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La intimidad de nadie
from Dossier 50
La intimidad de nadie Adriana Valdés
Dossier 10
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UNO
Volví a escribir diarios gracias a Flaubert. Pero al Flaubert más obsceno, el de las cartas a Louise Colet. Dejaba registro minucioso de cuanto le pasaba a su cuerpo, del resultado de su digestión, de sus encuentros con ella, de sus enfermedades (eso según recuerdo, lejanamente).
Yo había dejado de escribir sobre mí al hartarme de mis propios sentimientos. Me harté además de mis propias explicaciones. Y de crear coherencia donde no la había, con puras palabras. Entonces decidí escribir un diario del cuerpo, no tan obsceno como el de Flaubert, pero atento sólo a señales corporales y concretas. De esto hace ya muchos años. El efecto fue una escritura muy económica, que me divirtió. Con el tiempo, amplié un poco el registro, pero no mucho: no daba opiniones ni emitía juicios, pero reproducía las opiniones ajenas, y pequeños diálogos o escenas reales, o frases y textos breves de otras personas, como poemas, noticias o letras de canciones, y una que otra nota de lectura. Mantuve el signo de la economía, y sobre todo, al renunciar a la continuidad y a la coherencia, conquisté el diario como un conjunto de fragmentos.
Los fragmentos traen a la luz escenas mínimas. Tras ellas, entre ellas, una oscuridad total, de la que el diario no se hace cargo para nada. No explica las lagunas ni los vacíos, los imagina como rasgo indispensable de su práctica. Se supone que los fragmentos interesan por sí mismos. Lo supongo yo, porque soy su única destinataria, salvo situaciones como esta, la de Dossier. Una situación imprevista al momento de escribirlos.
Aquí van fragmentos de diario, y textos cortos sobre la escritura de diarios. (Los pedazos de diario son los que van con fechas, aunque a veces sirvan más bien para despistar.)
DOS
12 de enero 2001, 5 a.m.
Perder algo si no se escribe. Perder la noción de una corriente subterránea, de un rumor incomprensible, que aflora sólo a veces, y a pesar de lo que se dice. (El insomnio es amigo de esta escritura –un insomnio como el de Lévinas, como el de un centinela desconsolado, alerta, sin enemigos.)
TRES
Escribir un diario como quien hace un ejercicio de conexión con la vida «subrepticia» (el adjetivo es de Tabucchi, «Il fiume»). Con lo que está pasando mientras tenemos la vista fija en otra cosa, mientras creemos estar en otra cosa. Con esa vida cuyo transcurso es como el de «un río subterráneo».
Escribo diarios porque siempre me estoy perdiendo algo. Porque no me doy cuenta realmente de qué me está sucediendo. Porque algo siempre se está tejiendo a mis espaldas, en mi propia vida; al escribir no sé lo que es (y no siempre es lo mismo). Espero dejar, sin querer, signos de eso cuando escribo, y poder recogerlos en otro momento, cuando haya pasado el tiempo.
Cuando haya pasado el tiempo, tal vez los trazos que dejo se revelen, como si fueran negativos fotográficos… Dice Benjamin en alguna parte que sólo el futuro tiene los líquidos necesarios para hacer aparecer lo que en un primer momento no se vio. En las páginas del diario, cuando releo, busco apariciones. (No releo mucho. Ahora sí, para este croquis. Este fin de semana, desfilan aparecidos por mi pantalla.)
CUATRO
14 de febrero 2004
Pienso en términos del zen. Cuando se habla del tiro al blanco: lo menos que hay que pensar es en el blanco. «¿Está pensando mucho?», me preguntaba J.M. en el almuerzo de la
semana pasada, en casa de Pablo, durante mi ida a Santiago. «No he pensado nada. He sentido mucho», le dije. Algo, adentro de mí, estaba pensando todo este tiempo; pero yo no sabía.
CINCO
29 de mayo 1996
Meses sin escribir.
