20 de diciembre de 2016. Comitán de Domínguez, Chiapas Editor responsable: Alejandro Molinari
363 LA REVISTA QUE HABLA DE VOS
En un mundo llamado Arana
Lectura de una fotografía donde está una guayaba Arenilla
Fotogramas parlantes
Entrevista con: Óscar Wong
LA REVISTA QUE HABLA DE VOS
CONTENIDO 5. EDITORIAL 10. ZAGUÁN Arenilla: Lectura de una fotografía donde está una guayaba
15. PATIO
Entrevista con Óscar Wong
19.CORREDORES Fotogramas parlantes
26. BALCONES En un mundo llamado Arana
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EDITORIAL Uno de los géneros más exigentes, en cuanto a estructura, es el del cuento. ¿Cómo lograr meter todo un universo dentro de una esfera? Deben estar las palabras correctas, en el tiempo indicado y con la magia de la historia como pilar. No todos los que escriben cuentos logran buenos resultados, hay quienes se acercan y, sin embargo, son pocos los que tienen tal maestría. Basta recordar a Julio Cortázar, uno de los grandes maestros de cuento. Él tiene una forma especial para lograr unir las historias reales y fantásticas para convertirlas en una sola realidad. También puede mencionarse a Kawabata, que si bien no logra la circularidad en sus cuentos, tiene una gran maestría a la hora de narrar espacios y lograr cercanía con los lectores. En tiempos actuales, el cuento ya no se queda únicamente en su forma tradicional, sino que muchos autores están buscando nuevos caminos. En este número se presenta una entrevista realizada a Óscar Wong, Premio Chiapas 2015, quien en días recientes presentó su libro “Cuento. Caracol luminoso del lenguaje”. Este es un libro dedicado a todos aquellos que quieran sumergirse en el mundo de la creación de cuentos. Sin embargo, representa también un faro guía para todos los lectores que disfrutan de la magia del cuento. En este libro se presentan cuentos de grandes autores.
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ZAGUÁN
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LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA, DONDE ESTÁ UNA GUAYABA ARENILLA Acá aparece una planta de sábila. Detrás de la olla ¡el tronco del árbol de guayaba! No pasa un río. Las piedras de río las colocó el propietario del predio. Este círculo aporta el verde del que carece el taller. Porque en el taller hay perfiles de aluminio para construir ventanas, por ejemplo. Los propietarios del taller hicieron este círculo con piedras, plantas de sábila y el árbol de guayaba. Uno puede imaginar que ese árbol ya estaba ahí cuando construyeron el taller; uno puede imaginar que respetaron ese árbol generoso (dicen los que saben que la guayaba es rica en vitamina c). O, tal vez, Malena y Fredy sembraron el árbol a propósito, porque antes, los talleres se acondicionaban en los sitios de las casas comitecas y en los sitios había árboles de guayaba, de aguacate, de durazno, de jocote y de níspero. Dicen los que saben que la sábila atrae la buena suerte, por eso, en muchos locales comerciales, los propietarios colocan macetas con sábila, en la entrada. A mí me llamó la atención las guayabas tiradas. Se cayeron de tan maduras y nadie las levantó. ¿Ya vieron que las guayabas que están en el piso están ya en proceso de pudrición? Las manchas cafés son como lunares infectos. Sin embargo, la guayaba que está en la olla está como recién cortada, como recién caída. Mariana dice que la guayaba de la olla es la más reciente, apenas cayó de la rama, por eso está impecable, intocada. Yo digo que no. Perdón. Yo digo que esto es un gran símbolo: Las que caen al piso están condenadas a la descomposición; las que caen sobre las macetas serán las que se salvarán. Es una bobera, pero el maestro Jorge hacía un experimento brutal con los exámenes. Ponía las calificaciones con un método aleatorio casi irracional. El mito cuenta que tomaba el paquete de exámenes y los aventaba para arriba, los exámenes que caían sobre la mesa tenían calificaciones de diez y de nueve, los que caían al piso obtenían calificaciones de siete y de seis. Menos mal que nunca reprobó a algún alumno, porque su método hubiese sido penado por
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la institución. Como el maestro Jorge impartía matemáticas, y esta materia es compleja, todo mundo quedaba satisfecho de obtener un siete o, si el destino era benigno, obtener el nueve o diez que la suerte deparaba. Santiago, que era el más flojo de la clase, una vez obtuvo un nueve, ¡un nueve! No cabía en su calzón.
