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antastique Un viaje al infinito de tu imaginación
México fantástico AÑO 1
NÚM. 0
FEBRERO-ABRIL
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F antastique
Un viaje al infinito de tu imaginación
EDITORIAL El antes del todo siempre ha sido tema de discusión, no es la excepción en este ejemplar que Ud., lector, tiene en sus manos. Porque el Génesis simula que no hubo nada antes de la formación, pero en este caso los sueños siempre han existido y hoy se hacen realidad. Aquí están, plasmados en letras y frases donde autores nuevos y viejos se unen para darle voz al grito de México fantástico. Temas de lo fantástico hay en abundancia en nuestro imaginario popular, tales como el de La Llorona, pero también surgen nuevos como los que creó Amparo Dávila, de quien traemos un análisis exhaustivo de varios de sus cuentos. O bien, un repaso a los grandes arquitectos de la imaginación como son Francisco Tario, Juan Rulfo y Juan José Arreola. O el propio Salvador Elizondo y el relato de un instante de su obra. Dentro de las tendencias, podrá el lector conocer un poco del Pulp, algo que de seguro —cuando sepa que es—, será una remembranza a cuando era niño. Y para finalizar, recreemos las historias de escritores conocidos dentro del género, pero demos paso a las plumas emergentes, esas mentes ávidas de talento que están dispuestas a dejarlo todo en estas páginas en blanco. De ellos —y de usted querido lector—, es esta nueva revista que inicia el día de hoy. ¿Listos? ¡Comenzamos!
Año 1 / Núm. 0 / Febrero-Abril: México fantástico
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DIRECCIÓN Mariana Kostina EDICIÓN Blanca Jazmín Vega REDACCIÓN Nessie Zeta Gonzalo Ramos Itzel Robles Diego Hernández CORRECCIÓN Marco Mora Alberto Fernández Jorge Palafox
COLABORADORES DE LA ANTOLOGÍA FANTÁSTICA (por orden de aparición de sus textos):
Paulo César Villaseñor
5 de mayo
Alberto Carranco
Ámbar y Carmín
Diana Armenta
El último día
Alejandro Morales Mariaca Papalotl Romi Horror de muerte Diego Hernández
Inclemente
Diego Illescas
Un candil en la noche
Blanca Jazmín Vega
La habitación de la abuela
Mariana Kostina
La gabardina y el sombrero de Froylán
Mariaté Finkenthal
La mariposa negra
Juan Daniel Atristain
La noche de la muerte
CONSEJERO EDITORIAL Alejandro Morales Mariaca
Carolina Elizabeth Ruiz
Perdidos
Martín Fregoso
Hurto
ESCRÍBENOS A: contacto@fantastique.mx
Martha Brenda Hernández El árbol de las ánimas
PROMOCIÓN Diego Illescas DIFUSIÓN Abraham M. Vázquez DISEÑO Nia Minga Dos Santos
REDES SOCIALES Facebook: Revista Fantastique Twitter: @fantastiquemx Fantastique es una publicación trimestral creada y redactada por el equipo editorial de Fantastique. Editor responsable: Mariana Kostina. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo no. 04-2015-081813114700-01, otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. ISSN en trámite. Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Reservas de Derechos, Lic. Rogelio Rivera Izárraga, calle Puebla 143, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06700. Fecha última de modificación: 17 de septiembre de 2015. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin la previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.
J.B. Gaona Medina
Nueva vida
Arthur Sg.
Muchas gracias, y hasta pronto,
Querido Monstruo... Carlos Gómez González
Luna en ristre
Oswaldo Calderón Doménico
El arrullo de las ánimas
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Índice Datos inútiles
6
El vertedero
Nessie Zeta Galería trágica
Víctor Hugo Chávez
Itzel Robles Martínez Dossier
La persistencia de lo imposible: el cuento fantástico en México
Tres mentes fantásticas: Tario, Rulfo y Arreola
El pulp, ese gran desconocido
Jesús Montalvo Galería trágica
El ojo de la muerte de Luis Valle
Aura: fijación a la vida
Tamara Almazán
Ciencia de lo fantástico
18
Diego Hernández
Abraham M. Vázquez La mirada de Medusa
La llorona
Christian Chavero López
Los arquitectos de la imaginación
Algunos textos fantásticos de Salvador Elizondo
44 46 49
Marco Mora
Tiempo destrozado de Amparo 52 Dávila, los mundos soterrados del espejo (primera parte)
22 25 28 38
Eugenia: la primera novela 40 de ciencia ficción mexicana
Los arquitectos de la imaginación
Diego Illescas
Los arquitectos de la imaginación
Reseña: Macario
Alejandro Morales Mariaca
Entrevista: mundo de gigantes
14
Mariana Kostina
Tendencias: Un viaje extraordinario
8
Marisol Nava
Dossier
La mirada de Medusa
Marco Tulio Lailson
La magia de Eutherpe
Nostra Morte, o música para recordar que la muerte está en cualquier esquina
57
Gonzalo Ramos
Novedades editoriales
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Fatality… El vacío sí puede doler Alejandro Dumas (padre), tras publicar el libro titulado El vacío doloroso, fue visitado por un amigo, quien le dijo: —Es un título sin sentido. El vacío no puede ser doloroso. —¿Que no? ¡Cómo se ve que nunca os ha dolido la cabeza, amigo mío! No puedes luchar contra ello. Lo curioso… ¿Máquina de escribir u ordenador?
En el Nuevo Testamento en el libro de San Mateo se dice que: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos”. El problema es que San Jerónimo, el traductor del texto, interpretó la palabra “Kamelos” como camello, cuando en realidad en griego “Kamelos” es una soga gruesa con la que se amarran los barcos a los muelles. El mensaje llega al mismo punto, pero decir “camello” en lugar de “soga gruesa para amarrar barcos” dista mucho de ser lo mismo. Lo romántico… Shelley es la Harley Quinn original. Amor loco
Don DeLillo asegura que escribir en computadora no le gusta porque echa de menos el repiqueteo de la máquina de escribir. En cambio, Gabriel García Márquez aseguraba que si hubiera tenido antes uno de estos aparatos habría escrito cien libros y cien veces mejores… Esta idea me sugiere que ojalá hubiese tenido también uno Quetzalcóatl… La de historias que nos hubiera contado, ¿no creen?
Para inspirarse, Mary Wollstonecraft Shelley, la autora de Frankestein, tuvo en su escritorio el corazón de su esposo fallecido, el poeta Percy Bysshe Shelley. De acuerdo, esto es muy raro, obsesivo, y hasta asqueroso… ¡Pero tan romántico! Ojalá alguien me amase así.
La coincidencia… Conocerse en la muerte
Jorge Luis Borges no es el autor del famoso poema “Instantes”. Pertenece con seguridad al periodista norteamericano Don Herold, aunque hay quienes afirman que fueron escritos por la también norteamericana Nadine Stair. Sea quien sea el autor de este texto, el poema es hermoso:
Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare son considerados los más grandes exponentes de la literatura hispana e inglesa, respectivamente. Ambos murieron un 23 de abril.
Lo botanero… ¿De quién es?
Y Dios vio que era bueno y los dejó en la misma nube… Creo.
“Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
Lo triste…
no intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
¿Muy inspirados o demasiado despistados?
Sería más tonto de lo que he sido,
en la próxima trataría de cometer más errores,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.”
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Por Nessie Zeta*
El origen… Buen pseudónimo
Una vida triste, Poe.
El verdadero nombre de Lewis Carrol es Charles Lutwidge Dodgson. Su pseudónimo se originó cuando él mismo tradujo su nombre y su primer apellido al latín dio como resultado el nombre de “Ludovicus Carolus”, al mismo tiempo que volvió al inglés este mismo nombre, lo que desembocó en el nombre con el cual lo conocemos. Ahora me pregunto si hubiese sido igual la historia que contó Lewis que la de Ludovicus, o qué tal la del propio Lutwidge...
La carrera literaria de Edgar Allan Poe se inició con un libro de poemas: Tamerlán y otros poemas (1827). El poeta pagó la publicación de su bolsillo, y sólo se imprimieron 50 copias en la primera tirada. Al inicio del prólogo, colocó una advertencia llamándose «principiante», como excusándose por su bisoñez, al afirmar que la mayoría de las composiciones las había escrito antes de los 14 años.
Un poco de drama… Todo lo que sube tiene que bajar
periódicos de la época en los que llegó a adquirir cierta
A lo largo de toda su vida, Oscar Wilde sólo publico una novela, El retrato de Dorian Gray, aunque tiene varios relatos cortos, poemas, entre otros. El autor inglés se volvió rico y muy famoso en el mundo por sus letras, y esto influyó mucho en su forma de ser y pronto se ganó el repudio de muchas personas, sobre todo cuando enfrentó un juicio, en el cual fue acusado de sodomita. Fue condenado a tres años de trabajos forzados y, al salir, se alejó de Reino Unido y buscó un seudónimo para ir a vivir a París. Su nombre completo era Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde. Así que si Wilde viviera en estos tiempos, hubiera sido Trending Topic; o de plano alguien ya habría iniciado una petición en change.org para sacarlo de Reading y le diría a Lady GaGa “yo lo hice primero”. Pero no todo lo que baja vuelve a subir.
Por motivos económicos, pronto dirigió sus esfuerzos a la prosa, escribiendo relatos y crítica literaria para algunos notoriedad por su estilo cáustico y elegante. Debido a su trabajo, vivió en varias ciudades: en Baltimore, por ejemplo, siendo el año de 1835, contrajo matrimonio con su prima Virginia Clemm, que contaba a la sazón con 13 años de edad. En enero de 1845, publicó un poema que le haría célebre: “El cuervo”. Su mujer murió de tuberculosis dos años más tarde. El gran sueño del escritor fue editar su propio periódico —que iba a llamarse The Stylus—, pero nunca se cumplió. Poe, “de conversación interesante, pero de comportamiento más bien triste”, murió el 7 de octubre de 1849 en la ciudad de Baltimore, cuando contaba apenas 40 años de edad. La causa exacta de su muerte nunca fue aclarada. Se atribuyó a múltiples causas como al alcohol o a una congestión cerebral; al cólera, a las drogas, o bien a un fallo cardíaco; pero por qué no también a rabia; aunque también se dijo que pudo haber sido suicidio, o tuberculosis y otras causas.
* Nessie Zeta es una chica multifacética que volvería loco a cualquiera en sólo un día: bajista, guitarrista, cantante, escritora y fotógrafa/dibujante de ratos libres. Comenzó a leer y escribir a los 4 o 5 años de edad. De gustos bastante excéntricos, ha confesado que escribe la mayoría de sus textos en el cementerio de la ciudad y que dicho lugar es el favorito para pasear y pensar.
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hugo chĂĄvez
ilustrador
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Por Itzel Robles Martínez*
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l arte posee diversidad de alimentos: la realidad, el mundo onírico, las grandes mentes de todos los tiempos, incluso, el arte mismo. En el caso del ilustrador Víctor Hugo Chávez, sus manifestaciones pictóricas son producto inherente de otra rama del arte dentro de la cual se encuentra inmerso: la literatura. Víctor llegó al mundo el 29 de agosto del año 1991 —24 años a la fecha de esta publicación—, es decir, nos encontramos con un artista joven cuya propuesta ilustrativa se basa, según sus palabras, un noventa por ciento en su obra escrita. Cabe agregar, que otro de los alimentos artísticos de Víctor, o por lo menos eso que considera como lo más fantástico que existe, es el amor. Al inicio se mencionó que uno de los nutrientes son las grandes mentes; en el caso de Víctor, el escritor Ray Bradbury y el ilustrador John Kenn son los grandes que han influido en su producción.
* Itzele Roblez Martínez arrancaba desde niña las hojas de los libros infantiles cuyos finales le parecían inadecuados, para luego dibujarlos y escribir las líneas del final, a su parecer, que la historia necesitaba. Actualmente cursa la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara.
Fantastique 10 n junio de algún año fuimos a acampar a Santa María del Oro, solos abuelo y yo; a algún pedazo extraviado de un cuento, el bosque de los cien acres cubierto con un plateado velo de niebla, y una laguna con un pequeño muelle de madera vieja que a uno lo hacía pensar en tantos niños atrapando peces de oro con sus manos en días mejores. Tal vez esa laguna estaba formada de lágrimas de todas las despedidas del mundo. No lo sé.
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Abuelo armó las casas de campaña y yo me encargué de reunir algunas ramas para alimentar una fogata, pues oscurecía y aquel lugar se volvería más tarde que temprano, o más temprano que tarde, en el hogar de las historias. Antes de poder reclamar, la noche cayó tan rápido sobre nosotros que casi pude sentir que me ponía pecho tierra. —¿Alguna vez te conté de cuando vi al creador? Alrededor de la fogata la niebla se volvía suspiros de naranja. La voz del abuelo era la voz de un maestro de orquesta, y entre algunas luciérnagas como confeti dorado que jamás caía, la laguna parecía tener un poco del amor del mundo en una pequeña mancha de oro. —No, jamás lo mencionaste. —Pasó hace muchos años, cuando mi hermano y yo nos habíamos ido por la carretera con rumbo a Sayula. ¿Recuerdas Sayula? Te llevaba tanto allí cuando eras niño que yo juraba que te habías aprendido cada edificio de la ciudad. «Recuerdo que tu tío Miguel, cerca del ocaso y cuando veníamos de regreso a Guadalajara, me pidió que nos frenáramos a un costado de la carretera porque ya no soportaba las ganas de orinar. Bien sabes que tenía la próstata de adorno. Arrojamos el auto a un extremo, entre la maleza y algunas llantas viejas. Y yo me bajé con él pues no era mi intención presumirle mi próstata. Pues en esas estábamos cuando lo vimos, es decir, ambos lo vimos.» —¿Al creador? —Al mismísimo Dios, gusano con peluca. —¿Y cómo era o qué llevaba, o qué hacía? Abuelo tomó su cajetilla de Marlboro Lights y con un ademán extendió el primer cigarrillo de la hilera y lo bañó en la hoguera, hasta que el borde se tiñó de papel ardiente. Dio una bocanada larga, como para llenarse los pulmones de letras y suspiró. —Era inmenso, como el mar, puro como las aguas de un manantial. —¿Pero cómo lucía? ¿Qué vestía? —Trataré de explicártelo, pero no es sencillo. «Tenía el brillo del sol en la piel, y el paso de todos los siglos en las pupilas. La certeza de lo que va a suceder entre la comisura de los labios. Y entre sus ropas y su cetro crecía el atardecer; yo estoy seguro que el ocaso le pedía permiso para avanzar a todos lados.
—¿Y qué hizo Él, abuelo? —Todo. Él siempre hace todo, aunque no lo veamos, aunque no comprendamos siempre lo hace todo. —Hablo de ese momento… —Alzó su cetro con ímpetu, y yo supe que cargaba al mundo entero sobre la palma de su mano. Y supe también que estaba llevándose tantas cosas dentro de mí, y dejando tantísimas más que… Abuelo hizo una pausa. Se perdió derritiendo sus ojos en el fuego de la hoguera. —Creo que le ordenó al sol y a la tierra cambiar al bronce del atardecer. Y con alguna palabra le ordenó a un millón de estrellas formarse en fila e iluminar un millón de rostros… Hasta que, con la elegancia del movimiento del cisne de Japón, la firmeza del rugido del tigre siberiano y la velocidad del zorro de los bosques perdidos, bajó su mano y el cetro y al mundo; y el telón de nubes cerró la función, y se desvaneció Él, dejándonos el mejor regalo que tuve alguna vez. No podía hablar, ese era por mucho el mejor relato que me había regalado abuelo alguna vez. —Desde aquel momento —siguió—, sueño con el día en que lo encuentre nuevamente. Y ¿quién sabe?, tal vez tu abuela sea mi regalo de bienvenida.
—¿Tenía manos?
Interrumpí, pues se había puesto nostálgico:
Abuelo rió.
—Pero para eso te faltan un millón de años.
—Como las tuyas. Como las mías. Creo que tenía tus manos y mis dedos. Las uñas de tu tío Miguel. Las blandía como tu madre y erguía los hombros como tu papá, de eso estoy seguro. —¿Pero dónde estaba? —En el cielo y en todas partes. ¿Dónde más iba a estar, gusano quemador? —No me hables en metáforas. Abuelo echó otra risilla. Abuelo tenía a Dios en la sonrisa. —Pero si yo no te hablo en metáforas, foco de infección. Pasa que la gente, aquello que no comprende lo vuelve una metáfora para soportarlo y poder vivir. Pensé unos momentos. Me sentí de pronto terriblemente ignorante. —Por favor sigue, abuelo... —A pesar que estaba mirándolo desde la tierra, y lo veía flotando en el cielo sobre un telón de teatro dorado, un atardecer con cortinas de nube, yo sabía que estaba en todos lados; que si giraba mi cabeza en otra dirección iba a ver lo mismo y sentir lo mismo. Que si cerraba los ojos de nada iba a servir, pues a lo eterno no puede ponérsele barrera.
Haciendo una pausa, finalmente dijo: —Tal vez tengas razón. Cómo desearía que hubiera tenido la razón... Y callados, ya sin letras en la boca, nos quedamos mirando la hoguera hasta que se extinguió. Víctor Hugo Chávez
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«Me encontraste hecho cenizas, y de tu boca salió un vendaval de estío y
fuego me volviste.»
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«Una vez, recuerdo, la vida —esa misma que se viste en su pijama de desdeños y amarguras— me regaló algo, una de esas cosas que no se tocan y
menos se olvidan.»
Para conocer más de Víctor Hugo Chávez, es posible encontrar algunos de sus trabajos en prosa en la página: * Facebook: VictorHugoChavezblog E ilustraciones: * Facebook: Chucksss?fref=ts.
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La persistencia de lo imposible: El cuento fantástico en México Por Marisol Nava*
—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas? —Yo no —respondió el otro—. ¿Y usted? —Yo sí —dijo el primero y desapareció. George Loring Frost
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esde su nacimiento, la literatura mexicana testimonia una afortunada vitalidad mediante géneros, subgéneros, autores y obras, donde se evidencia la diversidad y la riqueza de sus propuestas estéticas. Muchos son los terrenos fértiles: la novela y el realismo ejemplifican dos de ellos. Sin embargo, existen otras áreas aparentemente infecundas: el subgénero fantástico ilustra esta opinión. El prejuicio no deja de sorprender y, por supuesto, requiere un análisis profundo. Sólo como una hipótesis lúdica, conjeturamos que lo fantástico, como la naturaleza de su discurso, se esconde entre páginas realistas y, a punto de asirlo, se nos va de la manos; sin embargo, basta revisar con mayor detenimiento la producción literaria mexicana para descubrir, semejante al fantasma del epígrafe, su persistencia en la aparente imposibilidad, lo cual examinaremos en las siguientes páginas, mediante el señalamiento de los principales autores, obras y estudios críticos en torno a lo fantástico, lo cual denota una sólida raigambre de este subgénero en nuestro país. Lo fantástico desempeña un papel imprescindible en la literatura al representar su quintaesencia, pues escenifica “la naturaleza misma de la ficción”1. Esta facultad radica en el indisoluble vínculo originado en los correlatos realidad/ficción, natural/ sobrenatural, posible/imposible, entre otros, los cuales ponen en juego a lo fantástico al, teóricamente, apelar a conceptos como mimesis, referente o verosimilitud, todos ellos preocupación de la literatura en general y de la fantástica en particular. Muchos teóricos han estudiado este subgénero y la bibliografía es amplia; sin embargo, no todos ahondan en su esencia; por ello, valoramos dos libros: el clásico, pero aún vigente y bien estructurado, estudio de Tzvetan Todorov2, el cual examina los tres niveles de un texto fantástico: el verbal, el sintáctico y el semántico; asimismo, sobresale una propuesta contemporánea, la de
Rosalba Campra3, quien brinda un estudio profundo al analizar, semejante a Todorov, los niveles textuales, cuya articulación permite el surgimiento de lo fantástico. La obra de ambos autores determina dos ámbitos: el “real” y el insólito, el cual irrumpe fracturando al primero; en dicha ruptura y/o transgresión, el registro de la ambigüedad resulta definitorio e imprescindible; Todorov lo expone acertadamente: “Tanto la incredulidad total como la fe absoluta nos llevarían fuera de lo fantástico: lo que le da vida es la vacilación”4. Esta incertidumbre afecta los planos léxico, sintáctico y semántico de una obra; por ello, matiza, permea y erige las urdimbres de toda obra fantástica. En esa medida, la ambigüedad deviene necesario requisito para lo fantástico al fomentar lo inexplicable, ya sea en una parte o en todo el texto, sin ninguna posibilidad de solución satisfactoria, pues deja cabos sueltos, suposiciones y el sutil barrunto de otras desconocidas respuestas, en donde la finitud humana se enfrenta a lo insondable y sobrenatural del universo. De este modo, la literatura fantástica en México, como un proyecto estético identificado plenamente, donde se expone la problemática en torno a una construcción mimética y su posterior transgresión, lo cual apela a lo anormal, sobrenatural o insólito, surge a partir de la segunda mitad del siglo XIX con cuentos como “Un estudiante” de Guillermo Prieto (18031862)5, “La mulata de Córdoba” de José Bernardo Couto (18031862), “Lanchitas” de José María Roa Bárcena (1829-1908), “El matrimonio desigual” de Vicente Riva Palacio (1832-1896), “La fiebre amarilla” de Justo Sierra (1848-1912), “Rip-rip El aparecido” de Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), “Raro” de Guillermo Vigil y Robles (1867-1939), “La serpiente que se muerde la cola” y “La novia de Corinto” de Amado Nervo (1870-1919), “ De ultratumba” de José Juan Tablada” (1871-
* Marisol Nava es doctora en Humanidades, línea Teoría Literaria por la Universidad Autónoma Metropolitana; maestra en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y licenciada en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha publicado los libros Lenguas y Campanas (2001) y En el umbral. Registros fantásticos en tres cuentos de Inés Arredondo (2015), además de la plaquette Murmullo del viento (1997) y los poemarios Evocación oracular (2007) y Parpadeo de muerte (2011).
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1945), “Homo duplex” de Ciro B. Ceballos (1873-1938), “El papagayo de Huichilobos” y “El amo viejo” de Manuel Romero de Terreros (1880-1968), “El fusilado” de José Vasconcelos (1881-1959) y “La cena” de Alfonso Reyes (1899-1959), por mencionar algunos de los principales cuentos y representantes de esta primera etapa y cuya importancia la indica Ana María Morales: “desde […] el origen del cuento moderno en el siglo XIX, la modalidad fantástica hace su aparición con fortuna y se asienta en las letras mexicanas con una fuerza y recurrencia que pocos estudiosos han aceptado”6.
Durante el siglo XX y, en especial, a partir de la década del cincuenta, lo fantástico en México aflora con un mayor ímpetu mediante un corpus definido, con registros particulares y cuya apuesta por cada uno de sus creadores es más precisa y contundente; de igual forma, Ana María Morales lo puntualiza: “Los principios de la segunda mitad del siglo XX son una época de cuentistas destacadísimos que no desdeñaron el acercarse al cuento fantástico. A partir de ese momento, que coincide con el considerado periodo dorado de la literatura fantástica hispanoamericana, hacer una revisión apenas detallada, ya no exhaustiva, sería imposible”7. De esta suerte, en los años cincuenta la Literatura Fantástica Mexicana se vio ampliamente impulsada con varias obras, hoy consideradas clásicos de nuestras letras, las cuales constituyen auténticos hitos en la historia de la literatura nacional al enriquecerla con sus propuestas temáticas y discursivas, me refiero a ¿Águila o sol? de Octavio Paz (1914-1998), publicada en 1951; Confabulario de Juan José Arreola (19182001) que salió a la luz en 1952; en ese mismo año, se dio a conocer Tapioca Inn. Mansión para fantasmas de Francisco Tario (1911-1977); en 1954 se edita Los días enmascarados de Carlos Fuentes (1929-2012); Alfonso Reyes publica en 1955 sus Quince presencias, libro donde se integra el magistral cuento “La mano del comandante Aranda”; un año después, en 1956, sale a la luz La noche alucinada de Juan Vicente Melo (1932-1996) ; dos años antes se publicaba Las ratas y otros cuentos, primera plaquette de Guadalupe Dueñas (1920-2002), constituida por cuatro textos después incluidos a Tiene la noche un árbol, dado a conocer en 1958; finalmente, en 1959 se publican tres importantes obras: La sangre de Medusa de José Emilio Pacheco (1939), las Obras completas (y otros cuentos) de Augusto Monterroso (1922) y Tiempo destrozado de Amparo Dávila (1928). Gracias a este categórico hecho, en cuanto al relevante corpus fantástico surgido a partir de los años cincuenta en México, se observa cierto interés por parte de la crítica e investigación literaria en torno a este subgénero. Esto se advierte, en primera instancia, en las antologías de cuento fantástico mexicano, mismas que son antecedidas por la célebre de Emmanuel Carballo sobre El cuento mexicano del siglo XX (1964), en cuya sección destinada a los autores fantásticos consigna a Juan José Arreola, Carlos Fuentes y Elena Garro8. A ésta, se aúna la de Gabriela Rábago Palafox, Estancias nocturnas. Antología de cuentos mexicanos (1987), que abarca cuentos tanto realistas como fantásticos y cuyo denominador común es que “oscilan entre dos mundos”9, de este modo, contiene ocho relatos fantásticos de autores nacidos en la primera mitad del siglo XX. Las antologías sobre el subgénero en el país comienzan propiamente con la clásica de María Elvira Bermúdez, Cuentos
fantásticos mexicanos (1986), en cuyo prólogo la autora aborda a los numerosos cuentistas quienes, durante los siglos XVIII y XIX, incursionaron en el subgénero, a ello incorpora una amplia gama de motivos fantásticos, resultando un atractivo estudio aunque con limitado sustento teórico; este prólogo precede a los siete relatos antologados pertenecientes a autores del siglo XX10. En Agonía de un instante. Antología del cuento fantástico mexicano (1992), Frida Varinia reúne a 24 autores ordenados cronológicamente, desde José Justo Gómez (Conde la Cortina) nacido en 1799, hasta Humberto Guzmán, nacido en 194811. La Antología del cuento siniestro mexicano (2002) de Rafael David Juárez Oñate integra cuentos decimonónicos, no todos fantásticos12. Fernando Tola de Habich y Ángel Muñoz Fernández realizan la antología Cuento fantástico mexicano. Siglo XIX donde, como lo anuncia el título, congregan 31 cuentos decimonónicos acompañados de un breve, pero significativo acercamiento a cada uno de ellos13. Ana María Morales colabora en este rubro con México fantástico. Antología del relato fantástico mexicano. El primer siglo (2008)14 que, de igual forma, compila a 14 exponentes del siglo XIX y cuyo estudio introductorio deviene profundo y teóricamente esclarecedor. Finalmente, la antología más contemporánea es la de Luis Jorge Boone, quien publica Tierras insólitas. Antología de cuento fantástico (2013)15 y cuyo mérito radica en recopilar a 17 cuentistas contemporáneos; lamentablemente, la colección carece de datos biobliográficos de tales autores16. En el caso de la crítica en torno a la literatura fantástica en México, hallamos acercamientos de dos tipos: estudios panorámicos generales o análisis muy específicos sobre algún autor u obra. Así, Luis Leal en su Breve historia del cuento mexicano le dedica, al periodo que va de 1940 a 1955, dos páginas a lo fantástico; entre los autores ahí consignados se hallan Francisco Tario, Octavio G. Barreda (1897-1964), Raúl Ortiz Ávila (1906), Fernando Benítez (1912-2000), Rafael Bernal (1915-1972) y Bernardo Jiménez Montellano (1922-1950)17. Por otra parte, existe el breve panorama proporcionado por Augusto Monterroso en su ensayo “La literatura fantástica en México”, integrado a la edición crítica a cargo de María Enriqueta Morillas Ventura titulada El relato fantástico en España e Hispanoamérica18, en donde el también cuentista enfatiza la labor de Francisco Tario, José Emilio Pacheco, Elena Garro (1920-1999), Amparo Dávila, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, María Elvira Bermúdez (1916-1988), Juan Rulfo (1918-1986) e incorpora a esta lista a Emiliano González (1955). Posteriormente, en el 2004, sale a la luz el estudio de Rafael Olea Franco, En el reino fantástico de los aparecidos: Roa Bárcena, Fuentes y Pacheco, cuyo objetivo son los tres autores referidos en el título19. Magali Velasco publica en el 2007 El cuento: la casa de lo fantástico20; en dicho libro, la ensayista da cuenta de los autores ya enlistados, pero además incluye a Guadalupe Dueñas, Sergio Galindo (1926-1993), Sergio Pitol (1933), Brianda Domecq (1942), Adela Fernández (1942), Luis Arturo Ramos (1947), Álvaro Uribe (1953) y Mauricio Molina (1959). Por su parte, Cecilia Eudave publica en el 2008 el conjunto de ensayos Sobre lo Fantástico en México, donde analiza algunos cuentos de Francisco Tario y de Amparo Dávila, así como Pedro Páramo de Juan Rulfo y Aura de Carlos Fuentes21. En cuanto a la producción de revistas dedicadas a la crítica e investigación de lo fantástico en México, existen algunos casos monográficos y, ciertamente, excepcionales. Está Escritos 21, revista del Centro de Ciencias del lenguaje de la BUAP, publicada en el 2000 y cuyos artículos versan sobre diversos asuntos teóricos relacionados con lo fantástico, además de abordar a diversos autores hispanoamericanos, dedicando un solo estudio
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a una mexicana: Elena Garro22. También se encuentra la revista Semiosis 4, del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana, publicada en el 2006 y en donde se estudia a Vicente Riva Palacio, Manuel Payno (18201894), Amparo Dávila, Homero Aridjis (1940), Sergio Pitol y Carlos Fuentes23. En el 2007, se edita un dossier en la Revista Fuentes Humanísticas, de la Universidad Autónoma Metropolitana, cuyo tema es “Lo fantástico o la irrupción de lo sobrenatural”; no obstante, ningún trabajo versa sobre algún escritor mexicano 24. Finalmente, ConNotas. Revista de Crítica y Teoría Literaria 11, de la Universidad de Sonora y publicada en el 2008, sólo dedica uno de sus doce artículos a una escritora mexicana: Amparo Dávila25. En este rubro, merecen una mención especial los Coloquios Internacionales de Literatura Fantástica, los cuales, a partir de 199926, le otorgan un sobresaliente impulso al estudio y a la crítica de lo fantástico, además de considerar terrenos contiguos como lo maravilloso. Uno de los parabienes de dichos Coloquios es la publicación de los trabajos presentados en cada evento. Hasta la fecha existen siete libros y/o revistas que concentran los trabajos expuestos en los seis primeros Coloquios27; los estudios reunidos en dichas publicaciones versan sobre teorías contemporáneas en torno a lo fantástico, géneros aledaños y autores y obras específicas de diversos países. De todos los estudios, nos es relevante el de Sara Poot Herrera, “Fantastic-hitos mexicanos. Breve apunte bibliográfico”, incluido en el libro Lo fantástico y sus fronteras, en donde la investigadora enuncia a los principales autores mexicanos, desde 1950 y hasta 1999, que han trabajado esta modalidad discursiva28. En general, los escritores mexicanos estudiados en dichas publicaciones son José Bernardo Couto, Ignacio Manuel Altamirano (18341893), Josefa Murillo (1860-1898), José Juan Tablada, Ma. Enriqueta Camarillo (1872-1968), Manuel Romero de Terreros, Alfonso Reyes, José María González de Mendoza (1893-1967), Nellie Campobello (1900-1986), Francisco Rojas González (1904-1951), Francisco Tario, Ma. Elvira Bermúdez, Juan José Arreola, Guadalupe Dueñas, Elena Garro, Augusto Monterroso, Amparo Dávila, Carlos Fuentes, Marcela del Río (1932), Salvador Elizondo (1932), Elena Poniatowska (1933), José Emilio Pacheco, Adela Fernández y Cristina Rivera Garza (1964). Justamente, a partir de las antologías de cuento fantástico mexicano, así como de los estudios en torno a este discurso en el país, se colige un primer hecho: la crítica e investigación literaria ha dirigido sus esfuerzos a los autores nacidos en las primeras cuatro décadas del siglo XX, cuentistas a quienes se agregan René Avilés Fabila (1940), Agustín Monsreal (1941),
Felipe Garrido (1942), José Agustín (1944), Ignacio Solares (1945), Martha Cerda (1945), Mónica Mansour (1946), Hernán Lara Zavala (1946), Bárbara Jacobs (1947), Guillermo Samperio (1948) y Óscar de la Borbolla (1949). Todos ellos nacidos en los años cuarenta y cuya obra ha recibido la mirada de investigadores y críticos, muchos de ellos de manera notable e incluso reiterada. A partir de 1950, el número de escritores y obras en México con una propuesta estética decididamente fantástica es amplio; como lo señala la misma Sara Poot Herrera, “Todo parece indicar que quien se precie de escribir cuentos […] ha de incursionar en el cuento fantástico”29. Por ello, en México la literatura fantástica goza de una contundente vitalidad; muestra de ello se encuentra en las obras publicadas durante las últimas décadas del siglo XX y las primeras de éste, todas ellas con propuestas novedosas, de ineludible calidad y valor artístico, en donde sobresalen títulos como La linterna de los muertos (1988) de Álvaro Uribe; Informe negro (1987) y Memorias segadas de un hombre en el fondo bueno y otros cuentos hueros (1995) de Francisco Hinojosa (1954); Los sueños de la bella durmiente (1978) y Casa de horror y de magia (1989) de Emiliano González; Mantis religiosa (1996) y Telaraña (2008) de Mauricio Molina; El imaginador (1996) y La confianza en los extraños (2002) de Ana García Bergua (1960); Cuentos para ciclistas y jinetes (1995) de Adriana González Mateos (1961); Ésta y otras ciudades (1991) de Patricia Laurent Kullick (1962); La perfecta espiral (1997) y Como nada en el mundo (2006) de Héctor de Mauléon (1963); Confesiones de Benito Souza, vendedor de muñecas (1994) e Historias de caza (2003) de Javier García-Galiano (1963); La materia del insomnio (1991), Nostalgia de la luz (1996) y El libro de las pasiones (1999) de Mario González Suárez (1964); Ningún reloj cuenta eso (2002) y La frontera más distante (2008) de Cristina Rivera Garza; Parábolas del silencio (2009) integrado a los cuentos reunidos, Sombras detrás de la ventana, de Eduardo Antonio Parra (1965); Los placeres del dolor (2002) de Pedro Ángel Palou (1966); Donde la piel es un tibio silencio (1992), Páginas para una siesta húmeda (1992) e Insomnios del otro lado (1994) de Mauricio Montiel Figueiras (1968); La reina baila hasta morir (2008) de Eve Gil (1968) y Técnicamente humanos (1996), Invenciones enfermas (1997), Registro de imposibles (2000) y Técnicamente humanos y otras historias extraviadas (2010) de Cecilia Eudave (1968). A dichos autores se suman otras voces como las de Francisco José Amparán (1957-2010), Jesús de León (1958), Jorge F. Hernández (1962),
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Adriana Díaz Enciso (1964), Gonzalo Lizardo (1965), José Abdón Flores (1967) e Isaí Moreno (1967), a cuyo quehacer se agregan autores más contemporáneos como Alberto Chimal (1970), Bernardo Fernández BEF (1972), Bernardo Esquinca (1972), Rodolfo J. M. (1973), Paola Tinoco (1974), César Silva Márquez (1974), Luis Jorge Boone (1977) y Omegar Martínez (1979). Por supuesto, no toda la obra de los cuentistas mencionados es fantástica, lo innegable son sus excelentes ejemplos y su significativa inclinación a este subgénero; aunada a esta precisión, nos quedan en el tintero muchos autores y obras, tanto del pasado como del presente. Sin embargo, esta limitada selección demuestra el objetivo del texto:
el cuento fantástico mexicano posee raigambre y tradición, vigencia y actualidad. Si acaso se nota una deficiencia, ésta surge en los estudios críticos y particularmente en la obra de los cuentistas nacidos a partir de los años cincuenta, configurando un período del cuento fantástico mexicano con un insuficiente aparato crítico y de investigación; por fortuna, esta extensa y fértil etapa representa un idóneo caldo de cultivo para investigadores y críticos, quienes tenemos la tarea de estudiar tales obras para enfatizar sus virtudes estéticas, en donde observamos variadas estrategias (la metaficción, la transtextualidad), motivos temáticos (el doble, el tiempo y el espacio) y personajes de afamada tradición (el fantasma, el vampiro) que resurgen con renovados y desafiantes ímpetus en esta cuentística contemporánea, donde se atestigua la persistencia de lo fantástico, pues definitivamente su creación, lectura y estudio resulta un fascinante embrujo, no sólo por las profundas reflexiones que motiva respecto a lo misterioso e inexplicable del mundo y de la naturaleza humana, sino también por su dócil e indómito discurso, por momentos translúcido, por instantes enigmático, pero siempre seductor e inquietante.
Notas 1 Bravo, Víctor Antonio. La irrupción y el límite. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1988, p. 7. 2 Todorov, Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. México, Ediciones Coyoacán, 1994. 3 Campra, Rosalba. Territorios de la ficción. Lo fantástico. España, Editorial Renacimiento, 2008. 4 Todorov, Tzvetan. Op. Cit., p. 28. 5 De aquí en adelante, se integra el año de nacimiento y muerte de los autores referidos, lo cual se consigna la primera vez que se mencionan. 6 Morales, Ana María. México fantástico. Antología del relato fantástico mexicano. El primer siglo. México: Oro de la noche ediciones, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Coloquios Internacionales de Literatura Fantástica, 2008, p. xviii. 7 Morales, Ana María. Op. Cit. p. xxxii. 8 Carballo, Emmanuel. El cuento mexicano del siglo XX, México, Empresas Editoriales, 1964. 9 Rábago Palafox, Gabriela (recop). Estancias nocturnas. Antología de cuentos mexicanos. México, Instituto Politécnico Nacional, 1987, p. 4. 10 Bermúdez, María Elvira (Pról. y selec.). Cuentos fantásticos mexicanos. México, Universidad Autónoma de Chapingo, 1986. 11 Varinia, Frida. Agonía de un instante. Antología del cuento fantástico mexicano. México, Quadrivium editores, 1992. 12 Juárez Oñate, Rafael David (Ant.). Antología del cuento siniestro mexicano. México, Editores Mexicanos Unidos, 2002. 13 Tola de Habich, Fernando y Muñoz Fernández, Ángel. Cuento fantástico mexicano. Siglo XIX. México, Factoría ediciones, 2005. 14 Morales, Ana María. Op. cit. 15 Boone, Luis Jorge (Selección y nota). Tierras insólitas. Antología de cuento fantástico, México, Editorial Almadía, 2013. 16 A estas antologías agregamos, de manera secundaria, las de literatura fantástica universal, entre las cuales sobresale, por supuesto, la de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Bioy Casares, es decir, la Antología de la literatura fantástica (1965), la cual integra sólo a una autora mexicana, Elena Garro con su “Hogar sólido”. A ella sumamos la de Ilán Stavans, Antología de cuentos de misterio y terror (2000), donde se integran relatos de diversa índole, no todos fantásticos; entre los autores mexicanos seleccionados están Juan Rulfo con “Luvina”, Alfonso Reyes con “La cena” y Salvador Elizondo con “La historia según Pao Cheng”. Finalmente, entre las antologías de cuento fantástico hispanoamericano destacan las de Oscar Hahn, El cuento fantástico hispanoamericano en el siglo XIX (1982), cuyo único autor mexicano incluido es José María Roa Bárcena con su cuento “Lanchitas” y, posteriormente, la Antología del cuento fantástico hispanoamericano. Siglo XX (1990) que integra a Amado Nervo con “Mencía”, “El país en que la lluvia era luminosa” y “El ángel caído”; Alfonso Reyes con “La cena” y “La mano del comandante Aranda”; Juan Rulfo con “Luvina”; Carlos Fuentes con “Chac Mool”; Juan José Arreola con “El guardagujas” y “Parábola del trueque”; Augusto Monterroso con “El dinosaurio”; Elena Garro con “La culpa es de los tlaxcaltecas” y José Emilio Pacheco con “Cuando salí de la Habana, válgame Dios”. 17 Leal, Luis. Breve historia del cuento mexicano. México: Universidad Autónoma de Tlaxcala, Universidad Autónoma de Puebla, 1990, pp. 120121. 18 Morillas Ventura, María Enriqueta (Ed.) El relato fantástico en España e Hispanoamérica. Madrid, Siruela, 1991. 19 Olea Franco, Rafael. En el reino fantástico de los aparecidos: Roa Bárcena, Fuentes y Pacheco. México, El Colegio de México, Conarte Nuevo León, 2004. 20 Velasco, Magali. El cuento la casa de lo fantástico. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007. 21 Eudave, Cecilia. Sobre lo fantástico en México. Florida, Letra Roja Publisher, 2008. 22 Lira Coronado, Sergio René y otros. Escritos 21. Literatura Fantástica. Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje BUAP, Enero-junio, 2000. 23 Eudave, Cecilia y otros. Semiosis 4. Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias, Universidad Veracruzana, Julio-Diciembre, 2006. 24 Ramírez Leyva, Edelmira y otros. Revista Fuentes Humanísticas 35, UAM (Dossier: lo fantástico o la irrupción de lo sobrenatural), 2007. 25 Morales, Ana María y otros. ConNotas. Revista de crítica y teoría literaria 11, Universidad de Sonora, 2008. 26 Promovidos por Ana María Morales y José Miguel Sardiñas. 27 La literatura fantástica latinoamericana (2002); Lo fantástico y sus fronteras (2003); Odiseas de lo fantástico (2004); Lo fantástico en el espejo. De aventuras, sueños y fantasmas en las literaturas de España (2006); la revista del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana, Semiosis 3 (Enero-Junio de 2006); Rumbos de lo fantástico. Actualidad e historia (2007) y la revista de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Amoxcalli 1. Teoría, análisis y crítica de la literatura hispanoamericana (2008). 28 Morales, Ana María; Sardiñas, José Miguel y Zamudio, Luz Elena (Eds.). Lo fantástico y sus fronteras. México, BUAP, 2003, pp. 123-139. 29 Ibíd., p.129.
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Por Mariana Kostina*
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esde hace tiempo ya, el hombre ha buscado y rebuscado la maravilla en lo real, lo brutal, aquello como si tomáramos un trozo de tierra que se plasmara para siempre en una fotografía. Esto es el ensueño de Hispanoamérica, la tierra prometida con la que soñaron los europeos.
De mundos lejanos viajaron españoles, portugueses, franceses, ingleses y alemanes para ver con sus propios ojos lo que los libros de fábulas les habían contado antes: ahora era posible atisbar las fantasías caballerescas, rastrear la fuente de la eterna juventud y conocer dragones, gigantes y enanos de ese mundo mágico que era América. El Dorado, mundo mítico con el que soñaban los de ultramar, o la Ciudad encantada de los Césares, dice Óscar Hahn en su recuento por la historia de la literatura fantástica de estos lares. Sin embargo, afirma, “los españoles se internan en territorios que al ser hoyados pierden el atractivo de lo desconocido”, con lo que “su proximidad máxima con respecto a lo fabuloso es cada vez la inminencia, jamás la flagrancia.”1 En lugar de ese mundo fantástico que esperaban encontrar, los españoles hallaron otro más extraño: el de los árboles exóticos que daban las frutas más dulces y diversas que hubieran imaginado; aquel donde los animales no se parecían en nada a lo que estaban acostumbrados y, por si fuera poco, los nativos no hablaban su lengua, pero tampoco vestían su ropa ni mucho menos actuaban como ellos. Este mundo es el que conocieron y los fascinó, el que conquistaron y aniquilaron, pero que igualmente fundieron con su propia cultura para mezclar su lengua y el extravagante universo que los maravilló. Esa orbe fantástica es la que estamparon en sus páginas escritores como Francisco Tario, Juan Rulfo y Juan José Arreola. 1 Hahn, Óscar. El cuento fantástico hispanoamericano en el siglo XX. México: Premia Editora, 1982, p. 11. * Mariana Kostina estudió las carreras de diseño gráfico por la Universidad Iberoamericana y Letras y literaturas hispánicas por la UNAM. Actualmente cumple su sueño de formar la revista Fantastique, que le dé cabida a las plumas emergentes, ella siendo también una de ellas. Está por publicar su primer relato “Estrella de la mañana, caída alada” en el conjunto de cuentos Bestiario.
El fantasma de lo grotesco: Francisco Tario Se me antojó tan descabellada la coincidencia, que me eché a reír con ganas. “Entre tus dedos helados”, Francisco Tario.
