Dossier 44

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Ínsulas extrañas Marcela Labraña

«¿Cómo aceptar hablar de este amigo?» Así, con esta pregunta, Maurice Blanchot da inicio a su ensayo La amistad. Es una pregunta difícil, aun más, dados los tiempos que corren, tan ajenos a la vida que solíamos tener. El caso es que he aceptado hablar de este amigo, más bien de esta amiga, porque a través de ella intentaré hablar de la amistad en general... o quizá sea al revés. Una suerte de necesidad y también una dosis de egoísmo hacen que sienta que ha llegado la hora de hablar, la hora de escribir sobre esta amiga. La vida entera he intentado creer que la amistad no tiene nada que ver con nuestro ego, con nuestra pequeñez, pero la experiencia me ha enseñado que hay cierto tipo de amigos a los que perdonamos y nos perdonan toda clase de miserias, e, incluso, que hay quienes las celebran en descarada e inexplicable complicidad. UN O

«Los rasgos de su carácter, las formas de su existencia, los episodios de su vida –escribe Blanchot– no pertenecen a nadie. No hay testigos.» Así, «los más cercanos no dicen más que lo que les fue cercano, no lo lejano que se afirmó en esa proximidad, y lo lejano cesa en el momento en que cesa la presencia». Los primeros meses después de la muerte de mi amiga traté de juntar esos pedazos hurgando en los recuerdos de los más cercanos. Vi cómo lo lejano DOS

que afirmó nuestra proximidad se escurría de esas anécdotas porosas y se afincaba en largos silencios tras esas evocaciones. «En vano pretendemos mantener con nuestras palabras, con nuestros recuerdos y una cierta figura nueva, la dicha de permanecer en la luz, la vida prolongada con una apariencia verídica. No pretendemos más que llenar un vacío, no soportamos el dolor: la afirmación de ese vacío.» Recurriré con frecuencia a este ensayo de Blanchot que encontré cuando regresaba a Chile pocos días después de su muerte. Estaba de vacaciones y no pude cambiar los pasajes para poder asistir a su funeral. Vagando como alma en pena en la librería El Virrey de Lima, di con La amistad y pensé, tras leer el primer párrafo, que quizá me ayudaría escribir algo sobre ella. Me tomó casi dos años y medio, y varios más que justificados retos de la editora de este croquis por mi lentitud, llegar a lo que ahora están leyendo. Pienso en «ínsulas extrañas», en dos islas vecinas que intercambian víveres, castillos en el aire, risas, abrazos de bienvenida y despedida y silencios, muchos silencios en compañía. De vez en cuando estas islas sincronizan sus relojes y deciden ir al continente. Entran en el ruedo, en el mundo, con cuidado y sigilo; la idea es salir lo menos trasquilado posible de esas incursiones. TR E S


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