Editores Dara Rivera @Cocainelil Raul Ramos @Raultheworst Colaboradores Roberto Cruz Arzabal Abraham Jácome Gerardo Jesús Carlos L. M. Karla Midad Brianda Pineda Martín Miguel Quintana Raul Ramos Eva Rivera Ángel Valenzuela Arte en portada Aldo Fructuoso
Euritmia, es una publicación trimestral, electrónica e independiente, de creación literaria. El contenido de las colaboraciones no representan el punto de vista de los editores y no reflejan necesariamente la política editorial de Euritmia. Todos los derechos son propiedad de sus autores, se permite la reproducción parcial o total del material de esta publicación siempre que se cite la fuente. Contacto revistaeuritmia@gmail.com @RevistaEuritmia
C
Shadows cast on cobblestone street in early morning Massachusetts, Estados Unidos. Agosto, 1969. Al f r e d Eise nst a e dt
Editorial No leas esta editorial, espera a que salga la película. En algún momento de los sesenta Marshall McLuhan profetizó que la palabra escrita sería machacada por la producción visual y audiovisual; la letra sería desplazada por la fotografía fija, por la imagen en movimiento, por música y voces aprisionadas en millones de discos. (Démosle crédito, dada la inmediatez que rige, a nuestras horas les faltan minutos y algo nos dice que a los meses les han robado días). Euritmia toma algo de la Galaxia Gutenberg, la aldea global y el resto de los .Evangelios McLuhanos : la idea de que la imagen tiene lo inmediato a su favor. Sin embargo, McLuhan no contaba, (o tal vez sí) con el problema (o beneficio) de la polisemia que la imagen adoptaría del lenguaje mismo. Nosotros nos dimos cuenta, y es así como nacieron diez relatos, diferentes en forma pero amalgamados por una imagen cuya historia se cuenta sola. Diez veces. Han pasado más de 50 años y la literatura le enseña el dedo a Marshall, demostrándole que una imagen no vale más que mil palabras: una imagen encierra más de mil palabras.
Contenido
6| J a m ó n
Brianda Pineda Melgarejo
11| R ec u e r d o
de
Martín Miguel Quintana
Alannah
14| E l
afilador
Raul Ramos
16| U n a
ta r d e e n
Karla Midad
M at s u e
19| I n s ta n tá n e a s Roberto Cruz Arzabal
21| C i e n t o s
d e v ece s
Carlos L. M.
29| C i n c o
visiones
Abraham Jácome
31| C r u ce Gerardo Jesús
35| I n t e r s ecc i o n e s Ángel Valenzuela
40| T r ay ec t o s Eva Rivera
La vida al fin y al cabo es una mala fotografĂa Louis Aragon
Jamón Br ianda P in ed a M elgar ej o
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E
l hombre de la bicicleta aparece por
levanta la mano cuando quiere ir al baño y al
las tardes, cuando el sol se despide
ver que no hay respuesta espera y corre en
de la cuadra con su mano llena de
el último momento, antes de orinarse en los
sombras. Los niños no alcanzan a ver su
pantalones. Un jueves no aguantó y un salón
rostro, se pierden en el giro de sus llantas,
antes de llegar al baño orinó en un bote de
el mareo de figuras que el movimiento y la
basura, fue acusado y el director se encargó
velocidad le otorgan a su trayectoria. Miguel
de suspenderlo por dos días. Miguel no le
le habla con entusiasmo de él a su madre,
habló a su madre de la suspensión, con el
ella no lo escucha, tiene el control remoto
uniforme y la mochila atrás de su espalda
en la mano y no deja de cambiarle. Una vez
esperó ocho horas, dos días, parado en la
soñó que el hombre lo invitaba a subir a la
banqueta, lugar de juego, la llegada de la
bicicleta y él corría feliz a sus brazos.
bicicleta, al hombre. Quizás por las mañanas
En la escuela la maestra lo ignora
él también asistía a la escuela vistiendo un
porque no aprende a leer y sus compañeros
uniforme rojo o azul, uizás si lo veía con la
se burlan cuando levanta la mano. Siempre
mochila y su cabello bien peinado lo invitaría
sus conversaciones o reglas. El hombre de
El hombre no tenía escuela, era lo único
la bicicleta pasa y nadie más que Miguel lo
que sabía. Regresó a su casa para comer y
nota. Como la empedrada es una bajada, no
esperar la tarde. Los niños no son sus amigos,
pedalea. Los pedales inmóviles muestran sus
ni siquiera saben su nombre, se conforman
zapatos negros y el pantalón levantado por
con llamarlo “Jamón.” A Pablo no le gusta
su posición revela unos calcetines blancos,
el jamón y el absurdo de la infancia les dice
percudidos, parecen zapatos escolares pero
a los otros niños que eso es suficiente para
el tamaño no coincide con el pie de un niño.
nombrar las cosas
Cuando sea grande Miguel va a usar unos
La madre de Miguel le corta el cabello
zapatos iguales. Él y el hombre se parecen,
cada semana, la única mirada, el único afecto.
el pantalón de vestir negro es idéntico al que
Miguel, tienes el cabello hecho un desastre,
su mamá le compró el día de su primera
mañana te toca corte. Y Miguel se siente feliz,
comunión. Si un día el sol de la tarde fuera
cuando nadie lo ve, se pone frente al espejo y
el de la mañana, Miguel podría ver su rostro
se jala el cabello para que le crezca. Se peina
reflejado en el rostro de ese hombre. Así
con cuidado todas las mañanas y no deja, tal
lo ha imaginado, el hombre es él y además
vez nadie se ha dado cuenta, que le toquen
lo sabe. La bicicleta desaparece y minutos
la cabeza. Después del último corte, en su
después llega Pablo, viene caminando pero
cama antes de dormir, piensa en el color, el
trae las manos ocupadas dirigiendo su nueva
largo, la textura del cabello del hombre de la
bicicleta, una bicicleta grande y hermosa
bicicleta y solo evoca sombras.
para un niño de 7 años. Todos se sorprenden
Una tarde Pablo no aparece y los otros
y sienten una envidia blanca, casi un afecto
niños juegan fútbol en su ausencia. Ocupan
por la bicicleta de su amigo. Miguel no está
la banqueta como portería. Un ladrillo a la
interesado y aprovechando la confusión, en
derecha y otro a la izquierda como postes.
silencio, regresa a casa.
Miguel no juega pero siente emoción por
Las tardes cambian y los niños, aunque
la falta de voz que comparten sin Pablo.
se reúnen en la banqueta, la abandonan
Todos juegan por jugar, no hay intención en
cuando aparece Pablo y los invita al parque
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a conocer su escuela.
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del centro de la ciudad. Le puso unos diablos
que sacaba fotos en los cumpleaños, en las
a la bicicleta y ahora cobra dos pesos por dar
fiestas familiares, fotos que muchas veces no
una vuelta. Miguel tiene que ir con ellos, ya
revelaba. Había en su cuarto un cajón lleno
van dos días que no puede ver la nica bicicleta
de rollos fotográficos que fue acumulando
que le interesa porque a esa hora todos
desde su juventud. Miguel juntó el dinero
abandonan la banqueta. Un día se quedó
que su abuelo le regalaba los domingos
solo, esperando, pero su tía Leonor lo vio y
durante tres semanas y un martes en vez de
le contó a su madre que el niño estaba a las 6
ir a la escuela caminó hacia el centro de la
de la tarde en esa calle solitaria mientras los
ciudad y buscó en los aparadores cámaras,
otros niños jugaban en el parque. Ya deberías
fotografías, rollos, hasta que encontró la
comprarle una bicicleta para que no se sienta
tienda. Regresó a casa con el rollo en la
distinto a los demás. Esa noche su madre lo
mochila, escondido, las manos le temblaban
regañó y le prohibió estar solo en ese sitio.
pero él las movía y nadie se daba cuenta.
No le gustaba que su hermana supiera cosas
Los miércoles la tía Leonora visitaba
que ella ignoraba, se sentía amenazada, sin
a su hermana, tomaban café, veían la
control.
televisión y no dejaban de hablar. Hacían
Miguel estuvo pensando qué hacer,
todo al mismo tiempo y además se reían.
casi no dormía y despertaba en las mañanas
Miguel detestaba sus conversaciones, la voz
con asco, dejó de salir por las tardes y
de Leonora despertaba una sensación de
encerrado en su cuarto fingía estar haciendo
encierro, de desesperación en la aparente
tareas. Tenía que planear algo, la mayoría de
calma. Miguel dejaba de ser niño y odiaba
los niños tenían ya bicicleta, le preocupaba
cuando su tía aparecía en la puerta y lo
el desvío espacial y la eliminación de la
saludaba con un beso hipócrita. Sin ambargo
banqueta. El punto de reunión sería ahora,
esa tarde la presencia de Leonora fue el
inevitable, el parque. Todos lo sabían pero
pretexto perfecto para entrar al cuarto de su
esperaban, faltaban tres bicicletas en el
madre, en silencio, abrir el último cajón de la
grupo.
cómoda e introducir la mano hasta el fondo.
