Revista Fantastique Núm. 1

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No. 1 MAYO-JULIO

La mujer en la literatura

Un viaje al infinito de tu imaginaci贸n

Ilustraci贸n: Sergio Bord贸n, Qui


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Un viaje al infinito de tu imaginación

EDITORIAL Después de un muy buen experimento con nuestro número cero, llega Fantastique Uno con un tema fascinante: la mujer en la literatura fantástica. En esta publicación podremos adentrarnos en la obra de grandes gigantes, como Úrsula K. Le Guin, la escritora por antonomasia de la ciencia ficción; así como de las mexicanas Elena Garro, Verónica Murguía y Guadalupe Nettel. Con un tono fresco conoceremos el arte provocador de Edmundo Santamaría y nos reiremos con la forma desenfadada de Raquel Castro, una dark muy doll. Además, con este número fortalecemos nuestro interés por el pulp, ese gran desconocido —como ya lo dijo anteriormente Alejandro Morales Mariaca— y publicamos la colaboración de Ruíz Calpe acerca de Red Sonja. Hemos querido, como en nuestro número pasado, abarcar temas de interés general como lo es la ciencia ficción, por ello viene una crónica de la aparición de los personajes femeninos dentro de este género. En fin, esto y mucho más es lo que puedes leer en las siguientes páginas. Antes de adentrarnos en las letras maravillosas de nuestros colaboradores, quiero agradecerles a ellos por confiar en nosotros y ser parte de este gran equipo, el cual tiene entusiastas y noveles escritores dentro de sus filas. A ellos, y a ti lector, se debe esta publicación que, más que otra cosa, es pasión por la literatura de género, así como amor por las letras en general. Finalmente, dedicamos este número a todas las mujeres talentosas que han sabido darle forma y figura a este título y, como recomienda Raquel, ¡a leer, a escribir pero, más que nada, a atreverse! MK.


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Año 1 / Núm. 1 / Mayo-Julio: La mujer en la literatura fantástica

créditos DIRECTORA EDITORIAL Mariana Kostina COEDITORA Blanca Jazmín Vega REDACTORES Nessie Zeta Gonzalo Ramos Itzel Robles Diego Hernández CORRECCIÓN DE ESTILO Jorge Palafox PROMOCIÓN Diego Illescas DIFUSIÓN Abraham M. Vázquez DISEÑO Y COMUNICACIÓN Nia Minga Do Gaula CONSEJO EDITORIAL Alejandro Morales Mariaca Paulo César Ramírez Villaseñor Araceli Rodríguez CONTACTO contacto@fantastique.mx REDES SOCIALES Facebook: Revista Fantastique Twitter: @fantastiquemx Fantastique es una publicación trimestral creada y redactada por el equipo editorial de Fantastique. Editor responsable: Mariana Kostina. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo no. 04-2015-081813114700-01, otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. ISSN en trámite. Responsable de la última actualización de este número, Dirección de Reservas de Derechos, Lic. Rogelio Rivera Izárraga, calle Puebla 143, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06700. Fecha última de modificación: 17 de septiembre de 2015. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin la previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.

Portada

Qui Sergio Bordón Seleccionado por convocatoria ÍNDICE DE COLABORADORES Alejandro Morales Mariaca / La máquina que fabricaba dioses 12 Araceli Rodríguez / El azul 19 Fantasma / Piel 49 Diego Illescas / Unicornio 52 Jaime Magnan Alabarce / Siete años sin Max 53 Nessie Zeta / Cuando suenen las campanas 64 Martha Brenda Hernández / Cuervos 69 Juan Daniel José Nieto / Libro rosicler 77 Érika Alamar / Ariadna 108 Víctor Andrade / Al final de los túneles 110 Jaxon Aryan / La sombra de Lucía 112 Alan Guzmán / Cleopatra 122 José Miguel Primavera / Papillon 127 Carlos M. Federici / Stella del mar 129 Miranda Guerrero / El árbol 139 Liliana Celeste Flores Vega / Leuxia 151 Vicente Ruíz Calpe / El castillo maldito 155 Roxy Trece / Ojos azules 161 Jhonner Ramírez / La familia Viper 163 Carlos Enrique Saldivar / El maldito 165 Abraham M. Vázquez / La vida en gris 168 Cadáver exquisito: Mariana Kostina, Blanca Jazmín Vega, Jorge Cobos, Laura Sánchez, JL Fonseca, Era Ilustrador, Jaxon Aryan y Noé Castillo / Nunca es tarde 38 ILUSTRACIONES Sergio Bordón (portada, 128 y 150) Nuri Libertad (126 y 138)


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Índice Dossier

Lilith, la primera mujer Abraham M. Vázquez

Datos inútiles

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El vertedero

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Nessie Zeta

La mirada de Medusa

14 La magia de Eiko Ishioka

Blanca Jazmín Vega Juárez

Mundo de gigantes: Entrevista

Raquel Castro: una dark muy doll

25

El horror contado por una mujer

El laberinto del Fauno

35

Para saber de Pulp

Red Sonja vs. Red Sonya

Historias de Terramar de Úrsula K. Le Guin

42

La mujer en la ciencia ficción

56

Provocaciones de Edmundo Santamaría

70

115

80

132

Gonzalo Ramos

La magia de Eutherpe

Robyn Adele Anderson: cuando el canto de la sirena se reviste de nostalgia

Mundo de gigantes: Reseña

141

Alejandro Morales Mariaca

El huésped de Guadalupe Nettel

Diego Hernández

Galería trágica

Itzel Robles

Karen Plascencia: imágenes para combatir la realidad

Abraham M. Vázquez

Ciencia de lo fantástico

Del porvenir de Lola

105

Galería trágica

Vicente Ruíz Calpe

Los arquitectos de la imaginación

Blanca Jazmín Vega y Jorge Palafox

Los arquitectos de la imaginación

Jorge Palafox

97

Gerardo Barajas-Garrido

La mirada de Medusa: Reseña

Dossier

Protagonistas y antagonistas en El fuego verde

Mariana Kostina

Dossier

Diego Illescas

145


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Lilith,

la primera mujer Por Abraham M. Vázquez*

¿Por qué he de acostarme debajo de ti? Yo también fui hecha de polvo Y por tanto soy tu igual.

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o hay nada que cause tanta intriga y fascinación como la figura de Lilith, la súcubo que al cobijo de la noche, prepara encantos y erotismo en busca de su siguiente víctima. Pero, ¿qué hay en realidad tras esta mítica figura que algunas religiones utilizan para encarnar todos los aspectos negativos de la mujer? No existe un origen exacto sobre Lilith ni registros escritos que puedan ayudarnos a comprender esta fascinación que siente el hombre por este mitológico y cautivador ser. Sin embargo y, contrario a lo que se cree, existen muchas narraciones orales que pasaron de generación en generación y que fueron la base principal para conocer a esta demoniaca criatura. Los primeros registros que se tienen de ella provienen de la región del imperio acadio y sumerio en la región de Mesopotamia, donde según los estudiosos existía un grupo de demonios femeninos descendientes de la criatura Lilitu, quienes a pesar de ser mortales, poseían cierto grado de divinidad. Estos seres usaban sus encantos como armas de seducción y la noche era su hábitat natural.

* Abraham M. Vázquez se considera un ciudadano común y corriente. Ingresó hace algunos años a la escuela de Técnicos en Urgencias Médicas de la Cruz Roja Mexicana, cuya profesión ejerce hasta la fecha. Su primer acercamiento real al mundo de la literatura fue en la secundaria. Es ahí cuando conoce a Rudyard Kipling y su famoso Libro de las tierras vírgenes. Actualmente escribe una historia en un mundo de fantasía: Las crónicas del Tetraverso, historia en la que hasta la fecha sigue trabajando.


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Algo que hay que remarcar en este origen, es que en este punto a Lilith no se le consideraba un ser maligno, prueba de ello lo podemos encontrar nuevamente en la mitología sumeria que trata sobre la creación, en donde a Lilith se le consideraba un ser nocturno benévolo, guardiana de las puertas que permitían el intercambio entre el plano espiritual y el físico; al desempeñar dicha función, se le creía portadora de los anillos de Shem, los cuales demuestran que un individuo ha cruzado hacia la inmortalidad obteniendo la sabiduría del árbol del conocimiento. Posteriormente, con la llegada de la religión hebrea y de la Biblia, se comenzó a demonizar su imagen. Fue así que uno de los principales problemas que surgió de la adaptación de las creencias mesopotámicas a las hebreas fue la confusión con respecto al significado de esta palabra. De origen acadio, “Lil” significa “viento” o “espíritu”, mientras que en hebreo este mismo término significa “noche”, motivo por el cual en la religión hebrea el nombre de Lilith siempre se asociaría con cuestiones “nocturnas” o, en otras palabras, acciones malignas. Tiempo después, con el surgimien-

to de la Biblia, se completó la transfiguración de lo que en algún momento se consideró un ser semi-divino. Refrendando lo anterior, en el libro de Isaías capítulo 34 versículo 14 del antiguo testamento, encontramos la única referencia sobre Lilith: “Los gatos salvajes se juntarán con la hienas y un sátiro llamará al otro; también allí reposará Lilith y en él encontrará descanso”. Pero si esta es la única referencia de ella en la Biblia, ¿por qué es tan importante su relación con este personaje? Por una sencilla razón; para ello, debemos de citar el capítulo 1 versículo 27 del libro del Génesis de la Biblia: “Creó, pues, Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó”. Es aquí donde para muchos estudiosos surge una interrogante: ¿acaso Eva no era la primera mujer? Pues hasta la misma Biblia lo dice en el Génesis en su capítulo 2 versículo 22 y 23: “Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. […] Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada varona, porque del varón fue tomada”.


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Ahora bien, tras esta contradicción en la Biblia surge la teoría de que en realidad Eva no fue la primera mujer. Aunque si no es ella, ¿quién, entonces, fue la primera y por qué se le relegó de los escritos sagrados hasta ser solo una simple mención? Las tradiciones orales y escritos, no del todo aprobados por la Biblia, se aproximan a la respuesta deseada. Primeramente, citaré el alfabeto de Ben Sira, que fue escrito entre el siglo VII y IX, en donde se menciona la rebelión de Lilith hacia Adán por no querer yacer debajo de él durante las relaciones sexuales: “¿Por qué he de yacer debajo de ti? Yo también fui hecha de polvo y por tanto soy tu igual”. En el Yalqut Reubeni —una interpretación de textos del siglo XVII—, también encontramos una mención sobre ella, pero en este caso, según el rabino Ruben Hoschke Kohen, Dios utilizó inmundicia y sedimento en lugar de polvo puro. En el Zohar —obra principal de la Cábala—; también encontramos referencias sobre Lilith (Zohar 1:34b; Zohar 3:19). Así pues, en todas esas citas se habla de ella como de la primera mujer que fue desplazada con la creación de Eva por no ser la compañía adecuada para Adán. Una vez que Lilith se rebela al yugo de Adán

es condenada por la ira de Dios y del propio hombre; existen versiones, en donde después de rebelarse a Adán, se retira al Mar Rojo, donde conoce al demonio Samael —posteriormente conocido como Satanás— y del cual se hace amante. De esta unión surgirán otros demonios y súcubos que aterrorizaron al mundo. Otras leyendas aseguran que tras alejarse de Adán es visitada por un grupo de ángeles por mandato de Dios y, que al negarse a regresar con él, es condenada a ver morir a cientos de sus descendientes a los pocos días de haber nacido, lo que ocasiona que, en venganza, ella también asesine a los niños recién nacidos. Es de esta manera que los antiguos escritos condenan la “insolencia” de ella al rebelarse contra el hombre y su creador. Conforme pasó el tiempo, la figura de Lilith evolucionó y empezó a restablecer la divinidad perdida que el hombre y la religión, en un intento de subyugar a la mujer, le quitó su nombre y origen. Finalmente, la restablecieron como una de las figuras femeninas del ámbito fantástico más fascinante, hasta llegar a ser la femme fatale por excelencia e, inclusive en la actualidad, se le considera como la primera mujer vampiro.


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Muchas historias tomaron su figura como inspiración, como la novela Carmilla de Sheridan Le Fanu, escrita en el año de 1872, y que curiosamente también sirvió de inspiración para el libro de Drácula de Bram Stoker del año de 1897.

Lo que en un principio inició como una forma de estigmatizar la sexualidad y la independencia femenina se revirtió para hacer de Lilith la primera mujer que, históricamente, buscó la equidad que por siglos el hombre le ha negado a la mujer.

Referencias: Lilith, la demoniaca primera mujer que abandonó a Adán según la tradición judía http://www.abc.es/cultura/20150914/abci-lilit-mujer-adan-tradicion-201509132022.html Kabbala: Lilith´s Origins http://jewishchristianlit.com/Topics/Lilith/origin.html Lilith, la mujer que Dios creó al principio https://ecosdeladistancia.wordpress.com/2011/02/15/lilithla-mujer-que-dios-creo-al-principio/ El mito de Lilith en la literatura y el cine http://www.gibralfaro.uma.es/criticalit/pag_1444.htm

Lilith, la diosa del viento http://laestirpedelilith.blogspot.mx/2006/03/lilith-la-diosadel-viento.html Lilith, la sombra de Eva http://www.nueva-acropolis.es/cultura/319-simbolismo/14404-lilith--la-sombra-de-eva La Biblia, El Viejo Testamento http://www.bibliaonline.net/?lang=es-AR Lilith en el arte decimonónico. Estudio del mito de la Femme Fatale Revista Signa No- 18, Págs. 229-249 http://www.cervantesvirtual.com/obra/lilith-en-el-arte-decimonnico-estudio-del-mito-de-la-femme-fatale-0/

Dato curioso: La película The Fith Element (1997), es tal vez la primera obra que trata de regresar el halo divino de Lilith al mundo contemporáneo. El nombre de la protagonista principal, Leeloo, es fonéticamente similar al de Lilu, de la cual también se cree surge el mito de Lilith. En la cinta —si aún no la han visto— a Leeloo se le considera un ser perfecto y divino, la cual es el arma definitiva contra el mal—todo lo contrario de lo que se cree de ella—.


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Lilith,

La máquina

que fabricaba dioses Por Alejandro Morales mariaca* Para Mary W. Shelley, con cariño

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n medio de una Europa que sangraba reyes, una joven dama tomó asiento detrás de un escritorio ubicado en el sótano de un sencillo edificio de ladrillo rojo y tejas verdes. Frente a ella se encontraba una especie de tipógrafo montado sobre la estructura de una máquina de coser, al que se le había agregado una serie de teclas similares a las de un piano. En cada una de ellas se encontraba grabado con maestría en el marfil uno de los veintiséis caracteres del alfabeto inglés, así como los primeros diez números arábigos y algunos otros símbolos de apariencia extraña. En la intimidad de aquella habitación, la cual ella misma había adecuado de acuerdo a sus necesidades, la joven se retiró los guantes de encaje de sus dedos y comenzó a oprimir con ellos algunas de las teclas en un orden aparentemente preestablecido. Con cada pulsación, una serie de pistones y bielas comenzaron a moverse dentro de una estructura de cobre y latón que se encontraba ensamblada al lado del tipógrafo. Alimentado por aquellos estímulos, el extraño artilugio comenzó a rugir en una cacofonía de ruidos metálicos y precisos, cuya cadencia recordaba, aunque en mayor escala, a las pulsaciones de un reloj.

* Alejandro Morales Mariaca es un escritor mexicano, quien actualmente vive en Texcoco. Los géneros sobre los que escribe son: Steampunk, Pastiche Holmesiano, Horror cósmico, Policíaco, Zombi, etc. Su obra ha sido publicada en México y España.


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La dama continuó tecleando febrilmente con una mano, mientras la otra la mantenía libre para operar una serie de manivelas y válvulas repartidas por doquier. La temperatura a su alrededor pronto se vio alterada, causando que un húmedo mechón de cabello cayera sobre su rostro, el cual no tardó en regresar a su lugar, moviendo con ello ligeramente el pendiente de plata con forma de engrane que colgaba de su oreja. De algún modo intuyó que esa ocasión sería distinta. Esa vez la máquina sí funcionaría de forma adecuada. Tenía que hacerlo. A su espalda se dejó escuchar un silbido, el familiar sonido del vapor brotando a través del pico de una tetera de cobre. Pero el té tendría que esperar, no era capaz de apartar la mirada de los manómetros repartidos sobre toda la superficie de su artilugio. La presión debía mantenerse constante, o de lo contrario el proceso terminaría en fracaso. De nuevo. Una pequeña fuga de líquido comenzó a filtrarse de la tubería principal. Molesto, pero previsible. Aún así decidió seguir adelante. Sin dejar de pulsar teclas y tirar palancas, giró un par de válvulas, lo que ayudó a incrementar la presión. Las juntas de metal y los remaches vibraron, pero la integridad estructural de la máquina se mantuvo estable en todo momento. Todavía podía ir más lejos. Y así fue. Sin moverse de su lugar hizo descender una serie de palancas, las cuales, al ser accionadas, terminaron de activar los mecanismos internos de un ingenio similar en dimensión y forma a la bóveda de una locomotora. Parecieron transcurrir varias horas, aunque realmente sólo fueron unos cuantos minutos. La sinfonía metálica del artilugio disminuyó su ritmo hasta casi desaparecer, dejando tras de sí tan solo el leve murmullo del engranaje al dar las últimas revoluciones. Del gran aparato surgieron chorros de vapor,

al tiempo que en su centro se abría una especie de compartimiento de gran tamaño. De aquella abertura, medio difusa por la neblinosa atmósfera, surgió la figura desnuda de un hombre, mejor dicho, de una máquina que imitaba a la perfección, hasta en el más diminuto detalle, la apariencia humana. La joven dama contempló maravillada su creación, pues para ella representaba mucho más que un hombre, mucho más que una máquina. Para ella, él era un dios. Presa del éxtasis de la creación, abandonó su puesto, y con reverencia se aproximó a la silente silueta. Con delicadez y ternura retiró con su dedo una gota de agua que se había condensado en el inmóvil pecho de cobre. Aquel gesto desencadenó algo en la máquina, la cual movió su rostro, clavando sus ojos llenos de vacuidad en los de su creadora. Una de sus manos se elevó y... —¡Mary, es hora del almuerzo! —dijo una femenina y autoritaria voz, a través del tubo acústico de bronce que comunicaba el taller con los pisos superiores de la casa—. Mary Wollstonecraft Godwin, ¡no lo volveré a repetir! Pero Mary no fue capaz de atender el llamado. Su hombre máquina, su Dios, le había extraído la vida, dejando la fría y cruel impronta de sus bronceados dedos sobre la delicada piel de su pálido cuello.


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La magia de

Eiko Ishioka Por Blanca Jazmín Vega Juárez*


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Después fue el ruido de cadenas y el rechinar de grandes cerrojos al ser descorridos. Giró una llave con el fuerte chirrido de falta de uso, y la gran puerta se abrió. Al otro lado apareció un anciano alto, perfectamente afeitado, vestido de negro de pies a cabeza y sin un solo detalle de color. Drácula (1897) de Bram Stoker.

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n el año 1992 se estrenó una de las adaptaciones cinematográficas más fidedignas de la novela Drácula del autor irlandés Abraham Stoker, dirigida por Francis Ford Coppola (The Godfather, Apocalypse now), quien tenía un enorme reto: ¿Qué podría ofrecer para que su film fuera diferente a todas las películas hechas con anterioridad? La respuesta se hallaba en que se apegaría lo más posible a la visión del propio Stoker y que, en el proceso para llevar una vez más al cine al famoso conde Drácula, contaría con personas talentosas en sus respectivas áreas, entre ellas la diseñadora gráfica y artista japonesa: Eiko Ishioka (12 de julio de 1938 - 21 de enero del 2012). Eiko Ishioka se graduó de la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokyo, tras lo cual se dedicó principalmente al diseño gráfico y a la publicidad. Artista ecléctica con un estilo barroco y sofisticado, tuvo su primer acercamiento al mundo cinematográfico cuando Paul Schrader la contactó para que se encargara del diseño de la película Mishima: una vida en cuatro capítulos. Dicho trabajo, la hizo merecedora del reconocimiento por Mejor Contribución Artística en el Festival de Cannes en 1985; tras lo cual siguieron diversos reconocimientos: en 1987 ganó un Grammy por el diseño de la portada Tutu del trompetista Miles Davis; en 1988 estuvo nominada a los premios Tony Awards por escenografía y vestuario de la obra Madame Butterfly. En 1993 ganó en la categoría de Mejor Diseño de Vestuario en los Premios Oscar por la película Bram Stoker’s Dracula, al fusionar el estilo oriental con el occidental. Su visión barroca de la época victoriana en la que se desarrolla la historia logró crear un concepto majestuoso. Posteriormente, dirigió el video Cocoon de la artista islandesa Björk, así como el vestuario de la película The Cell, cuya protagonista fue Jennifer López. En el 2008 se encargó de diseñar el vestuario que se utilizó para la inauguración de los Juegos Olímpicos y su último trabajo fue para la película Mirror, mirror en el 2012.

