Juan María Jiménez Rojas
Al final de la escalera
Juan MarĂa JimĂŠnez Rojas
Al final de la escalera Ilustraciones de Internet
Agradezco el apoyo recibido de mis familiares y amigos que durante el desarrollo de esta obra me apoyaron y criticaron objetivamente los avances de la misma. -Juan MarĂa-
Título: Al final de la escalera Obra original de Juan María Jiménez Rojas Copyright ©2011 del texto: Juan María Jiménez Rojas Copyright ©2011 de ilustraciones: Internet Ilustración de portada: Internet
IBSN: 12171727272727 Maquetación: Juan María Jiménez Rojas e-Book creado y maquetado con: Word 2007 exportado a PDF y subido a ISSUU Texto revisado en 2011 por ….
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la Ley, cualquier reproducción total o parcial de la presente obra ppor cualwuier medio o procedimiento, comprendidos la reprográfica y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público, sin la autorización por escrito del autor.
índice Capítulo 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Página
La casa…………………………………………………………… La primera noche……………………………………………….. Unos estraños ruidos…………………………………………… El primer contacto……………………………………………… Ante todo discreción…………………………………………... La tormenta…………………………………………………….. The second contact (El segundo contacto)……………….….. El desván………………………………………………………... Sebastián………………………………………………………... Una historia de fantasmas…………………..…………………. Unos reveladores informes……………………………..……… La bodega……………………………………………………….. Expedicióm al sótano……………………………...……………
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Capítulo 1
La casa
El camino de tierra se hacía cada vez más y más estrecho. Las ramas de los árboles de cada lado del camino se entrelazaban en sus copas dando la sensación de estar pasando por un túnel. No se veía ni el cielo. El avance del coche iba dejando una gran polvareda a su paso. Las piedras sueltas rebotaban contra los bajos. De pronto, una gran verja se interpuso en su camino y el papá de Claudia frenó bruscamente, ¡¡no se la esperaba!! La verja de color negro, estaba oxidada, y la serpenteaban zarzas y enredaderas, tan tupidas, que prácticamente no dejaban ver lo que había al otro lado. Estaba firmemente anclada, con unos enormes ~9~
clavos haciendo las veces de bisagras, al muro de piedra, de, al menos, tres metros de altura, que circundaba toda la finca. -Quedaros dentro. Regreso en un momento -dijo el papá de Claudia mientras bajaba del coche. Tras varias maniobras logró quitar el candado y abrir de par en par las puertas de la verja. Fue entonces cuando pudieron ver un jardín algo abandonado, con una fuente central de la que emanaba un leve chorrito de agua. Accedieron al recinto muy lentamente por una pista de grava que crujía al paso del automóvil. Tras rebasar la reja, a Claudia le recorrió un escalofrío por toda la espalda, como si le hubieran derramado un jarro de agua fría. A medida que avanzaban observaron, también, un conjunto de estatuas dispersas por todo el jardín, árboles frutales, un laurel, rosales, matorrales y descuidados setos que delimitaban el camino. Frente a ellos se erguía un gran edificio, con las fachadas -lo que se podía ver de ellas- desconchadas y muy degradadas, cubiertas por la hiedra, dibujando los ~ 10 ~
grandes ventanales, balcones, y puertas. Todo daba la impresión
de
que
el
edificio
llevaba
años
abandonado.
«Cuando el padre de Claudia les propuso que ese verano pasarían las vacaciones en una casa junto a un lago, no se podía ni imaginar que se tratara de esa
tenebrosa, lúgubre y oscura mansión» -pensó Claudia-. Salieron del coche y subieron una empinada escalinata cubierta de hojas y ramas caídas de los árboles, que conducían a la puerta de entrada. Al abrirla las bisagras chirriaron como si no las hubieran abierto en siglos. Sonaban como las de las películas de miedo. «Al papá de Claudia le habían realizado un encargo, como arquitecto que era, para evaluar la situación en que se encontraba la casa con el objeto de realizar las obras de reconstrucción que fueran necesarias para convertirla en un hotel rural. A cambio, su jefe, el dueño de la casa, le permitió que dispusiera de ella durante el tiempo que fuera necesario para llevar a cabo el trabajo.» ~ 11 ~
Pablito, el hermano de Claudia, se agarró con fuerza a su mano temblando de miedo. El sonido de la puerta al abrirse realmente impresionaba. Ante ellos apareció un espléndido vestíbulo. El suelo estaba cubierto de loza de barro, con motivos geométricos en color blanco, negro y marrón. Al frente una gran escalera, de frío mármol blanco con un pasamanos de madera, que ascendía a la planta superior. A cada lado varias puertas de madera de un color rojizo oscuro con cristaleras de colores. Arriba, sobre ellos, más allá de la primera planta, en el techo, colgaba una majestuosa lámpara de lágrimas, toda llena de telarañas y polvo. Olía ha cerrado, a casa vieja. Los rayos de sol que entraban por las ventanas dejaban ver el polvo en suspensión provocado al abrir la puerta. Papá les indicó que debía realizar una inspección de toda la estancia antes de instalarse. Por una mera cuestión de seguridad. Obviamente, ésta, llevaba muchos años cerrada y sin que nadie la hubiera realizado un mínimo de mantenimiento. Mientras, ~ 12 ~
mamá, Claudia y Pablito, podrían hacer su propia inspección, dando un paseo, por los exteriores. La inspección ocular inicial, efectuada por el papá de Claudia, fue positiva y de ésta forma se pudieron instalar.