Su madre tenía una cámara con la
Regresó a su habitación, abrió su mochila y
a acomodar el rollo. El trato era esperar al
la luz del dormitorio con ánimo inacabado.
hombre de la bicicleta, en cuanto apareciera
No logró dormir, esperaba el día siguiente,
Miguel correría hacia él y lo detendría
recorría las horas como segundero insomne.
unos segundos, entonces Pablo tomaría la
Llegó más temprano a la escuela y
fotografía, a cambio Miguel dejaría que Pablo
no levantó la mano en todo el día, no quiso
se gastara el rollo tomando fotografías de su
ser notado y tuvo suerte porque la maestra
bicicleta, de él montado en su bicicleta, de las
no les pidió que leyeran en voz alta durante
bicicletas de los otros niños. Pablo se mostró
la clase de español. Regresó a casa, de la
amable y mientras todos esperaban anunció
puerta corrió a su cuarto para esconder la
esa tarde como la última en que se reunirían
mochila debajo de la cama. Comió en silencio
en la banqueta, pues a Javier le acababan
y no quiso cambiarse el uniforme para salir a
de comprar su bicicleta y era más sencillo
jugar. Su madre lo observó. Tienes el cabello
atravesar la ciudad hasta llegar al parque
hecho un desastre, mañana te toca corte.
que recorrer las subidas que conducían a esa
Miguel sentía prisa, las palabras dichas por
calle. Miguel no estaba prestando atención,
su madre lo golpeaban con la agudeza de
esperaba que el sol comenzara a despedirse,
un alfiler y era necesario un esfuerzo mental
que las sombras se alargaran en las piedras de
para no decirle que no le importaba nada
la calle y la suya apareciera indicando que el
de lo que ella quisiera en ese momento. En
hombre estaba cerca. Los niños, la banqueta,
un descuido Miguel sacó la cámara de la
la calle, eran solo un pretexto, una ventaja
mochila, cruzó el pasillo que unía su cuarto
que lo acercaba al único afecto verdadero
con la sala y abandonó la casa.
que había sentido por lo desconocido.
Los niños y las bicicletas estaban
El momento llegó y Miguel corrió sin
reunidos ya en la banqueta, esperando a dos
voltear a ver a Pablo, mirando las ruedas y
más para iniciar la travesía hacia el parque
las manos grandes sosteniendo el manubrio
central. Miguel se acercó y le pidió ayuda
con ligereza, corrió como un sordo, y al llegar
a Pablo, dejó que lo llamara “Jamón” más
a la bicicleta el hombre frenó y lo miró con un
de cinco veces para que al final accediera
gesto de asombro. Miguel vio su rostro, su
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guardó la cámara atrás del último libro. Apagó
su piel áspera, sus labios secos y los ojos
hombre montado en la bicicleta semejaba
apagados que no dejaban de mirarlo, había
un mamífero de gran tamaño dormido
arrugas en su frente, y su cabello estaba
sobre el concreto, sombras animales sobre
sucio y largo, parecía molesto. El botón
las piedras, y al fondo las llantas, el pie
de la cámara hizo un ruido débil y una luz
derecho del hombre apoyado con la punta
artificial cruzó la calle golpeando al hombre
en el suelo para detenerse, la ausencia de
y a Miguel. El instante ocurría y al mismo
color en la fotografía otorgaba presencia a
tiempo estaba detenido, no reconoció al
las sombras, y su pequeña mano en la llanta
hombre en su rostro y el hombre no lo
delantera impidiendo la rutina le causaba
reconoció a él ni lo invitó a subir. Quítate
un malestar y una culpa vergonzosa. La
de mi camino, mocoso. Los pies se
fotografía le gustaba, guardaba el sueño
movieron con los pedales y Miguel, por
antes de la pesadilla, la duda ante una
primera vez, prestó atención a las llantas,
realidad que solo se comprueba mediante
al movimiento, y quiso olvidar el rostro de
la memoria. Miguel hallaba su redención en
ese hombre, quiso correr hasta encontrar
el fondo de la imagen, en lo que se intuye
un espejo y mirarse comprobando que su
pero no aparece, en las cabezas cortadas,
cara era la suya y no la del hombre, que su
inexistentes, en el papel. C
cabello estaba limpio y bien peinado. Aquí está tu cámara, “Jamón“. Con el cabello ya corto fue a revelar el rollo un sábado por la tarde, Pablo lo acompañó mientras los otros niños los esperaban en el parque. No quería ver la fotografía, entregó las suyas a Pablo y regresó a casa diciendo que se sentía
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un poco mal. En su habitación, sacó del empaque el pedazo de papel y encontró en él su sombra alargada, la sombra del
Brianda Pineda Melgarejo (Xalapa-Enríquez, 1991) Durante toda su infancia anheló vivir en un barco de madera, en la nada que representa el abismo del océano, con la compañía del ruido incesante del mar golpeando quién sabe qué. Después creció y comprendió que tendría que inventárselo. Y entonces comenzó a escribir.
R ecuerdo
de
Alannah
L
levo tiempo en esto de ser nadie. Uno
hasta que fue tarde. El gordo Randall me
termina por acostumbrarse.
indicó con furia el reloj y me dijo que después
La mayoría de mis compañeros
hablaríamos. Me dediqué a atender asuntos
se queja todos los días de no poder comprar
en la contaduría esperando que en cualquier
un automóvil para llegar más rápido a los
momento llegara el llamado fatal, pero ya
astilleros. Yo no me animaría a cambiar
se sabe que los ingleses, además de ser
jamás mi paseo diario en bicicleta por el río
estúpidos, tienen mala memoria.
Farset. Temo, y es un temor tan estúpido
Pádraig y Ó Conaill me invitaron a
como cualquier otro, que si dejo de recorrer la
ir por unas Smithwicks al Mulligan para
costa el río puede terminar por desaparecer
festejar el día de paga. En una esquina,
como una novia abandonada.
Salach, uno de los viejos que vivían
Esa mañana llegué una hora después al
en la calle, bebía en silencio. A veces
trabajo. Me había demorado contemplando el
levantaba la copa y pronunciaba un
amanecer tardío del invierno sobre los riscos,
nombre de mujer —siempre distinto—
a través del vaho de mi propia respiración,
apuntando hacia la pared descascarada.
Euritmia | 11
Mar t ín M igu el Q u in atan a
Atardecía. Decidí tomar un atajo a
la niña argumentó que vivía cerca y no
la pensión, aunque eso significara pasar
necesitaba ayuda para regresar. Corrió en
por las calles de adoquines del Falls Road.
dirección contraria y yo seguí mi camino.
Frené en seco cuando la vi. Contra un grafiti
Llegué a la pensión más feliz que nunca,
independentista, esperaba una niña. Digo
como si de pronto esa angustia gris de todos
que esperaba porque jugaba a taconear con
los días se hubiera pintado de colores.
sus zapatos de escolar y a revolverse el pelo rojo y lacio, aunque también podía no estar
Los siguientes encuentros con Alannah
esperando sino quién sabe qué cosa. Me
se dieron con la misma ceremonia. Yo
miró con interés y me preguntó de dónde
llegaba cerca del atardecer y respondía sus
venía. —De mi trabajo.
preguntas, que iban desde mi desayuno hasta
— ¿Dónde es tu trabajo?
los motivos de la extinción de los dinosaurios.
—En los astilleros.
Después ella me mostraba sus dibujos, que yo
— ¿Armás barcos?
festejaba siempre con sonrisas y palabras de
—No. Trabajo en la administración.
admiración. A veces se subía a mi bicicleta y
Hago papeles. Mientras hablaba se fue acercando
descansando en el suelo. Había un tácito
despacio, abrazada a su cuaderno. Quitó
acuerdo en que a ella le correspondía decir,
una piedrita que se había atorado en la
hacer y preguntar, y a mí callar, dejar hacer
irregularidad de una de las ruedas.
y contestar. Ambos fuimos felices así el resto
—Me gusta tu bicicleta. — ¿Verdad que es linda?
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daba vueltas en círculos mientras yo fumaba
del invierno. La primavera llegó con lluvias de
—Me gusta tu bicicleta porque es azul.
estación de fuerza temible y por varios días no
Mis dibujos tienen mucho azul. ¿Te gustaría
asistí a encontrarme con Alannah suponiendo
ver mis dibujos?
que ella tampoco acudiría. Además tuve que
—Me gustaría ver tus dibujos.
cambiar la bicicleta por el autobús para no
Así se hizo de noche y le dije que debía
mojarme y eso me apartó del recorrido
volver a casa. Insistí en acompañarla, pero
habitual. Al quinto día de lluvia casi
ininterrumpida todo se detuvo y salió
pez maravilloso, un sueño recobrado o
el sol. Esperé ansioso en la esquina de
un submarino con franjas de todos los
siempre hasta que llegó la noche, pero
colores del mundo. C
Alannah no llegó. Un par de semanas después me convencí de que Alannah no iba a volver. Visité el lugar de siempre por última vez, como llevando a cabo una ceremonia. Recorriendo rincones observé un papel que apenas asomaba del hueco de un ladrillo ausente. Era mi dibujo preferido de los que ella había imaginado, un muchacho
vestido
de
blanco
que
observaba un globo aerostático. En el reverso contenía la más breve carta de despedida.