* Blanca Jazmín, alias “Fantasma” en honor a un personaje de la novela El alma del vampiro, es egresada de la carrera de Comunicación y periodismo de la FES Aragón, UNAM. Participó medio año en la Gaceta de la FES Iztacala, donde cubría los eventos culturales de la Facultad. Actualmente, escribe reseñas para www.elportaltv.net, principalmente de libros, películas y series que tengan que ver con lo extraño, terrorífico y fantástico. Le gusta el género de terror principalmente, siendo sus personajes favoritos los vampiros, por todo lo que converge en ellos, la vida y la muerte. Leer para ella es mas que un simple entretenimiento, es un verdadero placer, al igual que escribir.


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Drácula de Bram Stoker Mi imagen de Drácula debía tener un millón de caras. Es como una transformación sin fin. Eiko Ishioka Francis Ford Coppola contactó a Eiko Ishioka tras ver su trabajo como directora artística en la película Mishima y en un cartel publicitario para Japón del film Apolaypse Now. Para su versión del clásico de la literatura gótica, Coppola deseaba que la película tuviera un carácter simbólico y surrealista en cuanto al concepto visual, lo cual era compatible con el trabajo de la artista japonesa, a quien le dijo: “Eiko, en Drácula el vestuario será el decorado, y el decorado será la luz”, lo que resultó en que Ishioka se hiciera cargo del diseño artístico. Debido a que la película se hizo casi de forma artesanal —pues no se realizaron grandes efectos especiales—, se

inclinaron por técnicas más clásicas, por lo que el vestuario tuvo la función de enriquecer los decorados. Para esta nueva adaptación, Coppola quiso hacer a un lado el cliché que se fabricó a lo largo de los años respecto a la apariencia del conde Drácula, a quien siempre se representaba de la misma manera: traje negro y capa del mismo color, que utilizaba ininterrumpidamente a lo largo de todo el film; por lo que para crear su propia visión, el director, junto con Eiko Ishioka, recurrió a diversas fuentes de inspiración, entre ellas ciertas peculiaridades de algunos animales


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e insectos, el arte bizantino, entre otros. Ejemplo de esto es el vestido de bodas de Lucy Westenra, basado en un reptil y en la época isabelina; o bien, el traje que utiliza el mismo Drácula en la batalla final a la entrada de su castillo, el cual está inspirado en el famoso cuadro The Kiss del pintor simbolista Gustav Klimt; o la muerte de Elisabeta —amada de Drácula— que recuerda al cuadro Ophelia de John Everett Millais. Una particularidad que trabajó Eiko Ishioka en el Drácula de Coppola es el haber seleccionado un color para cada uno de los personajes, así como ciertas características en el vestuario que proyectaran su forma de ser. En el caso del famoso conde, el color que predominó en su vestuario fue el rojo, simbolizando la sexualidad del personaje; la capa que suele utilizar en su castillo, representa un mar de sangre. Para la tímida Mina, generalmente su vestuario solía incorporar el color verde —conservador, estrecho y cerrado por delante— simbolizando la vida y la naturaleza, siendo el único momento en que utiliza un vestido rojo cuando tiene una cita con el príncipe Vlad III, dando a entender que está próxima a caer en tentación; curiosamente, también se utilizó el verde para Elisabeta,

cuyo vestuario estaba influenciado por la época renacentista. Al contrario de Mina, Lucy era mucho más atrevida y espontánea; cuando tiene el primer encuentro con Drácula, Eiko Ishioka decidió utilizar el naranja, debido a que la escena se rodó en la oscuridad, y quería que destacara lo más posible. Es curioso que debido a su complejidad, el vestuario de esta película muchas veces limitó la capacidad de movimiento de los actores, entre ellos Gary Oldman, quien tuvo problemas con la armadura que utilizó al inicio de la película, la cual debía ser espectacular para introducir al personaje principal. Otro incidente fue el de Sadie Frost (Lucy) al usar el vestido de bodas, ya que la idea original de Eiko Ishioka era que en cuanto Lucy se transformara en vampiresa debía moverse como una serpiente, lo cual resultaba imposible, por lo que debió modificar su idea: Lucy no se arrastraría por el suelo, sino que grabó algunas escenas en donde ejecutaba las acciones al revés para que sus movimientos resultaran inquietantes. A pesar de los contratiempos, Eiko Ishioka, al igual que en sus trabajos anteriores, superó las expectativas. Prueba de ello es que


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el vestuario no sólo fue hermoso y llamativo —enriqueciendo el decorado al proyectar luz y color, además del toque fantástico— sino que convirtió a esta película en una de las favoritas para los fanáticos del género al dotar al padre de todos los vampiros con un estilo

único; ya sea con su imponente armadura roja que alude a los músculos del cuerpo, o bien con la inquietante figura de un conde anciano de excéntrico peinado. Por un lado, el hombre murciélago y, por otro, el príncipe que evoca el romanticismo de toda una época.


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El azul Por Araceli Rodríguez*

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olgado por las muñecas como estaba, con gruesos grilletes, el viejo se preguntaba si había valido la pena todo lo que hicieron. El buscar llegar hasta arriba donde, según los registros, se verían recompensados con el llamado Azul, un conjunto de circunstancias que variaba dependiendo de a quién se le preguntara, pero lo que solía haber en la lista era libertad, aire fresco y además se rumoraba que se podría sentir el calor del sol. No consiguió tal recompensa. Los robots humanoides que habían creado para que los protegieran, fueron demasiado lejos en el afán por cumplir su tarea, recluyéndoles en celdas como aquella: oscura, silenciosa y vacía. Cualquiera podía perder la razón en condiciones así. Sin un norte, el espaciotiempo se diluye. Se aferró al último resquicio de humanidad que le quedaba y repitió en voz alta para sí mismo: “No hay blanco ni negro en el Azul.”

*Irma Araceli Rodríguez Murillo, es diseñadora gráfica. Editor jefe y colaborador en El investigador Magazine, revista cuya temática tiene que ver con los retrofuturismo, siendo la primera en español en el mundo; en la cual aparece la tira cómica “Making of ”.


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Un ruido sordo hizo eco en la cámara. Luego otro, y otro. El hombre no supo qué era o de dónde provenía hasta que la puertecilla de la ventila cedió, dando paso a un tenue haz de luz. —No es aquí —declaró una profunda voz masculina. —De todas maneras necesito estirar las piernas —respondió una jovencita saliendo del túnel para toparse con el sujeto, cuyo cabello alguna vez había sido de algún color claro, pero que ahora estaba colmado de canas. El prisionero no pudo distinguir la expresión de la muchacha pero adivinó su sorpresa. —¡Hapanga, ayúdame! —apuró la chica— ¡Hay un hombre aquí! El joven salió a toda prisa y descolgó al viejo, quien apenas murmuró un escueto “gracias” con un acento áspero que los jóvenes no habían escuchado antes. Apenas lo liberaron de las ataduras, perdió el conocimiento. Para cuando recobró la conciencia, había tres personas a su alrededor, no podía verlos pues la oscuridad seguía siendo igual de espesa que antes. El extraño tic tac de una voz tenue, casi apagada, que con cadencia contaba hipopótamos le hizo entender que, quien quiera que fuera aquel sujeto, se estaba aferrando al ancla del tiempo. Una sonrisa amarga se posó en sus labios partidos y dirigió la mirada hacia otro lado. Distinguió la voz de Hapanga y de la jovencita hablando acerca del Azul, ella con alegría y esperanza, él con cierto recelo e incredulidad. —No hay tal cosa —interrumpió el viejo.

—¡Qué bien que ya esté despierto! —se alegró la joven. —Oiga, anciano, ¿cómo se llama? — preguntó Hapanga claramente interesado. El hombre se incorporó y comprobó la movilidad de sus propios brazos. —Pueden llamarme Sett Allt —dijo tras una pausa, casi como si hubiera meditado lo que iba a decir. —Yo soy Manaolana, es el hawaiano para Esperanza —habló efusiva la muchacha, tanto que Sett Allt casi pudo adivinar que agitaba la mano a manera de saludo—. Y Hapanga es el maorí para… —Fatalidad —se apresuró a cortarla su acompañante—. No es importante. —Los nombres son importantes —agregó el viejo—, nos definen, nos limitan. Todo debe limitarse para que pueda manifestarse. El mío, por ejemplo, es el sueco para “el que lo ha visto todo.” De haber tenido una pipa o un cigarrillo, le hubiera dado una profunda calada. En su lugar solo se extendió un silencio hueco que se llenó con el tic tac del más joven de la, ahora, cuadrilla. —Y el extraño ser del tiempo, ¿quién es? —Ah, es Wakati —contestó Hapanga encogiéndose de hombros—. Lo encontramos como a usted. —¿Dónde? —En una celda. Cuando llegamos ya contaba hipopótamos. —¿Cómo saben que se llama Wakati? —No lo sabemos —comenzó Manaolana—, es una marca que puede leerse en su brazo.


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Una sonrisa socarrona se le escapó a Sett Allt cuando Manaolana encendió la lamparilla para poder distinguirse unos a otros, entonces vio que el anciano parecía un indigente peligroso, con la barba y el cabello largos y desordenados, con el sobretodo que llevaban todos los prisioneros considerados como amenazas para el sistema. La luz también permitió al viejo ver que Wakati tenía la piel más oscura que los otros. Le pareció un grupo más interesante. —Todos ustedes están muy “verdes”, no deberían estar aquí —declaró Sett Allt. —¿Por qué? ¿Acaso solo los viejos experimentados pueden querer un cambio? —preguntó Hapanga desafiante. —No me refiero a eso, sino a que nadie merece ir tras una causa perdida, menos aún los jóvenes. Ustedes deberían ser el futuro de la humanidad. —Y para eso estamos aquí, vamos a llegar al Azul y lo traeremos para todos. —Para ser la fatalidad suenas demasiado esperanzado, Hapanga —contestó el veterano. Manaolana rió por lo bajo. —¡Basta de tonterías! —ordenó el joven maorí— ¡Usted solo está roto, como tantos otros! Vámonos antes de que otro loco se pegue al grupo —se acercó a la ventila y antes de entrar se giró para dirigirse al viejo—. Si quiere puede venir con nosotros. Volvieron a emprender el camino, arrastrándose por los conductos de ventilación largo rato, hasta que fue imposible continuar. Sett Allt se sacó la parte superior del sobretodo dejándolo colgar hacia atrás, esperando el

momento en que pudiera deshacerse de lo único que lo marcaba como persona non grata. Pasó largo rato en silencio, siguiendo a los jóvenes, perdiéndose de pronto en la incesante cuenta de hipopótamos de Wakati, hasta que se cansó de la discusión de Manaolana y Hapanga sobre cuál camino tomar en cada intersección, por lo que declaró que si lo que querían era llegar hasta arriba, lo más lógico era subir, en lugar de andar por el mismo nivel todo el tiempo. Finalmente, lograron salir del bucle y comenzaron a avanzar escurriéndose por los pasillos, procurando no ser detectados por los robots. Aunque el viejo no parecía demasiado preocupado, estaba seguro que mientras no rompieran ninguna regla y él no dejara visible el número de prisionero bordado en el sobretodo, los autómatas no les prestarían atención, después de todo, su función solo era protegerlos. El anciano solo reaccionó hasta que a Hapanga se le ocurrió que sería buena idea empujar a uno de los guardias para luego golpearlo hasta destartalarlo. —Felicidades, muchacho —comenzó sarcástico el viejo—. Ahora sí la jodiste. Los centinelas más cercanos se dirigieron al lugar, al tiempo en que Sett Allt tomaba a Manaolana y a Wakati por las muñecas y los jalaba para que huyeran a su misma velocidad. Hapanga tardó un poco en reaccionar pero enseguida se encontró siguiéndoles el paso a los demás. Corrieron por los pasillos y entraron en la primera puerta que hallaron abierta sin importar lo que hubiera adentro. Por suerte para los cuatro no había guardias en el interior.


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—Cincuenta y siete hipopótamos, cincuenta y ocho hipopótamos, cincuenta y nueve hipopótamos, 6:47. Tres hipopótamos, cuatro hipopótamos —el muchachito de piel oscura continuó la cadenciosa cuenta en susurros apenas audibles, pero sin detenerse ni un instante.

Hapanga parecía estarse volviendo cada vez menos paciente con el anciano. Este último entró por la ventila y se encargó de dirigir la cruzada, agregando que si era lo que querían, entonces él mismo los llevaría. Acababa de resolver que, luego de haberlo visto todo, ya no quedaba nada más para él.

Los cuatro se quedaron quietos, tratando de contener el aliento. El repiqueteo de los metálicos pasos de los guardias se alejó por el pasillo. El equipo respiró con alivio. Hapanga rebuscó en el cuarto otra salida, mientras que la chica polinesia, Manaolana, se acercó a Sett Allt.

El tedioso camino metálico de túneles, pasillos y escaleras, había sido la parte más simple. Lo verdaderamente difícil era superar las larguísimas torres de estrechas escaleras de caracol iluminadas con pequeñas lucecillas en los bordes, que se extendían interminables como si de una pintura surrealista se tratase.

—¿Se encuentra bien? El hombre, de cabello entrecano, le lanzó una mirada de tristeza y confusión. — ¿Para qué es todo esto? —murmuró apenas como una pregunta retórica, como un pensamiento en voz alta. —Para ser libres —respondió ella. El hombre se le quedó mirando, como si apenas hubiera notado su presencia. —No le preguntes —se quejó Hapanga, usando toda su fuerza para tratar de abrir el túnel de ventilación—. Ya lo dije, está roto, como Wakati. Manaolana se acercó para tratar de ayudar, pero el metal se había vencido ya, dejando que Hapanga cayera de bruces. —No vamos a encontrar al Azul yendo en línea recta, ya hablamos de esto —repitió el viejo acariciándose la larga barba en uno de sus momentos de mayor lucidez. —Pues ahora mismo es la única salida, tómela o déjela.

Al frente iba decidido Sett Allt, le seguía Wakati aferrándose a la barandilla en un dejavú tan eterno como el número de peldaños. Atrás Manaolana asegurándose de plantar bien cada pie y al final Hapanga, vigilando que nadie los siguiera, aunque hacía varios minutos que había sentido el metal vibrar con pasos que no eran los de ninguno de la cuadrilla. Sett Allt llegó al final, giró el mecanismo que tenía bien conocido y se volvió triunfante solo para descubrir que un ejército de robots forcejeaba con Hapanga para tratar de detenerlos. Al mismo tiempo que Manaolana saltaba a Wakati, quien se había quedado adherido a la barandilla sin poder moverse. La sensación de dejavú se volvió insoportable. Ya había vivido eso mismo antes, solo que quien había saltado al jovencito de piel oscura había sido él mismo. No quiso pensar en ello. Regresó sobre sus pasos cuando Manaolana trataba de jalar al más joven para continuar. —¡Déjalo! —Sett Allt la tomó por el brazo—. Ya no podemos hacer nada por ninguno, solo por nosotros mismos.


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Se la llevó prácticamente arrastrando, abrió la compuerta empujando a la jovencita y cerrando tras de ambos. Volvió a girar el dispositivo para sentirse seguro y se apoyó contra el metal. —¿Esto es el Azul? —preguntó Manaolana en un hilo de voz. Estaban en lo que parecía ser una plataforma de un máximo de dos por dos metros, con nubes jugueteando alrededor. A la derecha y a la izquierda se extendía una serie de plataformas como aquella, y luego solo nubes. No había más nada. —No, pequeña —comenzó Sett Allt, poniendo la mano sobre su hombro—, el Azul es aquello. Manaolana siguió la dirección que apuntaba el anciano, más arriba, donde terminaban las nubes. Más allá de la burbuja de cristal en la que se encontraban. Afuera, donde el breve cielo no existía más y comenzaba el espacio vacío y oscuro; más allá, brillaba un precioso globo azul. La joven abrió los ojos como nunca al percatarse de la inmensa verdad que refulgía a la distancia. Nunca podrían llegar al Azul porque simplemente estaban a miles de kilómetros de distancia. Sett Allt sonrió con tristeza y amargura a la vez. Las cosas parecieron tornarse de un tono más profundo. Visto así, desde aquel satélite artificial en el que se encontraban, el Azul, el Planeta Azul, lucía aún más hermoso. —Me pregunté muchas veces para qué había sido todo esto, y lo gracioso es que jamás pude contestarme —habló el anciano al momento en que el mecanismo comenzó

a moverse. Supo que el tiempo se agotaba. Ni siquiera tuvo que pensarlo en ese instante, había tenido demasiado tiempo para meditarlo—. No me despiertes, por favor. Todo está más claro para mí —comenzó—, la vida es solo un sueño interminable. No hubo otra palabra. Manaolana lo vio dar un paso fuera de la plataforma y desaparecer entre las nubes. El Azul seguía melancólico en medio del espacio cuando los autómatas salieron y atraparon a la joven. Fue entonces que la polinesia entendió que los robots los habían estado protegiendo de la verdad, una verdad inconmensurable como para discernirla por completo. El Azul había resultado ser solo el anhelo de volver al planeta en el que creían estar. Los guardias la llevaron de regreso, escaleras abajo. Ya no estaba Wakati aferrado a la barandilla, ni Hapanga peleando por ganar tiempo. No había nadie. Deseó poder ver el camino lodoso entre el desolado campo de una cruenta batalla, que apenas hubiera durado un par de minutos, extenderse larguísimo como una fatídica sentencia. Deseó que el barro se pegara a sus botas y el frío a sus ropas mojadas y sucias. Pero no había nada de eso. No había lodo, ni campo, ni frío. Solo quedaba algo amargo, algo roto en su interior, y la grieta era tan grande que temió caerse y perder la razón. Deseó abstraerse en sus propios pensamientos de libertad, de esperanza. Sintió el cañón en la nuca, obligándole a moverse con lo que anhelaba que fueran sus últimas fuerzas.


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La subieron a un transporte de oruga, le levantaron las manos para atraparle las muñecas en los grilletes que pendían del techo. Ni siquiera quiso notar cuando llegaron a su destino, o cuando le quitaron la ropa y le rociaron con una pistola de agua, como si se tratara de un cerdo al que preparan para ir al matadero. Tampoco quiso saber en qué momento le pusieron el sobretodo que llevaban todos los prisioneros considerados rebeldes del sistema. Se negó a poner atención a los largos pasillos metálicos y se aferró a esa última frase, repitiéndola para sí: “la vida es solo un sueño interminable”. El custodio la llevó a la celda de metal, andando entre otros tantos prisioneros que se encontraban colgados de las gruesas cadenas por las muñecas. El guardia levantó los brazos de la joven para también engancharla como a los demás. Algunos de los otros presidiarios

la miraron con indiferencia o con resignación, como si una luz de esperanza se acabara de apagar en sus corazones. Manaolana continuó repitiendo: “la vida es solo un sueño interminable”. Cuando el guardia se retiró, cerró la puerta tras de sí, dejándoles en la más profunda oscuridad. —¡Psst! Tú, la nueva —la voz femenina parecía venir de todos lados, retumbando en la celda de metal—. ¿De qué frente eres? — preguntó la voz. Manaolana levantó la mirada pero no pudo ver nada. Si hubiera podido poner sus manos frente a sus ojos no las habría visto. Un recuerdo cruzó su mente, la memoria despertando le hizo responder decidida: —Del frente de las causas perdidas. Me llamo Sett Allt, la que lo ha visto todo.


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Entrevista

RAQUEL CASTRO una dark muy doll

Por Mariana Kostina*

* Mariana Kostina estudió las carreras de diseño gráfico por la Universidad Iberoamericana y Letras y literaturas hispánicas por la UNAM. Actualmente cumple su sueño de formar la revista Fantastique, que le dé cabida a las plumas emergentes, ella siendo también una de ellas. Está por publicar su relato “Estrella de la mañana, caída alada” en el conjunto de cuentos Bestiario.