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Capitulo 2
La primera noche
L as habitaciones se encontraban en la planta de arriba, distribuidas en un largo pasillo. Las paredes estaban tapizadas con una tela de color granate con motivos florales en negro y oro. A media altura habían instalado, a todo lo largo de ambas paredes, un zócalo de madera labrada, del mismo color de las puertas. Repartido por todo el pasillo colgaban cuadros con retratos de señores con atuendos y vestimentas militares del año la polca. Claudia supuso que representaban a los diferentes dueños que había tenido la casa a lo largo del tiempo. El dormitorio que le habían asignado estaba justo en frente al de sus padres. Era como cinco veces más ~ 15 ~
grande que el que tenía en el modesto piso de la ciudad donde vivía. En la cama podían dormir por lo menos diez personas sin que se rozaran. Toda la habitación estaba cubierta de madera, y de ésta, también, colgaban cuadros con paisajes de la zona. Aquella noche todos estaban muy cansados del viaje y acordaron acostarse temprano para estar descansados al día siguiente. Pasaban unos minutos de las doce de la madrugada. Claudia se despertó sobresaltada al escuchar un ruido extraño que parecía provenir de la planta superior. Todo estaba en silencio. Pablito dormía a su lado como un angelito. La luz de la luna entraba por el gran ventanal que daba al jardín lateral de la casa. Había refrescado, por lo que decidió entornar un poco la ventana que sus padres le habían dejado abierta. Al regresar a la cama, de nuevo, escucho un fuerte golpe. Definitivamente provenía de la planta de arriba. De un brinco saltó a la cama y se arropó. Le temblaban las piernas. Se quedó inmóvil durante ~ 16 ~
unos segundos. El latido de su corazón retumbaba en toda la habitación. -Pablito, Pablito, despierta -dijo en voz baja mientras lo zarandeaba intentando despertarlo. Pero éste estaba tan profundamente dormido que ni se inmutó. Claudia no sabía qué hacer. Ya no tenía sueño. Los ojos los tenía abiertos como platos. De nuevo otro ruido, como si alguien estuviera tirando cosas al suelo, pero en esta ocasión le pareció que provenían del pasillo. Las manos las tenía sudorosas y sus piernas parecían tener vida propia, no paraban de temblar. Se tapó hasta la barbilla con la colcha y rezó todo lo que sabía, pidiéndole a Dios que fuera lo que fuera aquello no permitiera que le hiciera daño. Los nervios y el miedo que tenía no le dejaron otra opción... -Mamá, papá, venid por favor -gritó con voz temblorosa y desconsolada. Al instante apareció su madre por la puerta y se ~ 17 ~
acercó a la cama. -¿Qué pasa, por qué gritas? -Tengo miedo, me han despertado unos ruidos muy extraños -dijo Claudia entre sollozos. Los ojos los tenía brillantes, temblorosos, de los cuales, se le habían escapado algunas lágrimas que
corrían
mejillas abajo. -¿De qué ruidos me hablas, cariño?, nosotros no hemos escuchado nada -preguntó mientras enjugaba las lágrimas con sus manos. -Sí, de la parte de arriba y en el pasillo. Te prometo que los he oído. Tengo miedo. -Tranquila pequeña. Estás temblando. Mira, las casas antiguas están hechas con madera y la madera cruje por la diferencia de temperatura. Hoy ha hecho mucho calor y ahora ha refrescado, es por eso que cruje. No debes preocuparte, anda cierra los ojitos y vuelve te a dormir -le dijo su mamá mientras la arropaba y le daba un beso en la frente.
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Mamá se quedó junto a ella hasta que su compañía, el cansancio y las palabras tranquilizadoras de ésta hicieron que Claudia finalmente se rindiera al sueño.
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Capítulo 3
Unos extraños juguetes
A desayunar!! -dijo la mamá de Claudia.
-¡¡
Los rayos de sol entraban por el ventanal como queriendo darle los buenos días a Claudia y Pablito. Éste se desperezó y volvió la cabeza hacia el lado donde se encontraba su hermana. Aún dormía. Sin decir nada, se levantó y bajó al salón. -Buenos días dormilón. ¿Tostadas o galletas? -Galletas. - ¿Y tú hermana? -No sé, sigue durmiendo creo -respondió Pablito mientras se sentaba a la mesa. ~ 21 ~
-¡¡Claudia, el desayuno está listo!! Vamos pequeña que ya es hora de levantarse -insistió mamá. Un minutos más tarde apareció Claudia. Descalza, con los pelos enmarañados y con los ojos casi pegados por las legañas. Había pasado una mala noche. -¿Qué tal está esta mañana la princesa de mi casa? -Preguntó su papá. -Muy cansada. No he dormido bien, he tenido pesadillas -dijo bostezando y estirando los brazos en cruz hacia atrás. -Es normal, pequeña, extrañas el lugar, la casa y sobre todo la cama. Es por ello que no concilias bien el sueño. Verás cómo esta noche ya no te cuesta tanto y duermes como un angelito -intentó animarla papá. -Hoy mamá os va a llevar al lago para que podáis daros unos bañitos, mientras yo continúo con mi trabajo. Quizás, luego, más tarde, iré yo también explicó su papá. ~ 22 ~
-¿Me puedo llevar la caña de pescar? -preguntó Claudia mientras untaba la tostada con mantequilla, poniéndose
las
manos
perdidas.
Había
más
mantequilla en sus manos que en el pan. -Pues yo me voy a llevar la pistola de agua para espantarte los peces -dijo Pablito mirando de reojo a su hermana, mientras se disponía a beber del tazón de Cola Cao. Después de tragar un buen sorbo Claudia comenzó a reírse... -Tienes bigote, tienes bigote -le increpó Claudia al tiempo que le señalaba la marca que le había dejado el Cola Cao sobre el labio superior. -Vale. Que cada uno se lleve lo que quiera, pero que sepáis que a la primera discusión nos volvemos, ¿eh? -amenazó mamá. -Por cierto -continuó diciendo mamá-. Todos los juguetes que vea tirados por el suelo van a la basura. Avisados quedáis. Esta casa es muy grande y no estoy dispuesta a estar todo el día recogiendo trastos vuestros -la cosa iba en serio. ~ 23 ~
-¿Pero qué hemos hecho nosotros ahora? preguntó Claudia. Pablito miró a su madre con extrañeza, luego a su hermana con expresión de no entender ni «j». -Antes de irnos al lago, quiero que recojáis todos los juguetes y demás trastos que habéis desparramado por el pasillo. -Pe..., pe..., pero si yo no he tirado nada. tartamudeó Claudia, tirando la tostada sobre la mesa en un arrebato de ira por las injustas acusaciones de su madre. -Ni yo -dijo Pablito cruzando los brazos con clara actitud de enojo. -Bueno, vosotros veréis lo que hacéis. Ya os he dicho lo que hay -sentenció mamá. Claudia y Pablito no entendían nada. ¡¡Si ellos aún no habían sacado sus juguetes de sus mochilas!! ¡¡No les había dado tiempo...!!