De acuerdo a la definición de literatura fantástica de Tzvetan Todorov, “lo fantástico tiene pues una vida llena de peligros, y puede desvanecerse en cualquier momento”, por ello “más que ser un género autónomo parece situarse en el límite de dos géneros: lo maravilloso y lo extraño”. El teórico ruso proponía, entonces, la división de los relatos fantásticos en lo maravilloso, aquello que hace frente a lo sobrenatural, pero que acepta nuevas leyes que lo explican, ejemplo de ello son los cuentos de hadas; lo extraño, en cambio, es el hecho sobrenatural que al final encuentra una explicación por leyes racionales, naturales o científicas y, por último, lo fantástico, el cual toma la ruptura con la realidad cotidiana, donde aparece un acontecimiento extraordinario imposible de explicarse. En esta última clasificación es donde encontramos la literatura de Francisco Tario, un escritor que ha estado escondido de los reflectores de la crítica literaria y a quien no se le ha hecho la justicia lectora que merece. Nacido en la Ciudad de México en el año de 1911 bajo el nombre de Francisco Peláez Vega; se dedicó a escribir cuento, novela y teatro, en donde sus personajes juegan con lo inusual, lo exótico, pero también lo ridículo e irrisorio. Elige Peláez Vega su alter-ego y apócrifo Francisco Tario para dar luz a sus libros de cuentos insólitos: La noche y la novela Aquí abajo. Tario, desconocido, solitario y dejado atrás, parece que se mofa de esta necesidad del reconocimiento, pues en vida contó con constante ritmo de escritura, sin necesitar que los reflectores estuvieran sobre él y su obra. De esta manera podemos notar la frescura que denota su pluma, esa que refleja la osadía de un tratamiento absurdo en la voz de personajes impensables. Tal es el caso de “La noche del féretro”, cuento dotado de la gracia del autor, quien se burla de la muerte en esos momentos devastadores de un día de velorio, donde familiares y amigos lloran al difunto sin atreverse a pensar que el objeto, supuestamente inanimado, cobra vida no sólo en su pensamiento, pero también es capaz de moverse para obligar a los otros a actuar bajo su mandato. Es este féretro burlón y presumido el elegido: “¿Hacia qué lugar me conducirán? ¿Qué clase de destino me aguarda?”, se cuestiona la elegante caja. Tario va más allá, pues el féretro no sólo habla y piensa, sino que además tiene género, dice: Es preciso que los hombres sepan que los féretros tenemos una vida interna sumamente intensa, y que en nuestros escasos ratos
Fantastique 19 de buen humor bromeamos o nos chanceamos unos con otros. Ante todo, tenemos nombre: unos, masculinos y, otros, femeninos, naturalmente, de acuerdo con nuestro sexo. Mientras permanecemos en el almacén somos célibes. Sin embargo, estamos fatalmente destinados al matrimonio; es decir, a lo que en el mundo común y corriente se designa con otro nombre estúpido: el entierro. Semejante acontecimiento es el más importante de nuestra vida, y de ahí que meditemos tan a menudo acerca del cónyuge que nos deparará la suerte.
En “Entre tus dedos helados” elabora la cuestión fantástica pura, puesto que no sabemos bien a bien qué es a lo que nos enfrentamos hasta que al final se nos descubre la verdad. Aún así, es un descubrimiento insólito en el cual no nos queda clara la situación del personaje masculino. ¿Es Francisco Tario un transgresor, un adelantado de su época? Con un lenguaje preciso logra adentrarnos en su historia, de manera que fluyen las palabras así como las acciones para develarnos verdades secretas. Porque el autor no sólo se limita a contar situaciones extravagantes, sino que nos presenta temas incómodos, tales como la muerte, la homosexualidad y el incesto. Pero no lo hace de una manera seria, sino con ese tono burlón y sarcástico del escritor seguro de su arte de contar. Éste es Francisco Tario, el escritor olvidado, contemporáneo de Rulfo y de Arreola, esos que sí gozaron de un reconocimiento en vida y con quienes comparte el taciturno y melancólico deseo de contar de manera peculiar sus historias. También escribió Tapioca Inn: mansión para fantasmas (1952) y Una violeta de más (1968); Jardín secreto (1993) y las piezas teatrales El caballo asesinado (1988) y los aforismos Equinoccio. Murió en 1977 en un barrio de Madrid, cerca del famoso parque El Retiro.
El páramo donde yace Rulfo, un escritor solitario Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, mejor conocido como Juan Rulfo, nació en Apulco, Jalisco en el año de 1917. A los seis años es asesinado su padre en la guerra cristera a manos de un peón y cuatro años después, también fallece su madre. Por ello su obsesión por la muerte, afirman sus biógrafos, quienes ven con naturalidad que el autor deambule entre el diálogo con muertos y vivos, pues era algo con lo que creció y que, tal vez, pensó que era normal para un niño de su edad habitante de un orfanato a falta de ambos padres a tan corta edad. Así, sin proponérselo, Juan Rulfo alcanzó la fama, sanguijuela que le sacó la sangre hasta el fin de sus días, pues odió ser reconocido y que su obra más sonada también lo fuera. Escribió Pedro Páramo en 1955, como él lo dijo en alguna ocasión, para callar a sus muertos, para sacar sus heridas y desahogarse de todo el dolor que traía dentro. Pero después calló. “Y la carencia de cimientos filiales se expresó desde los primeros años con una mirada manchada de abandono”, dice Roberto García Bonita en
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la biografía sensible que escribió sobre Rulfo: Un tiempo suspendido. En el mismo libro parafrasea a Rulfo cuando al final de su vida reveló: “la fama es como esas nublazones que no dejan a uno subir una montaña. Con la fama uno deja de ser uno mismo. La fama es un estorbo, si es que es algo”. Algunos se cuestionan si Juan Rulfo debió haber escrito Pedro Páramo o mejor sería que guardara silencio, un mutismo que lo hubiera consignado a la oscuridad de no haber sido nadie. No fue así y el escritor jalisciense pasó a ser el centro del espectáculo, algo que para él fue como estar encerrado en el féretro de su propia tumba, ahí junto a sus padres muertos. Pero así se inició la leyenda, la de una de las novelas más leídas y considerada como de las mejores obras de literatura fantástica, más aún, de todo género en la literatura iberoamericana. De extraordinaria invención lingüística, Pedro Páramo refleja no sólo el habla de un sector del campo del estado de Jalisco en el que creció Rulfo, sino que logra la conjunción de lo maravilloso con la realidad, en esa fina y delgada línea donde no sabemos si estamos entre vivos o muertos. Novela contada en distintas voces, mezcla la primera con la tercera persona sin una estructura definida. Violeta Peralta y Liliana Befumo en su libro Rulfo, la soledad creadora analizan el símbolo en la escritura del jalisciense y explican cómo la imagen de la vida y la muerte aparecen entre la constelación de imágenes como: circularidad, camino, polvo, tierra, piedra,
parricidio y otras como alusión a la trascendencia: nubes, estrellas, lluvia, viento, pájaros, aberturas en el techo. Esta reiteración y centralidad, dicen, son parte de los signos que Rulfo evoca para dotar de diversos sentidos a su obra. Semeja, entonces, lo de la narración mítica: “obliga al lector a constantes retrocesos y sobre todo, a retomar sincrónicamente las unidades significativas que el relato desarrolla”.2 Antes ya había escrito cuentos en distintos diarios de México: “La vida no es muy seria en sus cosas”. Fue en la revista América, ahí por el año de 1945. Rulfo tenía solo 28 años. Por el mismo tiempo, la revista Pan de Juan José Arreola y Antonio Alatorre, le publica “Nos han dado la tierra” y “Macario”. Ya para 1951 aparece “¡Diles que no me maten!”, que formó parte de la colección de cuentos El llano en llamas. También se incluyen: “El hombre”, “En la madrugada”, “Luvina”, “La noche que me dejaron solo”, “Acuérdate”, “No oyes ladrar los perros”, “Paso del Norte” y “Anacleto Morones”. Rulfo, criticado sin descanso y tema de innumerables tesis, libros y biografías, es el propio personaje trágico de su propia vida. Eligió a regañadientes escribir y contar sus murmullos y sus dolores más internos, pero así también logró el reflejo de un estilo, no sólo literario sino de vida. Tanto en Pedro Páramo como en los cuentos que conforman El llano en llamas, encontramos rasgos de la literatura fantástica de una región. Específicamente me refiero a ese hacer uso de las tradiciones milenarias para revivir una lectura. Sus escritos plasman la forma de vida de sus campesinos y habitantes de regiones desoladas, abandonadas por la memoria de una nación. Se posicionan en un contexto característico de nuestro país, donde aún así, trascienden. Rulfo no escribe de México, sino de él mismo. Rulfo nace en México, pero le pertenece al mundo de las letras, a esa universalidad que dialoga con los más grandes escritores de toda la orbe. Podemos colocarlo, pues, con plumas de gran calidad literaria donde sabemos que estamos hablando de un escritor mexicano, pero que ya no tiene nacionalidad. Rulfo no nos pertenece, pero tampoco es de él mismo, sino de quien lo lee y no lo olvida y lo revive en cada una de las líneas de sus escritos. Muere Rulfo en 1987 a la edad de 70 años, dejando varios cuentos y una novela. Su silencio elegido nos negó la abundancia de su obra, pero nos dejó dos obras maestras, iconos indiscutibles de la literatura mexicana en todo el mundo.
2 Peralta, Violeta y Liliana Befumo. Rulfo, la soledad creadora. Argentina: Fernando García Camberro, 1975, p. 14.
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Juan José Arreola, un escritor de bestias Ya decía Julio Cortázar que lo fantástico era ese “derecho al juego a la imaginación, a la fantasía, el derecho a la magia”.3 Así se divirtió el también jalisciense, Juan José Arreola, quien nació un 21 de septiembre de 1918 en Zapotlán el Grande. Fue parte del grupo teatral “Poesía en voz alta”. Entre los títulos que publicó están: Varia invención (1949), Confabulario (1952), La hora de todos (1954), Bestiario (1958), La feria (1963) y La palabra educación (1973). Aunque nunca terminó la primaria, Arreola se conoce como un hombre de oficios, pues trabajó como vendedor ambulante, panadero, maestro, cobrador, cargador, editor, traductor y escritor. También trabajó como actor radiofónico en la XEW y la XEQ, en donde colaboró con actores de la talla de Rodolfo de Anda, bajo la dirección de Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli. De esa pasión por la actuación escribe su única novela La feria (1963). Jorge Luis Borges expresó su opinión sobre Arreola: “desdeñoso de las circunstancias históricas, geográficas y políticas, Juan José Arreola, en una época de recelosos y obstinados nacionalismos, fijó su mirada en el universo y en sus posibilidades fantásticas”, generando la sensación de que es un autor universal, pues no precisamente mexicano, podría haber nacido aquí o en cualquier lugar. De su obra fantástica tenemos sus mejores cuentos: “Parturient montes”, “En verdad os digo”, “La migala”, “El guardagujas”, “Pueblerina”, “El prodigioso miligramo”, “Una mujer amaestrada” y “Parábola del trueque”. En la ciencia ficción están “Pablo”; pero también abarca lo maravilloso: “Un pacto con el diablo”, “El conversor”, y “El silencio de Dios”. 3 En entrevista con Margarita García Flores, transmitida por Radio Universidad de México en 1975.
Extrañamiento de mundos desconocidos es lo que encontramos en la narración de Arreola. Nos introduce el escritor en situaciones absurdas donde bien podemos encontrar la ilusión de haber encontrado el camino, mientras el engaño del hipnotizante hace estragos en nuestra mente. Tal es el caso de el viajero que está esperando su tren para ir a T., cuando un viejecillo entabla conversación con él exponiéndole todas las referencias que necesita para perderse en el camino a su destino. Paradojas evidentes son las que Arreola converge en este cuento donde no sabemos a bien si es que todo es una ilusión o se trata de una broma —bastante, por cierto— pesada. En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera —es otra de las previsiones de la empresa— se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.
La literatura de Arreola nos introduce a un mundo inexplorado de la literatura fantástica, donde los elementos que la contienen nos atrapan con fulgor para querer trasladarnos, sino al otro tren, sí al siguiente cuento del absurdo, de lo grotesco, de lo caricaturesco y de lo inesperado de la pluma del jalisciense. De esta manera, apuesta el autor por mezclar momentos llenos de imaginación y ludismo que juegan en su escritura un determinismo entre ironía y simbolismo. Este ambiente nos recuerda a contemporáneos suyos como la realidad onírica que plantea Bioy Casares en La invención de Morel, por ejemplo. O al propio Kafka con la aceptación fatídica de su irreparable destino. Murió Juan José Arreola en su tierra natal, Jalisco, el 3 de diciembre de 2001.
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EL PULP, ese gran desconocido Por Alejandro Morales Mariaca*
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diferencia de lo que se suele pensar, el Pulp no es un género literario como tal, sino una forma de contar historias. Las narraciones Pulp son sencillas, en ellas predomina la acción, la aventura, los escenarios exóticos y los personajes carismáticos. Aunque no se profundiza demasiado en ninguno de estos aspectos, abarca gran cantidad de géneros; entre los que son más populares están: el terror, el western y la ciencia ficción en todas sus variantes. Se le puede considerar como un estilo directo, desenfadado y ágil, centrándose más en el qué que en el cómo lo narra, manteniendo siempre una trama sencilla, con pocos personajes en los que no se ahonda demasiado, pero que aún así resultan memorables y funcionan bajo la máxima de que la acción va primero; tan es así, que en el Pulp no resulta necesario justificar nada en lo absoluto. H. G. Wells, por ejemplo, no se fue por las ramas explicando cómo funcionaba su máquina del tiempo; él sólo se limitó a contar lo que se podía hacer con
ella. De la misma manera, no hace falta amarrar todos los cabos sueltos que se exponen en la trama, ni cerrar por necesidad todas las subtramas, las cuales pueden dar pie a posibles continuaciones. Podemos rastrear su origen desde las dime novels, penny dreadfuls e incluso novelas de folletín como Los tres mosqueteros del siglo XIX, publicaciones baratas que explotaban el morbo, lo siniestro y lo fantástico para interesar al público, volviéndose en extremo populares. El Pulp como tal, nace durante las primeras décadas del siglo XX, principalmente en los Estados Unidos, con revistas como Black Mask o la mítica Weird Tales, que sacó a luz obras de H. P. Lovecraft, Robert E. Howard, August Derleth, Robert Bloch, entre muchos otros. Estas publicaciones, estaban destinadas a llegar a una cantidad de personas en plena Gran Depresión, tenían que ser no sólo interesantes y atractivas, también debían resultar económicas, razón por la que se producían en papel barato de pulpa, rasgo del cual
* Alejandro Morales Mariaca es un escritor mexicano, actualmente vive en Texcoco; los géneros sobre los que escribe son: Steampunk, Pastiche Holmesiano, Horror cósmico, Policíaco, Zombi, etc. Su obra ha sido publicada en México y España.
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tomaron el nombre por el que ese tipo de historias son conocidas hoy en día. Años más tarde, en los cincuenta, el Pulp dejó de ser sólo narrativa y comenzó a explorar el territorio de las historias gráficas. Entre estos primeros «cómics pulp», destacan Tales to Astonish, que ilustraban antologías de historias breves autoconclusivas de Terror y Ciencia Ficción y de las que nacieron personajes como Iron Man, Hulk, Ant Man y Groot. Por esas mismas fechas, aunque fuera del mundo anglosajón, España vivió su propio estallido Pulp con los «bolsilibros», novelas cortas de 25 mil palabras con un formato de 10.5 centímetros de ancho por 15 de alto que, además de los clásicos géneros abordados por el Pulp, contaban historias de deportes, romance y espías. Los «bolsilibros» gozaron de tanta popularidad entre los lectores que Juan Gallardo Muñoz, el más grande de sus autores, publicó la impresionante cantidad de dos mil títulos aproximadamente, bajo distintos pseudónimos. En México, el Pulp se presentó de manera distinta, manifestándose a través de narraciones gráficas, seriales radiofónicos y películas. En el caso de los cómics pulp mexicanos, destaca la Colección Micro Misterio,1 que llegó a tener más de medio millar de entregas, y cuyas sugerentes portadas no tenían nada que envidiarle a las estadounidenses. 1 Otros cómics mexicanos de este estilo son: Chanoc, Águila Solitaria, Starman el Libertario y otro que también sentó época fue Fantomas la Amenaza Elegante. Inclusive bajo los parámetros que está manejando del Pulp español, podríamos considerar a Memín Pinguin, Lagrimas y risas, El Pantera. (Nota del editor).
En cuanto a radio y cine, no hubo nada más popular que Kalimán, el Hombre Increíble y Santo, el enmascarado de plata, grandes personajes del imaginario mexicano que aún en la actualidad conservan cierta relevancia. El fin del siglo XX, sin embargo, fue malo para el Pulp, ya que salvo algunas excepciones, pareció desaparecer de la escena. Aún así, la primera década del siglo XXI significó un renacer del Pulp, o Neopulp, como le llaman algunos. En Estados Unidos se rescataron personajes clásicos como la Sombra, el Fantasma, Doc Savage y el Zorro; mientras que en España, siempre siguiendo su línea literaria, ha tenido un estallido de editoriales enfocadas al Pulp (Dlorean Ediciones, NeoNauta, Pulpture, Tyrannosaurus Books, P.U.L.P. y Ediciones El Transbordador, por mencionar algunas de ellas), las cuales se han preocupado por rescatar obras del pasado, así como de impulsar la creación y difusión de nuevas obras, siendo en la actualidad sus principales exponentes los escritores Lem Ryan Francisco Javier Miguel Gómez, Alberto López Aroca y Miguel Ángel Naharro. México también cuenta con su planilla de autores Pulp, en la que destacan José Luis Zárate, autor de Xanto. Novelucha libre; Paulo Cesar Ramírez Villaseñor, el máximo exponente del Steampunk
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literario mexicano, y Jesús Montalvo. Debido a la situación por la que atraviesa actualmente la literatura nacional, que depende a quién se le pregunta, va de lo malo a lo muy malo, una gran parte de los autores, ya sea que trabajen o no el Pulp, se ven obligados a publicar su obra en el extranjero, donde son, por lo general, muy bien recibidas. Sobre el futuro de este renacer del Pulp, sólo nos es posible conjeturar, pues a través de sus cien años de existencia, ha tenido una evolución y desarrollo no carente de contratiempos. Al tratarse de un estilo narrativo sencillo y popular, el Pulp siempre ha sido visto como algo inferior a la «literatura seria», sea lo que esto sea. Un prejuicio que resulta injustificado, ya que aunque es verdad que no toda producción Pulp es por defecto buena, sí que existen magníficas obras populares que nada tienen que envidiarle a la alta literatura, y cuyos autores se han ganado a pulso su lugar en el Olimpo de la Literatura Universal. No se puede olvidar que el Pulp es un estilo narrativo que ha sabido trascender en las letras, afianzándose con solidez en el cómic y, en especial,
en el cine. Existen innumerables películas que manejan un muy evidente, e incluso podemos decir que necesario, estilo Pulp, desde Indiana Jones hasta Alien; pasando por todo el cine de superhéroes, el de kaijus y, por supuesto, prácticamente todas las películas Serie B., lo que nos permite suponer que, al menos a mediano plazo, el Pulp seguirá siendo una popular y, sin lugar a dudas, válida forma de narrar historias. PARA SABER MÁS: Página de Proyecto Pulp (española) http://proyectopulp.blogspot.mx/ Grupo Círculo Pulp de México https://www.facebook.com/ groups/214522665334413/ Artículo sobre las portadas Pulp mexicanas http://bunkerpop.mx/bunker-literatura/el-arte-de-lasportadas-de-novelas-pulp-mexicanas/ Artículo sobre Kalimán y su impacto en la cultura nacional http://culturapopularyderecho.blogspot.mx/2011/01/ kaliman-un-heroe-cultural-de-otro.html
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Entrevista: Jesús Montalvo
Entrevistamos a Jesús Montalvo, originario de Tijuana y quien, en sus propias palabras, es un tipo predecible, de rutinas casi cronometradas, que escribe como mínimo siete horas diarias y no puede vivir sin leer. Procura desplazarse a pie, en un radio geográfico muy reducido de Hermosillo, Sonora, ciudad que habita desde hace casi dos años.
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Fantastique: Cuéntanos, ¿cuándo decidiste entrar al mundo de las letras y si algo o alguien te impulsó a ello? Jesús Montalvo: En realidad no me di cuenta de cuándo comenzó. El día que nací, mi hermano mayor ya me estaba esperando con un centenar de cómics. Prácticamente aprendí a leer, a escribir y sobre todo a imaginar, gracias a ellos. Jugando, escribía e ilustraba —aunque de forma horrible— mis propias historias de The Fantastic Four, por ejemplo. En cambio, sí recuerdo cuál fue el primer libro que compré con mi propio dinero: tenía doce años cuando en una librería de viejo se me metió en las retinas una portada de Sci-Fi, era Sueños de Robot, de Asimov. De inmediato, por afinidades, coincidencias y analogías, aparecieron otros: Jack Vance, Lovecraft, Silverberg, mucha literatura pulp. Después llegaron Reinaldo Arenas, Juan Carlos Onetti, José Revueltas, no en ese orden precisamente, y siempre consumiendo cómics. Lo que quiero decir es que, desde aquel día que elegí el libro de Asimov, mis pequeñas historias dejaron de tener ilustraciones, concentrándose sólo en las palabras, y lo que hago en el presente es disfrutar el viaje, la extensión de la infancia; procurando divertirme dentro de lo posible.
F:Sabemos que has tenido oportunidad de publicar tanto en México como en España, ¿serías tan amable de compartirnos tu experiencia en el mundo editorial? JM: Tanto en México como en España, mi gratitud es inabarcable. Por los dos lados se ha tratado de editoriales independientes, con personas que respeto y admiro por su oficio y calidez. Hace dos meses, en Tijuana, se publicó mi libro de cuentos El blues de San Vicente, bajo el sello Monomitos, del editor y escritor Néstor Robles. Y a principios de año, la editorial española Pulpture publicó mi novela 1938 (dieselpunk) en un flip-book que comparte con Furia desatada en Mundo Guerra (Sword and Planet), novela genial de Julio Martín Freixa. Jorge Plana y Cristina Miguel, editores de Pulpture, son un verdadero par de profesionales. Tienen que ver la nutrida colección de Pulpture para que sepan a lo que me refiero. En general, es gratificante que alguien apueste por tu trabajo.
F: ¿Qué géneros literarios son los que trabajas, cuál es la razón de ello y en cuál te gustaría llegar a incursionar si se te da la oportunidad? JM: Aunque me he metido en varias cosas, me limitaré al trabajo publicado más reciente, esto es Sci-Fi y Horror. La razón de escribir esos dos géneros se deben al inmenso abanico de posibilidades que presentan, incluso las permutaciones que se descubren al unir, por decir algo, el Horror y el Western, o la Sci-Fi y el Horror, o los tres al mismo tiempo. Y respecto a en qué me gustaría incursionar si tuviera la oportunidad —o mejor dicho, el valor—, sería escribir una novela infantil o juvenil, por el reto que implican. Leo el Un Lun Dun de China Mieville, o El galáctico, pirático y alienígena viaje de mi padre, de Neil Gaiman y mi respeto hacia lo juvenil e infantil aumenta.
F: ¿Cuál es tu opinión sobre el panorama literario nacional, en específico para alguien que escribe género fantástico? JM: En cuanto al mundo de las grandes editoriales, está de sobra decir que no tienen interés por los llamados “subgéneros”, a menos que los títulos vengan previamente garantizados como Best-seller anglosajón. Pero ya estamos grandecitos como para andar lamentándonos por ser las ovejas negras y ser ignorados por la crítica literaria “seria”. Escritores nacionales de género hay muchos y muy buenos, que han aportado cosas interesantísimas en Sci-Fi u Horror o Fantástico. Está Bernardo Fernández
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Bef, Libia Brenda Castro, Gerardo Horacio Porcayo, Bernardo Esquinca, Alejandro Morales Mariaca, Paulo César Ramírez, Miguel Antonio Lupián Soto, Leda Rendón, Pepe Rojo, Alberto Chimal (que me recuerda mucho a Mario Levrero), y el portentoso y ya de culto Emiliano González. También Rafael Bernal, con la obra Su nombre era Muerte, deja una importante marca en el Terror mexicano. En realidad se me escapan demasiados, me llevaría un día entero el hablar de cada uno. Lectores hay más, aunque no lo parezca, gente buscando historias nuevas, gente que se ha dado cuenta de que no todo se trata del soporífero Boom Latinoamericano.
F: ¿Qué consejos podrías compartir a quienes tienen deseo de entrarle a las letras, ya sea como escritor o lector, pero que no terminan de decidirse? JM: Para los posibles lectores no tengo un consejo preciso. Como posibles lectores sólo veo a los niños, partiendo desde nosotros, enseñándoles que no todo es televisión. Con los adultos es difícil, cada quien está lleno de sus prioridades, saturados de datos inútiles que brindan los medios (nunca confundir información con cultura, por favor). A final de cuentas a muchos simplemente no les atrae la literatura, y debemos respetar eso. Hay gente que come carne y hay veganos, cuestión de gustos. Sin embargo, para los lectores que pretenden acercarse al oficio de escribir, deben saber que independientemente de la técnica y forma, todo se reduce a lo que ya han dicho tantos: escribir y leer constantemente. Sí, hay que ver el mundo, desde luego, poner la vista alrededor, pero nada de tus experiencias o ideas tomarán cuerpo si no lees, si no escribes religiosamente. Existen personas que escriben sólo para ellos mismos, o como pasatiempo, y eso está bien, es un ejercicio muy saludable. Pero si de verdad quieren escribir profesionalmente, entonces apuéstenlo todo, asuman la responsabilidad. La literatura, como cualquier oficio o arte (llámenlo como gusten), exige un compromiso serio. Lo excitante es que no hay garantías, no se nos presenta un caminito amarillo de Oz directo a lo seguro; la dedicación, la vocación férrea, constante, será lo único que te hará salir avante. En lo personal, nada se compara con la satisfacción de escribir diariamente.
F: ¿Podrías adelantarnos algo sobre tus próximos proyectos? JM: Tengo varios trabajos entregados en distintas partes, esperando respuesta o fecha de publicación. Aunque, más inmediato, hay dos proyectos que me estimulan fuerte: antes de terminar este año quisiera ver publicada una novelette de tinte Steampunk que tengo guardada desde hace rato. El otro proyecto es una novela a cuatro manos que estoy escribiendo con Norberto Flores, escritor de Guadalajara radicado en Tamaulipas.
F: Para terminar, ¿hay algo más que gustes compartir con nosotros? JM: Además de agradecerles la entrevista, quiero pedir a la gente que lea de toda la literatura posible, no sólo subgéneros. Es necesario desprenderse de los prejuicios literarios. La diversidad de lecturas otorga una visión más amplia del mundo, y eso, a la hora de escribir, es una gran ventaja.
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El ojo de la muerte de Luis Hernández Por Diego Illescas*
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uis Hernández es un gran fotógrafo de ambientes y detalles de aspecto tétrico, invisible, lúgubre y misterioso, que nos recuerdan que lo fantástico y tenebroso siempre esta ahí, al acecho. Su fascinación por lo fantástico y terrorífico surgió en una edad muy temprana, cuando descubrió en la casa de sus abuelos una caja llena de ejemplares de la revista Duda.1
1 Duda, lo increíble es la verdad, fue una revista de historietas, publicada por la editorial mexicana Posada en 1971. Con números de treinta y cuatro páginas, desarrollaba temas sobre misterio y parapsicología. Guillermo Mendizábal Lizalde, editor de Duda, explicaba en el editorial de su primer número: “Duda no es un cuadernillo de “ciencia ficción”, sino una revista que pretende exponer al
Los leyó todos, sin parar. Ese fue el momento en que aliens y monstruos se volvieron sus mejores amigos, según nos cuenta. Luis refleja en sus imágenes, los géneros que más lo influenciaron de niño: el terror y la ciencia ficción. Pero no solo la fotografía es la disciplina donde se mueve nuestro artista, sino desde diferentes artes como el cine, la literatura —donde destaca al maestro H.P Lovecraft, junto a Machen, Richard Matheson y Dan Simmons— y el anime. público, sin deformar los hechos, los misterios más sensacionales en el campo de las ciencias físicas o naturales; en el campo de la historia, en el campo de la antropología, en el de la biología, en el de la investigación espacial, en el de la arqueología, en el de la psicología”. (Información extraída de Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Duda_(revista))
* Diego Illescas tiene como a su más grande amor el extraño mundo de las letras, desde chico se sintió conmovido por ellas, se hace llamar así mismo “Cuervo” cuando escribe, por el amor que le tiene a estas aves misteriosas, que en las noches se confunden con las sombras. Sin embargo, esta pasión o necesidad por escribir la comparte con la fotografía, a la cual le dedica tiempo en sus viajes, cuando el sentimiento y la necesidad brotan del corazón.
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En la fotografía lo han inspirado autores como: Man Ray, Bill Brandt, László Moholy-Nagy, Karl Blossfeldt, Andreas Lie y Erik Wernquist. Más recientemente: Alan Lee, Beksinski, Brom, Roger Dean, Syd Mead y Giger. Aunque gran parte de su inspiración surge del día a día, tras vivir algo y quererlo recrear a través de una foto, intenta siempre evitar que la escena se vea como algo cotidiano y busca que dé paso a la imaginación, a la sugerencia de historias y a que el ambiente se expanda más allá del cuadro. En cuanto a la técnica, le gusta perseguir al asombro, sensación que logra contrastando y usando tonos oscuros en algunas de sus fotos, de las cuales le gusta la idea cómo un conjunto de sombras puede emerger de algo que brinca a la vista, con fuerza e impacto. A Hernández le interesa el uso del plano cerrado porque puede hacer ciertos
acercamientos que sacan de contexto la escena en cuestión, y que junto a la iluminación adecuada, transforman algo común en una escena desconocida.. Para Luis, México es “totalmente mágico, cada pueblo... Es más, cada colonia tiene una historia que contar. En las fiestas tradicionales se puede ver la fusión de ideologías desde lo prehispánico, pasando por lo colonial, etcétera. Ahora ya hasta creepypastas cibernéticos; todo se va archivando en el corpus cultural”. La obra de este fotógrafo se ve claramente influenciada por esa parte, mágica, aterradora y fantástica de México que nos encanta, aterra e inspira, y que siempre revela lo oculto, lo indescifrable, la realidad que nos acecha a todos.
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Aura: fijaci贸n a la vida Por Tamara Almaz谩n*
¿
Qué tanto se debe desear algo para conseguir encarnarlo? ¿Resulta suficiente con desearlo? ¿Es posible asir la juventud, mediante la memoria? En 1968, Aura nace como respuesta. Aura, el personaje, parece no conformarse con vivir de una manera: fertilidad, inmortalidad y juventud, son tres formas distintas de coexistir. Fertilidad significa la posibilidad de trascender a través de la herencia de nuestros genes; la inmortalidad ofrece una vida perpetua; mientras que la juventud no es sino el momento que, al hacer un balance de la vida, se le recuerda por la fugacidad de su vigor y frescura. Consuelo Llorente se aferra a la vida, y es en esta fijación que centraré el presente texto. Aura, como obra, vive en el ahora, la construcción de las situaciones, de las personas y de los días, ocurre a partir de este momento, no del siguiente. Fuentes sabe que la juventud no conoce de conjugaciones: “LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA NO SE HACE TODOS LOS DÍAS. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más (…) Tú releerás. Se solicita historiador joven.” (10). Ese es el aviso que principia la travesía de Felipe Montero, historiador joven que acude al llamado. Felipe Montero se dirige a la dirección que indica el aviso: un domicilio antiguo ubicado en la calle de Donceles. Antiguo, como los detalles que coronan la entrada de la céntrica y lúgubre morada, cualidad que Montero no tardará mucho en descubrir también detrás de la voz femenina que lo incita a entrar. Es Consuelo Llorente, viuda del general Llorente, dueña de aquella casa. Así, nuestro joven historiador se encuentra inmiscuido en un sitio donde no sólo destaca lo funesto, sino que, a través de la presencia recurrente de un conejo, también lo hace la fertilidad: “Al extender la mano no tocas otra mano, sino la piel gruesa afieltrada, las orejas de ese objeto que roe con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias el conejo (…)” (13). La figura del conejo se relaciona con la Luna desde tiempos ancestrales1, así como en la actualidad en múltiples culturas se encuentra íntimamente relacionada con la fertilidad e inmortalidad: en la mitología China, por ejemplo, el signo del conejo o liebre es emblema de longevidad, además, “se dice que la liebre hembra concibe mirando a la Luna”2. Recordemos que la Luna, por sí misma, se caracteriza por ser reconocida como la fuente de la fecundidad, al regir, al mismo tiempo, el ciclo femenino. Consuelo Llorente, anciana de 109 años, tiene la intención de publicar las memorias de su fallecido marido, es por ello que ha mandado publicar el aviso, es la razón por la que Felipe Montero está a punto de conocer a Aura: “ ̶ Saga. Saga. ¿Dónde está? Ici, Saga… / ̶¿Quién? / ̶ Mi compañía. / ̶ ¿El conejo? / ̶ Sí, volverá”. Y, más adelante: “ ̶ Le dije que regresaría… / ̶ ¿Quién? / ̶ Aura. Mi compañera. Mi sobrina. / ̶ Buenas tardes.” (16). Ese breve diálogo delata que, la presencia de Saga, coneja de la señora Llorente, rebasa su calidad de mascota al colocarla, sin distinción, a la altura de su sobrina Aura —a su vez sinónimo de fertilidad— y, por tanto, una oportunidad para su tía de tener a la fertilidad cerca. Montero se ve envuelto en los ojos verdes hipnóticos de Aura y comienza a sumergirse en un deseo inevitable, hacia esa niña de quince años, que necesita justificar tan pronto sea posible:
1 En el códice Borgia (lámina 33) se tiene registro del conejo al que se le coloca como portador de la Luna. 2 Muñoz Martínez, Pamela (2014). La representación simbólica del conejo. Consultado en noviembre 2015, de Cultura Colectiva. Sitio web: http://culturacolectiva.com/la-representacion-simbolica-del-conejo/
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“(…) te preguntas si la señora no poseerá una fuerza secreta sobre la muchacha, si la muchacha, tu hermosa Aura vestida de verde, no estará encerrada contra su voluntad en esta casa vieja, sombría (…) quizás Aura espera que tú la salves de las cadenas (…)” (35). Sí, quizá Felipe haya llegado, hasta ahí, porque era la persona destinada para liberar a la joven: ahora tiene una razón moral para su deseo. Felipe Montero se encuentra atrapado en la casa de una anciana que busca encarcelar a la inmortalidad mediante objetos y rutinas atrapados en la penumbra del pasado. Con un menú diario de vino espeso y riñones en salsa verde, conforme avanzan las horas, el ambiente onírico de la casa de la familia Llorente se va acrecentando cuando Montero cae rendido y sueña, a la vez que vive: “No puedes verla en la oscuridad de la noche sin estrellas, pero hueles en su pelo el perfume de las plantas del patio, sientes en sus brazos la piel más suave y ansiosa, tocas en sus senos la flor entrelazada de las venas sensibles, vuelves a besarla y no le pides palabras.” (36). El segundo folio de las memorias del general Llorente resulta una revelación para Montero, al hallar más de una situación que le parece similar: “(…) los ojos verdes de Consuelo, que tenía quince años en 1867, cuando el general Llorente se casó con ella (…) Siempre vestida de verde. Siempre hermosa, incluso dentro de cien años.” (40). El joven terminará por concluir que, la razón por la que Aura se encuentra viviendo en esa casa, es para perpetuar la ilusión de juventud y belleza. Sin embargo, esta esperanza y consuelo decae más rápido de lo esperado cuando, a los ojos del historiador, Aura pierde su atavío de inocencia en el instante que observa su imagen despellejando a un chivo y, minutos después, contempla la misma escena, con movimientos al aire, que protagoniza Consuelo Llorente. Para este segundo día, Felipe Montero se está convirtiendo en un ícono más de atemporalidad en la morada de Donceles y, para este momento, su calidad deshumanizada lo empuja a actuar en automático. En este andar automatizado es que se dirige, a la alcoba de Aura, sin otra intención más que la de buscar su entrega nuevamente. Pero esta vez algo ha cambiado: Aura no sólo ha envejecido veinte años, sino que no es la única en la habitación:
La ves caminar lentamente hacia ese rincón de la recámara, sentarse en el suelo, colocar los brazos sobre las rodillas negras que emergen de la oscuridad que tú tratas de penetrar, acariciar la mano arrugada que se adelanta del fondo de la oscuridad cada vez más clara: a los pies de la anciana señora Consuelo. (48). Mientras los recuerdos de Montero sólo pueden dirigirse a las acciones-reflejo llevadas a cabo por tía y sobrina en numerosas acciones, Felipe necesita respuestas, por lo que decide confrontar a Aura: “Trata de enterrarte en vida. Tienes que renacer, Aura…” A lo que ella responde: “Hay que morir antes de renacer…”. (53). A partir de la lectura de un tercer y último folio, Montero descubrirá que, la infertilidad, fue un pesar en la familia Llorente, mientras la juventud se convirtió en obsesión necesaria de encarnar: “Sé por qué lloras a veces, Consuelo. No te he podido
* Tamara Almazán es fotógrafa, promotora cultural independiente y estudiante de Letras. Sus fotos pueden encontrarse en discos y publicidad digital, como promotora es cofundadora del primer festival de chiptune en México (1 Lengua: 8 Bits) y forma parte de un colectivo dedicado a la investigación de los escenarios musicales de la Ciudad de México. Se le puede encontrar en el clóset, donde escribe cuentos.
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dar hijos.” La última parte de las memorias del general, rescatan las palabras que le dijera Consuelo: “Voy hacia mi juventud, mi juventud viene hacia mí. Entra ya, está en el jardín, ya llega…” (57). A través de sigilosos detalles tanto físicos como anímicos, Carlos Fuentes nos mantiene en un desdoblamiento constante en el que sueño y realidad danzan al unísono; morir y renacer se contraponen; y en donde Consuelo Llorente nos enfrenta a dos estados: el descanso y alivio de la pena, por un lado, y, por el otro, su apellido nos recuerda a la acción de derramar lágrimas. La viuda Llorente llora y se consuela en una ilusión construida de fertilidad e inmortalidad que, en Aura, se convierte en sinónimo de juventud infinita.
Fuentes consultadas • Eliade, Mircea. Tratado de historia de las religiones. Morfología y dialéctica de lo sagrado. Madrid: Ediciones Cristiandad, 2000. • Fuentes, Carlos. Aura. México: Ediciones Era, 1962. • López Austin, Alfredo. El conejo en la cara de la luna: Ensayos sobre mitología de la tradición mesoamericana. México: Ediciones Era, 2013. • Muñoz Martínez, Pamela (2014). La representación simbólica del conejo. Consultado en noviembre 2015, de Cultura Colectiva. Sitio web: http://culturacolectiva.com/la-representacion-simbolica-del-conejo/
Eugenia, la primera novela
de ciencia ficción mexicana
Por Diego Hernández*
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maginemos un futuro donde el gobierno es el encargado de controlar por completo la reproducción humana. Un futuro en el que la guerra, como la conocemos hoy en día, ha sido eliminada. Los habitantes de este mundo se debaten en el hedonismo, la belleza y la filosofía —es probable que a la mente ha saltado la clásica novela Un mundo feliz de Aldous Huxley—; sin embargo, a diferencia de esta obra, los nonatos no se desarrollan en tubos de ensayo, sino en el vientre de los reproductores oficiales, quienes en su totalidad son hombres. Tal mundo casi fantástico se desarrolla en Eugenia de Eduardo Urzaiz.
* Diego Hernández estudia la carrera de Física, donde ha descubierto que no estamos tan lejos de vivir en un mundo fantástico. Seguidor de Tesla, y en especial de Faraday, trabaja en la carrera incansablemente. Psicólogo de clóset, se debate entre Jung, Maslow y Fromm, aunque casi siempre al escribir se ayuda de Jung.
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Eduardo Urzaiz Rodríguez nació en Guanabacoa, Cuba en se tiene en cuenta que las hormonas femeninas, la progesterona 1876, aunque por causas políticas emigró junto a su familia, a la y los estrógenos, fueron descubiertas más de diez años después. península de Yucatán en 1890. Es decir, cuando el joven EduarOtra predicción importante, es el del uso de la eugenesia do tenía apenas catorce años, por —por lo que queda claro que lo que México fue la verdadera Eugenia no fue un nombre escuna de este gran hombre. cogido al azar—. La teoría de la Obra de locos —en palabras del autor—, eugenesia, en pocas palabras, Entre sus múltiples logros está Eugenia es de las primeras novelas en ser profesor normalista, escritor y es el uso de la biología para el médico especialista en ginecología predecir un mundo sumergido en avances perfeccionamiento de la raza y psiquiatría. Ayudó a modernizar humana y fue desarrollada por tecnológicos. los sistemas de salud mental y de Francis Galton a mediados del educación en el país. Investigador siglo XIX. apasionado, se introdujo en la poHace poco se dio a conocer lítica. Gran seguidor del arte, nunca dejó de dar clases. Urzaiz el último logro de las ciencias genómicas: la capacidad de alterar fue un hombre con múltiples intereses que se reflejan en su obra los genes de una forma precisa, sin tener otros efectos a parte Eugenia. de los deseados. Con ello se podría alterar nuestro ADN para Obra de locos —en palabras del autor—, Eugenia es de las evitar enfermedades hereditarias —o escoger los rasgos físicos primeras novelas en predecir un mundo sumergido en avances como lo hace L.A. Fertility Institute en los recién nacidos—. Tal tecnológicos. noticia ha levantado muchas cejas y muchas voces en la ciencia. ¿Qué tan ético es alterar nuestro genoma para ser perfectos? Publicada a finales de la década de los veinte del siglo pasado, se adelanta incluso a otras del género como 1984 de George Para Urzaiz, al igual que para los nazis décadas después, no Orwell o Un mundo feliz de Aldous Huxley; gracias a esto, alguhay ningún dilema ético. Si bien ni Urzaiz ni los nazis llegaron a nos han asegurado que Eugenia es la primera novela distópica; conocer algo como el genoma, ambos procedieron con políticas, tal título, sin embargo, no le ayudó a ser difundida, hasta hace uno en el papel y los otros en la vida real, para mejorar a la raza apenas unos años. humana. Eugenia relata la historia de Ernesto, quien nombrado reproUrzaiz da muestras de un determinismo biológico impreductor oficial, comienza a distanciarse de su pareja romántica, y sionante. Su mundo es perfecto, puesto que los seres humanos antigua maestra, Celiana. Tal relación acaba por romperse por la que habitan en él son superiores a sus predecesores; todo esto intrusión de una joven y prometedora Eugenia ante la madura gracias a la eugenesia. Dicho detalle invita a pensar que lo más e inteligente Celiana, quien desconsolada, entra a un estado de influyente en una sociedad son los genes de los individuos que decadencia. Aunque la trama es bastante sencilla, la complejidad de la obra está en el mundo futurista que Urzaiz crea. Formalmente no se debería aceptar a Eugenia dentro del género de la ciencia ficción, dado el año de la publicación, 1919; sin embargo, gracias al mundo que esboza Urzaiz los especialidasta han hecho una pequeña excepción, dado que este mundo presenta muchas de las características que las obras del género explotan. Eugenia comparten el argumento de la reproducción humana controlada por el gobierno de Un mundo feliz y la propuesta de una nueva división geopolítica del mundo de 1984. A su vez, Urzaiz usa un recurso que es repetido por múltiples escritores como Asimov o Anderson. Me refiero a la hipnosis como medio de aprendizaje. Al igual que en la novela contemporánea Los juegos del hambre, en Eugenia la sociedad es la copia de una cultura anterior. Para Los juegos es la cultura romana, con sus banquetes, gladiadores, excesos y corrupción; para Eugenia, la cultura helénica con su culto por la belleza, el arte y las largas charlas de filosofía. Como profetizando La mano izquierda de la oscuridad, la obra de Urzaiz plantea un enfoque distinto de la maternidad y de las relaciones humanas. Al leer ciencia ficción sorprende la exactitud con la que los autores pueden predecir el futuro; Urzaiz no se queda atrás. Eugenia presenta varios adelantos, que aunque el autor los prevee para el siglo XXIII, han aparecido ya en nuestros tiempos. Se trata de las hormonas femeninas. Aunque Urzaiz no las menciona abiertamente, sí da esbozos sobre ellas, al predecir que los tratamientos con los cuales los reproductores oficiales son capaces de embarazarse, los hace actuar como mujeres. Lo que Urzaiz menciona hace casi cien años, nosotros lo conocemos como tratamiento hormonal. Es una fantástica y arriesgada predicción si Retrato al óleo del Dr. Urzaiz, pintado por Fernando Torre, localizado en la Dirección de la Clínica de Mérida.
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la componen, es una idea censurable para el lector promedio de hoy en día. Tal censura viene, en la mayoría de los casos, pues se relaciona esta visión de mundo con el racismo —al igual que la eugenesia—. Eugenia, novela prevanguardista con riesgos claros ante los adelantos médicos y sociales, incluye dentro de sus líneas ciertos elementos racistas. Por ejemplo, Ursaiz compara sin ningún pudor a un individuo de raza negra con un chimpancé: “Ernesto saludó inclinándose; los negros al sonreir descubrieron el teclado de sus formidables dentaduras de caníbales. Joven el uno y viejo el otro, los dos eran feos y bembones y tenían un aire muy cómico de assutada curiosidad. […] El viejo, con su collar de barba blanca, parecía un chimpancé domesticado”. (Ursaiz, 75). Igualmente, el autor toma cierta actitud antifeminista cuando hace notar que una mujer —Eugenia— con la belleza como única cualidad, es superior a otra mujer —Celiana— cuyas cualidades son claramente cognitivas. —Es el amor árbitro y dueño del universo: por él brillan los astros, perfuman las flores y cantan los pájaros. ¿Por qué, si en los seres todo es derroche de vida y alegría, ha de ser en nosotros mezcla extraña de goces y torturas? ¿De nada habrán de servirnos al fin las conquistas sociales, logradas a costa de tantas lágrimas? Libre es ya el amor de cuantas trabas y prejuicios se oponían antaño al cumplimiento de sus divinas leyes; pero aun no se liberta del yugo del dolor. Ya Otelo no estrangula ni Werter se suicida, pero aún se sufre y se llora por amor. ¿Por qué no aprenden los hombres a amar como aman los pájaros y las mariposas? (Ursaiz, 225).