Martín Hopenhayn habla de Kafka. «Cuadernos de la doble vida», dice. «Desteje por la noche lo que teje en el día». Pienso en estas notas.
«Radical diferencia respecto de la sensibilidad gregaria de su familia», dice. Pienso en mí. «El bicho, el bicho, el distinto a pesar suyo». Sigo pensando en mí.
Y conecto por primera vez este Kafka con Vallejo, quien habla de «devenir animal». Kafka escoge el escarabajo, por la caparazón: busca lo más ajeno. Vallejo se va al burro, al caballísimo, al perro, al que da la mano, o mejor la pata: a un sufrimiento más cercano, más mamífero.
SEIS
Un proverbio zen: «La verdad no tiene defectos; los defectos están en las palabras».
Cuido los defectos de las palabras, en el diario. (Los efectos también, por qué no decirlo.) Cuido una verdad a la que no logro acceder. Entonces, para cuidar la verdad, sigo un consejo de Cioran. Trato de escribir de las sensaciones y las visiones; nunca de las ideas –«pues ellas no emanan de nuestras entrañas ni son nunca verdaderamente nuestras».
SIETE
Octubre, 1993
El sábado, ayer, en la mañana, en la terraza de un café. La conversación fue muy buena, pero recuerdo de ella dos cosas: haber enrojecido casi al mismo tiempo (él primero) y, no sé si antes o después, haber nadado largo tiempo en sus grandes ojos fijos, como diría el Vate. Azules, además. Esto lo he ido reconstituyendo en las últimas treinta y seis horas, dándole palabras, porque entonces fue sólo una suspensión –del tiempo y del monólogo. Una mirada larguísima, que ambos sostuvimos.
Como los gatos, pensé después. —–Si sucediera como los gatos que miraba en el jardín de mi pequeña casa, hace años, nos iríamos acercando cada día un poco más, con los ojos clavados en los del otro. Y yéndonos cada vez, como si nada. Una danza. Hasta el movimiento final, la agarrada brutal del cuello, por detrás, y esa especie de espasmo que se resolvía en el aullido, en el llanto. —–La palabra interviene ese guión primordial y zoológico. Somos lectores de Freud, y yo soy la primera en decir sublimación. A propósito, claro está, de otro asunto, no exactamente el nuestro. Pero es una buena palabra, tranquiliza. Y reconoce, también. —–Cómo quedarse en el territorio feliz de las miradas, ese filo angostísimo entre el olvido y el desastre. (El olvido también sería, a mi recoleta manera, una catástrofe.) —–Trabajo sobre sor Juana. Marco para mi diario dos versos que no encuentro ahora, o que a lo mejor soñé, inventé. A partir de su repertorio de coqueterías (me refiero al de ella). …pues sólo les entraba por los ojos ninguno de los dos peligro vía…
OCHO
Hace poco traté de escribir algo que se llamaba «la vida subrepticia», basándome en fragmentos de diario. No me resultó. Al armarlos, me equivocaba: estaba escribiendo un libro sobre algo. «Tú escribes un libro secreto», me había dicho alguien, años antes. «Es sobre el enamoramiento». Y eso me había molestado muchísimo. Escribí en ese momento: «Me enoja. Me perturba que lo sepa, que se trasluzca, que otros lo vean. O tal vez me perturba que se diga: que se le ponga un nombre, y, así, se le obligue a existir de acuerdo a un cierto relato, a ciertas expectativas. No tengo ni relato ni expectativas. Esta historia no los tiene. Literalmente, no sabe dónde va».
NUEVE
10 de septiembre 2001
El miércoles pasado vino a verme alguien, de paso entre una ciudad y otra. Me trajo de regalo un collar de maderas de Costa Rica. «Allá nos encontramos», dijo, cariñoso y sentimental. «¿Te acuerdas», le pregunté, «cómo lloraba yo en el avión cuando nos fuimos?» «Sí», contestó conmovido, y me tomó la mano. «Ya nunca me verás como me vieras, dice el tango», le dije.