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Capítulo 4
El primer contacto
-
Subid a lavaros los dientes, os ponéis el bañador
y recoged los juguetes, que dentro de unos minutos papá nos llevará al lago -les recordó mamá una vez terminaron de desayunar. Claudia y Pablito, sin decir nada, obedecieron a mamá y se pusieron en marcha. -¡¡Tonto el último!! -dijo Claudia al tiempo que salía corriendo como una exhalación. A Pablito lo cogió desprevenido la propuesta de Claudia, y por unos instantes se quedó rezagado. Pero de inmediato comenzó a correr, y cuando Claudia iba por la mitad de la escalera fue alcanzada por éste. Al llegar arriba, Pablito, alzó sus brazos y ~ 27 ~
dijo, -¡¡Campeoooooón, campeoooooón, oee, oee, ooooeeeeeee!! -Claudia, viendo que no podía hacer nada al respecto continuó su ascensión andando, resignada por la agilidad de su contrincante. Al acceder al pasillo, intrigados por lo que le había dicho su madre, avanzaron lentamente hasta que llegaron a la altura de la puerta de su dormitorio. Detuvieron su avance. El pasillo estaba oscuro. Al fondo podían ver con mediana claridad algunos objetos en el suelo, que desde su posición no podían concretar de qué se trataban. Transcurridos unos segundos, Claudia, agarró de la mano, con fuerza, a su hermano, y con decisión se dispuso a seguir su adelante. Pablito la siguió un paso por detrás, mientras miraba con recelo los cuadros de la pared. Parecía que lo estuvieran mirando, vigilando. A medida que se adentraban en el largo y oscuro pasillo sus ojos se fueron acomodando a la oscuridad. Ahora veían con mucha más nitidez. ~ 28 ~
El primer objeto que se encontraron fue un peluche. Un osito de color amarillo pálido. Estaba sucio y le faltaba un ojo. Claudia miró a Pablito y preguntó, -¿Esto es tuyo, Pablito? -No -respondió totalmente convencido. Sin tocarlo, lo bordearon, y continuaron su expedición. A pocos pasos de donde se encontraba el osito de peluche encontraron una pelota, un diábolo -de esos que se hacen volar con dos palos unidos con una cuerda- y un camión de bomberos. De nuevo, detuvieron su avance. Algo les llamó la atención. Ante ellos, a unos cinco metros, en lo más profundo y oscuro del pasillo, descubrieron una escalera que ascendía. Claudia pensó que era la escalera que subía al desván. Se acercaron lentamente. Cuando estuvieron junto al primer escalón, miraron hacia arriba, pero no pudieron ver con claridad dónde terminaba. La ~ 29 ~
escalera estaba aún más oscura que el pasillo. Pablito ya no podía más. Tenía realmente miedo y quería marcharse de allí cuanto antes. -¡¡Claudia vámonos ya!! Tengo miedo -dijo Pablito temblando. Claudia lo miró y dijo, -Mira ahí arriba hay otro juguete, ¡¡parece un patinete!! ¡¡De pronto!! el patinete se balanceó y comenzó a caer. Rápidamente, Claudia, tiró hacia un lado de su hermano, apartándolo de la trayectoria de caída del patinete, pues de otra forma hubiera impactado contra él. El patinete caía dando volteretas, pegando golpes contra los escalones, dando vueltas y más vueltas de campana, hasta que tropezó contra el penúltimo escalón, yendo a caer sobre sus ruedas en el piso del pasillo, y continuando su avance, rodando por la inercia, hasta que se detuvo finalmente a la mitad del pasillo. El susto fue tremendo. Sus corazones latían a cien por hora. Ahora sí que sí. Sin más dilación, ~ 30 ~
decidieron finalizar la expedici贸n y marcharse. A toda prisa, recogieron todos aquellos juguetes, excepto el patinete, los llevaron a su habitaci贸n y se prepararon para marcharse al lago.
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Capítulo 5
Ante todo descreción
Claudia no dejaba de pensar en aquella escalera, en los extraños ruidos y en los juguetes. ¿De dónde habrían salido? La curiosidad la embargaba, podía más que el miedo, y estaba decidida a averiguarlo. Ahora tenía que convencer a su hermano para que la acompañara en su investigación. Sentada sobre una piedra al borde del lago, lanzó con fuerza su caña con el anzuelo bien repleto de miga de pan. Mientras esperaba a que los peces picaran miraba hacia el frente con la mirada perdida, intentando comprender aquella situación. ¿Qué es lo que habría al final de la escalera?, ¿el ~ 33 ~
desván?, ¿y dentro de él?... se preguntaba. Dejó por un momento su meditación y llamó la atención de su hermano, para poder hablar con él de forma discreta. Su madre no debía saber nada al respecto. -Pablito. ¿Has pasado miedo? -pregunto Claudia en voz baja. -Bueno, un poco, no mucho -respondió con gesto de indecisión, mientras encogía los hombros. -¿Te gustaría saber que hay al final de la escalera? -¿Por qué? -respondió, mientras cargaba su pistola de agua en la orilla del lago. -¡¡Déjalo ya!! ¿no? eres un plasta -le recriminó Claudia mientras intentaba quitarle la pistola, para que Pablito la atendiera. Y continuó diciendo en voz baja: -No sé, tengo curiosidad. ¿Sabes? Anoche escuché unos ruidos extraños. Creo que provenían del desván. Y estoy segura que esa escalera sube al desván. ~ 34 ~
-Vale, y ¿qué? -respondió Pablito con escaso interés, mientras disparaba, con su pistola cargada de munición, a la zona donde flotaba el corcho de la caña de pescar, con la clara intención de fastidiarle la pesca a su hermana. -Pues, eso que me gustaría subir. -al escuchar las últimas palabras de su hermana Pablito dejó de disparar con su pistola, se giró y la miró fijamente con cara de espanto. -Tú estás loca, ¿no? -le dijo éste mientras acercaba el dedo índice, de su mano derecha, a su sien y lo giraba. -No, no estoy loca, es que tengo curiosidad, ya te lo he dicho. La conversación, secreta, fue interrumpida por la llegada de su papá. Venía a darse un baño y a llevarlos de vuelta a casa. Ya casi eran las ocho de la tarde y el sol comenzaba a ponerse. Se estaba levantando un poco viento y el cielo se había llenado de nubes que anunciaban ~ 35 ~
lluvia. De camino a casa, comenzaron a caer algunas gotas. Se había puesto todo muy oscuro. Las nueves habían tapizado el cielo de color gris, y el viento soplaba cada vez con más fuerza. Se trataba de una tormenta. No hacía frío. Más bien bochorno. El aire olía a tierra mojada, presagio de que pronto empezaría a llover. -¿Tendremos una noche pasada por agua? Preguntó papá. -No lo creo. Es una tormenta de verano pasajera. Respondió mamá totalmente convencida de lo que estaba diciendo, y añadió, -Espero que el tejado de la casa aguante y no tengamos muchas goteras -con tono irónico.