Aún así, hemos de entender que Eugenia fue escrita hace ya casi cien años, con un pensamiento muy distinto al actual. Muchos en su tiempo propugnaban por “desindianizar” a México, por medio de la eugenesia, incluso existió la Sociedad Mexicana de Eugenesia para el mejoramiento de la raza, años después. Así pues, “lo normal” en los tiempos de Urzaiz era un pensamiento eurocentrista, machista y positivista. Dentro del marco histórico de Eduardo Urzaiz está el positivismo —enfoque filosófico que pretende que el único conocimiento válido es el científico, por lo que otras formas de conocimiento como el arte son desestimadas—, el cual se creó a principios del siglo XIX, y en México se estableció a finales del mismo siglo. El autor, al ser médico, fue un hombre de ciencia que creía en el eterno progreso. Rasgos de ello es esta su novela
Eugenia, en el que diseña un mundo perfecto —Villautopía—, donde las guerras logran evitarse con el uso de la razón y la ciencia supervisa el perfeccionamiento humano. El espíritu positivista de la obra queda resumido en una frase: “…y la que lo había iniciado en todas las ciencias, lo inició también en la de amar”. Para Urzaiz, el conocimiento de amar es una ciencia. La trama de Eugenia es positivista, pues Ernesto es en sí una alegoría de la humanidad, ya que deja el conocimiento previo —es decir a Celiana—, por Eugenia, quien es el conocimiento nuevo, dado por la ciencia. El estado deplorable en el que cae Celiana representa también el estado de crisis al que los otros tipos de conocimiento llegarán al ser inservibles para la humanidad. Miguel, otro personaje vital en la obra, representa todas las aplicaciones que este conocimiento no científico ha logrado y quien se convierte en el único consuelo para la despechada Celiana. Hoy en día el positivismo ha perdido mucha de su influencia, por lo que nos cuesta entender la elección de Ernesto. Sin embargo, Eugenia debe ser vista dentro de la postura positivista de inicios del siglo XX. Como en todas las obras en general, en Eugenia pueden encontrarse las opiniones del autor acerca de distintos temas. Una de las opiniones de Urzaiz está contenida en el personaje de Miajitas, una burla descarada de los socialistas. O Don Luis Gil, una parodia clara de los intelectuales del siglo XIX y XX. —Venga —decía— venga cuanto antes la guerra niveladora. Yo me alegro y la espero con impaciencia. Si de las últimas que hubo en los siglos XX y XXI resultaron el desarme universal y la desaparición de las nacionalidades; si ellas contribuyeron a la realización de ese tan decantado equilibrio económico que hoy disfrutamos, de esta que se avecina —y que será terrible, yo os lo digo— ha de resultar la igualdad absoluta, tanto en el orden social como en el económico, noble ideal al que yo he dedicado los años más floridos de mi existencia. (Urzaiz, 61).
Como he mencionado antes, hay muchos puntos por los cuales la lectura de Eugenia costará cierto esfuerzo a un lector actual; sobre todo, a aquellos que no conocen mucho del género; aún así es una lectura muy recomendable, sobre todo para conocer el pensamiento de un autor de principios del siglo pasado y cómo esperaba él que fuera el futuro en aquellos tiempos.
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Macario (1959)
Por Abraham M. Vázquez*
Macario es una adaptación de la novela homónima escrita por Bruno Traven en el año 1950, la cual tiene como argumento principal el deseo de un vendedor de leña por comerse un pavo asado completo y de cómo esto le cambia la vida. * Abraham M. Vázquez se considera un ciudadano común y corriente. Ingresó hace algunos años a la escuela de Técnicos en Urgencias Médicas de la Cruz Roja Mexicana, cuya profesión ejerce hasta la fecha. Su primer acercamiento real al mundo de la literatura fue en la secundaria. Es ahí cuando conoce a Rudyard Kipling y su famoso Libro de las tierras vírgenes. Actualmente escribe una historia en un mundo de fantasía: Las crónicas del Tetraverso, historia en la que hasta la fecha sigue trabajando.
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strenada en el año de 1959, es la última cinta de lo que se llamaría la época dorada del cine mexicano, que abarcó las décadas de los treinta y cuarenta y finales de los cincuenta del siglo XX1. Ambientada en el México colonial, se construye bajo el telón de fondo de las festividades de todos los santos. Así pues, la cinta Macario es un acertado ejemplo de cómo adaptar una novela a la pantalla grande sin perder el sentido original de la obra. Aunque director y guionistas realizan modificaciones respecto a la obra original —la forma en la que se obtiene el guajolote por citar un ejemplo— los eventos principales que suceden en el libro se mantienen intactos. Pero, ¿qué hace que Macario se imponga al paso de los años y siga llamando la atención de nuevas generaciones? Una razón muy sencilla, hablar de Macario es recordar inevitablemente una de las costumbres más arraigadas de nuestro paìs: el día de muertos, y con ello, nuestra reverencia e irreverencia a esa figura de gran misterio y poder llamada “muerte”, cuya aparición es el detonante para todo lo que acontece tanto en el cuento original como en la película. Filmada en las locaciones de Morelos, Puebla, Taxco y las Grutas de Cacahuamilpa, el encanto natural y colonial de dichas ciudades crea el ambiente necesario para contar la historia y dar ese misticismo necesario para acaparar la atención del público. El climax de la película se da en el interior de las grutas de Cacahuamilpa, el último encuentro entre Macario y la Muerte, escena en la que ésta le muestra las almas de todos los seres vivos, representadas por cientos de velas blancas en el interior de una cueva. Más allá del acierto al elegir las locaciones en que se filmó, también hay que destacar el reparto elegido para interpretar a los personajes, quienes consiguieron dar esa chispa necesaria para hacer funcionar la historia en la pantalla grande. Y aunque la interpretación de Macario —a cargo de Ignacio López Tarso— es buena, La Muerte, representada por Enrique Lucero, es la que en realidad lleva todo el peso de la película y logra con dicha actuación, hacer una de Las Muertes más memorables del cine nacional. Un detalle que llama la atención en el filme, se encuentra en la esposa de Macario: Felipa —Pina Pellicer— ya que en la película no vemos a la esposa abnegada que retratan muchas cintas de este periodo, tal y como se menciona a continuación2: En Macario, destaca el tono que Pina Pellicer imprime a su actuación, el cual la aleja por completo del estereotipo de la mujer abnegada y sacrificada que era el típico en el cine mexicano de la época. A diferencia de otros personajes femeninos semejantes —como la Paloma interpretada por Columba Domínguez en Pueblerina (1948) de Emilio Fernández, o la Soledad creada por Stella Inda para El rebozo de Soledad (1952) del propio Gavaldón— la mujer de Macario no se conforma con quedarse en la sombra y compartir en silencio el sufrimiento de su marido. Por el contrario, ella actúa y resuelve la frustración del hombre, robando un guajolote y cocinándolo solo para él. 1 Silva Escobar, Juan Pablo. “La época dorada del cine nacional”. Revista Culturales, volumen VII, número 13. Mexicali, enero-junio, 2011. 2 Cita tomada del sitio http://cinemexicano.mty.itesm.mx/
Otro de los aspectos a destacar sobre esta obra, más allá del contexto social que muchos quieren agregarle, es la forma en que se maneja ese temor que se exalta cuando la gente se encuentra ante algo que no comprende y que le ocasiona un miedo que raya en la paranoia. Dicho temor, que por regla general encuentra eco en el terror colectivo de las mentes que son incapaces de distinguir entre el bien y el mal —y que se representa en la figura del Inquisidor—, es el factor catalítico que precipita la conclusión de la historia y que desemboca en el desafortunado final del personaje principal.
Ficha técnica: • • • • • •
Año de estreno: 1959 Dirección: Roberto Gavaldón Guión: Roberto Gavaldón y Emilio Carballido Fotografía: Gabriel Figueroa Música: Raúl Lavista Duración: 90 minutos
Reparto: • Macario: Ignacio López Tarso • Esposa de Macario: Pina Pellicer • La Muerte: Enrique Lucero • Don Ramiro: Mario Alberto Rodríguez • Inquisidor: Enrique García Álvarez • Virrey: Eduardo Fajardo • El Diablo: José Gálvez • Dios: José Luis Jiménez • Inquisidor: Miguel Arenas
Datos curiosos: • La película de Macario fue la primera cinta mexicana en ser nominada al Oscar en el apartado de mejor película extranjera. • A pesar de que la crítica aplaudió la actuación de López Tarso y de Pina Pellicer, no vio con buenos ojos el trabajo del director Roberto Gavaldón y esto a la larga ocasionó el declive de su carrera como director. • En la reciente cinta animada The Book of Life cuando los protagonistas llegan a la cueva de las almas, es un claro guiño hacia la escena de las grutas de Cacahuamilpa.
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Imagen de La Llorona, pintura original de Cate Rangel.
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La llorona Por Cristhian Chavero López*
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ay dos aspectos de La Llorona en México, la primera es la leyenda prehispánica y colonial; la segunda, es la canción istmeña que nos da tanta identidad. Se cree que la primera manifestación de la Llorona en Mesoamérica es el sexto presagio funesto que Fray Bernardino de Sahagún escribió a partir de lo que contaban los informantes autóctonos. “Muchas veces se oía: una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos. “La Llorona” o Cihuacóatl.
—¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos! Y a veces decía: —¡Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?”.
Sin embargo, antes de la llegada de los españoles, en toda Mesoamérica ya existía la leyenda de una mujer que lloraba cerca de los ríos. Es obvia la coincidencia con leyendas de otros pueblos sin relación con nahuas, otomangues o mayenses; tal es el caso de la Banshee irlandesa o el mito griego de Lamia. La siguiente parte de la leyenda es un mito urbano de la época colonial en la Ciudad de México, en lo que fuera la Nueva España. Trata de una mujer criolla —aunque algunas versiones mencionan que era nativa o tal vez mestiza—, que se casó con un español, con quien tuvo varios hijos. Un día, él se marcha a España por negocios y cuando vuelve lo hace con su legítima esposa. La mujer despechada asesina a sus hijos y luego se suicida. Se cuenta que después de estos eventos, por las noches se le puede escuchar gimiendo lastimeramente: “¡Ay, mis hijos!”. La profética narración del sexto presagio funesto podría ser una racionalización del fin de una época y muchas culturas similares, así como también una hecatombe para los habitantes de todo el continente. La leyenda colonial sería más parecida al destino de muchos mexicanos, que * Christian Chavero López es periodista por la FCPyS de la UNAM, director y editor de la revista Dark, además del proyecto editorial y revista Sangre y Cenizas. Actor, asistente de la compañía de teatro Drama Sangre y Cenizas, actualmente trabaja para la Universidad Abierta y a Distancia de México. Su primera novela se titula Apocalipsis Zombi.
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como dice Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, somos hijos de la chingada, de las queridas de los mejor posicionados, criollos, mestizos y peninsulares, que sobreviven a cambio de ser la amante y, por tanto, sus hijos ilegítimos. Estos relatos y leyendas son parte del folclor mexicano y motivo de numerosos cuentos o películas de terror. La Llorona, como las brujas hechas con bolas de fuego y los nahuales, serán un referente de lo macabro y nocturno.
En blanco y negro En el cine de nuestro país hay temas que se llevan a la pantalla una y otra vez. Así, son varias cintas que se ocupan de aquella mujer adolorida, asesina de sus hijos a los que llorará eternamente. La trama casi siempre ronda alrededor de una mujer juzgada y condenada a muerte, quien juró vengarse de los descendientes de aquel al que entregó su amor y luego la abandonó. Al menos eso es lo que nos narra la película La Llorona de 1960, dirigida por René Cardona, filme donde podemos ver a María Elena Marqués en el personaje principal; un Mauricio Garcés con una actuación algo extraña al lado de Luz María Aguilar muy jovencita; y Carlos López Moctezuma, quien es de alguna manera el narrador de la leyenda. En esta versión La Llorona viaja por el tiempo asesinando a los primogénitos de los descendientes de su amado. Cuando se hace mención a dicha leyenda aparece un gato negro y se levantan las cortinas de las ventanas aún cuando éstas permanecen cerradas. Cabe comentar que fue filmada en Guanajuato, ciudad que nos remonta siglos atrás al ver su arquitectura colonial. Anterior a esta película, ya se habían filmado cintas basadas en esta leyenda; por ejemplo, en 1933 aparece la película La Llorona, donde se desarrolla una explicación del tema con un ritmo pausado. Importante decir que algunos críticos de cine consideran esta película el inicio del cine fantástico y de terror en México. En la década de los cuarenta se filmó La herencia de la Llorona; posteriormente, la leyenda llegó a las películas de luchadores, donde el tema fue abordado en cintas como: Santo contra la venganza de la Llorona.
Terror, vampirismo y fantasmas Otra versión de esta leyenda fue dirigida por Rafael Baledón en 1963: La maldición de la Llorona, película en la que se puede apreciar la influencia de los ambientes de la novela gótica con aspectos como el castillo lúgubre en medio del bosque, la noche y sus tinieblas, una gran campana, el criado semimonstruoso, los perros come humanos y lo detectivesco, así como el misterio a resolver. Esta cinta es el colmo del eclecticismo, ya que se incluyen personajes multi terror, resultado de diversas leyendas. Por ello no es extraño que en ella aparezcan vampiros aulladores, La Llorona con una estaca en el corazón, un criado mezcla de Igor, Frankenstein y Riff Raff —del show de terror de Rocky—, un marido golpeado en lo alto de la torre, una carreta, etcétera. Rita Macedo como la encargada de hacer cumplir la maldición y que es un personaje entre vampira, practicante de vudú y murciélago calaca. Para cumplir la misión de revivir a una antecesora —la cual es una momia con una estaca clavada en el pecho—, manda traer a su sobrina, la más pequeña del linaje de La Llorona. Esta se encargará de sacar la estaca del corazón de la momia. Rosita Arenas interpreta a la joven sobrina que llega con su esposo, representado por el actor Abel Salazar.
Un dato curioso... El actor Carlos López Moctezuma interpretó a un narrador en la versión de 1960 y tres años después en La maldición de la Llorona dio vida al criado deforme, malvado y cómplice. Además, la versión de 1960 es dirigida por René Cardona, quien posteriormente actuó en la versión de Santo contra la venganza de la Llorona.
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Algunos textos FANTÁSTICOS
de Salvador Elizondo Por Marco Mora*
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alvador Elizondo (1932-2006) figura como uno de los mejores escritores de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Su obra es vasta; en cuestión de narrativa, además, interesante. Farabeuf o la crónica de un instante es el ápice endemoniado con que Elizondo nos abre al averno de sus aventuras, al constante que nos quiere decir que ha atraído por décadas adeptos lectores tocados febrilmente por su pluma. Farabeuf es como “Muerte sin fin”, un bello producto del perfecto manejo del lenguaje. Elizondo es atrevido hasta el cansancio: para él, el único sueño es el que se da en lo narrado, en lo descrito, en el texto o metatexto; el lector tiene que estar en paralelo, sintonizado, atento, pues de otra manera se condena al laberinto opaco y natural del fracaso. En Farabeuf hay también una sinestesia donde se enhebran los sentidos: la fotografía, en concreto, es el instante. La lógica de la narración queda evidentemente destruida. Entonces el tiempo también se ha destrozado: ¿cómo es, con todo ese tedio, que resulta asible al conocimiento de lector? Quizá el lector construye significados a partir del manejo del lenguaje, de todo lo que subyace; dígase ciertas claves con que se apunta lo inefable. No en vano lo simbólico lateral del erotismo, de la muerte, del chino, de lo cual se desprende una comprensión apenas posible y quizá relativa de la obra.
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Así como Farabeuf, con el estilo experimental de Elizondo, concentra cierta tensión, otros textos no menos interesantes también despiertan esta sensación ya que destacan apartados o pasajes que tienen que ver con la dislocación de los elementos narrativos universales: tiempo, espacio, personaje, voz, etc. Si consideramos, que lo fantástico siempre se encuentra entre las realidades, o que puede formar una realidad desprendida o medida con base en parámetros internos del texto, esto es, hacer una realidad imposible mas completamente natural de acuerdo con el mundo al que pertenece, entonces podemos comprender la parte fantástica de la literatura de Elizondo. También hay ciertas reglas para el género: en la Antología de la literatura fantástica, por ejemplo, J. L. Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo apuntan que uno de los elementos más importantes para considerar un texto como fantástico, es que este tenga un contexto relacionado con las atmósferas y temas fantásticos (fantasmas, vampiros, castillos, etc.), es decir, tiene que darnos una sorpresa. La sorpresa es un recurso al que Elizondo recurre en no pocas ocasiones; de modo que podemos mencionar que usa el metatexto (un texto que discursa sobre sí mismo
o sobre el proceso creativo) tanto como el tópico del sueño y de la gama de posibilidades que éste permite para causar ese sentimiento de sorpresa profunda e, inclusive, aterradora. En este breve texto donde podemos atisbar lo anterior; se lo encuentra en El grafógrafo y se titula de manera homónima: El grafógrafo a Octavio Paz Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.
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Es el habitante de una isla desierta. Este texto tiene una cadencia exquisita pues concentra una armonía peculiar desde el inicio y hasta su fin; de manera vertiLa central de esta llamada está en Zürich. cal y horizontal o diagonal: las palabras se vuelven en conjuntos Viene a visitarme un hombre. Dice llamarse Salvador Elide formas. ¿Qué percepción tiene el lector del texto? ¿Cómo lo zondo. Ha insistido con los sirvientes. Los ha obligado a franaborda? El texto comienza con una acción muy natural; sin emquearle el paso hasta mi yacija. bargo, a medida que avanza parece que se complica su entrama–Yo soy quien usted sueña ser todas las noches –me dice–. do discursivo. Mi nombre es Salvador Elizondo y soy el habitante de una isla desierta. La central está en Zürich. Llame usted… “El grafógrafo” tiene un perfil poético particular que lo hace Ha golpeado a los criados; ha único como metatexto. Lo forzado las cerraduras. Irrumpe fantástico está desbordado el tapanco donde yazgo. Su en su contenido práctico: El sueño es uno de los elementos que Elizondo en aliento febril agranda la cuerva un hombre se ve escribir toca de manera recurrente en cuanto al género de mis estremecimientos. que escribe que se ve esfantástico. La idea de un personaje que se –Yo soy el habitante de una cribir que escribe. Cierisla desierta. Me llamo Elizondo desdobla y se inserta en un mundo completo –dice–; tamente el texto es una la isla está situada en la reflexión sobre el oficio y con todas las posibilidades de existencia parece antípoda. Llamar a Zürich, núdel escritor, pero también una idea bastante atractiva para Elizondo. mero 3-24-42 para confirmar. es una muestra clara de la Estoy hecho de la sustancia ruptura de los planos nade la que están hechos los suerrativos y, además, de una ños. Tengo que volver a Zürich manera impresionante. La sorpresa a la que se expone el lector antes de que despierte. es casi proporcional al camino laberíntico que se ve mientras se -Desconsidere usted las fisonomías; especialmente esos avanza en la lectura. rostros vistos en el sueño. La naturaleza de estos fenómenos es una cuestión de óptica; el ángulo del rayo incidente es igual Como el reflejo eterno de los espejos, los verbos “escribir”, etcétera… Atienda, más bien, a su quehacer. Levanto el auri“imaginar”, “ver” y “recordar” se repiten una y otra vez dejáncular y marco: tres, dos, cuatro, cuatro, dos… Al cabo de tres donos la sensación de un eco que viene y va como en un zigzag señales alguien responde: infinito. -Yo soy quien tú eres…–dicen. En cuanto al sueño, hay que decir que es uno de los elementos que Elizondo toca de manera recurrente en cuanto al género En este texto se aprecia nuevamente el tópico el sueño y su fantástico. La idea de un personaje que se desdobla y se inserta en un mundo completo y con todas las posibilidades de existen- mundo donde lo imposible es posible y lo improbable, probacia parece una idea bastante atractiva para Elizondo. Los textos ble. Elizondo nos deja ver la escisión de los planos narrativos: del escritor que tienen que ver con el sueño generalmente son el texto nos da una sorpresa en el momento en que comienza circulares, por ejemplo lo que pasa en Farabeuf con la palabra la lectura. De hecho, todo está bien hasta que nos percatamos “¿recuerdas?” que es, ni más ni menos, principio y fin de la obra. de que Salvador Elizondo es el autor de ese texto porque, entonces, ¿cómo puede ser posible que el personaje se desdoble “Mnemothreptos” es un relato que tiene que ver con lo anen su creación? La importancia de la primera persona es una terior: primero, los dos niveles narrativos; luego, el cadáver de estrategia que vincula la explicación del relato cuando el final anfiteatro tendido sobre una plancha y soñando su metamorfonos menciona: “- Yo soy quien tú eres… – dicen.” La intriga está sis, su sueño. En el discurso lejano se presenta sólo al cadáver y saber cuándo realmente comienza el sueño y cuál es el momento su equivalente reflejo, no más. Sin embargo, en otro discurso el en que la realidad y el sueño se entrelazan y se tejen como un cadáver no sólo yace sino que aún vive tanto que hasta dialoga solo discurso. con la muerte. Los anteriores escritos a los que me he referido en este pequeEn “La historia según Pao Cheng” vemos otro ejemplo de liño artículo son una muestra del universo artístico y obsesionateratura circular. Como sucede en “Continuidad en los parques” do del lenguaje que poseyó el gran Salvador Elizondo. Me atrevo de Cortázar, en “La historia según Pao Cheng” Elizondo nos a decir que este escritor construyó una poética vinculada con muestra la permanencia de la historia a partir de las hebras bien el lenguaje. Para él, el escrito tiene que ser ejemplar pulcro del tejidas del lenguaje. ¿Qué pasa con el lector al leer este texto? buen dominio del idioma, sobre todo en sus niveles superiores Hay un efecto fantástico en la lectura de la narración, podemos de lógica y coherencia. Elizondo satisface siempre las necesidaubicar la estructura circular cuando el personaje queda condedes de ser alguien en otro, es decir, las necesidades de lo que es nado eternamente a no dejar de escribir o metaescribir ya que un lector: alguien en otro. como si se tratase de su propia sangre, la tinta con que escribe He querido pasar sutil revista de modo que el lector busque Pao Cheng lo mantiene vivo. la obra de Elizondo y encuentre en ella lo que aquí he comenEl lenguaje de Elizondo es un medio que se crea así mismo, tado. Además, estoy seguro de que todo el que lea a Elizondo materia prima de lenguaje de donde surge otro lenguaje. Hasta quedará fascinado con su prosa llena de bastantes visos poéticos Elizondo es sorprendido por Elizondo en “Una ocurrencia iny fantásticos. comprensible”: Ha venido a visitarme un hombre llamado Salvador Elizondo. Como insistió tanto no he tenido más remedio que recibirlo. Las visitas me inquietan porque generalmente rompen la continuidad de ese sueño que me gusta soñar. –Yo soy quien tú sueñas ser –me ha dicho.
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MENCIÓN HONORÍFICA DEL CONCURSO DE ILUSTRACIÓN: FANTASTIQUE CERO Título de la obra: Nuestra Señora del Mal (Fotografía y collage digital, 2015). Andrés Galindo (Ciudad de México, 1974). Hispanista por la Universidad Autónoma Metropolitana. Autor de Veinte poemas de la furia (Endora, 2010) y La oficina del olvido (Ediciones y Punto, 2015). Algunos de sus cuentos, poemas y ensayos han aparecido en diferentes revistas y antologías independientes, digitales e impresas, de México y España, entre las que destacan Penumbria, RegistroMX y 50 Palabras. Es fotógrafo aficionado y autodidacta. Actualmente diseña en el proyecto editorial independiente ArteSanoDigital.
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MENCIÓN HONORÍFICA DEL CONCURSO DE ILUSTRACIÓN: FANTASTIQUE CERO Título de la obra: Huehuecóyotl Joel Gerardo Marquina Corona nació un 7 de marzo de 1991 en Cuernavaca, Morelos. Actualmente es egresado de la Facultad de arte de la UAEM, en proceso de titularse. Su trabajo se enfoca en el dibujo y la ilustración; sus principales herramientas de trabajo son los bolígrafos, tinta china y actualmente de manera digital. Legusta explorar con la línea libre y crear figuras amorfas, generalmente. En las ilustraciones utiliza las metáforas como mayor fuente de inspiración.
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Tiempo destrozado
de Amparo Dávila, los mundos soterrados del espejo (primera parte) Por Marco Tulio Lailson*
1] La mayoría de los cuentos que comprenden el volumen Tiempo destrozado (1959) tienen como rasgo común que las situaciones narradas y sus personajes, violentan o aparentan violentar los parámetros establecidos por la racionalidad occidental para delimitar lo real. Son literatura fantástica. En consecuencia, conviene precisar para los fines de nuestro análisis, qué se entiende por fantástico. Según las definiciones en Introducción a la literatura fantástica de Svetan Todorov, lo fantástico es aquel suceso o personaje que vulnera o aparenta vulnerar los límites de la realidad socialmente establecida. Por este motivo su naturaleza es ambigua y en él se encarna la duda de si se está ante un acontecimiento plenamente sobrenatural o ante otro que es susceptible de interpretarse racionalmente. La incertidumbre ante su naturaleza inestable es su singo distintivo. Sin embargo, es necesario puntualizar que lo fantástico rara vez se presenta en estado puro, aislado. En cambio, suele irrumpir en las historias narradas junto a lo maravilloso y lo extraño. El primero, dice Todorov, consiste en la elocuente presencia de situaciones o personajes sobrenaturales y cuando acompaña a lo fantástico es porque los sucesos están marcados por una lógica irracional, pero no de una forma completa, plena, y dejan lugar a una posible explicación racional que provoca la presencia de lo ambiguo y con ella de lo fantástico. En contraste, cuando en la historia los sucesos tomados como sobrenaturales se resuelven con una explicación adecuada a la interpretación convencional del mundo, nos encontramos con lo extraño. Cuando éste se hace presente en compañía de lo fantástico el suceso inusitado puede tener una explicación racional, pero ésta no es del todo convincente, no descarta la posibilidad de estar ante un fenómeno que trasciende los límites del mundo
interpretado por la lógica aristotélica y, de este modo, se abre una duda que habilita la irrupción de lo fantástico. Hechas las anteriores puntualizaciones, habría que añadir que lo fantástico y las otras categorías que lo delimitan, se presentan siempre como una trasgresión de la normalidad, del telón de fondo en que trascurren las acciones narradas. En el caso de los cuentos de Amparo Dávila, la vida cotidiana, marcada por la monotonía y el conservadurismo. Además, es necesario comentar antes de analizar los cuentos de Tiempo destrozado, que la relación entre lo que se dice y cómo se realiza, permite establecer el tipo de literatura que se estudia. En el caso de lo fantástico y las otras dos categorías que lo delimitan —lo maravilloso y lo extraño—, existen dos tratamientos que permiten establecer dos redes o agrupaciones temáticas: los temas del yo y los temas del tú. En el primero de ellos, la realización del tema, su forma de abordarlo, tiene como característica principal la percepción del protagonista en la que radica el hecho sobrenatural o que aparenta tal naturaleza. Por lo anterior, la mirada tiene una importancia singular. Son temas que establecen una actitud estática ante aquello que rompe o aparenta romper los límites convencionales con que interpretamos la realidad. En cambio, en los temas del tú, los vínculos que el protagonista establece son los que abren la posibilidad de lo fantástico, lo maravilloso y lo extraño. Las relaciones establecidas por el personaje son fruto de su interacción activa con su mundo. No es de extrañar que estén marcados por la sexualidad y el lenguaje, capacidades humanas que sólo alcanzan su plenitud en función de nuestros semejantes. En ellos la amistad, el amor, la pasión, son puertas por las cuales puede transitar a mundos po-
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sibles, reales o imaginarios. Hasta aquí, parafraseando sucintamente a Todorov. 2] En los cuentos, objeto de nuestro estudio, es posible establecer tres categorías en función de cómo se presentan las trasgresiones, aparentes o no, a la cotidianidad en que habitan los personajes: una identidad individual que entra en crisis y origina acontecimientos sobrenaturales o que aparentan serlo; una presencia inquietante cuya naturaleza u origen provoca la alteración del mundo de los personajes y la combinación de ambas. Hay dos cuentos que no es posible incluir en las anteriores clasificaciones: «Fragmento de un diario (julio y agosto)» y «Un boleto para cualquier parte». En el primero, el narrador —donde el protagonista es, sin duda, un ser con una psicología fuera de la norma, pero no por eso sobrenatural—, muestra un carácter patológico y susceptible de presentarse dentro de la realidad convencional, aunque en casos excepcionales. Además, la lógica que sigue la narración se supedita sólo a la de ese ser enajenado, masoquista y obsesivo; no rompe los parámetros del mundo racionalmente concebido. En «Un boleto para cualquier parte» los parámetros de lo real tampoco se transgreden o aparentan hacerlo. A lo más participamos de la imaginación activa del narrador —protagonista de su delirio de persecución fácilmente identificable como tal y de la ansiedad que le provocan las responsabilidades sociales—. Por estas razones dejaremos de lado el análisis de ambos cuentos, porque en su naturaleza no existe, de manera clara o parcial, la ambigüedad inherente a lo fantástico. En cambio, dentro del primer grupo, con notables características fantásticas, se encuentran «Final de una lucha», «Muerte en el bosque» y «Tiempo destrozado». En ellos, los protagonistas sufren la ruptura del frágil equilibrio que les permite una existencia monótona y gris; fractura de su cotidianidad que los lleva a situaciones donde lo sobrenatural es elocuente o posible. Así, Durán, el protagonista de «Final de una lucha», encuentra o cree encontrar a su doble del brazo de Lilia, mujer a quien amó años atrás. La carga emocional del personaje lo lleva al asesinato del hombre que golpeaba a su amada y que vale suponer —aquí entra lo fantástico, con una clara presencia de lo maravilloso— era él mismo. La trasgresión probable de la realidad se vincula en este caso con otro nivel de trasgresión: el moral. «Final de una lucha» pertenece a las redes temáticas del tú. Esto es así porque la sexualidad y la pasión amorosa del prota-
gonista —las cuales han sido largamente reprimidas—, son la fuerza que lo impulsa a un tiempo a romper, en apariencia o no, las convenciones sobre la interpretación de la realidad y que rigen toda vida social. La activa participación del personaje ante el mundo, propia de esta red temática, se hace presente en la violencia del protagonista al final del cuento. «Muerte en el bosque» da cuenta de un personaje solitario cuyo nombre se omite. Es simplemente un hombre. Su realidad cotidiana lo agobia, pues debe padecer las exigencias de su mujer, a quien poco le importan sus muchas horas de trabajo y la merma de su integridad física que de ello se desprende. Al momento de cumplir una más de las exigencias de ella, se le presenta una alternativa a su situación; sin embargo, la escapatoria no se encuentra en lo convencional de su vida cotidiana, está en apariencia o no, más allá: en un bosque donde finalmente podrá despojarse de su identidad humana y ser árbol, situación preferible, a pesar de los riesgos que conlleva, a seguir con su rutina diaria, una verdadera muerte en vida. De igual manera y con la misma validez es posible suponer que en ese bosque encontrará la muerte, en sentido literal, sin metáforas ni transformaciones. La ambigüedad del cuento permite la presencia nítida de lo fantástico, que en esta ocasión sirve de puerta para que el protagonista recupere la identidad que su entorno familiar le ha arrebatado: la muerte, en un sentido figurado o literal, implica un acto desesperado y extremo, que es producto de una voluntad individual que al protagonista anónimo le ha arrebatado la cotidianidad en que está inmerso. Muere para ser, de nuevo, dueño de sí, y para recuperar su individualidad, su dignidad, que el peso de la obligatoriedad social no le permitió ejercer en vida. A diferencia de «Final de una lucha», «Muerte en el bosque» pertenece a los temas del yo. La súbita revelación que sufre el protagonista se origina desde y a partir de un cambio en su percepción del mundo, que aunque extrema, tal vez le permita encontrar otra identidad más plena. Dicha posibilidad la conoce el protagonista por medio del sentido propio de la red en cuestión: la mirada. El tercero de los cuentos de la categoría ahora estudiada, “Tiempo destrozado”, es el más abierto a lo irracional entre los que comprenden el volumen. Narrado en primera persona, la protagonista refiere situaciones delirantes u oníricas en distintos momentos de su vida. Se muestra indefensa, frágil ante una ló-
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gica hostil y excesiva que trata de subyugarla, hacerla sucumbir en torrentes, apresarla para borrar toda identidad. Esa alteridad es una amenaza constante, que pone en crisis a la protagonista y la hace huir entre estanques, librerías, ferrocarriles en marcha. Si sucumbe tal vez encuentre la locura o la muerte. Sin embargo, lo más angustiosos de esa persecución radica en la naturaleza del asecho que se cierne contra la protagonista. Esto no por lo siniestro de ello ni por su reiterada presencia en ámbitos distintos, sino porque parece parte de la misma protagonista, fruto de su delirio, que por una causa que se escapa a nuestra comprensión pareciera que posee identidad propia, por lo que según la teoría de Todorov, el cuento se resuelve en lo maravilloso, aunque con presencia de lo fantástico toda vez que es dado suponer que la explicación a esas inquietantes amenazas se encuentra en la imaginación febril de la protagonista. Con todo, queda claro, que huir de sí mismo es una pretensión inútil y en dicha condición radica su fatalidad, su carácter trágico.
Por lo antes expuesto “Tiempo destrozado” pertenece a la red temática del yo. No hay duda que es en la percepción de la protagonista, su conciencia, desde donde se originan los sucesos que rompen o aparentan romper la interpretación racional del mundo. Podría argumentarse que desde el título el cuento remite a una situación de movilidad, en función de que el tiempo sólo es concebible como tal a partir de esa característica. En consecuencia, nos encontraríamos ante una relación activa ante el mundo, propio de las redes temáticas del tú y no de las del yo. Sin embargo, los sucesos inquietantes, si bien se presentan en distintos momentos de la vida del personaje, también tienen un carácter estático. Su misma recurrencia da cuenta de un conflicto no resuelto con su mundo y aunque se presente en distintas manifestaciones y momentos, es siempre el mismo. Su irresolución determina su carácter estático, de un ser destrozado. 3] El segundo grupo de cuentos, el que se caracteriza por presencias, reales o no, que provocan ruptura en el orden en que habitan los personajes, está formado por «El huésped», «La quinta de las celosías», «Alta cocina», «El espejo» y «Moisés y Gaspar». En el primero, un ser inquietante pone en crisis la vida familiar de la protagonista. La actitud acechante de ese huésped, la irracionalidad de su violencia, conductas que podrían pertenecer lo mismo a un animal que a un hombre, crean en el lector un sentimiento de incertidumbre que habilita con nitidez la presencia de lo fantástico. Sin embargo, lo más inquietante del personaje es la manera como se introduce al hogar de la protagonista: invitado por el marido, un hombre autoritario que rige sobre la voluntad de su mujer y sus hijos en un poblado aislado y rural. Este dato permite al lector elaborar conjeturas: ¿Es el huésped una extensión del marido?, ¿Qué vínculos los unen? ¿Son un mismo ser, una presencia duplicada que en esa trasgresión a los parámetros de lo real hace más patente su nivel de violencia? ¿O es sencillamente un amigo o un animal capturado en alguna cacería? La vacilación se apodera del lector y lo fantástico se hace presente. La tensión propia de su ambigüedad permite mostrar el dolor de la esposa y de la mujer que la ayuda en las labores domésticas: son presas de un machismo que no se limita a actuar en el ámbito de la realidad racionalmente interpretada, que se hace presente desde un tipo de violencia cuya irracionalidad no es, o aparenta, sólo moral, sino también epistemológica, pues abre
ventanas por donde una posible realidad alterna se filtra, cuestionando así los límites convencionales con que conocemos el mundo. De acuerdo a lo expuesto, «El huésped» pertenece a las redes temáticas del tú. La violencia que ejerce el marido es lo que permite la aparición de lo sobrenatural ,o de lo que aparenta serlo. En este cuento se registra el ejercicio de una sexualidad marcada por afán de dominio, cuyo énfasis radica en una constante duda sobre su verdadera naturaleza, que llevada al plano de lo fantástico, permite conjeturar sobre una identidad masculina que al fracturase se animaliza o en otra —opuesta a la anterior sólo en lo ontológico, no en lo moral—, animalizada, tendiente a lo humano, pero que no alcanza su condición a causa de un instinto depredador que es incapaz de superar. En «La quinta de las celosías», el joven protagonista, Gabriel Valle, estudiante pobre y solitario, conoce la identidad soterrada de la mujer a quien ama: Jana, huérfana de ambos padres, estudiante acuciosa de técnicas de embalsamamiento que habita una casa aislada, cerrada al mundo exterior como un féretro, situación que sustenta la pertinencia del título. Sin embargo, no es Jana la única moradora de ese espacio, lo pueblan otras presencias inquietantes: Walter, siervo o ayudante del que se ignora su fisonomía pero cuyos pasos y respiraciones insinúan en la mente del protagonista y el lector una apariencia grotesca y estremecedora. Los retratos vivos de los padres finados de la muchacha ,hacen suponer un trabajo artístico excepcional al ser imágenes dotadas de una existencia capaz de vencer los rigores de la muerte. Tal vez la presencia más inquietante del cuento sea la de Jana. Detrás de su apariencia de estudiante disciplinada y metódica, semblante que provoca el enamoramiento del protagonista, se encuentra un ser volcado sólo en el interés por la supervivencia de su mundo. Su crueldad, vileza moral, contrasta con la gracia y encantos que proyecta hacia Gabriel Valle y que serán las causas de su perdición. Por lo antes argumentado, en «La quinta de las celosías», lo maravilloso se hace presente aunque no de un modo pleno, sino con la huella ambigua de lo fantástico. Ésta no sólo se hace ver en la incertidumbre que provocan Walter, así como los retratos de los padres de Jana, sino también y sobre todo en las causas que motivan las acciones de ella. ¿Es un ser enloquecido por el dolor de haber perdido a sus padres en trágicas circunstancias, o la depositaria de un legado de crueldad y abyección cuyo origen se encuentra en seres sobrenaturales de ultratumba? Los anteriores argumentos permiten ubicar a este cuento dentro de las redes temáticas del tú. La relación que establece Jana con Gabriel tiene una carga destructiva —acción que conlleva el sacrifico del otro para alimentar compulsiones de este o de otros mundos—. Puede argumentarse que justo por esta negación del otro, el cuento no pertenecería a las redes del tú. Sin embargo, hay que hacer énfasis en que Jana precisa de ese otro y establece un vínculo con él —si bien en términos aviesos es también vínculo a fin de cuentas, sin el cual sus propósitos, sobrenaturales o no, se verían frustrados—. En el breve cuento «Alta cocina», los personajes inquietantes no son victimarios, sino víctimas. El suplicio que padecen a manos de los que representan la normalidad —adultos ecuánimes, sin indicios de perturbaciones en sus conductas—, solo es comprendida por la narradora, tal vez una niña. De esta manera el mundo de la infancia se opone por su sensibilidad y capacidad para aproximarse a lo real sin los cartabones impuestos por el racionalismo, al ámbito del adulto, que es aceptado bajo los parámetros de las normas sociales, que se ostenta como modelo
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de conducta, pero que a la luz de otra escala de valores más huen el momento cumbre de la noche: las doce horas. Pareciera mana y menos soberbia, bien podría padecer de abyecciones y que desde ese eje o centro del tiempo, seres de otros ámbitos patologías siniestras. se aproximan al nuestro por la puerta que les resulta idónea, el territorio de lo otro, distante y próximo, lo que captura las idenTal situación implicaría una ética supeditada a la posibilidad tidades y las muestra desde un de trasgredir los parámepolo opuesto: el espejo —ruta tros de la realidad racioal abismo interior, ventana a nalmente interpretada. otros mundos posibles—. Y si Quienes no se sujetan sólo tales presencias son realidades a esos límites tienen mayor que producen desasosiego, con capacidad para conocer al lo que el cuento pertenecería otro en cuanto tal, a recoa lo maravilloso, no es menos nocerlo como semejante incuestionable el hecho de que a pesar de sus diferencias sólo los personajes ya referidos físicas, de sus medios sinsean quienes lo perciben, con gulares de aproximación lo que se abre un margen de a la realidad e incluso de incertidumbre que permite la sus particularidades onpresencia de lo fantástico. tológicas. Por ello, en este relato vemos que sus seres Esto es así porque vale susufrientes representan la poner ante el fenómeno menclave para permitir la precionado, al menos dos posibles sencia de lo fantástico reexplicaciones, una de carácter lacionado con lo extraño, sobrenatural y la otra de índole pues para el lector es posiracional: la madre y el hijo son ble suponer que esos seres los únicos capaces de ver la inson algún tipo de animal, minente irrupción del mundo sacrificado y martirizado en el espejo, porque los une para ser deglutido, pero con él algún designio incomalgunas de sus caracteprensible, aunque ominoso, ya rísticas —sus insistentes que son seres marcados por la chillidos y sus miradas sufatalidad y deben padecer sus plicantes— no se ajustan a dictados inescrutables. Tal vez esa explicación y podrían el origen de su infortunio se ser válidas para criaturas deba a vicios morales que comde otros mundos posibles. partan, cuya presencia se materializa en los azogues del espeDe lo anterior se desjo que así pondría en evidencia prende la pertenencia de un lado oculto y abyecto de los «Alta cocina» a las redes personajes. temáticas del yo. La aguda percepción del narrador Sin embargo, también es infantil o con capacidades dado suponer que si la madre Pareciera que desde ese eje o centro del tiempo, y el hijo participan de la visión de niño, es el medio por el cual conocemos a seres seres de otros ámbitos se aproximan al nuestro por aterradora, se debe a un fenócuya naturaleza u origen la puerta que les resulta idónea, el territorio de lo meno de sugestión producido es imposible determinar otro, distante y próximo, lo que captura las iden- por la influencia dominante de con exactitud. tidades y las muestra desde un polo opuesto: el la madre. A fin de cuentas es la figura familiar del proVale señalar una singuespejo —ruta al abismo interior, ventana a otros única tagonista —ignoramos qué ha laridad en el tratamiento mundos posibles—. sido del padre— y el peso que temático de este cuento. Si esto significa no debe menosbien el sentido de la vista preciarse. Además, también es está presente para percibir ella la primera en presenciar la amenaza de lo alterno contra lo fantástico, también esta capacidad pasa a un segundo plano nuestro mundo, lo que pudo ocasionar pánico en el protagonispara dar prioridad a otra: el oído. Tal situación no tiene como ta, similar al que sufre su progenitora. consecuencia el cambio de categoría temática de «Alta cocina», pues las redes del yo tienen como principal característica que el Pero al margen de una u otra explicación, lo cierto es que el fenómeno fantástico se origina a partir de la conciencia del permundo soterrado de los espejos resulta inquietante por sí missonaje y su relación con su mundo. En dicha relación es cierto mo. En sus aguas se encuentran nuestras identidades íntimas, que la vista predomina, pero esta situación no excluye las capaaquellas que negamos porque incomodan. También es dado cidades perceptivas de otros sentidos. suponer, aunque para ello sea necesario prescindir de la razón como única herramienta de conocimiento de la realidad, que a En «El espejo», un mundo alterno al nuestro es percibido por través de un objeto que replica inversamente al mundo, otros se el protagonista y su madre en el más cotidiano de los escenarios, hacen presentes y fracturan nuestra certeza arraigada. un cuarto de hospital. Si la espacialidad es del todo intrascendente, no lo es la temporalidad. La revelación en cuestión ocurre Podría suponerse —dado que es la percepción de los prota-
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gonistas la que por medio de la vista hace posible la presencia de dirigen esfuerzos para ser el centro de su vida. Conforme la relo fantástico junto con lo maravilloso en «El espejo»—, que este lación se prolonga su presencia se vuelve la causa de su ruina. relato debe pertenecer a las redes temáticas del yo. Sin embargo, ¿Quiénes son estos seres capaces de semejante manipulación tal argumentación pasa por alto dos situaciones que a nuestro a pesar de carecer de condición humana? ¿Por qué ni Leónidas parecer resultan esenciales ni José son capaces de despara la caracterización tehacerse de esos personajes? mática del cuento: son dos y ¿Qué estrechos vínculos los ¿Quiénes son estos seres capaces de semejante unen con los dos hermanos?, no solo uno los que presencian el suceso y entre ellos manipulación a pesar de carecer de condición ¿Son representación de ellos existe una relación estrecha. humana? ... ¿Son representación de ellos mismos, mismos, de su lado oculto, de La percepción alterada o de su lado oculto, de sus pulsiones soterradas que sus pulsiones soterradas que trasgresora de los paráme- irrumpen en la realidad para poner su interpreta- irrumpen en la realidad para tros racionales de un indiponer su interpretación hación habitual en entredicho? viduo es lo que determina bitual en entredicho? ¿O son la pertenencia de la obra a una carga que implica expialos temas del yo. Pero aquí ción, consecuencia de actos son dos testigos del suceso insólito: madre e hijo, situación que inconfesables por los hermanos tal vez en tiempos de guerra, desprende un vínculo afectivo, amoroso, incluso sexual. Ante tal marcados por la abyección y de los que el lector no tiene notisituación, las características propias de los temas del tú quedan cia? Y si esto es así, ¿qué fuerza superior, qué justicia de carácter de manifiesto y permiten conjeturar con validez que la ruptura supra humano los impuso en la vida de Leónidas y José? Las de un tabú guarda relación, ya sea de índole irracional o racioconjeturas sobre Moisés y Gaspar repercuten en la conciencia nal, con la fractura del modo habitual con que interpretamos el del lector, con una certidumbre casi total de que se trata de seres mundo. Percepción de la realidad y de la moral, que de nueva sobrenaturales, lo que llevaría al cuento al terreno de lo maravicuenta diluyen sus límites y convergen. lloso. Sin embargo, al no ser descritos los personajes en cuestión se abre un nivel de ambigüedad que permite la presencia, miti«Moisés y Gaspar» es el último de los cuentos en donde seres gada pero real, de lo fantástico. inusitados perturban nuestra interpretación habitual de la realidad. El protagonista, José Kraus, es un hombre solitario que El hecho de que Moisés y Gaspar sean la herencia de un herrecibe como herencia principal, a consecuencia de la muerte de mano a otro, sitúa al cuento dentro de las redes temáticas del su hermano Leónidas, la custodia de Moises y Gaspar, los pertú. Es la relación fraterna la que permite la existencia de esos sonajes a los que el título remite. A José lo unía con su hermano seres sobrenaturales o que se acercan a esta condición. Pero el un lazo estrecho de amor que ni la guerra ni las vicisitudes poslegado en cuestión está marcado por la duda, la incertidumbre: teriores de sus vidas pudieron deshacer. sabemos que los hermanos se amaron, aunque la supervivencia de uno en el otro, a través de los seres que mantienen el vínculo Moisés y Gaspar tienen una naturaleza difícil de dilucidar. fraterno más allá de la muerte de Leónidas, tenga una connoParecieran ser criaturas indefensas que sufren la pérdida de su tación perversa. amo. Sin embargo, no le es dado al lector saber si son animales extraños, algún tipo de fauna exótica, o seres sobrenaturales. Tal situación tiene un correlato con las características físicas Su actitud contribuye a esta ambigüedad. Por un lado ante la y morales de Gaspar y Moisés. Son seres similares a los animapresencia de su nuevo amo se muestran dóciles —incluso así les, pero capaces de realizar acciones propias del hombre. Son se presentan ante la portera del edificio donde habita Leónidas, de apariencia dócil e inofensiva que en el trato cotidiano y en cuyo cadáver ella encuentra—. Nada hace suponer al lector de ausencia de sus amos, se convierten en una carga, opresiva, desque se trata de seres capaces de alterar el orden establecido. No tructora. Son ellos, desde su ambigüedad, quienes posibilitan la obstante, una vez que inician su vida con el protagonista, la sipresencia de lo fantástico, al ser quienes realmente controlan a tuación cambia. Su apariencia inofensiva comienza a dar visos aquellos que en apariencia pertenecen al mundo común. de violencia subrepticia que se expresa por medio de chantajes emocionales hacia José. Llaman constantemente su atención,
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Nostra Morte, o música para recordar que la muerte está en cualquier esquina Por Gonzalo Ramos*
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usionaron los límites entre la literatura fantástica y el arte de las musas; hoy son una banda consolidada que pone en alto el nombre de México recordándole al mundo que la muerte siempre va a ganarnos la apuesta de la vida. A veces es tan común utilizar términos con significados muy profundos en cosas banales. Por ejemplo, ayer utilicé la palabra “muerte” para informar a mi entorno familiar que mi teléfono móvil dejó de funcionar. Su pantalla negra, que ahora refleja mi rostro, es el símbolo inequívoco de que su alma electrónica ya no se encuentra entre nosotros. Sin embargo no es tan errado hablar todo el tiempo sobre la muerte cuando la realidad es que se puede encontrar en cualquier esquina. O al menos esta es la premisa en la mayoría de las líricas de Nostra Morte, una banda de rock sinfónico cuyas líricas giran en torno a la llegada inevitable de todos nosotros, seres finitos, al infinito reino de Hades.