Gracias. Entonces
supe
que
Alannah
iba a estar bien, que yo iba a estar agradecerle, y sonreí porque estaba
Martín Miguel Quintana (1985-
seguro de que ella sabía de esa gratitud.
[?]) es profesor de lengua y literatura. A
Todavía quedaba sol como para pasear
veces escribe cosas en Fragmentario, otras
otra vez por la costa del río Farset,
veces inventa que escribe para interesar a
detenerse en un barranco ai mirar el
las chicas.
agua como esperando que emerja un
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bien, y sonreí porque también quería
El
afilador Raul Ramos
E
n el pueblo de G., hace ya
vivido ya. El ayer y el mañana no eran
muchísimos años, tomó lugar un
más que palabras sin sentido. G. era,
acontecimiento bastante curioso.
por llamarlo de alguna forma, un pueblo
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Pero antes de entrar en detalles, deben
prometeico.
ustedes saber que el pueblo en sí tenía
Como cada mañana, el dulce olor
ya algo de extraordinario: en G., todos
a pan fresco se fue metiendo por cada
los días eran el mismo. Cualquier persona
rincón del pueblo. Los repartidores de
que goce de buen juicio perdería la razón
periódicos se desgajaban gritando las
a las dos semanas de rutina; sin embargo,
últimas —y siempre iguales— noticias.
los habitantes del pueblo, bajo el embrujo
Las señoras, hinchadas de tanto sueño,
de una broma divina, parecían no notar
iban barriendo las hojas secas que dejó
tan peculiar fenómeno. Los hombres,
regadas por la banqueta el indefectible
mujeres, y niños vivían cada día como si
ventarrón nocturno. Fue hasta poco
nunca se hubiese vivido. Reían y lloraban
despuès de que Don H., el tendero, abriò
por situaciones que no recordaban haber
su local cuando todo se vino abajo. El
aroma a pan, los gritos de “¡extra!”, las
y una sonrisa algo torcida. Toda la gente,
hojas regadas. Todo pareció detenerse
aún en silencio, vio cómo el hombre daba
a escuchar con atención la melodía del
otra vuelta por el zócalo antes de pedalear
afilador.
hacia las afueras del pueblo. Nadie sabe en
El delicado sonido de aquella flauta
realidad lo que sucedió aquella vez, pues,
de Pan provocó lo que un estallido en una
luego de esa noche, nunca se supo más
cristalería, lo que una carcajada en un
de los residentes de G. Algunas personas
cementerio, lo que un grito en Santa Misa.
dicen que los pobladores se mudaron
El pueblo entero parecía haber despertado
durante la madrugada. Otros dicen que el
de un sueño centenario. El hombre, bajo la
pueblo entero sigue ahí, perdido entre lo
viva mirada de cientos de personas, llegó
que es y lo que no. Hay quienes aseguran
al centro del pueblo y comenzó a pedalear
que aquél hombre en bicicleta no era otro
alrededor de la Plaza Grande. Cada tanto,
sino el mismo diablo que subió a la tierra
el afilador daba un soplido melódico que
para llevarse las almas de aquel pueblo
cortaba el aire mejor que ninguna navaja.
maldito. La verdad es que ninguna de
En cuestión de minutos, lo único que pudo
estas explicaciones se acerca a la realidad.
escucharse entre las calles de G. fue el
Créanme, se los digo yo. C
hipnótico silbido andino del ciclista. Rodeó el zócalo un par de veces hasta congregar al pueblo entero; todos seguían con la mirada aquella nueva presencia. El afilador estuvo en el pueblo hasta el atardecer, atendiendo desde navajas hasta Raul Ramos está en sus veintes,
palabra: el sonido del esmeril habló por
etapa
todos. Cuando el sol estaba por meterse, el
académico, escribe cuando puede. Lleva
afilador entregó la última hoja reluciente. Se
una vida sin Prozac y es editor de Euritmia.
despidió de su último cliente con un guiño
difícil.
Esclavo
del
sistema
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hachas de bombero. No se dijo una sola
U na
tarde en
M at s u e Kar la M id ad
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L
a mañana en que Asami cumplió
el canal que rodeaba al castillo, después
siete
muy
tomaron el té en un lugar cercano y
temprano para tomar el desayuno,
Asami comió algunos manjū. Mientras
cuando bajó, Kiyoshi la esperaba al pie
caminaban, Asami vio una libreta con
de las escaleras. Kiyoshi, el primo de
tapas de madera que le gustó muchísimo,
Asami, le explicó que tenía un regalo
quería ocuparla como diario, así que
para ella, así que Asami debía darse
Kiyoshi la compró para ella.
años,
se
levantó
prisa para que tomaran el tren de Tokio
Al atardecer, Kiyoshi llevó a Asami
a Matsue, donde visitarían el Distrito
a la calle que estaba detrás del lugar
Samurai y el Izumo Taisha.
donde habían comido. Al llegar, Asami
Fue el cumpleaños más divertido
vio un gran paquete con un enorme
que Asami había tenido. Aunque el
moño rojo. Miró a su primo, tratando
viaje fue muy largo, al llegar a Matsue
de adivinar en sus gestos si debía o
y dirigirse al castillo Asami quedó
no correr, tan entusiasmada como se
encantada. Dieron un paseo en bote por
encontraba, a abrir el paquete.
Asami. Después de intercambiar unas
pocos segundos una bicicleta, muy
pocas palabras, Asami clavó la mirada
pequeña para Kiyoshi pero grande
en el tapiz del muro que se encontraba
para Asami, resplandecía frente a
frente a ella. El aparato resbaló de
los ojos de la niña y bajo los rayos
su mano y ella cayó al suelo, tirando
que bañaban en ese momento esa
el portarretratos que se encontraba
pequeña calle empedrada de Matsue.
sobre la mesita, junto a una lámpara y
Kiyoshi intentó enseñarle a Asami
el teléfono.
cómo montar la bicicleta, aunque ella
Después de unos minutos u horas,
se quedó mirándolo, preguntándose
ya que con las tragedias el tiempo deja
si alguna vez tendría la agilidad de
de tener sentido, Asami abre los ojos,
subirse a ese gran objeto que tenía
poco a poco, mientras sus parpados
frente a sí. Un hombre que vivía de
tiemblan a causa de la luz. Sus pestañas
tomar fotografías a los turistas, tomó
parecen pequeñas arañas. Sus ojos
una foto de Kiyoshi y Asami. No para
se abren completamente. Nos mira.
venderla, solo le pareció que la imagen
En sus pupilas podemos ver la única
que contemplaba era conmovedora,
imagen que recuerda. Vemos a un
así que tomó la foto y después de unos
hombre sobre una bicicleta. Un chico
minutos se la regaló a Kiyoshi, que
guapo, de no más de 20 años, con
seguía intentando enseñar a Asami
una sonrisa espléndida. Su vestimenta
cómo poner los pies en los pedales.
podría calificarse de peculiar, quizá
Muchos años después, en una
extraña, lleva un traje negro y una
casa grande y elegante, sonó el
camisa blanca, pero en él lucen algo
teléfono. Una mujer hermosa, delgada
raros.
y alta, con la piel perfecta y el cabello
Junto a Asami hay una fotografía
largo y brillante, se acercó al aparato
que no se distingue muy bien, ya que
y tomó el auricular. La voz que salía
el vidrio que la cubría está ahora
de la bocina no era conocida para
estrellado debido a la caída.
Euritmia | 17
Kiyoshi ayudó a Asami y en
En la imagen se observa una sombra que se alarga en el pavimento gris, lentamente subimos la vista y ahí están dos figuras, una reclinada sobre una bicicleta, la otra de frente. Observando a la persona montada en la bici, con un paquete cuadrado entre el brazo. Detrás de la figura más pequeña, podemos ver la sombra de unos cables. Eso es todo. No hay más. Ése es el único recuerdo que Asami tiene de su primo, de su cumpleaños número siete y de su vida antes de enterarse de la muerte de Kiyoshi. C
Euritmia | 18
Karla Midad (en los veintes) vive bajo un puente. A veces escribe, solo en temporada de mandarinas.
Instantáneas Rob er to Cr u z A r z ab al
Sobre las piedras la hiedra de sombras que le crece a la mirada, bajo ellas, el espejismo de la memoria se agazapa como un tigre en la jaula equivocada.
§ Un cráneo de sombra quebrado por la piedra, un lienzo que, rasgado, te impide pintar tu autorretrato.
§ Las piedras son una retícula sobre la sombra, no la dibujan, la cercan en una tentativa de romperla, de cuadrarla con lo que la cámara observa.