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P

ara este número entrevistamos a Raquel Castro, novelista, cuentista y guionista con un humor y una forma de escribir sin igual dentro del género que nos concierne: el fantástico. La autora ha hecho de la mujer un personaje protagónico —incluso desde su primer libro Ojos llenos de sombra, novela por la que ganó el premio Gran Angular en 2012 y su novela juvenil Dark Doll— y le ha dado una voz fresca y diferente.

Raquel tuvo la disposición y apertura para respondernos unas preguntas acerca del género, pero sobre todo lo que significa ser una mujer escritora dentro del marco de la literatura fantástica, ya sea como creadora, o bien, como resultado de la imaginación del escritor. Mariana Kostina: ¿Prefieres desarrollar personajes femeninos? Raquel Castro: Bueno, yo creo que ya hay un montononal de libros que tienen como protagonista a hombres y no hacen falta, no están en peligro de extinción y por lo mismo creo que no está mal que yo me adentre en los personajes femeninos. Sí prefiero desarrollarlos siempre y cuando la historia vaya de ese modo. En mis historias también hay personajes

masculinos y no me gustaría para nada que fueran personajes unidimensionales, planos o llenos de clichés. Yo creo que hay que desarrollar a unos y a otras del mismo modo, con la misma responsabilidad y pasión. Pero sí, me gusta que mis protagonistas sean mujeres. MK: ¿Es diferente trabajar con personajes hombres que con mujeres? ¿Por qué?

RC: Yo creo que no. Porque si todas mis personajas fueran idénticas a mí, sería muy


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fácil, únicamente tendría que meterme en mi cabeza y ya. Pero yo trato de que mis personajes, sean femeninos o masculinos, sean distintos, que tengan sus propias reacciones, sus propios intereses, sus propios mecanismos mentales. Entonces es difícil unos y otras, pero disfrutable. Desde que era guionista, una de las cosas que más me gustaban era la creación de personajes, y dentro de esta creación de personajes está la creación de diálogos. Por eso creo que lo hago con mucho gusto y quiero pensar que ese gusto se nota.

un carruaje de caballos a una cita con un noble o ir en una nave espacial a una cita con un comandante intergaláctico. Creo que en ese sentido, lo que conocemos es muy, muy básico, digamos, y básico no es demeritarlo y tiene que ver con lo que vivimos todos y que de hecho eso es lo que vuelve un texto

MK: Sobre el mismo tema, a mi parecer es diferente crear un personaje ficticio desde fuera; por ejemplo, si escribimos sobre un asesino y no lo somos, sólo imaginamos e inventamos todo lo que sucede a su alrededor para formar un contexto ideal para él. Escribir sobre algo que conocemos sería más genuino. Por ello, ¿piensas que una escritora crearía un personaje femenino más cercano a la realidad, por lo tanto más creíble, que un escritor hombre?

RC: No necesariamente. Creo que cuando hablamos de que hay que escribir sobre lo que conocemos, no tenemos que ser tan esquemáticos. Yo no conozco el espacio exterior, pero sí conozco la angustia de llegar tarde a un lugar donde tenía una cita y esa angustia la puedo extrapolar a ir en

empático. Si yo hablara de algo que sólo yo conozco y no tiene puentes con mi lector, este va a decir: “Ah, pues bien chido tu cotorreo, pero a mí no me dice nada”. Dicho lo anterior, un personaje femenino tiene ciertas —pequeñas— más facilidades para


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una escritora y un personaje masculino, ciertas para un hombre, pero hasta ahí. Me ha tocado leer personajes femeninos hechos por autoras, que son esquemáticos, burdos, que de algún modo la autora vuelca en este personaje los clichés o prejuicios que tiene hacia ciertos roles femeninos o

hacia ciertas mujeres. Y también me ha tocado leer personajes femeninos hechos por hombres que están muy bien logrados. Yo creo que la cuestión es no lo que vives, sino la capacidad de ser empático y meterte en los zapatos de ese personaje.

MK: Entonces, ¿qué tanto nuestros personajes y nuestra obra nos refleja como escritores? RC: Pues siempre. Por más que te trates de alejar y quieras meter en los zapatos del personaje, siempre va a haber un punto ciego, hay prejuicios y cosas que desconocemos que no nos van a dejar ir más allá. Un personaje nunca va a poder demostrar ser más inteligente que su autor. Tú puedes como autora decir: “¡Es que es inteligentísimo, hacía todo súper bien!”, pero si quieres poner ejemplos no se te van a ocurrir cosas más allá de lo que conoces. Claro, puedes investigar, pero entonces eso se añade a lo que ya conoces y se vuelve parte de lo que ya conoces. Es un poquito complicado desde mi punto de vista. Pero volviendo al asunto, claro que todo lo que somos de un modo u otro se va reflejando y va saliendo en nuestras historias. Por ejemplo, yo creo firmemente en la equidad de género y que debería haber una equilibrio en oportunidades para hombres y mujeres. Y es algo que creo sale en mis textos a veces sin que yo misma me dé cuenta. Del mismo modo tengo algunas obsesiones, por ejemplo, tengo una cosa ahí con el tema de los gemelos: el otro, el que es como tú en apariencia, pero que es distinto a ti en la mente, doppelgänger y todo eso.


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ejemplo, me pasó con Ojos llenos de sombra, pasajes que yo pensaba que mis amigos me iban a lapidar al verse reflejados y nadie se dio cuenta de que estaban ahí. Entonces, supongo que hice un buen trabajo de ficcionalización. MK: Por otra parte, se sabe que no ha sido fácil para las mujeres abrirse camino en un mundo de hombres, en el que ser mujer ya de por sí es una desventaja, pero todavía más ser mujer literata. ¿Me podrías comentar algo al respecto?

MK: Siendo así, ¿cómo ha sido plasmada Raquel Castro en su obra? RC: ¡Ay, caray! Pues no sé, eso lo deberían de decir los lectores o el pequeñísimo grupo de gente que cae en dos conjuntos: el de haberme leído y el de conocerme en persona, porque como te decía, todos tenemos puntos ciegos y de repente yo te puedo decir este cuento o esta parte de la novela no tiene nada que ver conmigo y alguien lo lee y me dice: “Oye, te reflejaste o te proyectaste durísimo aquí”. Y al revés, ¿no? Cosas que yo pensaba, como por

RC: Híjole, yo creo que tenemos que reconocer los avances que ha habido. Yo no estoy en la misma situación que estuvieron mujeres que tuvieron que cambiarse el nombre para publicar, por ejemplo. Y no estoy yo en la misma situación que mujeres que fueron despreciadas por su familia por dedicarse a la labor literaria, pero también tenemos que abrir bien los ojos: mujeres que se han tenido que cambiar el nombre para publicar, pasaba en la segunda mitad del siglo XX todavía; y hay lugares donde sigue pasando. Entonces, tampoco se trata de decir: “Uy, qué padre está México ahorita y todo está perfecto”. Todavía ahorita pasa que se organiza un encuentro literario y revisas los nombres de los participantes y hay 20, de los cuales solo dos son mujeres. O como pasó hace pocos meses en Puebla: hacen una feria del libro donde solo hay una mesa con autoras


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y se llama “Mesa de literatura femenina ternet nos da muchas posipoblana”. La verdad es que sí me ofende bilidades, aunque tamy a veces parece cansado y desesperante bién muchos riesgos porque estamos todavía muy lejos de lo que porque hay más trolls sería ideal. Pero al mismo tiempo tengo que que se esconden en el decir que yo he tenido no sé si buena suerte, anonimato, que insultan status buena estrella o un buen momento. Hasta y tratan de mantener ese ahorita no me ha pasado que me digan “no quo, digamos. Creo que parte principal es te vamos a publicar” o que me digan “oye, algo que tú dices, contexto colaborativo. pero escribe de algo más fresa”. Supongo Necesitamos colaborar más, cerrar filas, yo creo que eso es que tiene que más importante. ver también Y bueno, también con que hay Hay que querer que el acto de hace falta que las prejuicios escribir trascienda de lo privado autoras se quieran donde la litea lo público y buscar las desarrollar proferatura infantil sionalmente. No y juvenil es algo herramientas para hacerlo de basta con que más cercano a la mejor manera posible. escribas para desla maestra, a ahogarte o tener la mamá, a la en tu diario tus dulzura. Pero no es así como yo escribo y no es así como pensamientos o que escribas cuentitos que no le enseñas a nadie y que sólo tengan que yo quisiera escribir. MK: ¿Qué opinas de la situación actual: ver con tus frustraciones del día a día. Hay es el contexto colaborativo e ideal para que querer que eso trascienda de lo privado que una escritora se desarrolle de manera a lo público y buscar las herramientas para hacerlo de la mejor manera posible. profesional? RC: No es la idea para que una escritora se desarrolle profesionalmente, pero sí es mucho mejor que la de años anteriores, y creo que no debemos ceder ni un milímetro el espacio que hemos ganado. Yo creo que estos tiempos con In-

MK: Específicamente, en la literatura fantástica hay menos mujeres escritoras que hombres, incluso en este siglo XXI, ¿tú, como una de ellas, qué has hecho para abrirte camino?

RC: Yo lo que he hecho es no dejar de escribir y tratar de no clavarme en lo que se supone que debe escribir una mujer y lo que se supone que no. Se me ocurre una historia


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de zombies, la escribo, la trabajo, la corrijo, me peleo con ello hasta que queda de un modo que a mí me guste. Si se me ocurre una historia de amor, la escribo, la trabajo, todo. Creo que eso es bien importante.

a la antología y si no te invitan, haz una y puedes hacer tu blog con tus cuentos y puedes mandar a las editoriales tus textos. Yo creo que no va a ser de un día para el otro que haya 50-50 por ciento de autores y autoras, pero sí va a ir creciendo el número conforme más mujeres se animen a participar.

MK: ¿Qué crees que haga falta para que el género femenino se equipare en número con el masculino?

“Ah, caray, mira, esto está interesante”. Y J. K. Rowling —¡ojo!, volvemos a autoras que han tenido que cambiarse el nombre para que no se note que son mujeres—. De las escritoras actuales, Vero Murguía es mexicana y la respeto muchísimo, me encanta lo que hace, la leo y digo: “Wow, esto es lo que yo algún día espero llegar a escribir”. Y pues hay un montón de autoras más, por ejemplo hay un cuento, “El tapiz amarillo” de Charlotte Perkins Gilman, que viene en una antología de Cal y arena que se llama Ella, fantasma. El cuento es impresionante, una chava tiene depresión

MK: ¿Qué escri Creo que Si te invitan a una antología, toras de literatura lo que he hecho éntrale a la antología y fantástica te han es asumir lo influenciado o te que me interesa: si no te invitan, gustan? escribir y saber ¡haz una con tus textos! que va a existir la RC: ¡Uff! Pues crítica y que puede las primeras, de no gustarle Ana María Shua a todos, pero que es algo que yo tengo es una autora a la que yo reverencio. que hacer. No podía quedarme en seguir Me parece maravillosa, magnífica, es escribiendo solo para mí y sintiéndome argentina. Otra de la misma nacionalidad frustrada porque nadie llegaba y me decía: es Angélica Gorodischer, también de mis “Oye, intuyo que tienes un libro. Déjame grandes favoritas. Y pues mira, desde Mary verlo”. Shelley, por ejemplo, cuando la leí dije:

RC: ¡Pues que nos animemos a escribir! En una antología de zombies que coordiné con un amigo, Rafa Villegas, queríamos tener igual número de autoras que de autores y fueron más las mujeres que nos batearon que los hombres. Una escritora incluso nos dijo: “Yo no les pude escribir un cuento, pero aquí les mando uno de mi novio”. Creo que eso no está bien. Lo primero que tenemos que hacer es dejar de ponernos atrás. Si te invitan a una antología, éntrale


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posparto y de ahí pasa a algo que no sabemos si se está volviendo loca o si realmente está viviendo algo sobrenatural en su vida. Pero la forma en que describe sus relaciones con el marido —donde ella dice: “Ay, es que es tan lindo”—, te hace decir: “Hijo, de tu rech…”; ¡es buenísimo el cuento!” Realmente creo que está bien logrado. Otras de mis favoritas son Poppy Z Brite, Tanith Lee, James Triptree, Racoona Sheldon, Johanna Russ y Vernon Lee. De las autoras jóvenes mexicanas están Velasco, Alejandra Gámes —que hace historias gráficas—, Erika Mergruen, Lorena Amkie, Karen Chacek y Ana Clavel.

y que todas y todos la vamos formando. No me gusta decir la mejor autora o el mejor papá. ¿Quién hizo esos concursos? ¿Quién decide? “¡La gran maestra de la ciencia ficción!”, “¡El súper plus, mega ultra del horror!”, porque a lo mejor a mí me encanta uno de ellos y a ti no tanto. Cada lector también tiene sus súper favoritos. Así que después de todo este choro me quedo con la idea de que prefiero el concepto de una especie de colmena en la que muchos autores y autoras van cooperando, van aportando cosas y se va construyendo un género sólido, inquietante, vivo y fresco. MK: Por último, para Raquel Castro, ¿qué hace falta para que la literatura escrita por mujeres llegue a más público en general?

Y no me olvido de Amparo Dávila, que yo creo que es una autora esencial, logra RC: Pues es parte de lo mismo, que que porfiemos, que meter sus historias dentro de contextos escribamos, aparentemente cotidianos, de lo íntimo, publiquemos. Porque hay mujeres que son editoras y que y los vuelve tienen ese chance macabros y muy y porque hay inquietantes. A Me gustaría pensar que editores que esmí me parece una mente maestra es una tán subiéndose buenísima ella. especie de colmena y que al tren de que hay MK: Hablando todas y todos la vamos que reconocer de autoras esenel talento, sea ciales, ¿crees que formando. de hombres o hay una mente de mujeres y maestra dentro hay unas muy del género, no sólo en México, sino a nivel talentosas. Creo que conforme global? RC: Si te refieres a que haya una persona más autoras vayan siendo que es así como la mandamás, yo no creo publicadas, sin la pinche etiqueta en esas cosas. Me gustaría pensar que una mente maestra es una especie de colmena


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horrible de escrita por una mujer, literatura femenina; mientras más vaya pasando, más gente lo va a leer porque lo que se quiere es leer buenas historias y no una cuota de género.

Raquel Castro, guionista y profesora de guión, periodista y promotora cultural, ha publicado los siguientes títulos: • Ojos llenos de sombra (Gran Angular 2012)

• Exiliados

• Lejos de casa • Dark Doll • E-book de cuentos: ¡Pirañas del mundo, uníos!

• Antología de colección de zombis por autores mexicanos: Festín de muertos Además, la puedes encontrar activa en Facebook, Twitter y Periscope, donde lleva a cabo pláticas con su esposo Alberto Chimal acerca de temas variados en literatura fantástica, hasta otras cuestiones de interés general. Para estar al tanto de Raquel: http://raxxie.com/

Su canal de YouTube: https://www.youtube.com/c/AlbertoyRaquelMX


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Lilith, El horror Lilith,

contado por una mujer Por Jorge Palafox* El horror más cruel y refinado es el que escribe una mujer. Bibiana Camacho

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lo largo de los siglos y en casi todas las culturas, la mujer fue relegada de las actividades académicas, artísticas e intelectuales; sin embargo, eso no impidió que muchas de ellas rompieran el canon establecido para su tiempo e hicieran del arte y la creación su estilo de vida. Este gradual despertar femenino también se dio en el quehacer literario y, por supuesto, en el género fantástico donde, si bien sigue predominando la presencia masculina, el género ha contado —y lo sigue haciendo— con dignas representantes de todas las nacionalidades.

Internacional del Libro del Palacio de Minería de febrero pasado.

Así lo asegura Bibiana Camacho (1974), editora y escritora mexicana, representante contemporánea del género, quien figuró como ponente en el marco de las Jornadas de Literatura de Horror en homenaje a Amparo Dávila, las cuales se celebraron en la Feria

horror.

De acuerdo con Camacho, el contexto histórico que ha rodeado a las mujeres las ha vuelto más vulnerables ante la vida cotidiana, lo que ha permitido que algunas de ellas tengan una particular sensibilidad ante el “El horror más cruel y refinado es el que escribe una mujer. Lo puedo afirmar a partir de escritoras como Mary Shelley o la misma Amparo Dávila. Una mujer puede hablar de un horror que viene desde generaciones atrás;


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no es un horror nuevo, sino que viene incluso desde la familia; por ejemplo, el terror ante el incesto o miles de situaciones semejantes ante las cuales la mujer está siempre vulnerable”, afirma la autora. Según Bibiana Camacho, quien comenta que la atmósfera de sus cuentos se inspira en las pesadillas cotidianas de una ciudad tan grande como la capital del país, hace falta que más escritoras de todas las edades se adentren en este género literario, para así brindar una perspectiva diferente del mismo: “A mí me encanta que las mujeres escriban de horror, porque implica ver lo retorcido desde una postura aparentemente fantástica pero que finalmente está reflejando un estado de la sociedad. El miedo en las mujeres va más allá de lo cotidiano”. La escritora sabe que el paisaje social ha modelado la conducta de las mujeres de manera muy diversa, al grado de ser perseguidas y castigadas por su condición de género, bajo la excusa de practicar la brujería, por ejemplo. El contexto histórico que ha envuelto a la mujer ha determinado su escritura. Finalmente,

la mujer ha sido bruja; ha sido acusada, condenada, perseguida. Ahora se sabe que estas mujeres condenadas por ser brujas sabían un poco de medicina; conocían la botánica; sabían cómo abortar, lo cual no era permitido. Todo eso ha generado que esos miedos y horrores se hayan ido depurando. En cuanto a la mujer como personaje literario, Bibiana Camacho reconoce que su rol ha ido cambiando, pero reconoce que en algunos casos estos personajes femeninos todavía están rodeados de un aura de misterio y sensualidad que sigue persistiendo con el paso de los años. Las mujeres han sido las protagonistas de la literatura de horror, pero también es bueno acercarse a las que escriben dichas historias y ver a través de ellas qué es el horror, pues sus voces en ocasiones no distan mucho de las masculinas e incluso pueden tejer historias más crueles. Yo recomendaría que leyeran a Amparo Dávila, o a Guadalupe Dueñas, una excelente representante del género y quien permanece un tanto olvidada.


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PARA SABER MÁS DE BIBIANA CAMACHO:

• Al abandonar sus estudios de danza contemporánea comenzó su carrera literaria. • En sus primeras colaboraciones utilizaba un seudónimo masculino. • Bibiana Camacho es un seudónimo que usa en memoria de su abuela más querida. • Ha publicado dos libros: Tras las huellas de mi olvido y La sonámbula, bajo el sello de la editorial Almadía.


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Cadáver exquisito

Nunca

es tarde

Primer cadáver exquisito del grupo de Facebook “Escritores e ilustradores de México” en el que participaron: Mariana Kostina, Blanca Jazmín Vega Juárez, Jorge Cobos, Laura Sánchez, JL Fonseca, Era Ilustrador, Jaxon Aryan y Noe Castillo Eon.

