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13 de diciembre de 2015. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari

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Mañanita Guadalupana

Bunbury, Aguilar, MTV Unplugged David Tovilla

Arenilla

Fotogramas parlantes En un mundo llamado Arana


LA REVISTA QUE HABLA DE VOS

5.- EDITORIAL

CONTENIDO

9.- ZAGUÁN Arenilla: Mañanita Guadalupana

13.- PATIO Bunbury, Aguilar, MTV Unplugged David Tovilla

17.- BALCONES Fotogramas parlantes

24.- SITIO En un mundo llamado Arana

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EDITORIAL Dio comienzo el esperado Guadalupe - Reyes. Por calles y carreteras, antorchistas de diversas partes demostraron su fe y devoción a la Virgen de Guadalupe. Diciembre es un mes que alborota corazones, así como la tranquilidad. Si bien se trata de un mes que promueve la unión familiar, la fiesta y el argüende, en su natural también está el ser un mes lleno de bullicio. Niños y jóvenes hacen una pausa a sus actividades escolares y disfrutan de algunos días libres. Por las calles ya se escucha el caminar afligido de las personas que van en busca de regalos, comida y bebida para las siguientes fechas a festejar. El Guadalupe - Reyes es la pausa más larga del año, pues se extiende hasta el 6 de enero. Es a partir de esta fecha que el mundo vuelve a cobrar su tranquilidad, su ritmo cotidiano; con excepción del 2 de febrero, que es día de la Candelaria, y luego Semana Santa, Día del niño, de la madre, del padre, del abuelo, del maestro, del tío, del taco, graduaciones escolares, Todos Santos, Guadalupe - Reyes. Así como es recomendable disfrutar de cada una de estas festividades, sería bueno también disfrutar de aquellos días en que el mundo permanece en calma.

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MAÑANITA GUADALUPANA ARENILLA Lo decidí, en la mañana. A las ocho con treinta y dos minutos, del día sábado 12 de diciembre, decidí ir al parque central para leer. A veces me gusta leer sentado en una banca, al resguardo de una sombra de árbol. De vez en vez levanto la vista del libro y veo a las muchachas bonitas. Recordé cómo Quique preparaba la ida a su rancho. Yo no viajo mucho, a lo más que llego es al parque central de mi pueblo. El parque está a seis cuadras de mi casa. Por eso, no debo hacer muchos preparativos, como sí los hacía Quique. Quique elegía una lámpara de cazador; una escopeta; cobijas; tortas de pierna, compradas en la Lonchería Yuly y empacadas en papel estraza; un par de botas, también de cazador; y una caja con cartuchos para escopeta. Si uno no se alarma ante el peligro de tales cartuchos puede decir que son simpáticos. Los recuerdo de dos colores: amarillos y rojos, colocados sobre la mesa eran como torres con las que podía jugarse a formar ciudades del futuro (muchos años después, en la Ciudad de México, Jorge Ismael, un compañero universitario, me enseñaría un cartucho transparente que permitía ver los perdigones de su interior. Éstos eran aún más divertidos. Pero, se sabe, los cartuchos no son divertidos, al contrario). El preparativo de mi viaje, la mañana del sábado, fue menos emocionante, pero más sencillo: me puse una chamarra y tomé un libro (el viernes compré en la Librería Lalilu “La vida privada de los árboles”, del escritor chileno Alejandro Zambra). Dije: “Ahora vuelvo” y salí a la calle. Calle llena de basura (los desechos de los antorchistas); calle llena de camiones, igual de sucios (camiones con las plataformas llenas de colchas y ropa y de dos o tres que no podían definirse como bellas durmientes, porque tenían las monteras propias de medusas trasnochadas). Torcí a la derecha y ahí me topé con decenas de grupos de personas con los rostros ahumados y cantando, de manera desafinada: “María, María, María, / María, la madre de Dios…” Una muchacha, también con el rostro ahumado, me puso la antorcha, casi casi como si yo fuese San Juan Diego. Sentí el calor, no de la muchacha, sino de la antorcha. Debí moverme hacia atrás, pero ahí sentí un calor similar, no en mis mejillas sino en mis cachetes posteriores, vi y vi que era un anafre donde una mujer tenía elotes asados. La mujer no advirtió mi temor, sino que vio en mí a un potencial comprador y me ofreció un elote: “Están bien tiernitos, patrón”. Seguí caminando, casi como si estuviese en medio de jugadores de un equipo contrincante, ellos, con teas, insistían en repegarse a mí para, una: mancharme la ropa con el hollín de las suyas; o dos: quemarme las pestañas (tan escasas) con sus antorchas. Entendí que era un jugador solitario, porque todos, todos, entiéndase bien, pertenecían al mismo equipo, así me lo señalaba el uniforme todo sucio, pero con la imagen de la guadalupana al frente. Invoqué a la virgen y

