30 de agosto de 2016. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari
348 LA REVISTA QUE HABLA DE VOS
Las Diez fotografías del parque de La Pila
Porque no todo mundo sueña con jugar en el Estadio Azteca Arenilla
Entrevista con:
Javier Villatoro Alfaro
Fotogramas parlantes
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CONTENIDO 5. EDITORIAL 9. ZAGUÁN Arenilla: Porque no todo mundo sueña con jugar en el Estadio Azteca
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Entrevista con Javier Villatoro Alfaro
24.CORREDORES Fotogramas parlantes
32. SITIO Las Diez del parque de La Pila
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EDITORIAL Hay oficios extraordinarios, oficios que sobresalen entre los demás. Hay oficios que entran en la categoría de oficios maravillosos. Muchos de ellos están en peligro de extinción. En este mundo globalizado, en que rendimos culto a la pasmosa tecnología, hay oficios que se niegan a desaparecer. Uno de ellos es el que ejerce don Javier Villatoro: orfebrería. Don Javier es reconocido por su oficio y por su pasión deportiva. Ha practicado el fútbol por mucho tiempo; casi el mismo que lleva practicando la orfebrería, que fue un arte que aprendió en la joyería de don Carlos Escobar, en la ciudad de Comitán. Los trabajos de orfebrería que realiza son verdaderas obras de arte, reconocidas en toda la región. Uno pregunta: ¿cuántos orfebres existen aún en Comitán? La respuesta provoca temor. Parece que hay pocos, muy pocos. La orfebrería está extinguiéndose. Por ello es un privilegio para la Revista DIEZ presentar a uno de los máximos representantes de ese oficio singular.
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PORQUE NO TODO MUNDO SUEÑA CON JUGAR EN EL ESTADIO AZTECA ARENILLA ¿Cuántos practicantes de fútbol soccer sueñan con ser como Messi? No lo sé, pero imagino que muchos, miles y miles. Y digo miles, porque hay muchísimos futbolistas que tienen grandes aptitudes para patear un balón. He conocido a dos o tres talentos comitecos, que, dicen quienes saben, deberían haber tenido la oportunidad de brillar en los mejores estadios del mundo. A un joven, maravilloso jugador, le pregunté por qué no intentaba jugar en ligas mayores. Puso su cara de canario enjaulado y dijo que lo había intentado, pero era imposible. Presentó una prueba en el club del estado, pasó la prueba, pero, luego, alguien le dijo que, para ingresar al equipo, debía pagar una cantidad de dinero exorbitante. ¿Había creído que era gratis? No. En este país las cosas cuestan, ¡vaya que cuestan! Regresó frustrado. En contraparte, otro jugador con grandes cualidades me dijo: No, Alejandro, yo no sueño con jugar en el estadio azteca. A ver, a ver, dije yo. ¿Cómo es eso? ¿No te gustaría ser famoso y ganar miles de dólares por jugar lo que te gusta? Me dijo que no. Yo no podía creerlo. He conocido cantantes que sueñan con llegar a ligas mayores y participar en programas de televisión y cantar en los grandes foros del mundo. De igual manera he conocido muchachas bonitas, bien bonitas y con cuerpos maravillosos, cuyos deseos son aparecer en portadas de revistas prestigiosas y convertirse en actrices de telenovelas o de películas. ¿Quién no ha soñado con llegar a ser como Gael García para estar en festivales como el de Cannes o ser como Alejandro Iñarritu para dirigir cintas en la Meca del cine?
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Pues resulta que este joven futbolista dijo que no soñaba con ello. No le gustaría ser famoso, porque, aseguró, el fútbol a ese nivel pierde la gracia que a él le da vida. Entendí que él privilegia el juego sencillo, llanero, donde el fútbol contiene su esencia más pura. Y me llevó al campo donde juega y cuando yo bajé de la camioneta y vi el campo, sencillo, con una cortina de árboles y respiré el aire puro entendí lo que me decía. Acá el espacio no estaba enjaulado por esas tribunas maravillosas que, en fin de semana, se llena de miles de espectadores que hacen olas; elevan alaridos; beben cartones de cerveza y quedan butules