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Capítulo 6
La tormenta
Nada más traspasar la verja, del jardín de entrada, se iluminó todo el cielo y a continuación se escuchó un fortísimo estruendo, al tiempo que empezó a caer agua como si estuvieran echando cubos y cubos desde arriba. ¡¡Un relámpago, y un trueno seguidos!! La tormenta estaba justo encima de ellos. A Claudia se le escapó un grito, y Pablito se escondió bajo la toalla que tenía puesta como un delantal para no mojar el asiento, pues aún tenía húmedo el bañador. -Tranquilos niños, que sólo es un trueno -dijo mamá con voz risueña. ~ 39 ~
Bajaron del coche, y corriendo, alcanzaron el pórtico de la entrada de la casa. Fueron sólo unos metros, unos segundos, pero lo suficiente para quedar totalmente empapados. -¡¡Hay que ver la que está cayendo!! -exclamó papá mientras se sacudía el agua de la ropa. -Vamos todos para arriba. Nos duchamos y bajamos rápido para preparar la cena, ¿Vale? -propuso la mamá de Claudia. Al enfilar el pasillo y dirigirse a los dormitorios, de nuevo un relámpago ilumino toda la estancia, seguido de un trueno ensordecedor. Mamá y papá ya habían entrado en su dormitorio y Pablito como un rayo también se metió tras ellos. Claudia, por el contrario se quedó por un momento parada y pensativa. Al iluminarse el pasillo vio algo extraño. Bueno, más bien, no vio. Estaba segura de no haberlo visto. Estaba totalmente segura de no haberlo ni tocado. No se atrevieron. Por lo tanto debía estar allí. Como si hubieran encendido durante un segundo ~ 40 ~
todas las luces del pasillo, un nuevo relámpago lo iluminó. Ahora sí, esta vez lo vio con total claridad. ¡¡El patinete ya no estaba!! Enseguida despertó de su meditación y se dio cuenta de que estaba sola, allí, en medio de la oscuridad. Otro escalofrío recorrió su espalda, pero esta vez como si alguien la estuviera acariciando, desde la nuca hasta donde comienza el “pompis”. Guiándose por la poca luz que salía del dormitorio de sus padres, iluminando vagamente parte del pasillo, Claudia corrió a refugiarse en él, igual que hizo Pablito. -¿Pero se puede saber qué hacéis aquí?, ¡¡vamos todos a la ducha!! -ordenó la mamá de Claudia mientras se desenredaba el pelo, empapado de agua, tras haberse dado una reparadora ducha. Improvisaron una cena rápida en el salón. Papá y mamá no tenían ganas de cocinar; un poco de queso, jamón de York, patatas fritas, aceitunas, salchichas de lata, vamos, todo un lujo. Para Pablito y Claudia esa eran las mejores cenas. Además, la dejaron beber un ~ 41 ~
culín de Coca Cola. El ventanal de salón estaba abierto de par en par. La temperatura era ideal. Se agradecía después del día de calor que habían pasado. La noche cayó, y la lluvia no paraba. La tormenta parecía haberse alejado, aunque de vez en cuando se escuchaban algunos truenos a lo lejos. El cielo seguía cubierto de nubes. A ratos dejaba de llover y se abrían algunos claros. Hacía viento y las ramas de los frondosos árboles del fondo del jardín se mecían de un lado a otro.
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Capítulo 7
The second contact (El segundo contacto)
L a luz encendida del porche del salón iluminaba el jardín resaltando el blanco sucio de las mojadas estatuas. A Claudia y Pablito no les gustaban. Parecían fantasmas. Daba la impresión de que fueran a salir andando de un momento a otro. Una de ellas debía ser una especie de ángel, pues tenía a la espalda unas alas. Miraban ligeramente hacia arriba. Los brazos los tenía flexionados, y en cruz, con las palmas hacia arriba, como si estuviera esperando que cayera algo del cielo. Papá y mamá se sentaron en el porche con sendos libros. Eran muy aficionados a la lectura. Mamá era profesora de primaria en el colegio ~ 45 ~
donde iba Pablito y Claudia, y siempre es estaba dándoles la vara para que leyeran libros en vez de estar todo el día enganchados a la videoconsola. «Eso de tener una mamá maestra no molaba. Todo el día exigiéndonos y controlando los estudios y tareas. Y cómo no, tenían que sacar las mejores notas» -se quejaba para sus adentros Claudia. Mientras, Claudia y Pablito se entretenían jugando a ver quién aguantaba más tiempo la respiración. Pablito conseguía mantenerla hasta que se le ponía la cara entre rojo y morado. Claudia siempre ganaba. Pues engañaba a su hermano respirando lentamente sin que él se diera cuenta. ¡¡Era una tramposa!! Claudia propuso poner una película en el DVD portátil y Pablito sugirió ver Charley y la fábrica de chocolate. -Mamá, mamá, ¿podemos ver una peli? -preguntó Pablito. -Creo que ya es muy tarde, ¿no? -respondió mamá. ~ 46 ~
-Anda, sólo un ratito, ¿vale? -suplicó Claudia. -Bueno, pero sólo un rato, ¿eh? Pronto nos iremos a la cama -accedió mamá. -¿Dónde está el DVD papá? -preguntó Claudia. -Creo que en la entrada, junto a la escalera, en la bolsa del portátil -respondió papá sin quitar la vista de su libro, mientras cambiaba de posición las piernas, cruzando una sobre otra. -¿Y las pelis? -continuó preguntando Claudia. -También -dijo papá con voz seca, mientras se rehacía en su asiento como queriendo decir «¡¡Dejadme ya que pierdo el hilo!!» Claudia se levantó del suelo y miró a su hermano mientras le extendía la mano invitándole a levantarse, al tiempo que le decía, -¿Vienes conmigo? -¡¡Vale!! -dijo Pablito agarrando la mano de su hermana y levantándose de un brinco. ~ 47 ~
El corredor que daba al salón desde el vestíbulo estaba iluminado por unos apliques (lámparas) colgados en la pared. Desprendían una luz tenue y amarillenta, iluminando vagamente el corredor. Con paso firme llegaron al vestíbulo. Junto a la escalera estaba la bolsa donde el papá de Claudia guardaba el portátil y los papeles del trabajo. Él prefirió guardar el DVD en su bolsa para que no lo estropearan llevándolo en sus mochilas. Abrieron la bolsa y sacaron el DVD, el cable y las pelis, de entre las cuales seleccionaron la que propuso Pablito. Claudia se disponía a cerrar la cremallera del compartimento donde estaba el DVD, cuando sin esperarlo se escuchó un fuerte portazo. Miraron a su espalda y comprobaron que la puerta del corredor se había cerrado. Claudia y Pablito se quedaron petrificados. ¡¡Vaya susto!! Claudia se levantó rápidamente y se dirigió hacia la puerta e intentó abrirla, pero por más fuerza que ejercía, no pudo. ¡¡Estaba atascada!! En ese momento ~ 48 ~