* Gonzalo Ramos ha laborado en diversos ámbitos de la comunicación, desde la producción radiofónica hasta la publicación periodística. Estuvo a cargo de la programación de la radio por internet Atomico.FM a lo largo de un año y posteriormente fue encargado de Radio y Multimedios de la revista de política Luces del Siglo, donde posteriormente colaboró como reportero y finalmente editor de contenidos tanto de la revista impresa como de su página web.
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Este congregado de seis almas que se encontraron y unieron Todo empezó con la literatura fantástica. Sus líderes han en la ciudad mexicana de Tepic, Nayarit, a seis años de haber co- reconocido que en un principio ni siquiera habían tomado en menzado el nuevo milenio, llevan en cada canción el mensaje de cuenta la posibilidad de que una serie de cuentos que hablaban que la muerte está cerca. Desde el pade la muerte y las circunstancias en norama más común, que es la muerte las que puede llegar, resultaran en natural, hasta el azaroso destino de caer una propuesta musical interesante Ven a este corazón, en manos de un asesino serial, pasanpara miles de personas en el mundo. ven a esta canción. do por relatos clásicos de la mitología Casi 50 mil si nos basamos en sus seHoy tu vida murió, acerca de este tema. guidores de redes sociales. hoy seguirás mi dolor. La justificación a esta ideología la En este mundo con miles de poencontramos en su canción homónisibilidades, la muerte puede llegar Hoy la muerte te apostó, ma, publicada en su primer álbum “Un accidentalmente, envuelta en gloria, toda una vida se te dio, cuento antes de morir”, lanzado en de forma natural o a través de los ya ni trates de escapar, 2009, que es un constante recordatorio sueños. Aunque no hay que dejar de todos ya saben tu final. de que la muerte apostó con nosotros lado la remota posibilidad de que un desde el principio de nuestra vida con enfermo asesino quiera que seas partoda seguridad de que finalmente pote de su orquesta de diez voces que (Fragmento de la canción Nostra Morte) dría cobrarse con nuestra alma. sufren indecibles torturas. Con este corolario como principio básico de su filosofía, lo que comenzó como un proyecto de Que fantástico es el lamento siamés cuentos musicalizados llevó a Alferis DaMort –conocido en el de diez voces gritando a la vez. mundo de los vivos como Jorge Manuel–, junto con Pier LeCasi puedo encontrar Mort –seudónimo de Daniel Pier, compositor y productor–, a lo que vine a buscar. concretar la búsqueda de músicos para formar una agrupación Hoy tu muerte será colosal. que le diera vida a esos relatos. Voy a ver que tengo por aquí: Actualmente las líricas y voz gutural de Alferis, así como la bata, escalpelo y bisturí, guitarra y teclado de Pier, se complementan con la voz soprano puntiagudos trozos de metal de Nitza OreMort, la contraparte barítono de Eiven DuMort, y un taladro que te hará entonar. el acompañamiento rítmico de Malek DeMort, la línea de bajo de Enhell DaMort y la base rítmica desde la batería de Arcan (Fragmento de la canción Réquiem de Mort) DiMort. Su talento los ha llevado a “saltar el charco” a partir de la publicación de su segundo álbum “Sin Retorno” en 2012. Pero a pesar de ello y sus notables influencias internacionales, la mayoría de sus líricas transportan inevitablemente a las tradiciones mexicanas, con su peculiar cosmovisión sobre la vida y, principalmente, la muerte. Quizá el mejor reflejo de esta mexicanidad salta a la vista en su canción “Cuando la muerte se viste de gloria”. El relato de la batalla entre un pueblo nativo del noroeste de México contra “demonios que no caen peleando” puede ser trasladada a cualquier parte del país durante la conquista. Cada estrofa refleja el sentimiento del indígena cuando llegaron los hombres blancos a arrancarle todo lo que había construido a base de sangre, sudor y lágrimas. Aunque cadenas de acero sepulten el cielo y detengan mi andar. Aunque los truenos de un rayo me arranquen la vida escupiendo metal. Aunque caciques tiranos el viento y la lluvia me quieran quitar. Con mi machete en la mano a la voz de mi pueblo lograré liberar. (Fragmento de la canción Cuando la muerte se viste de gloria)
Naturalmente, hablar de la muerte puede no resultar muy grato para algunas personas. Si a esto le sumamos el estilo gótico de la imagen de Nostra Morte como banda, sus nombres relacionados con la muerte y sus peculiares vestuarios en el escenario, es una combinación que cualquier septuagenario rechazaría tajantemente, tildándolos de satánicos. Por eso si quieres conocerlos, sólo te aviso que es música que, muy seguramente, no aprobará tu abuela. No quiero vivir si tengo que morir; péndulo fatal detente para mí, el reloj de piel dejara de latir esta es la prisión donde acaba mi tiempo. (Fragmento de la canción La prisión de los cien años)
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Emperador Miedo Un segundo grito le regresó a la realidad, y rápidamente identificó su origen; atravesó los caminos entre las primeras chozas para adentrarse aún más al pueblo, cuyas viviendas comenzaban a perder la forma de ruinas vacías. Fernando de la Rosa Castillo Del escritor mexicano Fernando de la Rosa Castillo, llega Emperador, siendo Miedo la primera de la saga. Novela de fantasía oscura, en donde los personajes principales representan una parte de la psiquis humana , los cuales deben superar el miedo que los invade. En este primer tomo conocemos a Oneroi, un personaje sumido en la locura y a Arde, un noble guerrero arrepentido de su pasado, quienes se unen para esclarecer el misterio de la guerra que asola al reino, y que ha transformado a sus habitantes en terribles monstruos cegados por sus miedos. Disponible en plataformas electrónicas como Amazon, GoogleBooks y iBooks; es una novela dirigida a un público juvenil cercano a la obra de J R. R. Tolkien y J. K. Rowling, en el cual encontraremos un mundo fantástico para ser explorado, a través de una aventura épica cuyo hilo conductor es el destino.
Proyecto Ikarus / ENTREVISTA “Todo lo que el hombre sueña, es factible de realizarse”. Disponible en plataformas electrónicas como Amazon, GoogleBooks y iBooks; es una novela dirigida a un público juvenil cercano a la obra de J R. R. Tolkien y J. K. Rowling, en el cual encontraremos un mundo fantástico para ser explorado, a través de una aventura épica cuyo hilo conductor es el destino. José Luis Fonseca es originario de Mexicali, es egresado de la Universidad Autónoma de Baja California en la Licenciatura de Derecho. El Proyecto Ikarus es su primer trabajo como escritor y fue presentado de manera oficial el 24 de octubre del 2013 en la Casa de la Cultura en Mexicali. Su tiraje inicial fue de 200 libros. Actualmente es posible conseguir la novela en formato electrónico mediante la plataforma de Amazon a un precio de 63 pesos mexicanos. Para conocer más del Proyecto Ikarus: • •
http://proyectoikarus.com/ https://www.facebook.com/Proyectoikarus
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urante una noche de insomnio, mientras José Luis Fonseca observa uno de los tantos documentales que existen en torno a los misteriosos eventos ocurridos en la comunidad de Roswell Nuevo México, surge una pregunta que lo llevaría a un lugar insospechado de su imaginación: “¿Qué haríamos realmente de poseer tecnología alienígena?”.
JL: Se da porque durante la primera década de este siglo fuimos bombardeados con información respecto de supuesto apocalipsis maya en el 2012, lo que me hizo estudiar a detalle lo referente a esa cultura, y un dato curioso es el de su desaparición, lo cual llamó poderosamente mi atención, y al seguir investigando, fue que me encontré con la teoría de que se habían marchado a las Pléyades, y siendo
No hizo falta nada más para que su imaginación se viera capturada y fascinada por la idea. Y mientras se dejaba llevar por cada una de las posibilidades de esa pregunta, pronto se extravió en lo profundo del universo hasta que sus pies (o mejor dicho su imaginación) pisó el suelo de algún mundo de las lejanas Pléyades. Cautivado por lo que observó en ese apartado lugar, y ante la necesidad de contarle al mundo este descubrimiento, comenzó a surgir una trama que con el paso del tiempo se convirtió en el Proyecto Ikarus. Con poco más de tres años de proceso creativo, y con el influjo de varias series y películas de ciencia ficción (entre las que destacan Star Wars, Star Trek y Aliens), por fin José Luis concreta el primero de cuatro libros que tiene previsto para este universo. Para conocer un poco más de este proyecto, nos pusimos en contacto con él y le planteamos las siguientes preguntas: Fantastique: De una u otra manera, muchas veces nos influenciamos de diversas fuentes antes de crear una historia propia, ¿cuáles consideras han sido tus mayores influencias para crear el Proyecto Ikarus?
José Luis: Mis influencias más directas no provienen de escritores de ciencia ficción, ya que al momento de iniciar a elaborar la historia de Proyecto Ikarus, las novelas de género no formaban parte de mi biblioteca. Por lo que mis influencias provienen de películas de ciencia ficción o fantasía, así como de videojuegos, ya que en casa desde que tengo 5 años hay una consola. F: ¿Cuál de todas ellas en específico consideras la más importante y porque?
JL: Creo que Star Wars, Star Trek, Aliens, que independientemente de la trama de cada una de ellas, son los elementos que las hacen únicas, las tecnologías utilizadas, el hecho de asegurar que la humanidad va a prevalecer y que seremos capaces de salir del planeta, y descubrir mundos lejanos. F: Hablando de las tecnologías y dado que es un elemento muy importante en la historia, ¿cómo surge la idea de la tecnología Ishtar?
que una de las estrellas de esa constelación lleva por nombre Maya, es que decidí que en Proyecto Ikarus el hombre encontraría esa tecnología, a la que bauticé como Ishtar. Y fue justo con esa tecnología que la humanidad dio un enorme salto evolutivo en
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ciencia y tecnología que le permitió colonizar gran parte de la Vía Láctea. Sin embargo y como un homenaje a los mayas, los planetas en las Pléyades estaban abandonados, dejándonos únicamente el conocimiento. F: Durante el proceso creativo de una historia, siempre encuentras elementos que te crean cierto conflicto al tratar
científica, lógica y racional, mi intención siempre ha sido que el lector pueda percibir que la historia que está descubriendo podría suceder. Es por ello que considero que la parte más difícil fue la de impregnar la realidad suficiente que permitiera creer que lo que sucede en la novela es posible. F: Por el contrario, siempre hay algo en toda la historia que resulta ser tu preferida y a la que le dedicas un poco más de tiempo que todos los demás elementos. ¿Cuál consideras fue ese elemento y por qué te agrada trabajar con él?
JL: Si bien —y no lo digo porque sea mi novela— me fascina toda la historia del Proyecto Ikarus, te puedo decir que el elemento que más disfruto de elaborar, son los escenarios, los lugares donde se desarrolla la trama, hay ciudades que en realidad me gustaría poder visitar. F: Siguiendo con lo que es el Proyecto Ikarus, cada vez que te hacen alguna entrevista, ya sea por cuestiones de tiempo o porque ya hay un dialogo preestablecido, muchas veces como escritor te quedas con ganas de desarrollar ciertos temas sobre tu creación. ¿Cuáles son esos temas que a ti en lo personal te hubiera gustado desarrollar y por qué?
JL: Buena pregunta, sucede que el tema del que no he hablado en absoluto y que siento deseos de poder exponerlo, es el hecho de que Proyecto Ikarus, la historia completa está compuesta de cuatro tomos, hay demasiada información, un gran número de personajes, de situaciones que están almacenadas, y pues probablemente sea apresurado hablar de ellas y no es el momento, ya que actualmente estoy tratando de darle difusión al primer libro.
de plasmar la idea, en tu caso: ¿qué fue lo más difícil de desarrollar?
JL: Me impuse a que aunque era una novela de ficción, trataría de que todo tuviera una explicación
El proyecto fue financiado por su propio bolsillo al carecer del apoyo de una casa editorial. Al respecto él nos comenta: “Hay un hermetismo enorme entre las editoriales y los autores noveles, me atrevería a decir que hay excelentes autores y libros que probablemente no lleguen a conocerse debido a la negativa de las editoriales. En mi caso no he logrado siquiera a acercarme, no ha habido un contacto, les envías tu manuscrito, y si tienes suerte responden que fue recibido, hasta ahí he llegado. Supongo que el problema real se da que aquí en México no existe un vínculo lo suficientemente fuerte y confiable entre las editoras y los escritores, es por ello que muchos estamos optando por la auto-publicación y venta por medios electrónicos como Amazon”.
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Antología de cuentos Núm. 1
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5 de mayo
Por Paulo César Ramírez Villaseñor*
Palacio Nacional. Ciudad de México. Julio de 1861 —A Inglaterra se le deben 69 millones, 9 millones a España y 2 millones a Francia. —No podemos cubrir eso, decrete una suspensión de pagos. —Pero, Señor Presidente, si hacemos eso sin duda seríamos invadidos por alguno de esos países, si no es que por los tres al mismo tiempo. —Tiene usted razón, Señor Ministro. Envíe una impresión a distancia al General López Uraga para que prepare al Ejército de Oriente ante una posible invasión. Dígale que se plante en el puerto de Veracruz. —Imagino que también querrá que se imprima el decreto en el diario oficial de la federación. —No se limite, Señor Ministro. Haga que se imprima también en la prensa, en El Constitucional, La Unión, El Republicano, El Siglo Diez y Nueve… En fin, en los principales diarios. Hay que pensar en grande. —Con el debido respeto, Señor Presidente, lo que está diciendo es una barbaridad. —Lo mismo me dijeron cuando decreté quitarle los bienes a los indígenas y a los curas, pero ahí no reclamaste nada, Miguel —dijo el presidente, cambiando el tono de su voz a uno menos formal, situación que Miguel Lerdo de Tejada notó inmediatamente. —Sabes bien que no es lo mismo, Benito —respondió Miguel en la misma tónica. —Por supuesto que no. En las leyes de reforma obtuviste una ganancia. —¿Pero qué estás diciendo? ¡Fuiste tú el que le compró las tierras a las comunidades indias de Oaxaca, después de que la ley los obligara a repartir sus terrenos colectivos! —No me refería a eso, Miguel; después de todo, la iniciativa se llama “Ley Lerdo”. Además, estamos hablando del dinero de la nación, no de mis bienes. —El nombre de la ley es “Desamortización de corporaciones civiles y eclesiásticas”, y tus bienes deberían estar al
servicio de la patria, no a tu beneficio personal. Si vas a tomar la decisión de suspender los pagos, entonces tendré que renunciar al Ministerio de Hacienda. —Deja tu renuncia sobre mi escritorio, pero primero envía la impresión a distancia para José. La mirada de Juárez se dirigió entonces rumbo al ventanal del Palacio de Gobierno, dándole totalmente la espalda a Miguel Lerdo de Tejada. Lo único que rompió el frío silencio que inundó la sala fue el sonar de las puertas automáticas que se cerraban tras la salida de un Lerdo furioso. Islas Magdalenas. Pacífico Mexicano. La rueda tipográfica dio varios giros según la orden que el pedal pisado por el operador le indicaba. Con cada una de las veintiocho teclas pulsadas los sistemas de relojería se activaban una y otra vez, haciendo que las letras fueran siguiendo el código de la tarjeta perforada hasta que al fin el mensaje quedó plasmado. El operador del telégrafo de Hughes entregó el papel al mensajero, que inmediatamente salió corriendo, entregándolo a su destinatario, quien lo leyó una y otra vez para sí mismo: «General José López Uraga, por órdenes del Presidente de la República Mexicana, Benito Juárez, queda usted al mando de las fuerzas del Ejército de Oriente, mismas que deberán asentarse en el puerto de Veracruz con celeridad». La mano arrugó el papel y la mirada pareció perderse entre los recuerdos, para después bajar los ojos, que miraron detenidamente la pierna mecánica, prótesis obtenida como consecuencia de la guerra de reforma, finalizada apenas seis meses atrás. —Prepara mis cosas, Artemio y diles a los muchachos que alisten el dirigible. —¿A dónde debo decirles que viajará, Señor?—preguntó el sirviente. —Diles que dejaremos las Islas Magdalenas para dirigirnos a defender el Puerto de Veracruz —dijo López Uraga, al tiempo que se ponía de pie, con el papel arrugado, atrapado entre su puño.
Puerto de Veracruz. Golfo de México. Febrero 1862 Las tropas del ejército mexicano se encontraban alistadas en el fuerte, el General José López Uraga caminaba por el suelo de adoquín haciendo sonar su pierna metálica al tiempo que observaba a sus hombres. El país no se encontraba precisamente en el mejor de sus momentos y los hombres que vestían el uniforme eran un claro reflejo de ello. Como buen veterano, tanto de la Guerra contra los Estados Unidos como de la pasada guerra civil, López Uraga sabía que lo único que hacía ganar cualquier batalla no eran ni los cañones de propulsión, ni los subfusiles presurizados, sino la disciplina, la resistencia y la buena motivación de cualquier destacamento. Esa era la razón por la que había ordenado que todo el personal del fuerte, a excepción de los vigías de las torres, se presentara en el patio principal. La mirada del viejo general observaba con atención a sus soldados. La mayoría de ellos eran demasiado viejos o demasiado inexpertos; la lucha interna entre los partidos Liberal y Conservador había causado suficiente mella en muchos aspectos del país y el ejército mexicano no era la excepción. Los hombres que se presentaron a las ordenes de López Uraga distaban por mucho de ser resistentes, lucían cansados, llenos de cicatrices y solo algunos pocos, los más jóvenes e inexpertos, carecían de alguna prótesis artificial, símbolo inequívoco de haber sufrido la derrota en alguna batalla, enfrentando al odiado enemigo interno: Las tropas del Ejército Conservador. El General estaba a punto de proferir algún tipo de discurso motivador, cuando desde la torre este se escuchó el grito de uno de los vigías: —¡Fragatas blindadas al frente! —¿Alguna señal que nos indiquen sus intenciones, soldado?—preguntó desde abajo uno de los capitanes. El vigía de la torre ajustó su catalejo para poder observar a detalle, tanto el tipo de formación de las naves como alguna posible insignia que los identificara. Para cuando el vigía pudo identificar la bandera roja y amarilla de España, alguien gritaba desde otra torre:
* Paulo César Villaseñor es originario de Guadalajara, Jalisco; su obra comprende el Género de Ciencia Ficción, especialmente los Retrofuturismos; actualmente es considerado como una de las figuras más representativas en el mundo de la Literatura Steampunk. Su obra ha sido publicada en México y en España. Del 2011 al 2014, bajo el seudónimo Negro Inmunsapá, fue el director de la Revista “El Investigador”.
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—¡A los cielos! ¡Aerostatos franceses e ingleses! Cuando las miradas de los hombres en el fuerte se pusieron en alto pudieron percibir que desde las enormes y majestuosas aeronaves salían algunos soldados dirigiendo ornitópteros con magistral destreza. Su uniforme con chaqueta corta y gilet, además de los abultados pantalones rojos a juego con el fez que portaban en la cabeza, los distinguía claramente como parte del regimiento de zuavos que el Emperador Napoleón III había enviado. Como gotas de color añil y escarlata, cerca de quinientos ornitópteros descendieron al suelo mexicano, dejando las naves a una velocidad sorprendente y preparándose con los subfusiles presurizados. La lluvia de aves artificiales dejó sin habla al general José López Uraga, que nunca había visto algo similar. Ni cuando participó en la Guerra contra el vecino país del norte, ni durante la cruenta batalla de Guadalajara, en donde perdió su pierna izquierda, algo había logrado ser tan impactante visualmente hablando. Coroneles y capitanes voltearon a mirar a su General en espera de unas órdenes que nunca llegaron, por lo que el coronel Felipe Berriozabal tomó la iniciativa y ordenó a uno de sus subalternos: —¡Comunique inmediatamente a la capital que los ejércitos español, francés y británico han tocado suelo mexicano sin resistencia alguna de nuestra parte! —El soldado obedeció sin chistar mientras que el despliegue de las fuerzas de los tres imperios se terminaba de distribuir en el puerto. Aunque tanto España como Inglaterra llegaron con barcos acorazados y Francia, junto con Reino Unido, habían arribado con las aeronaves, el despliegue de la flota francesa por cargo de los zuavos había dejado absolutamente sin habla e incapaz de actuar al general López Uraga, quien únicamente pudo decir, balbuceante: —He podido mirar al ejército más poderoso del mundo descender de los cielos, como si de ángeles del juicio final se tratase. Palacio Nacional. Ciudad de México. La noticia del arribo de las tropas extranjeras al Puerto de Veracruz ya había sido dada al presidente Benito Juárez, quien se encontraba en el balcón principal con las manos recargadas sobre el negro barandal de hierro forjado. Su mirada pa-
recía perderse en el rojo de las piedras de tezontle con el que habían construido el otrora Palacio de Moctezuma. Se le veía cabizbajo, derrotado. Detrás de él, en el interior del salón de recepciones, el ministro de guerra, Ignacio Zaragoza, junto con el secretario de guerra y marina, Miguel Blanco y el ministro de relaciones exteriores, Manuel Doblado, únicamente le miraban sin saber exactamente qué hacer o qué decir. La voz de Manuel Doblado irrumpió a través del silencio de la misma manera en que el vapor es exhalado de una máquina que, al liberar la presión acumulada, puede trabajar mucho mejor. —Señor presidente, —dijo para después tomar aire y elevar el tono de su gruesa voz —no todo está perdido. Si Francia, España y el Reino Unido quisieran dañarnos hubiesen arribado con disparos de cañones y no únicamente tomando posición del puerto. Ni siquiera atacaron el fuerte militar —comentó el ministro del exterior. Los ojos de Juárez continuaron clavados en el tezontle sin voltear a mirar a Doblado, como si no hubiese escuchado sus palabras; sin embargo, fue suficiente para que sus compañeros tomaran algo de ánimo. —Lo que comenta el ministro Doblado es verdad. De haber querido atacarnos lo hubiesen hecho con facilidad, y estarían ya en la Ciudad de México si quisieran. ¿Por qué detenerse en Veracruz y no continuar para Puebla y arribar a la Capital? Sin duda sus intenciones no son, de entrada, la guerra —afirmó el secretario Miguel Blanco y al hacerlo su enorme bigote que ocultaba sus labios se movió, situación que siempre le hacía lucir como alguien nervioso o cuando menos que mostraba claros signos de impaciencia. —Pues menos mal que, de entrada, no son esas las intenciones de las naciones invasoras. De haberlo sido Veracruz sería hoy solo escombros. La impresión a distancia que envió Berriozábal dice que el General López Uraga se quedó encogido sin dar una sola orden mientras las aeronaves inglesas sobrevolaban cielo mexicano y las tropas francesas descendían de los cielos, todo ello con la flota española anclando en el puerto, como si todos llegaran a una reunión a la que hubiesen sido invitados. Incluso un comunicado al ministerio de guerra, por parte del propio López Uraga, afirma que el ejército mexicano carece de lo necesario para derrotar a las tropas invasoras, especialmente a los franceses —dijo en
tono molesto el ministro de guerra, Ignacio Zaragoza. —¿Crees que lo hubieses hecho mejor que José, Ignacio? La frase del presidente Benito Juárez tomó desprevenidos a los presentes que solo atinaron a mirarle. Ante el silencio, Juárez levantó la cabeza y se apoyó sobre el hierro forjado del barandal. Volteó la mirada hacia su ministro de guerra, cuestionándole de nuevo: —¡Responde! ¿Acaso tú hubieses actuado diferente que el general López Uraga? Los ojos de Juárez lucían coléricos; sin embargo, Zaragoza no se inmutó y respondió seguro, incluso con cierto tono altivo: —Sin duda alguna. Juárez sonrío, cosa que rara vez hacía, y su mirada pareció iluminarse recuperando el semblante de un hombre que sabía de política, lo suficiente como para soportar la pasada guerra de reforma, además de saber conseguir aliados suficientes y de peso para ganarla. —Me alegra saberlo, Nacho. Sin duda me alegra. A partir de hoy, serás el encargado del ejército de Oriente, sustituyendo a José. Mientras, creo que Manuel puede llegar a negociar algo con los gobiernos de nuestros huéspedes incómodos. ¿No es así señor ministro? —dijo Juárez, volteando la mirada a Manuel Doblado, quien solo afirmó con una sonrisa que solo los verdaderos maestros de la retórica podían dar. Y Manuel Doblado era todo un experto que manejaba la lengua de plata con tanta destreza como un soldado sabe manejar un sable. —Si todo fallara —continuó hablando Juárez al tiempo que caminaba al interior del salón de recepciones—, entonces en sus manos dejo la defensa de la nación, general Zaragoza. Ignacio Zaragoza únicamente ajustó sus redondas gafas para mirar a un Juárez que repentinamente había recuperado la compostura. El hombre que casi parecía estar pensando arrojarse por el balcón, lucía ahora como nuevo, como si el humo de las chimeneas y los grises cielos de la capital mexicana le hubieran devuelto la esperanza de salir triunfante. La Soledad, Veracruz Camino a la Hacienda de la Soledad. La diligencia iba a la máxima velocidad que podía, por el camino empedrado, atravesando las cumbres y colinas de la Sierra Oriental. Dentro de ella viajaba
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Manuel Doblado, quien iba abrazado a un portafolio en donde llevaba papeles en blanco y tinta. De vez en vez, asomaba su mirada de ojos vivaces por la ventana del coche, para después darse leves golpecitos en la cara, para ahuyentar uno que otro mosquito. —¿Puedes darte más prisa, Telésforo? —gritó el ministro, dirigiéndose al chofer del carruaje. Telésforo avivó entonces la caldera con más carbón, giró el par de llaves que se dirigían hacia los cuacobots, los caballos mecánicos que jalaban la diligencia y una sonora explosión logró aumentar la energía para que los constructos viajaran más rápido. El sonido alertó a los hombres del coronel Gamindez, quien dirigía una avanzada vigilando que el gobierno mexicano enviara efectivamente un diplomático y no un ataque para la reunión que habían solicitado a través de la impresión a distancia recibida por el general Prim, representante de las fuerzas españolas. Rápidamente unos soldados dieron aviso al coronel que a su vez comunicó a su general que un vehículo jalado por dos cuacobots se acercaba a la zona. —¡Denle alcance! —ordenó Prim a sus hombres, a la par que se les unía cabalgando sobre lo último en tecnología de monturas de guerra. Una especie de bestia mecánica de dos patas con una enorme caldera, la cual se podía regular estando en un respaldo de cuero cómodamente sentado. Al frente un tablero y un par de manivelas le daban el control total para conducirlo, ya sea para detenerlo o dejarlo andar; además se encontraba recubierto por una enorme placa de la cual sobresalían dos fusiles Henry de repetición presurizada y recortados. Los ingleses solían llamar a estas monturas simplemente “equinos de vapor”; los franceses “bête à deux pattes”; mientras los españoles las llamaban “trastos montables”. Los pocos mexicanos que sabían manejar una de estas bestias tecnológicas las llamaban “Cuaco-pollos”. Recibieran el nombre que fuese y estaban totalmente diseñadas para las necesidades de una guerra en terrenos poco llanos. Prim y sus hombres le cerraron el paso a la diligencia en la que viajaba Doblado. Telésforo apenas si tuvo tiempo de frenar los cuacobots que emitieron un estruendoso chillido, como si estuviesen vivos, mientras que de los orificios que imitaban su nariz emanó un negro humo llenando además las cavidades de escape de hollín. —¡Vengo de parte del presidente
Juárez! ¡Soy el ministro Manuel Doblado!—dijo saliendo con una mano en alto, mientras que con la otra abrazada al portafolio. —Señor Doblado, baje la mano. No estamos aquí para amedrentarle. De hecho si nos permite, como símbolo de cortesía y buena voluntad, viajaremos en su coche mientras nos escoltan mis hombres —comentó Prim. —¡Pero, desde luego! ¡Para mí será todo un verdadero honor viajar con el Conde de Reus! —respondió Doblado al tiempo que abría la puerta del carruaje. Juan Prim subió seguido de inmediato por el mexicano, quien ordenó a su chofer continuar con el viaje hasta que arribaran a la Hacienda de La Soledad. Dentro de la hacienda se encontraban cerca de 200 soldados, repartidos a órdenes de Sir Charles Wyke, el Vicealmirante Jurien de la Graviere y por supuesto Juan Prim, Conde de Reus. En el interior de la hacienda. en lo que era conocida por los lugareños como “la casa del cura”, se dieron cita para la reunión los representantes, tanto de la alianza tripartita como de la República Mexicana. Después de las presentaciones formales y la toma de decisión respecto al idioma en que se celebraría la conferencia, los cuatro se sentaron alrededor de una enorme mesa de madera, en donde Manuel Doblado colocó su portafolios con sumo cuidado, como si de un pequeño niño se tratase, situación que todos los presentes notaron. —Señores, primeramente debo agradecerles por su buena disposición al estar aquí con el firme deseo de poder entablar un diálogo respecto de la penosa situación que nos atañe. México y el presidente Juárez están en la mejor de las actitudes para poder solucionar la conflictiva —dijo Manuel Doblado, observando a los asistentes. —Primeramente, Señor Doblado, quisiéramos poder movernos del puerto de Veracruz, sin que esto se tomase como un intento de conquista hacia el territorio mexicano. Pero la situación del vómito negro está afectando a nuestros ejércitos, por igual —comentó Juan Prim mirando a los representantes de Francia y Reino Unido que apoyaron lo dicho con un gesto. Manuel Doblado detectó una oportunidad perfecta para comenzar a negociar. Los ejércitos invasores estaban siendo atacados por algo con lo que no contaron: los mosquitos. La población de las costas del Golfo de México estaba
más que acostumbrada a los piquetes de este animal; además de que su sistema inmunológico había desarrollado las defensas suficientes contra la enfermedad también conocida como fiebre amarilla. Sin embargo los europeos no podían afirmar lo mismo. La desesperación en los rostros de los representantes ingleses y españoles era notoria, por lo que todo estaba dispuesto para que el ministro hiciera uso de sus habilidades con la palabra. Al parecer las cosas pintaban mejor para México. Colinas fortificadas, Puebla. 4 de Mayo 1863 Las tropas del Sexto Batallón de la Sierra Norte se encontraban en descanso, su misión consistía en defender los fuertes de Loreto y Guadalupe, en las afueras de la capital poblana. La orden del General Ignacio Zaragoza había sido agruparse en los fuertes pues las tropas invasoras francesas amenazaban con tomar la ciudad. Tanto España como Reino Unido habían retirado sus ejércitos y regresado a sus respectivos países, sin embargo las negociaciones con Francia no habían tenido el mismo efecto. Aparentemente, Napoleón III estaba completamente obstinado a establecer una colonia francesa en México por lo que la Ciudad de Puebla era el último bastión antes de que se pudiera alcanzar la Capital de la republica mexicana. —¿De verdad crees que sea una buena idea, Nepomuceno?—preguntó Juan Crisóstomo mientras clavaba su machete en el suelo húmedo. El frío en la zona era cruel, a pesar de encontrarse en época primaveral; sin embargo, la manta y el sarape eran suficientes para todos los habitantes de la región, acostumbrados al trabajo duro y al clima frío de las montañas de la Sierra Norte poblana. Juan Nepomuceno Méndez volteó a mirar de reojo a su compañero y amigo. Habían crecido juntos en Xochiapulco, un poblado donde se asentaba la etnia nahua conocida como los Zacapoaxtlas. Los ojos de Nepomuceno volvieron a clavarse en el papel y el tabaco del cigarrillo que estaba forjando hasta que terminó de enrollarlo. Lentamente lo llevó a sus labios y lo acomodó en su boca para después de su zurrón sacar un encendedor de pila galvánica y entonces, mascullando las palabras con el cigarrillo entre los dientes, habló: —¿Me preguntas si es buena idea defender a mi país, Crisóstomo? ¿Me preguntas si pienso que enfrentar a los
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invasores europeos con machetes de volta mientras ellos tienen carabinas y subfusiles presurizados es buena idea?— Juan Nepomuceno encendió entonces el cigarrillo dando una gran bocanada de humo antes de continuar hablando— Pues sí, estoy seguro que es una gran idea defenderlo de cualquier invasor —dijo y exhaló el humo que se mezcló con vaho. —No me mal entiendas Nepomuceno. Yo mismo estoy aquí no solamente porque somos amigos desde chamacos, no estoy aquí nada más porque sí. Convencido estoy de que debemos defender al país, pero la cosa es Juárez y sus leyes. Hace tres años decretaron que las tierras que teníamos ya no eran nuestras sino de México, dime ¿eso en que chingados nos benefició? —En nada, Crisóstomo, en nada. Nos partió la madre como a muchos. Pero le veas para donde le veas. ¿En qué chingados nos beneficia que los güeros europeos conquisten México? —preguntó Juan Francisco Lucas que se iba acercando llevando una botella de aguardiente en una mano y el machete firmemente agarrado en la otra. Había escuchado la plática de lejos y decidió acercarse a sus amigos de la infancia. Los tres habían crecido juntos en el pueblo y los tres se habían unido al llamado de Zaragoza cuando solicitó soldados para defender al país. —Pues muchos dicen que traerán progreso para el país, que seremos parte del imperio francés y con ello habrá trenes comunicando todos los poblados y que en las principales capitales tendrán grandes pistas para que globos y dirigibles aterricen. Y que seremos ciudadanos del primer mundo —comentó Juan Crisóstomo mirando al recién llegado que le daba un trago a la botella. —Pos será a los ricos, porque los jodidos seguiremos jodidos sea quien sea que esté de presidente, así sea Juárez, sean los conservadores o el propio Napoleón III—comentó Juan Francisco Lucas, mientras daba otro trago más al aguardiente, antes de pasar la botella a Juan Nepomuceno. —Entonces si todo da igual, ¿qué sentido tiene que nos hayamos unido a Zaragoza en su llamado a tomar las armas? —preguntó Juan Crisóstomo Bonilla. —El sentido de defender lo que por derecho nos corresponde. El sentido de que, aunque las cosas no mejoren para los nahuas de Zacapoaxtla o de cualquier otra parte de México, estamos haciendo lo correcto. Quizá no veamos frutos nosotros ni nuestros hijos, pero la espe-
ranza de que algún día las cosas cambien para bien es lo que me hace que tome mi machete y enfrente de cara a los franceses. Ese simple acto donde puedo perder la vida le dice a cualquier invasor que al menos no le va a ser sencillo doblegar a los mexicanos. Con ese mensaje me basta que me recuerden. ¡México no se doblega! —dijo Juan Nepomuceno dando una bocanada más al cigarrillo para después dar un largo trago de aguardiente. Sus compañeros únicamente asintieron en silencio, mientras la madrugada se consumía a la velocidad de los tragos compartidos por los tres Juanes de la Sierra Norte poblana. 5 de Mayo Los soldados se alistaban para la batalla colocándose los subfusiles al hombro con una precisión y coordinación digna de cualquier artilugio de última tecnología. Los movimientos de todos y cada uno de los integrantes de las fuerzas armadas asemejaban una especie de coreografía sin música que no era otra cosa más que el preámbulo de lo que estaba por venir. La experiencia de batallas de renombre, como la de Crimea, respaldaban a quienes se encontraban a las faldas de las colinas. Todas ellos miembros de las fuerzas de élite llenas de expertos en el combate que habían cruzado el Atlántico con el propósito exprofeso de lograr la victoria. El general al mando, Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez se encontraba tranquilo y sonriente mirando cómo sus hombres se colocaban en sus posiciones. No hacía muchos días había enviado a Francia una impresión a distancia dirigida al mismísimo Napoleón III, asegurando: “Somos tan superiores a los mexicanos, en organización, en disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que desde este momento, al mando de nuestros 6000 valientes soldados, ya soy el amo de México”. Todo en él reflejaba la convicción de lo dicho en el mensaje enviado al gobernante francés. Su mirada, la forma de pararse frente a sus tropas, incluso hasta su uniforme y su peinado. Levantando una mano elevó el tono de su voz para ordenar a las tropas: —¡Preparados para tomar los fuertes! ¡El día de hoy el único obstáculo que detiene la gloria de los soldados del imperio francés caerá piedra sobre piedra! ¡Los fuertes de Guadalupe y Loreto serán destruidos y entonces avanzaremos hasta la capital mexicana y el país entero será doblegado en nombre
de Napoleón III! ¡Viva la Francia!!! —¡Viva! —gritaron al unísono entusiasmados los soldados mientras caminaba la avanzada. Al frente, los zuavos se movieron rápidamente, corriendo con los ornitópteros a la espalda para tratar de tomar alguna corriente y elevarse. Mientras tanto, desde el interior del fuerte de Loreto el general Ignacio Zaragoza observaba con un catalejo lo que estaba ocurriendo en el campamento francés. Cuando su mirada percibió los borrones azules y rojos moverse con mayor rapidez intentando levantar el vuelo, retiró de inmediato de su rostro el aparato que servía para mirar a la lejanía y se colocó con presteza los anteojos redondos. Entonces tomó aire y miró su reloj de bolsillo que marcaba las 11:15 de la mañana. —La hora crucial ha llegado. Que el Sexto Batallón detenga a los zuavos y no los deje levantar el vuelo —dijo dirigiéndose al general Miguel Negrete, quien dio la orden de inmediato. Desde las trincheras se dejó escuchar el ruido de las manivelas que giraban los discos de los electróforos poniendo en funcionamiento los machetes de volta. De uno en uno, los guerreros zacapoaxtlas vestidos de manta y sarape, dando pasos firmes que dejaban marcadas las huellas de sus huaraches, se acercaron a evitar que los zuavos de chaqueta corta con abultados pantalones rojos y fez en la cabeza despegaran los pies del suelo. Una descarga golpeó las alas de uno de los ornitópteros y luego otra; y una más. Uno a uno los golpes de los machetes electrificados chocaron contra los aparatos voladores del ejército francés o bien, atravesaban los pechos de más de algún desdichado que no esperaba ser detenido. Los zuavos se percataron que si iban a apoderarse de algún fuerte deberían vencer y doblegar al batallón que enfrentaban. A una orden y con exactitud casi demoniaca, los soldados que no tenían destrozada su maquinaria dejaron caer de sus espaldas los artilugios volantes. Se agruparon en una nueva formación y pidieron a la artillería que los apoyara, al tiempo que cargaban sus carabinas de presión. La mayoría colocan la munición y giran la manivela. Los manómetros despiertan y la aguja señala los niveles de presión aumentando a cada segundo mientras los ojos de los zuavos los observan atentos, aguardando el momento en que marquen el preciso instante de apretar el gatillo y realizar el disparo. El aire huele a pólvora y los cañones comienzan a gritar.