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l ruido de las bocinas lo despertó, ocasionándole un terrible dolor de cabeza. Sintió el mundo encima y supo por qué. El día anterior había sido difícil; despidió a la única persona que lo amó en la vida y no concebía el hecho de no volver a verla. No debió haberla matado. Pero no podía hacer nada, siempre supo que había un punto en el que no hay marcha atrás; era demasiado tarde para lamentarse. Bajó con torpeza del automóvil donde pasó la noche —el cual hurtó en un momento de adrenalina— y se frotó la frente: sentía que la cabeza le iba a estallar. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué justificación existe para que un hombre sea capaz de asesinar a su propia madre? Sin embargo, fue necesario; ella se lo buscó. No existe ningún manual del hijo perfecto,

así que tampoco se sentía muy culpable. “No, no me arrepiento. Era una mujer castrante y ella lo sabía”, pensó. Acto seguido abrió la cajuela: ahí seguía el cadáver todavía fresco de la mujer que le dio la vida. Por ello sintió escalofríos cuando al vibrar su teléfono en el bolsillo del pantalón y tomarlo para contestar, observó que la pantalla indicaba “Mamá”. Guardó el móvil sin responder; alguien le estaba jugando un broma pesada. Una vez que se logró despejar del intenso aturdimiento producido por el impacto, recobró total conciencia; debía sacar ese baúl del portaequipaje, no había tiempo que perder, en cualquier momento algún buen samaritano podría acercarse a prestar ayuda, o peor, un inoportuno agente de la policía que, con sus


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luces fantasmales, arribara listo a prestar auxilio. Escrutó el ambiente, la carretera se extendía interminable en el horizonte, y un enorme páramo lo retaba al lado del camino. Debía actuar de inmediato. Con dificultad sacó a rastras el baúl. Las manos sudorosas perdieron agarre y este cayó al suelo con escándalo. Pudo escuchar el golpe seco del cuerpo revolviéndose dentro. El celular en el bolsillo vibró de nuevo; esta vez lo ignoró. Sintió náuseas, cerró la cajuela y comenzó a trasladar el baúl; a veces empujándolo, otras jalándolo y buscando el sitio perfecto para darle sepultura a su madre. En ese momento, sus ojos se abrieron por completo, estaba tan preocupado por ocultar el cuerpo de su madre, que no había reparado en

ocultar su rastro o deshacerse de evidencias; detuvo su marcha y permaneció unos segundos inmóvil, soltó el baúl y se echó a correr sobre sus pasos; regresó al vehículo que con el parabrisas estrellado y el cofre en añicos le aguardaba debajo del cartel promocional en el que se leía: “BIENVENIDO A NUEVO PARAISO, EL LUGAR PERFECTO PARA VACACIONAR. PRÓXIMA SALIDA 10 KILOMETROS.” El rótulo lo hizo pensar, sardónicamente, que ese lugar sería muy bueno para vivir, ahora que tenía la perspectiva de dejar el infierno de la casona materna. —Debí preguntarle a mamá dónde guarda las escrituras... ¿Y cómo se vende una propiedad?... ¡Ay, mamá! —pensó.


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¡Era una señal, una salida! Debía regresar y terminar de una vez con el trabajo: deshacerse de ella de una vez por todas para ser feliz; sin sus quejas y amarres, su maldita costumbre de siempre preguntar si estaba bien. Pero entonces pensó en el coche y salir corriendo. ¿Quién podría haber seguido sus pasos? Su mente entró en un vaivén de pensamientos, como una temible tormenta, entre relámpagos y un viento feroz que arrastraba todo a su paso. El miedo lo invadió y, en un acto desesperado, subió al automóvil y pisó el acelerador a fondo. Recorrió únicamente un par de kilómetros — ya que por las condiciones del vehículo este no avanzaría más—, cuando el motor comenzó a emitir un sonido que lo espantó, un ruido que era como si decenas de gatos dementes fueran destazados con violines. Atrapado en la mitad de la nada, cobró verdadera conciencia de las consecuencias de todo aquello: la muerte de su madre, la golpiza a aquellos chicos para despojarlos del vehículo y ese baúl que a lo lejos le exigía volver. Entendió que no había escape, no para él. Deseaba sentirse liberado, pero se vio envuelto en un indeseable dejavú. Parecía repetir los mismos pasos exactos de la muerte de su padre. No lograba entender qué había fallado con sus viajes en el tiempo, pero comenzaba a pensar que había creado un vórtice atemporal que le hacía repetir los mismos errores. Al menos eso era lo que sentía al estar huyendo —tras dejar mil pruebas de que él era el asesino de esa mujer que le desagradaba

tanto—. Por su culpa, su padre había muerto sin siquiera decirle el secreto de cómo transportarse en el infinito de situaciones posibles en el espacio. Era necesario, por lo pronto, regresar de algún modo en el tiempo para hablar con su progenitor. Pero primero, lo primero, deshacerse del cuerpo de ella... Tomó camino de regreso y dejó el coche en el mismo lugar donde lo estacionó la primera vez. Encontró el baúl, sí, pero vacío. ¿Dónde estaba? ¿Quién se lo había llevado? El teléfono volvió a vibrar, esta vez era un mensaje de texto: “Hijo, no te preocupes por lo que hiciste. Él ha vuelto, él me ha salvado. Ahora estoy bien.” ¿Quién regresó para salvarla? Nada tenía sentido. Juraría que su madre estaba muerta. Solo podía significar algo y él lo sabía. La intención de sus planes ya estaba hecha: el acto estaba por comenzar en la primera oportunidad de atacar, con la advertencia de que alguien la podría salvar. Sueño. De forma repentina se sintió muy cansado. El ruido de las bocinas lo despertó, tenía un sabor amargo que bajaba por su garganta; a pesar de que el sueño se alejaba, no quería regresar a la realidad, pero no tenía otra opción. Al recobrar por completo el sentido, se desperezó con cuidado —sintiendo cómo su cuerpo engarrotado por la posición en que había dormido se lo agradecía—, cuando una sensación desagradable se apoderó de él: sus manos —que se sentían extrañas— desprendían un extraño aroma. Con cuidado las olfateó —el olor era muy parecido al metal—, le provocó nauseas y, como pudo,


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logró abrir la puerta del automóvil para vomitar. Sangre, sus manos estaban cubiertas de sangre seca. ¿Qué estaba sucediendo? Sintió el mareo acompasado que a esas alturas ya conocía tan bien, preludio del salto temporal; cerró los ojos con fuerza, viendo galaxias infinitas tras los párpados cerrados. Al abrirlos, el panorama se volvió familiar. Reconoció los escalones frente a la entrada de la casa, y el olor del café matutino. Vio el columpio en el que pasó tantas tardes jugando y desde el cual cayó a los siete años, rompiéndose el brazo. Escuchó las voces de sus padres en el interior de la casa. De ambos; lo cual le indicó que había vuelto a la época antes de la desaparición de papá. Nunca había regresado tanto. El pánico lo invadió y, al

intentar dar un paso, trastabilló cayendo en la tierra lodosa posterior a la lluvia de la noche. Una procesión de ideas enfermizas cruzó por su mente: su padre, su madre, el baúl, la sangre... Cuando al fin pudo incorporarse, alzó una mano frente a su rostro. Esta no tembló: se mantuvo firme. Estaba listo para terminar con aquel destino maldito. Subió los escalones con férrea decisión y abrió la puerta. Ahora los mataría a ambos, y no habría vuelta atrás. Ya era tiempo de acabar con el tormento de una vez por todas.


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Red Sonja vs. Red Sonya Por Vicente Ruíz Calpe*

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uchos lectores conocerán la figura de Red Sonja gracias a los cómics del tándem, del guionista Roy Thomas y el dibujante, Barry Windsor-Smith: una belleza pelirroja ataviada con un minúsculo bikini de hierro que hizo las delicias de los seguidores de esta amazonas a partir de 1973, fecha en la que apareció por primera vez en el número 23 de la colección Conan el Bárbaro. Pero muy pocos conocen cuál es el verdadero origen de esta moza guerrera, capaz de rivalizar en la lucha con el poderoso cimmerio. Red Sonya, Sonya la Roja, o Sonya de Rogatino, surgió bajo la pluma del maestro Robert E. Howard en el relato titulado La Sombra del Buitre, en la cual comenzó una de las principales diferencias entre Sonja y Sonya, pues la original está ambientada en un contexto histórico real —por eso está catalogado dentro de la ficción histórica y no dentro de la fantasía épica o espada y brujería—, nada menos que en el sitio de Viena ocurrido en el siglo XVI. En este relato —publicado como no podía ser de otra forma en una revista pulp—, concretamente en el número de enero de 1934 de The Magic Carpet, Howard narra las aventuras de un caballero

* Vicente Ruíz Calpe es escritor aficionado, le encanta todo lo relacionado con el pulp, tanto clásico como nuevo. Disfruta de la lectura tanto de relatos cortos como de novelas, generalmente de terror, fantasía y ciencia ficción. También es un apasionado del cine, amante de las películas clásicas de terror (Universal, Hammer, etc...) y de las invasiones alienígenas en blanco y negro (de las cuales ha escrito algunos artículos).


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germano de la Orden de San Juan —Gottfried von Kalmbach— y de Sonya la Roja —que no aparece hasta la mitad del relato—, en el marco del apogeo de la invasión otomana de Europa por parte de las fuerzas turcas de Solimán el Magnífico. Al contrario de lo que ocurre con el más célebre personaje howardiano, Conan el Bárbaro, aquí no aparecen elementos sobrenaturales por ningún lado —no asoman la cabeza ni grotescos monstruos ni malvados hechiceros—, y el autor cuenta los sucesos de batallas reales como el sitio de Rodas (1522) o la batalla de Mohacs (1526).

una cascada de oro rojizo reluciendo al sol. Las botas altas de cuero cordobés alcanzaban hasta la mitad de su muslo, sobre unos pantalones holgados; introducida en ellos, lucía una fina coraza anillada de fabricación turca. Ceñía su delgado talle con un cinturón ancho de seda verde en el que llevaba cruzadas dos pistolas, una daga y, colgando, un largo sable de Hungría. Una capa escarlata caía indolente desde sus hombros.

La sensación del contexto realista que impregna todo el relato se acrecienta con la relación de parentesco entre Sonya y Roxelana, una de las pocas licencias que se permite Howard en la narración. Roxelana fue la esposa de Solimán, una de las mujeres con más influencia en la época del Imperio Otomano —una belleza pelirroja raptada por los tártaros y vendida para ser esclava, escalando posiciones hasta ser la favorita del sultán—. La rivalidad entre ambas hermanas es sinónimo de las diferencias entre una mujer sometida (Roxelana) y otra que antes de ello preferiría morir (Sonya).

Aunque el protagonismo principal se lo lleva el caballero teutón —conocido también por el apelativo de Gombuk— y su relación personal con Solimán, nuestra querida Sonya destaca también como una mortífera espadachina, implacable y letal, arisca como una gata salvaje y tan blasfema como rebelde. Aunque no es el personaje medio desnudo de los cómics que le dieron su posterior fama, sino que en el relato se la presenta Red Sonja es, pues, el reflejo de como una mujer esa otra Sonya —que por cierto atractiva y llena de coraje. solo apareció en La Sombra La mejor forma de describir a esta emblemática heroína es citar las palabras del propio autor:

del Buitre y en ningún otro relato de Howard—, superándola en celebridad.

Era alta, magnífica y, aunque delgada, demostraba una gran fortaleza. Bajo el casco de acero sobresalían unos cabellos rebeldes que caían sobre sus amplios hombros, como

Desde aquí animo al lector amante de las aventuras a leer este soberbio relato donde su autor propone un conflicto entre dos fuerzas

desproporcionadas: la eterna historia de David contra Goliath, cuyo desenlace causó el fin de la expansión del imperio turco en


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la Europa central. El combate final contiene toda la esencia épica de Howard, reforzada con un desenlace sorprendente que no desvelaré para no estropear la lectura de todo aquel que se acerque por primera vez a la muy recomendable La Sombra del Buitre. Red Sonja es, pues, el reflejo de esa otra Sonya —que por cierto solo apareció en La Sombra del Buitre y en ningún otro relato de Howard—, superándola en celebridad gracias a sus múltiples apariciones en la saga de Conan y a sus menguados atavíos que apenas podían contener sus rotundas formas femeninas. Esta diablesa con espada tiene su origen en una humilde familia granjera que es atacada por un grupo de mercenarios, los cuales violan a la muchacha y matan a todos los demás. Un misterioso ser angelical le otorga el poder del acero tocándola con la punta de su espada mágica, con la condición de que nunca podrá someterse a hombre alguno si previamente este no la ha vencido en combate justo; marcando así el nacimiento de una leyenda.


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Creada al principio como una mera contrapartida femenina de Conan —una hermosa guinda con la que deleitar a los fans masculinos del bárbaro cimmerio—, poco a poco fue tomándole el pulso hasta conseguir su propia serie; lo cual fue un hito en su época, pues era la primera mujer que protagonizaba su propia publicación y conseguía alcanzar el éxito. A los lectores les gustaba esa aventurera de cabellos cobrizos y carácter indómito, una mujer independiente en un mundo de hombres y capaz de dejar plantado a Conan, al que incluso llegó a engatusar con sus suaves encantos. Como se mencionó con anterioridad, aunque su creador fue Roy Thomas, fue bajo la dirección de Frank Thorne cuando Sonja adquirió realmente la condición de guerrera salvaje, provista de un espíritu casi divino que la aleja de la simple ladrona que era en los primeros cómics.


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A lo largo de los años este personaje tuvo sus altibajos dentro del mundo del cómic; pero fue tras el estreno de la película, en 1985, cuando recuperó parte del éxito perdido. Red Sonja — titulada también El Guerrero Rojo en España y otros países—, fue dirigida por Richard Fleischer, como uno de los múltiples films que surgieron bajo la sombra de la exitosa Conan el Bárbaro (John Milius, 1982). Protagonizada por Brigitte Nielsen como la heroína principal, y por Arnold Schwarzenegger como Kalidor —un pseudoclón de su propio personaje de Conan—, la película cuenta la historia de venganza de Red Sonja contra la malvada Reina Gedren, interpretada por la misma actriz que dio vida a Valeria en la película de Conan. Como veis, todo queda en familia.

Las aventuras de Red Sonja transcurrían en ambientes lóbregos y escenarios de ensueño, muy similares a El film es bastante mediocre, y en muchos los paisajes artúricos de los caballeros de países se estrenó como si el protagonista la mesa redonda del reino de Camelot. La auténtico fuese el actor austríaco confiando en magia combinada con el erotismo supuso un mayor éxito de taquilla. El resultado tanto una mezcla explosiva que atrajo a los fans de crítica como de taquilla fue un absoluto de la Era Hyboria, desastre, causado conformando un por la espantosa personaje deseado Ladrona, guerrera, pero ante combinación entre y peligroso, a la vez humor —véase todo mujer, Sonja representa a que una luchadora las escenas prola perfección el símbolo de la tan atractiva como tagonizadas por mortal, capaz de liberación femenina, con ese voto el niño chino engatusar a su de castidad que la reprime a la vez y su cómico enemigo mientras asistente— y que le da su fuerza y poder —lo empuña una gran película de espada espada. Sin duda, que la hace aún más deseable—. y brujería. Una el color de su pelo auténtica película es el símbolo del de serie B de la que espíritu de esta mujer que levanta pasiones por reniega hoy día todo aquel que en ella participó donde pisa: sangre y fuego a la vez. —aunque tiene cierto encanto como película


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de culto—, representante de una época en su protagonista principal —espléndida cinéfila del pasado. Lucy Lawless— como en el hecho de saber Ladrona, guerrera, pero ante todo mujer, guiarse por un espíritu propio. Sonja representa Y ya que haa la perfección blamos de Red Sonja Por ello, hago la el símbolo de y de personajes fesiguiente recomendación: la liberación femeninos relacionamenina, con ese leer a ambos, tanto al maestro dos con la fantasía, voto de castidad no estaría de más de los relatos pulp clásicos, que la reprime recomendar el cócomo a uno de los genios a la vez que le mic Espadas del del mundo de los cómics da su fuerza Dolor (Dynamite, y poder —lo 2015), donde las que la hace aún historias de autores más deseable—. En su momento supuso el como Mairghread Scott, Gail Simone y otros son arquetipo de una nueva clase de heroínas magníficamente plasmadas por los ilustradores de mundos de fantasía, poseedoras de una como Mirka Andolfo o Sergio Dávila. El cómic belleza despampanante y con los mismos contiene varias historias que se entrecruzan arrestos que cualquier guerrero masculino, entre sí, formando un interesante crossover, siempre vestidas con armaduras de tamaño protagonizado enteramente por mujeres de minúsculo que apenas dejaban nada a la armas tomar como Sonja, Dejah Thoris, imaginación. Tanto en cómics como en cine, Vampirella, Lady Rawhide, Jennifer fueron muchos los personajes femeninos Blood, Masquerade, Junque basaron su imagen en las provocativas gle Girl, Kato, Miss Fury, ilustraciones de Red Sonja .como Tygra de la Jane Porter, Irene Adler, película de animación Fuego y Hielo, aunque Pantha, entre otras. muy pocos de ellos pudieron retener su propio El hilo conductor carisma. lo forman las Quizá la excepción que confirma la regla Espadas es Xena, la Princesa Guerrera, emitida del Dolor desde 1995 hasta 2001, personaje televisivo que dan que nació como spin-off de otra serie de culto: Hércules. A pesar de que la trama está ambientada en la Grecia clásica, los paralelismos con Red Sonja son demasiado sospechosos como para obviarse, si bien es cierto que el éxito de la serie se basó tanto


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nombre al cómic, valiosas reliquias destinadas a salvar las diferentes realidades presentadas. Ahora queda en el lector tomar la decisión final sobre la elección de la fémina preferida. Elegir entre la realista y mordaz Sonya de Rogatino creada por Howard o la pícara y sensual Red Sonja ideada por Thomas para los cómics. Decisión nada sencilla. Por

ello, hago la siguiente recomendación: leer a ambos, tanto al maestro de los relatos pulp clásicos, como a uno de los genios del mundo de los cómics; sobre la película de 1985, pues revisadla una tarde lluviosa que no tengáis nada mejor que hacer.

Enlaces de interés: •

https://es.wikipedia.org/wiki/Red_Sonja

https://es.wikipedia.org/wiki/La_sombra_del_buitre

https://es.wikipedia.org/wiki/Red_Sonja_(película)


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Piel Por Fantasma*

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ajo la luz pálida de la habitación, su piel parece transparente, espectral. Con fingida coquetería y, por completo desnuda, se planta frente a uno de los pocos muebles de la habitación, un antiguo espejo que vale más que todas las vidas de sus amantes juntos. Una mano blanca de largos y fuertes dedos —la cual hace pensar en una especie de araña—, recorre su cuerpo palpando con cuidado y algo de emoción cada centímetro de carne. El silencio, que a veces resulta sofocante, se interrumpe un par de veces, justo cuando llega a zonas que la hacen sentir como cuando ellos la tocan; a pesar de que es parecido, hay algo que lo hace completamente distinto.

Acariciando con más fuerza, incluso haciéndose un poco de daño —aunque no demasiado como para lastimar de forma seria su piel—, trata de encontrar la palabra capaz de definir lo que está experimentando. Puro. La palabra llega mientras ve de reojo su reflejo en el espejo: una cara sonrosada por el placer, y por el temor a perderlo, le regresa la mirada desde otra dimensión. El sudor le ocasiona cosquillas al hacer que su largo pelo negro se pegue a su espalda.


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La sensación es sobrecogedora, su corazón palpita con violencia, no hay ninguna parte de su cuerpo que no experimente aquella pureza; con un grito ahogado, y embriagada de placer, se derrumba en el piso helado, resoplando de forma entrecortada, disfrutando el contacto frío y duro del suelo contra su piel. Si alguien la viera podría observar sus ojos, que en esa noche en especial brillan de forma intensa mientras mira las manchas del techo, producto de la humedad y del deterioro de la habitación en la que vive. No tiene deseos de levantarse; su respiración regresa a su estado normal poco a poco. Sin preocuparse mucho de yacer en el piso, el sueño llega, y deja que la tome allí, sin importarle nada más; su piel es nueva y, por lo tanto, todavía no representa un problema. *** Mientras camina por las calles oscuras y llenas de inmundicia de la ciudad, piensa que el futuro es incierto, y que lo único que vale la pena es el ahora. Al irse internando en lugares cada vez más oscuros, siente cómo se clavan las miradas en su cuerpo; no le molesta, son seres igual que ella, vacíos por dentro y desesperadamente imperfectos. Cuando llega al lugar deseado, mira a su alrededor: todo es igual, la misma desolación y podredumbre de siempre; pero es lo que eligió para poder llevar la existencia que siempre quiso, además siempre es agradable ser admirada, incluso entre sujetos como aquellos.