un relámpago, seguido de su correspondiente trueno, hizo que se iluminara y retumbara toda la casa, al tiempo que las luces de la lámpara de lágrimas del vestíbulo y las del corredor, que se podían ver a través de las cristaleras, se apagaron, dejando todo a oscuras. Pablito corrió hacia su hermana y la abrazó con fuerza. Ésta hizo lo propio mientras le decía, -Tranquilo Pablito, mamá y papá seguro que vienen enseguida y abren la puerta -intentando tranquilizarlo. -Mamá, papá -gritó con fuerza Claudia. Pero no hubo ninguna respuesta. Transcurridos unos segundos, Pablito y Claudia volvieron a llamar a sus padres con insistencia, pero al parecer no les oían. Entre tanto, de nuevo, comenzó a llover. Quizás, ahora, caía con más fuerza. Los truenos y relámpagos se sucedían uno tras otro poniéndoles la piel de gallina. ~ 49 ~
El reloj del vestíbulo comenzó a sonar, dando las campanadas. Claudia las escuchó con atención… -…siete, ocho, nueve, diez, once y… DOCE. contó Claudia mentalmente. ¡¡Era media noche!! Tan pronto como las campanadas finalizaron todo quedó en silencio. Claudia volvió a escuchar los extraños ruidos de la noche anterior. Estaba igual de segura de que provenían del pasillo de arriba. Se agarró fuertemente a su hermano, pues los ruidos se escuchaban cada vez más cerca de la escalera. Avanzaban inexorables, con decisión, como si tuvieran prisa en llegar donde estaban ellos. -Mamaaaá, papaaaá -volvió a gritar Claudia, pero nadie les escuchaba. Toda la estancia continuaba a oscuras, sólo de vez en cuando, era iluminada por los relámpagos. Allí, junto a la puerta del corredor, agachados, Claudia y Pablito no sabían qué hacer. Estaban muy, pero que muy asustados. En ese preciso instante un nuevo relámpago ~ 50 ~
alumbro la escalera. Claudia, que no apartaba los ojos de donde provenían los extraños ruidos, pudo verlo con Claridad. Ahí estaba, en el centro del primer escalón de arriba de la escalera. Por el momento, parado, quieto, inmóvil. ¿Cómo habría llegado hasta allí?, ¿Cómo es posible? Se preguntaba Claudia. ¡¡Sí!! Se trataba del patinete. El mismo que había desaparecido del pasillo. Con el siguiente relámpago observó que el patinete se había movido unos centímetros, y que de un momento a otro caería como lo hizo esa mañana de las escaleras del desván. Antes de terminar de pensarlo el patinete se precipitó escaleras abajo provocando un enorme estruendo al tiempo que Pablito comenzó a gritar: -¿Qué es eso Claudia? -Es el patinete Pablito, el patinete, ha vuelto a aparecer -dijo Claudia enormemente nerviosa. Igual que hiciera la vez anterior, el patinete fue a caer en el suelo del vestíbulo y rodó y rodó, hasta ~ 51 ~
estamparse contra la puerta principal de la casa.
-Claudia, Pablito, ¿dónde estáis? -se oyó la voz de mamá, mientras la luz de una vela se translucía a través de la cristalera de la puerta del corredor iluminando el vestíbulo y permitiendo ver con claridad el patinete. Instantes después, la puerta se abrió. Se trataba de Papá y mamá. Encontraron a Claudia y Pablito arrodillados y abrazados en el suelo junto a la puerta. -Tranquilos chicos, sólo ha sido un apagón. Pronto volverá la luz -dijo mamá con voz cariñosa, y clara intención de tranquilizarlos un poco. Papá se inclinó para levantarlos y ponerlos en pie percatándose de que ambos estaban temblando. -¿Qué pasa chavalines?, estáis temblando. Ni que hubierais visto a un fantasma -dijo papá. -¿Por qué no contestabais? -preguntó Claudia.
~ 52 ~
-Os hemos llamado un millón de veces. -increpó Pablito. -Mientras cogíamos el DVD la puerta se cerró, y… y no podíamos abrirla, y… y luego se fue la luz y todo
quedó
a
oscuras.
-continuó
explicando
precipitadamente Claudia mientras le castañeaban los dientes. -¡¡Bueno, bueno, respira chiquilla!! -exclamó el papá de Claudia con expresión risueña. -Venga, ya pasó todo -dijo mamá-. Sí que os escuchábamos, pero teníamos que buscar una vela para venir a por vosotros -explico mamá. -Creo que ya es hora de acostarse -sugirió papá. En ese momento la corriente eléctrica volvió y las luces del vestíbulo y del corredor se encendieron de nuevo. El pase cinematográfico tendría que esperar a un mejor momento.
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Capítulo 8
El desván
A ún así, con todo lo ocurrido y el miedo que pasó, Claudia seguía decidida a averiguar por qué aparecían y desaparecían todos aquellos juguetes, y sobre todo, quién era el responsable. La respuesta debía estar al final de la escalera. En el desván. Cuando papá y mamá se marcharon de la habitación, después de arroparlos, darles un beso y apagar la luz, Claudia, sin perder un segundo, antes de que se durmiera Pablito, le dijo, -No me has contestado aún. -¿A qué? -Ya te lo dije esta tarde en el lago, ¿no te intriga lo que pueda haber al final de la escalera? ~ 55 ~
-No sé. Me da un poco de miedo. -Bien. Ya me lo temía. Eres un cobardica. ¿No? dijo Claudia para provocarlo. -¡¡Yo no soy un cobardica!! -Entonces, ¿por qué no vienes conmigo? -¿Cuándo? -Pues… ahora mismo. En el momento que apaguen la luz papá y mamá y se duerman. -Venga. Para que veas que no soy un cobardica contestó muy decidido. A los pocos minutos, la luz del dormitorio de sus padres se apagó y todo quedó a oscuras y en silencio. Un silencio sepulcral. Claudia
bajó de la cama seguida de Pablito.
Agarraron sus mochilas y sacaron las linternas. Con sigilo se acercaron a la puerta del dormitorio. -No hay moros en la costa -dijo Claudia indicándole a Pablito que podían seguir. ~ 56 ~
Salieron del dormitorio de puntillitas para no hacer ruido mientras alumbraban con sus linternas el camino a seguir. Poco a poco fueron dejando atrás el largo pasillo hasta que llegaron al pie de la escalera sin más contratiempos. -Tu primera, yo te sigo -propuso Pablito. -Anda que no eres gallina. -¡¡Que no soy un gallina!! -¡¡Calla!! No grites. Baja la voz, que te van a oír papá y mamá -dijo Claudia, en voz baja, mientras le tapaba la boca con su mano. Claudia no se lo pensó dos veces. Comenzó a subir las escaleras agarrando fuertemente a su hermano de la mano. Apuntando hacia arriba con sus linternas, por fin pudieron divisar una puerta al final de la escalera. Estaba claro; aquella puerta debía ser la del desván. Pensó Claudia mientras continuaba su ascensión. ~ 57 ~
Justo al llegar arriba, delante mismo de la puerta, se detuvieron. Claudia estiró su mano en dirección al pomo con intención de girarlo y abrir la puerta, cuando de pronto ésta se abrió sola, entornándose
unos
centímetros.
