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6 de septiembre de 2016. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari

349 LA REVISTA QUE HABLA DE VOS

Entrevista con:

Lenguaje al natural Arenilla

Iván Ibáñez

Fotogramas parlantes

Una línea a mitad del patio


LA REVISTA QUE HABLA DE VOS

CONTENIDO 5. EDITORIAL 9. ZAGUÁN Arenilla: Lenguaje al natural

16. SITIO

Entrevista con Iván Ibáñez

22.CORREDORES Fotogramas parlantes

29. PATIO Una línea a mitad del patio

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EDITORIAL ¿De qué hablan los jóvenes? ¿Qué escuchan? En las conversaciones cotidianas, los libros están casi ausentes. Son otros objetos los que llenan los espacios de los jóvenes: celulares, balones, ropa, calzado, autos, aviones, yates y mil cosas más. Por ello, cuando un lector experto llega a un medio de comunicación masiva y habla acerca de libros y de autores, la patria encuentra un aire renovado. Iván Ibáñez es un lector consumado. ¿Cuántos años ha ejercido el noble divertimento de la lectura? No tiene la cifra exacta, pero un redondeo dice que son muchos, muchos años. Y estos años son los que, en esta plática, comparte con otros lectores. En intento de decir a los jóvenes que, así como el Sur existe, los libros también son parte de la vida y son los objetos que más nos acercan al Norte del pensamiento meridiano.

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ZAGUÁN


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LENGUAJE AL NATURAL ARENILLA Podría mencionar, cuando menos, diez razones por las cuales leo novelas. Diez razones que son como esas líneas que escriben los enamorados cuando describen las cualidades de sus muchachas bonitas. Puede ser que una sea cursi. Se sabe que cuando alguien ama omite los defectos y privilegia las virtudes. ¡El colmo, convierte en virtud el defecto! Podría mencionar más de diez, pero ahora sólo digo una: La novela tiene la capacidad de nombrar pan al pan y vino al vino; es decir, no necesita emplear sucedáneos para nombrar los objetos y las acciones. Esto ayuda a evitar la creciente hipocresía en el mundo. El avance hipócrita es tan intenso que llega al lenguaje (¿o parte de acá?). Me irrita el diálogo de oficina. ¡Es tan quirúrgico, tan impoluto, tan falso! Si llego a una oficina, el diálogo se da más o menos así:

-Buenos días. ¿Está el director? -Buenos días. ¿De parte de quién? -De Alejandro Molinari, servidor. -Permítame. Voy a ver si puede recibirlo. Tome asiento, por favor. -Sí, gracias.

¡Es tan plástico! Y así debe darse. Porque el diálogo de oficina obliga a mantenerlo dentro de lo que se considera la franja de la decencia y de las buenas formas. Es de mala educación omitir, por ejemplo, el saludo; es decir, el diálogo no podría darse así:

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-¡Quiero ver al director! -Buenos días. ¿De parte de quién? -¡No tengo nombre! -Permítame. Voy a ver si puede recibirlo. Tome asiento, por favor. -No, ni madres. Espero aquí. ¡No, no puede darse así!

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Me gusta la novela, porque no busca eufemismos. Usa las palabras que tenemos en la mente, las que pensamos. Jamás un personaje se reprime. Sería absurdo que un escritor se reprimiera cuando cabalga por el territorio donde todo, ¡todo!, está permitido. Recuerdo cuando Gabrielito García Márquez tituló a su novela con un desenfadado: “Memoria de mis putas tristes”. Cuando los conductores de programas de televisión dieron la noticia, la audiencia televisiva escuchó algo como esto: “Gabriel García Márquez, premio nobel de literatura, presentó su novela más reciente: “Memoria de mis (piiiiiiiiii) tristes”. Fueron incapaces de pronunciar la palabra puta. Es que, así como existe el lenguaje de oficina, también existe el lenguaje televisivo y el radiofónico y el familiar y el de aula. El lenguaje político es el que más ha contribuido (en mala hora) a que nuestra sociedad se maneje en la hipocresía rotunda. Cualquier ciudadano escucha que un político da razones contrarias a la realidad. Un político cualquiera puede decir: “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”; cuando, si

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LA REVISTA QUE HABLA DE VOS pudiéramos escuchar la oración cercana a la realidad sería que nada bueno hay para contar. El país ya se cansó de contar todos los agravios y falsedades. Pero, también, hay un lenguaje periodístico y un lenguaje de salón, donde el pensamiento preciso y el análisis objetivo están ausentes.