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Zaguán


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la escuché decir: “Hijo mío, el más pequeño. Nada te asuste, nada te altere…”, así que, como si fuese un jugador de fútbol americano, logré llegar a la yarda final, ahí donde me encontré lejos de las avalanchas humanas, pero me topé con ríos de orines. Como si fuese un matemático experto hice una ecuación mínima: cientos y cientos de antorchistas exigen “desvaciar” sus vejigas (para no quedar como un mentiroso, un niño, parado sobre la banqueta, al lado de un puesto de churros, con el pantalón a la mitad de sus muslos, se agarraba su pene, con ambas manos, y orinaba, casi casi con la misma tranquilidad como si estuviese en el baño de su casa o en un descampado). Al término de la bajada me topé con un camión enorme (proveniente de Oaxaca) que intentaba dar vuelta, mas lo estrecho de las calles lo metió en un embudo, su chofer tardó más de diez minutos en librar el obstáculo, se hacía para adelante diez centímetros y luego recorría la misma distancia pero en sentido inverso. El chofer sudaba, se llevaba la mano derecha a la frente y se secaba y luego continuaba con la operación de dar vuelta al volante, una y mil veces. ¿Por qué me quedé viendo eso? Porque

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LA REVISTA QUE HABLA DE VOS no podía aventurarme a ir más allá. El camión (ya lo dije) con su trompa, casi besaba la casa de la esquina y hacía lo mismo con la parte trasera. Pasar por ahí significaba correr a toda velocidad para salvar el escollo y mis cincuenta y nueve años de edad y mi falta de pericia, así como la poca condición física que poseo, auguraba un fracaso total y quedar como pavo prensado, antes de nochebuena. Por fin, después de cien intentos, el chofer logró dar la vuelta. Hubo un espectador que aplaudió con emoción, casi casi como si presenciara un juego de fútbol y un jugador de Los Pumas hubiese anotado un gol. Yo, mientras cruzaba la calle, pensé en el problema que, en otra esquina, le esperaba al pobre chofer, a quien, los elementos de Vialidad, debieron haber prohibido entrar a las calles estrechas del centro. Lejos de los ríos de orines y de camiones atorados, me enfrenté a la subida. La pausa obligada permitió que tomara resuello suficiente y logré llegar hasta la cima. Ya en planito vislumbré el parque central que imaginé tranquilo, en oposición al parque de Guadalupe que estaba lleno de humo, de cohetes, de rodillas y manos sangrantes, de olores de aceites quemados y de más de diez bocinas que difundían una mezcla de música que iba desde villancicos navideños hasta la canción del taxi, pasando por un repetitivo sonsonete de Julión. Respiré tranquilo. No lo hubiera hecho. Segundos después, conforme me acerqué al parque, escuché que la mezcla de sonidos era semejante. Acá no celebraban a la Guadalupana, acá simplemente trataban de atraer a los clientes con aguinaldo para que compraran ropa: en cada local comercial había un par de bocinas, acompañadas por dos o tres edecanes (estaban tan escuálidas que pensé eran antorchistas extraviadas). Los cantos y oraciones a la virgen habían sido trastocados en pregones similares al “Llévelo, llévelo”, “No se lleve una, no se lleve dos, a ver, dale otro, para que se lleve tres”. Vi un taxi libre, le hice la parada y le pedí que me llevara a casa. Metí la llave, abrí, cerré la puerta y, una vez adentro, llevé el libro a mi pecho. Me hice la promesa de no volver a salir tan lejos. Para la próxima caminaré hasta la esquina y volveré. Entendí por qué Quique se preparaba con tantos pertrechos para el viaje. Uno nunca sabe qué puede hallar en la selva. Me senté en el único sillón que tenemos en la sala, abrí el libro y leí. No pude evitar comparar esta novelilla con la que leí el jueves, del mismo autor: Alejandro Zambra. Concluí que “Bonsái” sí es una buena propuesta. Ésta es flojona. Tal vez, Alejandro la escribió una tarde en que había mucha bulla y cohetería en su calle.

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Bunbury, Aguilar, MTV Unplugged David Tovilla

El 26 de noviembre, el canal de música MTV presentó el más reciente de sus conciertos especiales, denominados Unplugged o desenchufado. El artista elegido para 2015 fue Enrique Bunbury. Desde luego, el anuncio generó gran expectativa porque el músico español tiene un espectáculo de corte teatral en sus presentaciones. Además, sí es un músico completo que atiende letra y arreglos de sus piezas. Sin embargo, el concierto que pudo ser una gran plataforma para consignar su talento, se quedó en lo tradicional: variaciones en el ritmo de algunas canciones, versiones más intimistas, invitados sorpresa, recuperación de melodías que les gustan a sus fans desde tiempos de su paso por el grupo Héroes del Silencio. En suma: en el MTV Unplugged se escucha a Bunbury, pero casi el de siempre, sin más ni menos. El video confirma que no hay mayor apuesta a la acostumbrada: hasta el equipo musical empleado es sencillo: batería, guitarras, bajo, coros. Lo más relevante es el empleo de diversos tipos de teclas: piano, mellotrón, piano Rhodes, órgano Hammond que encierran a su ejecutante en un cuadro. Hasta ahí. Los conciertos de MTV Unplugged han servido para crear instantes memorables, momentos musicales extraordinarios, materiales inolvidables e irrepetibles. El de Bunbury no puede entrar en ninguna de esas categorías. Por ejemplo, Julieta Venegas, en 2008, tuvo la audacia de incorporar un instrumento de la música popular: una tuba, que le dio el sello y el rasgo particular a todo el disco. Eso logró que, en efecto, ese material de la Venegas no se parezca a ningún otro ni antes ni después. Pero no hay que ir muy atrás. Sólo debe verse el año pasado. En 2014, el MTV Unplugged lo hizo Pepe Aguilar. Un disco sorprendente en toda la palabra. De esos que si aún no están en la fonoteca personal, debe conseguirse. Aquí hay una convergencia de capacidades: la del productor: Emmanuel del Real, “Meme” de Café Tacvba y la