Ambos
retrocedieron un par de escalones. -¡¡Se ha abierto sola!! -exclamó Claudia. -¿Cómo? -preguntó Pablito. -Que se ha abierto sola. No he llegado a tocar el pomo -aclaró Claudia. -¡¡Vámonos!! -dijo Pablito mientras se giraba disponiéndose a bajar a toda mecha. -¿Qué dices? Espera un momento. ¿Ya que has llegado hasta aquí te vas a volver? Pablito dudó unos segundos, y armándose de valor, finalmente, desistió de su huida. No quería que su hermana pensara que era un gallina. Claudia celebró que su hermano hubiera recapacitado y lo abrazó en señal de agradecimiento. ~ 58 ~
Después se giró hacia la puerta y se centró definitivamente en entrar en la habitación que tenían justo delante. También ella tuvo que armarse de valor, y con un fuerte empujón terminó de abrir la puerta completamente. La tormenta había cesado y al parecer el cielo está despejado, pues ante ellos descubrieron un pequeño cuarto con una ventana por la que entraba la luz de la luna iluminándolo. Lo primero que vieron fue un baúl en el centro del cuarto. Estaba abierto, y de él sobre salía la pata de un peluche sucio de color amarillo pálido. Sin más dilación, entraron en la estancia acercándose lentamente hacia el baúl. Fue entonces cuando pudieron comprobar que estaba repleto de juguetes. De pronto, un fuerte ruido se escuchó a sus espaldas. Ambos se volvieron y comprobaron que la puerta del cuarto se había cerrado ¡¡sola!! Pablito se aferró fuertemente a su hermana. Sus ~ 59 ~
corazones volvían a latir con extremada rapidez. Pero lo más curioso es que no tenían miedo. Más bien una sensación de tranquilidad y sosiego. Pasados unos segundos los latidos volvieron a estabilizarse. Ya estaban dentro, ahora tenían que continuar con su misión. Más tarde se ocuparían de cómo salir de allí. Bueno, no había sido para tanto. Ya sabían lo que había al final de la escalera; una puerta -que se abría sola-, un cuarto y un baúl. Pero Claudia aún no estaba muy convencida. Tenía metido en la cabeza que los ruidos provenían de aquí, y alguien debía producirlos. Y no la historia que le había contado su madre. En un rincón donde la luz de la luna no llegaba a iluminar, Claudia creyó haber visto algo que se movía. Encendió su linterna y dirigió el haz de luz hacia el rincón. Ante ellos, sentada en el suelo, descubrieron una figura humana; ¡¡un NIÑO!!
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Capítulo 9
Sebastian
S í, allí mismo, delante de ellos, un niño. Sería de la edad de Claudia, unos doce años. Estaba sentado en el suelo, apoyado sobre la pared, con las rodillas flexionadas agarrándoselas con las manos. -¡¡Hola!! -dijo el niño. Claudia y Pablito no respondieron al saludo. Se habían
quedado
sin
habla.
Al
escucharlo
retrocedieron unos pasos. -Me llamo Sebastián. ¿Y vosotros? -volvió a decir el niño. -Claudia. –dijo. Se le escapó casi sin querer. Era una chica muy educada.
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-¿Y tú? -dijo el niño dirigiendo su mirada a Pablito. -Pa…, Pa…, Pablo -tartamudeó Pablito. -Por fin os habéis decidido a visitarme, ¿no? Mi estrategia ha surtido efecto -dijo Sebastián al tiempo que se ponía de pie. De nuevo, Claudia y Pablito, retrocedieron un par de pasos más, como medida de seguridad. -Llevo mucho tiempo aquí sólo. Tenía ganas de jugar con alguien -continuó hablando Sebastián mientras avanzaba hacia el baúl-. Desde que llegasteis e intentado por todos los medios llamar vuestra atención… -¿Entonces eras tú el que hacías esos ruidos y dejabas juguetes tirados por todas partes no? -dijo Claudia interrumpiendo a Sebastián. -Sí. Ya os lo he dicho. No sabía cómo llamar vuestra atención para que vinierais a jugar conmigo. Y se me ocurrió dejar algunos juguetes por la casa… ~ 64 ~
-¿Y por qué no bajaste y te presentaste sin más? No veas los sustos que nos hemos llevado con el dichoso patinete -interrumpió de nuevo Claudia con tono airado, casi de enfado. -Lo siento de veras. Pero es que no puedo salir de este cuarto. -Si…, claro. ¿Y cómo has desparramado los juguetes por el pasillo? ¿Y nos has tirado dos veces el patinete? ¿Por arte de magia? Por cierto ¿y tus padres? -Bueno, magia, magia, no es exactamente. Es que soy un fantasma, y puedo hacer algunas cosas… Pablito, por su cuenta, habiendo sopesado los pros y contras de la protección que obtenía de su hermana,
retrocedió
un
par
de
pasitos
más
separándose de ésta, por lo que pudiera ocurrir, pues lo que estaba escuchando le estaba dando un pelín de susto. Claudia se percató del movimiento de Pablito. -No te preocupes. Creo que Sebastián no nos ~ 65 ~
quiere hacer daño, sólo está dándonos una broma. Pesada, pero broma. -A ver, dinos, ¿y cómo es que eres un fantasma? ¿Y por qué no puedes salir de este cuarto? -preguntó Claudia con firmeza. Sebastián se acercó a ellos saliendo de la penumbra y se sentó en el suelo junto al baúl. La luz de la luna iluminó su rostro. No parecía, ni mucho menos, un fantasma. Claudia y Pablito tenían entendido que los fantasmas eran sábanas con 3 agujeros bien oscuros; dos para los ojos y un tercero para la boca. Y volaban, traspasaban paredes y todo eso. ¡¡Ah!! Y tenían la mala costumbre de dar sustos a la gente diciendo; buuu, buuu, y no tirando patinetes por las escaleras. Por tanto casi que no se creían que fuera un fantasma. A aquel niño lo veían normal, como ellos. -Venid, sentaros a mi lado. No tengáis miedo, no os voy a hacer daño. Intentaré responderos a todas vuestras preguntas. A estas alturas Claudia y Pablito ya estaban algo más serenos y lentamente avanzaron hasta el baúl. Se acomodaron junto a éste, a una distancia prudencial. ~ 66 ~
-La verdad es que no sé por dónde empezar -dijo Sebastián. -Creo que todas las historias se han de empezar por el principio, ¿no? -señaló Claudia.