Por eso me gusta leer novelas. En manos de un escritor, el diálogo inicial podría ser así:

-Buenos días. ¿Está el director? -Alejandro sostuvo sus manos en el barandal frente al escritorio y pensó: ¡Padre eterno! Qué buenas tetitas tiene esta niña. -Buenos días. ¿De parte de quién? (¡Uf! Viejo asqueroso. Le apesta la boca a albañal). -De Alejandro Molinari, servidor. -Mientras lo dijo, hizo un movimiento hacia adelante, para ver un poco más el nacimiento de esos pechos que asomaban como panes en el horno. La blusa de ella era transparente, de una tela vaporosa. Su sostén, de un brocado tenue, dejaba ver las areolas: ojos cafés a mitad de una montaña blanca. Alejandro pensó: Las tiene ricas. -Permítame. Voy a ver si puede recibirlo. Tome asiento, por favor. (Pinche viejo asqueroso, ¡lárguese de acá, y vaya a verle las tetas de vaca tísica a su pinche madre!). -Sí, gracias. -Pero Alejandro se queda parado ahí. Abre un libro y, de reojo, ve los pechos de la secretaria. Calcula cuántos años tiene. ¿Diecinueve? Sí, diecinueve muy bien puestos. Vuelve a pensar que tiene unas tetitas ricas. Me gusta el lenguaje de las novelas. La creación literaria no usa eufemismos. Contribuye a que la sociedad sea menos hipócrita, hace que el vuelo sea más libre, menos falso. La literatura llama pan al pan y tetitas a las tetitas. No sé los demás, pero yo (siempre) elijo la libertad en el lenguaje. Me roen el espíritu esos diálogos falsos que, como hongos, crecen al amparo de año nuevo, donde los compañeros de oficina dicen frases tan plásticas como: “Que el próximo año sea lleno de felicidad”, cuando, en realidad, a la hora del abrazo hipócrita, piensan algo diferente. ZPor eso me gustan los diálogos literarios y prefiero leer una novela a escuchar los diálogos tontos, hipócritas y planos de la realidad real.


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Un lector apasionado Entrevista con: Iván Ibáñez

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Entrevista con

Iván Ibáñez

Iván Ibáñez es originario de la Ciudad de México, pero desde hace muchos años radica en Chiapas. Es propietario de Batidillo Producciones y Gerente de la radio Súper 104.9 fm. Es un lector apasionado. A continuación, responde las siguientes preguntas: ¿Por qué se dice que su vida la ha centrado en leer, escribir y hablar? Eso ha sido mi vida. Desde niño supe que mi vida era el micrófono. De chavito, mi juego era poner discos en la consola, de esas grandotas que tenían mis papás en la casa, y salía corriendo a la cocina para decirle a mi mamá, mientras cocinaba: “¿Qué canción vas a querer?”, y ya ponía mi disco y anunciaba: “A continuación, para la mamá, tal canción”. Esa fue toda mi infancia. Poner discos y presentar canciones y jugar a la radio. Y la otra: los libros. Esa técnica de contarles cuentos a los hijos, yo lo hago con mi niño, muy atractiva; nunca la usó mi papá, pero sí usó otra y era la de verlo leer siempre. Recuerdo que tres paredes de mi cuarto estaban llenas de libros y en medio se encontraba mi cama. Esa fue mi vida, estar en el cuarto leyendo. ¿A qué se dedicaba su padre? Mi papá era ingeniero químico, pero siempre le gustó leer mucho. Su autor favorito, en aquel entonces, era Luis Spota. Le gustaba mucho el chisme político a ese nivel literario. Eso leía. Tenía libros en cualquier parte donde estuviera. Él me compraba libros. Una vez le dije que me gustaban los carros y de repente estaba lleno de libros de carros. El veía qué me gustaba, no me decía nada y de repente ya tenía revistas, libros. ¿Cómo es la emoción de disfrutar un buen libro? Hay libros que te dejan cierta sensación por dentro por mucho tiempo. Hay libros que se quedan por siempre. Tengo la emoción, pero no recuerdo ni el título, ni el autor, pero el libro está ahí metido. Hay libros que lees una vez y te causa tanta sensación agradable que los lees otra y otra vez. Hay un libro, por ejemplo, de Horacio Solares “Anónimo”, que la primera vez que lo leí fue hace chorromil años. Ese libro me encantó, pero me encantó a tal grado que mi mente ha logrado un sistema especial de bloqueo, que a los dos o tres años hace que se me olvide el final, entonces lo vuelvo a leer, para ver en qué va a acabar; y a los dos o tres años me vuelvo a olvidar en qué acaba y lo vuelvo a leer. Es un libro que he leído muchas veces.


LA REVISTA QUE HABLA DE VOS ¿Cómo es que la lectura de un libro puede hacer que uno se convierta en un gran lector? El asunto está en encontrar el libro que necesitas en el momento adecuado y esa es toda la clave.

pero los Cronopios me los aviento muchas veces.

Hay libros que son sensacionales y que son maravillosos y que no he podido terminar. El Ulises, de James Joyce, y me digo ¿por qué no? Soy una persona con cierto nivel cultural, que tengo la capacidad de leer y chutarlo, ¡y ni maíz!, al ratito lo dejo, nunca he llegado ni a la mitad. Es más, conozco a grandes literatos amigos míos o conocidos míos, que tampoco lo han terminado y son grandes escritores. La Rayuela, de Julio Cortázar, ¡qué trabajo me ha costado! y lo he ido avanzando, avanzando, por etapas a lo largo de mi vida y no lo he podido terminar;

Entonces, la clave es encontrar el libro adecuado en el momento adecuado. En la escuela es terrible si te ponen a leer unos libros que ni al caso. A mí me pusieron a leer Marianela, en la secundaria; ¡pesadísimo! es la flojera. Uno lleva veinte hojas y la protagonista apenas ha movido un dedo. Y mira que el tema es muy bueno, la trama es muy buena. Ya lo leí como adulto y lo disfruté en grande, pero si a un niño le ponen a leer Marianela termina odiando la lectura.