Euritmia | 19
La cámara te muestra lo que fue, lo que ha sucedido apenas bajo su párpado de vidrio.
Mira. Las piedras son una retícula de los sujetos, un lápiz ciego sobre el mercurio. Decir acaso “revelado” sea ya una nostalgia, una impostura de la mano.
§ Detener la marcha de una bicicleta es una forma elegante de hacer girar el mundo a tu alrededor.
§ Una mano en la llanta. La sombra tiembla: Sol de líneas. C
Roberto Cruz Arzabal (Ciudad de México, 1982). Burócrata y funcionario cultural
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que estudió letras. Lee y escribe, pero no lo que debiera. Vive en flavors.me/cruzarzabal y sus cuartos.
C ientos
de
v e ces
E
l niño se acercó para decírmelo.
era mío y de nadie más. La idea de tener a
“La rueda tiene pintura blanca”,
un sujeto, por mejor que me cayera, sobre
dijo. Sonreí y continué.
él, le restaba puntos a nuestro vínculo.
La bicicleta fue un regalo
Le estuve dando lecciones durante
hecho por mi padre en la Navidad de hace
varios días. Tardó en aprender. No es
años. Luego de aquel día, noté cambios
que yo fuera un mal guía, sino que él
drásticos en mi vida. Le dije a mi madre
apenas y parecía ponerme atención. Era
que ya no era necesario que me llevara a
un muchacho que vivía a una cuadra de
la escuela. Empecé a transportarme con
mi casa. Cuando notó lo irritado que me
facilidad por las calles. Hacía las compras,
tenía la situación, le pidió a su padre que
los pagos y encargos varios. Era agradable.
le comprara una exactamente igual. El
Aprendí a manejarla sin complicaciones.
mismo modelo. Incluso del mismo color.
Un compañero de la escuela me pidió que
Pude tomármelo a mal, mas no lo hice
le enseñara a montarla. Con reparos lo hice.
porque, a pesar de todo, e l chi co m e
Mucho no me gustaba la idea. El asiento
e ra si m pát i co. Te ní a una he rm ana
Euritmia | 21
C a r lo s L . M .
Euritmia | 22
llamada Susy, que me gustaba. Eran
las manos contaba hasta veinte. Entonces
conocidos por ser los ricos en la colonia.
volvía a salir. Le echaba un segundo vistazo
Además de una camioneta enorme, tenían
para alejarme de inmediato.
un auto deportivo que jamás salía de la
Como en realidad no meaba durante
cochera. En los recreos circulaban historias
los recreos, durante las clases solían darme
sobre sus días de vacaciones. Eran los
ganas auténticas de hacerlo.
únicos que visitaban otras ciudades. Iban
Una vez estábamos en una clase de
a la playa, según contaban después. Todos
biología cuando no pude aguantar más.
parecían aborrecerlos. Yo no, desde luego,
Abandoné el salón sin pedir permiso.
al menos por Susy. Era hermosa; dos o tres
Nadie vino detrás de mí. Corrí con fuerza.
años mayor que los de mi salón. A veces,
Pasé los salones en los que estuve antes
con suerte, podía verla en los recreos.
y el patio en el que nunca jugué. El
Generalmente estaba sentada a solas
conserje a lo lejos. Bajé la marcha en los
fumando un cigarro. Ningún maestro se
últimos metros. Me detuve al ver que Susy
daba cuenta. A veces se ponía cerca de la
estaba sentada, de nuevo, cerca de ahí.
zona de los baños. Varias veces fingí tener
Fumando y mirando hacia abajo. Ahora la
ganas de orinar para poder aproximarme.
acompañaba un tipo moreno con el cabello
La quería ver de cerca. Quería olerla.
hasta los hombros. Empecé a caminar lento
Decirle algo. Lo que fuera.
hacia el baño. No quería que notara de mi
Solía llevar la falda por encima de las
presencia. Me parecía humillante. Quería
rodillas y la blusa desfajada. Era de esas
que pensara en mí como un superhombre
personas que solo miran al suelo, hecho
que no tenía necesidades fisiológicas.
que aprovechaba para lanzarle miradas
Si me veía, tal vez pensara que no tenía
rápidas. Luego volteaba a otro lado. No
el valor suficiente para renegar a la
quería que me descubriera. Le tenía un poco
vejiga. Era un simple niño que cedía
de miedo. La gente que fuma lo hace. Son
ante los impulsos de la naturaleza.
capaces de todo. De modo que entraba al
Ella era mucho más. Por eso estaba
baño sin necesitarlo. Después de lavarme
con aquel grandulón tan diferente a mí.
—Tú eres el amigo de Pablo. —Sí —respondí.
ahí haciéndolo como si no hubiera mañana tuvo un efecto en mí. — ¿Qué es lo que hacen juntos?
—Veo que te mantienes en forma.
Ahora lo veo relajado. Antes parecía tener
—Gracias.
llamas en los ojos. Siendo alguien pequeño
—A nosotros también nos gusta hacer
era impresionante. Incluso desde antes ha
ejercicio. Lo hacemos a diario. Mi madre
tenido una mirada adulta. Me alegra que
nos compra ropa deportiva una vez al mes.
se junte contigo. He visto cuando tocas el
Tengo pantalones cortos, pants, sudaderas,
timbre. El otro día te oí platicar con mamá.
toallas, calcetas… Pablo adora el futbol,
No deberías ponerte nervioso. Tartamudear
¿has jugado alguna vez con él? Practica
al pedir un vaso de agua opaca cualquier
en nuestro jardín. Patea el balón contra la
virtud. Y tú debes tener una por lo menos,
pared. Cientos de veces. Me preocupa. Pasa
así que no la arruines.
horas así. Come y cena rápido. Devora el
—Lo siento. Así hablo.
plato entero en cuestión de minutos. Tiene
—Hay un viejo poema que dice: “las
prisa por volver a lo suyo: jugar futbol.
piedras bajo la noche que cae siempre”.
Excepto por esta semana. Cuando vuelve
Debes saber lo que significa, ¿no es así?
de estar contigo, llega y se pone a dibujar
¿Sabes lo que significa? Escúchame
en la sala. Parece cansado. Sube temprano
bien: “las piedras bajo la noche que cae
para dormir en su habitación.
siempre”. Dime qué te parece. Dime. Anda.
—Me alegro.
Cuando salen a practicar deben ver muchas
Susy tenía algo que intimidaba. Hubiera
piedras. En este jardín no hay ninguna. He
querido decir una frase que la impresionara.
buscado, te lo juro. Han desaparecido.
No pude. Estuve a punto de llorar. La
Ayer creí ver una, pero cuando la apreté
primera impresión es crucial, y yo la
desapareció entre mis dedos. Tal vez deba
arruinaba de fea forma. En mi defensa debo
traer algunas de casa. Tenemos bastantes.
decir que aquello me tomó por sorpresa.
S i t e hace n falt a pue do re gal arte
Nunca la había visto hablar. Así que verla
unas cuant as.
Euritmia | 23
En eso estaba cuando me habló.
El tipo moreno le dijo algo al oído y ella sonrío. —Oye, niño… ¿fumas? ¿No? Pues
permanecía ahí, el otro le pasaba el cigarro. Regresé al salón.
deberías. Creo que lo necesitas. Puede
La siguiente vez que visité a Pablo
ayudarte a conocer otras personas. Es
fue diferente. No me abrió su madre.
malo estar solo. Lo sé. Aunque pueda llegar
Fue Susy quien lo hizo. Llevaba con un
a gustarme. Fumar también está mal. Eso
vestido de puntos que le llegaba hasta los
dicen. Pero me gusta. Y por eso lo hago.
tobillos y zapatos tenis. Me dijo que pasara.
Cuando menos pruébalo. Partamos de que
Tomé asiento en uno de los sillones de la
es malo, ahora lo que necesitamos saber es
sala. Esperé a que bajara Pablo. Susy
si te gusta o no. Si es así, qué más da que
tomó asiento enfrente. No abrió la boca.
sea malo. Yo te puedo dar cigarros cada
Yo tampoco. Algo me detuvo. Y casi en
que quieras. Prueba uno.
automático me estaba arrepintiendo. Pablo
—No, gracias. Tengo que regresas a clases. El humo me marea.
Euritmia | 24
las manos. Conté hasta veinte y salí. Ella
bajó. —Mi hermana nos va a acompañar.
