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Hágame la cruz

editorial

Hágame la cruz

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Cecilia García-Huidobro McA.

«H ágame la cruz y llegaré al Congreso» fue el eslogan de campaña de Jenaro Prieto. Corría el año 1932 y este abogado, periodista de El Diario Ilustrado y autor de la celebérrima novela El socio se presentó como candidato a diputado por Santiago en representación del Partido Conserva dor. Eran tiempos duros, marcados por la crisis del 29. No cabe duda de que sus conciudadanos agradecieron un poco de ingenio y bastante sentido del humor, ya que resultó elegido. A veces una frase adecuada que interprete el sentir de la sociedad, que acoja sus fantasías o que disipe temores llega a ser determinante en una contienda electoral. Fue el caso del «Gana la gente» de Aylwin en 1989, que esquivaba el uso del término pueblo y su inevitable re membranza de la Unidad Popular.

Los lemas de campañas siempre me han fascinado. Están tan cercanos del marketing como de la poesía. Y como alguna vez dijo John Kennedy, que era también amigo de acuñar frases célebres para asegurarse su espacio en los dic cionarios de citas, «si hubiera más políticos que supieran de poesía, y más poetas que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor para vivir». De allí que estos destilados de significación, que algunas veces apuntan hacia la realidad más profunda, en tanto en otras hacia el imaginario más sim bólico, son pruebas de creatividad y termómetro del estado de ánimo de la colectividad en un momento determinado. O más bien una interpretación, acertada o no, de todo ello.

A Pedro Aguirre Cerda, por ejemplo, lo llevó a la Presidencia un lema que sorprende por su actualidad al punto que resulta extraño que nadie lo haya reflo tado, ni siquiera los radicales, partido en el que militaba: «Gobernar es educar».

Carlos Ibáñez del Campo en 1952 hizo toda su campaña agitando una escoba con la que prometía barrer la corrupción de los políticos y los partidos. Su con signa, «el general de la esperanza», es un ejemplo que la retórica clásica hubiera aplaudido como un oxímoron. Contradicciones aparte, su estrategia lo llevó a la Presidencia con casi el 47% de los votos cuando no existía segunda vuelta.

Jorge Alessandri, con un dedo inquisidor, anticipo de otros que vendrían, y con una mirada adusta que atemorizaba hasta al más plantado, apelaba en la frase «A usted lo necesito» en 1958. Las elecciones siguientes oxigenaron el ambiente con la promesa de la «revolución en libertad» que propuso el Presi dente Eduardo Frei Montalva. Seis años después Salvador Allende prometió transformarla en una «revolución con sabor a empanadas y vino tinto». Faltó, claro, la sal de fruta para la acidez que se instaló luego por largo rato.

Me pregunto si leer en perspectiva estas consignas no es también hurgar en la microhistoria que tanto interesa a historiadores como Carlo Ginzburg. Las imagino como grandes subtítulos de un relato que está por contarse.

Aun así, hay que decir que los eslóganes son apenas la punta del iceberg. No debe ser casualidad que campaña sea una palabra polisémica, con significados que van desde lo más bucólico, como «campo llano sin montes ni aspereza», hasta la acepción militar referida al trabajo de los ejércitos. Por supuesto su uso más frecuente es en la política, donde su complejidad está atravesada por formas de participación, real distribución del poder, costos, financiamiento y transparencia ante los conflictos de intereses que suelen ponerse en juego. To dos ellos elementos clave para que la salud de una democracia no se transforme en una cruz.

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