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La vida sin diarios
from Dossier 50
La vida sin diarios Sol Serrano
Dossier 4
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Estimado hijo, aprovecho el generoso envío que me has hecho de legumbres y hortalizas para mandarte esta nota con Pedro y darte las gracias. He dispuesto que se reparta también para las casas de Isabel e Ismael que tanto te recuerdan. Lo mismo he hecho con las clarisas.
Sé que quieres saber de todos y de todo, pero llevo varios días enferma y me he privado de la novena y el rosario nocturno en Santa Ana, del paseo y de una que otra visita. La Rosario me ha contado que luego del servicio de la mañana había visto en la Plaza a un propio muy agitado entrar en el Palacio de Gobierno con una noticia que parecía mala. Los abasteros decían que había sublevación en el sur, pero no creo porque anoche llegó Riquelme de Concepción, que tomó la primera diligencia desde Valparaíso al llegar por favor y no sabía nada. El propio tiene que haber salido mucho antes.
Pero algo pasa porque el Presidente no ha dado hoy su paseo habitual del almuerzo y se ha visto entrar a algunos ministros a la Real Audiencia, que no por nada se han perdido su siesta. Ismael pasó a saber de mi enfermedad y me dijo que en la reunión del cabildo había rumores traídos por unos marineros desde el Callao de que habría llegado la orden a Lima de cambios en el ejército. Si es así, el Presidente no tiene mucho más que hacer. Pero, como ya se casó con la heredera que buscaba, podría quedarse de hacendado y fracasar como militar.
Como sé que Ismael no tendrá la paciencia de escribirte –parece que soy la única que tiene con estos largos días de reposo–, te cuento que está hablando con Márquez para embarcar el cebo. Márquez no sabe cuándo llegará el barco y menos el precio que le darán en Callao, pero cree que se puede guardar por ahora en alguna bodega. Anda achacado porque llegó tarde al último barco y el trigo se le está pudriendo en las carretas.
Ismael también insiste en comprar esos libros en Madrid que me parecen tan caros y tan inútiles. Pero le gusta decir que no puede ser que sólo los curas tengan libros. Me dice que escribirá para pedirlos, pero con lo flojo que es con las letras ya veo que no lo hará. Yo recibí finalmente el devocionario que tanto me costó. Lo leo todas las tardes y no tendría tiempo para más.
Isabel ya se siente cansada y sale poco, pero pasó por aquí y me contó que había ido de visita donde los Sarratea y que varios de los jóvenes preguntaron por ti. Había un marino inglés que anda de visita y que no hablaba ni una pizca de castellano, pero que en un mal francés le había dicho que no volvería a emplearse en la Marina porque no quería más guerra. Le decía que los reyes europeos se la pasan peleando entre ellos y que mejor era quedarse aquí. Claro que aquí, digo yo, lo mata igual un terremoto. Le ha prestado un libro de viajes, claro que en inglés. Seguro que Isabel lo aceptó puro para darse pisto. Dicen que los ingleses producen todo más barato, que hasta los encajes valen allí la mitad que en Sevilla, pero, como a Pedrero le pago cuando puedo o cuando quiero, tanto me da.
Hasta la próxima, que será cuando mandes a Pedro nuevamente. Si con el queso me mandas unas palabritas tuyas, tu madre se pondría muy contenta.