Una sonrisa se dibuja en sus labios pintados de rosa pálido, no es que le guste mucho ese color, pero hace juego con la nueva piel que cubre su ser. Lo bueno de no esperar mucho es que ellos nunca la decepcionan. Después de incontables años —tantos que ya no puede decir con certeza una fecha exacta—, le basta con una sola mirada para descubrir cuáles son sus intenciones y qué desean de ella. Aunque tal vez no tenga tanto mérito, no es difícil saber lo que hombres como aquellos anhelan. Sin necesidad de decir más de lo necesario, el trato se hace. Por lo general, ellos creen ganar cuando depositan la cantidad acordada en su pálida mano de dedos largos; está bien, después de todo son libres de engañarse a sí mismos, no es su problema, cada quien decide en qué creer y cómo lo va a utilizar para mentirse. Despacio los guía por una serie de callejones oscuros y malolientes; ellos no se resisten, adentrándose en lo peor de la ciudad. Como si todo lo que los rodea hubiera desparecido, ellos caminan sin ver nada más que a ella. Quiénes son, a qué se dedican las esposas e hijos que aguardan en algún punto de la ciudad desaparecen por completo de sus mentes. Solo existe ella, que camina de forma tan sutil que parece flotar, dejando en el aire el rastro de una fragancia dulce y oscura, como una fruta que empieza a descomponerse, pero que todavía esconde algo de su esencia dentro de su piel moribunda. Cuando llegan a la habitación donde vive, la cual está prácticamente vacía, a


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excepción de un viejo espejo, les indica que se acomoden donde les plazca; a ella le da absolutamente igual el lugar que elijan.

porque es especial, la única forma en que puede sentirse algo que no es, y que jamás será a pesar de todos sus intentos.

El proceso se repite, tan primitivo como el origen del hombre mismo. Ella no lo lamenta, hay algo especial en ello, un sentimiento que no logra explicar del todo, pero que la hace sentir como si conectara con ideas y lugares sublimes.

Con cada segundo que pasa, su piel se rompe en algunos sitios; no tardará mucho en estirarse demasiado, agrietándose lentamente hasta revelar su verdadera forma, que resulta indescriptible. Casi siempre logra que sus amantes desfallezcan a causa del miedo, tras lo cual se deshace de ellos tan fácilmente como los encontró.

Ellos solo piensan en su hermosa piel. Mientras, ella, que está muy lejos, se encuentra en un sitio a donde nadie más podrá llegar. Es por eso que lo hace; no por el dinero —aunque es necesario para no levantar sospechas—, porque nunca ha tenido las necesidades básicas de los humanos; lo hace

Es ese preciso instante el que más disfruta, porque es ella misma y porque al perder una piel, puede escoger otra; las opciones son infinitas.


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Unicornio Por Diego Illescas* Vi un unicornio al lado de mi cama ¡Un puto unicornio! Con cara de pez Y cerebro de pistache Se acercó a lamerme la cara Con sus babas de telaraña. Le escupí El malnacido no entendió Buscaba con su cabeza Una caricia Mi mirada Me tuve que dar la vuelta Él también dio una vuelta. Lo empujé Pensó que era un juego Y me tiró Pegué contra el filo de madera Del Buró.

Arremetí contra su cuerno Lo jalé y lo jalé Hasta arrancárselo Y ya con él en la mano Como si tuviera un florete Se lo adentré hasta el pecho. De mí salió un arco iris.


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Siete años

sin Max

Por Jaime Magnan Alabarce*

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iete años fue el tiempo transcurrido. Ni uno más, ni uno menos. Siete años sin Max y Mary Joe seguía viva. Aquello de “no puedo vivir sin ti” no era más que falsa utopía. La frase golpeaba de nuevo en su mente, mientras contemplaba el cuerpo desnudo del hombre que dormía inocente sobre su lecho matrimonial. Siete años… pero no estaba sola. “A rey muerto, rey puesto”, decía el dicho y el rey llegó tras la desaparición de Max, y de todos los hombres del pueblo, de la comarca, del país, del mundo… Las monjas en el Vaticano, al quedar solas, ingresaron a las bibliotecas prohibidas y dieron con la explicación. Una profecía, contenida en un evangelio apócrifo, dictaminaba la desaparición

*Jaime Magnan Alabarce, Narrador y poeta (Santiago de Chile, 1967). Geógrafo de profesión. Desde 1998 reside en Lebu. Finalista en el VII Premio Andrómeda de Ficción Especulativa, Mataró, Barcelona en 2011, con Ladrones de tumbas y en el III Premio TerBi de Relato Temático, Asociación Vasca de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror, Bilbao, con Conejillo de Indias. Colaborador permanente en Revista Digital MiNatura.


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de todos los hombres sobre la faz de la tierra, la extirpación del pecado. Porque Eva no era culpable. Adán sí. Millones de mujeres quedaron absortas, incluida Mary Joe. Mientras el descuento de la población mundial, a un poco más de la mitad, traía consigo, entre otras cosas, la disminución substancial de la contaminación junto con la erradicación de las guerras. Sin estas lacras, la tierra parecía ser un mejor lugar donde vivir, una vuelta al paraíso original, pero sin hombres, lo que se traducía en una amenaza para este nuevo edén. Sin generación de recambio, la humanidad, o lo que quedaba de ella, estaba condenada a desaparecer. Sin embargo, pronto los temores se disiparon, las monjas revelaron otra profecía: Dios, en su infinita sabiduría, enviaría a sus ángeles a procrear, en justa cantidad, uno por cada mil mujeres. El ángel destinado a Villa Baja, donde vivía Mary Joe, cayó del cielo justo en su jardín. Ella hizo un alto a su duelo para socorrer al hombre desnudo con alas. Cuando informó a la jefa de policía, rápidamente se corrió la voz por el pueblo, y las mujeres se dejaron caer en casa de Mary Joe. Todas exigían su cuota de procreación y así cumplir con el edicto divino, en especial cuando se percataron de lo atractivo de aquel espécimen celestial. Y no sólo su belleza era imán para las desesperadas féminas, la ternura y la comprensión que derramaba su personalidad también eran factores para adorarlo. Pero el ángel, declarado propiedad comunitaria, no podía tener dueña; así lo decretó el concejo municipal, y para evitar disputas se designó a Mary Joe, que todavía

seguía llorando la partida de su esposo, como la encargada de mantener al ángel en su casa. A cambio, ella recibiría un salario y le serían solventados los gastos de manutención viéndose obligada a organizar los encuentros y velar por su cumplimiento. La designación como “Custodia del ángel”, no le hizo mucha gracia a Mary Joe, por lo que trató de eludir la obligación, pero fue en vano. Resignada, cumplió con cabalidad mecánica sus funciones y convivió con el ángel y sus demandantes. Los domingos, en estricta observancia a las sagradas escrituras, la joven viuda se encontraba en la obligación de interactuar con él. Ella no tenía nada en su contra; sin embargo, sentía que su presencia atentaba contra el recuerdo de su marido. Pero siete años sin Max ya eran demasiado tiempo. Y como la dictadura de la carne es inmune, decidió apuntarse en el largo listado de citas, descubriendo que debía esperar seis meses para intimar con el ángel. Pensó en pasar por alto la programación, pero se arriesgaba a ser delatada por las muchas mujeres que anhelaban su empleo. Entonces, decidió tratar el tema directamente con él un domingo, cuando merendaban. El ángel fue comprensivo y accedió. Fue el mejor domingo de la vida de Mary Joe. Ella quedó maravillada y entendió el furor que él causaba entre sus paisanas. Así, mientras se sucedían los domingos furtivos con el ángel, ella se olvidó por completo de Max. Desechó el luto por vestidos de alegres colores, soltó su cabellera pelirroja y maquilló su pecoso rostro. En tanto, el ángel encontró en ella una compañera, no sólo para intimar, sino para


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entender la naturaleza humana del amor. Así, los domingos quedaron instaurados sólo para ellos, dentro del más reservado de los secretos. Ahora, a Mary Joe ya no le hacía mucha gracia seguir administrando el cuerpo de su ángel. Más aún, escuchar los alaridos de las mujeres que desfilaban, noche tras noche, en su recámara. Poco a poco los celos se apoderaron de sus pensamientos y aunque el ángel se justificara, indicando que su rol era por mandato divino, ella no entendía razones. Pensó en huir con él, pero en este mundo, donde los hombres ya no existían y los ángeles eran contadísimos, un plan de esta naturaleza era absurdo. Amaba a su ángel y no quería compartirlo. “Algo debo hacer”, se repetía mientras repasaba con sus ojos las formas del cuerpo desnudo del ángel recostado sobre la cama, quien era acariciado por los primeros rayos del sol dominical que se colaban por las persianas. Él despertó; al verla, le dedicó su mejor sonrisa: “Hoy es domingo, ¿no?”. Ella se liberó de su albornoz y se posó sobre

él. Una vez más, las bocas dieron vida a un nuevo preludio amatorio. Pero esta vez sería distinto. Las manos femeninas se deslizaron hacia el cuello masculino y comenzaron a oprimirlo, en forma lenta. Él no vio en ese acto ningún atisbo de maldad, era incapaz de eso. Por la mente de Mary Joe desfilaban las innumerables amantes de su ángel, siempre satisfechas. Esto le otorgó más fuerzas para cegarle la vida. Al percatarse de su cometido entró en pánico, lloró de forma amarga abrazándose a ese cuerpo perfecto, ahora inerte. Luego, lo envolvió en sábanas y, a duras penas, lo arrastró hacia el jardín. Ahí, depositó la mortaja en la fosa que cavó. Una vez cubierta, plantó varias matas de petunias; estas crecerían junto a las otras, las que custodiaban la tumba de Max. Ahora tendría que buscar una buena historia para justificar la ausencia del ángel. Siete años atrás, la excusa había sido más fácil.


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Historias de


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e terramar de Ursula K. Le Guin

Por Abraham M. Vázquez*

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s inicio de la década de los noventas, un amigo cercano a mis hermanos llega a nuestra casa presumiendo sus nuevas adquisiciones de la feria internacional del libro —que, dicho sea de paso, por aquellos días se celebraba en el pasaje Zócalo-Pino Suarez del metro de la Ciudad de México—. Entre el montón de libros que traía consigo, había un par de autores que cambiarían mi forma de ver al mundo fantástico: Ursula K. Le Guin y J. R. R. Tolkien. * Abraham M. Vázquez se considera un ciudadano común y corriente. Ingresó hace algunos años a la escuela de Técnicos en Urgencias Médicas de la Cruz Roja Mexicana, cuya profesión ejerce hasta la fecha. Su primer acercamiento real al mundo de la literatura fue en la secundaria. Es ahí cuando conoce a Rudyard Kipling y su famoso Libro de las tierras vírgenes. Actualmente escribe una historia en un mundo de fantasía: Las crónicas del Tetraverso, historia en la que hasta la fecha sigue trabajando.


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No voy a mentir, en esos años no tenía ni la menor intención de tomar un libro y leerlo por voluntad propia; inclusive —y lo confieso con mucha vergüenza— en esa ocasión, cuando vi el grosor de los libros de la obra de Tolkien, se formuló en mi mente la siguiente pregunta: “¿Qué tipo de loco leería libros tan voluminosos?” Para mi fortuna, pocos días después, esos libros comenzaron a llegar en calidad de préstamo a mi casa y, movido por la curiosidad, abrí el libro del Hobbit y junto con Bilbo Bolson, comencé una travesía interminable hacia el mundo de los libros.

Pero la historia no terminó ahí, me encontraba ávido de nuevos mundos y de nuevas historias. Fue así como la gentileza del amigo de mis hermanos me permitió conocer nuevos autores y, de la mano de ellos, me sumergí aún más en estos maravillosos universos. De esta manera llegó a mis manos el primer libro de la escritora Ursula K. Le Guin y su historia en Terramar. Ursula Kroeber nació en Berkeley California, el año de 1929. Realizó sus estudios universitarios en el Radcliffe College de la Universidad de Harvard; posteriormente obtuvo un posgrado en lenguas románicas en la Universidad de Columbia. Tras ser becada por la fundación Fullbright se trasladó a Francia, lugar donde conoció a su esposo Charles Le Guin —apellido con el cual firmaría todos sus escritos y con el que más tarde se le conocería de forma internacional—. Al regresar a su país natal se instaló en la comunidad de Macon en Georgia y buscó de manera incesante una editorial que se interesara por sus escritos. Tras varios fracasos, por fin en septiembre del año de 1962, la revista Amazing publicó su primer cuento: “April on Paris”. En esta misma revista, en el año 1964


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aparecieron dos cuentos que fueron la base para el universo de Terramar: “The Rules of names” y “The World of Unbinding”. Más tarde, en el año de 1976, la editorial Ace Books publicó su primera novela Rocannon´s World. En 1968 salió a la luz su obra cumbre, de la mano de la editorial Parnassus Press: A wizard of Earthsea (Un mago de Terramar, Ed. Minotauro, 1983), la cual ganó el premio Boston Globe Hornbook en 1968; el Lewis Carroll Shelf en 1979; el Gilgamesh en 1984, entre otros. Entre 1971 y 1972, bajo la casa editorial Atheneum Books se publicaron dos libros más con los que, se pensó, sería el fin de esta maravillosa saga: The Tombs of Atuan, (Las tumbas de Atuan, Ed. Minotauro) y The Farthest Shore (La costa más lejana, Ed. Minotauro).

todas estas islas, las principales son: Havnor, Roke, Gont y Atuan. Cada isla tiene una importancia sustancial en el desarrollo de la historia, por ejemplo: Gont es la isla natal de Gavilán, y en donde se

Luego de múltiples premios y galardones y después de 18 años de haber publicado la última historia en Terramar, se editaron las siguientes obras: Tehanu (Atheneum Books, 1990) y en el 2001, The Other Wind (Harcourt, 2001), el cual se considera el cierre definitivo de esta épica historia.

¿Qué es Terramar? De acuerdo con las leyendas contadas dentro de la misma historia, Terramar es un mundo compuesto de un archipiélago, que está rodeado por varias islas esparcidas alrededor de un inmenso mar, las cuales fueron sacadas del océano gracias a un poderoso mago conocido como Segoy. De

desarrolla la mayor parte de la historia de Tehanu. No obstante, dentro de este mundo existe


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una división importante de culturas: por un lado tenemos a la gente de Havnor y del Oeste, que viven en la zona del archipiélago e islas circundantes, y ambos comparten una misma cultura. Además, de esta zona provienen todos los magos que viven en la región. Al momento en que transcurren los eventos, se carece de algún rey que los gobierne, sin embargo, de cierta manera los habitantes respetan la opinión de los magos e, inclusive, ven en la figura del Archimago de la isla de Roke, una figura de autoridad de deferencia.

relevantes, conforme se avanza en la trama, se comprende la importancia de su existencia. La historia de un niño que se convirtió en el mago más poderoso: Solo en el silencio la palabra, Solo en la oscuridad la luz, Solo en la muerte la vida, El vuelo del halcón brilla En el cielo vacío La creación de Ea. Un mago de Terramar

Por el otro lado, se encuentran los kargos, gente que vive al noreste del Archipiélago, quienes creen en antiguas potestades conocidas como los “Sin nombre”. Su principal centro religioso se encuentra en la región de Atuan. En contraparte a los habitantes de Gont, los kargos rechazan de forma abierta cualquier contacto con los magos por creer que sus poderes y, ellos mismos, son malignos. En el momento histórico que se desarrollan los eventos de los libros, la región se encuentra bajo la guía de lo que se conoce como el Rey Dios y, aunque en apariencia —como algunos eventos que acontecen a lo largo de la historia— los kargos no resultan muy

Si bien en todos los libros se habla de él, es en los tres primeros cuentos de Historias de Terramar —como se le conoce actualmente a los libros— donde la presencia de Gavilán es de suma importancia. Esto no quiere decir que en lo restante este personaje pierda relevancia, al contrario, su guía es fundamental para los acontecimientos que se desarrollan tanto en Tehanu y En el Otro Viento.

Pero, ¿quién es entonces Gavilán? Es un joven impetuoso y ambicioso que desde pequeño manifestó un gran potencial mágico; ese ímpetu y sueños de gloria lo llevarán a cometer un error de juicio que pondrá su vida en peligro y que lo dejará marcado para siempre. Con este trasfondo como historia principal


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es como conocemos los usos y costumbres de toda Terramar, pero no sólo eso, también de forma paralela, nos encontramos ante un evento que trata de explicar la naturaleza humana y esa incesante búsqueda del hombre para encontrase a sí mismo —que por medio de los errores, miedos e interrogantes del propioprotagonista—, logra que el lector se identifique al ver reflejados, de cierta manera, sus propios temores ante la vida. De esta manera, escritora nos lleva la mano a conocer fantástico mundo lleno leyendas. Terramar, la tierra de los mil nombres: “Un mago solo puede dominar lo que está cerca, lo que puede nombrar con la palabra exacta”, Kurremkarmerruk. Un Mago de Terramar.

la de su de

no existe una explicación sobre el origen y uso —por ende su manejo llega a ser demasiado superficial e inclusive exagerado—, en el mundo de Terramar es un ente con vida propia. Para que un mago pueda hacer uso de ella y la pueda manejar de forma adecuada, primero debe de entender las complejas reglas que hay a su alrededor. Es por ello que resulta fundamental comprender que cada elemento existente en Terramar y ser vivo que mora en esas tierras tienen un nombre propio y permanecen dentro de un frágil equilibrio, el cual puede verse quebrantado por el uso incorrecto de la magia, ocasionando grandes catástrofes.

Terramar en el cine y la televisión En 2004, el canal de paga Hallmark —por medio de su canal hemano Sci Fi, quien compra los derechos para hacer una serie televisiva de los libros— sacó al aire el primer episodio de una mini serie llamada Legend of Earthsea, protagonizada por Shawn Ashmore (Gavilan), Danny Glover (Ogion el Silencioso) y Kristin Kreuk (Tenar), entre otros.

Gavilán es un joven impetuoso y ambicioso que desde pequeño manifestó un gran potencial mágico; ese ímpetu y sueños de gloria lo llevarán a cometer un error de juicio que pondrá su vida en peligro.

Uno de los grandes aciertos de Historias de Terramar es la forma en la que se representa a la magia. Si bien en la mayoría de los libros de fantasía, donde se hace uso de este elemento


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La trama resultó una mezcolanza sin pies ni su adaptación no fue muy fiel, al omitir cabeza de Un mago de Terramar y Las tumbas hechos re-levantes de los libros. de Atuan; por lo que no fue muy bien recibida Con respecto a esto, en una función por los seguidores ni por la propia escritora, privada que hizo Studio Ghibli a Ursula quien disgustada por lo que hicieron con sus K. LeGuin para mostrarle la película, libros, escribió una Goro Miyazaki se carta dirigida a sus acercó a la escritora Úrsula K. Le Guin estuvo lectores exponiendo al término de la los problemas que de acuerdo en que Studio Ghibli proyección y le existieron entre ella hiciera una versión de su libro, preguntó si le había y la casa productora pero al ver la proyección, le dijo gustado, a lo cual que se encargó de ella contestó: “Yes. a Miyasaki: dicha producción.1 It is not my book. It

“Yes. It is not my book. Dos años desis your movie. It is pués, en 2006, de a good movie”, (Sí. It is your movie. mano de la casa No es mi libro. Es It is a good movie”. productora Studio tu película. Es una Ghibli, salió otra buena película).2 adaptación de las novelas. Esta vez le tocaría el turno a los libros de La costa más lejana Es innegable el aporte de Ursula K. Le y Tehanu ser adaptados con el título A Tales Guin al mundo de la literatura fantástica from Earthsea (Gedo Senki). Y aunque en con sus diversas obras, gracias a las cuales un principio, se creía que sería el mismo es considerada como una de las autoras Hayao Miyazaki quien se encargaría de la más importantes del género, siendo la adaptación y la producción de la película primera mujer en ser galardonada por animada, esto no fue así porque este se la SFWA (Sciencie Fiction and Fantasy encontraba trabajando con Howl no Ugoku Writers on America —Asociación de Shiro (El Increíble Castillo Vagabundo). escritores de ciencia ficción y fantasía de Por ello el trabajo pasó a las manos de su Estados Unidos—), como “Gran Maestra”. hijo, Goro Miyazaki. Si bien la calidad de los dibujos era muy buena, Studio Ghibli también cometió los mismos errores que Hallmark y, en vez de entregar un trabajo que acercara al público de ma-nera adecuada a este mundo de fantasía,

1Terramar blanqueada: Cómo el Sci Fi Channel destrozó mis libros: h t t p : / / g r u p o l i p o . b l o g s p o t . m x / 2 0 11 / 0 8 / t e r r a m a rblanqueada-como-el-sci-fi.html

2 A firts response to “Gedo Senki”, the Earthsea film made by Goro Mizayaki for Studio Ghibi:http://www. ursulakleguin.com/GedoSenkiResponse.html


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Referencias: • Ashley, Michael. Transformations: The Story of the Sciencie Fiction Magazines from 1950 to 1970; Londres: Liverpool University Press, 2005. • Le Guin, Ursula K. Un mago de Terramar. Editorial Minotauro, Barcelona, 1983. • Le Guin, Ursula K. Las tumbas de Atuan. Editorial Minotauro, Barcelona, 1986. • Le Guin, Ursula K. La costa más lejana. Editorial Minotauro, Barcelona, 1987

• Le Guin, Ursula K. Tehanu. Editorial Minotauro, Barcelona, 2004 • Le Guin, Ursula K. En el otro viento. Editorial Minotauro, Barcelona, 2003 Fuentes electrónicas: • Biografía de Ursula K. Le Guin. http://www.docemoradas.com/seccion/1b • Ursula K. Le Guin http://www.ursulakleguin.com/ BiographicalSketch.html


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Cuando suenen las

campanas

Por Nessie Zetta*

Cuando suenen las campanas, sabrás que perdiste algo de tiempo atrás. Cuando suenen las campanas ya será tarde, ya será mucho después.” Eran las palabras que decía mi abuela cuando pasábamos frente a la Iglesia del pueblo; las comentaba cada momento que podía con la esperanza que se alojaran en mi ser, en mi cerebro, en el inconsciente, para que no viviera un amargo después. Ese lugar tenía por sí solo un poder enigmático, una fuerza alojada en sus entrañas, aunque era de tristeza y melancolía, deseando volver a un tiempo mejor, uno más fácil que le daba la gloria necesaria para alimentar su vanidad. En el campanario habitaban tres campanas, aunque no se tenía un registro que indicara de dónde llegaron o quién las trajo. Cada que sonaban, la gente que estaba cerca se paralizaba y se veía obligada a detenerse, girar la vista hacia la construcción eclesiástica, donde sus miradas

* Nessie Zeta es una chica multifacética que volvería loco a cualquiera en solo un día: bajista, guitarrista, cantante, escritora y fotógrafa/dibujante de ratos libres. Comenzó a leer y escribir a los 4 o 5 años de edad. De gustos bastante excéntricos, ha confesado que escribe la mayoría de sus textos en el cementerio de la ciudad y que dicho lugar es el favorito para pasear y pensar.


