisización no compensado son categorías que permiten afrontar ciertos escollos teóricos. No se trata sólo de diferencias sobre el papel de la agresividad y el conflicto o sobre la importan­ cia del déficit sino de problemáticas clínicas diversas. Kernberg tendría como referente clínico cuadros de hipernarcisización secundaria compensatoria, producto del conflicto que la envidia promueve, con agresividad en contra del objeto interno y extemo. Kohut, en cambio, tiene como referente principal pacientes con un déficit primario de narcisización no compensado.-1

Hay deseos de satisfacción pulsional, deseo de apego, deseos narcisistas, deseos que apuntan al bienestar del objeto, lo que da lugar a diversos sistemas motivacionales: sensual-sexual, narcisista, apego, evitación del dis­ placer-dolor. Coincido con Bleichmar en que el desafío es delimitar categorías psicopatológicas que no se unifiquen a partir de lo descriptivo sino que den cuenta de las dimensiones subyacentes. Desde esas diferencias se torna factible pensar estrategias terapéuticas diversas.

Sólo una psicopatología que considere la heterogenei­ dad de los deseos (autoconservativos, sexuales, narcisis­ tas, agresivos), los tipos de angustia, las modalidades defensivas, las formas de organización del aparato psí­ quico, la tendencia a la regresión, las funciones compen­ satorias que el otro desempeña para el sí-mismo sería apta para inscribir el psicoanálisis en un paradigma de la complejidad.

4. Bleichmar coincide con la propuesta de CJedo (1977) ya men­ cionada, quien advierte el riesgo de una explicación mctapsicológica unificante para cuadros clínicos diferentes tanto descriptivamente como dinámicamente.

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'I

Parte

VI

Narcisismo y lĂ­mites del psicoanĂĄlisis


17. PRACTICA Y ORGANIZACIONES NARCISISTAS

El analista es intérprete y objeto-soporte de la transfe­ rencia. Lejos de la “buena y leal neurosis", en su trabajo con analizandos narcisistas y estados límite debe dejar que prevalezca la función de objeto-soporte. En la prácti­ ca, con esos analizandos surgió la posibilidad de entender la contratransferencia como una creación, en lugar de considerarla como un ajuste defectuoso con el analizando. Si hay una implicación subjetiva del analista en el proce­ so analítico (y sin duda la hay), ¿por qué no asumirla y es­ tudiarla, por qué no ser más humildes o sensatos?' Los analizandos con organizaciones narcisistas reve­ lan sensibilidad ante la pérdida y la intrusión. Como he­ mos dicho, son vulnerables tanto a la invasión por el objeto como a la pérdida. Ciertas insuficiencias en la dia­ da madre-hijo generan carencias o excesos que ahogan el surgimiento del yo, así marcado por heridas narcisistas primordiales. Amar, cuidar, comunicar se convierten en1 1. “Entendemos por contratransferencia la toma en consideración no sólo de los efectos afectivos positivos o negativos de la transferen­ cia del analizante en el analista, no sólo de sus capacidades de empa­ tia o simpatía, sino también el funcionamiento mental de éste, incluyendo sus lecturas y los intercambios con sus colegas" 'Green. 19951.

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pilares técnicos fundamentales. A una madre que no fue suficientemente buena se opondrá un analista apto para compensar esa falta, contra la carencia de cuidados ele­ mentales se luchará para reproducir estados y sensacio­ nes infantiles, para paliar el aislamiento verbal se usará la palabra abundantemente (a veces con exceso, como en la técnica kleiniana de traducción simultánea). El tacto analítico es la capacidad de utilizar la identi­ ficación y los recursos imaginarios del analista para acom­ pañar al paciente hasta los limites y accidentes de sus relaciones objétales. Tacto aún más necesario en pacien­ tes narcisistas (Kristeva, 1983). La transferencia narcisista a veces debe entenderse como una búsqueda de cohesión, en lugar de un ataque envidioso: Si la necesidad de crecimiento, iniciativa, individuali­ dad, asi como el deseo de ser “diferente", se interpretan co­ mo rivalidad edípica, el analista degrada la búsqueda de una autoexperiencia saludable, la transforma en una pul­ sión parcial destructiva y ataca así el sentido que el pacien­ te tiene en cuanto al valor de su self. Esto es a menudo una repetición de la rabia narcisista de un progenitor que no pu­ do tolerar la individualidad de su hijo y promovió en él el desarrollo de un self rígido y falso iTrourmet, 1991). En su trabajo con organizaciones narcisistas, el ana­ lista puede apoltronarse en la técnica “clásica”, que en estos casos acarrea aburrimiento, si no algo peor. O pue­ de ejercer poner a prueba su singularidad, la del paciente y la del psicoanálisis, “porque la capacidad para soportar la desilusión dependerá de la manera en que el analizando se sienta narcisísticamente investido por el analista” (Green, 1983).

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MÉTODO: DEL PROGRAMA A LA ESTRATEGIA

Método es el conjunto de los procedimientos que se emplean para descubrir la verdad o probarla en el inte­ rior de una disciplina, procedimientos condicionados por el objeto de cada ciencia. En la ciencia clásica, el método es un conjunto de aplicaciones que tienden a poner el su­ jeto entre paréntesis. Por supuesto que tienta el pensa­ miento simple, cuya prioridad es separar el objeto de su entorno y del observador. La ciencia clásica obraba con la ilusión de que el observador podía ser eliminado para siempre. La eliminación positivista del sujeto suponía que los objetos existían independientemente del sujeto. El sujeto era o bien perturbación o bien espejo: simple re­ flejo del universo objetivo. Pero Heisenberg postuló las relaciones de incertidumbre. Y hay que aceptar incluso que, llegado a un punto, el observador se convierte en una intervención perturbadora, en física, sí, pero mucho más en el proceso analítico. Hemos llegado así a la complejidad de las teorías y a la teoría de la complejidad. A esta corriente puede uno suscribir o no. ¿Pero quién suscribiría a la simplificación de la teoría? Una teoría dotada de cierta complejidad so­ lo puede conservarse como tal mediante una recreación intelectual permanente. Simplificar es degradar. Se pue­ den enumerar diversas modalidades: tecnológica, dog­ mática. por trivial ización o fetichización. Degradación tecnológica. De la metapsicología se con­ serva lo que es operacional, con lo que deviene un recetario técnico. Cierta burocratización propone un psicoanálisis limitado a su técnica que se satisface con fórmulas metapsicológicas simples indispensables para poder operar técnicamente y tienden a dejar la “ciencia” en manos de los filósofos, lingüistas y epistemólogos. La práctica se convierte en un artesanado más o menos empírico. 243


Degradación dogmática. La meta psicología deviene dog­ ma, cerrándose al diálogo con la práctica, con lo exterior a sí, asfixiando lo que la contradiga en su objeto. El dog. mutismo suplanta la pulsión de saber por el anhelo de al­ bergar lo ya pensado por otro, lo que termina por mutilar la actividad de pensamiento. Un universo conceptual im­ pone su propia idealidad sobre la práctica en lugar de en­ trar con ella en un fructífero diálogo. Sin que uno lo advierta, aprender se convierte en repetir. Pensar deja de ser pensar sobre el sujeto y sobre este sujeto. A uno y a otro se los trata de hecho, como pensados de una vez y pa­ ra siempre. El pensamiento deviene eco. eco mortífero. El dogmatismo elude el trabajo psíquico de escuchar la sin­ gularidad de cada historia. Para establecer el análisis co­ mo ciencia se construye una axiomática, no importa si la relación con la clínica se queda en el camino. La teoría es exhibida como un fetiche arrogante y su relación con el objeto que pretende teorizar es secundaria, pues lo pri­ mordial es la relación con los objetos a seducir y dominar. El hermetismo enmascara sus deficiencias y asegura el doble movimiento de selección y exclusión. Prevalece la idea de un saber exclusivo, abordable sólo por un peque­ ño grupo de sujetos, que serán los encargados de preser­ var el texto y sus límites. Un proyecto dogmático es un ejercicio de clausura y nace de una agorafobia intelec­ tual. de una ansiedad ante la incertidumbre. Morin diferencia racionalidad de racionalización. La racionalidad no engloba la totalidad de lo real sino que dialoga con aquello que la resiste. La racionalización en­ cierra toda la realidad dentro de un sistema lógico cohe­ rente pero parcial. Todo lo que lo contradice es descartado, olvidado, puesto al margen, visto como ilu­ sión o apariencia. No hay vacunas contra la racionaliza­ ción. Sí precauciones, sobre todo la de mantener un diálogo constante entre teoría y práctica, exponiendo la metapsicología a la prueba de la práctica.

Uno de los pilares fundamentales del método científi­ co consiste en la dialéctica entre teoría v experiencia (perturbar el mundo v tomar buena nota de las conse­ cuencias que esto conlleva). La teoría pertenece al uni­ verso de las ideas. La experiencia, que no puede sustraerse al universo de los objetos es, por su parte, una práctica material iWagensberg, 1998). Degradación por trivialización o por fetichización (dos caras de la misma moneda). Para complacer a un merca­ do ávido de novedades, la trivialización reduce la teoría a eslóganes rápidamente digeribles. Se ha dicho que de la divulgación a la vulgarización hay un paso y que se ha dado. Pero más que a la vulgarización de la teoría freudiana asistimos actualmente a una fetichización de fra­ ses sacadas de contexto. Lo reprimido es la elaboración conceptual de la cual los enunciados son extraídos. E sta fetichización genera sintagmas congelados que se con­ vierten en contrainvestidura represora del proceso de producción teórica. Devienen baluartes narcisistas de pertenencia de quien los pronuncia. "Análisis terminable e interminable” queda reducido a la idea de lo “imposi­ ble” o “la roca de la castración”; de Más allá del principio de placer se recuerda al fort-da “Su majestad, el bebé , “la sombra del objeto”, “no creo en mi neurótica” son otros ejemplos de una lista amplísima.

