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13 de septiembre de 2016. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari

350 LA REVISTA QUE HABLA DE VOS

Las Diez fotografías de una calle cualquiera

Entrevista con:

Fotogramas parlantes

Entrada y salida Arenilla

Francisco Javier Hernández Pinto


LA REVISTA QUE HABLA DE VOS

CONTENIDO 5. EDITORIAL 9. ZAGUร N Arenilla: Entrada y salida

16. PATIO

Entrevista con Francisco Javier Hernรกndez Pinto

24.CORREDORES Fotogramas parlantes

32. SITIO Las Diez de una calle cualquiera

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EDITORIAL Don Francisco Javier Hernández Pinto fue testigo de la construcción del estadio Azteca. Pareciera un dato intrascendente, ¡no lo es! Al contrario, es la demostración de cómo toda vida aporta a la construcción de las sociedades. El nombre de Pedro Ramírez Vázquez es el que aparece en los libros de la historia. Ramírez Vázquez fue el arquitecto que diseñó el Azteca, así como el artífice de la nueva Basílica de Guadalupe (que muchos críticos señalaron parecía un estadio). Las sociedades no sólo están conformadas por quienes diseñan los caminos, también están conformadas por los anónimos constructores. Sin estos últimos, las grandes obras estarían ausentes. Para el mundo, el nombre de don Francisco Javier Hernández Pinto, el famoso Crespo” no dice mucho, casi nada, pero para nuestra historia local es imprescindible para formar nuestro rompecabezas. Un comiteco, en el lugar menos privilegiado, en el más humilde, participó en la construcción del estadio Azteca, así como contribuye a la construcción de nuestra identidad. No es poca cosa.

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ZAGUÁN


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ENTRADA Y SALIDA ARENILLA Un portón; una escalinata, breve, con apenas dos o tres escalones; una salida de agua y una rampa para acceso de auto. Para esto último, el letrero que advierte se ponchan llantas cuando algún automovilista irrespetuoso se estaciona enfrente y bloquea el libre acceso. ¿Esta foto sintetiza el sentido utilitario de la casa? Sí, después de todo, la casa no es más que una entrada y una salida. Muchas personas otorgan otro espíritu a la casa, hay quienes le adosan el concepto de hogar, pero en términos estrictos la casa no es más que un espacio que permite la entrada y obliga a la salida. La entrada es opcional, la salida es forzosa. Nadie se queda dentro de la casa. Por ello, el tío Concho decía que los seres humanos somos carne, hueso y pedazo de pescuezo en vida y somos agua a la hora de morir. Siempre llamó mi atención tal comparación, porque medio mundo emplea esa sentencia bíblica de que polvo somos y en polvo nos convertiremos. Tío Concho insistió siempre en que el ser humano no es polvo en vida, no puede serlo y, a la hora de la muerte, en lugar de polvo es agua. Cuando alguien preguntaba, el tío decía que el alma se evapora a la hora de la muerte, no se vuelve polvo. Esto quiere decir que, por un instante, el alma es agua, jamás es polvo. ¿Y qué otra cosa somos -preguntaba- si no alma, espíritu? Como si la vida fuera la casa, el nacimiento es opcional (aun cuando muchos digan que no), pero la muerte es obligatoria (aun cuando muchos crean otra cosa). “Yo no pedí nacer”, dice alguien por ahí. Pero la mamá decidió que sí naciera. Claro, como la entrada es opcional, tuvo en sus manos la posibilidad del aborto. De igual manera, en la casa la entrada es opcional. A veces, estamos frente a la puerta de la casa, a punto de meter la llave en la cerradura, cuando decidimos no entrar. Alguien (mi tío Andrés, por ejemplo) decidió un día no entrar a su casa y optó por subir a un camión que lo llevó a Veracruz, donde, después de formar otra familia, murió en santa paz.

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La salida de la casa está representado en ese tubo de desagüe. Si alguien se queda dentro de la casa puede causar una inundación. Siempre, quien entra a una casa, debe salir. No hay otra opción. Puede ser que alguien tarde mucho en salir, pueden ser horas o días o meses o años, como sucedió con tío Asunción (quien habitaba una casa en Veracruz), que un día (así lo creyó él) decidió que jamás volvería a salir, porque ya la calle le había hartado. Sacó una poltrona y una mesa de patas cortas al corredor de la casa y ahí se sentó durante la mañana y la tarde. No hizo otra cosa en la vida. La tía lo consintió, lo llamaba a la hora del desayuno, de la comida y de la cena y le arreglaba su cama antes de dormir. Los hijos, en voz baja y cuando el tío no estaba presente, comenzaron a decirle Blacki, Blacki por aquí y Blacki por allá. Y lo decían porque lo imaginaron como el perro guardián de la casa. Cuando la tía comentaba que no podía dejar la casa sola, todos los hijos le decían que no se preocupara porque ahí estaba el perro. Si ese pequeño hueco no existiera la casa se inundaría. Siempre (qué simpático) la entrada es más grande que la salida. Así sucede en la vida. Las ratas se meten por ese hueco de desagüe. Las ratas (si el propietario no pone el remedio) se posesionan de la casa. Las ratas no respetan las entradas ni las salidas. Así sucede en la política. El tío Asunción decidió un día (según él) no volver a pisar la calle, quedarse para siempre adentro de su casa. No lo logró. Una tarde de domingo, cuando la tía y los hijos volvieron de la playa hallaron al perro tirado a mitad del patio. El médico dijo que había sido un paro fulminante. Al lado de Blacki hallaron a un gato pequeño que, los familiares supusieron, había entrado por el tubo de desagüe.


