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El medio y el mensaje. Sergio Missana

presentación Matilde Sánchez: el medio y el mensaje Sergio Missana

Se ha señalado que la libertad de expresión puede ser un derecho contradictorio, por cuanto su rol fundamental en las democracias contemporáneas a veces no es congruente con los contenidos que hace posible diseminar. Quienes han probado los límites de esa libertad y contribuido a extenderlos no necesariamente lo han hecho desde una postura lúcida. La banalidad, la gratui dad, la vulgaridad, también han servido para empujar sus fronteras. Es uno de esos ámbitos en que los instrumentos y los ˆnes a veces se confunden. El medio puede ser el mensaje.

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Resulta, si no tautológico, al menos trivial reaˆrmar que la libertad de expresión es un dere cho que no está para nada consolidado en América Latina, ya sea por la presión e injerencia de los gobiernos, la concentración extrema de –para decirlo con una expresión anacrónica– los «medios de producción» en la industria de las comunicaciones, o la violencia focalizada contra el gremio periodístico de parte de organizaciones criminales, sobre todo el narcotráˆco. Se trata de un territorio en disputa entre poderes políticos y eco nómicos, tanto institucionales como ilegales.

En Argentina, esa libertad ha tenido su «causa célebre» –al menos desde el punto de vista de los grandes conglomerados me diáticos– en la larga y laboriosa disputa entre el kirchnerismo y Clarín, iniciada a ˆnales del gobierno de Néstor Kirchner. Una disputa que parece haber llegado a una fase decisiva, aunque no terminal, con el fallo de la Corte Suprema que decretó la constitucionalidad de la Ley de Medios de 2009 y que fue anunciado, curiosamente, o acaso no tan curiosamente, solo unos días después de la derrota del oˆcialismo en las elecciones legislativas. Como declaró de manera escueta en su momento Jorge Lanata: «No les interesa la Ley de Medios: solo quieren que Clarín desaparezca».

Matilde Sánchez, actualmente editora de contenidos del diario, se ha visto enfrascada en esa guerra de trincheras, en el trance de «decir la verdad al poder», también, creo, de manera con tradictoria. Sospecho que no la ha impulsado una vocación de «intelectual pública», en el sentido que se encuentra tan expandido en el continente que ha llegado a naturalizarse, una manera de pensar (y de exhi birse pensando) que se da por sentada. Creo que ha tenido más que ver con hallarse en unas coordenadas especíˆcas en un momento determinado. Sea como sea, se ha encontrado en ese rol y lo ha desempeñado con notable rigor y consecuencia, en medio de un desmoronamiento general de la calidad del debate público.

En la otra cara de la mone da, en su papel de escritora, el recorrido de Matilde Sánchez en el campo literario argentino y latinoamericano se ha trazado, parafraseando a Beatriz Sarlo (que a su vez parafrasea a Deleuze y Guattari), desde lo menor. Poco después de la publicación de su segunda novela,

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El dock, en un encuentro titulado «Borges y nosotros», donde intervino junto a otros escritores de su g eneración, declaró: «El canon es cosa de varones. Las mujeres sentimos hacia él una mezcla de veneración y recelo. En el reino de la tradición, al que no estamos convocadas, solo hemos sido intrusas, terroristas, testigos molestos. A estas alturas para una mujer es improcedente, tampoco interesante, calcular la herencia, aunque sea simbólica, habiendo tantos que se imagi nan primogénitos. Contra las bel las letras de Borges, contra su modelo de un mundo en extinción, prefiero aceptar legados antiejemplar es, hechos de retazos, una literatura sin saber, una liter atura sin aura».

La obra de Matilde Sánchez, construida e instalada desde ese lugar lateral, se ha ido abriendo paso, ganando reconocimiento, generando masa crítica, hasta alcanzar con su última novela, Los daños materiales, un punto de inflexión. Los daños materiales parece marcar una disconti nuidad con su trabajo anterior al abor dar el tema amoroso y por su tono de tintas cargadas, aunque, como ella misma ha señalado, constituye en realidad una variación de un tema r ecurrente: el duelo, el procesamiento de una pérdida. Para mí esa persistencia está mar cada ante todo por la continuación, como si se vertiera de un libro a otro hasta desembocar en este, de una prosa modulada, tensa, que me lleva a emparentarla –si tuviera que situarla dentro de uno de los cauces de la literatura argentina– con la obra de Juan José Saer. Todo está entrete jido en esa prosa, esquivando y mar cando distancia con una tradición dominante que tiende a cargar los textos de referencias metaliterarias, de densidad ensayística de cuño borgeano. La asocia ción con Saer es arbitraria, no implica una filiación o herencia, más allá de esa síntesis y destila ción en la escritura, en el sentido en que Joyce Carol Oates alguna vez señaló que lo que más le fascinaba de la liter atura era «la misteriosa, indefinible música que es la voz de un escritor».