—Como digas. A mí el primer cigarro
Cerré los ojos por un segundo. Era
no me gustó. Las primeras experiencias son
el luto del día tranquilo. Quise estar en un
malas. Debes acostumbrarte. Si el comienzo
sitio diferente. A kilómetros del fastidio,
falla, vuelve a intentarlo. Una primera
la vergüenza, el temor. Yo no quería dar
mala experiencia no debe comprometer el
lecciones a nadie. Menos con una chica
porvenir del placer. Ahí tienes al vino: un
intimidante a un lado. Tomé ese camino sin
gusto adquirido. Nacemos sin saber lo que
darme cuenta. Lo que yo quería era estar
deseamos. Es cuestión irlo descubriendo.
en mi cama, consiguiendo dormir. Con los
Una vez que adquirimos esa noción, queda
ojos cerrados podía sentirme otro. A ella la
rendirse al exceso. El acelerador se puede
deseaba de la misma forma en que buscaba
pisar hasta el fondo. Grábatelo. Nadie
tenerla lejos. No tenía la menor oportunidad,
detiene al que no se rinde.
así que lo que menos quería era recordarlo
Entré al baño. No oriné. Me lavé
a su lado. De cualquier forma sonreí. Dije: sí
avisar, tomé otra dirección. Necesitaba
bicicletas y Susy caminando. Así fue el
un respiro sin salir de aquel sitio. Pedaleé
camino al parque: nosotros avanzando
aprisa.
a vuelta de rueda para no dejarla atrás.
Recordé mi llegada a la escuela. Sin
Durante el trayecto se detuvo cuatro veces
poder dormir hasta el máximo. Ese baño
para amarrarse las agujetas. Hacerlo mal
tibio. El desayuno rápido. El periódico de
significa repetirlo. Nos pidió que no la
mi padre. Ese baño tibio. El desayuno
miráramos mientras hacía los nudos de las
rápido. El periódico de mi padre. Una
agujetas. Era un asunto íntimo que no le
bolsa con el almuerzo. El camino en el
correspondía a ojos como los nuestros.
auto. La estación de noticias vitales de las
Llegamos después de un rato. El sol
que no recuerdo un detalle. Semáforos
no tardaría en esconderse. Además de una
llenos de ansias. Despedida con un beso.
pareja acostada en el centro, solo podía ver
Y lágrimas. Los maestros y salones vacíos.
a un anciano corriendo por las veredas. El
Buscar un pupitre en medio de amistades.
parque era nuestro con su césped, flores y
Horas viendo el pizarrón por el terror de
aliento.
mirar atrás. La primera carta que escribí
El
tiempo
transcurrió
tranquilo.
dirigida al bote de basura. Mariana con su
Susy se acostó entre la hierba. Fumando.
horrible dentadura. Nadie se daba cuenta
Pablo yo recorrimos el lugar. Dejé que se
de lo hermosa que era. Solo yo. Que con el
adelantara. Daba igual lo que hiciera. Era
tiempo pude asimilar que era posible cerrar
obvio que ya había aprendido a conducir.
la boca. Recordé también la manera en que
Era estúpido continuar. Sin embargo me
Gabriela se burló cuando le obsequié la
encontraba atado. Sin justificaciones, que
naranja de mi almuerzo. Tuve que evitarla
era lo peor. No hablamos. Eran los metros.
el resto del curso. Quise patearla por
Eran los pensamientos. Eran los pájaros.
rechazar lo que mi madre me había dado.
Cuando se vive es difícil permanecer
Respiré cuando se fue. Pude matarla, pero
encendido.
odiaría lo que hubiera pasado después. Las
En una de las curvas me alejé. Sin
cárceles llenas de personas vulgares sin
Euritmia | 25
claro. Vamos. Los dos en nuestras
Euritmia | 26
pasarelas ni pijamas de seda. Afuera no
en personas que apenas y reparaban en
era demasiado diferente, aunque al menos
mi ausencia. La timidez era una forma
podías desayunar una buena sopa. Di otra
de prevención ante ese panorama tan
vuelta. No podría abandonar la casa hasta
horroroso. Y seguí pedaleando. Cada
que aprendiera a preparar sopas. Eso era
vez más fuerte. Hasta que llegué a una
lo principal. Los vagabundos no tienen casa
pendiente. Desde abajo parecía una pared.
porque no tienen sopa. Cómo mantener el
Frené, bajé y me tiré al césped.
talante sin una cuchara que lo sostenga. Y
El estanque se hallaba en la cima de
de inmediato pensé en Vanessa, porque
la colina. Cientos de metros para llegar
como puede verse, solo puedo pensar
hasta él. El hombre dijo: hay dos opciones.
en las mujeres. A ella le dije que buscaba
Puedes cavar un túnel e ir gateando en su
alguien que cocinara. Que supiera lavar los
interior. Te tomará un mes. O puedes correr
trastes, que me consintiera y quisiera tener
por la carretera, tardando un día. Mencionó
nueve hijos. Nada de pantalones o mallas:
que la segunda opción era peligrosa por lo
vestidos. Zapatos el día entero. Era lo
que ocurría en el camino. Era la seguridad
que buscaba, una mujer a la vieja usanza.
contra el riesgo, la velocidad contra la
Con tubos en el cabello y mascarillas de
desesperación. En el estanque estaban los
madrugada. Se rió; “eres ridículo”, dijo.
peces que quería alimentar. Los patos se
Le dije que era broma aunque no lo fuera.
quedaban con la comida que dejaban los
Lamenté cuando se cambió a otra escuela
visitantes, sin que pudiera hundirse una
porque ni siquiera la toqué. Los del salón la
sola pizca para los peces hambrientos
saludaban de beso o empleaban la mano.
bajo la superficie. Tenía que ayudarlos.
Debí respetarla menos para que no creyera
Debía d a r m e p r i s a a n t e s d e q u e
que estaba loco. No fui nada importante.
murieran.
Dudaba que Vanessa estuviera encima
—Despierta, nos vamos.
de una bicicleta pensando en mí, en dado
Era Susy.
caso de que recordara mi nombre. Era lo
—Ya voy, ¿dónde está Pablo?
que me tenía loco. Lo mucho que pensaba
—No lo sé, tendremos que buscarlo.
contra la llanta. Olía a cereza. No la toqué
farola. Quedamos en silencio. Me dolía la
ni un segundo. Dejó de mirarme. Centró los
cabeza, no quería moverme. Ella se sentó
movimientos en mi vehículo. No se detuvo.
junto a mí. El olor a tierra mojada llegaba
Empezó a gemir. También se carcajeaba.
gracias a un aspersor a unos metros de
Qué podía hacer yo. Solo mirar. Y sentir
distancia. Fue una buena siesta. La jaqueca
pánico. No había nada que pudiera hacer.
era lo de menos. Aquello dejó de parecerme
Por siempre sería la mujer que dominaría
tan malo. Aun así era tiempo de volver a
mis pensamientos sin que me sirviera de
casa. Quise ponerme de pie. Ella notó algo.
algo. Estallé. Al diablo con los hermanos.
—Mira por allá, ¿qué es eso?
Con una maniobra di una vuelta. Vi que ella
Era un bote de pintura blanca. Susy
caía al suelo y me alejé de ahí pedaleando.
corrió hasta él mientras yo me incorporaba
La oí llorar. Salí del parque. Di vueltas por
y alzaba mi bicicleta. Debí haber llevado
las calles. Varias de ellas desconocidas. No
un suéter. Vi que se movía. ¿Y Pablo? La
quise parar. Ni regresar. Si lo hacía corría
rutina guarda la seguridad de los cuerpos
el riesgo de volver a tener la oportunidad
blandos. Susy regresó entre risas con el
enfrente sin que pudiera tomarla. Así que
bote de pintura. Se subió el vestido. Vi esa
avancé y avancé durante minutos hasta que
ropa interior verde. Se mantuvo así varios
por inercia terminé en casa. Mi madre gritó
segundos. Tomó la brocha y pintó el interior
una serie de improperios de los que era
de sus muslos. Después caminó hacia mí,
protagonista. Permanecí callado. Me dirigí
hacia la bicicleta. Aquella carne blanca
al garaje. Guardé la bicicleta en un rincón
estaba más cerca que nunca. Las piernas me
detrás de unos tambos. No quería volver a
temblaban. Ella seguía con las manos arriba
tocarla, pese a que la quería mucho.
sosteniendo su vestido para que yo viera el
Era una fiel compañera de meses
contenido. Ahora estaba a un metro. Siguió
atrás. Poco después me mudaría. La
avanzando, reía. Me dio un beso en la frente
abandoné para olvidar, a la espera de
y entonces comenzó a restregarse contra
que pudiera superarlo con el paso del
la bicicleta. Suspiró, era su entrepierna
tiempo.
Euritmia | 27
Casi era de noche. Nos alumbraba una
Jamás imaginé que necesitara de tantos años, hasta que por fin hoy la desempolvé luego de una visita a los viejos. Sigue funcionando. Únicamente tuve que limpiarla. Con trabajos la monté y di unas vueltas por la colonia. Vi las casas de antes; algunas remodeladas, otras no. Unas cuantas habían desaparecido. Me pregunté por sus habitantes, mis amigos. No pude recordar el nombre de la mayoría. Pero ahí estaba la casa de Pablo todavía. Con nuevos inquilinos, ninguno de ellos capaz de darme información sobre Susy o sobre su familia. Extrañaba todo aquello de lo que antes huía. Y en el parque estaba el niño aquel preguntándome sobre la pintura blanca en la llanta. No supe qué decirle. No era necesario. Lo que debía hacer era seguir andando. Avanzando sin intención de apartarme. C
Carlos L. M. (nacido en algún momento de 1988) es estudiante. Acostumbra respirar sin proponérselo e intenta no describirse de manera original. Ya sabe lo odioso
Euritmia | 28
que es eso. Entre sus logros destacan el haber visto a Bob Dylan en dos ocasiones y el caerle bien a los perros.