Cuando se fue, no dormí. Y la noche siguiente tampoco.
DIEZ
En enero de 2003 escribí un ensayo para el catálogo de una exposición de la artista Ximena Zomosa. Le di la forma de un diario íntimo, ficticio, por supuesto, pero tal vez no tan ficticio. Es íntimo el gesto que uno hace al escribir, aunque no escriba acerca de uno.
«Qué tal», pensaba, «si someto esta reflexión a las vicisitudes del tiempo, y del ánimo, de modo que ninguna observación sea la definitiva. Total, ella llamó Cotidiana su exposición de 1997-1998, y Daily Pieces a lo que expuso en Nueva York».
Al introducir el tiempo en la escritura de un ensayo, quería desdecirme sin borrar: dejar en un mismo plano dos cosas que no pueden decirse juntas, y decirlas de todos modos.
Desdecirse. Un arte, me parece… Un arte de otras culturas. Aquí todo es decirse –hasta el cansancio.
ONCE
Octubre, 2001
Memoria de un alba despejada: el lucero de la mañana brilla enorme sobre la cordillera. La luz del día apenas se insinúa, apenas traza el perfil de las montañas oscuras en una línea que va adquiriendo nitidez.
La luz de la aurora baña el paisaje de insólita pureza.
Orar, pienso, es cosa de las tempranas horas de la mañana. Pero no sé cómo, menos ahora, cada vez menos. Recuerdo que antes iba lento, frase por frase, a lo largo de un Padre Nuestro, a ver hasta dónde podía decirlo de veras. A ver dónde tenía que parar, para no mentir. A veces lograba pasar una palabra, una frase. Eso era antes.
Cualquier otra oración, de las aprendidas, de las eclesiales, era (y es) intolerable. Frente a unos bellos relieves de mármol, en el cementerio de Pisa, llegué a pensar que todo el encatrado eclesial, toda la Iglesia Católica, era el sepulcro de Cristo. La inscripción en los relieves decía «así resucítanos»… Así sácanos, de ese catafalco abandonado… ¿Y a quién se le está hablando?
DOCE
Una boutade: la pregunta por la esencia, por la «identidad», es propia de pueblos bárbaros que carecen del verbo «estar». (Homenaje, por cierto, a Patricio Marchant.) Escribir un supuesto «diario íntimo», con sus gestos, es coquetear con la pregunta por la esencia, por la identidad. Sabiendo perfectamente que, al final, todo queda en nada.
TRECE
15 de noviembre 2001
Uno de esos mensajes que salen de la noche, de no se sabe dónde: «Wake up to the sadness of my heart». —–
La niego. La postergo. Así la fomento, también. Y la eternizo, «the sadness of my heart». 24 de noviembre 2001
Pongo cuanto me afecta del lado de afuera, a prudente distancia, esperando que tenga la cortesía de morir. —–
«Dios perdone a quien tanto bien ataja», dice santa Teresa en una carta que leo hoy, al amanecer, sola y escuchando cantatas.
CATORCE
Desdecirse… Hacer algo en el pasado y deshacerlo en el presente. Eso es escribir un «diario íntimo», en cuanto somete lo dicho al tiempo, en cuanto lo dicho es siempre escrito sobre agua, como el epitafio de Keats, «Here lies one whose name was writ in water».
«Clepsidra» se llama un poema de John Ashbery. (La clepsidra es un reloj de agua.) Algunos versos: «(…) Each moment/ of utterance is the true one: likewise none are true, / Only the bounding from air to air, a serpentine/ Gesture which hides the truth behind a congruent/ Message (…)»
El prefacio a Estancias, de Agamben, pareció ser un correo electrónico para mí en un momento preciso, ya pasado. Habla, por ejemplo, de «El sendero de danza del laberinto, que conduce al corazón de lo que mantiene a distancia, es el modelo del ejercicio simbólico de la cultura humana (…) una meta para la cual sólo es adecuado el détour…»