21 de junio de 2016. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari
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Entrevista con:
CrIsta AlBores Amezcua El santo de Comitán
En un mundo llamado Arana Fotogramas parlantes
Arenilla
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5.- EDITORIAL
CONTENIDO
9.- ZAGUร N Arenilla: El santo de Comitรกn
16.- PATIO Entrevista
con Crista Amezcua
Albores
21.- CORREDORES Fotogramas parlantes
28.- SITIO En un mundo llamado Arana
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EDITORIAL ¿Cuál es el interés de un periodista al entrevistar a un personaje? Los motivos pueden ser muchos, pero uno que es consustancial es el interés de compartir. ¿Qué piensa el personaje? ¿Cómo es su lectura del mundo? El entrevistador se acerca al personaje y lo cuestiona acerca de sus gustos, aficiones, manías y de sus pensamientos más íntimos con el fin de entregar a la sociedad un retrato más o menos fiel. En la DIEZ nos impele el interés de ser el mediador entre los personajes y la sociedad; nos importa mucho que los testimonios no se diluyan como se diluye el tiempo, sino que queden como testigos del modo en que construimos a la comunidad. En la DIEZ aparecen los personajes relevantes de Comitán, desde el modesto artesano hasta el más encumbrado intelectual. Con ello se demuestra que la sociedad la hacemos todos. ¿Cómo cada uno contribuye a dar fuerza a esta estructura? Esto es precisamente el interés supremo de nuestra revista. En este número presentamos una entrevista con la pianista Crista Albores Amezcua, una artista que regresó al pueblo para compartir sus conocimientos. Que tengan una agradable lectura.
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ZAGUÁN
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EL SANTO DE COMITÁN
ARENILLA
Reynaldo Velázquez estuvo en Comitán la noche del veintiocho de abril. Por si alguien no sabe quién es Reynaldo diré que es un destacado pintor y escultor chiapaneco. En no sé qué año obtuvo el Premio Chiapas, como reconocimiento por su obra. Yo conocí la obra de Reynaldo en un número de “Sinapsis”, una revista que dirigía el escritor David Tovilla, en los años noventa del siglo pasado. Desde entonces, como medio mundo, me convertí en admirador de su obra figurativa. En esta fotografía, Reynaldo tiene entre las manos una imagen de San Caralampio, el santo más querido del pueblo. En el Museo de la Ciudad (de Comitán) se presentó una exposición con obras del maestro y, en la mesa de honor, Óscar Bonifaz (amigo de él, de hace muchos años) le dio esa imagen brevísima del santo. Una tarde le mostré la foto a Mariana. La vio con atención y dijo que esa foto decía una historia más allá de la anécdota. Dos o tres tardes después, me llamó por teléfono y dijo que quería platicar conmigo, me preguntó si podía llegar a las oficinas de la Dirección de Difusión y Extensión Universitaria, de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, lugar donde laboro. Le dije que sí. Media hora después le ofrecía una silla para que se sentara. Se sentó y sin más preámbulo dijo que sería bueno que algún fotógrafo hiciera un portafolio con retratos de personajes comitecos teniendo a su lado una imagen de San Caralampio; un portafolio donde deportistas, escritores, cantantes, músicos, ejecutantes de diversos oficios, bailarines, políticos, científicos, maestros, alumnos y niños nos hicieran reflexionar acerca de la importancia que para Comitán tiene este santo. Conforme lo platicó le brillaron los ojos como si fuera una calle en un atardecer soleado después de la lluvia. Me dijo que la exposición sería un éxito en el pueblo y en el mundo. Le pregunté por qué se le había ocurrido tal idea. Me dijo que amarró dos momentos: la experiencia de un grupo que, año con año, invita a los fotógrafos de Comitán a tomar retratos a niños con Síndrome de Down y montan una exposición en los corredores de la Casa de la Cultura; y la foto donde Reynaldo tiene a San Caralampio entre las manos. Mariana se fue y yo quedé pensando. Le llamé y le dije si tenía alguna idea de cómo llevar a cabo su idea. Entonces me regañó, me dijo que ni siquiera lo pensara, que no se trataba de hacer una convocatoria oficial, se trataba, simplemente, de platicarla,