Cinco visiones
sobre el inicio de la luz y el final de la sombra Ab raham J áco m e I Despunta el alba y las sombras se inclinan
IV
hacia la noche. Una pareja se forma entre la plaza II
y el Sol remoto.
El desconcierto: La penumbra nocturna
V
de pronto pálida. Llenos del otro, los dos parten nerviosos. III
Plaza vacía.
El hombre escribe líneas negras en blanco,
Euritmia | 29
que después borra.
Cinco visiones
sobre el inicio de la sombra y el final de la luz A b r aham J áco m e I
IV
Velo nocturno.
Dos cuerpos próximos
La vista malherida,
a punto de partir.
hecha jirones.
Nunca más solos. V
II ¿Qué es la distancia ¿Es una sombra
más que el riesgo latente
ese blanco que enmarca
de mil encuentros?
la luz oscura?
III
C
Abraham Jácome (Ciudad de México, 1984). Egresado de Lengua y Literatura
Sobre la calle, el cielo deja trazos como en un lienzo.
Modernas Inglesas de la UNAM Traductor profesional en audiovisuales. Le apasiona la escritura con restricciones y la música —con o sin restricciones—. Escribe poesía mínima
Euritmia | 30
en Millares de gorriones
Cruce Ger ar d o J es ú s de un niño montado en una bicicleta fue
cual hizo que Pablo se levantara para
entrando lentamente en su campo visual. Tal
abrir las ventanas en un vano intento
vez el niño no tenía prisa, porque se movía
de dejar entrar un poco de aire fresco que
realmente despacio. La figura se detuvo en
presentía inexistente. Eran unas ventanas
la esquina y otro niño se acercó a ella.
grandes, llenas de herrumbre, antiguas como el edificio que las ostentaba. La vista era la de cualquier segundo piso de cualquier edificio colonial, nada peculiar. Desde esa ventana se podía observar una esquina, con una calle que se perdía a
—¡Raúl, hola! —dijo Pablo desde arriba de la bicicleta— ¿Qué haces por aquí? —Vengo por unos cerillos —dijo Raúl con desgana—, tía Julia dice que no puede hacerse su té si no hay con qué encender el fuego.
lo lejos. Estuvo un rato mirando los otros
Casi siempre eran los cerillos, la comida
edificios, preguntándose si ya sería hora de
se compraba en otro lado. Unos cerillos y ya,
desayunar.
a veces pasaba, así era como debía ser. Casi
En eso estaba cuando ocurrió: la figura
siempre pasaba y era, los cerillos, la tía Julia,
Euritmia | 31
E
l calor en la pieza era insoportable, lo
pero casi siempre, casi siempre, pero luego. —Pues en eso tiene razón —observó Pablo—. Pero, ¿té? ¿a esta hora, con este calor?
ese calor. —Mira tu bici, en cualquier momento se le cae una llanta.
Qué calor había, en serio. Pero ahí
—No te burles, oye —dijo Raúl—.
estaba Raúl yendo por unos cerillos. Qué
Además papá me dijo que pronto me traería
mediodía, qué día. Pero, ¿té? Qué se le iba a
otra, al final de las vacaciones, cuando pueda
hacer, así era casi siempre.
venir de la ciudad.
—Ya sabes cómo es la tía Julia, desde siempre ha sido rara. Pablo asintió casi indiferente, luego la idea:
Ya casi era el final. El regreso a lo cotidiano, la escuela, las tareas, abrir una ventana, pero qué calor, en serio. —Bueno, pues de una vez, este calor
—Oye, ¿no quieres ir a dar una vuelta por ahí? Debe haber un calor horrible en tu casa, y luego el té... Raúl pareció pensárselo un poco, pero al final dijo: —Bueno, espérame aquí, nomás deja le llevo los cerillos a tía Julia.
me está derritiendo. Se subieron en las bicicletas y empezaron a pedalear. Sí, era como abrir muchas ventanas, la dinámica del movimiento, el aire. Abrir las ventanas en medio de ese infierno en el que se te pega el sudor al cuerpo y la ropa al sudor y todo
Ir a dar una vuelta, tal vez era lo mejor
queda junto en una misma masa pegajosa
con ese calor. Casi siempre era así, no era
que es uno mismo, qué cosa. Mejor estar
como abrir una ventana, no, era otra cosa.
aquí afuera y abrir todas esas ventanas,
Encima de la bicicleta era siempre otra cosa,
disfrutar lo que quedaba, la maravilla de la
era como abrir muchas ventanas, todas al
mecánica.
mismo tiempo. Una vuelta, con ese calor. El sonido de la bicicleta hizo que Pablo Euritmia | 32
vuelta, el pueblo, abrir muchas ventanas, con
levantara la vista. La bici de Raúl era más chica, como él, y más vieja. Pero era una
—De regreso pasamos con don Pepe por unos helados, ¿quieres? —dijo Pablo de pronto— ¿Traes dinero? Es que este calor. Pero aquí afuera, aquí en la bicicleta se
eran una sola. Unos helados, una ventana.
cansándose, y los helados. —Va.
—Sí, sí traigo, creo —contestó Raúl,
Pablo sonrió, empezaron a pedalear con
que pedaleaba a su lado—. Tienes razón,
más fuerza. Qué bien se estaba con Raúl, tan
está horrible, ya van dos veces que me
sincero, tan espontáneo. Una carrera, unos
cambio de playera sólo hoy, no sabes.
helados, abrir las ventanas para que el aire
En realidad era terrible, sólo porque se
entre, para salir, para dejar pasar el tiempo,
había despertado tarde, si no él también ya
las vacaciones. Pablo ya iba ganando, y Raúl
se habría cambiado de playera dos veces.
se quedaba atrás. Tenía que ser diferente,
Por eso le gustaba más afuera; cerrar una
casi siempre era así. Tal vez lo dejaría ganar,
puerta y abrir todas las ventanas y todas
total, unos helados después.
las puertas. Pedalear, seguir pedaleando,
Comenzó disimuladamente a ir más
deslizar una sonrisa, burlarse del calor,
lento, no iba a ser así. Porque casi siempre
abrirle las ventanas y las puertas para que se
era así, el calor, las ventanas, el ir y venir de
vaya. Cuando llegaron a una esquina, al final
los días, los helados, Raúl quedándose atrás.
unas vías.
Pero encima de la bicicleta era otra cosa, tal
—A que te gano.
vez todo se debería hacer encima de una
Sabía que era mucho más rápido y que
bicicleta, siempre abrir todas las puertas y
a Raúl no le gustaba competir. Tal vez esta
todas las ventanas, y esta vez desacelerar un
vez lo dejaría ganar.
poco, para cambiar un poco todo aquello que
—Claro que me ganas, eso que ni qué
parecía inalterable, disminuir la velocidad,
—contestó Raúl divertido—. Tú sólo quieres
divertirse mientras ya les faltaba poco para
humillarme de nuevo.
llegar a las vías, ver la espalda de Raúl.
—Claro que no —dijo Pablo riendo—.
Siempre se estaba bien con Raúl.
Anda, una carrerita rápida, de aquí a las vías.
Después serían los helados, regresar
Después vamos por los helados, ya me estoy
y volver a dejar los días pasar. Ya casi era
cansando.
el final, pero había que aprovechar. Ya casi
Raúl pareció dudar, pero igual ya estaba
llegaban a las vías. Un cruce, las vías también
Euritmia | 33
sentía menos. Abrir muchas ventanas que
eran un cruce, todo era un cruce. Las
volteaba a ver a Pablo desesperadamente, y
personas eran cruces, los días, en los que vas
a lo lejos, o no tan lejos, un tren, a lo lejos un
de un lugar y doblas, o sigues adelante, hacia
escalofrío, la cara de Raúl, pero no podía ser,
las vías. Un cruce, uno en el que sales de un
luego serían los helados, el calor, la tía Julia,
lugar para ir a otro, en el que dejas algo, tal
los cerillos, dejar pasar el tiempo, el tren, el
vez para regresar, atravesando otro camino
tren, cuidado, dejar ganar a Raúl que siempre
que tal vez también podrías haber tomado.
perdía, ¿no era así?, casi siempre era así,
Se cruzan los helados con los cerillos, el calor
casi siempre mientras abría una ventana, la
con las ventanas, las bicicletas, las playeras,
cara de Raúl, el cruce, siempre el cruce, un
la tía Julia, la calle empedrada. Un cruce y ya
grito, vívido y claro, y otro escalofrío, pero
casi era el final, luego serían los helados.
ahora aquí, más cerca, más ahora, junto a
Raúl gritaba su victoria, alzaba los
esa ventana llena de herrumbre que era
brazos sin dejar de pedalear, qué bien se
todas las ventanas pero no, no era, era Raúl,
estaba siempre con Raúl, dejarlo ganar, tal
Raúl, otro grito.
vez era eso. Dar una vuelta, pedalear, seguir pedaleando para ganarle al calor, para cambiar el cruce, el curso, aprovechar los
—¿Una o dos dosis, doctor? — Dele dos, que duerma el resto del día. C
últimos días de estos días, tal vez al final de las vacaciones a Raúl le trajeran otra bici. La tía Julia estaría ahora mismo sobre su taza de té humeante, qué cosa, y con este calor. Pero aquí, sobre la bicicleta, era todo distinto. Abrir todas las ventanas y todas las puertas, que eran una sola ventana y una sola puerta. Abrirla entre risas, que de pronto ya
Euritmia | 34
no lo eran, mientras Pablo frenaba, mientras Raúl trataba frenéticamente de frenar, porque ya casi estaban en las vías. Mientras Raúl
Gerardo Jesús (Cancún, México, 1993), estudiante de ingeniería civil; algún día le enseñaré a mis hijos a tocar guitarra para que le canten a su madre. Escribe en sus ratos libres; tengo el blog Longplay, y a veces él me tiene a mí.
