Dossier 44

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Dossier

Locuras Cynthia Rimsky

Mañana voy a cruzar el centro de Montevideo con la maleta para tomar el transbordador y me van a asaltar. Hoy todavía llevo conmigo el documento de identidad, la tarjeta del banco, el reloj de bolsillo que me dejó mi padre. Es un día plácido. Tengo muchas cuadras por delante para mirar cachivaches en la Tristán Narvaja. Me inclino por los vendedores no profesionales que traen a la feria las cosas de su propio mundo, colecciones, hobbies, las ramificaciones caprichosas de su curiosidad. No hay concesiones a categorías modernas, salvo algún intento pueril por dar a los objetos usados un valor sentimental. Los pocos que tuvieron éxito comercial al vender sus cosas revenden las de otros acumuladores. Los inadaptados suman tantos mundos y con un criterio tan ecléctico que tienen asegurado un espacio perpetuo en la variedad dominical. Hacia el final de la tarde un grupo de ellos entra al bar, y los sigo. Repiten los chistes para mí como si fueran nuevos. La última botella se lleva la escofina del tío abuelo de uno que hasta hoy conservó la ilusión de devenir carpintero. No recuerdo qué más pasa. No tiene importancia. La narración es un pretexto para que rememores si alguna vez conociste a un personaje que te pareció excéntrico y en quien no volviste a pensar hasta que te presenté a estos y como por milagro te dieron ganas de volver a pensar en esa persona. Levantas la cabeza de la pantalla donde me lees a mí y te sorprende una ráfaga de viento

inesperada en este día calmo; apenas se va, tan veloz como llegó, aparece una vaca. Sí, una vaca. Te explico por qué pongo en tu horizonte la vaca que come pasto en el campo al otro lado de la calle. Antes de que levantaras la vista para encontrarte con la inesperada ráfaga de viento, vi que tu conciencia dudaba si ubicar al excéntrico que conociste en el casillero de los fracasados, los resignados, los perdedores, flojos, decadentes, sin ambición o iniciativa. En mi apuro por interrumpir el juicio, pensé que una vaca podría distraer a tu conciencia. La vaca real, la vaca vivida, la vaca olvidada, la vaca muerta. ¿Y si facilitamos las cosas? Total, ya estamos conversando los dos por fuera del texto. Qué pasa si prescindimos de metáforas, sinécdoques, metonimias, elipsis, alegorías –no sabes el trabajo que da usarlas– y hacemos un pacto. Tú te comprometes a mantener las garras de tu conciencia lejos de mi historia y yo prometo llevarte por caminos donde tu conciencia nunca anduvo. A días de mudarnos, la vecina me advierte sobre ti aunque no encuentra un nombre para definirte. Dice que a pesar de tu rareza nunca le robaste, la estafaste o acosaste, lo que al parecer sí hicieron los hombres de bien que viven aquí. Igualmente en el pueblo te llaman el Loco. No sé si sabes eso. El límite que separa el territorio de tu locura del nuestro está cubierto por una malla rota, unas moreras, ligustros, una chapa. En tu fondo


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