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José Villagrán García: teórico de la arquitectura modernista mexicana, por Álvaro Chapa González
José Villagrán García, (Ciudad de México, 1901-1982). Egresado de la Escuela de San Carlos en 1922, fue maestro desde 1924 en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de México, de la que después fue director y maestro emérito. Creador e impulsor de la teoría de la arquitectura mexicana, fue maestro de un racimo de arquitectos que destacarían luego a nivel internacional, integrantes de la primera generación modernista de acentuado énfasis en lo nacional, como Enrique Yáñez, Juan O’gorman y Agustín Hernández entre otros, en cuyos proyectos y obras realizadas reflejarían después los conceptos y teorías básicas iniciadas en el aula bajo su cátedra.
El maestro Villagrán considera que existen, además de los valores básicos de lo útil, lógico y estético, el de tipo social, principios aplicados en sus obras, como la Clínica de la Granja Sanitaria (1929), el Instituto de Higiene de Popotla y el Hospital de Cardiología de la Ciudad de México (1937), como lo vemos claramente expuesto en la obra Villagrán, teórico de la arquitectura mexicana, del doctor en arquitectura Ramón Vargas Salguero, editado por la ASINEA, en donde se da a conocer su biografía más completa, las conferencias impartidas, las cartas personales y los artículos periodísticos publicados por él. Vargas Salguero expresa con entusiasmo su aprecio por el maestro –de creencias católicas–, y con una mente abierta e incluyente considera los aspectos sociales que según su criterio, enriquecen la teoría–doctrina de la arquitectura mexicana y que propone JVG.
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Hemos de decir que los tres primeros valores: lo útil, lo lógico y lo estético, Villagrán los toma de Vitrubio, como lo expresa claramente y señala: “Quien desconoce históricamente las necesidades reales de la sociedad mexicana posrevolucionaria de esta época, no puede hacer una buena obra arquitectónica en nuestro país”. Y agrega un cuarto valor: lo social, donde incluye a comunidades como la nuestra, con carencias de recursos y muchas otras necesidades insatisfechas desde hace siglos, y que la “arquitectura de estilo” ha sido y es incapaz de responder a los más básicos reclamos. Pretende unir las prácticas de la profesión en arquitectura a las teorías congruentes a la realidad que se vive. Un arquitecto no podría resolver los problemas que se le plantean sin conocer las necesidades de su verdadera y cabal utilidad social, es decir, partir de la realidad propia de los usuarios para realizar un buen programa que permita surgir un partido, sin copiar estilos imperantes como se hacía, y se hace, con mucha frecuencia.
Villagrán García estaba en contra del formalismo como moda desde hace más de medio siglo. Nos dice en sus escritos y conferencias que “a un pueblo como el nuestro lleno de pobres, es inútil ofrecer cajas verticales con vitrales coloreados y sofisticadas formas hiperbólicas de concreto”, porque esto es el equivalente a dar “comidas de lujo a quienes no tienen ni vajillas de plata ni servicios de etiqueta, evitar hacer obras de relumbrón con timbres personalistas, –lo que se sigue llamando arquitectura de firma, algunos proyectos caros, edificios públicos hace poco construidos, son pagados desgraciadamente con los impuestos de los pobres contribuyentes mexicanos”.
La teoría-doctrina del maestro Villagrán fue y es todavía una verdadera revolución que terminó siendo una gran escuela; pretende no sólo una estética formal, sino una auténtica y cabal ética profesional. Impulsa una renovación constructiva, conservando la propia individualidad del arquitecto, ya que en cada una de las obras que realice, deberá tener un criterio sano que será el camino de donde surgirá, como torrente, la teoría mexicana, que estará hecha por responsables arquitectos mexicanos.
Su propuesta se concreta en partir del conocimiento real del problema que se va a solucionar en una realidad social; será entonces como cimiento sólido, bien fundamentado, para hacer una auténtica arquitectura mexicana, evitando las “recetas” y la copia de revistas “extranjerizantes”, y las reglas no válidas de otros países, ajenos obviamente a nuestra idiosincracia.