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Bachelard postuló que la ciencia construye su objeto extrayéndolo de su ambiente complejo para ponerlo en situaciones experimentales no complejas. “Lo simple no existe, solo existen simplificaciones”. Reivindicar la com­ plejidad es no sólo aceptar la complejidad de toda reali­ dad sino la realidad de la complejidad. La complejidad 2. A la trivialización y la fetichización me referí en Práctica psi coanalítica e historia lliornstein. 1993).


opera donde el pensamiento simplificador falla. A la dis­ yunción y la reducción, una teoría de la complejidad le opone los principios de distinción, conjunción e implica­ ción. Una forma de pensar compleja se prolonga en una estrategia, es decir, en una forma de actuar que acepta la incertidumbre. Considera lo aleatorio v se modifica de acuerdo con las informaciones provistas durante el pro­ ceso. Un programa, en cambio, sólo es útil cuando las condiciones no se modifican ni son perturbadas. La estrategia es más un método de conocimiento, es un procedimiento de intervención. En agosto de 1935 Freud le comenta a Blanton (1974): Parece que usted desea que trabaje con usted como si yo fuese su control. En un control durante la primera semana se comienza por obtener una impresión del paciente -y la semana próxima, y así siguiendo-. Pero para entrar en un caso que ba estado desarrollándose desde hace tiempo y cu­ ya historia es tan compleja, resulta imposible. No se puede tener una opinión adecuada. La cantidad de información de un sistema (la función H) es la medida de la información que nos falta, la incerti­ dumbre sobre ese sistema, y es asi como se mide la comple­ jidad. Cuando más se conoce el modo como los elementos están ensamblados para construir el sistema, más dismi­ nuye esta función H (la información que nos falta). La complejidad expresa lo que no se conoce o que no se comprende de un sistema, pese a un fondo de conocimien­ to global que nos hace reconocer y denominar ese sistema. La complicación es un atributo de los sistemas artificiales, construidos o construibles por el hombre que conoce y comprende totalmente su estructura y su funcionamiento. Se mide como el tiempo que requiere una computadora pa­ ra ejecutar un programa. La función H (cantidad de infor­ mación que nos falta) podría ser reducida a cero si la redundancia ifunción R) fuera máxima. Cuando el mon­ 246

to de repetición y, por lo tanto, de predictibilidad del ana­ lizando es máximo, necesitamos menos información para conocerlo. Hay oposición entre H y R. Si H mide la complejidad, al designar la información que no se posee, R mide la simplificación, puesto que expresa una información que se posee. La función H es arrasada no por la metapsicología, sino por una metapsicología que privilegia la redun­ dancia (repetición) o la simplicidad del objeto. Bastaría adherir a una teoría que simplifique la psiquis y sus for­ maciones de compromiso para explicar cada producción psíquica sin necesidad de sumergimos en esa historia... Pero he aquí que estamos tratando con personas. Para que la interpretación analítica no se convierta en un sistema interpretativo tan universal como ineficaz, lo primero es no sustituir la historia singular por una historia abstracta proporcionada por la teoría (Aulagnier, 1989).

CONTRATRANSFERENCIA: OBSTÁCULO O INSTRUMENTO

El trabajo analítico es la resultante de la escucha ana­ lítica posibilitada por la atención flotante y de lo que el analista ha incorporado del sistema conceptual y deter­ mina lo audible y lo inaudible (teorización flotante). Pero también de la contratransferencia, esas representaciones, imágenes, sentimientos que le produce el estar sumergi­ do en la relación transfereneial. Contratransferencia que deberá ser sometida a un trabajo de autoanálisis, en busca de la comprensión siempre relativa de aquellas fantasmáticas, conflictos, deseos, fantasías que lo habitan (notése el plural). El análisis no consiste sólo en hacer que el paciente cumpla con los requisitos formales (lo que podría ser un ritual), tampoco en estar exclusivamente alerta a las vi247


vencías contratransferenciales sino en articular la escu­ cha con los fundamentos metapsicologicos v con la con­ tratransferencia. La contratransferencia ¿es sólo un resto neurótico, o el producto de las identificaciones proyectivas del analizan­ do? La practica actual ilustra que la implicación subjetiva provee el sustrato libidinal multiplicador de las potencia­ lidades del analizando. Siendo así la contratransferencia proporciona una caja de resonancia (historizada e historizante) a la escucha. La subjetividad del analista condiciona la marcha de un análisis. Pretender un analista automático, ahistórico, reductible a una función es una exigencia que desvitali­ za la experiencia analítica o conduce a ese escepticismo cultivado por tantos analistas. Riesgo inherente al propi­ ciar un ideal cuya realización práctica enfrenta obstáculos insalvables. Precio que un ideal desmesurado siempre se cobra. La contratransferencia es considerada en la teoría “clá­ sica" como resto neurótico. Se idealiza un analista objetivo, frustrante, distante, silencioso, espectador de un proceso unipersonal que se desarrolla únicamente en el paciente según ciertas etapas previsibles. Al análisis “clásico” se lo presentó como garante de la ortodoxia freudiana. Los analistas sabemos cómo analizaba Freud. Si nos atenemos a su práctica en lugar de imaginarle otra, lo vemos evitar la actuación de sentimientos contratransfe­ renciales, no los sentimientos mismos. Es él quien descu­ bre el amor de transferencia y sabe que la frialdad no es más que una defensa. La contra transferencia es nociva en tanto es obstácu­ lo para el desarrollo de la cura. La podemos detectar toda vez que se abandona la neutralidad benévola,3 senh3. Tema especialmente controvertido. Lo retomaré en el próximo capitulo. 248

mientos hostiles intensos del analista hacia su paciente, aburrimiento, malestares difusos, irritabilidad, emocio­ nes excesivamente positivas o negativas. Si la sesión es un encuentro investido ¿cómo evitar que se inmiscuya lo reprimido? Habría que suponer un yo autónomo. El mo­ delo “clásico” rechaza toda implicación subjetiva del ana­ lista. Pero despojarse del inconsciente: ¿es posible, es deseable? ¿Podría el analista investir sólo desde el yo? En cuanto a la contratransferencia, el lacanismo se inscribe en la tradición clásica. Aquella no sería más que una resistencia yoica del analista al reconocimiento de la alteridad: alteridad del otro y del inconsciente. El analis­ ta tiene lugar de objeto causa del deseo y, por lo tanto, tiene un lugar de no sujeto; si tuviera lugar de sujeto cae­ ría en lo intersubjetivo, campo de la contratransferencia. El trabajo con pacientes en los “límites de lo analiza­ ble” incrementó el interés por la contratransferencia. De­ jó de ser obstáculo para convertirse en instrumento: los afectos del analista son utilizables para acceder al in­ consciente del analizando. Se intenta recuperar la viva­ cidad que tenían los análisis freudianos. Se privilegia el lugar de lo preverbal y de lo afectivo. Pero al atribuir al paciente la autoría de la contratransferencia, al suponer que sólo alberga las identificaciones proyectivas del pa­ ciente, el analista reduce la comprensión de su propia participación. Se considera la contratransferencia como sinónimo de intuición y de empatia. No está claro a partir de qué re­ sorte. si no es el actuar de su propia reserva inconsciente, podría el analista deshacerse de una escucha supervoica o simplemente consciente para proceder a la famosa y no obstante enigmática “atención flotante” con un compo­ nente de distancia, pero ante todo de identificación, de intuición, de empatia (Kristeva, 1993). Pontalis distingue varios niveles de contratransfe­ rencia. 249


Contratransferencia originaria: prerrequisito de la nr tica analítica. Es la que nos empujó a ser analistas yj°* que nos alienta a seguir siéndolo. Algunos prefieren H3 cir “deseo del analista”. Movimientos contratra.nsfereneia.les: son respuestas refractadas a los movimientos transferenciales. Irritación8 angustia, placer remiten a la problemática del paciente’ Son imprescindibles para que un análisis marche. Son movimientos que percibe el analista -ideas, em ocionescuando tal palabra, tales asociaciones del paciente en­ tran en resonancia con tal punto sensible de su historia o de su fantasmática. El analista es tocado en su subjeti­ vidad.4* Posiciones contratransferenciales: están asignadas por las puestas en escena fantasmáticas. Son pasibles de ser modificadas y deconstruidas en el análisis. Caso contrario, el analista pierde capacidad analítica, pero sin ser llevado a la enfermedad o a la locura. Es el lugar que le asigna el analizando, y de él es difícil salirse. Si el analista. a su vez, se asigna el lugar asignado, las cosas se congelan. Influencia contra transferencia!: el paciente suscita en el analista una parálisis del pensamiento, una inmovili­ zación de la psiquis que puede implicar también la del cuerpo. Nada tiene derecho a moverse, se está lleno de prohibiciones: ausencia de pensamientos, de representa­ ciones, rigidez corporal. No es ser tocado en lo vivo sino

en lo muerto. El analista se pasiviza y se siente contra­ riado en sus capacidades. Es difícil representar, fantasear, asociar. E sta influencia contratransferencial genera un estado limite de lo analizable. Lo que está en juego es la lógica de la psiquis misma mas que de los contenidos. Ac­ túan masivamente potencias destructivas concernientes a la realidad psíquica del analista.

CONTRATRANSFERENCIA: PRODUCTO D EL ESPACIO ANALITICO

4. Ningún análisis 'marcha (es decir, opera en lo vivo del sujeto) si esas heridas que reavivan nuestras llagas, esas infiltraciones im­ previstas que atraviesan y animan nuestra llagas, esas infiltraciones imprevistas que atraviesan y animan nuestra psiquis, no son vividas por el analista. Pero es de buen augurio; prueba sensible de que ese paciente ha llegado a ser mi paciente (a veces se necesita tiempol y, simétricamente, de que para él su analista ha tomado cuerpo. Estas manifestaciones son utilizables, casi diría negociables, en la medida en que pueden, sin mucho mal, al precio de una elaboración interna, ser vueltas a poner en juegtr iPontalis, 19771.

La contratransferencia es pensada como producción (y no reproducción) del espacio analítico por varios auto­ res que conciben el psiquismo como sistema abierto autoorganizador que conjuga permanencia y cambio. ¡Adiós al analista “objetivo”! ¡Adiós al receptáculo que recibe las identificaciones proyectivas sin añadirles los elementos propios de su realidad psíquica y los productos de ese encuentro analítico, por temor a añadir algo de su cosecha! La contratransferencia no es siempre neurótica (como quiere la teoría clásica), a menos que entendamos por “neurótica” el hecho de estar ligada a la historia infantil. El inconsciente no es sólo un resto neurótico sino un sus­ trato libidinal. El análisis no supone un yo autónomo ni un analista que no sea, por su parte, un sujeto partici­ pante (de manera diferente, desde luego, del analizando) en la situación analítica. La asimetría, insoslayable, no implica ausencia de compromiso mutuo. La relación analítica tiene caracteres de no equivalen­ cia, tanto en el amor como en el sufrimiento. Al amor de transferencia no le responde un amor contratransferen­ cial y, más bien, si esto ocurre, pone en serio riesgo el proceso analítico. La neurosis de transferencia no se de­ sarrolla en un espacio vacío. La neutralidad, la pasivi­