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LA REVISTA QUE HABLA DE VOS de bolos; mientan madres y terminan golpeándose; tratan de ofender al portero del equipo contrario con gritos de ¡puto! No, acá era la armonía la que formaba la burbuja. ¡Qué espacio tan bonito! Cuando el joven vio mi cara dijo: “¿Ves porqué digo que acá soy feliz?”. Sí, entendí que para él el juego era más que un simple juego, más que una vocación, mucho más que una pasión, era ¡la vida! La vida sin afeites, sin enjuagues. Hay seres humanos que viven la realidad real y no aceptan sucedáneos plásticos. Hay muchos que están de acuerdo con las ventajas de una buena alimentación pero todos los días beben una coca cola, o dos. Hay quienes no dudan de los beneficios que provee el ejercicio diario, pero, los fines de semana, se desparraman en un sillón a ver el fútbol, mientras toman la cerveza con botanas. De igual manera hay miles y miles de personas que están de acuerdo en que la vida es una y que los canarios deben estar sobre las ramas y no en las jaulas, pero a la hora de elegir sus vidas eligen aquellas que dictan los condicionamientos sociales. Y digo esto porque si vamos a la médula de la columna vertebral comprendemos que lo mejor de la vida, ya lo han dicho los sabios, no está en el glamur sino en la cosa sencilla, pero medio mundo va tras el deslumbre del reflector. Cuando vi el campo supe que ahí el joven tocaba la felicidad, cada vez que jugaba, porque cuando tomó la pelota y corrió y no jugó en el campo trazado sino que se metió al bosque entendí la magia de su juego. Él se paró en medio de los árboles y comenzó a driblarlos, los árboles eran como samuráis en una película de Kurosawa a los que debía vencer. ¿Mencioné a Kurosawa? Sí. Y esto es porque al ver al futbolista recordé una cinta del famoso japonés: Dersu Uzala, que es el nombre del cazador que, en una película maravillosa, demuestra cómo un hombre sencillo respeta la naturaleza y convive con ella. En esta convivencia entiende la relación que existe entre los seres humanos y el universo. En ese momento llamé Dersu Uzala al futbolista que seguía jugando por en medio de los árboles, jugaba como si fuese un niño en medio de un bosque encantado, como si fuese un duende travieso. No todo mundo sueña con llegar a ser famoso y jugar en el Maracaná o en el Estadio Azteca. Hay gente que se conforma con vivir, con vivir en armonía. El término conformidad, en este caso, no significa aceptar lo poco, sino advertir lo mucho.
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OrfebrerÃa Entrevista con: Javier Villatoro Alfaro
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Entrevista Javier Villatoro Alfaro con Javier Villatoro Alfaro es un comiteco que nació en el barrio Puente Hidalgo. Durante más de cincuenta años se ha dedicado a la orfebrería. Actualmente tiene un local en el barrio de San Sebastián, a una cuadra del parque. A continuación, responde las siguientes preguntas: ¿Cuándo empieza con el oficio de orfebrería? Gracias a Dios yo empecé a aprender de nueve años, en la Joyería Escobar, con don Carlos Escobar. Estaba en el centro, a orillas del parque central, en la manzana que tiraron. Iba yo a la escuela y después ya me iba con él. En ese tiempo a este oficio le llamábamos orfebrería, luego platería y ya más recientemente joyería. Yo me crecí con una abuela, ella me recogió de seis meses. Ya cuando estábamos en la escuela, tenía yo ocho o nueve años, y nos preguntaron con mi hermano qué trabajo queríamos aprender. A mi hermano lo pusieron en la sastrería, y yo dije que quería aprender la platería. Pero mi hermano y mi familia, sólo por molestar, me decían: ¿Cuántos platos vas a hacer? Porque realmente no sabíamos nosotros de qué se trataba. Mi abuela tenía mucha amistad con don Carlos, y ya fue ella quien le habló, aunque él no me enseñó. Yo estuve en su taller, en su joyería, pero quien me enseñó fue Antonio López Morfín. Don Carlos sabía de joyería y todo, pero como tenía sus trabajadores, él solo estaba pendiente del negocio. Ahí, en la segunda planta, tenía el taller. Ahí estaba yo con toda la plebe, tenía como unos ocho o diez trabajadores, yo me iba con uno y nadie me quería enseñar. Don Antonio trabajaba pura filigrana. ¿En qué consiste la filigrana? La filigrana es lo más fino que hay en aretes, en cruces y collares. No sé si ustedes se han dado cuenta que El Niñito Fundador tenía una cruz, que ahora ya no lo tiene, me imagino que la deben tener guardada, ¡porque como está el tiempo! Ese crucifijo lo hizo don López Morfín. Él aprendió con don Mariano Morales, de acá de Comitán. La filigrana se trabaja con hilitos de oro. Primero tenemos que fundir el oro y ya tenemos la maquinita para irlo estirando, después tenemos unas placas que les llamamos hileras y ahí se va estirando. Se va adelgazando. Ya vienen otras plaquitas más finas y más finas. Antes venían unos que les llamábamos dados, con unos disquitos que tenían hoyitos y lo íbamos estirando.