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ausentes se cruzaban con las deformes gárgolas y recordaban, comenzaban a gritar y chillar como niños pequeños, buscando algo que habían perdido hace ya mucho tiempo, algo que no era terreno, más bien místico. De manera personal me aterraba el sonido de esas campanas, incluso cubría mis oídos con fuerza, evitando escuchar, pues sentía que me anunciaba algo más allá; me hacían sentir una opresión en el pecho, tan fuerte que casi me ahogaba, una sensación extraña que me envolvía en su oscura aura de incertidumbre. Pasaron muchos años y el terror aumentaba. Sentía, en una parte muy profunda de mi ser, que me anunciaban algo en un lenguaje que no alcanzaba a comprender. El horror aumentó el 17 de mayo, el día que murió mi abuela, en vísperas de su cumpleaños. Estuve con ella en esos agónicos últimos minutos, cuando el cáncer extinguía su vida segundo a segundo, entre alaridos de dolor y mis lágrimas de impotencia; justo cuando sonaron las campanas, mi abuela pertenecía a la muerte. Cada golpe en el metal representaba un latido del corazón que se apagaba de manera gradual, cediendo poco a poco ante la muerte. Mi abuela murió con los ojos muy abiertos, expectante, llena de temor, recordando algo que había perdido hace mucho tiempo y yo pude deducirlo: sus ganas de vivir. Le cerré los ojos y salí de la habitación del hospital después de haberle dado un beso en la mejilla: un beso frío, húmedo y roto, un beso que dejó esa despedida durmiendo en algún lugar del universo. No me presenté al entierro, ya había vivido demasiado cerca el dolor de perderla como para vivir el sufrimiento

de mis padres y tíos. Me quedé sola, en la iglesia, y escuché las campanas una y otra vez. Intentando ignorarlas, deseé que mis maldiciones las alcanzaran, tachándome de idiota por hablar con objetos inanimados, ansiando desaparecer; hasta que las tinieblas vencieron a la luz y el sacerdote me pidió que me retirara para poder cerrar el santo recinto. Desde ese momento el cementerio se volvió mi lugar favorito, pues tenía paz, una calma que me daba una extraña sensación de pertenencia. Pero, lo que más me gustaba era que ahí no se escuchaban los cantos de esas malditas. Sin embargo, las horas se iban como arena entre los dedos y llegaba el momento de regresar a mi casa, donde ese temor ciego volvía a invadirme. Noche o día, resultaba ser lo mismo. Odiaba a quien les daba vida. Me odiaba por tener miedo y no saber la causa. De manera extraña y llena de coincidencias, mis padres murieron justo un año después que mi abuela, un 17 de mayo, solo que en esta ocasión no hubo enfermedad de por medio: tuvieron un accidente automovilístico mientras regresábamos a casa al terminar la fiesta de cumpleaños de un primo de papá. Había llovido mucho los últimos tres días y la carretera no estaba en las mejores condiciones. Salí ilesa, no así mis padres: tenían heridas muy graves. Los llevaron al mismo hospital donde murió mi abuela. Sus probabilidades de vivir eran completamente nulas. Me quedé sentada junto a ellos mientras maldecía mi suerte, escuchando de fondo el metal que repiqueteaba, jugando con mis sentidos y emociones. Los ojos de mis padres estaban mirando hacia ninguna parte, recordando


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algo que habían olvidado hace tiempo. Tomé sus manos para aminorar el miedo que sentíamos los tres, pues era el único lazo que los ataba a este mundo, ese que los mantenía juntos hasta el final. Después de una hora tan larga como agónica, en la cual les suplicaba que se quedaran, que no me dejaran sola, murieron. Sentí ganas de llorar pero no había lágrimas resbalando por mi rostro. Solté sus manos, cerré sus ojos, besé sus frentes y salí mientras murmuraba “adiós” con una voz muy quebrada. Entonces me di tiempo para asimilar mi realidad: sola, sin padres ni abuela. Sola.

hacerlo. Enfermó de gravedad al año y medio que llegué con ella y no podía cuidarme. El problema era el siguiente: nadie estaba dispuesto a cargar conmigo. Así que, después de dos años, regresé a la fantasmal casa de mis padres.

Primero llegué con el hermano mayor de papá. No hay mucho que contar de ese lugar, ni siquiera me recibieron con agrado; mi tía me dijo alguna vez que parecía que las desgracias me seguían, que no me quería en su casa. Estuve menos de medio año en ese lugar pues, desde mi llegada, comenzaron a sufrir problemas económicos, enfermedades repentinas y duraderas y la muerte de su cachorro.

El primer día en aquel sitio, quise limpiar todo el polvo que cubría los pisos y los muebles, pero resultó totalmente imposible realizar tal tarea. Eran tantas las capas de polvo que terminé por acostumbrarme a respirar el aire sucio que había en todas las habitaciones. No me gustaba salir y nadie me venía a visitar, no creo que me extrañaran y yo no los extrañaba: me gustaba mi soledad. Salía por la noche y miraba con cierta añoranza las familias que se reunían a cenar, a ver televisión, a estar junto. Robaba comida a los vecinos y, en ocasiones, juguetes o flores, no porque los necesitara, sino porque me gustaban y porque sus dueños no los echarían de menos: al fin y al cabo, tenían quién les diera un objeto parecido o de igual valor. Y yo no tenía a nadie. Cada día y cada noche era consumida por pensamientos únicamente interrumpidos por campanadas, esos horribles latidos metálicos que estaban acabando con la vida de alguien en algún lugar. La locura, sin duda, empezaba a consumirme y yo, amorosa, quería entregarme por completo a ella.

El siguiente lugar fue con la hermana menor de mamá. Encantadora mujer. A pesar de que se rompió una pierna el primer día que estuvimos juntas no me culpó, decía que las coincidencias existían. Fue donde la pasé mejor, no quería irme, pero tuve que

Pasaron semanas y meses, hasta completar años: el tiempo tenía menos valor, carecía de significado. Una noche, entré a la Iglesia, me escondí entre las bancas, completamente inmóvil. Esperé paciente hasta que escuché las puertas cerrarse y vi todas las luces

Y comenzó mi viaje de casa en casa, yendo con los hermanos de mis padres. Sin embargo, algo en mi presencia les inquietaba, les desesperaba. Estando a kilómetros de mi pueblo natal, juro que escuchaba el repiqueteo de las campanas, como si me siguieran.


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apagadas. Subí las escaleras que conducían al campanario y me topé de frente con las tres campanas, que ahora estaban mudas, en completo silencio, durmiendo. Me quedé inerte frente a ellas, no dije nada, no me moví. Estaba ahí, era consciente de ello, pero tenía la mente en blanco, nada coordinaba, nada servía, solo mi respiración. Incluso tenía la vista un poco nublada, no veía más que sombras. Pasaban los minutos, uno tras otro, hasta llegar a este punto en el cual cuento mi historia. Comienzo a ver un poco de luz, se acerca el sol y aún estoy de pie frente a las campanas, sin hablar, únicamente recordando. Un aire extraño recorre mi cuerpo ahora que se acerca el amanecer, me estremece. No tengo miedo, más bien una sensación de vacío en mi estómago y una piedra atorada en mi garganta. Debo bajar, debo irme, no pueden saber que estuve ahí toda una noche, idiotizada por no-sé-qué. Alguien viene, lo escucho subir las escaleras. Me siento en el piso y doblo las rodillas hacia mi frente, haciéndome pequeña para que nadie me vea. Observo el rostro del sacristán que viene para anunciar la primera misa del día. Comienza a tocar y el sonido me parece tan lejano como si estuviera fuera de la iglesia. Esto no es normal ¿Qué me está pasando? Algo me está destruyendo la cabeza, miles de martillazos a la vez. No, no es el ruido, es algo dentro. ¡Sal de mí! El terror me posee por completo, no me interesa que me vean,

no puedo ni pensar. ¡Duele tanto! Un grito se escucha cerca. El hombre detuvo su labor, vi su rostro pálido y esa mueca deforme, como si estuviera viendo… ¡Me está viendo! Corre escaleras abajo, mientras grita y jadea. Nada tiene sentido en este momento, quizás nunca lo tuvo: el mundo que conozco comienza a derrumbarse dentro de ese torbellino que me eleva y gira de un modo decadente ¡No puede ser! ¿A dónde voy? ¿De quién es esa risa demente que se escucha? ¡¿De qué se ríe?! ¡¿Qué está pasando?! Frente a mis ojos aparece el cementerio, gris, lleno de calma, silencioso. Veo cientos de tumbas, rincones vacíos, espíritus juguetones corriendo de un lado a otro, levantando el polvo de los nichos. El hogar de la muerte estaba tan lleno de vida, pero nunca nadie se detiene para verlo; ahí están mis padres, mi abuela… Todas esas personas que en algún momento conocí y que ahora son parte de ese mundo adimensional, donde el tiempo parece congelado y donde no hay sufrimiento. Unos bailan, otros canturrean, algunos más pasean con toda calma entre las lápidas frías, caminando sobre los cuerpos, esas cáscaras que no sirven al final del camino. Cerca de los fantasmas de mis padres, quienes dan una vuelta al camposanto mientras van tomados de la mano, tan enamorados como siempre, vi una lápida que sería como cualquiera de no ser por el nombre que veo grabado en su superficie gris ¡Mi nombre! El torbellino regresa y me lleva a esa casa llena de polvo. Hay una foto con el cristal quebrado frente a las flores robadas hace unos


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días, las cuales ya comienzan a marchitarse. Pero no veo las flores desde donde esperan, las advierto desde el polvoso cristal, desde el gris que lo cubre. Esa era mi realidad. Todo lo que había pasado en estos años lo viví a través del marco de una fotografía que rodaba de casa en casa, pues mis padres no querían que estuviera sola, no querían resignarse a mi muerte. Las campanas comenzaron a sonar. Ahora lo recuerdo muy bien: mi muerte fue hace muchos años, antes que mi abuela y mis padres. No podían lidiar con la idea de mi ausencia y cargaban con un marco de madera que contenía la última foto que me fue tomada, antes de que ese camión me pasara encima, matándome al instante. Me hablaban como si estuviera viva: nunca creí que hubiera muerto, nunca lo imaginé, nunca lo pensé por un instante; me aferré a ellos como una sombra, dejándome ver de vez en cuando y alimentando sus falsas esperanzas; dejando que escucharan unos falsos latidos que cubrían esas campanas que tanto odiaba. Cuando mis padres murieron, mi fotografía se fue con sus

hermanos, para que no me quedara sola. La sombra de tristeza y muerte que cargaba los cubría y acarreaba la desgracia sobre ellos, hasta que, un día, decidieron dejar mi retrato en casa, en el olvido. Me sumo en la locura y grito mientras lloro y poco a poco se convierte en una especie de risa demente. Puedo oler la podredumbre de mi cuerpo que está enterrado en algún lugar de ese cementerio que acabo de visitar; mis ojos, mi piel, mis manos… Todo cae en decadencia absoluta: se consume al compás de las campanas y de mi risa, que infla mi pecho, un pecho que empieza a desvanecerse y se hace transparente al igual que el resto de mi cuerpo. Las campanas comienzan a sonar, llamando a la siguiente misa. Mis padres alargan los brazos para llevarme con ellos y escucho la voz de mi abuela: “Cuando suenen las campanas, sabrás que perdiste algo tiempo atrás. Cuando suenen las campanas, ya será tarde, ya será mucho después.” ¡Olvidé que estoy muerta!


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Cuervos Por Martha Brenda Hernández*

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u espalda pudo sentir la textura de las hojas que yacían sobre la tierra suspendidas en el color otoñal. Su delgado vestido atrapó su figura delgada; su palidez resplandeció entre la suave luz que bañaba el cielo. Se quedó ahí por horas, tranquila. La noche abrió sus fauces y devoró las estrellas; la neblina embriagó a los árboles despertándolos, abrieron los ojos para acompañarla en sus pensamientos y salieron cuervos de sus oídos. Ella suspiró, sacó un recuerdo de su bolsillo y lo arrojó a la oscuridad, los cuervos lo tomaron y desaparecieron en la penumbra. Se levantó y caminó a casa, sin miedos, regresó a sí misma.

Martha Brenda Hernández Martínez, seudónimo: Rosier de Luna. Vive en Cocula, Jalisco. Originaria de Villa Corona, jalisco. Licenciada en homeopatía, docente certificada en educación media superior. Alumna del taller Elias Nandino de Cocula, Jalisco. Ha publicado en diferentes revistas electrónicas e impresas: Fantastique, Factum, Espora, Papalotzi, Utopía (Colombia), El perro, Monolito y Morbífica. Participó en el libro Murmullos en el Silencio, cuentos y narraciones del cantón Cocollan. Y en el libro digital Historias de Familia celebrando el Bicentenario.


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La mujer en la

ciencia ficción Por Diego hernández*

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laticando en alguna ocasión con uno de mis profesores de la facultad, este me dijo que aquellas personas que gustaban de la ciencia ficción suelen tener bases bastantes firmes para dedicarse a la ciencia y en especial, a la nuestra: la física.

Con el paso del tiempo he reflexionado su comentario, en especial después de enterarme que el 11 de febrero se celebra el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia, y no sorprenderá a nadie cuando diga que, al menos en física, no son tan comunes las mujeres científicas. Aunque claro que las que hay y en su mayoría son excelentes investigadoras, docentes y divulgadoras. Retomando las palabras de mi profesor, me gustaría reflexionar acerca de cómo la mujer ha participado en la ciencia ficción, y a pesar de que me gustaría hacer un análisis detallado, por razones de tiempo y espacio, no podré hacerlo. Así que me limitaré a analizar algunos autores. No profundizaré tampoco en la corriente de la ciencia ficción feminista, que si bien no es algo que sea muy conocido por el público en general, sí es de relevancia dentro del género. * Diego Hernández estudia la carrera de física, donde ha descubierto que no estamos tan lejos de vivir en un mundo fantástico. Seguidor de Tesla, y en especial de Faraday, trabaja en la carrera incansablemente. Psicólogo de clóset, se debate entre Jung, Maslow y Fromm, aunque casi siempre al escribir se ayuda del primero.


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Arthur C. Clarke (Inglaterra, 1917 – Sri Lanka, 2008)

conformistas y banales. Dejan el trabajo de aventurero a los hombres.

Escritor y científico británico, en su obra se puede distinguir un tema que se repite a lo largo de la historia en novelas, cuentos y películas del género: quienes llevan toda la acción son los hombres (astronautas, embajadores, artistas, etcétera).

En 2001: Odisea del espacio (1968), otra de sus obras más importantes —la cual fue dirigida por Stanley Kubrick en su versión cinematográfica en 1968—, pasa exactamente lo mismo: las mujeres terminan prácticamente nulificadas.

En uno de sus libros más famosos, el clásico El fin de la infancia (1953), los personajes principales son los Overlord, o como se tradujo al español, Los Superseñores —en masculino— y, al parecer, todos ellos machos. En dicha obra, los machos humanos no se quedan atrás, son ellos los innovadores, los que no se conforman, al grado de arriesgar la propia vida. Las mujeres, por otro lado, parecen más

¿Por qué esta actitud de Clarke hacia las mujeres? La respuesta puede estar en el detalle más notorio: el contexto social en el que vivió. Cuando Clarke escribía El fin de la infancia, la primera ola del feminismo era ya un recuerdo añejo, y para la segunda ola faltaban más de diez años. Clarke creció, pues, rodeado de la Gran Guerra. Siendo instructor de radar observó que los aventureros —los valientes— eran los hombres. Las mujeres se desenvolvían en otro frente más pasivo. Lo mismo le sucede en la ciencia. En su tiempo, el porcentaje de mujeres estudiando una carrera de ciencias duras, tales como física o matemáticas —las que Clarke cultivó—, era prácticamente cero. Para aquel tiempo y, por qué no decirlo abiertamente, también para la época, se consideraba que una mujer no tenía el desarrollo cognitivo suficiente para poder entender algo tan complejo como la mecánica cuántica, o la teoría de espacios de Hilbert. A pesar de lo anterior, no se puede negar que Clarke fue un visionario en muchos sentidos, lo cual volcó en su literatura; sin embargo, a la hora de tocar el tema de la mujer, Clarke no


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pudo más que llevar a cabo una calca de su contexto inmediato. Isaac Asimov (Rusia, 1919 – Estados Unidos, 1992) Muy buen amigo de Clarke fue Isaac Asimov, escritor y bioquímico de origen ruso, considerado como uno de los grandes en la ciencia ficción. Al hablar de Asimov y las mujeres viene inmediatamente a la mente su principal personaje femenino, y uno de los más populares de su universo: la doctora Susan Calvin. Tal personaje aparece en el libro de cuentos Yo robot (1950), publicado en el mismo tiempo que El fin de la infancia de Clarke. En esta obra, Asimov desarrolla un personaje por completo diferente a los de Clarke, al menos en lo referente a la ciencia. La doctora Susan Calvin es especialista en robopsicología. Si bien parece un alter ego de Asimov, Calvin tiene momentos de autenticidad que son propios de ella. Es una científica en todo el sentido de la palabra, con su propio carácter, protagonista de varios cuentos del autor. Aunque hay un detalle que analizar: la doctora es especialista en la mente y comportamiento de los robots; es una fundadora de la nueva ciencia. Cabe anotar que la robopsicología es una de las ramas de la psicología donde se pueden encontrar más mujeres hoy en día. En el caso que retrata Asimov con Calvin, el autor parece indicar que ella no es lo

suficientemente buena en el área de la electrónica como para poder crear el cerebro positrónico, pues para la época tal privilegio recaía en un hombre. Susan Calvin podrá ser la fundadora de su propia ciencia, pero en este discurso que nos da Asimov se puede leer entre líneas algo terrible: las mujeres no pueden competir en la ciencia que hace el hombre. Por ello, es mejor que creen su propia ciencia, acorde a sus habilidades, parece decir el escritor. También, dentro de los cuentos de Asimov, en algunas ocasiones los robots, esas criaturas tan masculinas —El hombre bicentenario1— roban el protagonismo a la doctora. Susan Calvin podrá ser una genio, 1 Relato originalmente escrito en 1976 para una antología conmemorativa al bicentenario de los Estados Unidos que nunca fue publicada.