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Entrevista con: Francisco Javier Hernรกndez Pinto

PATIO


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Entrevista con

“El Crespo”

Francisco Javier Hernández Pinto, quien es conocido por muchos como “El Crespo”, es un hombre de 73 años que aún vive la pasión del fútbol y lo sigue practicando. Durante su juventud vivió una serie de experiencias que lo han convertido en el hombre que es actualmente. Él formó parte de los albañiles que trabajaron en la construcción del Estadio Azteca. A continuación, responde las siguientes preguntas: ¿En dónde nació? Nací en San Sebastián. La mayor parte de mi familia es de San Rafael, Jatón y por ahí. Mi abuelita, la mamá de mi papá, es de Trinitaria. Al fallecer mi abuelito, mi abuelita se fue a Trinitaria y mi papá quedó con un hermano de mi abuelito Leopoldo, ahí se crió con ellos. Mi tía Eufrasia, que le decíamos tía Fachita, crió a mi papá. Mi papá era hijo único y ya fue que nacimos nosotros. Mi papá se llamó Rafael Hernández Pinto. Mi papá era zapatero, en el barrio. En un cuarto tenía su taller, don Fernando Soto le daba trabajo. Mi papá nos ponía a macetear, nos ponían unas planchas en las rodillas, y un martillo cabezón y sobre esa plancha ponía usted el cuero y a macetear hasta que quedara todo bien finito. Mi hermano mayor, Julio, fue quien agarró el oficio de mi papá, y a mí no me gustaba, no le entraba. ¿Cómo son sus recuerdos del barrio de San Sebastián? Antes había toda clase de animalitos. La escuela estaba donde está ahorita el jardín de niños Justo Sierra. Le llamábamos patio de toros. Ahí empezó mi entusiasmo de fútbol de muchachito, porque me mandaban a la escuela y me ponía a jugar fútbol. ¿Por qué el fútbol? No sé por qué me enfoqué mucho al fútbol. En ese tiempo estábamos descalzos, porque no había dinero para zapatos. Jugábamos con pelota de trapo. En aquellos entonces los campos estaban donde ahora está la ETI. Para poder entrenar uno se tenía que ir a las cuatro de la mañana a apartar la portería, ahí llegábamos todos. En ese tiempo me descubrió Rodolfo Gordillo, que en paz descanse, del equipo San Sebastián y me empezó a jalar. Yo tenía como ocho o nueve años. Yo no sé de dónde me nació lo de la portería, porque yo soy muy chaparrito,


LA REVISTA QUE HABLA DE VOS me tiraban el balón y yo volaba, brincaba y eso les llamó la atención. El profesor Jesús me enseñó a agarrar el balón y con la agilidad que yo tenía. ¿Qué aprendió con don Jesús? Él me enseñaba cómo me podía parar en la portería, hasta el modo de las piernas abiertas, cerradas y cómo agarrar el balón. Y creo que mi fuerte era que yo no rebotaba el balón, por muy fuerte que llegara yo lo pescaba bien, y eso fue lo que me valió mucho y el valor que yo tenía era salir a cortar el balón a los pies de los jugadores, me llevaba unos tremendos golpes y lo malo era que los contrarios, al ver que no podían, ya no le pegaban al balón sino que se iban contra mí; me golpeaban, me quebraban las costillas, los brazos. Ese era el problema que yo tenía en la casa, llegar medio quebrado y en lugar de curarme eran las zurras que me daban. Así era la vida de ese entonces. La tía Fachita se iba a vender pan o cositas aquí a las rancherías, y ese era la curación que me daban, ahí iba yo con mi costal y mi morral, lleno de pan y todo, ahí íbamos caminando. Llegábamos y a juntar leña, traer maíz y media vuelta. Era una vida pues alegre y triste por el sufrimiento que pasábamos, de madrugada nos llevaban y regresábamos de noche. Lo alegre era que al llegar allá, en lo que la tía Fachita se ponía a vender, había unas lagunas de agua y ahí nos íbamos a meter, a disfrutar la niñez porque no había otra cosa que hacer. ¿Cómo es que se va a trabajar a la Ciudad de México? Yo estaba en el patio de mi casa cuando llegó don José Inés Arredondo, a preguntar dónde estaba El Crespo, a decir que su ayudante se enfermó y que yo fuera con él “Yo nada más lo quiero llevar el bultito”, dijo. Él trabajaba en Transportes Grijalva, en ese entonces llevaba ganado, madera, plátano, a La Merced de la Ciudad de México. Trabajé con él como unos dos años. Un día, un arquitecto Pérez estaba buscando un ayudante y me mandaron a mí. Este arquitecto era de Veracruz. Así fue como empecé a trabajar en el Estadio Azteca. Ya conforme iba agarrando figura el Estadio, me quedé en los vestidores junto con Jorge, había titular y reserva, titular y reserva, yo agarré un lado y otro el otro, con todo lo que usa un jugador, en ese tiempo a nosotros nos tocó inaugurar, fue en mayo del 66. ¿Se echó alguna cascarita en el campo del Estadio Azteca? Teníamos un equipo de fútbol entre todos los trabajadores. Yo decía “Cómo es posible que