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de compartirla para ver si algún artista la pepenaba. Por esto, ahora escribo una Arenilla donde transmito su idea. Mariana dijo que Reynaldo tenía a San Caralampio entre las manos, pero, en realidad, era el santo quien, desde siempre, tiene en sus manos la fe de este pueblo. Los comitecos que no son creyentes, ponen, de todos modos, una atención al fenómeno social que el santo suscita. Como siempre sucede con los grandes iconos religiosos de la colectividad trascienden el territorio de lo sacro para entrar de lleno en lo terrenal y más allá. Basta mencionar como ejemplo a la Virgen de Guadalupe que, como agua limpia, se introduce en todas las hendijas de este país. San Caralampio es un santo que tiene un lugar muy especial en la sociedad comiteca, no es solamente el santo milagroso, sino también el santo que nos otorga identidad. En una ocasión, en un templo de la colonia Roma, en la Ciudad de México, Jorge me llamó a gritos (bajos, porque estábamos en el interior del templo) y me enseñó una imagen de San Caralampio (el abuelo de Jorge se llamó Caralampio). Fue un poco como si dijera que ahí estaba una extensión de Comitán. Nunca se ha dado un fenómeno similar cuando alguien
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LA REVISTA QUE HABLA DE VOS se topa en algún lugar ajeno con una imagen de Santo Domingo o de San Sebastián o de otro santo venerado en este pueblo. San Caralampio trasciende el ámbito religioso y penetra en la conciencia de la memoria colectiva. Mariana dijo que algún fotógrafo de los buenos debería, así, calladito, pero de manera tenaz, invitar a muchos personajes comitecos para hacer la serie de fotos en donde el tema central sea la presencia de San Caralampio. Yo, igual que mi niña amada, creo que el resultado permitiría una reflexión estética y sociológica sin igual. ¿De qué manera los personajes importantes advierten la presencia de San Caralampio como un elemento esencial de nuestra comunidad? Ahora que lo escribo imagino ya algunas imágenes en blanco y negro, otras en color; imagino a un carpintero, en su taller, comparando la madera de la puerta que construye y la madera con que está hecha la imagen; imagino las diversas formas de imágenes de San Caralampio, desde las antiguas (bellísimas) hasta las más modernas. Mariana dijo que uno de los buenos fotógrafos debía echarse a cuestas esta idea. Pienso entonces en César Pérez, en Amín Guillén Flores, en Ari Peralta, en Ángel Gabriel Penagos, en Carlos Gordillo, en Toño Aguilar, en Roberto Román, en César Guillén Cota, en Daniela Quintero, en Fredy Culebro, en Leticia Bonifaz, en Alex Hiram Morales, en Grace Díaz, en Omar Suaznávar, en Estefanía Fonseca, en Roberto Carlos Espinosa, en Nohemí Pech, en Anna Semitiel; pienso en Ariel Silva, en Carlos Mora y en muchos, muchos más. Yo pienso en ellos, pero ¿quién de ellos puede pensar en un proyecto semejante? No sé. Si yo tuviera el ojo que ellos tienen no dudaría un instante. Pero yo no tengo el ojo que tienen Gerardo Hernández o Julio Albores o Luz del Alba Velasko. Alex Tellowsky, ¿qué piensa de esta propuesta? ¿Qué piensa Daniel Saborío? ¿Juan José Vázquez Méndez? Pienso en Zarape Films y en Liliana y Alma Martínez; pienso, incluso, en Balam Quitze, fotógrafo sancristobalense que ha realizado excelentes trabajos en nuestro pueblo. Creo que si fructificara la idea de Mariana tendríamos una riqueza iconográfica de primer orden. Ya Bonifaz y Reynaldo prendieron la mecha, y Mariana y yo ya cumplimos al echar a volar la idea como papalote. ¿Alguien jalará este hilo y le dará más cuerda? Si es así, que San Caralampio se lo premie, sino que la patria se lo demande. Tan, tan.