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dad. el silencio, no eluden la participación del analista como co-organizador del campo analítico. El amor Lransferencial es -p ara Kristeva (1983)—la autoorganización freudiana. Evita tanto la hiperconectividad caótica del amor-fusión como la estabilización mortífera de la ausencia de amor. La relación yo/otro se restablece en la relación yo/Otro. Decir que los sistemas que actúan en la transferencia son “abiertos” implica no sólo una interacción, sino también la apertura de cada sistema en sus componentes heterogéneos, su desestabi­ lización interna hacia su parte “deseo-resonancia” y ha­ cia su parte “memoria-conciencia”. Actualmente, el compromiso vivencial del “observa­ dor” (me refiero al analista) si le quita “asepsia”, no le quita respetabilidad científica al análisis. Tampoco esta­ mos constreñidos a pensar la “lucha de fuerzas” a las que se refería Freud como intrapsíquicas sino procedentes de ambos miembros de la pareja analítica.5 Una causalidad lineal supone que tales causas produ­ cen tales efectos. La causa puede ser el decir del paciente (identificación proyectiva mediante) o la historia del ana­ lista y el efecto, la contra transferencia. Para la causali­ dad recursiva, los productos y los efectos son causas y productores de aquello que lo produce. Lo recursivo rom­ pe con la linealidad productor-producto, porque todo lo producido retroactúa sobre lo que ha producido: un ciclo autoorganizador. ¿Cómo pensar la contratransferencia en la trama de una causalidad recursiva? El estructuralismo

postulaba que el todo es más que la suma de las partes. Pero ¿acaso la producción no es más que el todo? El inconsciente del analista no es reductible a sus puntos ciegos ni a ser un depósito de identificaciones proyectivas sino que es también el productor de resonancias. Mediante su implicación subjetiva, la psiquis del analis­ ta multiplica potencialidades y disponibilidades en la es­ cucha. El analizando activa conflictos pulsionales latentes del analista. La activación de lo inconsciente exige al aparato psíquico un trabajo de tramitación. ¿Como altera el equilibrio entre contrainvestiduras e investiduras la exposición del analista, mediante la aten­ ción flotante, al asociar libre del paciente en transferen­ cia? ¿Acaso esa activación pulsional en el analista no es el fundamento de la contratransferencia?

5. “Asimismo, el analista no escucha solamente con su oído —aun cuando fuera el tercero- sino con todo su cuerpo. Es sensible a las pa­ labras. a la entonación de la voz, a las suspensiones del relato, a los silencios y a toda la expresión emocional del paciente. Sin la dimen­ sión del afecto, el análisis es una empresa vana y estéril. Sin compar­ tir las emociones del paciente, el analista no es más que un robot-intérprete que mejor haría en cambiar de profesión antes que sea demasiado tarde” (Green. 1990a).

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18. HISTORIA: PRODUCCIOxN DE SUBJETIVIDAD Y ALTERIDAD

El PSICOANALISTA ANTE LA HISTORIA

Freud, que era un hombre de su época, ¿cómo escribi­ ría hoy “Provecto de psicología”, Tótem y tabú, El males­ tar en la cultural ¿Inspirándose en qué física? ¿En qué biología? ¿En qué neurociencias? ¿En qué termodinámi­ ca? Y, abordando el tema del capitulo, ¿con qué historia los escribiría ? La “nueva historia” es económica, demográfica, de las técnicas, de las costumbres, y no sólo historia política, mi­ litar y diplomática. Historia de todos los hombres y no únicamente de los “grandes hombres”. Historia en movi­ miento, de las transformaciones, y no historia estática. Historia explicativa, “conceptualizante” y no sólo narrati­ va. La historia-relato procedía como si el historiador en­ contrara la historia, como si sólo la pusiera en palabras, cuando lo que hace es construirla. Hubo dos géneros: la historia historizante (del acontecimiento), consagrada al relato político y biográfico, y la historia panorama, que colocaba los hechos dentro de un cuestionario universal.1 1. Freud no podía sino tener una concepción de historia-relato, hegemónica en su época. Pero es innegable que modifica el género historiográfico. ya que el analista tiene un lugar afectivo, rememorante.

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Y dos tradiciones: nominalismo y realismo. Para el nomi­ nalismo la historia se reduce al conjunto de los discursos acerca del pasado. Una realidad pasada no es exhumable; sólo puede haber discursos sobre ella. El realismo concibe el pasado como una realidad que se trata de res­ taurar. Sólo los acontecimientos en si constituyen la historia, la cronología los ordena y el historiador debe des­ pojarse de toda interpretación. El psicoanálisis y la historiografía comparten su voca­ ción por el tiempo, pero conciben de manera distinta la relación del pasado con el presente. Al distribuir '‘el es­ pacio de la memoria’’ sus estrategias difieren. El psicoa­ nalista busca, sobre todo, “ese muerto que habita al vivo”, mientras que el historiador lo es en tanto reconoce una ruptura entre el pasado y el presente. La historio­ grafía considera esta relación como sucesión (uno des­ pués del otro), correlación (proximidades relativamente significativas), efecto (uno sigue al otro) y disyunción (uno u otro, pero no los dos a la vez). El psicoanálisis, en cambio, privilegia su noción de repetición: uno reproduce al otro de otra forma. Estas dos estrategias del tiempo se enfrentan, aunque sus cuestiones sean análogas: investigar principios y cri­ terios con los cuales comprender las diferencias o garan­ tizar continuidades entre la organización de lo actual y las configuraciones antiguas; dar valor explicativo al pa­ sado o hacer el presente capaz de explicar el pasado. Estas diferencias nos dicen qué renovaciones podemos esperar de la historiografía y también cuáles serán los límites de ese aporte. Sin embargo: El encuentro entre la historia y el psicoanálisis nos ofre­ ce una magnifica oportunidad, la de liquidar a esa interdisciplinariedad floja que se insinúa en nuestros días a través de los intersticios que quedan entre los campos definidos por las ciencias, inlerdisciplinariedad que sólo aprovecha de estos encuentros lo vacio, lo incierto y lo inconfesable, y

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que deja a cada ciencia la facilidad de atribuir a otras lo que está mas allá de su propia explicación. La interdisciplina* riedad que buscamos trata más bien de captar constelacio­ nes epistemológicas que se dan recíprocamente una nueva precisión de sus objetivos y un nuevo estatuto para sus pro­ cedimientos” (De Certeau, 19871. Para De Certeau, el encuentro entre la historia y el psicoanálisis va en camino de la interdisciplina que buscamos. En Práctica psicoanalitica e historia (Homstein, 1993) dije que entender una historia no es tomar partido por una estructura inmutable ni por un caos de aconteci­ mientos aleatorios sino conjugar lo que permanece y lo que cambia. Las permanencias lo son en tanto pueden resistir a los acontecimientos. Otras veces son destruidas o transformadas por algunos de ellos. ¿El acontecimien­ to puede hacer surgir nuevas posibilidades de historia o es sólo un disfraz que forja la compulsión de repetición, apenas un pretexto para el idéntico retorno de lo ya ins­ crito? Al psicoanalista, la retroacción le permite abarcar la historia sin constreñirla, y al paciente, resignificar los traumas infantiles que pierden así cierto carácter com­ pulsivo. Ello supone superposiciones y deslindes entre historia reciente e historia infantil. ¿Qué efectos de re­ cursi vidad produce lo actual: los duelos, los aconteci­ mientos. las crisis. los logros?2 2. Freud 11938b) dice que lo reprimido conserva su pulsión emer­ gente y que ésta se incrementa en tres condiciones: primero, si la in­ tensidad de la contrainvestidura es rebajada por unos procesos patológicos que aquejen al yo: segundo, cuando hay un incremento pulsional: y tercero, “cuando en el vivendar reciente, en un momento cualquiera, aparecen impresiones, vivencias, tan semejantes a lo re­ primido que tienen la capacidad de despertarlo; entonces lo reciente se esfuerza mediante la energía latente de lo reprimido, y esto repri­ mido recobra eficacia a la zaga de lo reciente y con su ayuda”.

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Para Lewkowicz. lo esencial de la operación historia­ dora puede reducirse a la relación entre dos marcas: la marca 1. previa o antecedente: la marca 2 . nueva o ac­ tual. Para una historia lineal, la marca 2 es un término de la serie cuya razón radica en la anterior: en 2 se des­ pliega en acto lo que en 1 estaba en potencia. La m arca 2 repite su antecedente, redunda hasta reducirse a la explicitación de 1. En la marca 1 tiene que estar la razón suficiente de 2. La marca 2 es nueva en su apariencia pe­ ro reductible a 1. Se trata de lo aparentemente nuevo. Según la institución contemporánea del tiempo, el instante actual quiebra toda relación con el instante pre­ vio. Se instaura una marca 2 que desaloja a la anterior sin resto. Si 1 cae en el no ser y 2 es todo lo que es, esta­ mos ante lo totalmente nuevo. E n ninguno de los dos casos hay historización. En el primero porque la marca 2 repite a la 1; no hay presente sino puro pasado desplegándose. Un pasado que continúa no historiza sino que aliena o sujeta. Esta '‘historia-obje­ to" preserva las identidades contra la alteración suscita­ da por lo nuevo. En el segundo caso, la marca 2 sustituye a la anterior; el puro presente inunda la totalidad de lo dado. Un presente sin marcas previas arrasa con cual­ quier posición subjetiva. Es una pura implantación arbi­ traria de una realidad integral sin deseo ni sujeto. Puro presente o puro pasado son dos formas de eliminar la di­ ferencia propia de la operación historiadora. En la historización, la marca 2 no repite ni sustituye a la 1: la suplementa. La marca 2 instaura cualidades inexistentes e imposibles en 1. La operación historiadora no consiste en hacer desaparecer la 1 sino en alterarle la consistencia. 1 no es la clave de 2 ; 2 no es la clave de 1: la clave es la diferencia. Son procesos de emancipación respecto de la hegemonía de las marcas previas. Trabajo efectivo de limitación del poder de la memoria y no rene­ gación imaginaria de las sujeciones. La marca 2 hace 258

caer la omnipotencia de la marca 1, se altera el sentido y el valor de la memoria cuando un termino actual irrum­ pe en su hegemonía historizándolo. La marca 1 señala eso cuya potencia habrá que limitar, sin anular, para continuar en la vía subjetiva de la liberación. No es puente sino obstáculo. No es patrimonio sino lastre. Si en las referencias a la historia pensamos en esta­ dos alejados del equilibrio, descubrimos que mediante la transformación del azar en organización el psiquismo desarrolla potencialidades. Lo esporádico, lo infrecuen­ te es el equilibrio y la simplicidad. Lo incesante es la turbulencia. Vista así la historia del psiquismo - a la vez destructora y creadora-, volvemos a pensar las se­ ries complementarias. Mencionaré algunas inquietudes y preocupaciones que se originan en mi quehacer cotidiano, aclarando que no son cuestiones escolásticas, “especulativas”. ¿Cuál es la eficacia y la perdurabilidad del pasado en el presente? La infancia: ¿destino o potencialidad? Lo nuevo: ¿ilusión en­ gañosa o neogénesis? ¿Cómo pensar la historia libidinal e identificatoria de las diversas instancias y sus temporali­ dades? ¿Cómo pensar la historia constitutiva del sujeto? El psiquismo: ¿un sistema autoorganizador? ¿El presente determina enteramente el futuro? ¿No somos más que au­ tómatas desprovistos de toda libertad? ¿Hay un azar ontológico o sólo un azar por ignorancia? ¿Qué es historizar en la práctica analítica? Inquietudes y preocupaciones para las que hallé algunas respuestas en historiadores y epistemólogos contemporáneos que han logrado traducir inquietudes en problemas, dudas en preguntas.

