Reseñas
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Donde duele Verónica Watt Javier Moscoso. Historia cultural del dolor. Madrid, Taurus, 2011, 383 páginas.
Ambicioso, sorprendente, revelador, intrigante y agotador (¿cómo podría no serlo un tratado sobre el dolor?). Javier Moscoso, doctor en filosofía, ha escrito un libro que a primera vista podría ser inabarcable incluso como apuesta. Porque el tema es tan antiguo como el mundo y porque abordarlo requiere tomar decisiones radicales, riesgosas. Solemos pensar el dolor en términos de enfermedad –ese que alerta, sintomatiza−, pero hay más: el dolor de las prácticas punitivas para fomentar la obediencia, el del ejercicio de la violencia gratuita, el que se ejecuta por el placer de hacer daño. El que parece irracional y desmedido, el dolor ligado a la maldad. Entonces, ¿cómo se cuenta el dolor? ¿Dónde partir? ¿Cuál es la relación entre la expresión del dolor y el estímulo doloroso? ¿Qué sucede con los dolores que no tienen un correlato fisiológico? Y la pregunta quizás de mayor actualidad hoy: ¿es posible confiar en el relato del que lo padece? La decisión del autor fue comenzar por considerar el carácter cultural de una experiencia que solo en principio es personal, pues su expresión es en parte heredada, histórica, modulada por los eventos y los ajustes culturales que se han hecho en los intentos de enfrentarlo, dominarlo, paliarlo. Moscoso sostiene que a lo largo de la historia es posible identificar diferentes retóricas que transforman esta experiencia subjetiva en una verdad social: la representación, la imitación, la simpatía, la adecuación, la confianza, la narratividad, la coherencia y la reiteración. El ensayo se ordena en torno de estos tópicos, comenzando con las representaciones pictóricas del sufrimiento físico de santos y mártires de la Edad Media, haciendo hincapié en la inexpresividad de los rostros, en comparación con el suplicio al que se someten los cuerpos; esta observación pone en entredicho el supuesto de que la expresión del dolor es proporcional al daño, afirmación a la que se volverá una y otra vez.
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Luego se analiza el quiebre entre las palabras y las cosas durante el siglo XVII, tomando al Quijote como hilo para describir la nueva política de visibilidad basada en la mímesis: se teatraliza el dolor de los otros como si fuese sentido por uno mismo. La simpatía es el requisito para observar el sufrimiento, pues supone una estimación social y por lo tanto una expresión ligada a pautas y expectativas culturales. Avanzando en la historia, Moscoso se adentra en los muy victorianos intentos de medición uniforme del dolor, y luego en el giro fundamental en el tratamiento de la experiencia lesiva que constituyó la invención de la anestesia, pues comienza a integrarse la conciencia (y por lo tanto la identidad, la subjetividad) a la discusión. Desde ese momento se toma en cuenta la dimensión psicológica del dolor y el ensayo adquiere un tono más conclusivo: pareciera que al ritmo del cambio relatado el autor se vuelve más introspectivo. Un pasaje excepcionalmente escrito y documentado es el que se refiere a la experiencia del deseo masoquista –¿hay maldad en querer sentir dolor?–, donde Moscoso se detiene en la singular posición existencial del masoquista. También hay espacio para el dolor psicogénico (sin correlato físico) y la importancia de que el conocimiento científico valide al paciente mediante la apropiación de su testimonio. La situación actual se parece a un escenario en el que hemos comenzado a nombrar los elementos (diferenciando y reconociendo los dolores agudos de los crónicos, por ejemplo) y a hacernos cargo de la experiencia del daño –con intentos de la farmacéutica, del mercado cultural y de las instituciones por acogerlo o combatirlo−, pero que no siempre podemos intervenir con decisión, pues un dolor masivo nos resulta difícil de dimensionar: «[N]osotros, los posmodernos, contamos nuestros muertos por millones, por lo que, tanto en relación con el contenido como en lo que concierne a su dimensión, la industria cultural del daño ha adquirido tintes pornográficos». El texto está escrito de forma muy cuidada y recurre a una cantidad de fuentes admirable. El recorrido se centra en instantáneas por área de conocimiento –fragmentos de procesos definidos−, estrategia funcional pero que sacrifica una