Los daños materiales es una novela (y también una antinove la) de amor en la que no aparece el amor por ninguna par te, a lo más hay sexo referido a través del filtro de lo esperpéntico, de lo biológico, reducido a una mera función fisiológica marca da por la intrusión y la violencia, en algún pasaje aludido mediante una sinécdoque memorable: unos dedos de pies que se encogen y frotan contra una alfombra. Esa implacable diatriba casi ber nhardiana, cuya intensidad monomaníaca se va de alguna forma separando de su propio objeto, desbordando el motivo del despecho sentimental para adentrarse en un territorio, por así decirlo, existencial, dejando que su efecto cáustico termine por corroerse a sí mismo, ha sido descrita como un brutal y lapidario ejercicio de demolición del macho argentino, un golpe de gracia a una cierta construc ción de la masculinidad. La no vela puede leerse a un tiempo como sátira y como parodia, con alusiones a la variante porteña del psicoanálisis y a ciertas literaturas que, bajo el pretexto de co nstruir «mujeres fuertes», aparentemente transgresoras, reproducen actitudes y valores ya consensuados, una «doxa», incluyendo el mismo motivo del amor romántico como una preo cupación femenina prioritaria y centr al. Como ha dicho Diamela Eltit, «el amor es el opio de las m ujeres».

Por debajo de su andanada de exasperación y retorcimiento, que también podría admitir una lectura política, rescato la ma nera en que la novela alude a (y tr aza un recorrido por) la ciudad de Buenos Aires, o por algunos de sus barrios, que reenvía a La canción de las ciudades, la colección de crónicas de viajes que cr uzan no solo fronteras culturales y vivenciales sino también entr e géneros literarios, entrando y saliendo del cuento y la autobiografía, y que a su vez contiene el germen de varias novelas, como La ingratitud, su ópera pr ima, y El desperdicio. Allí, en alusión a Walter Benjamin, se concibe el texto como una calle de dirección única. El tránsito por la ciudad es también el tránsito de la ciudad: «Solo el campo puede ser revisitado. La ciudad se levanta cada día…»; en el paisaje urbano acaban por desaparecer los puntos de refe rencia. En su texto sobre Berlín anota: «Las Trümmerfrauen se enfrentaban a una ciudad que ya no les hacía caso. La Berlín real se alejaba, evolucionaba hacia nuevas formas prescindiendo

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de ellas». (Quizás ese pudiera ser un tema de investigación y reŠexión: un panorama compa- rado de las conˆguraciones de la ciudad en las narrativas actuales a ambos lados de la cordillera: mientras Buenos Aires parece ser una ciudad que, con intermi- tencias y sobresaltos, se revisita, muchos escritores y escritoras chilenas parecen verse en el trance de reinventar el tejido de la urbe, cimientan sus relatos sobre una realidad que sienten harto más precaria.) En su doble identidad de escritora y perio - dista, periodista y escritora, Ma- tilde Sánchez ha llegado –desde esos «legados antiejemplares, hechos de retazos, una literatura sin saber… sin aura»– a ocupar un lugar en el campo cultural argentino y latinoamericano, al mismo tiempo que ha contri - buido a pensarlos. Hace unos años nos visitó en el Programa de Stanford en Santiago, donde reŠexionó lúcidamente en una conferencia sobre algunos aspec- tos de este campo en Argentina: la emergencia de las microe- ditoriales, las escrituras del yo y del blog, la variante local del «hambre de realidad» de David Shields y la nueva conˆguración de las prácticas del mercado, sobre todo en lo relativo a la distribución. Imagino que sus palabras hoy irán en una línea similar. Esa tormenta, en cuanto no solo altera las mecánicas de producción sino también las condiciones de lectura, mul - tiplicando y difuminando los focos de atención, generando y adaptándose a nuevos lec- tores capaces de atravesar casi instantáneamente los aspectos formales para extraer con eˆ- ciencia fragmentos de informa- ción, también parece apuntar a la conŠuencia (y confusión) entre medios y ˆnes. El medio vuelve a ser el mensaje.

Sergio Missana es periodista de la Universidad de Chile y doctor en literatura por la Universidad de Stanford. Es autor del estudio crítico La máquina de pensar de Borges y de novelas como Movimiento falso, El invasor y La calma.

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