DE LA SUGESTIÓN A LA HISTORIZACIÓN SIMBOLIZANTE

A finales del siglo XIX, la terapia sugestiva y la moral eran hegemónicas. Cada una a su modo, pretendían su­ 259


primir los síntomas sin interrogarlos. La terapia sugesti­ va. apelando al poder que emana de la transferencia.’ La moral, inculcando ¡deas consideradas superiores. Se ope­ ra mediante consejos, exhortaciones y ejemplos. Lina in­ tervención educativa que busca modificar las creencias y así transformar el conjunto de la personalidad (utilizo el tiempo presente porque un siglo después estas modalida­ des perduran tanto en el exterior como en el interior del campo analítico). Freud propuso el psicoanálisis como alternativa. Se valía de la sugestión para vencer las resistencias y asi favorecer el trabajo analítico. Interpretaba la transfe­ rencia para eliminar, tanto como fuera posible, lo su­ gestivo. La sugestión es un convencimiento “que no se basa en la percepción ni en el trabajo del pensamiento sino en una ligazón erótica” (Freud, 1921). El psicoanálisis con­ juga ligazón erótica (repetición, transferencia) con traba­ jo de pensamiento (recuerdo y reelaboración). Si sólo fuera ligazón erótica, produciría sugestión, casi un hechi­ zo. Si sólo fuera trabajo de pensamiento, produciría intelectualización. Si bien en muchos análisis el analizando parece de­ mandar un "contestador automático” (demanda avalada por cierta difusión de un psicoanálisis que todo lo inter­ preta), la iniciación del tratamiento es un trabajo com­ partido en el cual las referencias teóricas sólo sirven ■i. La pintura, dice Leonardo, trabaja p er vía di porre; en efecto, sobre la tela en blanco deposita acumulaciones de colores donde an­ tes no estaban; en cambio, la escultura procede p er vía di levare, pues quita de la piedra todo lo que recubre las formas de la estatua conte­ nida en ella. De manera en un todo semejante, señores, la técnica su­ gestiva busca operar p e r vio di porre', no hace caso del origen, de la luerza y la significación de los síntomas patológicos, sino que deposi­ ta algo, la sugestión, que. según se espera, será suficientemente po­ derosa para impedir la exteriorización de la idea patógena’’ iFreud. 1905aj.

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para reconocer la singularidad de la actualización de es­ te inconsciente. La iniciación del tratamiento es una oportunidad pa­ ra cuestionar la ilusión de un sistema interpretativo pre­ fabricado con una modalidad de interrogación con respecto al sentido de estos síntomas, de estas inhibicio­ nes, de estas angustias, de estas repeticiones. El bagaje analítico puede ser (o devenir) defensa ante la singulari­ dad de una historia. La mejor teoría es la que no se no­ ta. la que sustenta la clínica pero no la parasita, la que permite desplegar interrogantes a partir de un material dado. La interpretación analítica no se apoya en un sa­ ber preestablecido desde el cual se tendría la clave con recursos apriorísticos. En los comienzos de un análisis lo que se escucha es la “historia oficial”. Pero casi desde la primera sesión esa historia es confrontada con aquella que el analista ayuda a construir a partir de las formaciones de compromiso. Los testimonios del pasado son los síntomas, las transfe­ rencias, las repeticiones, las formaciones caracterológicas, los sueños y también los recuerdos. Desde las primeras entrevista interrogamos las causas posibles de esas elec­ ciones, de esas perturbaciones, de esas inhibiciones, de ese sufrimiento que el analizando nos dice sentir. El psicoanálisis remite a una historia pero no repite una historia, en tanto a la repetición se le sumen el re­ cuerdo y la reelaboración. Interpretaciones y construcciones le permiten al analizando apropiarse de un fragmento de la historia de su pasado libidinal y reconstruir su senti­ do con el fin de ponerlo al servicio de su proyecto de vida actual. En la práctica, el lugar de la historia esta emparenta­ do con el que le otorgamos a la historia en la constitución del sujeto y con el concebir la transferencia como un pro­ ceso histórico. También con la conceptualización que ten­ gamos de la historia colectiva. La historia no es un registro 261


olvidado y congelado del pasado que es posible descifrar sino que se hace durante el tratamiento mismo: se apun­ tala en el pasado, se lo apropia y lo transforma.4 En psicoanálisis, el "hacer la historia” no podría redu­ cirse a crónica, a un relato que reprodujera el pasado con fidelidad pero sin establecer una interpretación de los hechos. La historia que se va haciendo en el trabajo ana­ lítico establece relaciones entre el pasado que se evoca y su repetición. Además de reflejar la realidad tumultuosa del pasado, su riqueza a primera vista desconcertante, debe discernir su inteligibilidad. Nuestra teoría de la historia se puede desarrollar libremente, sin tener que optar entre un dogmatismo ciego o un escepticismo desa­ lentador <Kristeva, 19831. La historia se construye desde el presente. ¿Cómo? ¿Inventando un pasado? ¿Recuperándolo sin producir nada nuevo? La verdad histórica se construye partiendo de las inscripciones del pasado, pero es el trabajo manco­ munado el que generará nuevas simbolizaciones. No por­ que inventemos cualquier pasado, ni porque develemos algo preexistente. Tampoco porque prescindamos del in­ térprete. De los intérpretes, porque el analizando tam­ bién lo es. Podríamos decir que la relación realidad/fantasía es fundante del psicoanálisis, que es constitutiva de Freud y su descubrimiento. ¿Dónde terminaba una y comenza­ ba la otra? La preocupación, la insistente ocupación por el problema de la verdad histórico-vivencial (esa fuente del Nilo que en 1896 buscaba en ese trauma o serie de traumas) permaneció como cuestión abierta hasta el fi­ nal de su obra.5 4. Freud 11937a) diferencia la tarea del analista de la del arqueó­ logo. ya que el analista trabaja con un material vivo: “Tbdo lo esencial se ha conservado, aun lo que parece olvidado por completo; está toda­ vía presente de algún modo y en alguna parte, sólo que soterrado, ina­ sequible al individuo”. 5. Véase el capítulo 15.

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En vez de oponer realidad a fantasía quizá convenga articular acontecimientos históricos significativos con los montajes fantasmaticos que acompañan su repre­ sentación psíquica. Y considerar qué interpretación de lo vivenciado elaboró el sujeto y sobre la base de qué cau­ salidades. Es una simplificación con consecuencias no desdeña­ bles oponer la fantasía al acontecimiento. Porque ni la fantasía es una producción psíquica independiente de to­ da huella de acontecimientos vividos ni existe el trauma tan exógeno como para que el acontecimiento puro se ins­ criba, indiferente del mundo fantasmático. La interpretación, al operar un desplazamiento en cuanto a la causalidad, reorganiza el campo de la signifi­ cación; su meta es que el analizando logre conjugar de otra manera los verbos “ser” (registro identificatorio) y "tener” (registro objetal). La construcción, a su turno, as­ pira a reconstruir una parte de la historia infantil, a reencontrar ese fragmento de verdad que pertenece a la historia del conflicto pulsional. Así, ciertas dimensiones del presente serán interpretadas como repeticiones de la historia del paciente. Por novedosa que sea la historia transferencial, es necesario que respete y refuerce la sin­ gularidad de la historia del analizando. Las construcciones en el análisis pretenden recuperar tramas, no aconteci­ mientos aislados. La escena primaria o el Edipo son tramas, redes relaciónales complejas más que acontecimientos o conjunto de acontecimientos. Es que el acontecimiento siempre está inserto en una trama. Es un nudo de relaciones; aislado, no es nada. Es el resultado de una encrucijada de itinerarios posibles. De ahí que la historia deba hacer inteligibles las tramas y no limitarse a relatar.'1 6. "Así pues, ante un acontecimiento hay dos soluciones extremas: o bien interpretarlo como un hecho concreto, hacer que se compren-

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Parte de la infancia es accesible a la evocación, pero el inconsciente no es reductible a fragmentos que habrían subsistido inmodificados y que se exhumarían al levan­ tar la represión. El pasado que se conserva difiere de lo acontecido. El recuerdo se produce en el interior de la repetición y recupera huellas olvidadas, deformadas, transformadas por los efectos de la historia, del tiempo, de la imaginación, huellas que constituyen ese patrimo­ nio singular de memoria. Transformadas pero no aniqui­ ladas por el proceso primario. Freud transformó la concepción tradicional de la me­ moria, esa secuencia inscripción -alm acenam iento- ree­ vocación. La memoria es un sistema múltiple de huellas que se reactualizan y se retraducen unas a otras en los diversos sistemas. Si bien conceptualizó la represión co­ mo una falta de traducción, introdujo un “mas allá del principio de placer” en el cual predomina lo traumático, la desligadura y lo vinculó a la pulsión de muerte. La represión implica un olvido conservador: lo repri­ mido perdura en el interior de la psiquis. Mientras que la pulsión de muerte desinviste y destruye las huellas. Produce huecos de memoria que dificultan el trabajo de rehistorización. Los mecanismos de defensa arcaicos su­ ponen procesos de desestructuración y de deshistorización. Las fijaciones son tanto sobreinvestimientos del pasado como resultantes de los traumas: rupturas en los siste­ mas mnésicos. De ahí que la tarea del analista no consis­ ta sólo en recuperar una historia sino en posibilitar simbolizaciones estructurantes. En el capital fantasmático, Piera Aulagnier <1989) di­ ferencia tres subconjuntos: “lo memorizable”, “lo reprimi­

da'; o bien explicar científicamente sólo algunos aspectos previamen­ te elegidos. En suma, explicar mucho, pero mal. o explicar poco, pero bien. Ambas cosas no pueden hacerse a la vez, porque la ciencia úni­ camente interpreta una ínfima parte de lo concreto" IVeyne, 1971).