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Desde la guarnición mexicana se ve a los tres Juanes de la Sierra Norte organizando a los hombres del batallón. Todos son gente de la sierra. Provienen de lugares como Xochiapulco, Tetela, Cuetzalan, Xochitlán, Nauzontla y otros pueblos. Ninguno de ellos es soldado, ninguno de ellos tiene otra arma que no sea su machete. —¡Zacapoaxtlas! —grita con fuerte voz Juan Nepomuceno y los hombres vestidos de manta y sarape le miran atentos. Mientras, del lado francés, los ojos zuavos observan la aguja del manómetro de sus carabinas de presión. Aún no es el momento. —¡Los franceses traen armas de fuego y nosotros nada más nuestros machetes! ¡Los franceses tienen entrenamiento militar y nosotros nada más lo que aprendimos en las últimas tres semanas! ¡Muchos podemos morir y si alguien se va a rajar, pues que se raje de una buena vez! —dice Juan Nepomuceno y al terminar la frase se lanza corriendo sobre la formación de enemigos frente de él. Muchos hombres le siguen. Se sienten inspirados. Las manecillas de las carabinas llegan a su punto cúspide, los zuavos aprietan los gatillos y las municiones salen disparadas a toda velocidad por la presión que es liberada. Atraviesan cráneos y pechos de los zacapoaxtlas, aunque también llegan a destrozar muslos o brazos. Muchos de los hombres de huaraches y sarape van cayendo; ninguno es inmortal, ninguno es soldado. Pero ninguno retrocede. Con un supremo esfuerzo, Juan Francisco Lucas descarga un certero machetazo y cercena el cuello de un soldado francés, tiñendo de sangre su vistoso uniforme. Más allá, Juan Crisóstomo ataca fieramente a un zuavo que se defiende desesperadamente, caído en el suelo; en su afilado rostro se congela una expresión de angustia y terror. Ninguno de los Juanes de la Sierra sabe disparar, ninguno toma el arma de los enemigos caídos. Ninguno suelta su machete volta. Arriba, desde el fuerte de Guadalupe, Miguel Negrete dirige los disparos de los cañones triples, tecnología adquirida gracias a los préstamos del gobierno francés y los hace apuntar a la artillería enemiga. Abajo, el conde de Lorencez tiene los ojos rojos, irritados de ira y de sorpresa. Da gritos que se ahogan entre diez disparos de cañón. Latrille corre a montar una de las Bête à deux pattes y se hace acompañar de un regimiento montado en más Equinos a Vapor, que avanza
cargando contra el enemigo. Los disparos de repetición desde los fusiles Henry instalados en las bestias mecánicas causan suficiente mella en el ejército mexicano, que intenta contener la avanzada. Zaragoza observa desde lo alto con su catalejo, sus hombres comienzan a perder terreno al tiempo que los hombres de Charles Ferdinand Latrille cabalgan disparando, haciendo retroceder a la gran mayoría de combatientes mexicanos. Hay una sonrisa que se esboza en el rostro del dirigente del ejército francés, que se clarifica conforme mira al enemigo retroceder. Siente que la victoria se comienza a inclinar de su lado. Entonces todo cambia repentinamente. —¡Funcionó! —grita Juan Francisco Lucas De la nada, o al menos eso les parece a los franceses, por la retaguardia aparece la caballería mexicana. Encabezada por unos cuantos miembros de la División de Oaxaca, la caballería es realmente en su mayoría chinacos, mestizos en su totalidad que más que soldados son hombres de monta, de campo, de suertes arriba y debajo de los cuacobots. Muchos de ellos han construido sus propias máquinas para labor de campo no de guerra. La defensa francesa es casi imbatible, tres hombres se colocan espalda con espalda y apuntan con los subfusiles girando, sin dejar flanco o retaguardia descubierta. Aquellos que montan los equinos a vapor mueven sus respectivas palancas para maniobrar de forma similar a los soldados de a pie. —¿Cómo vamos a atacar a los franceses así, Nepomuceno? En cuanto cualquiera de nosotros se acerque, alguno nos va a disparar; sean los de los gorros rojos o los que están arriba de los cuaco-pollos—dijo con ese tono de preocupación Juan Crisóstomo Bonilla. —Espera a que los chinacos hagan los suyo, Crisóstomo. Te aseguro que los franceses no se esperan la que se les viene encima. ¡Les van a dejar caer la reata! —respondió Juan Nepomuceno con una sonrisa que contrastaba con lo que ocurría en el campo de batalla. Los franceses parecían haberse recuperado rápidamente de la sorpresa de ver aparecer a la caballería mexicana. Se colocaron en formación de tres y avanzando mientras giraban dos de ellos cargaban, mientras que un tercero disparaba de forma certera; luego venían tres disparos de alguno de los subfusiles. La táctica era nunca dejar de disparar, de esa manera los franceses se sentían invencibles. Sin embargo montados sobre los
cuacobots, los chinacos comenzaron a ir y venir girando y cabalgando en círculos, ondeando en el aire largas cuerdas conocidas como reatas. Con una inverosímil puntería lanzaron la soga hasta lazar a varios soldados de a pie y tirarlos al piso, al tiempo que las patas de varios de los equinos a vapor también eran capturadas. Ese era el secreto de los chinacos, la maravilla del uso de la cuerda y las suertes para lazar, capturar y jalar lo que sea que estuviera en la distancia adecuada y por si fuera poco cambiar de blanco y hacer que los jinetes subieran y bajaran a diestra y siniestra de sus monturas. Todo un espectáculo si esto no fuera una batalla, pensó Zaragoza que seguía viendo desde arriba, en el fuerte de Loreto. El momento había llegado. Juan Crisóstomo se abalanzó sobre los confundidos jinetes que montaban las bestias mecánicas. Su machete alcanzó el brazo de uno de ellos y después de un par de golpes lo cercenó. El francés gritó de dolor y ante la amenaza de un golpe que cruzaría justo en su pecho dio un salto, cayendo de la montura para ser aplastado por uno de los cascos metálicos de los caballos robot hechos en México, los mismos que montaban los chinacos. Juan Nepomuceno salió corriendo de las trincheras gritando y alzando su machete cuando recibió un impacto de bala en una pierna, pero eso no detuvo su carrera. La adrenalina le hacía avanzar. Casi llegando hasta donde se encontraba su objetivo, otro impacto atravesó la blanca manta a la altura de su hombro, tiñéndola de sangre. Pero eso tampoco le detuvo. Con el machete aún en el aire concentró todo el dolor de la pierna y el hombro en soltar el impacto sobre su enemigo zuavo, luego sobre otro y todavía más sobre un tercero, hasta machacarlos. Después, cuando estuvo convencido de que había vencido a los tres, cayó de bruces al piso. Habían transcurrido ya dos horas y media de cruenta batalla, ambos bandos se encontraban menguados, tanto de parque como por los muertos y heridos en medida muy similar. Los cielos poblanos parecieron querer darles un descanso a los soldados de los dos ejércitos cuando la lluvia comenzó a caer sobre las colinas donde se encontraban los fuertes de Loreto y Guadalupe. El campo de batalla se vio rápidamente empapado y la visión enturbiada por el fuerte aguacero; cualquier buen líder habría sabido que, en territorio enemigo, continuar luchando podría llevar la batalla a una terrible derrota. Sin embargo Charles Ferdinand
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Latrille era, o un pésimo estratega, un loco ciego de soberbia o bien alguien que confiaba mucho en su suerte. Ordenó continuar la pelea y alistó los cañones replegándose para atacar un solo objetivo: El fuerte de Guadalupe. —Si podemos destruir uno de los muros del fuerte, mermaremos al ejército enemigo —clamó gritándoles a sus hombres para que pudieran escucharle entre los chorros del agua de la tormenta que azotaba el cerro. —Tenemos que seguir peleando — dijo Juan Francisco a los hombres que le acompañaban y que se habían reunido alrededor. Sin embargo, la mayoría no le estaba mirando, sino que observaba a los hombres de la División Oaxaca, que traían un cuerpo. —¡Rápido! Lleven a este hombre a que lo atiendan, se encuentra herido con dos o tres municiones —afirmó Porfirio Díaz, quien comandaba la División. El hombre que había llevado era Juan Nepomuceno Méndez y cuando sus compañeros, los otros dos Juanes, le miraron, en sus rostros se dibujó un gesto de preocupación. —Estoy bien, estoy bien. Todavía puedo seguir peleando —dijo, intentando incorporarse, pero fue detenido por Juan Crisóstomo. —¡Peráte, Nepomuceno! Necesitas que te revise un doctor. —Pero los franceses no se han ido y hay que defender el territorio —dijo Juan Nepomuceno con un poco de trabajo desde la camilla en la que lo ponían. —No te preocupes, Nepomuceno; Crisóstomo y yo seguiremos luchando— afirmó Juan Francisco Lucas. —Además, acuérdate de lo que dijiste anoche. No va a ser sencillo que nos
dobleguen y de eso también me voy a encargar. Te lo prometo —dijo Juan Crisóstomo. Juan Nepomuceno miró buscando los rostros de sus amigos. La lluvia caía con fuerza y apenas podía distinguir formas y siluetas, además de que se encontraba muy débil. Los soldados de la División Oaxaca llevaron la camilla dentro del fuerte de Guadalupe, y dejaron a Juan Nepomuceno junto con el resto de los heridos de los combatientes mexicanos. La capilla del interior del fuerte era lo que funcionaba como hospital improvisado. Sobre el suelo camillas con los heridos eran atendidos por unos cuantos. Juan Nepomuceno intentaba mantenerse con los ojos abiertos y atento a su alrededor cuando comenzó a ser atendido. A lo lejos se podían escuchar las detonaciones de los cañones triples, los disparos de los subfusiles y la tormenta azotando el cerro. Por momentos el valiente guerrero Zacapoaxtla perdía el conocimiento para después escuchar nuevamente el ruido de las detonaciones y el constante ir y venir de las botas de los soldados al salir y entrar del fuerte. El dolor de sus heridas había empezado a presentarse desde que las municiones pegadas a su piel le habían sido arrancadas con extremo cuidado por mano de los médicos militares, pero la anestesia poco a poco surtía efecto que le incluía un poco de somnolencia. Cuando Juan Nepomuceno volvió a abrir los ojos no escuchó detonación alguna, ni disparos de ningún tipo. Ni siquiera las gotas de lluvia chocar contra la piedra. Incluso al mirar a su alrededor pudo notar que no se encontraba en la capilla del fuerte de Guadalupe, ni siquiera descansaba sobre la camilla, sino en una cama. Frente a él vio un telégra-
fo de Hughes que estaba operando Juan Crisóstomo Bonilla tecleando la impresión a distancia que le dictaba el mismísimo Ignacio Zaragoza: —Señor presidente: Estoy muy contento con el comportamiento de mis generales y soldados. Todos se han portado bien. Los franceses han llevado una lección muy severa; pero en obsequio de la verdad diré: que se han batido como bravos, muriendo una gran parte de ellos en los fosos de las trincheras de Guadalupe. Sea para bien, señor presidente. Deseo que nuestra querida patria, hoy tan desgraciada, sea feliz y respetada de todas las
naciones —terminó de decir el General Zaragoza. —¿Qué ocurre? ¿Estoy soñando? ¿He muerto? —pregunto incorporándose en la cama Juan Nepomuceno. —No Nepomuceno, no estás muerto —comentó Juan Francisco Lucas. —Los franceses se retiraron y los chinacos les han perseguido junto con la División Oaxaca. ¡Ganamos! —dijo retirándose del telégrafo Juan Crisóstomo. —Han peleado bien y dirigido a sus hombres de manera excepcional. El país les debe mucho a ustedes y a quienes contuvieron la primera línea. El hecho glorioso que acaba de tener lugar ha demostrado claramente que México y los mexicanos no se doblegan —dijo el general Zaragoza con orgullo a los héroes y amigos que sonreían emocionados, sentados los tres en la cama. De esta forma fue que los tres Juanes de la Sierra Norte de Puebla y los nahuas de Zacapoaxtla fueron parte importantísima de la Batalla de Puebla, sin ellos México jamás se hubiese podido vestir de gloria aquel 5 Mayo.
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Ámbar y Carmín Por Alberto Carranco*
A
rcadio llevaba toda la mañana en el bosque, un poco fastidiado de tener que estar trepando árboles para conseguir frutas. Día a día salía a primera hora para buscar comida, no siempre frutas, a veces tenía demasiadas y se dedicaba a la recolección de bayas y yerbas; otros, simplemente quería devorar algún mamífero, o ir a la lagunilla y pescar algunas mojarras que tanto le gustaban a Australia. Habían pasado cerca de tres años desde que la joven pareja decidió no seguir formando parte de la sociedad occidental que imperaba. Fueron bastantes los años en que los criaron en un ambiente en el cual se criticaba y cuestionaba el funcionar del mundo. Por ejemplo, les horrorizaba saber que todo tenía un valor monetario; los animales se habían vuelto meras mercancías sangrantes y era prioritario el óptimo funcionamiento de la industria pesada ante procurar mantener el equilibrio de los ecosistemas. Arcadio y Australia tenían veintiséis y veintisiete años, respectivamente, cuando concluyeron que el planeta no tenía salvación y poco se podía hacer en contra de los grandes capitales que regían la sociedad, argumentando que la falacia de la libertad no era más que un chiste y una bofetada para la gente que reflexionaba de vez en cuando. Fue entonces cuando decidieron, en lugar de gastar sus vidas luchando por lo que creían justo, desaparecer en alguno de los grandes bosques que aún no habían sido profanados por las manos de la civilización. Así, decidieron que querían cortar todo contacto con la especie humana, por lo que se aseguraron que no hubiera la más mínima población cerca del lugar elegido como su futuro hogar. Desde el día de su nacimiento Australia fue solitaria. Fue hija única y los pocos parientes que tenía vivían regados por el mundo, incluso sin saber de su existencia. Siempre prefirió las noches de acampar sola en las montañas. Cuando acudió a la escuela evitó convivir más de lo necesario con sus compañeros. Le gustaba dormir en el techo de su casa, salvo que estuviera cayendo una tormenta, pues observar las estrellas le causaba una angustia existencial terrible a la vez que
le reconfortaba enormemente. Cuando cumplió sus veintiún años fue inmediatamente a realizarse la operación de ligadura de trompas pues no quería contribuir al desquiciado crecimiento demográfico. Arcadio, por otro lado, gozaba mucho de la compañía de otras personas. Aunque no le entusiasmaban en lo más mínimo las grandes multitudes ni ser el centro de atención, simplemente disfrutaba reír y llorar con otros individuos. Tuvo una hermana, un par de años menor, que murió sin haber cumplido los diez años, ahogada durante una fuerte inundación que azotó su ciudad, ocasionada por la gran cantidad de basura que volvió inoperante la red de drenaje de aquella metrópoli. Siempre se condenó a sí mismo por no poder salvar a su pequeña hermana y al cabo de unos años se refugió en el alcohol; pero a pesar de su grave problema con este vicio, nunca dejó de ser alguien destacado en los estudios humanistas. Cuando Arcadio se graduó con honores de la universidad decidió ir a acampar a alguna de las montañas vecinas Llevó a sus dos grandes amores:la Ciencia Nueva de Vico, libro que marcó el curso de sus estudios y una buena dotación de ron dorado. También cargó con su telescopio; y aunque no comprendía bien la organización de las estrellas ni el movimiento del firmamento, le apasionaba observar de cerca esas pequeñas esferas de luz. Nunca imaginó que otra alma solitaria, observadora del cielo, estaría casi en el mismo lugar donde decidió instalarse. Esa noche se entendió a la perfección con la aún desconocida Australia. Desde entonces estuvieron juntos a lo largo de cuatro años, en los que encabezaron fallidas luchas sociales. Arcadio recordaba todo esto siempre que salía a su rutinaria búsqueda de alimentos. Le molestaba un poco, aunque comprendía y aceptaba, que Australia estuviera esterilizada. Siempre se consideró como alguien más que apto para ser una figura paterna, pero eso lo llevaría en su imaginación, pues apreciaba estar con esa mujer que su capricho natural por conservar la especie.
Más de una vez se sintió aburrido, como si algo le hiciera falta; pero no era el contacto humano, Australia bastaba para solventar eso. Tampoco era un sentimiento de arrepentimiento o culpa por dejar al mundo a la deriva, estaba convencido de lo minúsculo que su persona representaba a los enemigos ganados durante los años de la protesta. Entonces, ¿qué era? Arcadio nunca pudo superar su gusto por el alcohol — forma decente de llamarle al alcoholismo—, aunque era por demás lúcido, tenía arraigada esa necesidad por alterar su conciencia, por lo menos un poco, ya que le encantaba el efecto de esa sustancia. Australia aborrecía el alcohol y en su tiempo permitió que Arcadio bebiese lo que le fuera en gana, pero al ir al exilio se lo prohibió por considerar imprudente la embriaguez dentro de la naturaleza virgen. Tenía lógica para él, mas no le parecía en lo absoluto. De vez en cuando buscaba algunas yerbas u hongos alucinógenos, incluso aquellas ranas que despedían veneno por su piel al sentirse amenazadas y que en la dosis correcta producía efectos placenteros a humanos. Por supuesto no todos los días, sólo aquellos en los que no soportaba la ansiedad, además, Australia lo notaba, provocándole una tremenda cólera,digna del peor de los dictadores; en esas ocasiones Arcadio sentía más peligro de muerte que aquellos días cuando los cuerpos policiales antimotines atacaban. Ese día, aunque su recolección de alimentos transcurría sin mayor contratiempo ni novedad, sintió hastío por las reglas de Australia, llegó a pensar que vivir en el bosque había sido un grave error; su rutina diaria le pesó y el deseo por hablar con otras personas brotó, apareció en su mente el bello rostro de Australia e hizo expresión de asco y desprecio. Enfurecido, pateó una roca, fue a dar a los pies de un pequeño ser que no medía más de un metro veinte, el cual vestía unos harapos que apenas cubrían su cuerpo de tez morena clara, cabello castaño con destellos rojizos, de mirada cálida y enigmática cuyo iris combinaba líneas color ámbar y carmín; se dirigió a Arcadio:
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—Deberías probar estas frutillas, son lo más delicioso que puedes encontrar por estos lares. Sabes, creo que es lo único que he comido desde siempre —dijo muy enérgico el pequeño cuando vio a Arcadio. —¡¿Pero qué hace este chiquillo?! Esas frutillas son venenosas, he visto animales morir por comerlas —se dijo Arcadio dentro de su cabeza, pues no podía emitir una réplica debido a la sorpresa que le había ocasionado ese encuentro. —¿Qué ocurre? Te he visto comer frutas y animales que saben bastante mal, lo digo en serio, pruébalas —decía el pequeño mientras se acercaba confiadamente hacia Arcadio, hasta plantársele de frente ofreciendo las frutillas. Arcadio seguía atónito, sin poder decir palabra, pensaba para si mismo: “Este niño está loco, por qué insiste en que coma eso, ¿será algún lugareño que quiere matarme pues no quiere intrusos? No puede ser, llevamos años aquí y jamás habíamos visto ni sospechado siquiera de un alma humana. ¿Será que se perdió hace poco y no sabe que eso es venenoso? Quizá, pero qué ocurre con sus ojos, jamás había visto algo similar. Arcadio dio un paso hacia atrás, tropezando con una piedra que lo hizo caer, quedando su rostro a la misma altura de aquel niño que empezaba a verlo con extrañeza, debido a que no emitía ninguna palabra. Anda, prueba uno, si no te gusta no volveré a molestarte —insistió de nuevo el pequeño, con voz decepcionada. Arcadio lo miró fijamente a los ojos, no podía quitárselos de encima, parecían arder, sin atisbo de desconfianza, realmente el pequeño estaba seguro de lo que decía, esa frutilla era en su mundo lo mejor que podría existir, mostraba poca inocencia, sabía lo que hacía, pero Arcadio desconfiado creía que la distracción era lo que necesitaba el niño para poder matarlo. Luego de unos minutos en que se miraron con extrañeza y arrogancia, Arcadio alzó la mano, tomó una de esas frutillas amarillas y la comió. No sabía qué esperar además de caer muerto al cabo de unos minutos. Cerró sus ojos apretando sus párpados con fuerza, haciendo que sus venas se exaltaran y sus músculos se comenzaran a contraer. El sabor que estaba experimentando era exquisito, no sabía identificar si agridulce, salado o picante; poco o nada importaba, era lo más idílico que había probado.
— ¿Verdad que te gustó? —preguntó el pequeño al ver a Arcadio tan expresivo. Arcadio estaba por contestar un eufórico ¡sí!, pero recordó lo que le había preocupado tanto en un principio: ¿quién es ese niño? Y en lugar de contestar, habló. —¿Quién eres? —¿Yo? Nadie importante, sólo alguien a quien le gusta pasearse de vez en cuando respondió al mismo tiempo que empezaba a dar brincos en círculos. —¿De dónde vienes? Jamás había visto gente en este bosque. —¿Gente? No, no hay gente por aquí, yo vengo algunas veces a pasear y comer estas diminutas exquisiteces. —Pero supongo que vienes con demás gente. —No, no me gusta la gente, sólo algunas veces me da por saludarlos cuando los encuentro vagando. ¿Sabes?, hay ocasiones en que si una persona me divierte la llevo a conocer algunos lugares, pero tú me aburres y ni siquiera respondes si te gustó o no. Dicho esto el pequeño dio media vuelta y caminó hacia los árboles. Arcadio no podía dejar pasar la oportunidad de conocer a alguien más con quien platicar, corrió tras él sin poder alcanzarlo. —Qué ocurre con este niño —se preguntó Arcadio mientras corría con todas sus fuerzas—. ¿Cómo es que no puedo alcanzarlo si parece que nada más camina? Y así era, el pequeño se desplazaba con la tranquilidad de alguien que camina por un parque, Arcadio no pudo llegar hasta él a pesar de estar corriendo. Se dio por vencido y cayendo al suelo jadeant como un perro, de repente comenzó a marearse, parecía sentir la rotación y la traslación de la tierra moviéndose por el espacio. ¿Cuándo llegó el otoño? Se preguntó al ver el follaje de los árboles en sus tonalidades ocres octubrinas. Un lobo se le apareció de frente y lo vio a los ojos —Esos ojos son familiares —pensó Arcadio con extrañeza— ¿eres tú Australia? El pobre Arcadio no comprendía lo que sucedía, el lobo con sus ojos que combinaban líneas ámbar y carmín simplemente se dio la vuelta y saltó hacia el río que se encontraba a un costado. Arcadio se levantó y se preparó para saltar a la corriente, cuando una voz le dijo: —Yo no haría eso si fuera tú, no podrás nadar. —No importa, el agua parece llamarme, como si tuviera que ir con ella —res-
pondió Arcadio sin dejar de ver al agua. —Mejor vamos a sentarnos, anda, ahora sí me estás divirtiendo. Arcadio entonces giró la cabeza, vio al pequeño y sintió un poco de alivio, al menos ahora sí había visto una figura familiar. Se sentaron y comenzaron a platicar. —¿Qué edad tienes niño? —preguntó Arcadio aún sin discernir bien la situación. —¿Otra vez a preguntar por todo? El que parece niño eres tú… Pero te voy a responder, no sé qué edad tengo, lo que sí sé es que he visto muchos inviernos pasar, creo que más de los que puedo recordar. —¿Más de lo que puedes recordar? Pero si parece que apenas tienes doce años ¿no será que lo que tienes es mala memoria? —Claro que no —respondió entre risas el pequeño—. Sólo digamos que me ven como me quieren ver. Australia estaba muy preocupada, demasiado quizá, llevaba cuatro días buscando a Arcadio y estaba temiendo lo peor. Casi sin poder comer ni dormir —y cuando lo hacía era a la intemperie, peor que un vagabundo—. Se miró en el agua del lago y vio como le salieron unas ojeras terribles que jamás había tenido y pudo ver cómo la piel se repegaba a sus costillas. “¿Cómo era esto posible en apenas cuatro días?”, se decía imaginando que algo no estaba bien en ese lugar. Al sexto día, Australia vio a lo lejos a Arcadio sentado a la orilla de un río, sin hacer nada, balbuceando- Corrió hacia él, abrazándolo de inmediato, sin recibir respuesta. Él, farfullando quién sabe qué, ya que sólo se le podía entender “ámbar y carmín”. Intentó levantarlo, pero no se dejaba, quería seguir sentado. —Seguro encontraste alguna tontería con la cual volver a envenenar tu cabeza, ¿cierto? —le dijo molesta pero sin recibir respuesta— anda, levántate, vamos a casa… ¿Te diste cuenta que ya entró el otoño? Australia levantó a Arcadio con mucho trabajo, ya que sus fuerzas estaban por los suelos. Apenas había dado un par de pasos cuando vio frente a ella un gato montés, sentado y muy recto, parecía estar orgulloso de ser felino, clavó su mirada desafiante en Australia. No le hizo el menor caso y caminó hacia él, éste no se quitó, parecía no querer que se llevara a Arcadio. Australia lo vio a los ojos, los cuales
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eran de un color ámbar y carmín y combinaban muy bien con el ambiente otoñal que los rodeaba; no quiso perder tiempo y le dio una pequeña patada para ahuyentarlo. El gato se movió pero no dejó de mirar cómo se iban ese par de bípedos. Parecía que el ocaso nunca iba a terminar, Australia sentía que llevaba horas caminando; el sol, que asemejaba un gran ojo de sangre, seguía en la misma posición que cuando encontró a Arcadio, el cielo seguía teñido de tono rojo y amarillo, como si en lugar de nubes hubiera inmensas llamaradas que envolvían la tierra. Australia se estaba poniendo nerviosa, Arcadio no dejaba de balbucear , las únicas palabras coherentes eran “ámbar y carmín”. Ella se estaba desesperando de seguir escuchando lo mismo, más aún porque no lograba encontrar el camino a casa, no reconocía nada y no podía orientarse con las estrellas porque el ocaso perpetuo no las mostraba. Parecía que estaba en otro lugar distante, no recordaba en qué momento el otoño llegó, ni había visto ojos semejantes a los de aquel gato montés, ni se explicaba por qué parecía estar famélica en tan sólo una semana; estaba a punto de dejarse caer cuando escucho una voz a lado suyo. Yo no haría eso si fuera tú, no te podrás levantar. Australia, asustada, volteó de inmediato, pero solamente vio un antílope irse hacia el oeste. Tiene razón, no te podrás levantar — dijo Arcadio con voz débil— déjame descansar un momento, estoy fatigado. Australia dejó que se sentara, volvió
a la misma posición en que lo encontró en el río y empezó a farfullar otra vez. Se resignó, nunca iba a anochecer, dejó a Arcadio en su parloteo y fue a buscar comida. Llegó a una cascada, se dispuso a pescar, sin embargo no lograba ver un solo pez en el agua cristalina. Buscó en los árboles algo que le pudiera servir de comida, pero no encontraba nada, ni frutas, ni bayas, ni nidos de pájaro, ni guaridas de roedor. Se desvaneció. Observó a su alrededor, el sonido no se asemejaba en absoluto al que escuchaba en la cabaña, sólo se escuchaba un frágil soplar del viento y el crujir del agua. Al cabo de unos minutos apareció Arcadio, no estaba moribundo como lo había dejado, lucía enérgico y vital, con los ojos igual que el gato montés, parecían arder como grandes hogueras, ámbar y carmín. Sólo imaginar esas palabras, que tanto había repetido ese hombre, causó que perdiera la mesura y la paciencia y soltó un grito desgarrador que hizo eco en todo el bosque. En ese entonces tuvo pavor de soledad que nunca había experimentado, a pesar de tener ese tipo de sensación cada que veía las estrellas, pero en esas ocasiones las estrellas le servían de pequeñas. Ahí donde yacía ahora no las tenía, ese ocaso permanecería horas sin dejar siquiera que Venus se hiciera presente. No había peces en el río y el estruendoso grito no parecía haber asustado a un solo pájaro. Enroscó su cuerpo, comenzó a temblar y algunas lágrimas se deslizaron por su pálido rostro. —Deberías comer estas frutillas —le dijo Arcadio sin tono de preocupación por su amada que estaba colapsando frente a sus ojos.
—Bien sabes que esas son venenosas —respondió Australia entre sollozos y desesperanza. —De verdad que eres aburrida —dijo Arcadio con tono despectivo— quédate ahí si quieres. Australia no sabía lo que pasaba, Arcadio jamás le había hablado así, con las pocas fuerzas que le quedaron se levantó y corrió hacia donde lo había dejado, ahí lo encontró, sentado de la misma manera en que lo había encontrado en el río, balbuceando lo mismo —¡Deberías hacerle caso, así ya no te sentirías en otro mundo! —gritó Arcadio con los ojos irritados. —¡Hacer caso a quién! —respondió mientras corría hacia él tropezando con una vara. —En serio, debes comer —dijo una voz cerca de su oreja izquierda. Volteó aterrada, vio un pájaro rojo que parecía un cardenal, y cuando volvió su mirada a Arcadio vio justo frente a ella esas doradas frutillas. No pudo levantarse, pues aunque se sentía con la fuerza para hacerlo algo se lo impedía, como si hubieran amarrado sus extremidades al suelo. Supo que ya no tenía a dónde ir, no tenía opción, o moría ahí tirada o comía de esos frutos venenosos Decidió comer uno, no le encontró un sabor dulce o amargo, pero no le hizo la gran cosa. Con esa pequeña baya se sintió satisfecha y decidió quedarse dormida. Arcadio solo la observaba, ya sin decir una sola palabra, mientras una voz en su oreja izquierda dijo: Es que de verdad era muy aburrida.
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El último día Por Diana Armenta*
¿
A dónde se ha ido el sonido? ¿A dónde se ha ido el color?
¿Dónde está la calidez que sentía hace un momento? Abro mis ojos y lo único que veo es mi propio reflejo extendiéndose bajo mis pies, eso y el color negro cubriéndolo todo. Camino. En medio de este vacío pareciera que floto sin avanzar. De repente, una figura encapuchada aparece frente a mí —o quizá ya estaba ahí antes y apenas me percato de su presencia—, alta e imponente, carente de reflejo… Creí que caminaba sobre un espejo. No puedo ver su cara, pero siento como si aquél ser me observara. —¿Dónde estoy? —pregunto; mi voz suena débil. —Estás muerta. ¿Muerta? Eso no puede ser posible, tengo mala memoria pero creo que de estar realmente muerta podría recordar mi último aliento. Después de esforzarme unos segundos, recupero un fragmento de mi memoria: estoy en mi casa leyendo un viejo libro… Un sueño. Concluyo que mis recuerdos son un breve momento de vigilia antes de caer en el reino de los sueños. Me alegra ser poseedora de la conciencia onírica. —No, tú estás muerto —respondo riendo al encapuchado; le escucho suspirar. —Siempre es difícil con ustedes los jóvenes —dice. Yo podría jurar que su voz era completamente diferente hace un momento. —Demasiado joven para morir, tengo solo… —Dieciocho años… ¿Me equivoco? —su voz ha vuelto a cambiar. —No, está en lo correcto —respondo aún relajada. Me siento sobre mi reflejo, parece ser lo único que me sostiene para no caer en la nada. Deseo entablar una conversación, este ser de ensueño podría resultar interesante. —Estás aquí para tratar un asunto importante, hay algunos impedimentos para que llegues al más allá. Es mi trabajo ayudarte.
—Parece un trabajo divertido ¿qué debo hacer? —Antes que nada, debes abandonar esa actitud, y debes aceptar que ya no perteneces al mundo de los vivos —lo miro fijamente con el rostro impenetrable y asiento—. Esta es la situación: para tu fortuna o desgracia, nunca perdiste a un ser querido en toda tu vida; siendo así, no hay nadie dispuesto a venir aquí y acompañarte hasta el más allá. —¿No puedo llegar por mi cuenta? —El camino al más allá puede llegar a ser muy solitario, y peligroso. —¿Qué es lo peor que podría pasarme? ¿Morir? De pronto la criatura está inclinada frente a mí, a sólo unos centímetros de mi cara, casi puedo distinguir sus facciones por debajo de la capucha. —El cuerpo nace y muere, la materia se transforma y tu muerte da vida a otros seres. Pero el alma es diferente, si dejas que tu alma sea corrompida por el dolor antes de llegar al más allá, pasarás la eternidad vagando en medio de esta oscuridad, y desearás haber escuchado mis palabras con más atención. El aliento frío de aquél ser me recuerda a una mañana de invierno, cuando pasaba las vacaciones en casa de mis abuelos, junto al mar. Aquella memoria nebulosa me absorbe con una nostalgia que jamás había sentido, me pierdo, viajo a través del tiempo durante unos segundos hasta que la voz del encapuchado me hace volver ante su presencia. —Tu día está comenzando —dice mientras estira sus manos hacia mí. Entonces noto que en su mano izquierda tiene una vela, la mitad de arriba es dorada, la mitad de abajo es negra; luego miro su mano derecha, donde trae una daga plateada. —El último día. De un momento a otro me encuentro sola, sosteniendo la vela en mi mano izquierda y la daga en la derecha. Visto una túnica de tela suave, mis pies están descalzos y siento la dureza del espejo, pero ya no puedo ver mi reflejo. Su voz resuena una vez más en la oscuridad.
—La mitad dorada de la vela durará un día, tu último día. La mitad negra durará otro día, el primero después de tu muerte. Cuarenta y ocho horas. Presta atención a lo que veas en ese tiempo, pues basándote en ello tendrás que elegir a la persona que más aprecies. Cuando hayas decidido, deberás tocar su pecho con la punta de la daga de plata, entonces esa persona morirá. Tu alma y la suya se harán compañía por el resto de la eternidad, así que elige bien. El negro panorama se aclara poco a poco hasta tomar la forma de mi habitación, hace frío y mi despertador suena incesantemente. Miro hacia mi cama y noto que hay alguien en ella. ¿Cómo es eso posible? Por un instante el miedo se apodera de mí, pero luego recuerdo que todo es un sueño. Una vez que recupero mi serenidad, intento jalar de la sábana para descubrir quién se oculta bajo ella, pero al tocar la tela me doy cuenta de que no será tan fácil retirarla, está fría y dura como una lámina de metal, no logro hacerla ceder con mis dedos. Entiendo que no hay nada que pueda hacer para perturbar esta escena congelada en el tiempo. Finalmente, la persona debajo de la sábana se mueve, veo salir una mano de entre los pliegues de la tela y golpear torpemente el buró hasta dar con el despertador y apagarlo. Se hace el silencio, la persona en mi cama comienza a levantarse y puedo ver su cara. Puedo ver mi cara. Sigo mirándome absorta, tal y como me desperté esa mañana, con mi pijama blanca, el cabello despeinado y el rostro triste. Estuve llorando antes de dormir, ni siquiera recuerdo por qué. Ella se levanta y sale de la habitación, la miro preparar el desayuno y alistarse para ir a la escuela. Me pregunto qué tanto tiempo llevo sin comer, no siento hambre. La sigo. Las dos caminamos una calle, tomamos el autobús, viajamos en silencio durante quince minutos y llegamos a la escuela, justo como lo he hecho cada mañana en los últimos tres años. Me siento vacía, mañana cambiaré un poco mi rutina, lo prometo. Las mismas clases aburridas, los mismos maestros, todo es igual que ayer y
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no lo entiendo, si esto es un sueño no debería recordar tantos detalles. Ella sigue de mal humor; no reacciona a las palabras de mis amigas, y eso que se están esforzando mucho por animarla. Así son ellas, todo el tiempo preocupándose por los demás. Estoy aquí atrapada, en este sueño tan horrible, donde me miro sufrir todo el tiempo y ni siquiera puedo intervenir. Me tomo un momento para observar el rostro de mis amigas, y me doy cuenta de que ellas jamás entendieron lo mucho que yo las quería, jamás hice nada para demostrarlo; nunca les dije que, si de algo estaba agradecida en la vida, era de haber cruzado mi camino con el suyo por mera casualidad. Quizá no me atreva a decirlo jamás, incluso si vuelvo a verlas mañana. Después de clases, ella corre hacia la calle para alcanzar el autobús. —¡Espera! ¡Tengo algo que decirte! — le grita una de mis amigas, la preocupación se refleja en sus ojos, pero el camión ha partido ya—. Está bien, te lo diré mañana —susurra. Es como si su voz quebrara algo dentro de mí. Nuestro próximo destino es el parque, ahora recuerdo la razón de mi melancolía y la prisa por tomar ese autobús. Quería arreglarlo todo con él. Nos conocimos un día de verano, al pensar en ello puedo sentir la misma calidez que en ese entonces; casi siento sus manos sobre las mías, incluso su olor comienza a inundarme, no sabía que la nostalgia podía doler tanto, como una especie de veneno que te debilita rápidamente. Me he perdido nuevamente en mis recuerdos, ahora estoy arrodillada en medio del parque, abrazando mi propio cuerpo, que es lo único que puedo tocar. El atardecer dibuja la silueta de una persona frente a mí. Y a mis espaldas, ella ha venido en su encuentro. Ambos se miran, ignorando por completo mi presencia justo en medio de ellos dos. —No pensé que vendrías —dice él de pronto. —No iba a venir —responde ella. —Quería verte para ponerle fin a esto como se debe. Ayer dijiste que ya no me querías, y por un momento lo creí, pero no puedes engañarme para siempre. Te conozco muy bien, y sé que mientes cuando tienes miedo. —Pues no tengo miedo, así que lo que te dije no era una mentira. Sí tengo miedo. —Entonces dímelo a la cara ¿Me amas o no?
Lo amo, y tengo miedo de perderlo, cuando se vaya lejos a estudiar la universidad. —No, no te amo. Él camina hacia ella. Conforme se acerca puedo ver su rostro entristecido, va a tomarla de la mano como siempre lo ha hecho, pero ella se da la vuelta y se aleja. Nos quedamos los dos solos. “Lo siento”, susurro mientras me pongo de pie. Con el afán de consolarlo —y quizá también de consolarme a mí misma—. le doy un beso; sin embargo él no me corresponde, se ha convertido en piedra en el mismo instante que toqué sus labios con los míos. Voy en el autobús camino a mi casa, ella mira por la ventana, trae puestos sus audífonos e ignora al mundo. —Eres una tonta —le digo. Ella no puede escucharme y sé que no es por los audífonos, pero sigo hablando. —Nunca piensas en lo que haces, no te importa lastimar a los demás, ¿realmente es necesario que mueras y veas tu vida a través de otros ojos para entender lo terrible que eres? Ella no hace ningún movimiento, no tengo ni idea de lo que esté pensando. —Éste podría ser el último día de tu vida, y lo has desperdiciado vilmente. No has reído ni gozado de la compañía de tus amigos; no has hablado sino con palabras hirientes, ¡es como si ni siquiera te dieras cuenta de que sigues viva! En medio de mis gritos, ella deja escapar una lágrima silenciosa. Quizá pudo escucharme, o tal vez no es necesario que yo se lo diga, porque ella misma sabe lo desdichada que es. El camión se detiene y se baja pasando a través de mí como si fuera un fantasma. Llegamos a casa y somos recibidas por dos personitas: mis pequeños hermanos. —Te extrañé mucho —dice el menor, me pregunto cómo sería si ellos ya no pudieran verme nunca más, seguro seguirían buscándome como cuando jugamos al escondite. Mis padres también están aquí, la familia se reúne por las tardes. —Vamos a visitar a la abuela —dice mi madre con esa voz firme pero dulce que la caracteriza. —Yo me quedaré aquí —responde ella–. Tengo que hacer tarea. A mis padres les parece bien, llaman a mis hermanitos y salen de la casa. Apenas me quedo sola, el aire se vuelve más pesado. La mitad dorada de la vela se termina.
Ella enciende la estufa y pone a hervir agua, probablemente se preparará una de esas pastas instantáneas que nunca me han gustado. Anda un rato por la casa antes de sentarse en la mesa con un pedazo de papel y comenzar a escribir una carta, es para él… y está disculpándose. Después de todo ese corazón aún siente. Concibo la idea de que todo se va a solucionar, de que este sueño me ha servido para entender lo que he hecho mal con mi vida; mañana solucionaré todo. Mañana. Miro de nuevo la vela, queda casi nada de cera dorada. La diminuta flama que aún arde en la punta de la vela baila salvajemente por unos segundos, ha entrado una corriente de viento a la cocina, a ella parece molestarle porque se levanta de la mesa y cierra la ventana, luego vuelve a sentarse. Tras terminar la carta, la guarda en un sobre y se dispone a leer un libro, está a solo unas páginas de terminarlo. Siento un escalofrío en mi espalda… El agua ¿no debería estar hirviendo ya? Me acerco a la estufa y me doy cuenta de que no hay fuego, el viento debió apagarlo; acerco mi vela al quemador con la esperanza de encenderlo, pero no sucede nada. Temo por ese gas que llena la habitación. Ella sigue leyendo. Empiezo a desesperarme e intento apagar la estufa, mis manos son incapaces de hacer acción alguna, lo intento con todas mis fuerzas, pero todo está tan frío e inmóvil como lo demás que he tratado de tocar en este sueño… este sueño que no es un sueño. Ahora lo entiendo todo, quizá demasiado tarde, la vela dorada se ha acabado por completo y ahora solo queda vela negra. No me atrevo a mirarme. Ella se recostó sobre la mesa hace un momento. Pienso en la decisión que tomé: no ir a casa de mi abuela y quedarme a solucionar las cosas tanto con él como conmigo misma. Parecía la decisión correcta, pero me equivoqué. Estoy muerta. Pienso en todo lo que quería hacer con mi vida, si bien no era mucho, eran sueños que conservaba desde mi infancia. Jamás escribiré un libro, jamás me casaré ni tendré hijos, jamás enseñaré frente a un salón de clases. Siempre creí que eran sueños posibles, reales, no quería fama ni fortuna, tan solo ser feliz; pero ahora soy incapaz de sentir, de pensar. Soy una mariposa sin alas tendida sobre la mesa de mi cocina. —¿Me crees ahora? —dice una voz desconocida, y por el hecho de ser desconocida, sé a quién le pertenece. —Sí —contesto inexpresivamente. El ser encapuchado aparece frente a mí.
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—Espero que eso no haya dañado mucho tu alma, recuerda que debe estar intacta para cruzar al más allá. —¿No puedes simplemente llevarme tú? —No. Aunque no lo creas, tu alma no es la única que debo atender. Permanezco en silencio y sin mirar al encapuchado, él continúa hablando. —No hay tiempo que perder, ahora que has entendido lo que sucede debes esforzarte más, en cualquier momento llegará tu familia y la noticia de tu muerte se divulgará. Debes observar las reacciones de todos, será necesario para un mejor juicio —miro de reojo la daga plateada que traigo en mi mano—. El primer día será doloroso, pero debes mantenerte alerta, observa con mucha atención y haz tu trabajo antes de que la vela negra se termine. Estoy sola de nuevo y escucho la llave entrar en la cerradura, me encojo más sobre mí misma, cierro mis ojos y cubro mis oídos, definitivamente no quiero ver lo que sigue. Mi vida nunca fue del todo mía, también era de mis padres; tal vez incluso más suya que mía. Ellos me desearon, me esperaron, me protegieron con su amor y delicadeza, me enseñaron lecciones de valentía y de inteligencia; sé que ocupé sus pensamientos más de una noche en vela. El saber que debo esperar aquí y verlos reaccionar al olor del gas, para luego encontrar lo que queda de mí en la cocina, está destrozándome. El encuentro de mis padres con la mariposa sin alas es tan trágico y doloroso como esperaba, pero es esa misma pena la que me embriaga y lleva mis pensamientos a un lugar muy lejos de aquí. Dicen que antes de morir vemos pasar nuestra vida por delante, en mi caso no fue sino hasta este punto que pude evocar todos y cada uno de esos instantes, desde el momento de mi nacimiento, pasando por mi niñez, la escuela, los amigos, las clases de guitarra, los domingos de misa, el helado en la plaza, el rechinido de la puerta del patio, las historias de la abuela, las tardes en el parque, las rodillas raspadas, las vacaciones en casa de mis abuelos, los recitales de música, cada corte de cabello, cada tarde hastiosa, cada pequeño e insignificante momento. Al final me doy cuenta de lo corta que en realidad fue mi vida, me siento tan pequeña. Cuando regreso a la realidad ya han pasado horas. Observo con atención el lugar en donde estoy y lo reconozco de inmediato, también reconozco a las
personas que caminan a mi alrededor luciendo sus trajes negros como en una procesión de sombras cuyos rostros sin expresión esconden las tormentas de su mente. Me doy cuenta de que estoy en mi propio funeral. Sin poder evitarlo dirijo mi mirada al fondo de la habitación, a donde está el féretro. Me acerco casi en contra de mi voluntad. Quiero ver. No quiero ver. Mis pasos no se detienen. Estoy a punto de alcanzar a ver mi cara cuando alguien se atraviesa en mi camino, choco con el inmóvil cuerpo de mi ex novio. Ahora mismo, ver su triste semblante me es tan imposible como ver mi propio cuerpo sin vida, así que me quedo parada a sus espaldas, donde no puedo ver ni uno ni otro. —Llévame... —dice de pronto—. Llévame contigo. Aprieto la empuñadura de la daga, ésta es la única razón por la que sigo aquí. Me pregunto si realmente me atreveré a hacerlo, tocar su corazón con la punta de la cuchilla podría liberarme; pero también me convierte en asesina, y a él en muerto. Convierte a sus amigos en más dolidos y a sus padres en lo mismo que ahora son los míos: un par de viejos robles plantados al fondo de la sala, entrelazando sus ramas para sostenerse entre sí y así evitar venirse abajo. Retrocedo. Necesito pensarlo con detenimiento, y éste no es el lugar para hacerlo. Corro hacia la salida observando de reojo rostros conocidos; mis amigas están juntas, en silencio y tomándose de las manos; algunos de mis profesores charlan quedamente; mis familiares se limitan a hacerse saludos huecos, sólo algunos de ellos se acercan a mis padres para apoyarlos en su pérdida; a mis hermanitos no los veo por ninguna parte, hay alguien más que falta… La dueña de esta gran casa vieja: mi abuela. La miro en cuanto salgo de la habitación, ella está sola en el jardín, tan sólo mirando al infinito. He sido una persona que recibió mucho amor en su vida, y me da pena reconocerlo ahora, estoy aquí, detrás de la mujer que se sentaba por las noches conmigo a compartir galletas y chocolates mientras contaba viejas historias; estoy aquí, y no puedo hablarle, no puedo consolarle, ni ahora ni nunca jamás. Sostengo la daga y la observo reflejar la luz del sol de mediodía, luego miro la vela negra: se me termina el tiempo. Mi abuela... ¿será una opción? Recientemente nos enteramos de su enfermedad. Ella siempre me ha amado tanto, no me importaría que fuera mi amiga y compañera para toda la eternidad, además, a diferencia de él, ella tuvo una vida larga y feliz.
Alguien joven y alguien viejo, dos amores gigantes y nunca correspondidos. Se acerca el momento para decidir. La daga arde en mis manos con la misma intensidad que la flama de la vela. Él es joven y con un brillante futuro, pero me ha pedido que lo traiga conmigo, y así podamos estar juntos por la eternidad, de lo contrario él tendría que olvidarme y rehacer su vida, tal vez con otra chica… Ella es vieja y en su tiempo de vida ha hecho todo lo que quería hacer; de sus labios no ha salido ni una sola palabra desde que estoy mirándola, le quiero con todo mi corazón, pero mis hermanitos y mis padres también, de hecho no conozco a nadie que no la ame en cuanto la conozca. De cualquier forma estaré arrebatando una vida el día de hoy. Según la vela negra aún quedan algunas horas, no puedo ponerle fin ahora por más que quiera, opto por alejarme. Me encuentro sentada afuera de la casa de mi abuela, viendo los autos pasar por la calle, no sé qué estoy esperando, pero algo en mi corazón —que ya no late pero que aún me deja en el pecho el recuerdo de la vida— me dice que me quede aquí. No ha pasado mucho tiempo cuando él sale de la casa, lo sigo con la mirada mientras cruza el portal, la banqueta, la calle… y luego ese espantoso ruido. No puedo creer lo que estoy viendo, simplemente no pudo haber sucedido, me convenzo de que no escuché su grito, de que no lo vi volar por los aires, de que ese auto gris no lo arrolló frente a mis ojos. Pero la multitud que se reúne poco a poco a su alrededor no miente, él está muriendo. Han pasado trece horas desde el accidente, la vela negra está por terminarse. Estoy en el hospital junto a la camilla, tan sólo mirándolo, observando sus labios delgados y sus largas pestañas en ese rostro de la inconsciencia. Sé que no me queda mucho tiempo, pero no hago nada por cumplir con mi misión; verlo así sólo me hace desear que sobreviva, que tenga una vida larga, y que encuentre a alguien que sepa valorarlo como yo no lo hice. Durante cuarenta y ocho horas he estado en este doloroso mundo sin poder intervenir una sola vez con ninguno de sus elementos, cada cosa que he tocado se ha congelado en el tiempo, nadie puede verme ni escucharme, y es por eso que suelto un grito de espanto y sorpresa cuando siento que alguien toca mi hombro, y escucho su voz decir mi nombre. —Lo siento, creo que te asusté —dice él.
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Me doy la vuelta y lo observo, definitivamente es él, pero… Miro a mis espaldas, su cuerpo sigue en la camilla dormido, ¿cómo puede estar dos veces en la misma habitación? Claro… casi olvido que también yo pasé un día siguiendo a mi doble. —¿Estás muerto? —pregunto con una voz apenas audible. Él sólo se ríe confundido. Miro el aparato que está conectado al lado de su camilla, aún hay débiles signos vitales, siento que ahora él se encuentra en medio de la vida y la muerte. Nos tomamos de la mano, puedo sentirlo por fin y le doy el beso que tanto anhelé. —Si los dos morimos, significa que podemos irnos… —No —interrumpo—. Yo me iré… tú debes quedarte aquí. Él me mira con tristeza, ambos esperamos inútilmente por una lágrima que cruce nuestras mejillas, no podemos hacer nada más que sentir el dolor en el fondo de nuestro ser. —Escribí una carta para ti —le digo— . Está en mi casa, puedes ir por ella en cuanto te recuperes… Por favor, consuela a mis padres, quiero que ellos sepan que los amo, lo mismo con el resto de mi familia. Y mis amigas, a ellas diles que lamento no haber aprovechado el tiempo que tuvimos juntas, que aunque no puedan verme, yo siempre estaré sonriendo para ellas, devolviéndoles la alegría que me brindaron. Dile a mi abuela que pocas cosas me hicieron más feliz que poder compartir sus historias, era como viajar en el tiempo. Y quiero que todos sepan que, mientras tenga un lugar en sus corazones, seguiré viviendo —observo la vela negra: está terminándose—. Muchas gracias por todo… Te amo. De nuevo me encuentro en medio de la nada negra, la vela se ha consumido por completo, abro mi puño derecho y la daga cae sin hacer ningún sonido, desapareciendo entre la negrura, ya no hay
luz alguna, no puedo ver ni la palma de mi mano frente a mí. —Está oscuro —me atrevo a decir, aún puedo escuchar mi voz. —Te has buscado este destino —me responde una voz desconocida. —¿Qué debo hacer ahora? —Caminar… Caminar entre la oscuridad hasta que encuentres el más allá. —Acepto las consecuencias de mis actos —dije firmemente, y luego sonrío en medio de la oscuridad—. Mi abuela y mi novio aún están vivos. —Eso no puedes saberlo. Ella está enferma y él herido, cualquiera de los dos podría morir en cualquier momento, pero ya no están a tiempo de encontrarte. —Ellos van a estar bien —digo de nuevo con seguridad. —¿No tienes miedo? —No. Él siempre decía que miento cuando tengo miedo, ¡qué conveniente!, por primera vez puedo decir la verdad y demostrar que no tengo miedo, al mismo tiempo. Después de un largo silencio puedo escuchar el suspiro más profundo y desesperado que alguna vez presencié.¡ —No puedo creer lo que estoy a punto de hacer —dice el encapuchado—. Un día de éstos voy a quedar arruinado. De repente una luz cegadora aparece frente a mí. Mis ojos se acostumbran rápidamente y puedo ver por fin el rostro del encapuchado, no es como imaginaba, horrible o inhumano, es tan sólo un rostro como el de cualquier hombre. Está sonriendo. —Esto es un lucero de la muerte: la energía que en vida unía tu cuerpo con tu alma. Cada vez que alguien en tu misma condición muere, me es entregado un punto luminoso como éste, si consigo los suficientes también yo podré ir al más allá. —¿No eres tú la muerte?