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¿No será así en la vida? ¿No será que la vida es como un gran árbol y los seres humanos somos como guayabas? Algunos caen sobre las ollas y otros sobre el piso. Mariana dice que esto que digo es una estupidez, que nada es así, que todo mundo tiene la capacidad de forjar su futuro. Yo digo que sí, que tiene razón, pero ¿por qué algunos nacen en tierras mullidas y otros nacen en los espinales? Mariana dice que la vida es así, que no todo mundo puede nacer en terrenos donde los blasones son dorados, ni todo mundo puede nacer en medio del fango. Yo digo que eso es un poco como el árbol de guayaba. ¿Por qué no, entonces, dice Mariana, ponemos más ollas debajo del árbol, para que las guayabas no caigan en el piso y se pudran? Yo digo que de eso se trata la vida, que eso es el ideal. Pero… Y entonces, Mariana (sin darse cuenta que me da la razón) dice que el pinche gobierno nos ha arrebatado las ollas y deja que la mayoría de guayabas caigan sobre el piso y ahí se pudren, porque nadie las levanta, porque ya están tocadas con la viruela de la miseria. Pero luego, Mariana regresa a la realidad y dice que la guayaba de la fotografía acaba de caer. Dice que si nadie la levanta se pudrirá igual que las otras, igual que las del piso. Yo muevo la cabeza en sentido afirmativo. Sí, digo, a veces es preciso que haya una mano que te eche la otra. Mariana se queda pensando. Dice que en el sitio de la casa de su abuela hay sembrado un árbol de durazno. Me pregunta si los duraznos, igual que las guayabas, caen al piso, de tan maduros. ¿Se vale cortarlos verdes? Luego sonríe y pregunta si es posible que las guayabas no caigan al piso. ¿No es posible colocar una malla alrededor del árbol y alrededor del árbol un mecanismo con la inclinación adecuada que permita que las guayabas caigan sobre la malla y luego corran por la tubería que las lleve hasta donde está la cocina para que la abuela prepare jalea y mermelada? Yo digo que de eso se trata la democracia. ¿De hacernos mermelada?, pregunta Mariana. Reímos. No sé. Pero, en la vida, hay semillas que caen en lugares generosos y otras que caen en lugares áridos.
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PATIO Entrevista con
Óscar Wong
LA REVISTA QUE HABLA DE VOS A finales del mes de noviembre, Óscar Wong presentó su libro más reciente en la ciudad de Comitán de Domínguez. Este libro lleva por título “Cuento. Caracol luminoso del lenguaje”, y cumple con la función de ser un manual para quienes imparten talleres de cuento o quienes desean adentrarse a este género. Sin embargo, también cumple el papel de guía al mostrar el camino que puede seguir un lector, a través de cuentos de diversos autores. A continuación, Óscar responde las siguientes preguntas: ¿Siempre ha impartido cursos? En narrativa trabajamos novela, ensayo. Me he dedicado más a la poesía. Sin embargo, me han pedido cursos, yo manejo las Beguinas y Begardos, por ejemplo, el primer movimiento feminista europeo donde terminaron matando a Margarita, en París. Pero también me dedico un poco a la mística y demás. ¿Cómo es que se introduce en la mística? Resulta que allá en el pueblo, después del 68, estuve más de una semana desaparecido, llego al pueblo, ya conocía a una niña, siempre las niñas están ahí presentes, pero el problema era que la mamá no me dejaba acercarme a ella porque yo era una serpiente comunista y era de todo. Y entonces empecé a escribir cosas para el periódico semanal que había en el pueblo, El sol de Tonalá. Para acabar pronto, ella terminó siendo monja, y cuando tomó los hábitos perpetuos, yo escribí un poema que, dice marco Antonio Campos, es el mejor poema de amor de mi generación. Con eso cierro el libro “Enardecida luz”, que ganó el López Velarde. Y me dediqué a leer y a leer y me cayeron libros y libros, entre estos de religión y todo. Y me hice un buen acervo. Conozco la Biblia, del Antiguo Testamento a Malaquías, y del Nuevo Testamento hasta Revelaciones. Conozco la Biblia Jerusalén, conozco la Biblia Nacar Colunga, la Reina Valera, en fin. Y conozco el Zohar; el Cábala, en fin, he andado por esos rollos. En ese sentido siempre hago bromas, porque muchas veces la gente no cree que exista esa monja, que es un producto de mi imaginación. Hacemos un buen equipo, ella se dedica todos los días a rezar por los pecadores, y yo todos los días me empeño en buscarle pecadores para que no le falte la chamba. ¿Por qué vincular a un caracol con este libro? ¿Cuál es la participación del tiempo, de la lentitud? Mira, por ahí en Rayuela, Cortázar dice, el tiempo es ese bichito que anda y anda. De alguna manera lo relaciona también con un caracol, con un bicho de esa naturaleza, pero, por ejemplo,