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do” y lo “automemorizante”. Lo “memorizable” son los re ­ cuerdos preconscientes a disposición de la conciencia. Ese bosquejo de su historia representa la carta de iden­ tidad psíquica del sujeto. Por más que sea una versión selectiva y censurada, el relato histórico refleja transaccionalmente la trama relacional del espacio y del tiempo de una infancia. Lo “reprimido” son representaciones in­ vestidas a las cuales las contrainvestiduras les impiden el acceso a lo memorizable. Lo “automemorizante" es un fondo sonoro, con un abanico de partituras. El sujeto eli­ girá una u otra en función de la resonancia entre los sonidos que se escuchan y aquellos escuchados en el pa­ sado. Lo que se despliegue en la trama de la historia transferencial dependerá de lo compartido en las sesiones pre­ cedentes. así como de otros encuentros realizados por el analizando y por el analista en otros espacios y en otros tiempos. El pasado se constituye gracias a ese fondo de memoria que pone al abrigo del desinvestimiento el re­ cuerdo de un cierto numero de experiencias afectivas se­ leccionadas en función de la intensidad del afecto que las había acompañado. Tarea del análisis es mantener el re­ cuerdo de un momento del pasado sin estar obligado a borrarlo, o transformarlo en un presente inmutable, es­ tableciendo un esquema relacional único que convierta los objetos actuales en réplica de objetos arcaicos. La construcción-reconstrucción de un pasado es nece­ saria para investir el presente y el futuro. El investimiento del tiempo presente es el resultado de un desplazamien­ to libidinal entre un tiempo pasado preservado en el re­ cuerdo y un tiempo por venir que sólo existe como anticipación. La relación existente entre ese tiempo vivido en el pa­ sado y la narración que permite que un tiempo muerto encuentre lugar en un discurso vivo no es una cuestión especulativa. Al contrario, concierne a la práctica cotidia­ 265


na. Sendas memorias - l a del analista y la del analizan­ do- tejen una trama sobre la que se desplegará el traba­ jo analítico. La historizacinn simbolizante se produce por la conjugación del recuerdo compartido y comunicado. El análisis es un encuentro entre dos historiadores y dos versiones. No es un “combate de versiones narrativas” si­ no que produce una nueva versión de la historia, cons­ truida en común (Homstein, 1993). Si y sólo si en ese momento analítico el analizando puede aprovechar el descubrimiento, el analista comunica la interpretación, lo que ha descubierto en lo que escucha, ese enlace entre el aquí y ahora y lo reprimido que se actualiza en la transferencia. No me cansaré de repetir que la situación analítica plantea un sistema psíquico abierto lejos del equilibrio. La interpretación introduce el sentido allí donde no ha­ bía más que un ruido inorganizado y parásito lun sueño, una repetición, un síntoma, un acto fallido). También la interpretación es un ruido, pero—cuando es eficaz—, es un ruido lo suficientemente nuevo como para modificar el sistema, sin llegar a ser una irrupción traumática que conduzca a la desorganización. La fiabilidad y la redundancia resisten la penetración del ruido y el cambio. La fiabilidad, a la manera de la “protección antiestímulo”, protege al sistema e impide la penetración de información nueva, en este caso, una in­ terpretación del psicoanalista. Para el psiquismo. el orden nuevo es el sentido. Senti­ do siempre profundizable. La tarea del psiquismo es la de una autosimbolización que no puede prescindir del establecimiento de la inteligibilidad y de la causalidad. El sujeto humano es un ser autoteorizante (Laplanche, 1987). La meta del trabajo analítico es poner en marcha y preservar un trabajo de reinterpretación abierto. No só­ lo la transferencia remite a la historia, sino que la histo­ 266

ria es la historia de las transferencias.' Para que un ana­ lizando se apropie de una interpretación es preciso que su trayectoria le permita otorgarle un sentido en el inte­ rior de un trabajo compartido. La interpretación poten­ cia. puntualiza y reimpulsa este trabajo. El análisis se sostiene en el producto de ese encuen­ tro, de ese tiempo compartido que, si bien condensa his­ torias anteriores, crea una historia transferencial, para lo cual el analista escuchará al otro como otro (tanto en relación con su realidad psíquica como con sus referen­ cias teóricas). Un analista es una trayectoria, alguien que debate (y se debate) con la clínica, con los textos, con su propio análisis, con las mil facetas de su vida. Alguien dis­ puesto a la historia y a trabajar la historia, la diferen­ cia. Su afiliación es a un trabajo de pensamiento no a instituciones ni líneas. Desde una trayectoria se puede pensar la praxis mientras que una línea es algo que se aplica (Rodulfo, 1992). La relación entre metapsicología y praxis ¿se produce en el interior de la sesión? ¿Cuándo se reflexiona (fuera de la sesión ) acerca de un análisis? ¿Sólo en los intercam­ bios con colegas? Para algunos, conjunción se convierte en una disyunción: metapsicología o práctica cotidiana. Freud (1932) escribió que la patología muestra una rup­ tura o desgarradura donde en lo normal estfa presente una articulación. A mi modo de ver, en la teoría ocurre al­ go parecido. La teoría normal articula metapsicología y praxis y esa articulación es precisamente el método. Mien7. Freud decía: “El carácter del yo es una sedimentación de las in­ vestiduras de objetos resignadas, contiene la historia de estas relacio­ nes de objeto”. Parafraseando a Freud, postularé que la realidad psíquica es la sedimentación de las transferencias producidas por los objetos investidos, contiene la historia de lo que fuimos transferencialmente para esos objetos.

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tras que en la patología de la teoría, la praxis está desga­ rrada de la meLapsicologia (Homstein. 1988).' El arte clínico contiene elementos singulares que pue­ den conducir tanto a la violencia secundaria como a la creatividad. Creación en distintos registros: creación por el analizando de una nueva versión de su historia; crea­ ción por el analista que se descubre construyendo con otro algo nuevo e inesperado, y creación por los dos par­ ticipantes de una historia transferencia!. Por otro lado, existen las zonas de teorización más rigurosas donde los procedimientos de objetivación son posibles y necesarios para la creación de un conocimiento de mayor validez consensual iBernardi. 1998). Teorización flotante (Aulagnier) es esa selección de lo que conoce el analista respecto del funcionamiento psí­ quico y posibilita la movilidad de sus pensamientos en la escucha. De mil maneras -en tre ellas su propio anáüsis—, el analista se cuidará de tomar por conocido lo des­ conocido ahora o siempre. En lo teórico, tal es el papel de la teoría de la complejidad. Más que una mente en blan­ co, una mente libre para investir cada proceso analítico en su carácter único y no predecible. La teorización flo­ tante es fuente de nuevos pensamientos que surgen en el marco espacio-temporal de la sesión. Interpretar no es producto sólo del encuentro entre dos inconscientes sino que incluye la actividad de pensamiento del anaÜsta, su toma de conciencia vinculada tanto a su propia proble­ mática inconsciente como a su saber “teórico.”1' 8. Una de las causas del actual molestar del análisis es la diver­ gencia entre la práctico y una producción escrita reverberante cuyo proposito es proveer contraseñas de pertenencias a los de la “parro­ quia'’ más que testimoniar los cuestionamientos que surgen de la clí­ nica. ¿Cómo reducir la brecha entre los fundamentos y una praxis enfrentada con apremiantes demandas? 9. Se requiere estudiar la distancia entre las teorías implícitas fuertemente arraigadas en lo pulsional y las teorías oficiales que cir­ culan en el grupo de pertenencia analítica.

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Por la regla fundamental, el analizando es invitado a asociar libremente y el analista, a su vez, escucha e in­ terpreta sin restringirse a una disciplina de intelección que se convertiría en una actitud esterilizante. La escucha analítica no es totalmente pasiva ni to­ talmente desinformada, aunque no es la aplicación de un conocimiento teórico. Día a día el analista va proce­ sando sus lecturas, su experiencia clínica, su propio análisis, sus identificaciones significativas, su partici­ pación en diversos colectivos, va complejizando su es­ cucha. Un peligro es que la teorización flotante se torne tan consciente, tan sistemática que deje de ser flotante y la racionalidad se convierta en racionalización. Otro que por escapar de las teorizaciones rígidas no haya ninguna, por ejemplo, en aquellos que hacen de la práctica fuente absoluta de la interpretación. Conjugamos pasado, presente y futuro, emoción y re­ presentación. Mediante el proceso primario lo inconscien­ te reprimido ejerce transferencias sobre los encuentros actuales y todo encuentro actual que se inscribe en una realidad psíquica remite al presente y también a la reso­ nancia en función de lo ya inscrito. Cuanto más amplio sea el campo de los posibles rela­ ciónales del analista, más productiva será su hospitali­ dad al abanico identificatorio propuesto por el mundo fantasmático del analizando. Puede derivar al paciente, pero si lo Loma en análisis no puede negarse a ninguna de las infinitas e imprevisibles proyecciones. No está de más que anticipe cuáles pueden ser algunas, si está dis­ ponible para las que efectivamente vayan siendo. Si no lo esta, es porque ejerce violencia secundaria para rechazar lo singular de este análisis. De ahí lo necesario de diluci­ dar la función que tiene la teoría en la escucha y la vio­ lencia que puede ejercer en el desarrollo asociativo del analizando. 269


Si la violencia primaria'" impone a los niños ciertas denominaciones para ponerle palabras a los afectos, el trabajo analítico es justamente el recorrido inverso, ya que toda interpretación tiene como finalidad encontrar en estas demandas, estas inhibiciones, estos síntomas, los conflictos que lo originan y remontar estos conflictos a aquellas experiencias afectivas que han sido su fuente. El trabajo analítico se propone deshacer ciertas violen­ cias sufridas (Aulagnier, 1975). La violencia primaria le permite al yo devenir. Pero cuando para la madre prevalece el deseo de preservar in­ mutable su relación con el infans (“que todo cambie” o “que nada cambie”) se instala la violencia secundaria, una deshistorización que despoja al niño de todo futuro investible. “Que todo cambie” es un proyecto de comenzar de ce­ ro, de despojar. En un análisis, ese proyecto consiste en despojar al analizando de su historia infantil, de sus re­ ferentes identificatorios, de todo aquello que lo hace un sujeto singular. Nuestra tarea consiste en proveer pala­ bras al afecto, permitiéndole encontrar su anclaje en el capital fantasmático del que dispone todo sujeto. Alegato para una escucha pero también alegato por este oficio de intérprete que nos confronta al riesgo de la violencia se­ cundaria, ya sea por sordera, ya sea por atribuimos un poder de transformación que desconozca lo específico de ese sujeto."10

10. Véase el capítulo 9. 11. P. Aulagnier 11986) define la violencia secundaria en el análisis: “Puede ser ejercida a través de la interpretación a ultranza y, podría­ mos decir, prefabricada, o a través de la persistencia de un silencio que vendrá a probarle al analizando que en el encuentro no hay inter­ cambio de saber y, que lo que él dice no aporta ningún nuevo pensa­ miento al analista”.