LA REVISTA QUE HABLA DE VOS Hasta darle el grueso de un cabello. De ahí se agarran los dos hilitos y se enrollan, después de que ya están bien enrollados, ya lo aplastamos en una maquinita, hasta que quede planito y ya hacíamos la forma de los aretes, con las florecitas. Nosotros le vamos dando la forma, y nosotros vamos haciendo un dibujo con lo que nosotros le llamamos un peinecito, porque tiene los dientecitos, es como ir tejiendo el hilo. Ahorita ya se va haciendo poco. Pero es lo que da más trabajo. Si nadie quería enseñarle este oficio, ¿cuándo se convierte don Antonio en su maestro? Antes había mucha envidia y a nadie le gustaba enseñar. Todos los trabajadores de don Carlos me decían: “Agarrate ese martillito, y con un pedazo de lija, pulilo bien. Andá a sentarte allá”. Y ahí me iba yo a sentar. No querían que yo los molestara ni que viera lo que hacían. Pero yo me fui fijando en cómo el maestro lo iba estirando. Luego me iba yo con otro a ver cómo hacían los argollones comitecos, que son lisos; pero me decían: “No, andá sentate allá, andá a pulí el tasque”, que era el molde para las argollas. Pero, en una ocasión, el maestro que me enseñó estaba platicando con otro y decía: “Fijate que no desayuné, ya tengo hambre” “¿Y por qué no desayunaste? “Es que fuimos a dar una serenata y me tomé una copita, y al llegar a la casa me abrieron la puerta para entrar y me dice mi mamá: Sóplame y sintió el olor y ya no me dio mi desayuno”.
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LA REVISTA QUE HABLA DE VOS Yo era medio retirado, me daba pena acercarme, pero ese día que dijo que no había desayunado yo me acerqué y le dije: Mire usted, don Tono, si quiere usted le voy a traer su desayuno. “¿A poco conocés la casa? Bueno, andá a traérmelo, pero ahí te vas con cuidado.” ¿Qué cuidado? Si en ese tiempo no había peligro. La primera vez que le fui a traer su desayuno, no me dijo nada más que las gracias y ya. “Y ahí me hacés favor de pasar a dejar la canasta”, me dijo, porque, como era joven, le daba vergüenza llevarlo. Como a los tres o cuatro días no volvió a desayunar, “¿No querés ir a traer mi desayuno?”, me dijo. Y ahí fui. Así varias veces. Entonces ya me preguntó: “¿Te gusta lo que hago?”. Y le dije que sí, que me gustaba. “Bueno, vamos a hacer un trato. Yo te voy a enseñar, pero a nadie de los demás le vas a ir a hacer un mandado, solo a mí”. Y le dije que sí. Entonces ya bajó y le dijo a don Carlos. Eso sí, me sentenció que a veces ganaría yo un mi golpe, pero así iba yo a aprender. Después de un tiempo de estar viendo su trabajo, vi que estaba haciendo unas rositas y unos dibujitos. Me dijo: “Aquí te quedás sentado. No dejés que nadie se acerque y que nadie registre”. Y se fue. Entonces yo agarré la rosita y empecé a cortar los pedacitos de alambre. Y empecé a hacer los dibujos. Hice uno y lo dejé. Después otro y lo dejé. Cuando llegó lo quedó mirando y me dijo: “¿Y estas rositas qué?, te dije que nadie viniera aquí”. Entonces le dije que yo lo había hecho, que lo mirara cómo estaba, que me dijera si le faltaba algo o qué. “No, pues le falta, le falta algo”. Como que uno de maestro nunca puede decir: Ah, sí, está bien hecho. Pero estaba bien. Entonces él ya me buscó un mi cajoncito y en una silla ahí ponían un cajón de esos de madera donde venía el jabón sol, me puso encima de la silla para que yo alcanzara la mesita y me dijo: “Vas a hacer esto.” Y ya lo empecé a hacer. Y así aprendí este oficio que he trabajado por más de cincuenta años. La gente de diversos lugares de Chiapas busca a don Javier para el trabajo de filigrana. Un trabajo que pocas personas hacen. Lo que hace don Javier es de gran calidad. Además de aretes también hace pulsos, extensibles de oro, collares y mucho más. Sin duda, es un comiteco que con su oficio pone en alto el nombre de Comitán.
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-¿Y qué ´tas presumiendo vos? -Que fui a las Olimpiadas y obtuve un mejor lugar que los mexicanos.
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-¡Ay, abuelito! Es que con esto de la muerte de Juan Gabriel, me olvidé que la mercadotecnia dijo que debíamos festejarte.
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Cuando hasta el traje se te rompe de tanto traqueteo y frenón, pero ni así le decís a tu novia que maneja mal.
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Mientras tanto en Comitรกn...
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Cuando te enterás que la fruta que comés es regada con agua del Río Grande.
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Las Diez del parque de San Sebastiรกn
Como si fuera un espejo
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¡Allá en La Pila, había un chorrito!
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¿Cómo era la leyenda? ¿Que los conquistadores me encontraron bebiendo agua fresca o comiendo basura podrida?
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A ver, a ver, niñas, ¿ahora a quién le toca ser el Espíritu Santo?
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ยกAgua pasa por mi casa! Siempre y cuando no cierren la llave.
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¡Ay, Señor, el puma ya enloqueció! Dice que quiere volar como las palomas.
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Deja vos lo cositía, ¡soy pileño!
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Pidiรณ macharnuda de tres cuadras y ya no alcanzรณ a subir las gradas.
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Por favor, niĂąas, caguen antes de entrar a misa.
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Papi, ¿y cómo los conquistadores supieron que era león y no leona? Ah, no, ya, ya, ya me di cuenta.
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