LA REVISTA QUE HABLA DE VOS tu oído es un caracol, si te das cuenta, y eso se refleja a nivel de acupuntura en las plantas de los pies. Entonces por eso cuidado al perforarse. Entonces el caracol es una resurrección. En La Diosa Blanca, Graves habla, precisamente, que había un túmulo y las entradas eran laberintos y este tipo de laberintos tiene una función tanto defensiva como una función ritualista y es interesante. Hay una película que se llama El Laberinto, por cierto. ¿Hasta dónde es esa lentitud? Aquí en México los campesinos te dicen “despacio que llevamos prisa”, y en China hay un proverbio, digamos, basado en una leyenda: el padre se está quejando con la madre de que no tienen dinero y no hay cosecha pues apenas acaban de sembrar la hortaliza; el niño mayor de doce años escucha y se desaparece y en la tarde regresa todo sucio, y dice: papá, no te preocupes, ya ayudé a crecer a los vegetales. Al ayudarlos ¡los mató! Entonces, todo tiene su tiempo. Lo dice la Biblia también. Hay un tiempo para reír, para llorar. Para todo. No por mucho madrugar amanece más temprano. Entonces, el caracol tiene su tiempo y finalmente yo creo que me llevó tiempo hacer este libro. Tengo un libro de poesía que se llama “El secreto del verso”, es un manual también. Tengo una novela, que se publicará el próximo año, y ya me están pidiendo el de ensayo, es una trilogía. Y ayer, en la presentación en Tuxtla Gutiérrez, me embarcaron. Me dijeron: “Si tú te has dedicado al periodismo, ¿por qué no haces un manual de periodismo?”. ¡No!, vamos pian pianito. Despacio que llevamos prisa. ¿Qué ha significado, para usted, presentar este libro en Comitán? Comitán para mi significa mucho, me vine a resguardar aquí cuando enviudé. Me gané el López Velarde y luego me gané, desde acá, el Premio de Cuento Rosario Castellanos, de los Talleres Gráficos de la Nació; me gané el de Cunduacán, varios premios. Creo que esta ciudad ha sido muy generosa, yo me siento muy a gusto, como en casa. Le hice un poema a Comitán. En mi pueblo ya me odian porque ese poema es muy bonito. Es como volver al origen, Comitán tiene un olor diferente, las ciudades huelen y aquí huele a trementina, huele a luz. Por ahí dice el maestro Tamayo que en Comitán hasta las sombras tienen luz, y yo me he apropiado esa frase, la uso mucho. Y ya dije que algún día me conseguiré una pareja y si no pues vendré a Comitán a hacer mis castings.
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Cuando mirรกs que, otra vez, la gente hizo sus posadas y no limpiรณ su tiradero.
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El ideal de “educación”, según los “poderosos”.
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Cuando hacés tu cena navideña y llegan tus amigos y familiares que se caracterizan por ser cuches pa´tragar.
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Momentos previos, de tranquilidad y paz para las mascotas, antes de que se suelte la coheterĂa y triques.
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-ยกNo, no! Ya les dije que no se molesten. Los intercambios de regalo no me han dejado buenas experiencias.
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En un mundo llamado Arana Yo vivo en un mundo llamado Arana. En Arana todo mundo procura no mencionar la palabra ramificación. El motivo se pierde en el árbol del tiempo, pero la justificación actual menciona que es una palabra que es como un papalote, frágil en el aire. La ramificación es, de acuerdo a la definición de los mayores de Arana, las raíces de los árboles enraizadas en el viento. ¿Para qué sirven unas raíces que no tienen sostén en la tierra? ¿Para que los pájaros hagan sus nidos o para que las ardillas salten de una a otra rama o para que los gusanos se entrenen en las competencias de caminatas? En Arana no hay ramificaciones de especie alguna. Todos los caminos son únicos, esto evita las indecisiones. ¿Cómo entonces, los habitantes de Arana, llaman a las ramas de los árboles? Se llaman hijos del tronco mayor. Los hijos se sostienen en la columna vertebral del árbol y, como en cualquier familia, llega el momento en que deben abandonar la casa. Por eso, en Arana no es infrecuente hallar árboles sin hijos, árboles que se sostienen en su propio tronco, tronco que no tiene ramificaciones, que señala un solo camino hacia el cielo.
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