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VERDAD HISTORICA, VERDAD NARRATIVA

Algunos ¿tutores piensan que el psicoanálisis no busca verdades históricas sino verosimilitudes. La “verdad his­ tórica" sería una fantasía retrospectiva proyectada hacia el pasado y la meta de reconstruir la historia, una ilu­ sión. El psicoanálisis sólo debería aspirar a la verosimi­ litud. En todo caso, una postura bien diferente de la de Freud que abandonó la teoría traumática en 1897, pero no la aspiración a recuperar la verdad histórica subya­ cente a la “verdad narrativa”. Ninguna verosimilitud, por seductora que sea, resguar­ da del error; aunque todas las partes de un problema parez­ can ordenarse como las piezas de un rompecabezas, debiera tenerse en cuenta que lo verosímil no necesariamente es lo verdadero y la verdad no siempre es verosímil (Freud. 1938b). Según Spence, el psicoanalista construye un relato ve­ rosímil que no tiene valor de verdad histórica. E sta cons­ trucción, al adquirir verdad narrativa, no sólo da forma al pasado sino que se convierte en el pasado. Estas concepciones hermenéutico-narrativas -influen­ ciadas por el posmodernismo que relativiza las nociones de verdad objetiva- cuestionan el objeto del análisis tal como fue expuesto por Freud. La inclusión de la noción de narrativa aplicada a la historia del sujeto implica un cambio de perspectiva en la consideración del pasado co­ mo dimensión relevante, en tanto reservorio de hechos históricos que explican situaciones del presente. Están convencidos de que la verdad histórica es inaccesible e irrelevante. Se dedican, más bien, a encontrar las técni­ cas adecuadas para vincular la reconstrucción a la trans­ ferencia. Al atenuar la distinción entre “verdad narrativa” y “verdad histórica”, la reconstrucción pasa a segundo plano restándole importancia a la realidad de 271


los acontecimientos pasados. Sostienen que el objetivo del tratamiento es el fortalecimiento del vo, más que la recuperación de los recuerdos. ¿Qué clase de fortaleci­ miento es ése y como se lo consigue? De la reconstrucción sólo se exige que sea clínicamente “útil” al paciente. La polémica verdad histórica -verdad narrativa- res­ pecto de la consideración de los hechos del pasado en la vida del paciente es una polémica crucial. ¿Determinismo o hermenéutica? ¿Reconstrucción o construcción? ¿Relatos verídicos o relatos verosímiles? (Duarte, 1999). En el abordaje hermenéutico-narrativo se piensa que en la verosimilitud que construyen paciente y analista resi­ de la eficacia terapéutica.12 Hay un obstáculo mecanicista. Consiste en creer en una verdad objetivable, en algo fijo y muerto que volve­ ríamos a encontrar idéntico a sí mismo. Y un obstáculo idealista: negar toda referencia a un núcleo de realidad histórica y limitar lo real al discurso del aquí y ahora (Le Guen, 1982). Se podría encontrar una relación entre “verosimilitud” y “construcción”. Freud aceptaba que, si era imposible despertar el recuerdo, la convicción sobre la veracidad de las construcciones puede ser un sucedáneo. Cuanto más arcaica es la vivencia que la construcción trata de recu­ perar, más se apela al saber “teórico” y menos a la reme12. ¿Será necesario optar entre la deriva posmodema o el suponer una memoria con contenidos fijos e inmodificables? Una propuesta superadora es promover una reflexión crítica sobre las formas de cons­ truir los relatos, proponiendo relatos alternativos, subrayando las dificultades, los limites y los alcances que presentan las operaciones de conocimiento del pasado. Los historiadores diferencian la memoria de la historia. La memoria es vulnerahle a todas las utilizaciones y manipulaciones, mientras que la historia es la reconstrucción proble­ mática e incompleta del pasado Mientras la memoria es un absoluto, la historia no conoce más que lo relativo, ya que está nutrida de un cri­ ticismo destructor de la memoria espontánea. L a historia ubica a la memoria en el lugar de la sospecha (Caetano, 1998).

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moracton. Pero, ¿como deslindar convicción de sugestión? ¿Bastará que las construcciones sean verosímiles para el analizando? ¿No podría colarse una retorica de la per­ suasión? Un relato verosímil, coherente, acaso sea sólo una ela­ boración secundaria, una proyección de la teoría del su­ jeto a este sujeto, una fantasía del analista. LTn analista que debe ser imaginativo, sí. articulando e interpretando el material, tan imaginativo como un literato pero a su modo. El no puede inventar el material.13 En la psique del analista se articulan (entre otros) dos deseos: el de curar y el de saber, prolongación de una cu­ riosidad infantil sublimada que ha puesto en cuestión no solamente su novela familiar sino la consistencia misma de las novelas familiares, esos intentos yoicos de reelabo­ rar lo acontecido, lo fantaseado y lo interpretado. No se trata de sustituir una novela por otra, se trata de des­ montar esa novela familiar. Algunos lo llamarán decons­ trucción; otros, simplemente análisis. Historizar la repetición es convertirla en recuerdo. No se hace en un día. Se hace cada vez que el analizando 13. La exigencia como psicoanalistas de respetar el material pro­ visto por el método sin que ella implique una renuncia a la capacidad imaginante (la adecuada combinatoria de rigor y audacia al decir de Baehelard' es compartida por los historiadores. “Mi profesión consis­ te en hacer preguntas sobre el hombre (sobre el hombre de hoy) y en tratar de darles una respuesta considerando el comportamiento de nuestra sociedad en una etapa anterior de su existencia. P ara ello, in­ terpreto vestigios. E ste material me llega previamente tratado por la erudición, y yo debo afinarlo aún más. Pero cuando lo manejo, debo respetar unas reglas, prescriplas por la moral de mi profesión. Así es­ toy obligado a utilizar todo el material disponible, y a no utilizar más que ése; no puedo falsificar complementos. Tampoco puedo -lo cual me es mus difícil de ev itar- ap artar un determinado elemento que me molesta Y si la masa es tan considerable que no puedo emplearla to­ talmente, si estoy obligado a elegir, mi elección no debe ser arbitraría. Cualquier otra cosa, en el fondo, me está permitida; y en especial, si no digo disparates, estoy autorizado a imaginar'’ (Duby, 1980'

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acepta la singularidad de su historia y descubra que sus encuentros actuales están influenciados por los privilegios que se conceden a tal o cual rasgo del objeto, a tal o cual referencia identificatoria y a tal o cual forma de compen­ sación narcisista. ¡Nuevas versiones, nuevas ilusiones para el porvenir, que deja de ser mera repetición! Cuanto más pretenda lograr el analista una construc­ ción histórica completa, mas riesgo correrá de no poder confrontarla con el recuerdo. En el posfreudismo la ten­ dencia es cada vez más ambiciosa: se ha querido escudri­ ñar los elementos primeros de la experiencia humana. Y actualmente hay una peculiar fascinación por todo lo que remita al origen. Ésa no era la actitud de Freud ante lo originario (Assoun, 1984). El rechazo a toda unificación sistematizante es particu­ larmente evidente en todo aquello que concierne al origen, de tal manera Freud eludía el riesgo de sustancialización. Lo arcaico se juega sobre tres bordes: ontológico (el ser del comienzo), discursivo (la posibilidad de un discurso del co­ mienzo) y gnoseológico (la posibilidad de un conocimiento del comienzo). Lo arcaico se refiere a tres paradigmas di­ ferentes: ya sea a un fundamento, ya sea a un sustr ato que sostiene lo aparente o a un antecedente temporal. En esta tercera alternativa designa el punto de emergencia de un proceso. Cada uno de estos tres paradigmas engendr-a mo­ delos de racionalidad distintos. Freud utilizaba el prefijo “t/r” al acuñar las palabras para el antes de los procesos psicosexuales que constitu­ yen el material de la experiencia analítica (escena pri­ maria. fantasía originaria, represión originaria, padre originario). Intentaba dilucidar la articulación entre de­ seo, ley, realidad y prohibición. Lo arcaico tiene la pre­ tensión de que el origen deje de estar velado; de allí su persistente seducción. Por eso lo tentador de un análisis completo. Freud dijo que no era posible, aceptando los lí­ mites del anáfisis. Aceptación que para algunos es pesi­ 274

mista y para otros, como Assoun, traduce en la práctica la “ética freudiana de lo arcaico". El vo, aunque puede renunciar a su imagen idealiza­ da (yo ideal ) mantiene en suspenso la posibilidad de que otro pueda encarnarla (idealización). Búsqueda del otro prehistórico (Freud, 1896). Un otro que nos entienda más allá de la palabra. Freud estuvo siempre atento a la rea­ parición de la sugestión en el anáfisis. Si predomina la convicción sobre la rememoración, lo que enuncia el ana­ lista no vale por lo que el analista dice sino porque lo di­ ce el analista.

HISTORIA TRANSFERENCIA!. E IMPLICACIÓN SUBJETIVA

Desde el nacimiento el ser humano enfrenta duelos, “elige” mecanismos de defensa, compone una realidad vincular. Es de esta historia que el analista tratará de forjar una nueva versión sin sustituir la historia singu­ lar por una universal. El descubrimiento del inconscien­ te perderá sentido si no se lo concibe en su irreductible singularidad sometido a la forma de actualización que concierne a su objeto: la experiencia única de un anáfisis. Disponemos de una teoría, un método y una técnica, pero precisamente la metapsicología freudiana se autolimita al indicar los límites de la teoría en la práctica. Co­ mo analistas estamos obligados a afrontar la totalidad de lo psíquico, donde lo particular de cada historia mantie­ ne indefinidas relaciones con los conceptos adquiridos en nuestra formación teórica. El método supone rehusarle el saber al analizando pero, además, rehusárnoslo a no­ sotros mismos (Laplanche, 1987). La teoría de la complejidad es relativamente reciente pero la complejidad es vieja como el mundo y analizar siempre fue complejo: escuchar con atención flotante, re­ presentar. fantasear, experimentar afectos, identificarse, 275


recordar, antoanalizarse. contener, señalar, interpretar v construir. Y espero que la teoría de la complejidad, a la que recurrí muchas veces en este libro, sea para los lec­ tores una herramienta como lo es para mi. La iniciación de un análisis resulta de un encuentro único, irrepetible, de un analizando con su historia v un analista con su historia 3' una disponibilidad para la es­ cucha. Ese encuentro será el punto de partida de una historia transfereneial que permitirá al paciento resignifiear su historia y al analista afianzar o cuestionar su práctica y sus teorías. Repitámoslo: con su propia historia, su escucha esta­ rá al servicio de una experiencia singular, la de este otro, la potenciará, la ayudará a desplegarse. En cambio, ava­ sallará lo nuevo cada vez que reduzca un tratamiento a una réplica de otros. Pensar la historia transfereneial como un producto del espacio analítico implica encarar su metapsicología: encuentro de dos psiquis, dos historias, dos proyectos, dos sistemas abiertos descubriendo sus múltiples rela­ ciones. Producción, más que reproducción, tal como nos lo permite pensar un psiquismo concebido como sistema abierto autoorganizador que conjuga permanencia y cambio. ¿Y dónde queda la neutralidad analítica? A ella tam­ bién habrá que repensarla. Digamos, por ahora, que el analista no debe ser sólo un soporte de proyecciones y de afectos movilizados por la regresión del paciente. Es el potencial afectivo transfereneial el que nutre sus inter­ venciones. La contratransferencia revelará al anahsta no sólo su “saber" sino también su capital libidinal y relacional que remite a su propia historia El analista está ante un enigma exigido a un pensar y a un hacer. ¿Huye o lo enfrenta? Lo enfrenta mediante su atención flotante y su contratransferencia. Invistiendo la 276

