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EL BULLERENGUE BLANCO DE COLOMBIA.

Con tambores y maracas suena el mar y entre montañas

Yimalá, que significa montaña en idioma palenquero, es el único bullerengue blanco en Colombia que, además, nació como lo dice su nombre: entre montañas, en pleno corazón de los Andes, a 2.475 metros sobre el nivel del mar, en una tierra de agricultores con ruana, sombrero y machete, donde la música se hace con tiples o requintos. El director de Yimalá, Sergio Castro, tiene 27 años, es un hombre de 1.70 de estatura, de contextura delgada, piel acaramelada, cabello negro y ojos pequeños. Es oriundo de Sonsón y un apasionado de la música: “Durante mi proceso como estudiante y aprendiz en la escuela de música Mercedes Ramos Toros, llegó por cuestiones de la vida un kit de instrumentos de música del Caribe. Nosotros dijimos: ¿esto para qué sirve?, ¿cómo se come?, ¿para qué se utiliza. Los trajeron a mediados del 2013, cogimos y los tocamos como pudimos. Luego dijimos, un alegre -tambor pequeño, también conocido como tambor hembra, utilizado en la música de percusión folclórica de origen africano- se parece a una conga, y así fuimos mirando ritmos, analizando qué era cada uno”, narró Sergio. El bullerengue es una danza y práctica musical de origen africano, propio de las regiones de Urabá, Córdoba y Bolívar, zonas y departamentos que se caracterizan por la presencia de una amplia población negra. Dicho género nació para los rituales fúnebres o festivos, llevados a cabo en su gran mayoría por mujeres. Inició en la zona del Canal del Dique, cerca de Cartagena.

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Bullerengue sin fronteras

La única similitud de Sonsón con Cartagena, Necoclí o Arboletes es que sus montañas asemejan un paisaje ondulado como grandes olas verdes. Y aunque parezca que lo único caliente es un tinto cargado o una aguapanela con queso, la cultura en la región se ha ido fortaleciendo, dando paso a la llegada de ritmos propios de la costa como lo es el bullerengue, la chirimía, o el currulao. Sergio cuenta: “Inicialmente con los demás integrantes nos llamábamos Grupo n°4, porque fue así como quedamos registrados en la planilla de la Casa de la Música. Luego de experimentar con diferentes sonidos, fue como una bofetada, no sé cómo explicarlo, pero esto fue lo que les gustó, el folclor, pero caribeño. Entonces nos decían ¿Por qué no hacen folclor andino? Pero no podemos ser egoístas, saber que en Colombia existen muchas regiones y muchísimos ritmos que son propios de todos nosotros”. Después de definirse como grupo bullerenguero, se procedió a la definición de roles, en los géneros procedentes de la cultura africana la cantaora es el corazón, es la fuerza, el timbre o la nostalgia de su voz es lo que logra comunicar esa alegría o duelo de

las primeras intérpretes negras. Aunque Anlly Marín no creció escuchando bullerengue logró todo lo que se requiere para ser una cantaora. Anlly estudia trabajo social, su cabello es tan largo que cae hasta sus caderas, negro como el carbón, de tez blanca, sonrisa grande y brillante.

Anlly cuenta: “Yo había estado recibiendo clases en la Casa de la Música, pero nunca me habían visto como una cantadora, como voz principal de un grupo folclórico. Un día cualquiera empecé el proceso en unos ensayos e inesperadamente me quedé en el grupo”. Así mismo, Anlly Relató que empezó su proceso hace dos años. Para ella cantar bullerengue ha significado soltar muchos miedos, poder conocer y experimentar lo que es apegarse a una cultura que no es la suya. “La clave para cantar es sentirse atraído, enamorado de lo que se canta, es sentir que perteneces a esa cultura”, concluye. Por otro lado, Daniela López, la segunda cantaora que llegó a Yimalá, narra que para ella la diferencia de una artista de bullarengue con ascendencia negra a otra de cualquier raza es: “Primero la genética, poseen unas características particulares en sus gargantas, su tamaño forma su resonancia. Los negros tienen la boca más grande, por ende, la garganta tiene más espacio y los resonadores más capacidad de proyección, los resonadores son los huesos de la cara, sobre todo la nariz.; como segundo, está la forma de hablar, los acentos. Los negros y los costeños son muy desparpajados (facilidad para hablar o desenvolverse en determinado ambiente o situación debido a su cultura), de por sí hablan cantadito, en su habla se puede percibir una melodía y, por último, el contexto. Las personas pueden estar de un lado del río llamando a las del otro, o hablando bien fuerte para poder escucharse a pesar del ruido de los tambores. Nosotros no estamos acostumbrados a esa manera de sentir e interpretar, por lo que hay que recurrir a técnicas que sean sanas y nos permitan acercarnos a la manera de cantar Bullerengue o cualquier música del Caribe”.

Música negra en tierra de blancos

Los géneros caribeños se componen con alegres, llamadores, maracas y tamboras, pero a pesar de que son instrumentos solistas, el director de Yimalá le apuesta a que todos los integrantes del grupo aprendan a tocar cada uno de ellos. La música es un lenguaje universal que no necesita idiomas específicos para entenderse. Gracia a esto Yimala ha llegado a los territorios negros, donde se vive y se goza en carne propia el bullerengue. En sus inicios, Yimalá tocaba folclor caribeño en general, hasta agosto del 2019, cuando decidieron interpretar una canción titulada Al son de María La Baja y subirla a algunas plataformas digitales. El 4 de septiembre Sergio recibió una carta de invitación al Festival Nacional de Bullerengue en Necoclí, por parte de Edwin Granados, director de la Casa de la Cultura; es justo ahí cuando comienzan una nueva historia. Esta misma canción, con la que empezó todo, luego, también los llevaría al festival de María La Baja, Bolívar, realizado del 6 al 8 de diciembre; allí se les otorgó el título de Bullerengue blanco de Colombia y se ganaron el premio de grupo revelación. En un ensayo, le dije a Mateo: “’Algún día estaremos allí, en la raíz de esta música’. Cuando conocimos San Basilio de Palenque, parado en la plaza principal, se me acercó Mateo Álzate, integrante del grupo, me puso la mano en el hombro y me digo: ‘Lo logramos, lo logramos’ y nos dimos un abrazo emocionado”, recordó Sergio Castro, un blanco que toca con alma de negro en Sonsón.

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