—No, sólo uno de sus muchos subordinados —su voz no ha vuelto a cambiar desde que reveló su rostro—. Como tú, yo fui una persona que murió joven y sin haber sufrido ninguna pérdida. Como tú, yo no quise usar el poder de la daga de plata. Como tú, yo fui condenado a vagar por la eternidad en medio de la oscuridad, pero llegó el punto en que la muerte se apiadó de mí y me ofreció este trabajo, ayudando a las almas a encontrar su camino al más allá, reuniendo luceros de la muerte por cada alma que ayudo, esperando un día tener los suficientes para que iluminen mi camino. –Y tú… ¿Estás entregándome uno? –El lucero que te ofrezco es el que salió de ti después de que te despediste de tu mundo, por derecho te pertenece, y déjame decirte que es uno de los más brillantes que he visto. El punto luminoso flotaba entre mis manos y sentí que podía confiar en él. —Gracias —dije, y miré su rostro por última vez antes de que se retirara lejos del resplandor de mi lucero. No sabía si seguía junto a mí, pero me nació decir algo más antes de marcharme. —Encontraré el camino… Lo encontraré y vendré por ti para ser tu guía al más allá. No sé hace cuánto tiempo dije esas palabras que no tuvieron respuesta, ¿días?, ¿meses?, ¿años quizás? Realmente dudo que aquí exista el tiempo. He pensado mucho en mi pasado, pero los recuerdos de mi vida ya no me resultan dolorosos como al principio, ahora no puedo más que sentirme feliz de haber vivido y de haber conocido a todos aquellos a quienes amé y siempre amaré. De pronto mis pasos se detienen, observo admirada mi alrededor y sé que he llegado: el más allá. Recuerdo el camino exacto que seguí hasta aquí, así es que sonrío, me doy la vuelta y comienzo a caminar de regreso para cumplir mi promesa.
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Papalotl Por Alejandro Morales Mariaca*
T
ony cerró la llave del lavabo, sumergiendo su rostro en el agua fresca. Todo el lugar se encontraba a obscuras, en silencio. Con movimientos lentos y pesados tomó una toalla y se secó con ella, sintiendo cómo un profundo escalofrió recorría su espalda desnuda. Mecánicamente introdujo su mano en los bolsillos del pantalón, sacando un cigarrillo que colocó de inmediato en sus labios. Sin notarlo, sus pies lo llevaron al estudio, justo enfrente del gran estante que contenía su biblioteca. Casi sorprendido se descubrió tomando un polvoso volumen, aquel grueso texto cubierto de cuero rojo con el grabado de una mariposa: Papillon de Henri Charrière, el único de todos ellos que no se había atrevido a tocar. Un impulso ciego le ordenó abrirlo, sumergirse en aquella lectura. Pero no, de algún modo logró vencer el arrebato y colocó el ejemplar sobre la mesa del escritorio. Justo al lado, en el dormitorio, el cuerpo de Fernanda yacía inmóvil en el suelo alfombrado. El teléfono sonó y decidió ignorarlo, pero éste continuó sonando con urgencia. Lentamente se acercó al aparato, dudando. A pocos centímetros el timbre sonaba sin cesar, mientras él pasaba una temblorosa mano por su demacrado rostro. Un timbrazo más y eso fue todo. Levantó el aparato. Nadie respondió… Para la mayoría de la gente aquel sería un hermoso día, con el sol fulgurando en el firmamento, el pasto brillando con resplandores de jade y las aves aderezando con su canto la brisa, tan delicada y amable, que parecía la caricia de una antigua amante. Sería perfecto de
no ser por las mariposas. Mariposas… Tony odiaba las mariposas. Un observador descuidado sin duda atribuiría esa aversión a la lepidopterofobia, lo que supondría un error; comprensible, pero no por ello menos errado. Él no les temía a las mariposas, las odiaba, así de simple, y lo hacía, pues era dolorosamente consciente de lo que esos insectos eran en realidad, algo tan ominoso que todavía no existe denominación para designarlo. Quizá era mejor así. Uno de sus más antiguos recuerdos de infancia incluía a su abuela tras una taza de chocolate diciéndole, con el más solemne de los tonos, que uno debía de tener cuidado de meterse con las mariposas, ya que las blancas eran las almas de los antiguos guerreros caídos en batalla, mientras que las negras eran los heraldos de la muerte. Y en ambos casos, por obvias razones, debían ser objeto de respeto. Por supuesto, Tony le creyó, sobre todo porque antes de morir ella, una enorme mariposa negra se posó en el dintel de su puerta, como inevitable anuncio de lo que vendría. En cualquier caso, recuerdos o no, nunca le habían gustado esos insectos, pues creía ver algo perturbador en su errático vuelo, como si danzaran al ritmo de una música horriblemente inteligente que sólo ellas eran capaces escuchar. Una invitación al caos más puro. Una niña vestida de amarillo corría sobre el pasto frente a él. Poco tiempo le tomó ver que la chiquilla andaba en persecución de una pequeña mariposa de alas blancas. Esta pronto logró eludirla, terminando su febril vuelo posándose de manera descuidada sobre el libro que Tony sostenía entre las manos. Pudo sentir entonces cómo el insecto le miraba,
percibiendo un reconocimiento… un deseo… Cerró el libro con violencia, provocando que la criatura emprendiera el vuelo, desapareciendo al poco en la nada. Tampoco logró hallar rastro alguno de la niña. No pudo seguir leyendo tras el incidente, así que encendió un cigarrillo y distrajo su mente con las caprichosas espirales del humo. Los antiguos temían a las mariposas, sobre todo a las negras, aquellas grandes y robustas, con alas como mortajas. Por lo que Tony sabía, las consideraban viajeros del reino de la muerte, seres del más abyecto horror, o al menos eso se derivaba de su antigua nomenclatura, mictlanpapalotl —mariposa del país de los muertos— o tetzahupapalotl — mariposa del espanto—. Sin reserva alguna pudo entender aquel miedo primitivo hacia esos insectos. Cuando una de ellas tenía el atrevimiento de posarse en algún muro de su departamento no era capaz de evitar sentirse invadido, como si aquella presencia no debiera estar ahí, como si su estancia violara el tejido de la normalidad. Apagó el cigarrillo con la suela de su zapato, arrojando la colilla sobre su hombro. En ese preciso instante algo comenzó a molestar sus oídos, al principio le costó definirlo, pero no tardó en reconocerlo como el ruido in crescendo de docenas de diminutas alas que batían furiosas a su alrededor. Sintiendo una fina película de miedo sobre él, se dio vuelta. No había nada allí, sólo la hierba que crecía silenciosa con la paciencia de las eras. Un profundo sentimiento de soledad se apoderó de su ánimo. Una melancolía
* Alejandro Morales Mariaca es un escritor mexicano, actualmente vive en Texcoco; los géneros sobre los que escribe son: Steampunk, Pastiche Holmesiano, Horror cósmico, Policíaco, Zombi , etc. Su obra ha sido publicada en México y España.
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venenosa que le hacía sentirse incómodo en su propio cuerpo. Intentó volver a su libro, pero sólo logró leer unas pocas líneas que no alcanzaron a anular el simulacro de pánico que rápidamente hizo presa de él. La suave voz de una niña lo sacó del ensimismamiento de la tarde. Tony levantó la mirada, encontrándose al hacerlo con un rostro sucio y macilento que le miraba interrogante. Olvidando el incidente del insecto, observó embelesado la mugrienta figura que permanecía ahí ante él, con la impertinencia de una promesa por cumplir. Le costó admitirlo, pero aquella niña, con su harapienta y obscura ropa que asemejaba una mortaja, le resultó fascinante. Lucía hambrienta, así que fingió buscar unas monedas en su bolsillo para poder observarla mejor. Debajo de la suciedad y el desencanto cercano a la hostilidad, le pareció ver el germen de la belleza, cualidad que pronto le daría el sustento, como evidenciaban las incipientes, aunque ya sugerentes formas de su cuerpo. Sin atreverse a mirarla a los ojos, depositó sobre su palma un par de monedas, tras lo cual la niña se alejó sin mediar palabra. En realidad, no tenían nada que decirse. Tony decidió que ya había tenido suficiente del exterior, por lo que se puso en pie para emprender el camino de
regreso a su departamento, de vuelta a los libros, al polvo, a los pisos alfombrados, al cuerpo de Fernanda y su odioso tatuaje alado al final de la espalda. Tras dar un par de pasos, sintió que algo se posaba sobre su hombro, siendo apenas capaz de ahogar un grito de espanto al tener conciencia de que se trataba de una de aquellas mariposas negras. El insecto agitó con pereza sus apergaminadas alas, no pareciendo querer marcharse pronto, así que venciendo su aprensión, Tony la alejó con un violento manotazo, en el que se mezclaban el horror y la repugnancia. Asqueado por el breve contacto, Tony sacudió con infinito recelo la parte de su cuerpo que el insecto había mancillado, como si temiera que el breve contacto pudiese envenenarlo con su aura maligna. Fue entonces que algo llamó su atención hacia el cielo, donde muy por encima de él, un objeto flotaba con torpeza, atrapado en las corrientes de viento. Un papalote. Por más que lo intentó, no logró encontrar a quien lo manipulaba. Más aún, el papalote parecía cambiar de tamaño, haciéndose cada vez más y más grande. Pronto notó que aquello era sólo una ilusión óptica, pues el objeto no crecía, sino que se acercaba a él, desplomándose en picada. Tony no pudo evitar caer en las garras del pánico
cuando la cometa se encontraba ya muy cerca suyo y pudo ver que en realidad se trataba de una gigantesca mariposa negra, que movía sus terribles alas como si quisiera arroparlo con ellas. Presa de un miedo atávico quedó de rodillas, hiperventilando. Apartó la vista del monstruo, clavando su mirada en el suelo. Pero en cuanto lo hizo se arrepintió de ello, pues entre la hierba distinguió algo terrible, extremidades cadavéricas y osamentas en las que gordos y pálidos gusanos se alimentaban aborreciblemente en una danza de macabro ritmo. En un santiamén, ante sus desorbitados ojos, aquellos gusanos se tornaron mariposas, tan negras como marchitas, las cuales formaron una colonia que lo rodeaba. Cientos de ellas se posaron sobre su cuerpo, lo que le permitió ver en sus diminutas alas mil rostros de la muerte. A menos de quince metros, una niña de vestido amarillo contemplaba embelesada cómo las mariposas revoloteaban sobre un mismo punto, luciendo ante sus ojos como pequeños papalotes. Volaban justo donde poco antes había un hombre gritando con desesperación. La niña no pensó mucho en él, las mariposas eran demasiado hermosas.
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Horror de muerte Por Romi*
/Ninguno puede siquiera pretender imaginar lo que les preparamos. Hoy, al predominar la oscuridad, quien se atreva, descubrirá lo que es el verdadero horror. Nosotras sólo propiciaremos el acercamiento. Pero serán ellos, ellos y su propia tenebrosidad, su propio miedo, quienes se revelen a ese, al muerto más horroroso de todos/ Hoy celebramos dos de noviembre y el día, además de traer el folklore, viene con la feliz alternativa de no asistir a clases a cambio de montar un altar. Año con año, la universidad realiza un concurso de altares de muertos, donde todos los estudiantes participan esperanzados de obtener el jugoso premio de un lote de libros publicados por la mismísima imprenta universitaria. El conocimiento en esos textos constituye, sin duda, lo primordial. Bueno, son los libros y la satisfacción de ganar a los otros grupos. Además, siempre hay algo de vergonzoso en que los primeros grados se lleven la victoria. No me pregunten por qué, pero aquello refuta Lidia cuando me resisto a participar. A mí, la verdad, no me interesan los libros ni ganar. La importancia para mí reside en la semana adicional que ahora tengo para finalizar la maldita tarea que debí entregar la semana pasada. Por eso, ¡alabados sean nuestros muertos! Que sin saberlo, nos brindan, a todos los estudiantes como yo, en universidades como esta, la posibilidad de no repetir curso. Desde que llegué la gente está haciendo emocasto y aquello: ora trayendo flores, ora picando papel de china, que acomodando niveles —aquí entra la infaltable discusión de que si son tres, que no, que siete, y que si la mitología mexica dice son tantos—, luego están que la toalla, que el agua y el jabón. Ahora preguntan que si alguien trajo una foto, que si trajeron el libro. ¡El libro! Creo que ese debía traerlo yo. Lidia me lo dio hace un par de meses para que lo leyera. Insistió con tanta fervencia que no pude negarme. Prometí leerlo según sus instrucciones: por las tardes que se van convirtiendo en noches lluviosas. ¡Y traté de hacerlo! Pero la melodía de la lluvia mecía mi mente y me quedaba dormido en medio de mi empresa de lectura. No avancé más allá de la página 70. ¡Aquí está! Sabía que no podía ser tan irresponsable. Al menos no tratándose de Lidia. Aquí está: Balún Canán, de Rosario Castellanos. Lidia sonríe y se acerca a tomar el libro. Ella me parece tan… bonita. Resulta algo obsesiva y también bastante compulsiva; siempre se las ingenia para que el altar se haga del personaje que ella desee. Nos inscribe al concurso y al instante —cabe agregar que sin consultar a nadie— decide a quien homenajearemos. Dicha elección siempre va en virtud de sus lecturas recientes. El primer año fue un colega de profesión: el historiador Luis González y González. Para el siguiente se decidió por Foucault, y este año prefirió a una escritora de quien se hizo fan en cuestión de tres meses. Leyó cuanto texto consiguió de ella. ¡Dios! El libro que me prestó forzosamente se lo devoró en una noche de mediados de junio. No sé cómo le hace. Actualmente está interesada en otra autora, también mexicana. Por otra parte yo… con una dificultad mortuoria puedo culminar con la lectura de alguna novela. Con mencionar que mi
obra favorita es el Cantar de Roldán —que creo que ni cuenta como novela, por cierto—, nada más porque logré el término cabal de esa lectura. Debimos leerlo para la asignatura de historia de Francia, nos dieron dos semanas para hacerlo; Lidia lo leyó en un día, yo tardé tres semanas. Para mí fue una obra magnífica, épica, impresionante, imperdible, como diría Lidia. Aunque, pensándolo bien, ella en realidad no lo diría. Ella lo calificó como interesante, pero a la vez algo burdo, con algunas inconsistencias y ya no quiero recordar qué tanto más. El altar está montado. Lidia sonríe satisfecha de ver su idea materializada. A mí no me deja de sorprender su capacidad de prever cada detalle; cada sombra, cada flor de cempaxúchitl, cada viruta de aserrín, cada gramo de sal. Es tan… dedicada. Tan… Pedro, ya que tú no hiciste casi nada, es tu deber cuidar del altar mientras nos vamos a comer. Tan mandona. ¿Quieres que te traiga algo? Sonríe y emula una caricia cerca de mi mano. ¡Carajo! Soy una vergüenza. No. Comí antes de venir. Voy ya que ustedes regresen. Es así como me quedo solo, como en silencio me convierto en un ente guardián cuya única misión es mirar el exterior de este salón donde está contenida la obra plástica y cultural de Lidia. Y ahora, como presencia inmóvil, noto que somos el único equipo que ya culminó con el montaje. Acá afuera continúa la pasarela de ramos de cempaxúchitl, de papeles de colores estridentes, de mujeres caracterizadas de catrinas, y no falta uno que otro desorientado que considera que la fiesta del día de muerte es equiparable al Halloween de nuestros vecinos del norte. Dentro de esta categoría de despistados, casi podrían entrar las gemelas Sonia y Anahí, dos mujeres blanquísimas como albinas, pero con cabello oscurísimo como si fuesen hilos de tinta negra. Son muy delgadas, a tres pasos de estar esqueléticas según mi gusto, pero aún así, es innegable que tienen una gracia atractiva, aunque un tanto siniestra. “Las despampanantes Morticias”, les llaman comúnmente por aquí. Y sin duda hoy, con esos entallados y larguísimos vestidos negros le hacen justicia al sobrenombre. Pero ellas no están disfrazadas, tal vestimenta cubriendo sus cuerpos no cuenta como un hecho extraordinario: en ellas es su habitual anormalidad. Lo que sí me parece distinguible y raro en ellas es el hecho de entrar y salir de uno de los salones. Yo sé, yo sé, ¿qué tiene de raro si todo el mundo hace eso? Si la gente está armando los altares. Acá va mi extrañamiento: ellas jamás habían participado en uno de estos concursos. Según tengo entendido éste es su último año, así que, tal vez, se animaron a concursar al menos una vez, hoy, en la última oportunidad. Independientemente de la motivación que tengan, no deja de ser un hecho alejado de la normalidad, sin embargo, debo confesarme interesado por descubrir lo que ellas preparan. Con ese aire de oscuridad, de muerte circundante a sus menudos cuerpos, tengo claro que ese altar será algo del otro mundo.
* Itzele Roblez Martínez arrancaba desde niña las hojas de los libros infantiles cuyos finales le parecían inadecuados, para luego dibujarlos y escribir las líneas del final, a su parecer, que la historia necesitaba. Actualmente cursa la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara.
La tarde ya se vistió de noche y los evaluadores no aparecen. Lidia permanece junto a mí, en contraste del resto de nuestro grupo quienes visitan la variedad de altares disponibles. Lidia no quiere moverse de aquí hasta dar su presentación del altar. Y yo, bueno, considero innecesario gastar más palabras para explicar la razón que me tiene aquí a lado de ella. ¡Qué ridículo! Ni siquiera hablamos. Ella está abstraída admirando el folklore de la noche; el color instalado en el gris dentro del cual nos habituamos a existir la cotidianeidad. ¿Sabes? Sus labios se mueven, pero ella continúa embelesada por la vivacidad que le damos a la muerte. Los románticos decían que para que el mal venza al bien, éste debe ser mucho más bello que la bondad… —prosigue luego de suspirar—. La muerte ha de tener una beldad extraordinaria y letal. Tan avasallante que tanto hombres como mujeres caen rendidos y le piden acompañarle durante la eternidad. Una hermosura tan devastadora que ni siquiera importa el resto de los miles de millares, de trillones de amantes que le desean. Lo único primordial es seguirle incansablemente, porque no hay cansancio en la muerte ¿cierto? Gira a mirarme. ¿Si comprendes lo que expongo? Intento, sin éxito, sonar convencido: “Sí”. Lidia me ve entre decepcionada y abatida al tiempo que suspira. ¿No quieres mirar el resto de los altares, igual que hacen todos los demás? En un momento más vamos tú y yo. Digo, para no ir solos. No me gusta ver otros altares antes de la premiación. Si deseas ir conmigo, vamos después de ella. Pero después de la premiación empiezan a desmontar todo. Soy consciente que eso ocurre. Pero, no me gusta. ¿Por qué? — No me gusta sentir el sabor del inminente fracaso instalarse en mi paladar al descubrir los altares que superan al nuestro. No digas eso. Tú tienes ideas muy buenas. Todo es perfecto. Ella sonríe, pero en su mirada reside la desesperanza. Paradójicamente, el día de muertos debe estar rebosante de vida, debe ser casi palpitante, con todas esas flores, los colores, las velas…pero, siento que los altares que ideo son más como fotografías estáticas; siento que les falta algo de dinamismo. Lidia gira su cuerpo para sacar un termo de la bolsa que pende de su hombro derecho. Toma un trago. Por mi parte espero en silencio, la forma en que están colocadas sus manos me indican que aún le falta algo por decir. Siempre me he considerado un alma clásica. Me alarga el termo a manera de ofrecimiento. ¿Qué es?— pregunto. —Expresso. Mi bebida favorita es el moca, sin embargo, para afrontar el día de hoy, consideré que este sería el adecuado. Al instante mi brazo retrocede. No me gusta el café. Está bien. Su sonrisa libera la tensión de mi rechazo. Aún así, da media vuelta con la intención de adentrarse al salón donde montamos nuestro altar. No quiero terminar la conversación aún, así que me lanzo a cuestionar:
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¿Y tiene algo de malo? ¿Que no te guste el café? No. Cada quien tiene sus gustos. No. Eso no. ¿Entonces a qué te refieres? A lo de tener un alma clásica ¿Tiene algo de malo? Una sonrisa contradictoria adorna su rostro. Lo es en ocasiones cuando se vive en un mundo postmoderno. Gira de nuevo y reanuda su camino. En este momento noto que los profesores evaluadores se acercan junto a una comitiva de alumnos curiosos. Ya hay tanta gente dentro del salón que prefiero permanecer al exterior. Recorro con la mirada los altares cercanos. Uno a García Márquez, uno a Cerati, otro a Pedro Moreno, por allá está el de Clemente Orozco junto al de Frida Kahlo (Me pregunto ¿dónde estará el de Diego?)…y al final del pasillo, el último de los altares, el montado por Sonia y Anahí. Es ese punto donde mi mirada se detiene y la curiosidad me desborda. Las personas hacen fila de dos frente a la puerta cerrada. Mis ojos persisten ahí hasta que al paso de unos minutos —o puede que hayan sido segundos; la ansiedad alarga el tiempo— la puerta se abre y sale un par de personas con una mueca de horror atravesada. Decidido. Ese será el primer altar que quiero visitar. Iría ahora mismo, pero si la dinámica es en pareja, considero favorable esperar a Lidia. ¿Quién sabe? Toda ocasión puede ser una oportunidad. Obtenemos el tercer lugar del certamen y la mayor parte del equipo sonríe satisfecho. La excepción es Lidia, en ella aparece la sonrisa contradictoria. Ya no sé si es buena idea pedirle que me acompañe, pero no esperaré más. De verdad quiero ver el altar de las Morticias y deseo aún más que Lidia vaya conmigo. Oye, Lidia. Ella se gira a mirarme y se esfuerza por ampliar unos milímetros la sonrisa. Tercer lugar. Está bien, ¿no? Su mirada refleja una mezcla entre ruego y exigencia de aceptación. —Sí. Está muy bien— me detengo para esbozar una sonrisa con la intención de aliviarla. Prosigo —. Pero no es eso lo que te tengo que decir. ¿Entonces? Dijiste que si quería ver los altares contigo, sería después de la premiación. Logro sacarle una risilla genuina y la sensación que aflora en mí, al mirar esos cortos espasmos en su pecho, es de éxtasis. Son apenas unos segundos de gloria los que transcurren cuando ella vuelve la mirada hacia mí y dice: Vamos. Por suerte a esta hora la fila ha desaparecido y entramos directo a la habitación ocupada por las gemelas. En cuanto estamos por completo en el interior, el primer estremecimiento lo genera la impresión de encontrar un ataúd de madera oscura al centro de la habitación, abierto, como si aquí se efectuase una velación a poca luz. Lo único que nos salva de la penumbra son cuatro cirios, uno en cada esquina del cajón. Las paredes están revestidas con lo que parecen ser telas negras y hay algunas mesas pegadas a la pared, circundando el féretro. Una de las gemelas nos retiene en la entrada con un ademán, mientras se encarga de cerrar la puerta tras nosotros. La otra permanece junto a la caja, contemplando al… ¿cuerpo? Viéndola allí, me parece una joven viuda en espera de recibir pésames.
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¿Están listos pare conocer al muerto más horroroso de todos?— habla la primera gemela. Noto que la temperatura aquí dentro es baja. Siento como el frío sube por mi pantalón de mezclilla y la tela se resiste al movimiento de mis pasos. La piel se me eriza. Al mirar a Lidia, la descubro frotando sus brazos en búsqueda de calor en la fricción. La Morticia recibidora sonríe lúgubre y un tanto maliciosa. No es necesario respondamos a su pregunta; ya estamos al interior y la puerta está cerrada. Entonces, continuemos. Pero, antes de enfrentarse al muerto más horroroso de todos, en estas mesas encontrarán algunos objetos de distintas etapas de su vida y varias de sus cosas favoritas. Sería imprudente verlo sin antes conocer un poco de él. Cada que menciona eso de “el muerto más horroroso de todos” un escalofrío me recorre. No puedo concebir a ese muerto más que como una criatura terrorífica e informe. Entre bestia, protohombre y un poco de esencia demoníaca. Tal vez un poco como Catashná, el demonio de las siete colas que según Lidia aparece en el libro de Castellanos; con cuerpo de niño pero rostro arrugado y repleto de pelo. ¡Carajo! ¿En qué nos metí? En esta primera mesa encontrarán los objetos de su niñez— la voz estertórea de esta guía oscura taladra en los oídos. En la mesa estaba un pequeño traje de bebé, algunas chambritas y, en seguida, una pelota junto a varias canicas. Mira— dice Lidia muy cerca de mi oreja con el fin de que sólo yo la escuche —, ese juego es muy bueno. No puedo creer que lo tengan aquí. Yo perdí el mío hace años. Creí que ya no los fabricaban. Dirijo mis ojos a la señalación de mi acompañante y encuentro, para mi sorpresa, un videojuego. Muy bueno, es cierto, pero no quita mi desconcierto. Lidia no parecer del tipo de mujeres que juegan videojuegos. Mucho menos después de su declaración de “ser un alma clásica”. —En la mesa de fondo encontrarán la que era la bebida favorita del difunto. De inmediato viro hacia allá, para encontrar que la guía ya se encuentra junto a la mesa en cuestión, donde hay varios vasos desechables color negro en una de las mitades de la mesa, mientras que la otra está cubierta por piezas individuales de pan de muerto. Acérquense. Pueden tomar lo que quieran. Incluso tenemos azúcar si desean agregarle a sus bebidas. La curiosidad consiguió que Lidia y yo nos aproximáramos a conseguir sendos vasos. Éstos estaban cubiertos con las típicas tapas que dan para cubrir los vasos de café, con la diferencia que esas son blancas y las de nuestras bebidas son negras. Lidia lleva la boquilla de la tapa a su nariz y aspira. Huele delicioso. Después de escuchar el comentario prosigo a imitarle. Me impacta un fuerte olor a canela. Al acto me invade el temor que se trate de café de olla. Lidia lleva el recipiente a sus labios. Exquisito. ¡Pruébalo! Estoy segura te agradará. No es amargo. Lleno de duda, accedo. Té de canela. Qué extraño. Por la forma en que Lidia habla casi habría jurado que era café, incluso uno moca, como ella lo prefiere. Por último, en ésta mesa encontrarán algunos de los libros de interés del muerto. Tenemos además su
libro favorito. En dicha mesa había libros de mitologías prehispánicas, de historiografía, de geografía, de antropología, de… —Mira. Lidia señala uno de los libros. —Ese es excelente. Deberías leerlo. Sigo la dirección que su dedo índice muestra y encuentro el Cantar de Roldán. ¿Te sientes bien? Claro, ¿por qué preguntas? Ya lo leí, Lidia. ¿Tú? Pero esas lecturas no te agradan…. No gasten más tiempo en discusiones banales— interrumpe la Morticia viuda —.Ya llegó el momento de conocer al muerto más horroroso de todos. Se hace a un lado para permitir que nos acerquemos al ataúd. Estoy tan nervioso que retumba mi palpitar en mis orejas. Lidia y yo nos acercamos, compartimos una mirada de complicidad y procedemos a bajar la mirada. Me asomo para encontrar el absoluto sinsentido de mi solitario reflejo. Un espejo donde sólo yo me reflejo. Algo está mal aquí. Al momento giro a mi derecha en busca de Lidia y la luz se extingue en el proceso. Estoy casi en total oscuridad, sólo hay a mi derecha, ahí donde debía estar Lidia, una franja horizontal de luminosidad. Me temo que estoy recostado. Adivino la presencia de lo que parece ser esponja, o tela, no sé, rodeando mi cuerpo. Intento levantarme, pero estoy inmóvil. Mis extremidades no responden. De lo único que estoy seguro es de mi movimiento ocular, y que estoy en un lugar reducido. Intento gritar, pero mi voz se estanca en el pensamiento. No puedo hacer nada. Y de repente, logro escuchar un llanto en cercanía. Son berridos que me resultan familiares, así que, ante la imposibilidad de hacer otra cosa, me concentro en escuchar. ¡No! ¡Mi hijo, no! Es una voz familiar. Ella es…es… ¡Pedro no puede estar muerto! Es muy joven aún. No. No. No puedo estar muerto. Al instante mi sentido del olfato se activa. El aire acá está maleado. Huele mal, ¡apesta!. Esto es un error. No estoy muerto, Deben sacarme. ¡Ahora! ¡Afuera, ahora! Siento que el aire a cada respiro se agota ¡Carajo! Si no abren esto voy a morir de verdad. Deben darse cuenta: no estoy muerto. Los gritos de mi madre arrecian. Siento como se sacude esto como me contiene. ¡Déjenme verlo! Siento el forcejeo sobre… sobre mí… mi ataúd. Por favor, déjenme verlo. La línea de luminosidad de engrosa y puedo distinguir una sombra allá afuera. Si, mamá. Por favor, abre esto y date cuenta que estoy vivo. La franja se convierte en un golpe de luminosidad, entonces, la luz lo oscurece todo. Allí está Lidia, con la mirada lejana, los ojos cristalizados en lágrimas y un camino acuoso recorriéndole la mejilla izquierda. Un bisbiseo me hace recordar la presencia de las gemelas. Giro a mirarlas. Están una junto a la otra y en ambas destella
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miradas maliciosas semejantes. Con horrenda sincronía plena, tanto en el tono de voz como en los movimientos corporales, como si fueran en realidad una sola persona dividida en dos porciones de maldad, preguntan: — ¿Verdad que conociste al muerto más horroroso de todos?
Inclemente
Por Diego Hernádez*
E
ntrando al pueblo saludó a todos. Les daba dulces a los niños, quienes le sonreían, besaba en la mejilla a las mujeres, daba palmadas a los hombres. Atrás de él un par de mujeres comenzaron a platicar acerca de lo bueno y caballeroso que era. Una campana sonó. Todos los habitantes del pueblo, sigilosos, se encerraron en sus casas. Él quedó solo en las calles, ignorante de lo que pasaba. El cielo se tiñó de rojo. Unas pisadas lo alertaron. De la calle izquierda y de la derecha, varias criaturas caminaban hacía él. Asquerosas cicatrices oscurecían sus rostros. Algunos carecían de dedos, otros sangraban de quién sabe dónde, o bien emitían un olor nauseabundo. Fueron hacia él. Huyó por el único camino libre que encontró. Las criaturas lo persiguieron. Pronto salió del pueblo. Llegó a un puente. Ya no había nada tras él. Respiró profundo. Pensó que los había perdido. Se equivocó. Escondidos bajo el puente, una docena de criaturas lo esperaba. Lo obligaron a arrodillarse. Uno a uno lo miraron con sus ojos marchitos. El escapaba de las miradas retornando al suelo. No pudo más. Tiró de su cara y la máscara cayó. A tientas descubrió las horribles cicatrices de su cara y su cuerpo sangrante. Luego, todos volvieron de donde habían venido.
* Diego Hernández estudia la carrera de Física, donde ha descubierto que no estamos tan lejos de vivir en un mundo fantástico. Seguidor de Tesla, y en especial de Faraday, trabaja en la carrera incansablemente. Psicólogo de clóset, se debate entre Jung, Maslow y Fromm, aunque casi siempre al escribir se ayuda de Jung.
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Un candil en la noche
Por Diego Illescas*
S
alté de la cama. Estaba apunto de amanecer, pero yo sentía una energía que se me desbordaba y no podía controlar; sabía que debía hacer algo con ella, así que salí de mi casa, y me puse a andar en bicicleta. La calles estaban sumidas en el silencio, en la tétrica noche. Casi no había estrellas, solo una luna que parecía marchitarse ahí colgada. Bajo la oscuridad todo parecía querer llorar; las paredes, las ventanas, los colores de las casas, y hasta las flores acurrucadas ante el frío galopante parecían fragmentarse en lágrimas. A pesar de la tristeza y soledad que emanaban la noche y las escasas estrellas, seguía sintiendo esa energía irradiar de mí, fuerte, vivaz, protegiéndome del aire y las sombras bailarinas que se asemejaban a fantasmas, queriéndome engullir para siempre en sus fauces, en la oscuridad. De pronto bajo toda esa masa uniforme de negrura, una luz brotó, llamando mi atención. Era como una vela que apenas iluminaba la bóveda de la noche. Me dirigí a ella esperando encontrarme con alguna cafetería que por pura casualidad aún seguía abierta. Pero en cambio me encontré con aquella bella dama del vestido rojo y perfume de gardenias. Y a pesar de que conocía desde niño el oscuro mito, la trágica leyenda sobre ella,
el miedo no me invadió, al contrario, la adrenalina subió por mis venas, aumentando mi energía en forma de deseo. Me sentí tan vivo, y con unas ganas desmedidas de poseerla. De encontrar en ella amor, y aunque fuese por un momento saberla mía. Ella lo quería igual, lo podía ver en sus ojos como brazas. Nos abalanzamos el uno contra el otro, como dos amantes que hace mucho no se ven. Yo por el deseo, y ella por llenar un vacío, el que había dejado su esposo al abandonarla. El beso fue como un suspiro de eternidad y nuestros cuerpos fueron como raíces prensadas. Ella prendió todo lo muerto y marchito en mí. Todo lo que nos rodeaba obtuvo color, luz y armonía; de la acera brotaron flores y corrió agua, hubo luz en cada esquina y una sonora paz rozó nuestros corazones, despertando en mí unas ansias inconmensurables de atragantarme de la vida. Ocurriéndoseme así una idea descabellada: acabar con su vida, comérmela, apoderarme de la luz que irradiaba; que yo no poseía. Sin embargo, ella ya tenía planes para mí. La luz se apagó. Volvimos a quedarnos a oscuras... Al menos yo lo hice para siempre. Creo que ella al fin encontró a su don juan.
* Diego Illescas tiene como a su más grande amor el extraño mundo de las letras, desde chico se sintió conmovido por ellas, se hace llamar así mismo “Cuervo” cuando escribe, por el amor que le tiene a estas aves misteriosas, que en las noches se confunden con las sombras. Sin embargo, esta pasión o necesidad por escribir la comparte con la fotografía, a la cual le dedica tiempo en sus viajes, cuando el sentimiento y la necesidad brotan del corazón.
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La habitación de la abuela
A
veces me gusta poner la palma de mi mano en la espalda de las personas, porque de esta manera puedo sentir sus voces. Cuando lo hago con Irene, que no es que hable mucho, me gusta percibir los intentos que hace por expresarse. No sé, quizá le resulta difícil nuestro idioma. Hay algo reconfortante en sentir a las personas que quieres, no sólo mirarlas o escucharlas, sentirlas realmente y saber que están a tu lado. Cuando miro a Irene, creo que las cosas pueden ser diferentes: ella es perfecta; su rostro infantil, su sonrisa fácil y bondadosa, la forma en que se mueve como si perteneciera a todo lo que la rodea. En ocasiones, ella percibe mi mirada y me observa con sus enormes ojos castaños, como invitándome a ver más allá de lo que se oculta en el pequeño cuerpo que eligió; en esos momentos me acerco y tomo su mano, no siento su voz, pero si su corazón que late al unísono del mío. Cuando esto ocurre, quisiera que ese instante fuera eterno, y estar con ella hasta que decida que su tiempo a mi lado llegó a su fin. Realmente la adoro, y no lamento en lo más mínimo la forma en que llegó a mí, porque fue el mejor momento de mi vida, cuando tomó el lugar de la persona que llevaba mi misma sangre. Mientras jugamos en el jardín, mi madre nos observa de forma sutil desde la ventana de su alcoba. Sé que tanto ella como mi padre no ignoran que hay algo extraño, pero están tan ocupados en lo que ellos consideran importante que les da igual que la relación con mi hermana haya cambiado drásticamente desde que la abuela falleció hace un año. Irene dirige su mirada a donde está nuestra madre, y con un gesto me indica que nos vayamos a otra parte del jardín, la sigo y dejo que ella sea la que dirija mis pasos. Cuando estamos lejos de la incómoda mirada de mamá, Irene se sienta entre sus flores favoritas, y con una mirada me indica que me coloque a su lado.Sé que no tengo mucha experiencia, pero estar a su lado así, sin decirnos una sola palabra, es lo mejor que he experimentado en mis diez años de vida. Ella toma mi mano y la sostiene entre las suyas. No es necesario decir nada: aunque ella no hable, y yo no pueda escuchar, sé que estamos más cerca el uno del otro, de lo que estaremos jamás con otras personas.
Por Blanca Jazmínn Vega Juárez “Fantasma”* ***
No era un día como todos: a pesar de ser soleado, todo se veía raro, como si se mirara a través de un cristal empañado. La abuela tenía una semana de muerta, y después de varias discusiones entre mi padre y sus hermanos, se decidió que nuestra familia tendría que ir a la casa de la abuela para ordenar sus cosas, o mejor dicho, para deshacernos de todo lo que no sirviera, y así venderla lo antes posible. Todos estaban molestos, excepto yo; era una buena oportunidad para escabullirme de Irene, de sus comentarios sarcásticos e hirientes, no es que entendiera todo lo que me decía, pero sí lo suficiente para saber lo mucho que le desagradaba mi presencia. Era la única de la familia que nunca hizo el esfuerzo para comunicarse conmigo. Por otro lado, me animaba estar en casa de la abuela, que fue siempre agradable conmigo, al grado de mostrar cierta preferencia por mí, lo que molestaba aún más a Irene. La abuela murió como vivió desde que falleció el abuelo —en un viaje del cual nunca quiso dar muchas explicaciones—, sola. A la abuela le sentaba bien la soledad; una vez gesticulando con cuidado para que la entendiera, me dijo que el día en que el abuelo se extravió en aquella gruta fue el más feliz de su vida, en especial, por lo que obtuvo a cambio, en ese entonces no comprendí a qué se refería. A muchas personas les desagradaba la abuela, en especial a mi padre, porque le recordaba todo aquello que él se empeñaba en negar; en el fondo, a pesar de ser tener nueve años, comprendí que a mi padre no le gustaba que lo relacionaran con aquella mujer de pueblo, una mujer que llevaba en su piel las leyendas y mitos de su antepasados. A mí, en cambio, me parecía especial, con su cabello blanco trenzado que contrastaba con su piel, sus historias narradas con cuidado para que las pudiera entender, y sobre todo por la promesa que tantas veces me hizo, de que algún día las cosas mejorarían para mí. Estaba tan sumido en mis pensamientos que no noté en qué momento llegó Irene a mí lado; dándome un puñetazo en el hombro que me regresó a la realidad. Con gestos burlones
El sol de primavera nos adormece.
* Blanca Jazmín, alias “Fantasma” en honor a un personaje de la novela El alma del vampiro, es egresada de la carrera de Comunicación y periodismo de la FES Aragón, UNAM. Participó medio año en la Gaceta de la FES Iztacala, donde cubría los eventos culturales de la Facultad. Actualmente, escribe reseñas para www.elportaltv.net, principalmente de libros, películas y series que tengan que ver con lo extraño, terrorífico y fantástico. Le gusta el género de terror principalmente, siendo sus personajes favoritos los vampiros, por todo lo que converge en ellos, la vida y la muerte. Leer para ella es mas que un simple entretenimiento, es un verdadero placer, al igual que escribir.
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me indicó que la siguiera. No tuve que pensar mucho para saber a dónde quería que fuéramos; aunque yo no quería hacerlo, no pude negarme, de lo contrario ella hubiera inventado algo para que mis padres me castigaran. En silencio nos dirigimos a la única habitación que la abuela tenía prohibida para todos. En cuanto estuvimos frente a la vieja puerta, Irene comenzó a decir cosas que no comprendía; habló tan rápido para que no pudiera leer sus labios, pero supe sus intenciones cuando vi el llavero que la abuela cuidaba tan celosamente; sentí coraje, al ver a Irene tomarlo pero después de todo la abuela ya no estaba para cuidar sus cosas. Antes de que pudiera detenerla, Irene ya había abierto la puerta y, con un gesto burlón, me indicó que entrara. No me atreví a dar un paso porque tuviera miedo, ya que eso habría sido como temer a la abuela, sino porque esa habitación era especial para ella, y entrar de esa manera me pareció incorrecto. Irene puso los ojos en blanco, y con fastidio pude ver que decía que era un cobarde. Un nuevo puñetazo, esta vez en el estómago, me hizo caer en el piso sin aliento, cuando alcancé a ver que Irene se metía en la habitación. Con esfuerzo y con más dolor del que quería admitir, me levanté, y, antes de recuperar por completo el aire, un grito estremecedor –que incluso yo pude percibir– rompió el silencio al que estoy acostumbrado. Entré lo más rápido que pude, pensando que dentro de poco me arrepentiría, pues de seguro era una broma de Irene para burlarse de mí. La habitación estaba tenuemente iluminada, por un pequeño rayo de luz que se filtraba a través de un agujero en una ventana tapiada por completo. Allí no sólo estaba Irene, que yacía en el piso cubriéndose la garganta con ambas manos, intentando detener la sangre que manaba de ella, y que le había cubierto el rostro, cerca de ella estaba un ser imposible de describir, un ser de cuya boca chorreaba la sangre de mi hermana.
Quise gritar, pero el terror me lo impidió; el ser pasó sobre mi hermana sin importarle en lo más mínimo su agonía. Para mi sorpresa, cuando estuvo frente a mí, puede ver que aquel ente, había adoptado la apariencia de mi hermana. Nunca olvidaré la forma en que me miró y me dijo de forma pausada para que pudiera entenderle, con su boca llena de sangre, que mi abuela antes de morir le pidió que cuidara de mí al igual que lo hizo con ella tras haberse llevado al abuelo. Antes de que pudiera decir algo, llegaron mis padres, y estaba esperando verlos gritar ante aquella escena tan extraña. El grito nunca llegó, me miraron y después a esa otra Irene, y con gesto de impaciencia, mi padre dijo que nos había estado buscando para irnos. Irene sonrió, y tomó mi mano, mientras cerraba con sumo cuidado la habitación de la abuela. Mis padres no vieron lo que se quedó adentro, ni tampoco la sangre en el rostro de esta otra Irene, como si no fuera real, como si nada hubiera pasado. Me sentí como si estuviera en una de las historias que tanto me gusta leer; no dije nada, y acepté la mano de Irene. ***
Despierto, y lo primero que veo es su rostro, se ve tan hermosa y frágil, no sé qué clase de criatura yace bajo su piel, realmente no me interesa saberlo, lo único que sé es que ella está aquí conmigo, y nada más importa en este hermoso día de primavera. Ahora comprendo por qué la abuela fue tan feliz en sus últimos años con vida, realmente nunca estuvo sola. El último año también ha sido el mejor para mí al lado de este ser, que a pesar de que no compartimos nada, tengo más cosas en común que con mi verdadera hermana, que yace para siempre en la habitación de la abuela.