Intersecciones Áng el Valen z u ela
S
upongo que, con el divorcio, ambos
padre. Solo que ahora no hay mucho tiempo
obtuvimos lo que más deseábamos:
para pensar.
yo me quedé con los niños; ella, todo
Es hora de preparar la cena.
lo demás. Todo salvo la bicicleta. Hoy
cumplo
diecinueve
años.
Los
me dijo. “No tengo corazón para dejarte sin
compañeros del almacén decidieron llevar
medio de transporte ahora que te quedas a
pastel, refrescos y unos estúpidos gorritos
cargo de los niños.” Y se fue conduciendo
de cartón que me hicieron sentir bastante
el Lexus, la muy cabrona. No es algo que
estúpida también. Estúpida, pero atendida.
importe gran cosa, desde luego. No me
“Dianita, mija, anímate un poquito”, me
fastidia tanto el haberme quedado sin coche
dice la de recursos humanos, con su sonrisita
como el que los chicos se hayan quedado sin
de dientes coloreteados y embarrada en una
madre.
faldita de lycra, moviendo los hombros al
Es una de esas cosas que siempre te
ritmo de una cumbia. Las chichis enormes le
hacen pensar si les habrás fallado como
cuelgan como moco de guajolote. Seguro ha
Euritmia | 35
“Quédate tú con la bicicleta, Manuel”,
amamantado por lo menos a tres hijos. Le
sus hijos. Una madre nunca…” Pero cuando
sonrío porque de pronto me cae bien y me
habla sólo atina a decir “pierda cuidado, yo
pongo a bailar con ella porque festejar con
les esho un ojo a sus mushashos”.
los del trabajo es mejor que llegar a casa.
Sonríe.
Hoy cumplo diecinueve años. Hoy se cumple un año, también, que me vi
“Tu calle siempre está bien oscura”, me
obligada a abandonar el orfanato.
dijo cómosellama, el guardia de seguridad.
Nada que celebrar.
Dijo “déjame te acompaño, tu calle siempre está bien oscura y ya es tarde para que
Recibí una llamada del banco a la oficina.
andes sola”.
Buenas noticias. Me han abierto una nueva
Acepté.
línea de crédito. Eso arregla el asunto de las
En el camino me decía que dizque
colegiaturas. El tráfico parece intolerable.
soy la vendedora más bonita y hace rato
Sonrío tranquilo porque me gusta imaginar
que quería invitarme al cine.
que en este instante, en algún tramo del
“Vamos el sábado al cine”, dijo.
periférico, está mi puta exmujer atorada en
No acepté.
un cuello de botella.
Parece buena persona, pero apenas
“Mejor así, Manuel”, me digo mientras monto la bicicleta. Pienso en los niños que
“No
me
gustan
los
hombres
me esperan en casa. Pienso en la señora
tan jóvenes”, le dije. “Gracias por
Calles, quien prometió estaría al pendiente
acompañarme”.
de ellos hasta mi regreso.
Euritmia | 36
tiene veintiocho.
Entonces subí al departamento. Todo
“Descuide, Manuelito, yo les esho un
estaba en silencio y no había más sonido
ojo a sus mushashos. Pobrecillos, ¡la falta
que los grillos y el distante murmullo de
que les hace el cuidado de una mujer!”
una ciudad que aún se resiste a la calma.
Su mirada me recrimina. Me dice
Desde la ventana del balcón, la calle mal
“seguro es culpa suya que se hayan
iluminada sólo me permitió ver su silueta
quedado solos. Una madre no abandona a
recortada en el portal.
Se quedó ahí parado unos minutos y al final se fue caminando como encorvado. Parecía un niño desprotegido.
Colonia Patria. La mujer puso una cara de incrédula. Seguro pensó “cómo es posible que este hombre tenga el descaro de recoger una
Qué pronto oscureció. Marco a casa para
tarjeta de crédito presentando una carta de
decirles a los niños que todo está bien. Voy
cobranza como comprobante de domicilio”.
en camino. No, no trabajé horas extras.
No dijo nada.
Papá tuvo que hacer algunos pendientes.
Tomó la carta entre sus manos, le dio
Sí, ya todo está arreglado. Obedezcan a
un vistazo y al final me dio la espalda para
la señora Calles y no llamen a su puerta si
colocarla en la fotocopiadora.
no es realmente necesario. Entiendo, pero
“Firme el acuse de recibo aquí… y aquí
mamá no está y la señora Calles tendrá sus
abajo, por favor”, dijo al fin, pero apuesto
propias ocupaciones. Yo les ayudaré con la
que pensó que soy un irresponsable.
tarea tan pronto llegue. No tardo. Los amo.
Seguro no tiene hijos.
Guardo el móvil y también la tarjeta de crédito. La mujer que me atendió se
La gata me observa impaciente. Se acerca
resistía a entregármela. “Necesita mostrar
con paso lento y comienza a enrollarse
una identificación oficial y un comprobante
entre mis piernas. Les da la vuelta y enreda
de residencia adicional”, me dijo. “Puede
su cola. Me gusta mucho cuando hace eso,
ser un recibo del agua, luz o teléfono”. No
aunque sus pelos me dan cosquillas. La
pensaría que iba a ir a casa sólo por un
levanto y la abrazo. Le paso mi mano hacia
estúpido recibo y luego dejar solos otra vez
atrás, desde la cabeza hasta llegar casi a la
a los chicos. Regresar mañana, ni hablar.
cola. Comienza a ronronear quedito cuando la acaricio así.
remitente bien claro: Rodríguez y Asociados.
Pobrecita. Cuando la rescaté de la
Servicios de cobranza. La dirección y el
calle estaba preñada. Yo no lo sabía, pero
destinatario, también muy claros: Manuel
venía cargada con seis crías. De saberlo,
Alarcón Rubio. Próceres, 58, Interior 6.
mejor la hubiera llevado un refugio, porque
Euritmia | 37
Saqué de la mochila un sobre con el
cuando parió tuve que deshacerme de todos
Suena el móvil. Son ellos. Mis hijos.
los gatitos. Me dio mucha tristeza, pero yo
Cálmate, Santi, no llores. ¿Qué sucede? No,
no podía quedarme con tanto animalito. Al
ya voy a casa. Pásame a tu hermano. Por
fin se los pude quitar, aunque me costó una
favor, Darío, no peleen. Pero tú eres mayor,
buena arañada. La gata maullaba y maullaba
hijo, ayúdame con eso. Sólo te pido que no lo
de dolor.
hagas llorar. No, no llores ahora tú también.
Lloré toda la semana.
Sí, yo sé que la extrañan mucho, pero yo
Salgo a comprar su leche. Desde la
estoy con ustedes. Vale, pueden llamarla,
ventana del primer piso, asoma su cabeza
nada más no lloren cuando lo hagan, ¿sí? Y
blanca doña Caridad, la portera. Me grita
no pelees con tu hermano.
porque estoy algo lejos o porque está un
Por favor, no llores, Manuel.
poco sorda. “¿Ya se va otra vez, Dianita? ¡Si apenas
En la esquina de la avenida estaba un
llegó! ¿Se irá a tardar mucho? Le pregunto
hombre como de unos cuarenta años. Lleva
para no estar con pendiente”.
traje y monta una bicicleta. Al principio no
La vecina del 4 siempre se queja de ella.
me percaté de su presencia porque venía yo
“Es una vieja chismosa”, dice, pero a mí me
distraída, siguiendo mis pasos con la vista.
parece una señora agradable, doña Caridad.
Por eso choqué con él.
La tranquilizo. “Sólo voy a comprar leche”, le digo. “Vuelvo en diez minutos”.
Euritmia | 38
Camino hasta llegar al cruce de la
“¡Ay, discúlpeme!”, levanté la cabeza bien apenada. Estaba llorando. La cabeza apoyada
avenida.
sobre los cuernos de la bici.