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LA REVISTA QUE HABLA DE VOS Hay libros malos que nos gustan y libros muy buenos que no nos gustan. No tienen porqué gustarnos todos los grandes de la literatura, sería absurdo pensarlo así. “Ay, yo soy intelectual, ya me leí a todos los grandes”, ¡no!, los que te gusten a ti, los que te estén llenando, los que te pueden marcar algo importante, esos vas a leer. Hay libros que leí en algún momento y dije “No, qué horrible, no lo aguanto, no lo soporto” y lo dejé. Lo agarré veinte años después y me encontré con otro resultado. Hay momentos también de tu vida para cada libro. ¿Cómo fue de alumno? Yo nunca tuve amigos cerca de la casa y en la escuela tampoco. Tenía una cosa que era terrible para la escuela, porque los libros de lectura obligada de tercero de secundaria, por ejemplo, me fascinaba tenerlos, eran nuevos, entonces los leía todos e investigaba por mi cuenta. Cuando empezábamos, yo ya había terminado. Entonces, en los momentos de clase, en lugar de poner atención, yo estaba jugando o estaba coqueteando (porque también fui muy coscolino con las niñas), todo eso me costó expulsiones y expulsiones. Yo no recuerdo un año de la escuela que no me hayan expulsado. Y no me daban la expulsión definitiva por una razón, porque en los concursos de matemáticas, de declamación o el concurso de cuento, siempre iba yo representando a la escuela. Lo único que sí no me gustó fueron la física, química y biología. ¿Y el crecimiento como lector? Cuando estás chavo tienes ciertos parámetros de literatura. A mí me pasó con la poesía. Vas por etapas. Yo empecé por lo clásico, la métrica, la rima y todo, cuando me topé con Rubén Darío, por ejemplo, dije: “Ay, güey, ¿esto se vale? ¿Dónde está la métrica? ¡Suena precioso!” De repente pasas a otra etapa y te topas con otro tipo de poesía y llegas hasta Óscar Oliva y de repente con señas y símbolos, ¡no, pues se vale todo!, qué padre y cambia todo. Igual me pasó con la narrativa. De pasar de Marianela y textos más formados, hasta que de repente te topas con José Agustín y te cambia el panorama completamente. No fue en mi época, pero es válido para los chavos hoy en día. Yo me fui haciendo un mega fan de José Agustín; buscaba todos sus libros en cuanto salían, unas auténticas joyas. Los tengo todos, desde el primero hasta el último. Y me iba yo a buscar a José Agustín a sus pláticas o conferencias que diera, me metí a un taller con José Agustín, acabé tomando café en la casa de José Agustín, allá en Cuautla.

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CORREDORES


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Las caras de siempre, en el invariable desfile del 16 de septiembre, de todos los aĂąos.

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-Señor, contános, ¿es cierta esa leyenda de que hubo un tiempo en que los niños tenían clases?

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Los meteorรณlogos recomiendan que tome sus precauciones y no olvide salir de casa sin su hojita de guineo, ya sea para la lluvia intempestiva o la neblina inesperada.

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A ver si es cierto que a algunos hombres todavĂ­a les gusta con pelos.

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¡Miralo éste! Qué apulismado estaba, escondiendo estas manotas tan galanas.

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PATIO


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Una línea a mitad del patio (“Infiel”, de Joyce Carol Oates) En el cuento “¿Y entonces qué, vida mía?”, Joyce Carol Oates escribe: “¿Por qué me odiaba la abuela Wolpert?”. La pregunta la hace una hija a la madre. Los niños, sin saber bien a bien de dónde nace ese sentimiento, tienen, con frecuencia, la sensación de no ser tan queridos como desearan. Siempre hay en la familia alguien que se ensaña con otro o que demuestra preferencia por otro. Los padres, si son afectuosos, responden que no es cierto, aseguran que la abuela no los odia, que son figuraciones de los niños. Pero, en realidad, los niños advierten una cerca con alambre de púas que les impide acercarse con naturalidad a la abuela. Porque no todas las abuelas son imágenes de amor y de ternura. ¡No! Las abuelas también son seres humanos y están marcadas por la luz de la bondad. Hay abuelas que no soportan a los nietos, porque los ven como extensiones odiosas de los propios hijos. La niña del cuento de Joyce Carol Oates pregunta por qué la odiaba la abuela Wolpert. La niña pregunta la causa; es decir, da por sentado que el odio existió. ¿Cómo se manifestaba ese odio? A veces es muy sutil. Basta que la niña agraviada establezca comparaciones entre el afecto que la abuela brinda a un hermano y el trato que le otorga a ella.

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No todas las abuelas son peritas en dulce, algunas son peritas en caldo de chile.

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