totalidad de lo psíquico, aunque sus investigaciones pri­ vilegien ciertos aspectos de la teoría. Ese investirlo todo, ese no rehusarse es la atención flotante. l 7na atención quizá más mentada que practicada. Es el prerrequisito para una interpretación a salvo de un saber preestable­ cido. congelado, una mera “aplicación" de la metapsicolo­ gía. La atención flotante no es sólo un correlato, algo para­ lelo o complementario de la asociación libre: supone mayor complejidad y pone en .juego la trayectoria del analista: historia personal, anahtica, teórica, práctica. Es una aso­ ciación libre restringida por la escucha y por la teorización flotante vTno una remisión sin fin al mundo fantasmático del anahsta. Tanto el estrueturalismo formalista lacaniano como cierto innatismo rechazan, por distintos motivos, el tra­ bajo desde la lústoria. Ese rechazo propicia un exceso de violencia simbólica (Bourdieui. Despojar al sujeto de su historia es consustancial a la alienación 1vicisitud fre­ cuente de muchos análisis). “El hombre -afirm a R. Aronaliena su humanidad tanto si renuncia a buscar como si imagina haber dicho la última palabra." En el rescate de la singularidad histórica estriba la di­ ferencia del psicoanálisis con las terapias sugestivas y morales, que algunos habían creído definitivamente de­ rrotadas. El psicoanálisis consiste en escuchar al otro como otro. La interpretación contiene una dimensión ficcional (ya que enunciar una interpretación no puede eludir su rela­ ción con el lugar singular de su producción) pero el res­ peto por las marcas históricas intenta delimitar la alteridad. Por eso insisto: ¿podría el análisis desenter derse de la verdad histórica?

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Acontecimiento 41, 46, 47, 92, 101, 103, 109-112, 118. 150, 194, 208, 255, 257, 263, 272 Alienación 15, 140, 149, 153, 181, 204-206, 277 Alteraciones del yo 70, 139, 231 Alteridad 44. 45, 50, 67-72, 77. 80, 82. 109, 114, 118, 161, 166, 179, 196, 218, 221,249,277 Ambición 51, 214, 219, 221, 226, 233, 234 Amor de transferencia 204, 248, 251 Análisis "clásico” 30-34. 248 Angustia ante la pérdida de amor del superyó 137, 146,164, 217 Angustia de castración 24, 51, 82, 138, 140, 222 Angustia de desintegración 50. 52, 221, 222 Angustia de intrusión-sepa­ ración 57, 69. 82

Angustia social 165, 166 Anzieu, D. 190. 279 Apuntalamiento 88, 133. 135, 185 Arcaico 117, 186, 220-221, 227,265,274, 275 Aron. R. 277, 279 Assoun. P. 274-275, 279 Atención flotante 247, 249, 253, 275-277 Atlan, H. 100-101, 279 Autoerotismo 88, 90, 133 Autoestima (sentimiento de estima de sí) 15, 16, 24-26. 45. 59, 67-72, 133-138, 215-221. 226. 232-234 Autonomía 18, 23. 40. 44, 4750, 6 8 ,6 9 , 77, 79, 82, 90, 105, 114, 140, 147, 153, 161, 163, 167, 179, 194, 203, 233,234 Autoorganización 21, 40, 43, 46, 57. 90. 97, 101-105, 134. 252 Avenburg, R. 194. 200. 280 287

286


Azar 21, 22, 42. 46. 99-101. 110. 259 Bachelard, G. 214.245,273,280 Balandier, G 42, 280 Bataille, G. 92, 280 Beneficio secundario 146, 180 Bernard, M. 105, 280 Bernardi, R. 268, 280 Bianchi, H. 279 Bion 30 Blanlon, S. 246, 280 Bleichmar. H. 64, 74. 231237, 280 Bleichmar, S. 56. 89. 119, 169, 196, 280 Bollas, Ch. 58. 280 Bosoer. E. 279 Botella. C. y B. 104. 280 Bourdieu. P 277. 280 Bruno, R. 22 Caetano, G. 272. 280 Campagno. M. 35. 88, 285 Caos determinista 101, 103 Capacidad de estar sólo 5758 Casos limite 16, 72 Castoriadis, C. 64, 178, 193, 280 Castración 56. 112, 133. 140, 167. 171. 188.204.212, 221. 245 Chasseguet-Smirgel, .1. 217, 281 Chiste 80. 146. 177-180. 187 Cohén. S. 103.281 Complejidad 21-24. 34, 3914, 46. 64. 98. 100-103. 288

115. 142. 146, 180. 236, 243-247. 268. 275 Complejo de Edipo 24, 43, 50. 51. 89. 109-118, 127. 133. 139.143. 165. 166, 208, 219. 221. 263 Compulsión 49. 195. 197 Compulsión de repetición 99, 140-141.257 Construcciones 129, 213. 261, 263, 265, 271-274 Contratransferencia 30, 204. 230, 241. 247-253, 276 Creación 22. 99, 177-178, 185, 188-193, 215, 241, 268 Creencia 188, 207-210. 260 Culpa 18, 51,132-138. 228, 232 Curiosidad 172, 193-197,273 David, Ch. 218, 281 De Certeau. M. 257, 280 Defensa 15, 26, 52, 55, 6869. 136, 139-141, 218, 220, 223, 231, 234-235, 248, 261 Déficit 26. 30, 50-51. 71. 218, 220, 225. 231-236 Denis. P. 73, 281 Dependencia 15. 33. 52, 5861, 68-69. 90. 140. 144. 155, 163, 170, 218.234 Depresión 24, 29. 67. 219. 223, 231 Desamparo 52, 89, 121, 123, 140, 148. 163 Desinvestidura 57, 79-82, 107, 230 Desmentida 53, 70, 81 Desorden 39. 46. 100- 101, 104

Determinación 22, 39. 59. 87. 123 Determinismo 21. 99-103. 110, 177. 272 Devenir 46. 50. 55, 57-60. 87, 109, 138, 160. 161. 211.

216, 261. 270 Dogmatismo 214. 262 Duarte, A. 272, 281 Duby, G. 19. 273. 281 Duelo 42-43, 61. 74, 78. 111, 134-137, 159. 184, 202, 204, 218, 227, 257, 275 Durrmeycr, L. 73, 281 Economía narcisista 59, 7172, 211 Egoísmo 75, 82 Elección narcisista 132, 135. 136 Encuadre 31-34, 230 Encuentro 55. 57, 74-75, 80, 86-87, 90-91, 116-117, 137, 161. 172. 181, 200, 210, 249, 251, 256-257, 265, 267-270, 274,276 Energía libre-energía ligada 64, 97, 146, 179, 198 Enunciados identificatorios 123, 159, 160 Eros 64. 74. 94-96, 100, 107, 136. 179, 185, 197, 198 Escena primaria 111-118, 263.274 Escisión 15, 20, 70, 230, 234 Escucha 16. 151, 227, 247253, 266, 268-270, 276 Esquizofrenia 24-25, 44, 133, 139,223 Estados límite 26, 29, 30. 3334, 241. 251

Estrategia 30. 231. 237. 246. 256 Estructuralismo 21. 40. 6364. 150, 252, 277 Examen de realidad 203. 215 Fantasía 18, 71, 78, 81.90. 93, 101, 109, 143, 178. 182. 186. 190, 208-209, 226. 234, 247, 262-263. 273 Fases libidinales 43-44, 133. 208 Fijación 45. 77, 86. 99. 110. 135, 208,229 Filiación 25, 116, 212 Formación de compromiso 70. 132. 178, 179, 182 Freud, S. 17. 19, 27, 31-32, 41. 43-44. 46-47, 62-63. 68. 70, 77-78, 82. 85. 9199. 105-106, 110. 112. 119, 128, 130-148. 153-156, 163-170, 177- 186. 189. 195-203, 207-208, 211-215, 218, 221, 231, 246, 248, 252. 255, 260-264, 267. 271-275, 281-282 Fronterizos (borderline) 24. 27, 72, 223 Frustración 57, 78, 99, 110, 149, 171, 221, 225 Gedo, J. 27, 236, 282 Giddens. A. 17-18,282 Green, A. 20, 32, 53, 57, 61, 6 3 ,8 1 ,8 6 , 87,92, 93, 106, 111, 117. 119, 141, 146, 151, 170. 185, 198, 200, 237. 242.252,283-284 Grundbegriffe 72. 85, 127 289


Guillen Nacher. P. 136, 283

152, 170, 188. 193, 203, 211, 233. 243, 244, 261. 271 Imagen [irnago) parental idealizada 49, 220. 221, 226,230 Inhibición 15. 26, 31, 56, 157, 178. 179, 195, 196, 208, 261 Instancias 27, 44-49. 62-65, 74, 87, 140, 145, 154. 158, 217,232 Integridad narcisista 30, 59, 165 Intelectual 152, 167, 181, 195, 200, 210, 211, 233, 260 Interdisciplina 16, 22, 256, 257 Internalización transmutadora 49, 50, 202, 220, 221, 226 Interpretación 31, 129, 153, 209, 227, 230, 247, 256, 261-266, 269, 270, 277 Intersubjetividad. 89, 93, 106, 123

Hartmann. H. 61, 157 Hipemarcisización 234-236 Hipocondría 16. 67, 133, 223 Historia infantil 109, 132. 134. 142.212, 247, 251, 257, 263. 270 Historia transferencia! 263, 265-268. 276 Hombre Culpable 50-51, 219 Hombre Trágico 51, 219 Homstein. L. 25, 43, 62, 129, 140. 144, 149, 154, 177178, 181, 195, 257, 266, 268. 279, 283 Houzel, D. 21, 158,283 Humor 177, 186-188 Ideal del yo 123, 133, 140, 159, 160, 164, 167-172, 183, 190, 201-203, 210220,233 Idealización 15, 31, 152, 186. 201-206, 212, 220-221, 227, 275 Identidad 18, 29, 33, 41, 5960, 63, 67-73, 80, 103, 109, 118, 152, 156, 179, 203 Identificación. 26, 55-56. 6061, 73-74. 77, 111, 119, 123, 132-139, 142-143, 147-148, 153, 157-160, 167, 170-172, 181-184, 201, 212, 217, 227, 229, 242.269 Identificación proyectiva 15, 30. 229, 230. 248-253 Identificado.identificante 157, 160. 162 Ilusión 31. 72. 74, 100, 120,