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pero hay momentos en los que pareciera carecer de importancia en pos de algo más. Como en la serie de cuentos de Yo, robot, en donde en el relato inicial, el narrador cuenta la biografía de la doctora, donde comenzamos a creer que ella será la protagonista humana del libro, hasta que en los relatos siguientes los protagonistas son Powell y Donovan — además, pues, los mismos robots— u otros personajes masculinos, mientras que ella sólo forma parte de algunos cuentos, rodeada de hombres y robots. Otro ejemplo, un poco más complejo está en el relato Embustero, de la misma colección, relato que nos habla, a grandes rasgos, de un enigma en el que está involucrado un robot, Calvin es la responsable de resolver el enigma, aunque esto se narra de manera que no pareciese un gran logro — al menos a mi parecer—. Orson Scott Card (Estados Unidos, 1951) En la misma situación se encuentra Valentine Wiggin, de El Juego de Ender (1985). Orson Scott Card, escritor estadounidense de ciencia ficción, la retrata como otra genio mas, no lo suficiente buena como su hermano menor Andrew, quien es el principal protagonista del libro. Es cierto, su hermano Peter está en la misma situación, pero hay un detalle que los hace diferentes: Peter, con el paso del tiempo, crea su propio mito, algo que no hace Valentine. Más aún, ella es un personaje un tanto voluble, que sigue la voluntad de su hermano mayor hasta que su hermano menor la rescata. Lo que da pie para interpretar que para Scott Card, la mujer, muy a pesar que pueda desarrollar una inteligencia innata,

jamás podrá mostrar la suficiente madurez como para tomar sus propias decisiones. Esta imagen se refuerza en Novinha, xenobióloga amante secreta de Libo, uno de los personajes principales. Mujer presa del destino, incapaz de poder aceptar abiertamente sus sentimientos y quien, siguiendo a un hombre, termina siendo retratada como una infiel. Scott Card también carga el gran peso de su contexto social. Aunque bastante más actual que Asimov y Clarke, vive en el mundo donde la mujer debe ser guiada por el hombre. Algo que es muy complicado de tratar — sobre todo para ser políticamente correctos— es su religión. Practicante del mormonismo, una religión que va en íntima relación con los valores ultra conservadores de Estados Unidos; no resulta tan extraño, bajo esta óptica, darse cuenta del papel que Scott Card da a la mujer. Tampoco es raro encontrar roles de madres en las mujeres que esboza Scott, siendo ello una cara más de la misma moneda. Por ejemplo, retrata casos en donde una mujer es guiada por un hombre, por inercia tiene que formar una familia, donde ella será la amorosa madre. En el caso de que tal sueño no logre cumplirse, la mujer, si es buena, debe de encontrar una forma de verter estos sentimientos de maternidad. En la opinión de Scott, se debe regresar a los valores tradicionales de los años sesenta pero con ello, regresar a la mujer a su papel de aquellos tiempos.2 2 Fuente: http://www.deseretnews.com/ article/700028608/LDS-author-cited-for-publicservice-from-BYU-society.html


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Siguiendo con este concepto de maternidad en la ciencia ficción, pasemos ahora al Dune (1965) de Frank Herbert, famoso escritor del género. En la novela es muy clara la referencia a la historia de Jesús y la sagrada familia. Herbert repite, entonces, el patrón de Clarke: los hombres son los aventureros, las mujeres no. Ellas deben quedarse en casa a criar hijos. Aunque a diferencia de Scott, él da otra alternativa a las mujeres: la de ser santa, una virgen pura, intachable, de alguna manera alejada de todo el mundo terrenal que les rodea. Alia Atreides es el claro ejemplo de ello. El mundo de Herbert es una copia muy bien realizada del mundo romano; como ocurre en este, en muchas ocasiones

las mujeres terminan convertidas en un bien material y no son vistas ni siquiera como personas. Este es el caso de la Princesa Irulan, quien está prometida a Paul —y no porque él quiera estar con ella, ya que ni siquiera le atrae como mujer—, quien tiene como único fin el llegar al trono del imperio, esto en la segunda entrega de la saga, “El mesías de Dune”.

Otros autores más en torno al tema Otro imperio famoso en la ciencia ficción, dentro del mundo cinematográfico, aunque para muchos mal establecido en el género, es el de la franquicia de Star Wars (1977), dirigida y escrita por George Lucas (1944). El personaje femenino más sobresaliente es, sin dudarlo, la princesa Leia. Algo que comentar es el inicio de la primera película: la princesa Leia es raptada y debe ser rescatada por un caballero


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Jedi. Tema que George Lucas sacó de los relatos de caballería —y de todo el universo samurái en el que se basó—; sin embargo, esta idea, la de la damisela en peligro que es rescatada por un caballero, tampoco es nuevo, ni poco usual en la ciencia ficción. Muchos autores la explotan, algunos con tanto tacto, que no es visible en una primera lectura de sus obras. Por poner ejemplos rápidos, Larry Niven la explota en El mundo anillo (1938); Greg Bear (1951) la utiliza también en La radio de Darwin (1999) y Poul Anderson (1926 – 2001) la explota al máximo en La nave de un millón de años (1989). Lo usa también Harry Harrison (1925 – 2012) en ¡Hagan sitio, hagan sitio! (1966). Lo anterior también es válido para otra de las sagas cinematográficas más importantes del género: Terminator, dirigida por James Cameron (1954) y coescrita por el mismo Cameron y William Wisher Jr. . La primera

de ellas, de 1984, nos habla de Sarah Connor, mujer cuyo destino es dar a luz al salvador del mundo —una historia ya conocida— y que debe ser rescatada de un androide del futuro; sin embargo, para la segunda entrega de la serie (1991), el papel de Sarah Connor da un giro, convirtiéndose en un personaje a la altura de las circunstancias. Esto lo vemos en su primera aparición en esta película, al ser la única en hacerle frente al exterminador, esto a pesar de estar en un instituto psiquiátrico. Caso similar en la película Alien (1979), dirigida por Ridley Scott (1937), donde Ellen Ripley es la única capaz de hacerle frente al xenomorfo. Pues bien, la ciencia ficción es muchas veces el preámbulo de vocaciones científicas —como dijo mi profesor—; alejar a las mujeres de ella, termina de alguna forma, alejándolas también de la ciencia… además de que nos quita un gran público.


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Libro

rosicler

Por Juan Daniel José Nieto*

L

a noche escampa y sólo se oye el estertor del agua sucia al desembocar en la alcantarilla. Los árboles gotean. Tus perros aguardan con la panza vacía, olfatean el portón de tu casa, esperanzados en los huesos que guardas en el carrito de la basura. Se alegran con el trote de las ruedas, ya te ven llegar con tu uniforme anaranjado; cabizbaja, cada vez más delgada y cetrina, con la tos seca de siempre, fingiendo una sonrisa para ellos. Entras a la casa. Te pones las chanclas dispuesta a bañarte, sólo que no hay agua caliente. Eso te saca de quicio, corona una jornada por demás pesada. “Qué bueno que no tengo hijos”, dices, “de otro modo me hubiera desquitado con ellos”. Aún eres joven, sin embargo tu cuerpo refleja lo contrario y tu alma se ha resignado: naciste sola y sola te morirás. La enfermedad y la muerte arribarán pronto, así que mejor es concentrarse en el trabajo, única cosa que obnubila tu tedio.

*Juan Daniel José Nieto nació el 20 de noviembre de 1995 en el Estado de México. Actualmente cursa la licenciatura en Filosofía en la UNAM. Simpatiza con las ideas marxistas y nietzscheanas, además de considerarse vegetariano. Su pasión por las letras lo ha orillado a incursionar en el cuento y la poesía.


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Para la mayoría, el empleo de barrendera es una labor despreciable —basta mirar su asco, se apartan de ti como si encarnaras la basura, olvidando la procedencia real de la misma—, aunque tú eres optimista. Te emocionas incluso con lo que encuentras: billeteras, anillos o pulseras, colchones desvencijados, espejos y lavabos rotos, televisores descompuestos, etcétera. Hoy, por ejemplo, traes un libro oblongo. Te llamó la atención el color rosicler de su portada, semejante al que viste en el aparador de una tienda cuando eras pequeña. Ya es muy noche para leer, desde hace tiempo tus anteojos perdieron el aumento necesario; no obstante, te animas a darle una hojeada y quedas atrapada por lo que la protagonista dice: la existencia es un relato fantástico y el ser pensante su artificio. De repente lees y lees sin detenerte, la luz del foco no ayuda mucho ni tampoco el ladrido de los perros, pero de forma paulatina tus oídos se cierran y no escuchan otra cosa que el diálogo propio con los personajes; poco a poco tu sexto sentido se afina y percibes con viveza las expresiones, los escenarios y los sentimientos. No cabe duda que el libro es muy extraño, pues al final de la primera, segunda y tercera partes tiene hojas en blanco, invitando al venturoso lector a modificar la trama de la historia. No solo eso, el libro ni siquiera posee nombre, mucho menos editorial o año de edición. Tal vez por esta razón te gusta tanto. Además, no pasemos por alto el aroma y el polvo en su interior. La primera parte trata de la penosa

situación de una señora provinciana llamada Hermila de la Rosa, quien tuvo once crías, de las cuales fueron abandonadas cuatro niñas en un convento, el cual no se daría abasto y cerraría. En determinado momento, atosigada por voces distorsionadas en sueños y ruidos raros en su morada, la señora regresó por ellas, y al no saber nada de su paradero se hundió en la melancolía. Su alma parecía condenada al tormento cuando, en una visita rutinaria a la iglesia, reconoció en los ojos de un grupo de monjas a sus hijas y corrió a abrazarlas. La segunda parte refiere la vida de Ángeles, una de sus hijas. Dejó los hábitos porque un impulso mundano la trastocó. Salió sin ningún centavo, aunque ya el destino había confabulado para que, mediante la prostitución, conociera a su futuro marido. Este era un macho en toda la extensión de la palabra, por eso Ángeles, al notarse encinta, efectuó su plan: cambió las gotas para el insomnio de su esposo por un veneno especial. El acta de defunción registró un infarto, así como la posibilidad de cobrar la cuantiosa herencia. En este instante tu necesidad de usar la tinta surge. Escribes tendida, sin escrúpulos; cualquiera creería que eres la autora original de la novela. Por divertimento haces sufrir a la codiciosa Ángeles. Cierto día, acompañada de su abogado, exige tomar posesión de la riqueza, llevándose una sorpresa. Le informan que las cuentas bancarias de su difunto marido yacen en manos de la policía, pues se había demostrado que provenían de fuentes ilícitas, e incluso la casa, los coches y los negocios iban a ser expropiados. Por si fuera poco, en la


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escena del parto le asignas tremendos dolores, cuyos estragos culminarán en su muerte. Pero salvas a la bebé que, por diversos factores, una pareja humilde recoge de la basura. A la señora Hermila le tienes lástima, puedes trazarle un final dichoso; sin embargo, piensas que es conveniente jugar otro rato con ella. Apenas ésta se aproximó a sus hijas con los brazos extendidos, el telón de la cruda realidad se alzó, y notó una serie de estatuas en su lugar. Sobrevinieron entonces las voces, los llantos, los ruidos tétricos. La angustia la devoraba cada que imaginaba una sombra a sus espaldas, por lo que se sentía acechada en la oscuridad. La señora Hermila añoraba descansar, y así lo concretó en el párrafo donde la empujas a las entrañas del mar. Ahora batallas con el sueño. En menos de dos horas tienes que salir a trabajar, a dejar bien limpias las calles para que personas inconscientes las ensucien de nuevo y tengas que repetir el círculo por el resto de tu vida. Tu vista termina por leer la tercera parte, sólo que el agotamiento provoca los saltos entre líneas y el nulo entendimiento del contenido. Mecánicamente escribes el final para la novela, escribes y escribes, y las letras no se entienden ni llevan orden. Por fin, sosteniendo en tu regazo el libro rosicler, el cansancio te postra en el sillón. Luego despiertas de golpe, empapada en frío sudor. Mientras el amanecer despunta, te alistas y sales.

A zancadas manejas tu carrito de basura. Los ojos te arden y tus oídos filtran un zumbido, tu boca está seca y las extremidades carecen de fuerzas. Una y otra vez balanceas la escoba. Hacia mediodía tu carga va llena pero te atreves a echarle encima una bolsa negra, como no pesa te da curiosidad y la abres. Parecen documentos y fotografías. Observas intrigada tres fotos: la primera es de una anciana, la segunda de una muchacha y la tercera… ¿Es tu fotografía de niña? Ignoras qué sucede. Tu sistema nervioso está petrificado. Te aterra ver que sus facciones son idénticas: la mirada holgada, el cabello ondulado, la nariz respingada. “¡El libro rosicler!”, escapa de tus dientes. La sombra de las nubes te cubre, el viento arrasa y gime un eco: ellas son tu verdadera familia, tú las creaste, tú las asesinaste... Entonces te martillea una última frase en la cabeza: cada quien es autor de su existencia y, a su vez, la existencia cincela tu destino: ¿acaso no es lo fantástico? En medio de una lluvia de piquetes en las sienes, de alaridos en la conciencia, de pasos estremecedores alrededor, de un terrible dolor, de una cruel incertidumbre, te emerge la pregunta: ¿qué rayos escribiste en la tercera parte? El mundo gira sin parar y caes sobre el borde de tu carrito, deseas ir por el libro y destrozarlo, mas tu aliento se diluye.


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Entrevista

Provocaciones de

Edmundo Santamaría Por LA REDACCIÓN

Voy de atrás p’adelante: me encantaría decir que soy licenciado en artes visuales, pero no. Sí fui a la escuela, pero ni diré cuál fue, porque entré por influencias y no hice examen. Llegué dos o tres meses después y p’acabarla de amolar, no asistí casi nunca. Entonces pinto, dibujo e ilustro por obra de la divina gracia. Así nací: dibujólico y con el síndrome de mano inquieta y ojo observador”. Con estas palabras comienza describiéndose Edmundo Santamaría —o Mundo, como le llaman sus más cercanos—.


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Ser casi el menor de una familia de once marcó su rumbo, dice, pues gozó de los mimos y cuidados de los mayores, aunque también de sus regaños y constantes reprimendas. De niño y adolescente se describe como un muchacho inquieto, lo que no le ayudó a su perseverancia en los estudios. Pero le gustaba dibujar, siempre estaba haciendo caricaturas y retratos de cualquiera que se le pusiera enfrente. Por ello, su línea se fue marcando hacia esa meta. “Ya antes había tenido experiencias profesionales gracias a que mi padre tenía una revista y me invitaba a participar. También mi hermano mayor fabricaba artículos de regalo y yo le hacía los motivos que estampaba y luego, como consecuencia, otros comerciantes de ese tipo de cosas también me daban trabajo”, recuerda. Sin estudios, pero con un gran don, comenzó a trabajar profesionalmente hasta que una de


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sus hermanas —la menor de los once, quien es diseñadora gráfica—, lo invitó a unirse a su equipo en un despacho de diseño. Fue ahí donde realmente empezó su carrera formal como ilustrador.

Influencias y símbolos De niño inició leyendo las historietas de Kaliman, Supermán, Batman y Tarzán, lo que lo llevó a desarrollar un gusto particular po el tipo de dibujos de sus viñetas, así como de los diálogos y aventuras que enfrentaban los superhéroes. Edmundo se confiesa admirador de los muralistas mexicanos, Diego Rivera y Alfaro Siqueiros, y por “un tiempo de las pinturas de Dalí”, aunque “ahora ya no”. Dentro de los ilustradores, llama obsesión fuerte lo que sentía por el trabajo de Frank Frazeta y, actualmente, por Boris Vallejo y Helguera. “Ahora hay mucho pintores que me gustan, pero mis favoritos son esos que su trabajo es una obra de arte con una enorme influencia de caricatura”, asegura. Y aunque teme la crítica de los expertos, les pone nombre a estos artistas a quienes evoca en sus propias ilustraciones: Botero, y el segundo Modigliani.

La obra de Santamaría es variada tanto en técnica como en estilo, esto debido a que el trabajo de ilustrador muchas veces va marcado por la línea que le dicta una casa editorial, la cual solicita trabajos muy específicos donde la libertad del artista muchas veces es frenada. Por esta razón, entre sus tantos dibujos podemos encontrar retratos realistas; caricaturas grotescas o seres fantásticos que existen solo en la mente del ilustrador. “Cuando ilustro, trabajo estilos y temas sobre pedido. Cuando pinto, no. Lo hago por puro placer y juego, pero el juego de una mano educada, un ojo adiestrado y un intelecto influenciado por el oficio de ilustrar. Lo digo porque difícilmente embarro un color sin pretender que tenga sentido. Procuro que sea casi imposible que trace sin que mi dibujo signifique algo”, nos cuenta. No obstante, dentro de lo que se podría llamar recurrente en su obra, son los “encajonados”, una serie de dibujos de hombres y mujeres encerrados en cajas diminutas, los cuales al observarlos —según el tipo de espectador— te llevan a sentir una especie de ansiedad, combinada con humor, curiosidad y hasta un poco de morbo. Ante nuestra pregunta de por qué encajonar a sus personajes de esta manera, nos responde que ha recibido críticas a ello, —incluso de quienes quieren hacerse los psicoanalistas—,


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las cuales le dicen que es un pretexto para encontrar en él miedos, traumas, deseos de liberación, etcétera. “Es cierto que encajono a mis personajes; me gusta hacerlo, lo disfruto y me da pretexto para trabajar claros y oscuros. Me regala la posibilidad de hacer algo distinto a mis ojos. ¿Por qué inicié a encerrarlos? Yo diría que son momentos en que yo me convierto en escuincle, y solo me divierto”, afirma.

Obsceno, subversivo y provocador Para este peculiar artista, dibujar a la mujer es un placer. Las dibuja como sea: gordas, chaparras, bonitas, feas, desnudas o irreales y fantásticas; el universo es amplio al respecto. En cuanto a si ve a la mujer como un ser enigmático, motivo para llevarla a su lienzo, contesta que no, sino simplemente es un ente de inspiración. “No intento comunicar nada en especial sobre la mujer. Es la mujer el motivo que me inspira y el elemento que sirve para hablar de diferentes cosas”, explica. Los desnudos no son comunes, ni de los que otros llaman “artísticos”, donde se solo se presume un pene o una vagina; a diferencia de este querer aparentar, en sus ilustraciones se ve todo, aunque de una manera graciosa, a la vez que subversiva y obscena. Porque Edmundo parece querer provocar y es aquí donde le hacemos la pregunta incómoda de si su pintura es grotesca por convicción propia.


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Asegura que al pintar es natural y el intelecto solo lo usa en su experiencia al trazar, pincelear y decidir los puntos de luz, por ejemplo. Sin embargo, su naturalidad al dibujar este tipo de motivos se ha destacado más por su personalidad que desde niño lo ha caracterizado, así como de su interés por “bromear con las nalgas, chichis, penes y vaginas”. “Hay gente que hipócritamente lo ve mal e incluso me han tachado de pornográfico y sucio... Y chance y no se equivocan”, confiesa y ríe. “Pero, primero que nada, me importa un cacahuate. Segundo, es una mentira que si se

abordan esos temas, sea por hambre sexual y seas un pervertido”, añade. Enfatiza que recuerda siempre tener la intención de contar lo que otros no se atreven, “querer develar, sacar de la oscuridad, de lo privado, un tema que ocultan sin que yo entienda la razón. A esos que se espantan de tocar el tema, los satisfago con regalarles títulos hipócritas. Eufemismos payasos”. En relación a nuestra temática de Fantastique Núm. 1, nos acercamos a su serie de “Sirenas”, ilustraciones digitales de mujeres con el pecho desnudo, así como con yelmos que protegen su cabeza por alguna razón. Según nos cuenta, la inició en Italia, donde vivió por un tiempo, y lugar al que regresa de vez en cuando por tener a su hijo y familia viviendo allá. “Un día escribí un cuento y lo ilustré; se trataba de una sirena xochimilca”, nos cuenta, “y me


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imaginé a este ser mitológico dando paseos por los canales de Cuemanco”. Aunque no recuerda mucho el cuento que traspapeló en una de sus mudanzas, las sirenas persisten en la me-moria del observador gracias a la página de seguidores que mantiene en Facebook y donde podemos ver este y otro tanto de su trabajo como artista, diseñador y pintor: https://www.facebook.com/ ilustrasage A nuestra pregunta de en qué anda ahorita, nos dice: “Dibujo y pinto. Además, voy eventualmente

a jugar futbol, porque es una pasión que me atrapó de por vida... Pero esa es otra historia. Me cambié de casa y estoy en pleno acomodo de mis tiliches”, concluye.