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La gabardina y el sombrero de Froylán Por Mariana Kostina*
N
o soy viejo, aunque tampoco soy joven ya. Camino lento porque desde pequeño me ha gustado sentir el viento que me acaricia la cara cuando me muevo con él. Antes volaba mi pelo y se despeinaba con la fricción del suave aire que lo tocaba. Pero desde hace muchos años, el contacto es directo con mi piel, pues comencé a perder el cabello desde muy joven. Cierro los ojos y disfruto lo frío del aire contra las pequeñas gotas de sudor que permanecen en mi cabeza sin pelo. Sonrío. Son esos momentos tan cortos cuando logro olvidar lo terrible que me acompaña desde que era un niño y que nunca he podido dejar ir. Y es que aunque ya soy un adulto en edad madura —sin canas por mi calvicie prematura—, no consigo concebir el sueño sin la luz prendida de mi habitación y el televisor sincronizado en algún canal donde transmitan concursos, música o, aún mejor, caricaturas. Además, si por alguna casualidad se va la luz, tengo a la mano una gabardina —maldita costumbre— y unos zapatos fáciles de poner para salir corriendo del departamento, buscar un restaurante abierto las veinticuatro horas y no regresar a casa hasta que salga el sol. Lo sé, debe parecerles absurdo, o peor aún, infantil. Siendo niño, antes de que comenzaran los terribles acontecimientos, jugaba con mi hermana a escondernos en el clóset o debajo de la cama durante horas, pensando que si pasábamos tiempo suficiente en la oscuridad, nuestro cuerpo, cara, e inclusive comportamiento, tomaría el aspecto de alguna criatura extraña de otro mundo y, entonces, podríamos tener el poder sobre nuestros amigos; mejor aún, sobre nuestros padres. Pero eso no ocurrió nunca y Sofi y yo continuamos siendo niños normales hasta que él apareció. Ese día, casualmente, Sofi no había regresado conmigo a casa, ya que una amiga de ella cumplía años, por lo que todas sus compañeritas del aula irían a su casa, comerían pastel y jugarían a ser mamás de sus pequeñas muñecas. Sofi tenía seis años, y yo, quien era el mayor —tenía ocho—, tenía permitido volver a casa solo: tomaba el transporte público y en la tlapalería con fachada amarilla debía bajarme para caminar cuatro o cinco cuadras más. Llegué más rápido que de costumbre porque cuando iba Sofi, que caminaba muy lento, yo debía casi arrastrarla de las trenzas para que se pusiera al corriente de mi paso. Al llegar a casa ocurrió el primer suceso extraño. Sentado en la mesa se encontraba papá platicando con un desconocido, o al menos así me lo pareció en esos momentos, pues yo nunca lo había visto en los pocos años que tenía de vida. Mamá, parada junto a papá como si fuera un mueble, sólo observaba. Del hombre desconocido lo único que puedo recordar ahora es su luminoso impermeable —segunda cosa extraña, ya que era verano y hacía un sol abominable que no permitía vestir suéter ni pantalón largo— y un sombrero de ala corta, viejo y desteñido al que no dejó de tocar y acariciar como si fuera un perro... su perro guardián. Ni mi padre ni mi madre se percataron de mi
llegada, pero entonces el extraño giró lentamente cuerpo y cara hacia mí y me miró con sus ojos sin luz, tan obscuros que podría jurar que ni siquiera había globos oculares en esos orificios fúnebres que ahora no puedo recordar sin sentir un escalofrío. El hombre soltó entonces una risita burlona y yo me estremecí como nunca antes lo había hecho. Mi padre supo entonces que yo estaba ahí y con sus cachetes rellenos, que en ese momento habían perdido su color rosa durazno de costumbre, esbozó lo que parecía una sonrisa y me señaló la silla a su izquierda —el de la derecha la ocupaba el horrible desconocido y la de enfrente, mi madre— para que me sentara a comer. Nadie presentó al hombre de la gabardina y sombrero viejos, por lo que comimos como si él no estuviera presente. Platicamos y reímos, aunque yo no podía evitar voltear hacia donde estaba aquel hombre, quien jugaba con el tenedor y el pollo con pimientos que mamá había cocinado ese día. Supe que se llamaba Froylán, no porque mis padres me lo hubieran dicho, sino porque el saco, que traía debajo de la gabardina, tenía tejido este nombre en el bolsillo izquierdo. No recuerdo bien lo qué pasó a partir de entonces. Lo que sí es que a partir de ese día, él estuvo siempre ahí y aunque no recuerdo su voz, sé que hablaba, pues tengo grabados en mi mente sus ojos vacíos y esa boca profunda como un pozo hacia el infinito. Mamá sonreía y canturreaba; nunca la había visto tan feliz. Lavaba la ropa de papá, la de ella, la de Sofi y la mía, pero nunca la de Froylán. Él siempre traía puesta la misma gabardina, el mismo saco y los mismos pantalones. Poco tiempo después comencé a darme cuenta de que ese señor guardaba un cariño especial hacia Sofi o ella hacia él, no lo recuerdo bien. Pareciera que ella me había cambiado, pues ya no estaba más conmigo; tampoco iba más a la escuela, ya que Froylán se había hecho cargo de su enseñanza y también de sus juegos. A veces mamá participaba y leía con ellos, pero después los dejaba solos y sonreía y canturreaba. Yo sólo los contemplaba con estupor. No hablaba con ellos, no me estaba permitido. Papá trabajaba en la oficina del banco y sólo aparecía a la hora de la cena cuando Froylán tomaba un lugar aparte, ya no del lado derecho como el primer día, sino como un testigo desde el rincón oscuro de la cocina, con su gabardina puesta y su sombrero en las dos manos, ese que acariciaba como si fuera su perro guardián. No sé cuánto tiempo pasó, si fueron años o fueron días, pero yo había empezado a crecer y dejado de ser un niño. A mi padre le crecían canas en las sienes y sus cachetes rellenos y rosas habían ido perdiendo su color para darle paso a unas mejillas sin carne, como si se hubiera ido chupando y devorando por dentro. Ese hombre que antes parecía simpático y amigable, se convirtió en un viejo triste y amargado.
* Mariana Kostina estudió las carreras de diseño gráfico por la Universidad Iberoamericana y Letras y literaturas hispánicas por la UNAM. Actualmente cumple su sueño de formar la revista Fantastique, que le dé cabida a las plumas emergentes, ella siendo también una de ellas. Está por publicar su primer relato “Estrella de la mañana, caída alada” en el conjunto de cuentos Bestiario.
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Mi madre poco a poco había pasado de ser una mujer alegre que canturreaba, a una ambulante con la mirada perdida en cualquier punto, alguno que ni siquiera importa mencionar. Pero Sofi, ella era diferente, se veía una niña hermosa, con el pelo de un café rojizo deslumbrante y unos ojos grandes soñadores y amorosos. Lo asombroso es que, si bien todos habíamos continuado el camino del tiempo y habíamos comenzado a envejecer, ella permanecía siendo la misma niña juguetona y sonriente de seis años. Fue ahí que empecé a darme cuenta de que algo ocurría y que mi familia había sido víctima de algo macabro que le había chupado la vitalidad y la juventud a mis padres y a mí para posarla toda en mi pequeña hermana. Comencé a observarla más y entonces me di cuenta de varias situaciones en extremo extrañas. Sofi no ingería ningún alimento, no comía pan ni bebía agua. Cuando le hice notar esto a mi madre, ella argumentó que Sofi había comido mientras yo estaba en la escuela y que si no tomaba agua era porque simplemente no tenía sed. El segundo hecho extraño fue que Sofi usaba siempre la misma ropa, ese vestidito verde con holanes y esos zapatos negros con suela de goma que la hacían ver más alta. Debo confesar que no lo había notado antes porque me había acostumbrado a que Froylán tampoco cambiara de ropa. Lo tercero que observé fue que mi hermanita nunca se dirigía a mí, ni siquiera me volteaba a ver. Cuando me di cuenta de esto, comencé a hablarle insistentemente queriendo llamar su atención, pero ella nunca me hacía caso. Intenté ponerme enfrente de ella, pero sus seis años me pasaban por debajo de las piernas tan largas que había comenzado a desarrollar. Después fue el aventarle comida. Primero fueron los chícharos que rebotaban en su cara, donde ella hacía como si mi buen tino no le importara. Noté que cuando yo iniciaba con este tipo de juego, mis padres se ponían nerviosos y entonces intentaban charlar conmigo y preguntarme cualquier cosa sin importancia. Una noche decidí ir en busca de Sofi a su habitación, me posé en ella como cuando era más chico y jugábamos a las luchas. En aquel tiempo, ella intentaba pelear y gritaba para que la soltara. Era el plan perfecto. Una vez que la tuviera sin fuerzas de poderse mover para evadirme, le preguntaría por qué no me buscaba como antes, ¿acaso había dejado de quererme? Pero no pude llegar a su habitación porque mi puerta tenía echada la llave por fuera. ¿Desde cuándo había pasado esto? ¿Fue mi padre quien había cerrado mi puerta, fue mi madre acaso? O fue… En mi desesperación traté de forzar la puerta y golpearla para que acudieran mis padres y me salvaran de ese suplicio horrible del encierro. Pero ellos nunca llegaron y yo desistí cuando mis dedos empezaron a sangrar y mi angustia se había convertido en llanto. Cuando al otro día pregunté a mis padres por qué habían cerrado mi puerta con llave y desde cuánto tiempo atrás lo habían hecho, ellos sólo se miraron entre sí y continuaron devorando el pollo cocido con salsa y pimientos. Fue ahí cuando noté que eso habíamos estado comiendo desde el día en que Froylán apareció. Volteé para enfrentarlo y decirle a gritos que se fuera, que no lo queríamos más ahí, que desde el día en que se apareció en mi casa, nada era igual. Pero él no estaba. No supe cuándo se fue Froylán, pero aunque no estaba ahí con su gabardina y su sombrero que acariciaba como si fuera un perro guardián, yo sabía que no estaba lejos, que podía volver en cualquier momento. El tiempo siguió pasando y yo vivía para armar estrategias de cómo escapar en la noche de mi encierro y para que mi hermana notara mi presencia. En eso se me iban las horas y los días. Ha-
bía dejado de ir a la escuela, ni siquiera me bañaba; me dedicaba a apuntar el registro puntual de lo que pasaba en mi casa. Era el cancerbero insufrible de ese lugar; el más leve indicio de que Froylán estuviera cerca y yo mismo lo mataría, no con un arma ni con objetos que le pudieran hacer daño, sino con mis propias manos. Pero Froylán no regresó y poco a poco noté que mi hermana Sofi tampoco estaba ahí. Mis padres seguían envejeciendo; yo perdía el pelo y comenzaba a desarrollar una barriga en forma de pelota que nunca imaginé tener. No salía de casa. Hablaba con mis padres, pero ellos sólo guardaban silencio; nunca mencionaban a Sofi ni mucho menos a Froylán. Llegué a pensar que estaba loco y que era yo el que estaba mal. Un día entré a la habitación de Sofi, cuando papá y mamá no estaban y lo vi todo. Sofi no estaba, no había ni un rastro de ella, no sé siquiera si algún día existió. La busqué por todas partes, en los clósets y los cajones, hasta en las fotografías. Pero no había nada. Sólo mi padre, mi madre y yo. Nada de Sofi ni de Froylán. ¿Acaso los había soñado, habían sido producto de mi imaginación? Mis padres estaban envejecidos pero no parecían perturbados como yo, ellos sólo habían pasado por el proceso normal del envejecimiento. Entonces mi padre pasaba más tiempo en casa; yo tomé este hecho como una agresión hacia mí, creía que sólo quería vigilarme, mantenerme cada vez más tiempo en este terrible aislamiento. Ahora que soy adulto y analizo la situación, sé que mi padre habría solicitado su jubilación y que por eso estaba en casa tanto tiempo. El caso de mi madre fue diferente, se movía lento porque era vieja y su cuerpo había cedido a la edad. Yo, en cambio, seguía viviendo en mis ocho años y con un cuerpo que no me pertenecía. A pesar que de esa etapa sólo tengo recuerdos fugaces y borrosos, comprendo que esta breve lucidez era ocasionada por algo más. Hubo un día, por ejemplo, en que permanecí callado, cavilando en mi interior sobre la próxima trampa que pondría a mis padres para descubrir qué habían hecho con mi hermana cuando llegaron a casa las únicas visitas que en años habíamos tenido: eran varios hombres, vestidos todos de igual manera y sin algo que los distinguiera como hombres de bien. También estaba ahí un hombre maduro con una gabardina y un sombrero de ala corta, viejo y desteñido al que no dejó de tocar y acariciar como si fuera un perro... ¡su perro guardián! No pude controlar mi miedo al ver esos ojos, que a pesar de parecer vacíos me observaban con tanta profundidad que hubieran podido tragarme vivo. No pude matarlo como lo había planeado por tanto tiempo. Me desvanecí en lugar de echármele encima. Fui un cobarde, un fracasado… un prisionero de mi propio miedo. Aparecí ya no en casa, sino en un lugar luminoso y con muchas paredes blancas. En un principio sólo veía a una enfermera, quien me suministraba mis alimentos y algunos medicamentos. “Son vitaminas”, me decía. Cuando pude salir de mi habitación, vi que había más gente, pero ni yo trataba de hablarles ni ellos a mí. En ese entonces no entendí qué hacía ahí, pero un día que ya me sentía más tranquilo, me llevaron con un hombre de mirada amable que permanecía sentado detrás de un escritorio grande y un ventanal que abarcaba toda la pared frontal, se acercó a mí y me dirigió unas cuantas palabras: —Soy el Dr. Escalante y este es un hospital siquiátrico. Has sido ingresado por consentimiento de tus padres, pues ellos ya no pueden cuidar de ti.
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Supe entonces que yo no podía hablar, estaba acostumbrado a que nadie se dirigiera a mí; a que mis padres fueran sólo paredes y muebles sin ningún significado. Recordé que Froylán tenía cierto parecido con el Dr. Escalante, quien también tenía tejido su nombre en el bolsillo del saco. Al fondo de la habitación, entonces noté que había un perchero donde colgado permanecía un vigilante de la escena que aquí ocurría: una gabardina vieja y usada, como la de él, ¡la de Froylán! Quería salir corriendo a como diera lugar. Pero no pude, unos hombres fuertes y grandes me tomaron por la fuerza y me inyectaron algo desconocido en el hombro derecho. Así fue siempre que intenté escaparme de esa prisión y de ese monstruo que destruyó mi vida y la de mi familia. Transcurrió el tiempo y el hábito hizo que fuera abandonando mis planes de huir. Mientras no tuviera que ver al hombre de la gabardina todo marchaba tranquilamente, me encerraban al igual que hacían mis padres en casa, y comía pollo también. Con el tiempo fui saliendo de mi mundo de ocho años y descubriendo más allá de la casa grande. Leía mucho, jugaba con los otros habitantes de la casa, a veces ajedrez o cartas en los salones de la amplia casa. Yo era… feliz.
Entretanto, había dejado de contar historias y de elaborar planes para escapar, así que ésta era la clave: fingir que era uno de ellos. En realidad, creo que mis piernas ya no estaban tan jóvenes para aventurarme a salir de ese lugar. Me cansaba demasiado y las articulaciones me dolían. Al principio venían mis padres de visita, después sólo era una viejecita parecida a mamá la que traía galletas y me las ofrecía. Después tampoco volvió ella. Salí de ese lugar un día soleado donde todas las calles eran diferentes a como yo las recordaba, me habían dicho que mis padres habían muerto y que yo ya era un hombre mayor entrado en años. Encontré trabajo en un supermercado donde acomodo las compras de los comensales y vivo en un cuarto donde cabe mi cama y algunas pertenencias que conservo de cuando era niño y vivía con mis padres. He tenido que aparentar que soy lo que dicen los demás, aunque en mis ratos libres me gusta jugar con Sofi a las luchas, como cuando tenía ocho años y ella seis, siempre ante la mirada absorta y oscura de Froylán.
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La mariposa negra
Por Mariaté Finkenthal*
T
odos saben que Edmundo Márquez la mató. Todos saben pero nadie dice nada. Porque en los laberintos de tendederos y puestos ambulantes nadie tiene nombre. Y quien lo tiene se vuelve intocable, como él. Somos un uróboro devorándose. Una mariposa en una telaraña. Siena se bajó la capucha de la sudadera gris, cubriendo su rubia cabellera, tan envidiada entre las latinas. Las calles tortuosas, desiguales, conducían a rumbos que los prudentes evitaban aún de día. Apestaba a basura, orines y sudor. El infierno de la capital albergaba a los apestados de la sociedad; sombras regidas por la ley de la calle, vacíos de empatía, heridos y alimentados por el odio. Se le dificultaba la visión con el ojo izquierdo. Lo tenía casi cerrado, al menos se había detenido la hemorragia de la nariz. Edmundo le pasó un pañuelo. —Ten, está limpio y tibio. Te hará bien. De no haberle dolido tanto, se habría echado a reír. Lo tomó de todos modos, temerosa de despertar la ira de su captor. La luz del crepúsculo se disolvía entre los faros del automóvil. Desconocía de coches pero algo sabía acerca de lo que debió costar. Negro, brillante, Edmundo siempre lo quiso así. Entonces él tenía quince y ella trece. Pero estaban enamorados. Recordó aquella noche en la sala de aquel departamento de alquiler. Su madre los había descubierto bajo el techo agrietado y las paredes con salitre tras haberse regalado lo único que poseían dos jóvenes provenientes de hogares rotos, sin un peso en el bolsillo. Él había salido con un par de bofetadas pero ella se había llevado la paliza de su vida. Aquella vez su madre la castigó no por lo sucedido sino por convertirse en lo que más detestaba de sí misma. Miró a Edmundo, casi veinte años después, a su lado. Con la vista perdida en la noche que nacía. La cicatriz de una vieja herida le marcaba la mejilla pero su atractivo se había incrementado con el paso de los años. Ahora iba bien vestido, oliendo a loción cara y habano. Su tez morena destacaba con la negrura de su cabello, largo y ligeramente descuidado. Incluso se le veía adormilado, con gesto casi infantil. Como si no tuviese nada que temer ni nada que ocultar. «Es que de hecho no oculta nada ni teme a nadie. No es un secreto que es un maldito asesino». «Pero por qué me sorprende si ese mismo día me lo dijiste». Siena y Edmundo se encontraban a escondidas. No resultaba demasiado difícil considerando que el padre de él era un borracho miserable y la madre de ella trabajaba triple turno, de lunes a domingo. Siena seguía con sus clases en la escuela pública de la colonia vecina; él, haciendo trabajos temporales para sacar unos cuantos billetes. —Pronto —le dijo a media voz, abrazándola fuerte sobre el techo de su unidad habitacional, frente al tinaco—, voy a tener un auto poca madre y te voy a llevar a donde quieras. Siena rió, estrechándose más contra su pecho desnudo, acomodando la oreja sobre el latido de su joven corazón.
—¿Qué, no me crees? —Te creo —no era del todo cierto pero no lo contradijo—. ¿En qué piensas? Te quedaste muy serio. —Esos autos… valen más que nuestras casas, que nuestros trabajos. Que nuestras malditas vidas, ¿sabes? Lo sabía, Edmundo hablaba mucho de eso. En ocasiones su pasión lo llevaba a la violencia. Siena no contestó, era mejor escuchar. —¿Te parece justo, haber nacido como ratas? ¿No ser más que una mierda en los zapatos de esos pedantes…? —Shhh —Siena selló sus labios con los suyos—. No nos falta nada. —¡Pero es que sí nos falta, Siena! —se levantó bruscamente, arrojándola sin miramientos contra el suelo—. ¿Es que no lo entiendes? Tú, ¡mírate! Tú no mereces vivir así. ¡Eres una diosa! Eres… ¿a qué aspiras aquí, eh? ¿En qué te vas a convertir? ¿En una puta asquerosa? Siena se puso de pie. Edmundo la abrazó haciéndole daño. —Perdóname, mi amor. Ya sabes que no quise decir eso. Es que a veces… ¿es que nunca te sientes así? —¡Por supuesto que sí, Edmundo! ¿Pero qué puedo hacer, eh? *** Siena intentó separar las muñecas a sabiendas de que era imposible. Como resultado, la cuerda se le clavó más en la piel. Procuró concentrarse en su entorno, una especie de bodega. Oscura, polvorienta, llena de cajas y herramientas desperdigadas por el suelo. Una luz le hirió la visión a pesar de no ser muy intensa. Edmundo encendió una vela, colocándola sobre un banco en medio de ellos. —Sigues siendo hermosa. Pero muy tonta, Siena. Tonta, tonta, tonta. ¿Tan difícil fue dejarme tranquilo? —Tú la mataste. —¿Y? Nunca lo he negado. Pero no tienen pruebas, ¿o sí? No las tenían entonces y no van a tenerlas después de diez años, ¿me equivoco? Siena calló, saboreando la rabia cual hiel en la garganta. Edmundo sonrió. —¿Por eso te hiciste de una placa, no? Pero ni siquiera la trajiste, y viniste sola, sin compañero. Por favor, Siena. Hasta los que vemos dramas de detectives por la televisión acertamos más que eso. Su madre se volvería a morir si supiera que Siena se había convertido en federal. Contrario a los programas gringos, los mexicanos despreciaban más a la policía que a los propios rateros. Muchos aseguraban que eran lo mismo, sólo que jugaban para bandos diferentes. Pero no podía elegir otro camino, no desde…
* María Teresa Finkenthal Colunga nació en la Ciudad de México en 1985. Estudió Licenciatura en Psicología en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala, UNAM aunque su pasión está en el arte de crear historias. Por ello, cursó la Maestría en Literatura y Creación Literaria en Casa Lamm y se ha dedicado a escribir desde entonces. Tiene tres cuentos y un guión para cortometraje publicados en la revista en línea AEDA. Actualmente es docente de Español.
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*** —¿Mariposa? Siena presumió su tatuaje, azul como el océano, ante la mirada fascinada de su novio. Todavía le escocía un poco, típico del proceso de cicatrización. —¿Te gusta? Edmundo se agachó para contemplar aquella nueva marca en su cresta ilíaca. —¿Por qué una mariposa? Siena se subió el pantalón, decepcionada de lo que tomó por apatía. —¿Qué más da? —No, en serio. Quiero saber —dijo tomándole ambas manos. —Transformación, rencarnación… ¡no te burles! —¡No, sigue, por favor! —Porque la mariposa empieza su vida como un vil gusano, hasta que aprende a volar. —Liberación. —¡Eso es! —se abrazó de él—, liberación. *** —¡Eres un maldito infeliz! —chilló Siena, incapaz de contener las lágrimas guardadas por años. Edmundo tomó su tiempo. Preparó la jeringa con la dosis exacta de veneno. Solía utilizar algún alucinógeno antes de inyectarlo a su víctima. Cada vez era más preciso y podía contar el tiempo que tardaba su víctima en exhalar su último aliento. Recordaba sus nombres, sus rostros, el lugar donde las había encontrado. Todas eran niñas, inocentes, menores de doce años. Ángeles que merecían una vida mejor que esa. Ricas, marginadas, daba lo mismo. Se consideraba un libertador, un catalizador en el proceso de mutación tan necesario en un mundo lleno de frivolidades. Ni siquiera sentían dolor, nada excepto un piquetito que en la droga se confundía con un ligero cosquilleo y una mariposa tatuada en el pecho, antes de morir. Y siempre las devolvía a sus casas. Nada de padres desesperados. Debían estarle agradecidos. No sufrirían. Porque ni siquiera él, que se había superado tras haberse relacionado con la gente indicada, estaba limpio. Por eso era intocable, por sus contactos, por su dinero y porque simplemente no valía un bledo. Se arrodilló frente a Siena, jeringa en mano. Le acarició el rostro magullado. —¿Por qué, mi amor? ¿Por qué me dejaste? —Mataste a mi hermana, infeliz —siseó entre dientes muy apretados. —En eso te equivocas, querida —se acercó para susurrarle al oído—, tú lo hiciste, ¿recuerdas? Ella fue mi segunda mariposa. Siempre has sido la primera. Le clavó la aguja, despacio, en el cuello. El mundo se vacío de color.
*** Siena despertó acostada sobre el suelo, frío, tibio, caliente… le pareció que flotaba sobre el agua y que se sumergía. Que respiraba y que se ahogaba. Comprendió que estaba drogada. Un dolor punzante sobre el pecho. No, un cosquilleo, una respiración. El rostro de Edmundo se alargaba y se encogía frente a sus ojos. Así lo hacía, tatuaba la mariposa antes de echarla a volar. Aún con la mente obnubilada, sabía de memoria un caso que había seguido por años. Se había internado en los barrios bajos siempre buscándolo. Y lo conocía, antes de que huyera tras su primer asesinato, cuando era un don nadie. Ella había ingresado a la Academia de Policía tras la muerte de su madre, un año después de la de María. María. Fue como si un haz de luz se abriese paso a través de la niebla de su cabeza. Pero sus miembros no respondían. Edmundo se movía con una lentitud exasperante, contemplándola a los ojos. Preparaba la jeringa nuevamente, esta vez con el veneno que la vaciaría de vida, despacio. Él la vería morir. Intentó hablar pero el esfuerzo le arrancó una exhalación pesada de su garganta. —Shhh —Edmundo le puso un dedo sobre los labios—, tranquila, mi amor. Pronto serás libre y podrás ir con tu hermana, y con todas mis mariposas. Siempre has sido una ingenua. —Ed…Ed —por un momento temió que su voz no se escuchase pero entonces él se inclinó, como el caballero que era a veces. —Te escucho. —Di-jis-te… q-que… to-to-dos… é-ra-mos… po-dre-dumbre… —Shhh. Tú no, mi amor. Tú no. —Te…ní…te-ní-asss ra-zzzón… Edmundo gritó con un alarido inhumano, nacido de la sorpresa, la angustia, la furia. Una jeringa sobresalía de su muslo derecho. Se había colocado a una distancia justa para los torpes dedos de Siena. Por un momento pensó que intentaría estrangularla pero su cuerpo sufrió los efectos del veneno antes de lo esperado. Se desplomó encima de ella, todavía incapaz de moverse libremente. —Pe-rrrra, ¿c-có…mo…? —Te co-noz-co, bas-tar-do. Que-rí-as ver-me mo-rir len-tamen-te. Co-mo e-llas. ¿Creí-as que me ha-bí-as a-tra-pa-do por ca-sua-li-dad? Con un com-pa-ñe-ro te ha-brí-as i-do a jui-cio pa-ra sa-lir li-bre… yo te que-rí-a muer-to. Todos sabían que Edmundo Márquez la mató. Todos sabían pero nadie decía nada. Porque en los laberintos de tendederos y puestos ambulantes nadie tiene nombre. Y quien lo tiene se vuelve intocable, como él. Cuando Edmundo murió otro ocupó su lugar. Los noticieros dijeron que fue una sobredosis. Siena regresó al trabajo una semana más tarde, lucía un tatuaje en el pecho, aún fresco. No lo ocultó ni tampoco explicó cuándo o cómo había aparecido. Tenía la forma de una mariposa. Una mariposa en una telaraña que, al fin, fue libre.
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La noche de la muerte
Por Juan Daniel Atristain
N
o sé si sería la enfermedad, o el hecho de que mi última compañía en este mundo, mi hermano, había muerto pocas semanas atrás, pero me encontraba en un estado de debilidad inexplicable en el que apenas podía sentir mi propia respiración saliendo de mi boca, no se hable de movimientos sólidos o coordinados. Me encontraba, pues, en un estado en el que el único indicio de seguir vivo era seguir sufriendo. Pues bien, resulta que una tarde, mientras luchaba una vez más por articular tan siquiera un gesto facial notorio, sentí de pronto que mi respirar se detuvo; no era capaz ya de controlar ni mis propios párpados, los cuales se cerraron poco a poco contra mi voluntad. No tuve alarma alguna en ese momento, pues pensé que podría ser solo otra etapa de mi debilidad corpórea, la cual pensé que aumentaba poco a poco. Cuál sería mi sorpresa al notar que poco a poco la pesadez de mi cuerpo disminuía al grado que pude abrir los ojos, levantarme de mi lecho sin dificultad alguna, pocos minutos después del colapso. Todo esto había comenzado por la tarde, a una hora en la que el cielo ya pintaba de color naranja, supuse que entre el momento en que perdí el control sobre mi cuerpo ,y en el que lo recuperé, habría pasado por lo menos media hora, por lo cual no me extrañó que al abrir la cortina todo estuviera oscuro. La casa que habitaba en ese momento, sin entrar en detalles innecesarios, era amplia, con pasillos largos y paredes rojizas, así que no se debería sorprender nadie de que también estuviera sumida en una oscuridad total. A decir verdad, aunque me parecía bastante extraño el haber recuperado mi plenitud de forma tan repentina, y si bien me parecía aún más desorientador el hecho de no tener sensación alguna de mis piernas, brazos o cualquier otra parte de mi cuerpo, ni siquiera el corazón, me tenía bastante tranquilo —alegre—, el hecho de poder levantarme y caminar por primera vez desde hace tres semanas. Así que decidí salir a dar una caminata a pesar de ser —o al menos eso parecía—, una hora ya muy entrada de la noche. En cuanto salí de la casa, en la que me había mantenido apartado del mundo por un buen tiempo, noté algo extraño en
aquella noche; no había en el vecindario ninguna luz encendida en las casas, la única fuente de luz eran las viejas farolas puestas en cada esquina aunque alumbraban muy poco a comparación del paisaje, no pude distinguir en el cielo ninguna estrella, ni si quiera la luna estaba a la vista. Otra cosa extraña que noté durante mi paseo fue que —así como las estrellas y la luna—, no había tampoco ninguna señal de vida por ninguna parte, ni un solo hombre caminando, ni un perro, ni siquiera una cucaracha típica de la noche se dejaba ver. También pude percatarme de que hacía un frío en el aire atípico de la época, debía ser julio o septiembre, por lo que debía hacer fresco, pero no tanto como el que creo que hacía; y digo creo, porque solo podía ver cómo las copas de los árboles se mecían, escuchaba el silbido de las ráfagas rápidas de viento; sin embargo, por más que lo intentaba no podía sentir ningún aspecto de clima en mi cuerpo, ninguna sensación. En realidad, al caminar sentía como si flotara; parecía inútil mover mi cuerpo en absoluto para trasladarme de un lugar a otro. En mi intento por encontrar otro ser —ya no digamos humano—, que rondara las calles a la misma hora que yo, pude darme cuenta de varias cosas, por ejemplo, que me era posible interactuar con las cosas: sea mover piedras, arrojar objetos a las ventanas, o subir árboles y caer de ellos. Aún así, no podía sentir que hiciera ninguno de estos movimientos, ni siquiera la herida más grave lograba despertar en mí sensación alguna. Podía ver mis brazos, apretarlos, estrellarlos contra muros, pero no sentirlos; sin ir más lejos, mi desesperación fue tal que en cierto momento de la noche, con ayuda de un galón de gasolina, empapé mis brazos hasta los hombros de gas, y junto con unos cerillos me prendí en llamas a mí mismo, sin lograr el más mínimo signo de dolor, ni siquiera el fuego dejó huella en mi cuerpo o en mis prendas cuando me dispuse a apagarlo. En fin, no pude hallar ni la más mínima forma de vida en todo el vecindario, ni en toda la ciudad —la cual estoy seguro que recorrí completa—. Así que decidí esperar un poco a que amaneciera para contactar con alguien. Al momento de darme por vencido en mi búsqueda nocturna debía haber sido poco más de media noche, el sol debía salir siete horas después de acuerdo al horario. Así que, intenten imaginar, cuál sería mi sorpresa e impaciencia cuando pasadas ya —sin exagerar—, nueve horas desde aquel momento, no se veía ningún rastro de luz por
* Juan Daniel Atristain Hernández “jdatristain” nació el 25 de Octubre de 1999 en la Ciudad de México, en la cual reside hasta hoy día. Con 16 años de edad, ha participado en varios concursos de cuento y poesía desde los 8 años. Actualmente estudia en la Escuela Nacional Preparatoria 5 “José Vasconcelos”.
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ninguna parte; sería más o menos normal pensar que, si aún era muy temprano para que llegara la luz, debía por lo menos haber oscurecido más en el transcurso de esas nueve horas. Pero no. En todo momento la oscuridad fue tan completa y espesa que no era posible que hubiera más lobreguez. Esperé otras tres horas con la esperanza de que clareara un poco el día, pero era como si el tiempo se hubiese detenido por completo. No se hacía más claro ni más oscuro. Tampoco cesaban las ráfagas de viento con sus respectivos silbidos. Estando aburrido y exasperado de tanto esperar volví a andar sin rumbo fijo por toda la ciudad, no sentía movimiento alguno de mis piernas ni necesidad de respirar, por lo cual podía caminar horas sin tener que parar a descansar o tomar aire. De pronto, de forma rápida y brusca, entró en mí una necesidad incontenible de visitar un cementerio; la mayoría pensará que ese deseo era el de visitar alguno en particular que tuviera algo para mí que lo distinguiera de los demás, pero no era así. El más cercano y corriente habría servido bien para satisfacer mi necesidad. Siguiendo a ese instinto que me pedía desesperadamente acudir a una necrópolis fue como llegué a un campo amplio y verde, —verde oscuro—, que estaba completamente cercado por vallas de piedra, y cuyo único acceso era un portón de hierro negro, con una inscripción ilegible, o al menos para mí lo era, en la parte superior. Abrí el portón sin dificultad o esfuerzo alguno. Aunque por fuera no lo pareciera por la valla, al entrar noté que era únicamente un campo verde muy extenso, realmente extenso, y sobre el cual el cielo formaba cierta nubosidad, únicamente visible desde adentro del lugar, oscura pero gris y en constante cambio de forma. Al centro de este se podía distinguir una luz casi tan exageradamente brillante como la extensión del campo. Y por ser el único objeto que sobresaliera entre todo el paisaje restante decidí acudir a él sin titubeo.
He dicho que aquel objeto era singularmente brillante, y para dar una idea clara de qué tan reluciente era ha de ser comparado con el sol a mediodía, solo que de luz más blanca y menos dañina para la vista; sin embargo, mientras más me acercaba a él su luz se volvía más opaca. Al grado de que al estar suficientemente cerca pude percatarme de que era en realidad una lápida bastante bien conservada, y que un resplandor salía de la tierra debajo de esta. Para evitar conflictos con mi última idea describiré la forma en que salía el resplandor: situándonos de frente a la lápida, sería como un cuadrado dibujado alrededor de ella en el suelo, y posteriormente alguien le hubiera insertado luz. Es decir, como si se hubiese enterrado a la luz misma. Como era de esperarse en la mayoría de estos objetos, tenía una inscripción al frente, misma que la luz hacía difícil de leer sin prestar la atención debida. Así que me acerqué a la distancia que consideré suficiente para ser capaz de leer el epitafio, entonces… ¡Oh, desgracia! ¿Cuál sería mi reacción al descubrir que era esa mí lápida? ¡Ah, triste desengaño! Era esa la explicación entonces de mi falta de inquietud ante todas las circunstancias, de mi insensibilidad, de mi abandono, del cielo que no era nocturno, sino que estaba vacío. Por un momento no lo creí, pensé que era solamente un mal sueño. Pero meditando un poco acerca de todos los hechos, era imposible no pensar que estaba yo en mi propia muerte, que mi cuerpo en realidad yacía, o bien aún sobre la cama, o estaba ya en proceso de ser enterrado para siempre. Entonces, a sabiendas de mi perecimiento, por primera vez desde esa noche sentí algo dentro de mí: desesperación. Pero, ¿qué podía ya hacer? ¿Intentar volver al mundo real? Imposible. No tuve otro remedio que volver a casa y aceptar mi fin. Reír, cantar, llorar; esperar de nuevo, como en vida, el momento de desaparecer.
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Perdidos
B
ajo un cielo gris que parecía el reflejo de sus pensamientos, el joven y solitario Alexander caminaba por la calle, pateando distraídamente una piedra, mirando el piso encharcado, con sus audífonos que lo alejaban del mundo exterior mientras sus ojos observaban imágenes del pasado. Era inevitable, pues ese día se cumplía un año de haber perdido a su mejor amigo después de una pelea estúpida y de un momento que convirtió aquella amistad existente desde la infancia en incertidumbre que crecía con el tiempo. “¿Sigue vivo?” Era la duda que lo perturbaba constantemente. A pesar de la alocada música en sus oídos, lo que escuchaba era aquella breve conversación telefónica que lo cambió todo: —Alex —dijo Lili, la hermana de su amigo—, ¿ahí está Saúl? —No —respondió sin añadir más, pues no se encontraba de humor para hablar sobre él. —¿Y... no sabes dónde está? Es que no ha llegado desde antier y no contesta su teléfono —la voz de la chica pasó de ser seria a inquieta. Jamás se supo nada de Saúl. Apenas comenzaba a oscurecer cuando Alex se encontró con un café que siempre le había llamado la atención pero al que nunca había entrado, así que su curiosidad lo convenció de que era un buen momento para conocerlo. Para su fortuna, el lugar se encontraba casi vacío, se quitó los audífonos, se dirigió a una mesa en un rincón y sonrió un poco al notar que de las bocinas escapaba rock, su música favorita. Extrañaba tocar con su banda y con sus amigos, también eso se había disuelto desde el día en que perdieron a su guitarrista, a Saúl. He de decir que su salida provocó todo un desorden. Una voz femenina y suave interrumpió sus recuerdos. —Hola, ¿deseas pedir algo? Alex levantó la vista y eso lo distrajo de su sombrío estado de ánimo, pues la chica de cabello rojo adornado con una especie de tiara de flores blancas le parecía bastante bonita, pero no sólo por eso, sino que daba la impresión de estar fuera de lugar: algo en ella parecía no combinar con su entorno, ni siquiera con su ropa idéntica a la de los demás meseros. También sus ojos de color morado y la púa de guitarra que colgaba de su cuello llamaron su atención. Él le dedicó esa sonrisa torcida que creía era sensual. En ese momento sonaba Paint it Black de los Rolling Stones, por lo que sin pensarlo demasiado y con cierta coquetería se le ocurrió responder: —Quiero un café más negro que mi alma —pero en seguida se arrepintió de semejante frase. Ella lo miró extrañada; sin embargo, le pareció gracioso y le preguntó si quería un café americano. —Por favor —Alex sonrió ahora de una manera más tímida. La chica se alejó. Disfrutando la música, el muchacho tomó un par de lápices que guardaba en su mochila y comenzó a seguir con ellas el ritmo a manera de baquetas, imaginando que la mesa era su adorada batería.
Por Carolina Elizabeth Ruiz Vázquez*
Entonces llegó a sus oídos una canción muy extraña que reconoció de inmediato y que no escuchaba desde que su amigo... Nuevamente su cabeza, que a veces podía ser un poco cruel con él, comenzó a atacarlo con memorias. Vio primero a un chico moreno de cabello alborotado tocando la guitarra. Era Saúl insistiéndole que se aprendiera esa maldita canción; en aquella época su obsesión por tal melodía apenas comenzaba. Antes de que terminara ese recuerdo llegó otro, dos músicos discutiendo antes de un concierto importante. A Alex le molestó que Saúl no hubiera ensayado las nuevas canciones que habían compuesto en su banda, pero peor fue cuando explicó que aquella era música vacía, no servía de nada, no era eso para lo que existía la música. ¿Cómo es que criticaba las canciones tan poéticas que Alex había creado después de haber tenido que hacer todo el trabajo él solo porque de repente su amigo había perdido todo interés y sólo le importaba una canción que ni siquiera era del estilo que tenían? Esa fue la última vez que se vieron, pues Alex se alejó lo más rápido que pudo, sabiendo que si no lo hacía le arrojaría algún tambor en la cabeza... Y no estaba dispuesto a arruinar su batería. Sólo aventó con fuerza las baquetas a la pared. Perdido en sus pensamientos, Alex no advirtió que comenzó a golpear la mesa de manera más fuerte y sonora hasta que uno de los lápices escapó de su mano y terminó debajo de un sillón. Miró a su alrededor, y lejos de él se encontró con unos ojos que lo miraban con atención a través de unos lentes de contacto morados a los que él no pudo más que sonreír como si quisiera disculparse. Se levantó dispuesto a recuperar su improvisada baqueta pero se demoró un poco en encontrarla. Cuando volvió a su asiento había un libro abierto en la mesa... Y también estaba ahí su café. Se sentó y desconcertado volvió a mirar a la chica, quien seguía en el mismo lugar y le sonrió con una mezcla de coquetería y misterio. Alex devolvió su curiosa atención al libro y encontró que algunas letras habían sido marcadas y al juntarlas formaban un mensaje que provocó que su piel se erizara: “No estoy muerto pero tampoco estoy aquí. Difícil de explicar, pero estoy bien.” Levantó la cabeza pero sus ojos ya no encontraron a la mesera. Sintió que debía hablarle, tal vez ella sabía algo. Se levantó y dirigiéndose a un hombre que preparaba un capuchino inquirió: —Disculpe... La mesera... —Claro, un momento — respondió con cortesía— ¡Martitaaaa! Apareció una mujer totalmente diferente. —No, ella no, me atendió la otra mesera. —Sólo tenemos una mesera —repuso el hombre—. Y un mesero, aquel que está limpiando el café que tiró la señora... Confundido y sin insistir, Alex recorrió el lugar con la vista, buscándola, pero ella no estaba.
* Carolina Elizabeth RuizVázquez “Caro” es diseñadora y artista visual de 22 años, nació en la ciudad de Durango, Dgo. México donde vive actualmente. Se graduó en el 2015 de la carrera de Diseño Gráfico y Animación de la Universidad Tec Milenio. Además de la animación le interesa el cine, lo que le ha llevado a crear historias que después convertirá en cortometrajes.
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Tal vez la encontrara afuera. Pagó su café, pero antes de salir, casi resignado, guardó el libro en su mochila. No la encontró y no entendía nada. Después de caminar mucho decidió rendirse y volver a su pequeño y desordenado departamento donde miró de nuevo el libro con el mensaje extraño. Consideró que podría tratarse de una extraña broma, o algo sin importancia, pero se sentía demasiado inquieto para creer que no era algo importante. Con los ojos de su mente recorría ese bello rostro, sus ojos de color raro, y una marca debajo de ellos, una pequeña y peculiar mancha. ¡Esa mancha! Saúl tenía una igual, también debajo de su ojo. De pronto, como una epifanía, llegó un recuerdo, algo a lo que a pesar de una vaga curiosidad nunca le dio suficiente importancia: Alex se encontraba en la casa de Saúl, pocos días después de que este desapareciera, buscando ayudar a su familia a encontrarlo. Distraído tomó entre sus manos una fotografía de dos bebés recién nacidos. —Tengo que encontrarlo —expresó detrás de él con voz temblorosa la madre de Saúl—. Ya perdí a una, murió tan pequeña, no puedo resignarme a perder al otro. “¿Qué demonios acaba de suceder?” Se preguntaba él. Alex se quedó inmóvil, ahora surgían más preguntas que respuestas. Un calor acompañado de sudor muy frío recorrió todo su cuerpo, después sintió una presión en el estómago mientras los sonidos llegaban como si estuviera bajo el agua, su vista comenzó a nublarse, lo último que supo fue que por fortuna había logrado acercarse lo suficiente al sofá para caer desmayado en él. No tenía idea de cuanto tiempo había transcurrido cuando recobró el conocimiento. Cuando abrió los ojos vio la peluda y angustiada cara de Hendrix, su perro, que estaba sobre él lamiéndole las mejillas tratando de hacerlo reaccionar. —Hendrix... ¿Qué...? —exclamó mientras miraba a su alrededor confundido y un poco mareado. Después de unos minutos lo recordó: ¡El libro! Lo tenía en sus manos antes de quedar inconsciente, pero no estaba en el sofá—. Debe haberse caído al piso. No, tampoco.¿Acaso lo dejé en la mesa cuando empecé a sentirme mal? Nada en la mesa —de pronto le preocupó ver tanta luz a través de la ventana. —¿Estuve desmayado por horas? ¿No es eso malo para el cerebro? ¿Pues qué hora es? ¡Mierda! Ya debería estar en el trabajo. Pospuso la búsqueda del libro y en medio de su prisa se dio cuenta de que su ropa era diferente a la que vestía el día anterior. Recordaba a la perfección lo que traía puesta una sudadera gris, playera blanca y jeans negros, pero ahora ocupaban su lugar una playera negra que hasta hacía poco creía que se le había perdido y jeans azules rotos. Eso lo desconcertó mucho…. —Teorías para después, si me voy así, todavía alcanzo a llegar. Salió de su departamento y condujo su viejo coche que rara vez usaba, pues prefería caminar. Llegó al pequeño centro de artes y se dirigió al salón de música. —¡Hey! Acuérdate que hoy voy a tocar en El Perro Chato, es el bar nuevo, ¿vas a ir? —lo interceptó en el pasillo un muchacho al que nunca había visto. —Eh, no sé —pero la familiaridad con que le habló lo dejó dudando— ¿te conozco? El otro chico rió. —Ese Alex— dijo como si su pregunta hubiera sido absurda. Sin distraerse más, Alexander entró apresurado al salón.