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PATIO Entrevista con
Crista Albores Amezcua
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Entrevista con
Crista Albores Amezcua
Crista Albores Amezcua es una chica con un espíritu tocado por la música. Es licenciada en Artes, opción piano. Desde los ocho años su pasión ha sido la música. A continuación, responde las siguientes preguntas: ¿Cómo son tus recuerdos de infancia y en qué momento aparece el piano en tu vida? Nací en el barrio de Nicalococ. Ahora estoy viviendo en la misma casa donde crecí de niña. Mi mejor amiga era mi vecina. Nuestras casas están pegadas, caminábamos cinco pasos y nos encontrábamos. Entonces siempre nos estábamos invitando para jugar y nuestros juegos eran en la calle, montábamos bicicleta y en la parte de la Chevrolet, antes no estaba pavimentada, jugábamos carreras de cuadra a cuadra, con todos los vecinos. Formábamos un club y aventábamos agua con pistolitas a la gente que pasaba y no nos veían, era muy divertido. En mi casa siempre había música. Mi mamá canta y mi papá, recuerdo, tocaba la mandolina. Entonces de ahí viene la influencia musical, pues aunque no eran músicos profesionales, la música siempre formó parte de nuestra cotidianidad. Un día íbamos en el coche, lo recuerdo, y le dije a mi mamá que quería estudiar piano; yo tenía como seis o siete años. Pero ella me dijo que teníamos que esperar un poco más. Así que cuando ya tenía ocho años, mi mamá me dijo que iríamos a la Casa de la Cultura. No sé por qué el piano, no sé de dónde saqué la idea ni de porqué ese instrumento. No sé por qué piano, debe ser que era uno de los elementos más conocidos. Empecé en la Casa de la Cultura, con la maestra Lucía Martínez, que estaba recién llegada de México. Recuerdo que la maestra, en algún momento, dijo que yo tenía facilidad, aprendía rápido y me veía muy interesada. Para poder tocar piano primero tenía que pasar por toda la cuestión teórica de las notas, de los ritmos, pero ella fue muy buena maestra, paciente y divertida. Desde el principio yo empecé tocando piano no de manera lírica sino con nota, o sea un nuevo lenguaje. ¿Es muy complicado este lenguaje? No es difícil, solo que uno tiene que encontrar a un maestro paciente que más o menos le pueda enseñar cómo funciona la notación musical, que es todo un sistema muy bien delimitado, es
LA REVISTA QUE HABLA DE VOS mucha matemática y hay que aprender a medir, aprender a leer. Son notas limitadas, siete, un número limitado de valores, de ritmos. Cuando uno va aprendiendo las notas, los valores, y todos los signitos que van apareciendo en una partitura, se va leyendo más rápido. Así como aprendemos a leer en la escuela y aprendemos a juntar las sílabas y después ya estamos leyendo libros completos, lo mismo pasa con la lectura musical; mientras más práctica se tiene en ella, más rápido se lee. Con una serie limitada de ritmos, con una serie limitada de notas, se ha creado una amplísima cantidad de música, es el secreto de la música: la combinación de ritmos y sonidos es infinita. ¿Qué papel juegan los silencios? Muchos de mis alumnos se comen los silencios. Pero los silencios son muy importantes, sirven para respirar. Los silencios también son música porque nos dan la pauta, son las comas, los puntos y por eso hay que respetarlos. ¿Cuándo tienes tu propio piano? La maestra Lucía dijo a mis papás “ella necesita un piano ¡ya!”. Yo creo que solo pasó un año, y ya cuando tenía nueve de edad, mis papás me compraron el primer piano. Lo sigo teniendo aún. Es un Yamaha, que dura mucho tiempo, es un gran piano de estudio. ¿Y la disciplina? Uno de niño, que quiere jugar y tiene la responsabilidad de la escuela, puede dedicar una hora y es suficiente, siempre y cuando haya constancia. Tiene que haber disciplina. En eso radica el éxito, el ir desarrollando poco a poco una habilidad. La música exige constancia. Porque no es lo mismo decir no estudié toda la semana, mañana tengo mi examen y entonces hoy voy a estudiar cinco horas, que haberlo hecho diariamente dos horas, que es cuando la mente está fresca, está lista para ir corrigiendo cosas. Si lo hace uno de sopetón, no se logra mucho. ¿Qué es el color en la música? Es el timbre que tiene cada uno de los instrumentos en una orquesta. Un chelo no suena