La bicicleta es lo único que no se llevó Irma.
Un momento de flaqueza, es todo. En pleno
Todos los días pedaleo hasta la oficina y de
cruce de vías. Bien hecho, Manuel. Para el
vuelta a casa. Todos los días me recuerda el
colmo llega esta chica de la nada y ahora te
puto divorcio. Pero también me recuerda que
ha visto llorar. Te ha visto secarte las lágrimas
los niños están conmigo y eso me tranquiliza.
con el dorso de la mano. No hace nada.
Tampoco tú haces nada. Sólo asientes torpemente cuando te dice “discúlpeme”, pero ya es tarde para actuar casualmente. Ya te ha visto llorar. No sé por qué lo hice. Sentí la necesidad de abrazarlo y así, sin más, lo hice. Me abrazó. Así, sin más, lo hizo. Sentí el calor de sus senos apretándose contra mi pecho. Sentí el rubor en mis mejillas. ¡Mírate, Manuel, pero sí podrías ser su padre! Me sentí muy tonta. Salí corriendo y no paré hasta que hube llegado de vuelta al departamento. Olvidé comprar la leche. C
Ángel Valenzuela (Juárez, Chihuahua. 1979) es escritor y diseñador editorial. Ha participado en diversas revistas como escritor, diseñador y director de arte, entre las que destaca la Río Grande Review, editada por la Universidad de Texas. Es autor de En terreno vedado, serie de cuentos recogidos en Dosis Letradas (UACJ, 2008), su primer libro en colaboración con dos compañeros escritores. Le apasiona la tipografía, la obra de olor de la albahaca y la bergamota.
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Alessandro Baricco, la música de Andrew Bird y Sigur Rós, le gusta brincar charcas y el
Trayectos Eva River a
T
al vez si no hubiera ido a comprarle flores, no habría muerto.
Martín conocía a Gina desde hacía cinco años, cuando ella trabajaba en la
Ernesto se levantó temprano esa
librería como recepcionista y él como
mañana en la calle Z de la ciudad P; a
consultor. Gina conocía a Ernesto desde
las nueve para ser exactos. Se puso
que tuvo su primera pelea con Martín,
una camisa a cuadros, tenis sucios y un
cuando Ernesto le hizo la primera de
pantalón negro. No le gustaba levantarse
muchas caricias inocentes en la mano.
temprano, pero esa mañana lo hizo. Era el cumpleaños de Gina y quería darle flores.
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como Ernesto.
Gina llegaría poro después de las diez de la mañana y Ernesto quería tener todo
A Ernesto le gustaba Gina, aunque
listo antes que Martín. Bajó rápidamente
Gina prefería a su hermano Martín. Ernesto
las escaleras del departamento y montó la
no entendía por qué prefería a Martín si
bicicleta que había sido de su hermano, la
era, como en su opinión, “un escupitajo de
misma que había sido de su padre y de su
carne”. Martín quería a Gina, pero no tanto
abuelo.
enamorado.
mañana, mientras Ernesto salía de su
La muchacha que chocó con el
calle, el florista terminaba de preparar el
escritor fracasado era una extranjera
arreglo que sería para Gina. Tenía rosas,
preciosa que, por no hablar bien el idioma
claveles, tulipanes, y todas las flores
no pudo pedir un taxi, iba con retraso a
que Gina olía cuando Martín no estaba,
su cita con la agencia de modelaje, que
porque a él no le gustaban las flores. A
la hubiera rechazado de todos modos,
él le gustaba regalar cenas caras, viajes
por su peso. Desesperada, corrió a gran
en motocicleta o besos en el lago; las
velocidad hacia la dirección que le había
flores eran para maricas y para mujeres
dado su representante lo que hizo que
golpeadas.
Joaquín, un taxista regordete, desviara la
Una fuerte ventisca sopló e hizo que un chorro de agua de una de las macetas colgantes de la florería cayera
vista hacia ella, frenando en seco por un semáforo en rojo que no había visto. Joaquín
frenaba
mientras
Mia,
sobre un hombre que pasaba por ahí.
una afamada bailarina que venía en su
Era un escritor fracasado que anoche
auto por la calle contraria del costado
había pensado en suicidarse. Se detuvo
izquierdo, también lo hacía. Se detuvo un
un instante a sacudirse la chaqueta, casi
momento a gritar maldiciones en un tono
sin darse cuenta de lo que había pasado.
fuerte para que a Joaquín le quedara claro
Le gustaba ver la barda que estaba a
que era un idiota. Desvió el rumbo de su
una cuadra de su edificio, se dijo que no
automóvil, tenía una clase a esa hora y ya
podía morir sin mirarla una última vez. La
iba tarde.
barda era especial porque tenía un lema
Mia conducía su auto tomando atajos
pintarrajeado: “¿Somos el recuerdo de
y metiendo el freno de vez en cuando
alguien que nos está olvidando o somos
hasta que se topó con un semáforo en rojo.
acaso una mentira?”. Él leía, y si hubiera
Pudo ver a Tomás, un melenudo perro que
mirado un instante a la persona que
había escapado de su amo de nueve años
chocó con su hombro al pasar, se habría
y cruzaba la avenida aún con la correa
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A las nueve cuarenta y cinco de la
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azul puesta mientras el niño corría tras él,
esa tarde en su piso con una sobredosis de
gritando su nombre.
cocaina; y si la hermosa extranjera hubiera
A las nueve cincuenta y dos el niño casi
sabido pronunciar “taxi” no tendría que
alcanzaba a su perro, Tomás se escondió
haber corrido a gran velocidad para llegar
entre los arbustos. El niño tuvo que hincarse
a tiempo a la agencia, habría audicionado y
para pedirle entre lágrimas que saliera. Un
regresado a su país para volverse anoréxica
joven distraído que llevaba un paquete en la
e ir dentro de tres meses a otra audición.
canastilla de su bicicleta desvió rápidamente
Entonces Joaquín no se habría distraído al
el manillar para evitar chocar con el niño.
verla correr desesperada, por lo que no
Ernesto le gritó para que se hiciera a un lado,
hubiera tenido que frenar en seco para no
pero el niño asustado solo logró cubrir su
chocar con Mia, que de no haberse detenido
rostro.
a gritar maldiciones, no habría tenido que
Todo pasó demasiado rápido. Ernesto
desviar su automóvil ni tendría que haber
seguía arriba de una bicicleta descontrolada
metido el freno de vez en cuando, hubiera
que ahora cruzaba la calle. Al otro lado venía
llegado a tiempo a dar su clase de danza y no
Mia a toda velocidad, telefoneando a su
se habría topado con el semáforo en rojo por
asistente, avisando que llegaría un poco más
el que cruzaron Tomás y su dueño. Y quizá
tarde de lo normal. Cuando Ernesto grito
si el niño hubiera agarrado fuerte la correa,
“¡Cuidado!” era demasiado tarde.
Tomás no habría escapado ni se habría
Tal vez si Ernesto no se hubiera levantado
escondido en los arbustos de la calle que
a las nueve de la mañana como nunca lo
cruzaba Ernesto en ese momento. Y si Mia
hacía, no habría muerto. O si la ventisca no
no hubiera telefoneado a su asistente, habría
hubiera tirado el chorro de agua de la maceta
frenado a tiempo para salvar a Ernesto.
que colgaba, el escritor fracasado no hubiera
O tal vez si Ernesto hubiera visto al
tenido que detenerse un momento a sacudir
niño a tiempo, no habría perdido el control
su chaqueta para leer la barda que le gustaba,
de la bicicleta y habría esperado para cruzar
y si hubiera notado a quién lo golpeó al pasar
la calle. Las flores de Gina habrían llegado a
se habría enamorado en vez de suicidarse
tiempo y ella las habría aspirado
su aroma, escondida de Martín, como siempre. Y Gina habría valorado los gestos de Ernesto y habría llorado un poco de nostalgia, y sus lágrimas serían limpiadas con besos de Ernesto y habría entendido que él era para ella. O tal vez si él no hubiera ido a comprarle flores, no habría muerto. Ernesto fue rodeado por una multitud de gente. Su cuerpo inerte yacía a un metro de distancia de su vieja bicicleta. Mia bajó del auto y pidió ayuda mientras el niño le tapaba los ojos a Tomás. Alguien se acercó a ver la bicicleta. Sucia, aplastada y con la canastilla rota, mantenía las flores encima, desarregladas y por todas partes. Era como si quisiera cumplir su última misión antes de despedazarse por completo. Gina gimió al reconocer los zapatos de Ernesto, su cuerpo y finalmente su rostro. Y eran las diez cuando Ernesto murió. C
Eva Rivera (Ciudad de México, 1991) estudia en la Facultad de Psicología de la UNAM; es madre y padre de tiempo completo. Escribe para tener algo que contar a sus todo lo que necesitas es amor.
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nietos en Fábrica de mentiras piadosas. Creció escuchando a los Beatles, por eso cree que
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