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Capítulo 10
Una historia de fantasmas
T al como sugirió Claudia Sebastián comenzó a exponer su historia desde el principio. Hace de esto unos 30 años. Sebastián enfermó y sus padres llamaron al doctor del pueblo. Éste le diagnosticó tuberculosis, una enfermedad que por aquellos tiempos era muy difícil de curar. El doctor comenzó a medicarlo, pero en vez de mejorar, cada día se encontraba más y más débil, tosía constantemente y la fiebre no había forma de bajarla. Transcurrieron dos largos meses hasta que el cuerpo de Sebastián no pudo más y plácidamente, mientras dormía, murió. ~ 69 ~
Fue en ese mismo instante, justo después de exhalar su último aliento, cuando se convirtió en fantasma, pues tenía una misión que cumplir. Desenmascarar al doctor. Al principio Sebastián no se había dado cuenta de lo que le había pasado. Transcurrieron varios días hasta que fue encajando, entendiendo, su nueva situación. Había aparecido en el desván, sólo, junto al baúl. Intentó salir de la habitación pero la puerta se resistía, no había forma de abrirla. Tras varios intentos desistió. Pero de pronto, sin saber cómo, ésta se abrió sola. Durante un buen rato analizó lo sucedido y después de devanarse los sesos se dio cuenta de que con sólo pensar, desear que la puerta se abriera, ésta obedecía a su deseo. Una vez abierta mentalmente, se acercó a ésta, y cuando decidió traspasar el umbral de la puerta, por arte de magia, de nuevo, se encontró junto al baúl. ¿Cómo es posible? -se preguntó Sebastián algo ~ 70 ~
desconcertado. Al parecer estaba confinado dentro de aquella habitación pues cada vez que intentaba salir, cataplum, de nuevo junto al baúl. Lo mismo ocurría cuando puso en práctica lo de traspasar muros o la propia puerta. Al principio parecía que sí. Se acercaba a la pared, alargaba una mano y ésta desaparecía. Pero cuando seguía avanzando, nada, de nuevo junto al baúl. Resignado, continuó su investigación respecto de sus poderes, pues a estas alturas ya tenía claro que se había convertido en un ente, en un fantasma. Durante su investigación descubrió que el doctor no lo medicó adecuadamente. Todo lo contrario, lo había envenenado lentamente. El motivo por el cual el doctor le suministró veneno hasta terminar con su vida fue la de obligar a sus padres a vender la casa. Él deseaba adquirirla para convertirla en un hotel. Puesto que los padres de Sebastián, en varias ocasiones se negaron a vender, se ~ 71 ~
le ocurrió que si él moría lo más probable es que sus padres accedieran a su oferta. Cuando Sebastián enfermó, por un simple resfriado, vio la oportunidad. Él era el único médico del pueblo y persona de confianza de todos los lugareños. Tras la muerte de Sebastián, con gran pesar, decidieron venderle la casa al doctor. Fueron los papás de Sebastián quienes se lo propusieron en esta ocasión, respondiendo a las ofertas que habían recibido en años anteriores. Una vez efectuada la transacción, se trasladaron a la ciudad para estar más cerca de los abuelos, ya que estos
cayeron
en
una
profunda
depresión,
agravándose sus achaques, a consecuencia de la muerte de su nieto. Pocos meses después, el doctor, consiguió las licencias necesarias para comenzar las obras de restauración. Las obras iban viento en popa y todo indicaba que muy pronto la casa estaría terminada. ~ 72 ~
Pero el destino quiso que el doctor pagara sus fechorías y un día bajando las escaleras del desván tropezó cayendo escaleras abajo rompiéndose la crisma, muriendo desafortunadamente en el acto de forma accidental. Como era tan malo y despiadado tampoco pasó al otro lado convirtiéndose igualmente en un ente.
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~ 74 ~
Capítulo 11
Unos reveladores informes
C laudia
no daba crédito a lo que estaba
escuchando y le instó a que le contara cómo podrían ayudarle. Sebastián les indicó que en un lugar de la casa el doctor conservaba unos documentos que revelarían que él no estuvo nunca enfermo de tuberculosis, y que la medicación que recibió durante esos meses fue un veneno que actuaba muy lentamente para no dejar rastro en su cuerpo en caso de que le efectuaran la autopsia. Esos documentos, aseguró Sebastián, sin lugar a dudas, desenmascararían al
doctor
y
permitirían, por fin, revelar lo cruel que fue con él para conseguir su objetivo. Claudia y Pablito cada vez estaban más ~ 75 ~
interesados e intrigados por la historia que le estaba relatando Sebastián. El reloj del vestíbulo anunció la una de la madrugada. -¿Cuál es ese lugar? -preguntó impaciente Claudia. Sebastián se levantó para estirar un poco las piernas, y acercándose a la ventana prosiguió con su narración mientras contemplaba las gotas de agua que resbalaban por el cristal. -El doctor trasladó su oficina a la biblioteca de la casa para estar más cerca y pendiente del curso de las obras. Habilitó unos cuantos archivadores donde conservaba los informes médicos, entre los cuales estaba el mío -continuó explicando Sebastián. -No pude trasportarlo con mis poderes hasta aquí, pero si lo leí. En él, con sumo detalle, el doctor, apuntó la fórmula del compuesto venenoso que me suministró,
la
dosificación
y
otros
detalles
reveladores. Además, fisgoneando un poco, leí otros informes en los que el paciente finalmente también falleció. En éstos, observé que el doctor medicaba a ~ 76 ~
esos pacientes con el mismo compuesto -Claudia no daba crédito a lo que estaba escuchando. -Entonces… el doctor… ¿Quieres decir con eso que podría haber envenenado a más personas? preguntó Claudia. -A la vista de los informes y las coincidencias que pude constatar con mi lectura, es probable que así fuera -respondió Sebastián. -Bueno, entonces, lo que tenemos que hacer es ir a la sala de la biblioteca, recuperar esos informes y llevarlos a la policía, ¿no? -sugirió Claudia. -Si, lo que ocurre es que esos documentos ya no se encuentran en la biblioteca -explicó Sebastián. -¡¡Ah!! ¿Y dónde están si no? -Veréis. Dejadme continuar -dijo Sebastián. Éste continuó la historia aclarando que, pasadas algunas semanas del inicio de las obras y de su traslado a la biblioteca, el doctor ordenó que construyeran una bodega bajo la casa con la ~ 77 ~
condición de que sólo él y el jefe de obra supieran como acceder a ella. Después de su construcción, el jefe de la obra tuvo
un
accidente
de
tráfico
en
extrañas
circunstancias. Por lo que sólo había una persona en el mundo que supiera como acceder a la bodega desde aquel momento: el doctor. -¿Y cómo es que con tus poderes no sabes cómo se accede a la bodega? -preguntó intrigada. De nuevo Sebastián se sentó junto a ellos. -La verdad es que sí sé dónde está, pero mis poderes no tienen efecto en ese lugar –dijo pensativo. -¿A qué lugar te refieres? –preguntó impaciente Claudia. -Al sótano –contestó Sebastián.