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LA REVISTA QUE HABLA DE VOS igual a un oboe, a un violín. Cada instrumento tiene su color. Entonces de acuerdo al color de cada instrumento, el compositor lo elige para tocar cierto pasaje, cierto tema, no es que los instrumentos sean elegidos al azar sino que depende de la sensación que el compositor quiera dar dentro de la obra. Si es solemne, va a elegir un fagot. Si es alegre y quiere que se escuche mucho entonces va a elegir violines, la flauta también es muy danzarina. El timbre es el color que tienen los instrumentos ¡y que son reconocibles en realidad!, con un poco de atención que prestemos a una obra musical vamos a poder reconocer la flauta, el violín, el chelo y lo podemos reconocer por el timbre que lo caracteriza. ¿En qué momento decides dedicarte al piano de manera profesional? La maestra Lucía Martínez ya tenía su Academia Roberto Martínez, entonces yo seguí con ella. A los diecisiete años ya me tomaba las cosas más en serio y recuerdo que me pasaba todas las tardes en la academia, estudiando, ya me gustaba, ya era algo que necesitaba hacer y el tiempo se me pasaba muy rápido. Entonces ya fui pensando que sí me quería dedicar a eso. Mis papás siempre me apoyaron y cuando les dije que me quería ir a estudiar me dijeron que era una buena decisión. Yo empecé a investigar a qué escuela me podía ir. Y las primeras opciones de escuelas buenas de música son La Nacional y Xalapa. La Ciudad de México nunca fue una opción. Así que me decidí por Xalapa y a partir de entonces fueron puras coincidencias positivas. En febrero me decidí, me puse a investigar en el Internet y estaba saliendo la convocatoria y en abril yo tenía que ir a sacar la ficha. No sabía si iba a pasar a no, pero me sentía preparada pues ya tocaba bastantes piezas, ahora no sé si hubiera pensado lo mismo pero me sentía confiada y dije “si paso es que es mi destino y si no pues haré otra cosa o esperaré otro año”. Fuimos a sacar la ficha y el examen fue en mayo. Fue muy emocionante porque conocí la escuela, estaba muy bonita, había muchos cubículos con un piano, veía a todos los chicos con sus instrumentos, ¡era algo totalmente nuevo para mí!
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¿Cómo fue la mecánica del examen? En Xalapa hay tres ciclos en los que uno puede ingresar, está el de iniciación (para cualquier instrumento), el ciclo preparatorio y el ciclo profesional. Entonces yo, como no tenía tanta formación teórica, decidí presentar para inicial. Ahí me hicieron una prueba de habilidades y aptitudes musicales (yo no sabía a qué se refería), más la prueba de instrumento, que era donde ya debía tocar tres piezas frente a un jurado. En la primer prueba lo único que se hace es que te ponen cien preguntas en una grabación (al final de las cien, uno termina oyendo todo igual, pero se logra); te tocan tres sonidos, por ejemplo, y te preguntan: ¿cuál es el más grave?, ¿cuál es el más agudo?, ¿la nota está más alta o baja? Te tocan dos ritmos y te preguntan: ¿los dos fueron iguales o hubo algún cambio? ¿En dónde fue el cambio? Es difícil, porque a pesar de que no son preguntas complicadas, el oído en un momento se embota de tanto escuchar y se empieza a revolver. Si se supera esta prueba, al siguiente día ya se hace el examen práctico, en donde uno entra, están los cinco o seis sinodales, maestros de la facultad y te preguntan por qué te quieres dedicar a la música, qué te llevó hasta ahí y si tienes el apoyo de tus papás. En esa ocasión yo toqué una sonata fácil de Mozart, que de fácil solo tiene el nombre. Es una obra que está en tres movimientos, uno rápido, uno lento y el final también es rápido. También toqué una invención de Bach. Las obras de Bach son polifónicas, están construidas a varias voces y cada voz hay que escucharla independiente. Esa invención que yo toqué era a dos voces, una la llevaba en la mano derecha y la otra en la mano izquierda. Era la número cuatro y yo recuerdo que todo me salió bien, esperé un mes para los resultados y ahí estaba mi nombre. ¿Qué sucede con la reacción del público al terminar los movimientos de una pieza? ¿Hace falta conocer el momento justo del final de una obra para aplaudir?