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del propio cantante que puede ir de la balada pop, pasa por la ranchera, la música latinoamericana y hasta el rock en español con una interpretación de algo de Gustavo Cerati y un cierre a dúo con Saúl Hernández de Caifanes/Jaguares. Pepe Aguilar, en una de sus alocuciones, indica que la lección del MTV Unplugged es enseñar al artista a salir de su zona de confort: desplegar todo su potencial, atreverse, indagar, proponer, explorar. El cantante mexicano comentó con Ciro Gómez Leyva que ese disco le volvió a situar en lo que significa ser artista. No le dio pena decir que, en años recientes, se limitaba ya a grabar casi por inercia con la certidumbre del éxito. Pero con la producción del año pasado volvió a nacer, a retomar el espíritu de poner lo musical por delante de cualquier otro asunto. Y sí: de principio a fin, este trabajo se caracteriza por su riqueza, su polifonía. Hasta la pieza de banda tan desvirtuada, vulgarizada y comercializada, puede apreciarse acá con calidad. Todas las canciones incluidas, hasta una de la chilena Violeta Parra están con perfección adecuadas al estilo de Pepe Aguilar. La participación de sus invitados permite apreciar muy bien la personalidad musical de aquellos. Es decir: no avasalla, equilibra su presencia y la de los otros. El sonido refinado, armónico, puro, armónico, cruza todo el disco. Esto hace que el MTV Unplugged del año pasado se sitúe muy alto: llegue a la excelencia; y, el de 2015 sólo alcance una calificación suficiente.

www.Davidtovilla.blogspot.com


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FOTOGRAMAS PARLANTES

Balcones


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ยกDale!, ยกdale!, ยกduro!, ยกduro!

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-¿A

cómo

está usté dejando sus chinculguajes? -A peso, pero el marchante a la fuerza quiere pué que me ponga la mano en el corazón y le dé promoción de fin de año. -¡Ah, puñeteros!

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¡Ay, mi vida!, te preparé la comida que más te gusta: pechuga a la plancha y jamón ahumado.

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Cuando le hacés entender por “las buenas”, que debe estar con vos y con la mejor actitud.

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Cuando te sentís en la tormenta, pero sabés que sólo quedan tres días más y se termina el semestre.

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En un mundo llamado Arana Yo vivo en un mundo llamado Arana. En Arana todas las casas tienen marcos colgados en las fachadas. Se tiene al arte de la fotografía como el arte más a la mano, como el más afectuoso. Todas las mañanas, la gente saca fotografías familiares o de recuerdos familiares y las coloca adentro de los marcos. Las viejas, a la hora que van a misa, prenden su veladora, la acercan a los cuadros color sepia y sonríen cuando ven a sus comadres que ya no viven; los niños, a la hora que van a la escuela, dejan la mochila en el suelo y, en palillas, ven las fotos (color sepia) donde están los viejos que construyeron su pueblo y resguardaron su palabra; los jóvenes (es tradición) siempre llevan un trozo de tela y limpian los cristales de los cuadros. Lo hacen como reconocimiento de la tradición, para recordar que nada se sostiene sin los pilares antiguos, sin la savia de los mayores. Por las tardes, las personas descuelgan los cuadros y sacan sus fotografías que regresan a los álbumes familiares. A la siguiente mañana, nuevas fotos son expuestas. Para que la costumbre no acabe, las personas de Arana, todas las tardes, acuden a las plazas o a los campos cercanos y se toman fotografías con los hijos, con los amigos y con los nietos. Cargan objetos como planchas, radios, chalinas y los ponen como escenografía, porque, se sabe, los hombres también están hechos de los objetos más preciados. Los sabios dicen que en el mundo exterior también tienen esta costumbre, pero no contiene la riqueza de la que ellos practican. Los sabios dicen que en el exterior la gente mira pantallas y observa fotografías que suben otras personas en todo el mundo, pero que el problema de esta práctica ajena es que todo se ve a través de una pantalla y esto no permite que los jóvenes, mientras comen un elote asado y platican y sonríen y se toman de la mano, limpien los cristales de los marcos donde están las fotografías en que aparecen los abuelos, los árboles mayores.

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