—Perdón, me desmayé— explicó a sus pequeños alumnos de baby batería —¿sí practicaron lo que les dejé? A ver si ya les sale rapidote. Ah, tú eres nuevo, ¿verdad? ¿Cómo te llamas? —preguntó a un niño pecoso. Una carcajada colectiva e infantil estalló. —Profe, creo que todavía estás un poco mal.—se burló uno de los chicos. Alex los miró sin encontrar la razón de sus risas, e intentó continuar sin darle importancia al bobo humor de los niños. —Bueno, escuchemos lo que les dejé de tarea, baquetas listas, lección 7... —¿Siete? —preguntaron ellos al unísono alzando un poco la voz, y sin poder aún controlar la risa. —Apenas vamos en la 4 —agregó el pecoso de nombre desconocido. Alex se molestó, desde el día anterior el desconcierto era lo que sobraba en su vida; no era un buen momento para que decidieran jugarle una broma. Sin embargo, a pesar de que se mostró exigente, los infantes, ya bastante más serios, parecían no tener idea más que de las primeras lecciones. Al terminar la clase, Alex vio a la chica misteriosa recargada en el marco de la puerta, sonriéndole y saludándolo con la mano, esta vez traía puesto un holgado y bohemio vestido, además del collar de púa. Sin ocultar su asombro corrió hacia ella , quien de manera inesperada lo abrazó antes de que él pudiera decirle cualquier cosa. —¡Alex! ¿Cómo estás? —¡Tú! —exclamó él de manera acusadora. —¿Qué? —ella sonaba de lo más relajada. —Tú... — demonios, ¿por dónde empezaba? —... ¿Cómo sabes mi nombre? —Me lo dijiste cuando teníamos como 7 años —dijo ella de buen humor y abriendo más los ojos.—. Oye, vine a robarte, ¿quieres ir por un café? ¿O a caminar? Su despreocupación y su respuesta sin sentido hacían que Alex se sintiera más ansioso, pero la última parte le agradó. —Claro —contestó haciendo la voz más grave y suave, y empleando su “sonrisa sensual”,sin dejar aun lado su inquietud—. ¿A cuál café iremos? ¿Ahí donde trabajas? Oh, espera, realmente no trabajas ahí, yo estuve buscando a la mesera, y al final resultó que no eras tú. Por cierto, me encantaría que me explicaras un par de cosas. —No te entiendo. —Lo que sucedió ayer! ¿Qué fue todo eso? —Ni me lo recuerdes, si me hubieras acompañado a esa fiesta tan rara no tendría que platicártelo, pero ya sabes que fue un desastre, ¿no? —¿Fiesta? ¿Qué? Pero... ¡No! ¿Qué? Hablo de lo del café, y el libro... Y todo eso. —No se de qué hablas —admitió ella. Alex suspiró, ¿por qué tenía que ser tan complicada? Intentó algo diferente. —¿Sabes? Ahora estoy más confundido. ¿Qué tal si comenzamos por el principio? ¿Cómo te llamas? Ella se rió. —Eso es muuuy al principio. El chico intentó no tirarse al piso y patalear de desesperación como el más pequeño de sus alumnos. Era evidente que ella eva-
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día sus preguntas. Decidió no cuestionar más, tal vez debía dejar que fuera ella quien tocara el tema y le explicara libremente. Caminaron juntos por una calle cercana después de comprar café, estaba atardeciendo. Era esa hora en la que el sol baña de color dorado al mundo y le da un cierto dramatismo marcando mucho las sombras, lo que le confería incluso una belleza casi absurda incluso a las cosas más insignificantes. Alex pasaba por ahí regularmente pero ahora notaba algunas diferencias: la casa azul ahora era rosa, la pizzería se había convertido en una tienda de donas, entre otros detalles y se sintió un poco desorientado. ¿Hace cuánto tiempo que no ponía atención a su alrededor? ¿Realmente era tan distraído? Pero él era muy observador, ¿cómo es que no se había dado cuenta de tantos cambios? Vamos, esa pizzería era su favorita, uno de sus cielos terrenales ¿a dónde se la habían llevado? Sin embargo pronto su atención volvió a la enigmática muchacha que iba a su lado y que inexplicablemente le hablaba como si se conocieran desde hace mucho tiempo, y como si él conociera a las mismas personas que ella. Después hubo un breve silencio. —Oye, quería platicarte algo. No se lo he dicho a nadie porque es demasiado extraño. Sólo te lo cuento porque eres mi mejor amigo, pero si se lo dices a alguien eres hombre muerto —sonrió y le guiñó el ojo de manera graciosa—. Bien, eh, yo, bueno... Probablemente esté loca, pero —sí, ya había comenzado a sospecharlo—. Hubo una pausa que pareció más larga de lo que era. —Vamos, puedes decirme —la instó Alex, esperando por fín conocer cualquier explicación de preferencia lógica a todo aquello. —Lo sé —sonrió—. Bien, sólo porque eres casi mi hermano. A propósito, ¿alguna vez te conté que tuve un hermano gemelo? Ni siquiera pasó por su cabeza responder, hasta que notó que ella lo miraba insistentemente, esperando. —Estoy casi seguro de que no me contaste —dijo él con ironía. —Él se murió pocos días después de que nacimos. Yo a veces tengo sensaciones extrañas, percibo cosas que no están aquí, desde que tengo memoria, de la nada me llegaban emociones y pensamientos que eran ajenos a mí, y me decía a mí misma: “Sara, estás loca...”. —Así que ese es tu nombre —la interrumpió el baterista con voz suave. —Pues sí —asintió ella extrañada, como si fuera lo más obvio del mundo—. Hablo en serio. El asunto es —continuó— que es como si mi hermano existiera, ¿sabes? Pero no como un fantasma, tampoco como si estuviera aquí... Es muy, muy raro. Y no lo percibo como cuando murió que era un bebé, sino como si fuera de mi edad. Mira... —ella sacó su celular y le mostró a Alex la misma foto de los bebés que había visto en casa de Saúl. Él
estuvo a punto de escupir el café que estaba bebiendo... ¡Ya había olvidado esa parte! —¡Los bebés! —exclamó casi gritando— ¡Entonces eres hermana de... ¿Pero cómo? Entonces... Bueno, continúa —hizo un esfuerzo por callarse y dejar que ella hablara. —Tranquilo, eso es lo único normal de la historia —dijo ella con humor—. Eh… Sí, pues... Descubrí una canción tan... inefable. Extrañamente cuando intento tocar esa canción todo lo raro en mi mente... —¿También tocas? Tocas la guitarra, ¿cierto? —volvió a interrumpirla. —¡No! ¡Por supuesto que no! —respondió con marcado sarcasmo—. Alex, estoy intentando contarte algo que no me deja en paz —dijo con desesperación real pero sobreactuada para darle un toque cómico—. ¿Qué estaba diciendo? Oh... que cuando intento tocar esa canción... Sí, sí, en la guitarra, en mi mente todo lo que parece no pertenecer a mí es más intenso, pero más que creer que es mi imaginación, en esos momentos es mucho más vívido, más real... ¿Tú crees que pueda existir otra realidad? ¿O que sea posible que... —se interrumpió a media pregunta, con cierta timidez y luego bajó un poco la voz al igual que su vista—. ¡Claro que no, tú no crees en nada! —Creo que estoy comenzando a creer que el mundo es más extraño de lo que mi mente está acostumbrada a ver. —¿Te parece que debo incluir camisas de fuerza en mi guardarropa? —No, claro que no, ¿por qué no me muestras esa canción? —Eso iba a hacer —respondió ella con entusiasmo y comenzó a sacar su ipod de su bolso—. Oh, tú nunca me juzgas. Creo que esa canción te gustará, espera, mis audífonos están más enredados que mi mente. Y ahora, de pronto la música que me encantaba ya no tiene tanto sentido, es como si... —¿Como si fuera música vacía? —Alex sonrió sutilmente al repetir las palabras de su amigo que tanto le habían molestado. —¡Sí, exacto! —expresó con emoción al sentirse comprendida—. ¿Alguna vez te ha pasado algo así? —A mí no... Pero sí te pareces un poco a Saúl. —¿Saúl? —su sonrisa se borró y sus ojos se volvieron un poco fríos—. ¿Cual Saúl? Así se llamaba mi hermano... ¿Te lo había dicho? —No —repuso Alex intentando decirlo con suavidad —me lo dijo él, cuando teníamos como 7 años. —Tu sentido del humor es un poco sombrío, —dijo Sara con gravedad entregándole los audífonos a su amigo— Yo… ¿Alex? ¿Te sientes bien? ¡Estás muy pálido! —sus palabras y expresión facial ahora denotaban preocupación. Oh, no otra vez, el mareo, la vista nublada, y la caída. Esta vez estaba muy lejos de su sofá.
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Hurto
Por Martín Fregoso*
—¡Pendejo! ¿Cómo que te robaron las alas? —le preguntó su
los pajaritos ya empezaban a cantar en la calle. La idea se me ocurrió cuando estaba a punto de despertar al angelito. Lo besé hermano mayor. en los labios a manera de despedida... No me miren así, no soy —Psss, es que se me pasaron las copas y me quedé dormido cursi, lo que pasa es que estaba guapo el güey. Y tratando de ser cuidadoso para no despertarlo, le robé las alas. —contestó el jovencito.
—No mames, ¿qué vas a decirle a mi papá? Te va a cagar. —Ya ni me digas. Estoy que ni el sol me calienta.
—¡Qué buena onda! ¿Y no te sientes culpable? —Nel, si hasta parecen hechas a mi medida, ¿o no?
Y en eso tenía razón. Al adolescente se le veían bien. Unos se alegraban por él, otros decían que era un gandalla, un ojete. Dos que tres hasta sintieron envidia, “quién tuviera unas alas —Están bien chidas, güey. ¿De dónde las sacaste? —le pregun- así”, pensaban... taron por enésima vez y él, feliz de la vida, comenzó nuevamente a relatar su “hazaña”. ***** *****
—Pus me invitaron a una fiesta. En la fiesta conocí a un chavo bien chido. Tomé, bailé y fajé con él toda la noche. Ya canA las afueras de un hotel —sobre Calzada de Tlalpan, cerca del sados nos fuimos a un hotel. En el cuarto, con ayuda de ciertas yerbas, exorcizamos el cansancio. Cogimos una y otra vez hasta metro Portales—, un muchacho se sienta, cada vez con menos —ahora sí—, quedarnos dormidos. Horas después abrí los ojos, optimismo, a esperar que pase aquel que un día le robó sus alas.
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El árbol de las ánimas Por Martha Brenda Hernández*
P
obre jacalito, pobre mujer, que alimentaba a su pequeño hijo torteando para los vecinos. Ahí estaba la vida, ahí donde el encierro le tiznaba el corazón para llenar el estómago y ahí estaba su padre con las manos agrietadas en cada temporal. —Mujer, cuida a Gregorio Ese pequeño diablillo de seguro está ideando cómo escaparse con sus amigos por la noche, murmuran y murmuran cuando están jugando con los trompos. —Siento un nudo apretado, aquí en el estómago. Gregorio nunca está sosiego. Todos los días le pido a Dios que lo cuide. ¿Te acuerdas, viejo, cuándo se nos fue al Tajo? Se vistió al alba y ni la sombra le vimos hasta que regresó al día siguiente. ¿Qué pecado habré cometido para tener un hijo tan travieso? Tengo una angustia que me golpea el pecho como roca de hiel. —Se le ha metido en la cabeza ir al árbol maldito, el que está en el Monte. Dicen que a las doce de la noche quien pase por ahí puede ver hasta el mismo diablo, y que si miran sus ojos de fuego se vuelven locos. —Dios lo cuide, que si un día le pasa algo, me mataría lentamente el dolor. —No pienses en eso mujer, mejor acuéstate y deja de rezar, que esas rodillas van a echar raíces. Dejó su libro de plegarias, apagó la luz de lumbre, guardó la esperanza en su corazón y acarició la almohada construida de costumbres, bordada de hilo de amor a su mundo. Besó a su esposo. Sus súplicas no tuvieron efecto alguno; Gregorio, ansioso por descubrir la verdad del árbol fue a su encuentro. Voló en la noche buscándolo, jugó en la lluvia; cuatro niños del pueblo todos iguales de vagos, llegaron al árbol misterioso, sediento de almas. Entre penumbras, al primer ruido sorpresivo los amigos huyeron. Gregorio se quedó inmóvil frente a él, se alejó todo lo
que pudo dando pasos hacia atrás. El tronco partido a la mitad era infernal, se vislumbraban dentro de él niños en forma de raíces; alrededor del árbol las demás raíces tomaban formas de serpientes que lo sujetaban a la tierra. Las víboras con los ojos rojos apresaron a Gregorio de un pie, un remolino lo confinó en el centro; Gregorio no podía más, buscó la ayuda de sus amigos, gritó y gritó, hasta que sus alaridos de terror se escucharon en todo el Monte. El remolino creció levantando su cuerpo, nadie vió su mirada llena de llanto, su alma perdió la fé, aquella maraña de hojas le borró la sonrisa. La angustia y la pena lo invadieron cuando sintió que el remolino lo arrojó a un abismo dentro del árbol maldito, su alma quedó grabada como una silueta dentro de las raíces. Por la mañana su madre fue a levantarlo para ir a la escuela, la cama vacía le hizo temer lo peor; corrió con desesperación al Monte pensando en el árbol maldito. Se quedó sentada al pie de él esperando el regreso de su hijo. La devoraron los días, los meses y los años. La luna lloraba con ella desde el mediodía, aquella madre sentía la presencia de su hijo de sol a sol. Perdió a su hijo y perdió la razón. Un ave pasó, la mariposa y mil flores, las lágrimas; calma y sosiego no tardaron en aparecer. En su mente regresó el andariego, caminó hacia ella recitando las plegarias, su madre se quitó el dolor de su corazón. Era de noche cuando Gregorio salió entre las sombras de la locura de su madre. Su manantial de locura brillaba de agua luminosa. Cuentan que desde entonces el espíritu de la mujer deambula por allí esperando a su hijo. Cada vez que sale un remolino del seno del árbol el alma de Gregorio besa a su madre.
* Martha Brenda Hernández Martínez es alumna del taller de literatura Elias Nandino de Cocula, Jalisco.
Nueva vida
Por J.B. Gaona Medina*
M
ientras los verdugos seguían apiñando leña en torno a sus pies desnudos y lacerados, el recuerdo de la muerte de aquel hombre se abrió paso en la mente de Udrik de manera involuntaria. Sintió una fuerte náusea, pues no podía negar que había sido un acto violento y atroz, pero, de otra manera, el hombre habría terminado cometiendo otro no menos imperdonable. Aún podía ver esa sonrisa cínica de dientes podridos, esos ojos dementes y vidriosos devorando a su víctima con una mirada lasciva y famélica. Se habría divertido con ella sin piedad, y, después de haberla despojado de su castidad e inocencia, le habría arrebatado la vida misma con un simple tajo en la garganta. Pero Udrik había llegado en el momento preciso para evitar la desgracia.
Un campesino que pasaba por casualidad lo había visto todo, cierto que a una considerable distancia, pues el robledal donde el salteador había arrastrado a su víctima no quedaba muy cerca del camino, pero había sido suficiente para que el lugareño viera la pesada roca salir disparada de entre la maleza y estrellarse en la cabeza del hombre, la cual reventó con un crujido nauseabundo en medio de una sangrienta lluvia de masa encefálica y fragmentos de cráneo. Al aproximarse con la azada en ristre, el campesino vio al anciano a escasos pasos del muerto… y a la pobre niña a sus pies, con su carita pálida por el terror, anegada en lágrimas. Udrik hubiera sido considerado un héroe, pero el problema era que había matado a aquel pervertido con la fuerza de su
mente: “Arrojó la piedra sin mover un solo dedo, ¡lo juro por mi vida!”, fueron las palabras del agitado testigo ante la asamblea de aldeanos. Y eso era un acto prohibido en toda Avaslar que debía ser castigado. Desde hacía muchos años, ser mentalista, es decir, poseer habilidades psíquicas, era considerado un crimen, y sólo existía una condena posible para ese tipo de delito. Mientras las llamas se extendían sobre los leños como un animal hambriento, Udrik se vio víctima de toses espasmódicas provocadas por el humo grasiento y pestilente que empezaba a elevarse en densas volutas. La escena representaba un alivio para los aldeanos. Aquel viejo ermitaño de los bosques siempre despertó desconfianza en la comunidad; pocas veces hablaba con la gente adulta, pero gustaba de acercarse a los niños del pueblo y solía regalarles pequeñas figurillas de madera talladas por él mismo que llevaba en un bolso de cuero raído y negruzco, nada apreciativas, a decir verdad, pues estaban cortadas con trazos burdos e irregulares. Así pues, el ermitaño no inspiraba nada bueno en los lugareños, era un sujeto raro, diferente, con sabría qué oscuros secretos escondidos tras aquella personalidad introvertida y solitaria. Pero al fin, después de tantos años de sospechas y conjeturas susurradas por lo bajo, había sido descubierto. El viejo era un mentalista, una de aquellas infames criaturas al servicio de Rafeznor, Señor de las Sombras, y debía ser devuelto a los siniestros abismos de los que provenía. Udrik pensó, mientras sentía en los pies el ardiente abrazo de la muerte, que al menos la niña estaba a salvo. Él, de cualquier manera, ya era un anciano, qué importaba adelantar aquello de lo que la naturaleza habría terminado encargándose más pronto que tarde, pero la niña… bueno, ella aún tenía todos los caminos de la vida abiertos, y ahora tenía una nueva oportunidad para recorrerlos. Volvió a ver su pequeña carita pálida y angustiada, era realmente hermosa, sobre todo sus ojos de un azul intenso, que resaltaban como un par de zafiros relucientes en un mar lechoso. —¿Cómo te llamas? —Le había preguntado. —Galier. A su espalda estaba el cadáver del insensato, su rostro convertido en una masa informe y sus sesos desperdigados sobre un lodo sanguinolento. Los dedos mugrosos y encallecidos de su diestra aún sostenían el cuchillo de hoja mellada e impregnada de óxido con el que había amedrentado a su víctima. Sólo se trataba de un miserable salteador de caminos, un alma desposeída y desesperada que ni siquiera podía procurarse una verdadera arma con la cual servirse para aquello que era lo único que había aprendido hacer en su infortunada vida para sobrevivir. Udrik, pese a todo, no pudo evitar sentir una gran pena por aquel infeliz. —Es un hermoso nombre, Galier —le había respondido dibujando una sonrisa en su rostro apergaminado—. No debes temer
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más. Nadie te hará daño, te lo prometo —y se había inclinado sobre ella para tenderle la primera figurilla que salió de su bolso de cuero: un pequeño gorrión con las alas extendidas en pleno vuelo—. Es para ti. Que te acompañe en todos tus viajes, Galier. Si lo reflexionaba, al tiempo que las llamas ascendían en la pira abrasando su cuerpo, aquella era una forma bastante honorable de morir, había sacrificado su vieja y decadente vida en favor de una más joven y próspera, y esa ocurrencia lo hizo sonreír. Se habían dispuesto arqueros en los tejados de las casas circundantes a la plaza donde se llevaba a cabo el acto de expiación. Los mentalistas podían hacer uso de todo tipo de artimañas para escapar a su condena, de modo que los hombres aguardaban tensos, con arco y flecha preparados ante cualquier anomalía que se presentase. Sin embargo, aquel anciano se entregó al fuego con una pasmosa resignación, envuelto en un inusual silencio, sin liberar un solo gemido de dolor. Hecho que más tarde sería tomado por los pobladores como la evidencia definitiva de que el viejo ermitaño era un ser demoníaco e inhumano, y no se sintieron tranquilos sino hasta que el último rescoldo de la pira se hubo apagado. … En la parte trasera de un viejo carromato que traqueteaba por remotos caminos de montaña, entre nabos y calabazas, una pequeña niña se arrebujó en la vieja y áspera manta que la cubría, aferrando en sus manos un gorrión de madera toscamente tallado. Con gesto desconfiado, dirigió su mirada hacia delante para ver a la pareja de ancianos que la habían recogido en el camino. Ambos dormitaban en el pescante, sin prestarle de momento la menor atención. Entonces, tomando aliento, sus ojos, de un azul profundo como el océano, se posaron sobre la figurilla, muy atentos... concentrándose. Los ojos del gorrión eran apenas unas largas hendeduras entre las vetas de la madera y sus alas claramente estaban cortadas de manera desigual; no era más que la burda representación de un ave verdadera, pero aún así, de algún modo, algo pareció cobrar vida allí dentro, pues hubo una repentina sacudida, al principio de forma casi imperceptible, pero que luego demudó en movimientos oscilantes, como si dentro realmente hubiese algo, una fuerza a punto de romper el cascarón que la aprisionaba. El rostro de la niña se encendió con un intenso rubor y sus facciones yacían contraídas, tensas por el esfuerzo. Entonces, delicadamente, como una pluma alcanzada por un soplo, el ave despegó de las manos de la niña para finalmente emprender el vuelo.
* J. B. Gaona Medina nació en la Ciudad de México en 1987. Se considera un lector impetuoso e incorregible de literatura fantástica, desde hace un tiempo también cultiva la escritura del género de manera autodidacta e independiente, alternando su pasión literaria con los estudios universitarios. Sus principales fuentes de inspiración e influencias vienen tanto de la Alta Fantasía como de la Ciencia Ficción. Esta es su primera colaboración en una publicación.
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Muchas gracias, y hasta pronto, Querido Monstruo… Por Arhur Sg.*
—¿Gracia? —la pequeña de ojos color esmeralda le miró con curiosidad—. ¿Qué es eso? —Un don. —¿Y quién te lo entregó? —Un monstruo de arena —respondió, Puck; como si fuera la respuesta más obvia en el mundo—, claro; si no es que te encuentra antes un… —Aquí los llamamos ‘humos’ —lo detuvo la niña. —Sí, lo olvidaba —Puck se removió en el asiento de madera de aquél desolado parque—. A veces las personas tienen la manía de nombrar a las cosas que no pueden ver o entender. De esa manera se dan valor para poder enfrentarlas, pero lo que en realidad hacen, simplemente es otorgarle un nombre a sus miedos. La niña lo miró fijamente hacia los ojos, pero Puck no pudo encontrar en ellos eso de lo que hablaban. El miedo no parecía estar presente en ella. —¿Por qué te lo entregó a ti? El joven levantó la vista hacia el cielo. La oscuridad lo dominaba todo por completo. —Hice algo malo hace mucho tiempo. Y aún continúo haciéndolo. —Cuéntamelo. —¡No! —gritó con remordimiento—. Lo siento. No pretendía ser grosero contigo, pero si te dijera tendría que volver a ser esa persona mala… Otra vez. —Descuida —dijo la pequeña en voz baja—. Yo también he visto a esos monstruos. —No lo creo. —En serio. Yo también poseo ‘la gracia’. —¿Y cuál es? —Uhm… ¿Puedes ver aquél árbol? —señaló un viejo cerezo del que pendía un trozo de franela azul. —Claro. —Pues yo puedo subir por sus ramas hasta la copa y caer de pie —sonrió ampliamente, mientras se sacudía las hojas secas de su faldón de franela haciendo una reverencia. Puck dejó entrever una leve sonrisa antes de soltarse a reír a carcajadas. No pudo evitar doblarse por el dolor en el estómago. Y unas cristalinas lágrimas escaparon de sus ojos cerrados. Un segundo después se percató de ello y se secó rápidamente con la manga de su blanca túnica, se enderezó en el asiento y miró contrariado a la pequeña.
—¿Qué sucede? —preguntó, Puck—. ¿Nunca habías visto a un hombre reír? —¡Oh, lo siento! —se disculpó la niña—. Perdóname por haberte incomodado. Es que hace mucho tiempo que no escuchaba a nadie reír de esa manera. La última vez que alguien lo hizo fue colgado en el Punto Muerto. —¿Y qué es eso? —Un lugar al que nadie tiene permitido ir. Puck se frotó la barbilla y emitió un leve balbuceo que la pequeña no pudo comprender. —Ya veo. —Sí. Nadie puede cruzar el límite, excepto los que no hablan. Puck la miró a los ojos y supo que debía marcharse antes de que fuera demasiado tarde. Entonces introdujo la mano derecha dentro de uno de los bolsillos de su túnica, y extrajo una diminuta caja de un color amarillo brillante. La ofreció a la niña, quien no dudó ni un segundo en tomarla con la palma de la mano extendida. La acercó hacia ella e intentó abrirla, pero Puck le aconsejó lo contrario. —¿Para qué sirve? —quiso saber la pequeña. —Es un regalo de mi parte. Pero sólo se abrirá si él algún día vuelve. Puck se levantó de la banca y se acercó a la niña. Ella alzó la vista hacia el muchacho de casi dos metros de altura, su rostro era lo único al descubierto. Sus ojos blancos en su totalidad, provocaban reflejos en su mente, casi podía ver a través de ellos. Tan puros y cristalinos que no entendía cómo podía tratarse de una persona que había hecho cosas malas en su vida. —Tan sólo consérvalo, así podrá encontrarte. — ¿Y si no viene? —Lo hará —Puck le guiñó un ojo—. Tarde o temprano el olor a carne podrida de éste lugar los atraerá. —¿Eso quiere decir que ya te vas? —Así es. Nosotros tendremos que limpiar todo el desastre al final. La niña se guardó la cajita dentro de uno de los bolsillos de su faldón de franela, y se sentó en la banca balanceando las piernas de adelante hacia atrás sin tocar el piso. —Entonces… —la mirada de la pequeña se mantuvo indescifrable por unos segundos, hasta que una sonrisa se dibujó en sus labios—. Muchas gracias, y hasta pronto, querido amigo.
Fantastique 101
Luna en ristre Por Carlos Gómez González*
«En el claro de la Luna donde quiero ir a jugar…» Silvio Rodríguez
L
os segundos marchan con diligencia dejando tras de sí el constante tic-tac de las disciplinadas manecillas en aquel reloj antiguo colgado sobre la pared de mi apartamento; un regalo que mi padre me dio antes de abandonar Córdoba para venir a estudiar a la capital. Lo miro desde lo oscuro, realmente armoniza bien la habitación. Las filas engordan, pronto los pequeños batallones se aglomeran de sesenta en sesenta, continúan el cansado viaje hacia ningún sitio; yo me mantengo inmóvil, contando el aumento de sus tropas, observando, rogando por que paren, suplicándole a su comandante —el tiempo— que se detengan tan solo un instante para poder sucumbir a la noche, para que los párpados silencien a la realidad con un beso. Mi mensaje no llega, las redes de comunicación son las primeras en ser destruidas en momentos de guerra, es una estrategia básica; un escalofrío me recorre el cuerpo, si mis ojos no me fallan y la cuenta es exacta, la media noche ha muerto, se abre paso con firmeza la primera hora de la madrugada. No puedo soportarlo más, busco en la penumbra del cuarto un pants; el sonido no me sigue cuando cruzo la puerta, pero sé que el tiempo sí. Hileras de pequeñas hormiguitas azul celeste escapan del entramado visible en el techo de mi cocina, causado por un accidente del cual no quiero hablar ahora, parecen las delgadas venas de un lago cristalino que se desangra en el corazón de la luz nocturna. Hipnótica, me llama por mi segundo nombre… Hipnotizado, la sigo. La sala amarra silencios, suelto un suspiro. Giro la perilla de la puerta y salgo del lugar. El gato de la vecina, Little George, si la memoria no me falla, me está esperando con una almohadilla extendida y un letrero que reza “cuota para noctámbulos” en la otra. El muy bribón me despoja de los últimos deseos de arrepentirme, de dar la media vuelta y regresar hinchado de sueño a la cama; se bebe mi indecisión en sustitución del ron blanco; lo veo ronronear con deleite; el daiquirí aún conserva su efecto. Cada paso recibido por los peldaños, en la espiral de caracol de la única escalera capaz de llevarte a la azotea del edificio, suena, con tímida sincronía, como una extraña sinfonía que alguna vez llegué a escuchar. Un par de vacas van descendiendo a mi derecha mientras mascan los pocos silencios que se producen entre los espacios de la melodía. Berlioz, si mal no recuerdo. El aire de mediados de otoño se me pega a la piel, me hace sentir desnudo. El rocío de la temporada acaricia mi torso sin ropa, sus dedos se impregnan y derraman con moderado erotismo; mi conciencia se arrepiente de haber subido sin playera, mi pasión no. Los músicos de la noche, alados o terrestres, vivos y despiertos o inconscientes y sin vida; escriben, a manera de danza, el canto clandestino de las horas de sueño en la Ciudad de México. Doy unos pasos sobre la pálida piel del concreto, tan resistente
a las inclemencias de la humedad relativa y de la temperatura, pero tan frágil e indefensa a mi tremolante caminar de sonámbulo. Veo grupos de sombras acercarse hasta donde me encuentro, las estrellas, amantes litúrgicas del océano multicolor, —a veces en tono marino, en ocasiones como ésta, ocre sepia— las diluyen en colores magenta y lila hasta alcanzar un vivo malva. ¡Qué belleza el merodear por las noches de luna blanca, de bordes difuminados y corazón de plata! Estoy parado en la orilla del edificio mirando hacia el prado sobre mi cabeza, una nube inquieta se pasea en el firmamento en forma de búho que vuela contra el cielo, cubre momentáneamente al satélite de los físicos, la musa de los poetas sin techo, la amante de los gritos nocturnos. Su majestad, la reina de mis desvelos. Una sonrisa se me escapa delante de tan maravilloso cuadro. Pienso en Friedrich, bostezo. Un ciento de campanadas repica en el horizonte de sucesos, desde la cúpula de un templo que no distingue religión, en lo más hondo de la piscina celeste. Llaman con su sonido a conjuntos imaginarios de murciélagos, esos de alas de naranja y cuerpo de tabaco. Los grupos de fantasmas, almas sin pena, se visten con sábanas arrugadas encima de su traslúcida faz, van en busca de pareja para salir a los bailes regionales en la zona centro de la ciudad, supongo que ha llegado esa hora. Los más jóvenes extienden sus manos temerosas hasta las más risueñas transparencias. Siento una felicidad franca y honesta tomar posesión de aquel campo, fértil de verdades ocultas, fundido en un aire donde las culturas se vuelven trino, donde los adolescentes juegan a amarse. La escena me pone triste. Entonces, sin pedir permiso y antes de que la primera lágrima bañase mis mejillas cubiertas de insomnio, sobrevolando la calle 5 de Febrero una somnolienta madrugada del veintinueve de octubre, la luna bajó hecha muchacha hasta mi lecho, de vientre desnudo y pálido, como la obra lapislázuli «Mujer y Luna» de Caccaviello. Tiritando se acerca hasta mi oído, deshiela con lentitud versos luminosos en un lenguaje que no produce sonidos, no entiendo lo que dice, sin embargo, comprendo el sentido. Argumento con mis brazos sobre su cintura, la rodeo con ellos, intento sofocar sus fríos, la abrigo con silencios cálidos dentro de un mundo en el que la palabra deja de ser importante. Nuestros ojos se encuentran. Los míos, negros como el mar en el que la menguante se refleja; los de ella, grises, coronando el ponto del que es dueña. El crepúsculo amenaza aquel palpitante abrazo, los pensamientos se vuelven ramas creciendo en el jardín de nuestras cabezas, un árbol de jacaranda crece, tiene flores alimentadas del hemisferio derecho, acaricio su pómulo izquierdo, un puente es creado por el roce de mis dedos, del otro lado sus labios me esperan, los pruebo, tienen el sabor de la romántica nostalgia, también el de la mora azul. Me inocula en su pecho y nos elevamos juntos. Finalmente escucho su voz, me pregunta: «¿Cuál es tu nombre?», la ciudad luce más tranquila e insignificante desde su trono, respondo en un susurro: «Leverett», y mis párpados se funden eternamente en el ósculo del sueño. Estoy en el cielo. Me duermo con ella.
* Carlos Gómez González nació en Mérida, Yucatán. Es egresado de la carrera de Ingeniería en Aeronáutica por parte del Instituto Politécnico Nacional. Ha participado en el taller de creación literaria de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica Unidad “Ticomán” coordinado por la profesora Hena Andrés Claderón. Obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Cuentos Campiranos “Marte R. Gómez” 2014 por el cuento -Fragmentos de Luna-, el cual, se publicó en una antología de cuentos por parte de la Universidad Autónoma de Chapingo. Tiene diversos microrrelatos publicados por la editorial española Diversidad Literaria.
Fantastique 102
A
El arrullo de las ánimas
las altas horas de la madrugada, en una noche fría y ventosa, mi sueño fue interrumpido por el cantar de una misteriosa ave. Su canto había penetrado hasta la profundidad de mis sueños, donde en los desconocidos parajes de las ilusiones del subconsciente, fui de forma violenta arrancado hasta el despertar. Al asimilar mi vista, la inexorable penumbra de mi alcoba, cansada y lentamente, logré de nuevo ser atraído por el especial canturreo. Era extraño. Su melodía no era similar a las aves nocturnas que solía escuchar en la normalidad de las noches. Podría asegurar que su sonora intromisión era diurna. Perteneciente al día y no a la noche. Era casi un preludio primaveral. Me amenazaba la duda, pero me pesaba más aún el cansancio y el sueño. Traté de recostarme nuevamente y dejarme llevar otra vez por la barca de los sueños. Dejando que ese inusual pero grato arrullo me llevase de nuevo al plácido desfallecimiento de mi conciencia. Sí, su canto era muy hermoso, excepcional y noble. Era la primera vez que escuchaba, extrañamente, un cantar tan alternado y melódico como el de aquella ave. Pero la intriga me llegó. Y mi sueño no se consumó. La sonoridad de esa ave, lo atípico de su aparecer me llamó tanto la atención. Amo la placidez de un sueño, pero esta vez mi calma nocturna se ha visto amenazada. De algún modo saqué mi cansado cuerpo de las envestiduras del reposo y cobré algo de fuerzas para levantarme de la cama e ir hacia la ventana. Ahí dejé que la melodía me guiara hacia aquel vago animal. Pero no lo pude ver. Era un umbral muy profundo y solitario para lograr divisarle y apaciguar mi intriga. Así que de mala gana decidí salir. Temiendo encontrarme con alguna ánima o espectro errante, me aventuré a salir en búsqueda de ese extraño cantor. En la estancia de la fría y ventosa noche, me entregué al solitario deambular en una calle vacía. A las afueras la otoñal arboleda se somete ante los danzares del espiritual viento. Todo duerme y reposa, todo es acallado, sólo las ánimas son dueñas de las calles. Mi espíritu se sobrecogió con el frío y con el andar sin rumbo. Nuevamente ese cantar llegó a mí a través del viento, cada vez más cerca. Estaba próximo a encontrar a tan entusiasmado animal. En el andar de mis pasos, me crucé con un par de desamparadas almas de la ultratumba. Dos infortunadas almas, las cuales sus pies a mi vista jamás llegaron. Estaban a mi presencia con rosto lastimero y umbrío. Les pregunté entonces, algo atemorizado, por el extraño resonar de un ave. Uno de ellos respondió gratamente diciendo, que a una calle de donde nos encontramos, en un viejo y muerto olmo, se ha atrevido a posarse un ave de colorido plumaje. Incluso, les habló a las ánimas, diciéndoles que su canto sólo será por esta noche, pues ella misma ha declarado que al amanecer, habrá de morir. Aquellos fantasmas me recomendaron darme prisa, si quería conocer a tan venerado cantor de primavera, antes de ser vencido por el frío y por el viento, que no ha logrado someter y apagar en el aire a tan exquisito cantor. Me despedí de tan inusuales espíritus de la noche, y marché rápidamente hacia aquel olmo muerto. Ahí fue donde la noche me mostró a una cándida y lucífera ave, deudora de un hermoso color amarillo y verde. Sola ahí, posada con singular atrevimiento en un olmo muerto y una ventosa y helada noche. Dueña de ese canto primaveral. —Aún falta mucho para que la luz del sol te haga cantar con
Por Oswaldo Calderón Doménico*
tanta vida, mi amigo —me dirigí al ave como si le hablase a un compañero de toda la vida. En un lento caminar hacia el olmo, el ave cesó su canto. Una vocecilla, pequeña y grácil, me contestó: —No creo que el señor del fuego llegue a echar de menos mi melodía. Hay una infinidad de coros que pueden remplazarme. En cambio, sé que esa señora redonda de plata, y sus pequeñas y brillantes hermanas, lamentarán en algún tiempo mi ausencia. —¿Eso es lo que buscas, que alguien te extrañe con tu muerte? — pregunté. —¿A qué has venido, hombre? Si mi canto te ha traído hasta aquí, ¿por qué no guardas silencio y te reservas comentarios? —exclamó el ave. —¡Vaya pillo maleducado saliste! —respondí—. Eres tú la razón por la cual no he conciliado mi sueño. Hasta a las ánimas has llegado a molestar, mi emplumado amigo. —¡Sin embargo, sigues interrumpiendo mi canto! —¡Sin embargo, interrumpirás mi sueño! —¡Pero qué soez! —¡Pero que descortés! —le repliqué. El ave mantuvo su silencio, mientras cruzaba mis brazos y esperaba algo su mordaz lengua. Pero esta no se molestó y siguió con su canto. ¡Era ese canto,el que me había sacado de mis sueños! Habiéndose quedado en silencio un rato, sin que yo se lo pidiese, el ave comenzó un extraño soliloquio. Mirándome, aleteando de ramal en ramal muerto. Solo a mí me decía: —¿Y la vida y la muerte, serán la misma cosa? Una a la otra se han de completar. Es por eso que la inmortalidad es cosa de tontos. Porque todo acaba, hasta el sol, o el mismo universo, están condenados a terminar. Si hoy me he atrevido a cantar es por el hecho de que he podido. Mis congéneres temen al frío, a la noche. Es natural. Es un gran riesgo volar a los hombros del silencioso segador. Temen morir, tienen miedo a cantar. Son prisioneros de su naturalidad, de su comodidad, de la tradición. “¡No, hay cosas que no debemos cantar!”, dicen algunos. ¡Pues con este canturreo mío habré de morir! La vida, desde su concepción, es violenta, y con violencia debemos abrazar a la vida. Quiero vivir, después quiero morir, mirando y cantándole a la luna. Ya he volado hasta al sol, pero me parece muy pequeño y brillante. Ya he volado hasta la luna, igual de pequeña, pero en cada uno de mis vuelos parece alejarse de mí, incluso me he helado las plumas queriéndola alcanzar. Quiero morir cantándole a la noche, a la luna, por el solo hecho de que puedo. Y con esta noche, hasta las ánimas han venido a despedirse de mí. Porque únicamente ellas, aprecian la belleza de mi canto. Al escuchar esto, no pude evitar romperme en lágrimas en una abrumadora pesadez. Por todos lados veía a esas ánimas a las que tanto temía. Como espectadores, como silenciosos espectadores. Y cada ánima desparecía con el rápido amanecer. ¡Y yo, yo me iba con ellos! El ave ya no cantaba más. Había caído del muerto enramado. El frío la había vencido… El frío nos había vencido.
* Oswaldo Calderón Doménico publicó en el 2013 su primer libro de cuentos llamado “Los cuentos en la penumbra”. En el 2014, Nagari Magazine también publicó uno de sus cuentos llamado “El homúnculo de las pesadillas”, así como la revista Livres en el verano 2014 en Cuauhtémoc Chihuahua con el cuento “El mago de los bustos de piedra”.
Fantastique 103
Valiendo madre
Por Domingo Valtierra Robles*
D
e la ventanilla del copiloto salió una cabeza de rostro inidentificable, pero de apariencia jamás confundible, salió rápido, recubierta de una máscara plateada, con vivos en argento más brillante alrededor de los orificios de ojos, nariz y boca, el movimiento de la cabeza asemejaba a un periscopio, increpando en la oscuridad quebrada de una ciudad iluminada menguadamente, el Challenger ´70 rugía con furia, mientras devoraba metros de asfalto hacia una meta fantasma, su cilindraje pistoneaba libremente entre la manada automovilística de aquel sábado por la noche. La ventanilla del copiloto regresó a su diseño aerodinámico, la cabeza enmascarada había vuelto al interior. —A las diez en punto, esta es la información. Buenas noches, hoy es 11 de julio de 2015 y estas son las noticias… —Eh, jefe, ¿por qué apagó el radio?, yo quería escuchar las noticias. —Porque hay ocasiones en que estás cansado de escuchar mentiras a medias y verdades incompletas. El silencio se apoderó la escena, el piloto aceleraba, esquivaba, frenaba y giraba, de nombre clasificado, era identificado como “Espíritu”. Según lo que se contaba, el tipo era rudo: fuerte de carácter, más fuerte de puños, de menudas palabras y muchas acciones, tenía problemas con la autoridad, fue dado de baja de las fuerzas de seguridad pública y encarcelado, sus oficiales a cargo decía que era un buen elemento, pero demasiado explosivo, le gustaba la gresca, el danzón y el tequila derecho. Dos años antes, durante un amotinamiento e intento de fuga en el penal federal en el que estaba recluido, ayudó a controlar a la situación, aquella fue la primera vez que compartió puñetazos con el ídolo del ring. Días después, recibió el que debía ser su último mote y su último encargo: El Espíritu, compañero incondicional de El Santo, o lo que es lo mismo, el equipo conocido como El Santo-Espíritu. La concentración del conductor se vio súbitamente interrumpida cuando comenzó a latir la herida de bala que casi se aloja en el muslo derecho, la cual si bien no entró, si arrancó un buen trozo de carne, Espíritu quitó la mano diestra del volante y la llevó hasta el lugar del siniestro, presionó y retomó el timón. —¿Qué tal la herida jefe? —Bien, me arruinó la camisa y manchó mi saco. Santo tenía una tajada, no demasiado profunda, debajo de las costillas, una venda circundaba su tronco. —¿Falta mucho para llegar? —Menos de media hora, jefe. —Vamos escuchando algo. Santo tomó su celular y lo conectó al auxiliar del vehículo, pronto comenzó a escucharse “My world” de los Bee Gee´s. Espíritu miró inquisitivamente a Santo, quien se hizo el desentendido y comenzó a tararear. La música metió en cierto estado de sopor a los tripulantes algunos minutos.
—Ya los agarramos —habló Santo, en un tono ensimismado—. Desgraciados, nos costaron un chingo de trabajo, pero ya dimos con ellos. —Esta vez, no se nos pelan, jefe, hoy se les acabó el veinte — respondió más animado Espíritu, quien aprovechaba cada oportunidad de charla con la leyenda viviente. —Pinche FBI, les vamos a ganar, Espíritu, hasta ayer ellos llevaban 18 capturados, nosotros 19 y hoy subiremos a 22. Espíritu habló en tono jocoso: —Esos gringos, ni con toda su tecnología, agencias, es más, ni con todos sus enmallados la arman. —Por eso todavía nos respetan, Espíritu, porque sin tanto alboroto terminamos con los trabajos. No somos muchos, pero somos machos —una sonrisa socarrona y orgullosa cerró la frase. —¿Ellos, como cuántos son, jefe? —En la convención de hace tres años, en Tokio, donde nos reunimos para ver cómo van las cosas, ellos eran la comitiva más grande, como de cien changos, nosotros nada fuimos tres, Kaliman, mi compadre Blue y yo, el Chapulin no pudo ir. —Y ni así pueden —dijo casi riendo el piloto. —Bueno —Santo respondió reflexivo—, es que ellos se enfrentan a muchas cosas, el que mucho tiene, mucho debe y no solo otros países y organizaciones, sino hasta los robots, alienígenas y demonios les traen ganas. Y, francamente, la mayoría de los “enmallados” de allá son chafones, de segunda mano, los que merecen mis respetos son algunos independientes, pocos de la Ligue y uno que otro Vengadoso, esos sí, saben y tienen con qué armar la gorda. Alguna vez me invitaron a irme con ellos pa´l norte, a trabajar en algún equipo o formar un nuevo ensamble, pero les dije que no, ¿tú crees?, si estando acá ve cómo van las cosas, ahora si me fuera, y fíjate que están de poca sus instalaciones, pero acá hago más falta y me gusta, me gusta más el estilo de la vieja guardia. Sin tanta parafernalia, explosiones o trajes coloridos. —A puño limpio, ojo avizor y coco veloz, ¿o no jefe? —Esa es la fórmula buena. Lo que sí, y eso lo que lamento de no irme, es que las compañeras de gremio de allá están buenísimas. Ambos rieron. —Oiga jefe, ¿por qué a nosotros no nos equipan bien?, digo, no con armas y eso, porque no es nuestro estilo, ¡pero hombre!, traemos un carro de hace cuarenta años. —¿Qué queja tienes contra Vampira? —No, no, ninguna, es una máquina fabulosa, ¡pero jefe!, si a nosotros nos dieran una tercera parte de los accesorios que tiene el Batichido gabacho, ya hubiéramos agarrado al payaso de allá y a los de aquí. Santo rió plenamente.
* Domingo Valtierra Robles nació en Guadalajara, Jalisco, el 30 de abril de 1988. Abogado, pero más amante de lo abstracto que legionario de los legalismos, es Director General de la revista electrónica “El Perro” y alumno de la Licenciatura en Letras Hispánicas (Universidad de Guadalajara). Es firme partidario de la función comunitaria del arte como medio sensibilizador y reestructurador del tejido social. Ha sido publicado por las revistas Morbífica y Palapronta.
Fantastique 104
—Pues desde que se murió el profesor Ordorica, dejaron de invertirle en investigación y desarrollo, ya ves, antes, cuando a mi papá le tocó pelar contra momias, mujeres vampiros, marcianos y demás, innovaron en la comunicación, el primer transmisor de muñeca, antes que celulares y todo eso, en accesorios y en vehículos. ¡Pinche gobierno!, le vale madre lo que no le deja lana a los funcionarios y como nuestra chamba no se ve, porque somos actividad en cubierto, no damos publicidad y por lo tanto, nunca hay presupuesto de este lado. —Y para acabarla de fregar, jefe, quedamos reducidos a atrapar mocosos que se creen sicarios y a revoltosos, porque no nos dejan echarle el guante a los gallones. —Sí, mi estimado Espíritu, pero considera que el día que nos dejen combatir a los corruptos, los tranzas y los titiriteros, no solo nos quedamos sin criminales, nos quedamos sin jefes. Los dos compañeros soltaron carcajadas a diestra y siniestra, sonaba “I started a joke”, las heridas punzaban y la noche se recrudecía, conforme más se alejaban del centro de la urbe, el tráfico disminuía. De repente, se escuchó una voz mecanizada del interior de la guantera: “Valiendo madre llamando al Santo, Valiendo madre llamando al Santo, responde Santo”. Los ocupantes se miraron estupefactos, era el teléfono rojo, la línea directa de las catástrofes. El Santo abrió el compartimiento, tomó el auricular: —Aquí el Santo… Sí, señor, ya dimos con ellos… Dos muertos, los demás heridos… No pudimos evitarlos señor… Sí, todo bien, unos rozones, pero aquí andamos, ya estamos por llegar a su ubicación, en unos 15 minutos… Sí, señor… No… Pero… Señor Pres… No, ¿pero por qué?... —el enmascarado se quedó callado, asentía ligeramente, su respiración se volvió lenta, casi imperceptible—. Sí, señor, vamos para allá, sí, prioridad alfa inmediata. Entendido.
Unos segundos de silencio anticipaban la tormenta que se desató. —¡Espíritu, regrésate, vamos al penal del Altiplano! —¡¿Jefe, pero por qué?! Ya casi llegamos, ya los tenemos. —Órdenes son órdenes, vamos pa´tras. —Jefe, yo nunca me opongo a lo que dice, pero ayer casi lo destripan y a mí me vuelan una pierna… —¡Cabrón! —el tono de Santo era colérico, su respiración agitada, las manos temblaban y su voz era contundente—, se les acaba de pelar el Chapo, era Enrique desde Francia, quiere que le demos caza, otra vez. —Ah, qué la chingada… —dijo el piloto, en un grito tan indignado como dolido. Espíritu metió pata, aceleró y sujetó el freno de mano, Vampira dio un derrape de 180º grados que dejó tatuaje en el pavimento, encaminando su marcha furiosamente contra la desviación que decía “Periférico-Toluca”. —Ya ve jefe, para eso es importante escuchar las noticias, ya nos hubiéramos enterado. —Todavía no se hace público, ni los gringos lo saben, aún. —¿Y ahora qué jefe? La que se va a armar —dijo el compañero en tono de zozobra. —Ahí te va, Espíritu, cómo va a estar la acción: primero vamos por el capo —la mirada penetrante y directa de Santo atrajo la atención del piloto, quien través de aquellos orificios en la máscara, pudo ver ojos profundos, rabiosos y heridos—, después, vamos por la mafia grande, vamos por nuestros jefes y a ver de a cómo nos toca.
Fantastique 105