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Cuando se trata de una obra de tres movimientos, por ejemplo, al terminar el primer movimiento no se debe aplaudir porque no ha terminado. Los tres movimientos son el todo. Entonces pues nos están contando algo que está dividido en tres partes. Cada movimiento tiene una emoción, tiene un tempo, pues entonces hay que esperar la historia al final. Sería bueno explicar al público en qué momento aplaudir, para no sacar al artista de la concentración. Claro que el músico siempre está preparado y no puede enojarse si el público aplaude antes de tiempo, al contrario, es una muestra de que se logró crear una emoción. ¿Ahora estás dando clases? Así es. Ahora estoy dando clases y creo que también ha sido una muy buena elección, porque uno aprende mucho enseñando a los demás, de hecho yo me aprendo las piezas de mis alumnos mucho más rápido que en lo que me aprendo las mías porque hay una conciencia total de la obra en general. Entonces eso me ha ayudado mucho para luego abordar las obras que luego quiero interpretar. En diciembre, con mis alumnos, presenté un recital; fue pequeño porque todos empezaron de cero. Es muy importante que aparte de la clase, del trabajo en su casa, desde el principio los alumnos deban saber que tienen que compartir con otras personas lo que han aprendido, porque la obra nace cuando se toca por primera vez. Es muy bueno que desde pequeños tengan la experiencia del concierto, del recital, en donde tienen una responsabilidad, muestran su trabajo, los motiva, si les salió muy bien pues se emocionan, la gente los felicita. Eso es un incentivo para seguir esa relación que están formando con el piano, con la música. Yo empecé a dar clases un año antes de salir de la carrera. Una amiga me llamó porque necesitaba a una maestra en una academia que se llama Sarabanda. Antes de eso nunca había dado clases, pero ya sabía que era algo a lo que me quería dedicar. Mi maestro fue muy buen maestro y me enseñó técnicas de estudio, entonces yo siento que lo que se puede transmitir a los alumnos son maneras de estudiar, o sea, yo no los quiero volver dependientes de mí sino que quiero que sean libres, que aprendan cómo estudiar, cómo abordar una partitura, para que luego ellos puedan tomar cualquiera, leerla y saber descifrar todos los símbolos y cosas que se encuentren ahí. Entonces empecé a dar clases desde el 2010 y después tuve una academia con una amiga. Crista dice que, a pesar de haber estado fuera de Comitán tanto tiempo, sabía que iba a volver: “Comitán es muy bonito, y las cosas se fueron dando para esta vuelta. A mí se me ocurrió que la escuela podría estar aquí en Comitán porque hay muchísimo talento, muchísimos niños y jóvenes interesados en aprender música, en conocer la música”. Crista Albores imparte clases en la Librería Lalilu y, asegura, se siente feliz de volver al lugar donde nació, para devolver algo.
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Como te mirás en tus próximas vacaciones, cuando sabés que la lluvia no te dejó hacer ejercicio.
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Así te imaginás que te verás cuando al fin, después de mucho tiempo, termine el paro de maestros y podás volver a la escuela.
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Como cuando ni te has inscrito a la competencia, pero ya te sentís la reina de la feria Comitán.
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Todos saben que llevás los cuernos en la cabeza, pero vos te hacés tacuatz.
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Comprate una moto, decían. Te vas a mirar galán, decían. (Nadie mencionó la temporada de lluvias).
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En un mundo llamado Arana Yo vivo en un mundo llamado Arana. En Arana, todas las cucharas son planas. La concavidad no existe. Cualquiera podrá pensar que es absurdo, porque la concavidad, precisamente, es la característica esencial de la cuchara. ¿De qué sirve una cuchara que no tiene el hueco para contener la sopa? Una mañana, cuya fecha exacta está consignada en una placa del comedor principal de Arana, los integrantes del Consejo se reunieron y determinaron que la hora de la comida era el momento más fastidioso del día. El desayuno era un momento prodigioso porque era el inicio de una jornada; asimismo, la cena es el instante en que las personas se preparan para el descanso, pero la hora de la comida es una pausa ingrata, porque la jornada debe continuar. Los consejeros revisaron con atención el acto de comer y llegaron a la conclusión de incluir un elemento que sirviera como esparcimiento, así decidieron que las cucharas fueran planas y fueran de madera para que el momento de tomar la sopa se convirtiera en un momento agradable y juguetón. Los niños se sorprendieron el primer día que metieron la cuchara en la sopa y nada de ésta quedó en aquella, pero un minuto después lo convirtieron en el gran descubrimiento, pues metieron la cuchara y chuparon la cuchara, como si fuera paleta. El acto de tomar la sopa se realizaba en no más de cinco minutos cuando se tenía las cucharas cóncavas, con las cucharas planas el acto se prolongó a quince minutos, esto hizo que los consejeros redujeran la jornada laboral vespertina, con lo que la producción mejoró porque permitió la convivencia familiar en la sobremesa. Ahora existe un museo que muestra una colección impresionante de cucharas cóncavas, de diversos materiales y con formas diversas. El interés principal es que las nuevas generaciones conozcan algunos de los aditamentos más prácticos, pero más simples, que el hombre un día inventó. Las cucharas más modernas no sólo son planas, también tienen decenas de hoyitos a fin de hacer más divertido el acto de tomar la sopa.
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