•Janin, C. 181, 284 Kaés, R. 102, 284 Kernberg.O. 26, 30, 52, 227231, 236, 284 Klein, M. 30, 101, 117, 169 Kohut, H. 27, 30, 49, 50, 51, 62, 202, 203, 218-233, 236. 284 Korman, V. 106. 140, 188, 284 Kris, E. 191, 284 Kristeva, J. 16, 18, 26, 86. 242, 249, 252, 262,284

290

Lacan, J. 61-63, 90, 113. 114. 148-151, 153, 154, 158. 167, 284 I.ancelle. G. 67, 284 I.aplanche, J. 25, 88, 95. 128, 130. 136, 142, 147. 150. 157. 167, 185, 266, 275. 284, 285 Le Guen, C, 272, 285 Lebeaux, Y. 285 Lewkowicz, I. 35, 88, 258. 285 Libido narcisista 60, 94. 95, 134, 138, 153, 184, 201. 218 Libido objetal 60, 95, 134, 138, 184, 194,218 Magma 64, 135 Masoquismo 139, 141, 167, 187 MeDougall, J. 16, 59, 70. 82. 189, 285 Me. Intosh 155, 285 Mecanismos de defensa 70, 143, 145, 182. 231, 232,264,275 Melancolía 24, 45, 47, 134139, 167 Merea, E. C. 105, 137, 285 Metapsicologia 18-20, 24, 25, 51, 62, 128, 141, 153, 178180, 211. 243, 244, 267, 268, 275, 277 Método 30, 243-247, 267, 273, 275 Mijolla, A. 73, 285 Modell, A. 93, 223, 285 Morin, E. 23, 91, 101, 105, 110, 244, 285 Morrison, A. 26, 285

Najmanovich, D. 130. 285 Narcisismo de muerte 57, 82, 203 Narcisismo expansivo 68, 203 Narcisismo primario,secun­ dario 60, 94. 134, 137, 142. 170. 172, 184, 220 Narcisismo trófico 43, 56, 57, 202, 217 Neogénesis 181, 259 Neurosis de destino 99, 177 Neurosis de transferencia 24, 51, 135, 145, 228, 251 Objeto idealizado 49, 202. 220 Objeto transicional 181, 222 Objeto del se//'(del sí-mismo) 49. 50. 52, 218, 220-225 Oppenheimer. A. 52, 69, 285 Orden 39, 40. 42. 45, 101 Organización 26, 27, 30, 39-41. 46, 52, 56-64, 68, 72, 82, 86, 96, 102-104. 143, 145, 148, 158, 164. 181, 188, 208, 217, 219221, 236, 259 Organizaciones narcisistas 18, 26, 30, 33, 34. 59, 71. 82, 198, 237, 242 Paradigmas 19, 21, 64, 93, 137, 177. 236, 274 Paranoia 24, 25, 44, 45, 47, 133 Patrón de organización 39, 40 Pérdida de objeto 61, 81, 136,137,210 291


Permanencia 42. 97. 18U, 203, 251, 257, 276 Pontalis, J. 29, 63. 154*157. 249. 250, 285 Porte, M. 11. 285 Potencialidad 56, 144. 161. 180. 181. 248. 253.259 Pragier. G. y S. 20. 285 Prigogine. I. 43. 286 Principio de constancia 97, 130 Principio de inercia 97, 106. 131 Principio de placer. Más allá del principio de placer 80, 82, 95, 104, 106. 121, 140, 141, 147, 171, 187. 197, 264 Principio de realidad 60, 80. 106. 121. 141. 117. 171. 179,182. 187 Proceso primario 92, 157, 197, 209, 229. 264. 269 Proceso secundario 56, 61, 80, 146, 157, 158, 198 Prototipo 146, 164, 179 Proyecto 16, 22, 67. 69, 128. 161, 171, 172, 178. 193. 202, 205, 210. 211, 213. 215, 221. 231. 244. 261. 270 Prueba de realidad 139. 158, 190 Psicoanálisis de frontera 32, 33 Psicología del yo iEgo psycology) 74, 147, 154, 156 Psicoputologia 16, 19, 25. 27, 135, 222, 236 Psicosis 24, 43, 94, 135, 231

Pulsión de saber 129,193196.200,212. 214,244 Pulsión de muerte 24, 57, 64, 74, 77-82. 94-97. 106. 131, 135. 136. 140. 167, 179, 181-184. 187. 188, 197, 206. 264 Pulsión de vida 41, 56, 81, 94-96. 106. 140 Pulsión sexual 90. 94. 186 Racionalización 32. 156, 200, 244, 269 Realidad psíquica 63, 71, 77, 79. 91. 109, 112, 123. 141, 169. 189, 209,251. 267 Recuerdo 58, 132, 200. 260. 261. 265, 272-274 Recursivo, Recursividad. 64, 110. 252, 257 Regresión 95, 136, 139, 167, 191, 205. 208, 236 Relación de objeto 52, 59, 69, 71. 74, 93, 160, 165, 178, 229.230 Representaciones identificatorias 45, 60. 159. 160, 173 Represión originaria. 43, 56 Retroacción 40, 101, 103, 110, 117, 143, 257 Roazen, P 31, 286 Rodrigué, E. 128, 286 Rodulfo. R. 267, 286 Rosenberg, B. 97, 136, 286 Rosenfeld. H. 228. 286 Rosolato. G. 24, 203, 286 Rother de Hornstein. M.C. 22. 161, 286 Roudinesco, E. 151. 286 Ruelle. D. 103, 286

292

179. 182 187. 188. 210, 216. 220. 233. 234

Ruido. 42. 43, 16. 17. 86. 103, 266 Schimmel, I. 101. 286 Seducción 132, 207. 208, 274 Sentimiento de culpa 50. 139, 166-169 Sentimiento de estima de si ivéase autoestima) Sentimiento de sí 24. 25. 59, 68-74 Señal de angustia 145. 146 Series complementarias 99. 178,259 Sexualidad 52, 72, 88-94. 111, 123, 127, 178, 183. 185. 194, 208 Sí-mismo (se//*) grandioso 16, 203, 220, 221. 226, 233 Simbolización 16, 33, 59, 92. 99, 166, 264 Síntoma. 26, 135, 146, 153. 178, 180, 181. 189, 190. 196, 199, 208. 223. 229, 232. 261 Sistemas abiertos 21, 22. 40-47, 98, 104. 109, 137, 178 Sistemas cerrados 40, 43, 79, 96, 97, 104, 137 Sistemas complejos 42, 101. 102 Spence. D. 271, 286 Stolorow. R. 45, 286 Sublimación 22. 80, 111, 132. 182-186. 195, 198, 200. 215 Superyó 18, 20, 26, 63, 97, 105. 118, 131. 135,138140. 143-146,163-168. 172.

Teorías sexuales infantiles 116,193 l -i Termodinámica 41. 42. 97, 98. 104 Tópica 22. 27, 39, 43-46, 62. 94. 104, 105. 112, 127, 137, 139, 141, 143.182187. 189 Trabajo de duelo 60, 135 Trama edípica 49, 114, 117. 118, 138 Trama pulsional 73, 85, 92 Transferencia narcisista 30, 223, 225, 226, 242 Trastorno narcisista 26, 51. 72, 224 Trauma 42, 43, 47, 208, 232, 235,257 Treurniet, N. 74, 242, 286 Urribarri, F. 92, 283 Vacio 15, 16. 24, 55, 82. 95, 134,196,203, 223 Valor 15-18, 26, 44, 52, 72, 89, 133, 143, 159. 163, 180-184, 215, 216. 220, 221, 226, 233 Vasallajes del yo 140. 143, I 14

Veyne, P. 264, 286 Vínculos 42, 52. 58, 67-69, 72, 77, 79, 86. 100. 117, 168, 177, 179,212. 228, 236 Violencia primaria 120, 270 Violencia secundaria 120,

293


121, 204, 270 Violencia simb贸lica 204, 209 Vivencia de satisfacci贸n 91. 117

Yo aut贸nomo 61, 62 Yo de placer 43 Yo de realidad 43 Yo especular 61, 154 Yo ideal 15,112, 123. 133. 170. 202, 212, 231. 233, 275

Wagensberg, -J. 41. 98, 102, 287 Wilden, A. 96, 130, 287 Winnicott. D. 30, 34. 57, 62. 181, 188, 189, 222, 287

Zonas er贸genas 59, 91. 194

294


El psicoanálisis tiene que afrontar cada vez más una clínica en la que los trastornos narcisistas se evidencian como riesgo de fragmentación, pérdida de vitalidad, alteraciones de la autoestima. Oe allí la necesidad de repensar el narcisismo para dar cuenta de ese movimiento en el que el obieto se transforma en sujeto a través de las vicisitudes pulsionales y su devenir identificatorio. No habrá teoría del sujeto si no se dilucida el trayecto entre la indiscrrniinacion transubjetiva y la aceptación de la alteridad y el devenir ¿Es el trastorno narcisista una debilidad yoica? ¿Se retiere a una pobreza de la autoestima7 ¿0 se trata de una patología del carácter? Luís Hornstein propone ejes que. respetando la diversidad del narcisismo, organizan su clínica el sentimiento de sr -gue se ve afectado en los casos fronterizos, la paranoia y la ezquizofrema-, el sentimiento de estima de si -deficitario en los casos de depresión y melancolía-, la indiscnminación del objeto tostoneo y el a c tu a l-propio de las relaciones narcisistas- y, por último, el desmestumento narcisista, entendido como una clínica del vacio. Para su análisis, el autor se nutre de la metapsicología freudiana y posfreudlana. de la clínica y de ciertas temáticas transdisciplinanas. como los sistemas abiertos, la determinación y el azar, y las teorías de la complejidad. Resulta indispensable -sostiene el autor- confrontar el psicoanálisis con estas nuevas formas de pensamiento, no solo para evitar los riesgos del reducciomsmo. sino para alcanzar un psicoanálisis verdaderamente contemporáneo de su presente.

LUIS HORNSTEIN, médico psicoanalista, ha publicado Teona de las ideologías y psicoanálisis (1973), Introducción a l psicoanálisis (1983), Cura psicoanaliticay sublimación ,

2^ 22 56

(1988), Practica psicoanalitica e historia (1993) y ha compilado Cuerpo, histona. interpretación (1991),

uiuuuunairinc rnm* t»uminairtnp'v


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