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CapĂtulo 12
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La bodega
Su
relato se ponía cada vez más interesante
aunque a Pablito ya le estaba picando el sueño. Se había deslizado sobre su hermana, como el que no quiere la cosa, hasta apoyar su cabeza sobre el regazo de ésta, adoptando una
posición fetal. Escuchaba
con atención las palabras de Sebastián mientras que Claudia acariciaba con suavidad el cabello de Pablito. Sebastián continuó explicando que el doctor era más listo de lo que podían imaginar. Éste sabía que él se había convertido en fantasma, pues durante las obras intentó por todos los medios sabotear los trabajos; escondía las herramientas, abría los grifos para que se inundaran las habitaciones, incluso en una ocasión les desmontó un andamio, dejando a los obreros durante horas en el tejado sin poder bajar. El doctor empezó a sospechar de todos aquellos sucesos, por lo que una noche subió al desván, al escuchar unos extraños ruidos. -Los mismos que escuché en mi primera noche. ~ 81 ~
Eras tú jugando, ¿no? -dijo Claudia. -Efectivamente era yo, jugando, como todas las noches, con mis juguetes. Y no pude evitar que me sorprendiera. Sigilosamente subió las escaleras y abrió la puerta de improviso. Entró con decisión, me volví hacia la puerta, y como un rayo usé mis poderes, y me desvanecí ante él haciéndome invisible. Pero como digo, ya era tarde, me había visto -explicó Sebastián. Sebastián prosiguió con su historia. - De este modo decidió que la bodega debía construirla no sólo para intrusos de carne y hueso humanos- si no que también para fantasmas fisgones. Sebastián aclaró que el doctor no sólo era médico, sino que también se había doctorado en química y física, e inventó un material con el que recubrió todo el sótano inhibiendo los poderes de los fantasmas. -A partir de aquel día continuó haciéndome visitas de forma regular. Me invocaba dando gritos ~ 82 ~
exigiendo que le dijera por qué me había convertido en fantasma, que qué misión tenía. -¿Entonces cómo encontraremos la bodega? preguntó Claudia. Sebastián le reveló un último secreto. El doctor solía abandonar la bodega las noches de luna llena, y vagar por toda la casa quejándose y maldiciendo su mala suerte por no haber podido finalizar y disfrutar de su proyecto por culpa de un estúpido patinete… -¿De un patinete? -se interesó Claudia. Pablito se incorporó de inmediato y miró a Claudia desconcertado. -Bu…bu…bueno, es que, veréis… Sí, un patinete. Yo no tuve la culpa, sabéis, es que estaba tan asustado que para evitar que me sorprendiera, de nuevo, llené las escaleras que suben al desván de juguetes estratégicamente. De esta forma si alguien quería subir, con total seguridad tendría que tropezar con alguno y de este modo me daría tiempo para desaparecer. ~ 83 ~
-Entonces… tú provocaste la caída y consiguiente muerte del doctor, ¿no? -exclamó Claudia con estupefacción. -Pu… pu… pues creo que sí. ¿Tú qué piensas? ¿Hice mal? La verdad es que no pretendía hacer daño a nadie -argumentó Sebastián algo apenado. -Vale, Sebastián, no te preocupes. Nadie se merece morir, pero él se lo ha buscado por lo cruel que fue contigo. Pero en el futuro debes tener más cuidado con tus grandes ideas, pues a Pablito casi lo escacharras también cuando nos tiraste el patinete por las escaleras del desván. -Lo siento de veras -dijo Sebastián- no volveré a desparramar mis juguetes por la casa. Pero debéis entender que era la única forma de llamar vuestra atención… Claudia se levantó, buscó su mochila y de ella sacó su iPhone, que se había comprado con los ahorros de todo un año. Aún así, con la pasta que le costó, tuvo que contratar una tarifa con acceso a internet, con una permanencia de doce meses. Pues de lo contrario ~ 84 ~
le hubiera salido más caro. Desbloqueó el terminal y pulsó sobre el icono de acceso a internet. Buscó con impaciencia en varias páginas hasta que encontró lo que deseaba. -La próxima noche de luna llena será pasado mañana -informó a sus contertulios. -Estupendo -exclamó Sebastián-. Sólo tenéis que bajar al sótano y esconderos. Cuando el doctor salga podréis ver la puerta de acceso a la bodega. Pero creo que con eso no servirá. La puerta se abre pronunciando unas palabras mágicas. Tendríais que esperar a que volviera de vagar por la casa para poder escucharlas. Pero claro, ya no podríais entrar hasta la próxima luna llena -siguió explicando sin aportar una solución al problema con sus palabras. -Habría que obligar al doctor a regresar por un momento a la bodega… -dijo Claudia en voz alta mientras pensaba una solución. Pablito que estaba muy atento a la conversación, se le dibujó una sonrisa en la cara y comenzó a tirar ~ 85 ~
del vestido de Claudia. -Claudia, Claudia. -Déjame Pablito que estoy intentando pensar. Pablito siguió insistiendo hasta que ésta le prestó atención. -¿Qué quieres? so plasta. -Yo sé cómo podemos obligar al doctor a entrar por un momento a la bodega y escuchar las palabras mágicas. -Ah sí, pues ya estás tardando, so listo. Dinos cuál es tu brillante idea. Pablito se levantó y como si fuera a dar una conferencia a un aforo de ilustres científicos, se remangó las mangas del pijama, carraspeó la garganta, para tener mejor voz, y a continuación se dirigió hacia una pizarra de juguete que había al fondo del desván. La arrastró hasta colocarla frente a Claudia y Sebastián. Cogió un trozo de tiza de color amarillo y comenzó a exponer su plan. ~ 86 ~
Al finalizar su exposición Claudia y Sebastián se quedaron con la boca abierta sin saber qué decir… era fantástica, la genial idea de aquel renacuajo. El sueño estaba haciendo mella en Claudia y Pablito. De nuevo, el reloj del vestíbulo proclamó con sus agudas campanadas las dos de la madrugada. Las horas habían pasado volando y repararon en que debían irse a la cama cuanto antes pues al día siguiente tenían mucho que hacer. Se despidieron de Sebastián prometiéndole que le ayudarían en todo lo posible para desenmascarar al doctor. Con sigilo regresaron al dormitorio. Claudia no podía conciliar el sueño. Estaba nerviosa y ansiosa de que llegara el momento en que pudiera desenmascarar al monstruo del doctor y de esa forma liberar de su prisión al pobre Sebastián. Pablito ya dormía como un tronco. El renacuajo había tenido una gran idea, un plan perfecto. Probablemente su ingenuidad y juventud no percibía ~ 87 ~
el peligro que podían correr la noche que lo pusieran en práctica. Para él sólo era un juego. Ensimismada en sus pensamientos se frotaba la barriga intentando calmar al ejército de hormigas que desfilaban por su tripa. Pero no se trataban de hormigas; eran los nervios. Al fin, rendida, fue cerrando los ojos poco a poco hasta que el sueño la venció.
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Capítulo 13
Expedición al sótano
A
media mañana, una vez realizadas las tareas
escolares de verano y haber ayudado a mamá y papá en las labores de la casa -vamos, recoger los vasos del desayuno de la mesa del salón y llevarlos a la encimera de la cocina-, tal como acordaron la noche anterior, se dispusieron a preparar una expedición al sótano y prepararlo siguiendo el plan de Pablito. Para ello, se dieron una vuelta por toda la casa reuniendo todo aquello que pensaban podría servirles
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