Dossier 49

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Punto seguido

La extirpación de idolatrías: un lavado de cerebro precoz Martín Lienhard

En el proceso de colonización de la América destinada a ser «española», los misioneros católicos eran los encargados de someter ideológicamente a los nativos. A los ojos del Estado colonizador, lo que obstaculizaba la capitulación definitiva de los autóctonos era su religión o, como ellos lo expresaban, su «idolatría». Había, por lo tanto, que «evangelizarlos» y, en primer lugar, extirparles el recuerdo de sus tradiciones. En tanto metáfora, la extirpación –como, en el siglo XX, el lavado de cerebro– ilustra gráficamente la violencia que implica una operación que el escritor y antropólogo peruano José María Arguedas (1984, 41-47), en su poema quechua «Huk doctorkunaman qayay» [Llamado a algunos doctores], describió con la fórmula huk umawansi umaykuta kutichinqaku: «Dicen que (…) nos han de cambiar la cabeza por otra». «Extirpar» las idolatrías significa borrar el recuerdo de las tradiciones y prácticas ancestrales de los nativos para poder colocar en su lugar la ideología del colonizador. El primer paso que había que dar para neutralizar su «idolatría» –o, más exactamente, para extirpar las raíces de la identidad ancestral– era investigarla en detalle. Muchos misioneros y otros actores de la conquista y colonización se transformaron en antropólogos avant la lettre,1 observando en detalle los rituales y documentando –en español o en lenguas nativas– las tradiciones orales de 1 Es en este contexto que nace, en tanto ciencia al servicio del colonizador, la antropología moderna.


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