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Las villanas de Disney
Tráiganme su corazón [ bring me her heart ] palabras clave: Disney, cine, largometrajes animados keywords: Disney, movies, animated movies
Por Manuel Santelices
B
ótox, divorcios escandalosos y portadas en la edición especial Estrellas y celulitis de algún tabloide no son los únicos tormentos que una actriz de cierta edad debe soportar en Hollywood por estos días. En una entrevista reciente con la National Public Radio en Estados Unidos, Meryl Streep recordó, todavía algo molesta, que al cumplir cuarenta años recibió tres llamados para encarnar a diferentes brujas en la pantalla, una oferta poco halagadora y hasta maleducada que ella rechazó pero que en el último tiempo ha llevado a Nicole Kidman a interpretar a la Hechizada en Bewitched, a Charlize Theron y Julia Roberts a hacer de la madrastra de Blancanieves en dos nuevas versiones cinematográficas, y a Angelina Jolie a ponerse una capa negra y un par de cuernos como Maléfica, la aterradora bruja de La bella durmiente, en la película del mismo nombre que se estrenará en algún momento del próximo año. En cierto modo se puede considerar un rito natural del cine estadounidense: la pérdida de la inocencia y el sex appeal de la juventud, la llegada de la experiencia, la sabiduría y la astucia de la madurez cuando, como en Cenicienta, el reloj comienza a dar las primeras campanadas de las cuatro décadas y se acaba la fantasía. Que la actriz en cuestión termine convertida en bruja es un tropezón hollywoodense inevitable y hasta conveniente. Marca una nueva etapa en la carrera de la starlet otoñal: la entrega de la antorcha, y
la portada de Us Weekly, a una nueva generación. La regla, por supuesto, corre solo para actrices. Cuando se trata de estrellas masculinas los años se van acumulando y todo sigue como si nada; continúan siendo el galán, el héroe, el bombón distinguido, el símbolo de toda virtud y decencia hasta que sus piernas se trizan en el set y Clooney, Cruise, Pitt, los inmortales Connery e Eastwood quedan convertidos en un montoncito de ceniza estelar. La injusticia del panorama es tan obvia que no merece discusión. Podríamos hablar de tradición, machismo, misoginia, política y hasta religión, pero en cambio hablaremos de Disney, porque si alguien sabía de brujas y princesas era el muy recordado Walt. Blancanieves y los siete enanitos, de 1937, el primer largometraje animado en la historia del cine, fue responsabilidad suya y sirvió para establecer la ruta. Las princesas, decretó Walt, serían jóvenes, casi adolescentes, y deberían incluir en la corta lista de sus talentos la cocina, el planchado y el lavado de platos, la comunicación directa o indirecta con pájaros, roedores y otras especies animales, y la capacidad para dormir largas horas hasta ser despertadas por un beso de amor. Eso es todo lo que dicta este patrón puritano y algo flojo de perfección femenina. Blancanieves es «la mujer ideal del patriarcado», aseguran las autoras Sandra Gilbert y Susan Gubar en The Madwoman in the Attic, una «jovencita pasiva y obediente que no hace nada para