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LA REVISTA QUE HABLA DE VOS habiendo miles de trabajadores yo tuve la suerte de que me hablaran para ser portero de ese equipo”, y nos agarraron pues con equipos profesionales. Ahí cerca entrenaba el América. Tuve la oportunidad de pertenecer, aunque muy poco tiempo, con el Atlante, pero desgraciadamente por esa cosa del alcoholismo, ya no seguí. Eso me quitó mucho. En el box llegué donde yo deseaba llegar, me dieron una pelea de seis rounds, pero desgraciadamente las amistades que yo tenía eran famosos, pero le metían al alcohol. Yo pienso que uno confunde la fama con otra cosa, con el vicio, la mala vida. Uno dice “Yo soy de aquí, de allá, merezco todo”. Y en realidad uno no merece nada, sino que debe ser lo contrario. Yo pienso así ahorita, que ya tengo mis años; los pies hay que tenerlos bien en la tierra, de que una cosa es la diversión y otra es el deporte. Ahora que pues, gracias a Dios, el alcohol hasta ahorita lo tengo quieto, pienso de otra manera. Mi esposa, bendita mujer, sufría mucho conmigo. Gracias a una decisión que ella tomó fue que ya pude enderezar mi vida. Uno se preocupaba porque el dinero no faltara en la bolsa, ¡por los amigos!, pero en la casa qué, en la casa me pedían y hasta me enojaba. ¿Conoció a figuras importantes del fútbol? Sí. Alfredo, el águila; Campeón Hernández; Javier Galindo, muchos, muchos. Después del partido les dan libertad a ellos. A mí me tocaba hacer el té, porque allá acostumbraban que en el medio tiempo es una tumba cuando habla el entrenador. Entraba yo con los vasitos de té. Alfredo, el águila, era famoso pero muy humilde; él se quedaba al último y me decía “Chaparrito” y entonces yo salía a comprar lo que él pedía, que si taquitos o tequila o lo que fuera. Y ahí se quedaba con dos o tres de ellos, ya salían a la una o dos de la mañana, ya medio totorecos. Yo me llevaba muy bien con el que en ese entonces era presidente del América, don Panchito Hernández, pero nunca pensé en lograr algo más. Yo me sentía bien en el estadio, pero cuando pasó al municipio y llegó el sindicato todo cambió. En el 72 nos sacaron.

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CORREDORES


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FOTOGRAMAS

PARLANTES

Corredores


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¡Ya empezaron las lluvias! ¡Ya empezó el olor del albañal!

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Corredores


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¿No nos quiere´ste prestar su carricito? Es que somos del club de Tambor y Pito y nos preparamos para la entrada de flores a San Caralampio.

Corredores

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Que sigue el paro, ¡viva México! Que aumentó el precio de la gasolina, ¡viva México!

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-¿Y adónde tan formales? -No, es solo para el desfile.

Corredores

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¡’Ora, ya estensen! ¡Ya les dije que yo no soy maestro!

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SITIO


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Las Diez de una calle cualquiera

Un altar de la Santa Muerte que da hacia la calle, ¿para invocar la vida?

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Sitio


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Abarrote A. La prรณxima semana abren Abarrote B.


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Quien encesta gana ยกuna caguama!


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¿A quién se le ocurrió integrar un bastón permanente en esta banqueta?


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¡Ay, Señor!, de los arrepentidos están llenas las salas del infierno.


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Enredaderas que se alimentan de energía… ¡eléctrica!


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Banqueta verde, tope gris.


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Portal para llenar ausencias.


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Buzรณn obediente, que sigue las directrices.


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Y dicen que más adelante hay una carnicería que se llama “La Res” y ofrece carne de borrego.


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