Dossier
Una editora monolingüe Julieta Marchant
Fui educada en un colegio inglés: ciencias naturales en inglés, historia en inglés, los profesores saludaban en inglés, incluso los que no conocían esa lengua –mi padre, por ejemplo, que era el profesor de matemáticas, siempre fue el sir Marchant, aunque un lejano 1998, en pleno Miami, le preguntara al chico del hotel «¿dónde estaciono el car?», mientras aleteaba desesperado sin poder comunicarse y mi hermana y yo nos reíamos en el asiento trasero de un Ford Falcon rentado–. Se trataba, además, de una educación en inglés inglés: lejos de la moda del acento gringo, la profesora lucía un acento británico y con él nos contaba cómo su familia escapó de la guerra civil española y que ella, siendo niña, quedó calva –de angustia o estrés– por el resto de su vida. Todos sabíamos que era calva: no había forma de eludir su peluca azabache, una extravagancia colonial atiborrada de vueltas complicadas, que le daba un aire dramático. Años después, una semicalva nos educaría en esa lengua: también con acento británico, aunque menos pudorosa, ostentaba el brillo del casco entre unos rulos finos y cortos. Hasta ese momento yo había camuflado, no sé con qué facultades creativas, mi relación imposible con el inglés: copiando, anotándome los verbos en las piernas, siendo un lastre en los trabajos grupales. Pero a una cierta edad las cosas se destapan y estaban destapándose: esta profesora