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ROSALÍA

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SONIA Z

SONIA Z

ROSALÍA Movistar Arena DIARIO DE UNA MOTOMAMI HI-FI

Una crónica caliente sobre la ‘Motomami experience’ en uno de los puntos más icónicos de América Latina.

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Durante dos noches consecutivas, en un sector de la frontera entre los barrios de Chacarita y Villa Crespo en la Ciudad de Buenos Aires, el universo de Rosalía estalló y arrasó con olas de rojo, negro y blanco en accesorios, banderas, y mucho outfit símil cuero. Las calles se llenaron de un público diverso como pocos, que iba desde niñas vestidas de bailaoras flamencas, hasta muchachos adultos asistiendo solos.

La estructura del Movistar Arena vibró con fuerza con el arranque del show, a puro embrague de motocicleta y con una entrada de una crew de bailarines escoltando a Rosalía por un escenario de pintas minimalistas que, de principio a fin, se mantuvo prácticamente vacío de agregados durante la totalidad del concierto. Sin embargo, la imponente presencia de la artista española hizo que la estética resaltese, sin que no haga falta más que su talento para llegar a todos los rincones del estadio.

El público, enardecido, coreó con Rosalía todas y cada una de las canciones que formaron el setlist, el cual mostró una suerte de respetuoso silencio solamente durante el medley de temas inéditos que la artista se permitió mostrar y que fijan un rumbo futuro

en el que la cantante seguirá explorando influencias y formatos haciendo pie, como siempre, en una fuerte esencia española.

El concepto que recorre el álbum “MOTOMAMI” fue el eje del espectáculo, algo que comenzó a vislumbrarse incluso antes de su lanzamiento a partir de sus sneak peeks. La capitalización de la estética visual de redes sociales llegó a su cénit en la utilización que se le dio en el show: cámaras variadas de orientación vertical, cual teléfono celular, que transmitían en vivo las imágenes directamente a las pantallas y que, en varias ocasiones, Rosalía se encargó de tomar con sus manos. Una combinación entre show masivo y reel de Instagram que resaltó el contexto pandémico en el que todo el universo MOTOMAMI fue concebido.

La complementariedad entre las coreografías del escenario con la disposición de estas cámaras móviles generó momentos de estridente originalidad, filmando desde

ángulos diversos y por momentos íntimos tanto a los bailarines como a la misma artista.

Otro eje relevante, que surge del concepto de MOTOMAMI y que es más que claro en este show, es el de subrayar el poder que le interesa portar y mostrar que porta. De forma muy evidente, todo alrededor de Rosalía está solo a su disposición; desde los bailarines

la rodean y la enaltecen, como un séquito de subordinados que no por eso dejan de lucir sus increíbles movimientos, hasta la hipnótica atención del público, todo deja

en claro que el centro es únicamente ella. Mientras tanto, su team sobre el escenario la “complace”: baila, la asiste, trapea el suelo, le alcanza agua, y dibuja con sus cuerpos una motocicleta, un diván, y también las alas de mariposa que forman parte de la estética visual del disco.

El sólido talento vocal de Rosalía fue también el hilo conductor de ambas jornadas, que tanto en las canciones nuevas como “G3 N15” y “COMO UN G”, o en las viejas como “La Plata” (parte de su disco debut, “Los Ángeles”, de 2017), e incluso su ya viral cover de “Perdóname” de La Factoría, demostró ser de una pureza y una potencia apabullantes.

En el set de canciones, también tuvo su momento el disco que llevó a la fama internacional a la cantante, el muy celebrado “El Mal Querer” (2018), el cual generó una explosión exhilarante en el enorme público presente.

Si de artistas completas hablamos, Rosalía tiene mucho para mostrar. la producción del

show acierta en mucho de lo que vuelve al MOTOMAMI WORLD TOUR un espectáculo

intachable. Los pocos elementos que se agregaron esporádicamente al escenario aportaron a una narrativa llena de sobresaltos que, sin embargo, fueron cohesivos con las letras y las intenciones de la cantante. Un piano, una silla de barbería, monopatines, y otros elementos que aparecieron en escena, junto a la atrapante actividad de las cámaras, lograron que el público se mantuviera atento casi en forma permanente. Ese minimalismo

también invitó a la inmersión emotiva total a partir de la brutal simpleza visual del show y del talento crudo de su principal protagonista, el cual resulta delicado, pero de una fuerza y una llegada descomunales.

De todas formas, hubo espacio para la improvisación en ambas noches. A partir de los muchos carteles que la audiencia llevó, Rosalía se permitió momentos de distensión e interacción con los asistentes con una palpable y adorable gratitud, que también mostró en ánimos de “devolver la hermosa energía que me dan” -en sus propias palabras-, al dedicarle al público argentino una breve pero hermosa versión de “Alfonsina y el mar”, así como unas palabras de admiración hacia Mercedes Sosa, ícono de la música popular nacional.

Con un cierre bien arriba a partir de canciones como “Chicken Teriyaki” y “CUUUUuuuuuute”, Rosalía dejó empachada de energía a la audiencia, que apenas acabado el concierto se relamía y comenzaba una tímida digestión del espectáculo imbatible que acababa de

ver.

Cronista: Flor Viva Fotógrafo: Gentileza Prensa/Trigo Gerardi

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