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Edmundo Santamaría es ilustrador, diseñador, pintor y, eventualmente, incursiona como escritor. En el año 1995, publicó Los Jolmes, ganador al mejor cuento ilustrado para niños. Actualmente, además de su constante trabajo como dibujante, está iniciando una sociedad con sus hermanos en la que ofrecen todos los servicios de una editorial: investigación, periodismo, asesoría, diseño, formateo, producción, impresión, ilustración, corrección de estilo y traducción.


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HECHOS BOTANA: MUJERES EN LOS NOBEL De 1901 a 2015, 874 laureados y 26 organizaciones han sido galardonados con el Premio Nobel, de los cuales uno que otro individuo ha sido premiado más de una vez —entre ellos, la científica Marie Curie—, por lo que quedan 870, de los que solo 48 han sido mujeres. En serio, aún faltan muchas para emparejar la cifra. ¿Se animan, chicas?

Entre las mujeres ganadoras del Nobel, la primera en abrir camino fue la célebre Marie Curie, quien se llevó dos veces el importante galardón: Física en 1903 (junto a su esposo Pierre Courie y Antoine Henri Becquerel) y Química en 1911. En cambio, sólo una mujer ha ganado el Nobel de Economía: Elinor Ostrom en 2009.

En edades también hay diferencias, mientras que la mujer más longeva en ganar el Nobel fue la novelista británica Doris Lessing a los 87 años —Premio Nobel de Literatura en 2007—; Malala Yousafzai ganó el Premio Nobel de la Paz en 2014 cuando apenas teníìa 17 años; convirtiéndose en la persona más joven en recibir dicha distinción por su lucha contra la supresión de niños y jóvenes, así como su derecho a tener educación.


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Por Nessie Zeta*

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lo largo y ancho de la historia, mujeres notables han trascendido por su labor en diversas disciplinas. En algunas épocas han visto apagado su potencial debido a las ideologías que se tenían. Por fortuna, ya tiene un rato que no es así y las mujeres tenemos las mismas posibilidades que los hombres: estudiar, publicar textos, decidir por nosotras mismas, invitar chic@s lind@s a salir, pagar nuestra cuenta, etcétera. Por esa misma razón, les traigo unos datos para romper el hielo, o de plano para que los compartan con sus amigos, vecinos y familiares. Además, les traigo un final inesperado que estoy segura será de su agrado.

PLATO FUERTE: MUJERES EN LA LITERATURA Estos son tres datos de mujeres literatas: 1. Virginia Woolf padecía de continuas depresiones. La primera ocurrió tras la repentina muerte de su progenitora en 1895, cuando apenas tenía 13 años de edad. Dos años después, sufrió otro periodo de tristeza por el fallecimiento de su hermana Stella. Sin embargo, algunos eruditos aseguran que las crisis nerviosas que padecía se debieron a los abusos deshonestos de los que fue víctima por parte de sus medios hermanos. Sea cual haya sido la razón de sus tristezas, esta talentosa mujer se suicidó tras llenar los bolsillos de su abrigo con piedras y lanzarse al río Ouse, donde finalmente se ahogó. Su cuerpo fue encontrado el 18 de abril de 1941 —diecisiete días después del desafortunado incidente— e incinerado bajo un árbol en Rodmell, Sussex.

* Nessie Zeta es una chica multifacética que volvería loco a cualquiera en sólo un día: bajista, guitarrista, cantante, escritora y fotógrafa/dibujante de ratos libres. Comenzó a leer y escribir a los 4 o 5 años de edad. De gustos bastante excéntricos, ha confesado que escribe la mayoría de sus textos en el cementerio de la ciudad y que dicho lugar es el favorito para pasear y pensar.


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2. Durante la época de Jane Austen no existía un sistema educativo propiamente dicho, y la educación de los niños se llevaba a cabo ya sea en las escuelas dominicales, o bien en las familias pudientes y más educadas, a través de una institutriz y tutores. Existían algunas “escuelas para damas” que gozaban de mala reputación, pues la educación que se recibía allí era deficiente. También era común el mandar a los hijos varones a vivir a la casa de un tutor que se hiciera cargo de su enseñanza. Creciendo de esta manera, podemos pensar que Austen fue una mujer muy instruida para su tiempo. En últimas noticias, la autora resucitó y escribió el guion de Orgullo y Prejuicio y zombies… Ok, eso no es cierto, pero lo que sí es seguro es que debe estarse retorciéndose en su tumba a causa de ello.

3. Agatha Christie fue una escritora inglesa especializada principalmente en el género policial, aunque también tuvo algunas obras en el género romántico. Sus 79 novelas y decenas de historias breves fueron traducidas a casi todos los idiomas —100 aproximadamente—, siendo incluso adaptadas para cine y teatro. Christie recibió múltiples reconocimientos y honores, entre los que se encuentran: el Grand Master Award de la Asociación de Escritores de Misterio y la designación como Comendadora de la Orden del Imperio Británico por la reina Isabel II. La venta de sus novelas alcanzan una cifra que sólo es equiparable a la obra de Shakespeare.


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POSTRE: ESCRITORAS CONTEMPORÁNEAS (A MODO DE CRÍTICA PERSONAL, SIN AFÁN DE OFENDER) Empezamos con J.K. Rowling, creadora de Harry Potter, Lord Voldemort, Hogwarts —algún día llegará mi carta— y todo el mundo mágico relacionado con él. Rowling, además de ser una prominente escritora, es — dicen—, una excelente persona —recordemos la interacción en Twitter con sus fans, dando respuestas a nuestras teorías sobre el mundo de Harry Potter e incluso consejos personales, las cartas de agradecimiento que no han quedado sin respuesta y la labor altruista que lleva desde hace varios años, filtrada por uno que otro paparazzi—; aunque últimamente me ha decepcionado un poco con esa extraña cesión de derechos para seguir haciendo película tras película y que sus miles de fans sigan yendo a las salas de cine —como ocurre actualmente con Star Wars, pero ese es tema de otro día—.


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Stephanie Meyer creó a los Cullen —y también a miles de adolescentes que querían vampiros resplandecientes que fueran vegetarianos, cero gluten, sin grasas ni conservadores artificiales— y hombres lobo —en realidad metamorfos, ya que se transforman a voluntad—, idénticos a Taylor Launter. La traigo a colación, porque gracias a ella llegó la señora amante del porno: E. L. James —como sabemos, gracias a las declaraciones de la misma Erika, 50 sombras de Grey nació como un fanfiction sadomasoquista bondage de Crepúsculo, titulado originalmente Master of the Universe, publicado en sitios Web especializados y bajo el seudónimo de Snowqueen’s Icedragon; luego creó su propia web; después extendió la historia; tuvo oportunidad de publicar; muchas mujeres lo compraron y leyeron— hecho que puso a los bomberos a trabajar arduamente liberando parejitas cachondas que intentaban copiar las posiciones realizadas por Christian Edward Grey Cullen.

Suzanne Collins nos dio a Katniss Everdeen, Peeta y a ese Panem ansioso de ver una historia de amor juvenil mientras se desarrolla una guerra civil —perdón, ansioso de ser libre— y Verónica Roth, aquella escritora que le dio trabajo en la adaptación al cine de su “obra original nada parecida a Los Juegos del Hambre” —sí, esa que estás pensando… ¿no se te ocurre? Ok, Divergente— a Shailene Woodley en el papel de KatTris Priorerdeen… O Beatrice Prior, o como se llame la Katniss número 2. ¡Vamos! Ambas historias empiezan con ellas a los 16 años —se enamoran pero no se quieren enamorar—; tiene un contexto político; se desarrollan en un Estados Unidos futurista y caótico que es regido por una dictadura y de ellas “depende” el futuro de esa gente a la que conocen y quieren. ¡Vaya, creo que debo rescatar a J. K. Rowling de este lugar!


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Protagonistas y antagonistas en

El fuego verde

Por Gerardo Barajas-Garrido* Mejor es el que tarda en airarse que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad. – Proverbios 16:32. La Biblia

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n este artículo examinaré el proceso de maduración de Luned, protagonista de la novela El fuego verde de la autora mexicana Verónica Murguía, y la función que ejercen en tal proceso los antagonistas contra quienes debe enfrentarse esta heroína. Primeramente se dará una breve síntesis de la historia de la novela; posteriormente, se ofrecerá una breve definición de los arquetipos del protagonista – así como de una de sus concreciones específicas, el héroe – y del antagonista. Tras esto se hará un análisis conjunto de los dos primeros arquetipos tal como aparecen en El fuego verde. Finalmente, se explorará el arquetipo del antagonista en el mismo texto. El fuego verde, cabe añadir, ha visto su segunda edición en febrero de este año. Además, Verónica Murguía, elogiada por el mismo Carlos Fuentes, es la ganadora del premio internacional Gran Angular 2013 por su novela Loba.

* Gerardo Barajas-Garrido es actualmente Coordinador Pedagógico del Departamento de Español en Ottawa, Canadá, así como profesor de lengua y literatura. Este artículo es un fragmento de su tesis de doctorado (De la maravilla-ficción de fantasía al surrealismo fantástico: una nueva genología – ilustrada en la narrativa mexicana, 1900-1999).


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Para una explicación detallada de las definiciones y conceptos de teoría literaria empleados en el presente artículo, el lector puede remitirse a mi tesis doctoral De la maravilla-ficción de fantasía al surrealismo fantástico: una nueva genología – ilustrada en la narrativa mexicana, 1900-1999, en una porción de la cual este artículo consiste. Síntesis de la historia En muy pocas palabras, El fuego verde es una novela corta en la que la heroína de la misma, nombrada tras el astro lunar, Luned, y quien vive en un pequeño pueblo casi perdido en el vasto bosque medieval de Brocelandia, donde pasa de niña a mujer. Este proceso acaece gracias a una serie de aventuras que tienen lugar en tres contextos diferentes: en su bosque, al cual ella está tan unida y lo conoce tan bien que es una más de sus creaturas; en una ciudad llamada Corberic, en donde la niña del bosque conoce lo cruenta que puede ser la realidad; y en el reino mágico de Faërie, al que huye y en el cual se enfrenta a la Fata Titania, su mayor desafío, para luego retornar a su realidad transformada en mujer. Arquetipos del héroe, protagonista y antagonista A partir de las definiciones del término “héroe” que se encuentran en los diccionarios de María Moliner, el Oxford English Dictionary y la Real Academia Española, complementadas y expandidas por las investigaciones de Carl Jung, en Símbolos de transformación, y

Arquetipos e inconsciente colectivo, y las de Joseph Campbell, en El héroe de las mil caras —así como la entrevista que Bill Moyers le hiciera a Campbell en El poder del mito—, el arquetipo del héroe se entiende en el presente artículo como aquel ser —u objeto— que presenta tres rasgos distintivos. Estos son: a) puede tener capacidades, o características altamente desarrolladas o superiores a las del resto de sus congéneres; b) logra llevar a cabo proezas o tareas que otros individuos no son capaces de realizar; c) sus actos tienden a beneficiar a otros individuos y/o a la sociedad. El protagonista y el antagonista, por su parte, se presentan como arquetipos a causa de la función que el patrón de sus acciones ejerce en el relato. De esta manera, el arquetipo del héroe se puede investir como protagonista o, incluso, antagonista, dependiendo de la función que sus acciones tengan en la historia relatada. Así pues, pese a ser el protagonista y el antagonista cada uno un arquetipo en sí mismo, siempre se encarnan en un individuo que puede a su vez tener sus propias características arquetípicas preexistentes. Contemplar los arquetipos del protagonista y el antagonista de esta manera se acerca a lo que Vladimir Propp en su Morfología del cuento (91-92) ha denominado “esferas de acción” de los personajes; o a lo que A. J. Greimas en su Semántica estructural: investigación metodológica (276-77) ha llamado el nivel de “los actantes”. Sin embargo, el protagonista y el antagonista se conciben en el presente artículo, ante todo, como arquetipos.


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Cual sucede con el arquetipo anterior, el en un momento especial, intenso, cual si el del protagonista se define en este texto, con cosmos mismo sangrara junto con la madre base en las definiciones de este término dadas de la niña al darla a luz, marcándola como por los diccionarios ya mencionados y la alguien fuera de lo común y en comunión con obra antedicha de Greimas, como aquel ser u la naturaleza que la rodea y, en consecuencia, objeto, o aquellos seres u objetos, que realizan proclive a una estrecha e íntima relación con las acciones principales y más relevantes ella. Y así es. Luned crece para convertirse en en una historia. El protagonista ejerce el rol la “niña del bosque” (8) —título del capítulo central en el curso de un relato y sus acciones en el que se da cuenta del origen de Luned—, tienen como finalidad, habitualmente, la una chiquilla temeraria que se pasa las horas vagando por la foresta, consecución de un aprendiendo de ella y objetivo, por más convirtiéndose en una nimio y cotidiano Luned nace en un momento más de sus creaturas. que sea. especial, intenso, cual si el cosmos Esta educación salvaje Por último, la nomismo sangrara junto con la y natural le otorga ción del arquetipo del madre de la niña al darla a luz, capacidades superiores antagonista se concibe marcándola como alguien fuera a las de sus congéneres; en el presente trabajo, nadie conoce el mundo de lo común y en comunión con nuevamente a partir natural tan bien como la naturaleza que la rodea. de las definiciones lo conoce Luned ni de “antagonista” de es capaz, por ende, María Moliner y el Oxford English Dictionary, así como la de de tener el tipo de comunión con el bosque “oponer” de la Real Academia Española, en que tiene Luned; también le da sus primeras conjunto con las investigaciones de Greimas lecciones en lo que respecta a la vida y la y Propp en los textos antedichos, como aquel muerte, y la vuelve valiente. Este aprendizaje, ser u objeto cuyas acciones o presencia se aunado al que los cuenteros Efra y Demne le oponen, de manera directa o indirecta, a la otorgan, la capacita para sobrevivir en Faërie consecución de las acciones o de los objetivos —este reino de misteriosas tierras, ignotas a alcanzar por parte del protagonista y, si los para la gran mayoría de los humanos, en tiene, sus seguidores. Normalmente lleva esto donde habitan las hadas y los elfos— y vencer a cabo de dos maneras: o bien entorpeciendo a la Fata Titania, reina del lugar, a quien pocos sólo en parte los objetivos del protagonista, o pueden hacer frente. La heroicidad de Luned se hace bien impidiendo completamente que éste los palpable en sus varias aventuras: En primer lleve a buen término. lugar, aquellas que tiene bajo las frondas de El héroe y el protagonista en El fuego verde los añosos árboles de Brocelandia, la mítica foresta, localizada en la península bretona, en Luned, la heroína de la novela de Murguía, donde los celtas han dejado su huella y que encarna tanto el arquetipo del héroe como el del está relacionada con las leyendas artúricas; protagonista. Desde el nacimiento casi mítico en segundo lugar, su intento por evitar el de Luned, la voz autorial sugiere intensamente exilio de Cai, el albañil amigo suyo de la que ella no es una persona cualquiera: “Luned ciudad de Corberic, cuando este contrae nació bajo un abedul cerca del otoño y, como lepra (74-77); en tercer lugar, las aventuras hacía buen tiempo y el hielo no brillaba sobre que vive al internarse en las tierras del reino la tierra, el lecho de parturienta de su madre de los elfos, los señores de los árboles y del fue una gran cama de hojas, rojas como el sol fuego verde. En este reino, gracias a sus cuando se pone. Nació en la tarde, bajo la luz dotes de cuentera, la muchacha logra romper roja, sobre las hojas rojas” (9). Luned nace


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el hechizo que pesa sobre el Señor del Lago, el Tristifer, y lo ha convertido en un afang (10104); gracias a su comunión con la naturaleza, percibe el lenguaje de una vieja encina y puede entablar comunicación con ella (111-14); gracias a su valentía es capaz de encarar a su principal antagonista, la Fata Titania, y exigirle que obedezca la ley y la regrese a su mundo (162). Este último enfrentamiento es la prueba más dura que Luned tiene que pasar debido a que la reina de Faërie la tienta prometiéndole liberarla precisamente de lo que la joven teme más: la fragilidad de la vejez y la brevedad de la vida, así como ese mundo hostil y alejado de la naturaleza que es la ciudad. El ofrecimiento de la soberana parece ser, pues, la cristalización de los deseos más íntimos que la joven pueda tener, sobre todo cuando, en la cosmovisión de Luned, el mundo natural es superior al artificial creado por los humanos, mucho más bello, benigno y deseable. Es debido a esta postura ideológica que al llegar a las tierras de los elfos, las hadas y tantas otras creaturas mágicas, la muchacha piensa gozosa: “Estaba en el país de los poemas y las grandes canciones. Aquí no había . . . muerte, ni vejez. Aquí los árboles reinaban sobre otras creaturas” (94). Y que al pasearse entre los gruesos troncos del espeso y antiguo bosque en el que encuentra a la añosa encina gigante cuya savia la alimenta, la muchacha siente desprecio hacia lo erigido por manos humanas y la embarga una “absurda sensación de triunfo… al comparar la ruina


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desmantelada de la metrópoli romana sobre la que se había construido Corberic con este bosque. La casa más alta de Corberic no alcanzaría la copa de uno de estos colosos” (111). La voz autoral utiliza el título del segundo capítulo de la novela, “La niña del bosque”, no sólo para dejar en claro, con autoridad absoluta, que esta muchacha es especial —no es un personaje de la diégesis quien la denomina de esta manera, sino la misma voz autoral—; también emplea este elemento paratextual para indicar el tipo de postura ideológica de la protagonista. Al ser la infante de la foresta, Luned ve el mundo de forma distinta a como lo perciben los demás habitantes de su pueblo. Esto la motiva a conocer más dicho cosmos natural y, por lo tanto, la ayuda en su evolución como heroína, lo que, finalmente y además de lo aprendido en Corberic, le brinda la posibilidad de vencer a su antagonista más tenaz y peligrosa. Muchos son los individuos que han caído bajo los embrujos de los habitantes del reino de los elfos, perdiendo su libertad y la posibilidad de retornar al mundo de los humanos. Cai y sus nuevos camaradas son prisioneros de Faërie; el barquero de la soberana del reino de las hadas, así como la mujer que ha sido transformada en mascarón de proa de la barca de dicho servidor de la Fata Titania, sucumbieron a los encantos de los habitantes de Faërie. En cambio, Luned es capaz no sólo de realizar proezas en dicho territorio enigmático, sino que también resiste los avances


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de la Fata Titania, a pesar de que esta le ofrece Luned va creciendo se va encontrando con aquello que en su visión del mundo es valioso, adversarios más poderosos, a los cuales ya no y logra regresar a Brocelandia y a Demne. es tan sencillo vencer. Los niños de su pueblo Luned cuenta con varios ayudantes sin los son sus primeros contrincantes, luego les cuales no hubiera salido airosa en su aventura; siguen los cazadores de pieles que se adentran en efecto, mas también son sus propias en el bosque cuyos animales defiende la cualidades las que le permiten triunfar. A esto protagonista. Posteriormente, Corberic y sus añádase que emplear el género de la fantasía costumbres son para la muchacha un enemigo y su subgénero de la maravilla-ficción —en el del que tiene que escapar. Huye de ese sitio, cual los portentos se explican por medio de la pero en su camino se topa con Aliso, quien la embruja y lleva a su magia1— le permite a la voz autoral ensalzar reino. Ahí halla otros Emplear el género de la la heroicidad de Luned. antagonistas, tales como fantasía y su subgénero de la La joven sobresale no el hombre león y el Gorra maravilla-ficción le permite sólo en su mundo — Roja, pero su rival más a la voz autorial ensalzar el cual es mimético temible es la Fata Titania. del conocido por el Ella ansía aprisionar a la heroicidad de Luned. lector—, sino también la joven humana por lo hace en Faërie, en completo, cuerpo y alma donde las pruebas a las que es sometida son (138). Corberic y sus leyes, así como algunos de más arduas de vencer pues provienen de entes los monstruos que Luned encuentra en Faërie, mágicos. Por otro lado, la visión del mundo podrían parecer ser más amenazadores, ya de Luned se modifica tras su experiencia en el que la muchacha carece de poder ante estos reino de las hadas. Ciertamente, Luned sigue y lo único que puede hacer es huir de ellos; prefiriendo la vida en el bosque a la de una sin embargo, estos enemigos de la joven, urbe, mas ya no idealiza al reino de los elfos pese a ser capaces de matarla y lastimar su —se da cuenta de que incluso ahí existen el cuerpo, no representan amenaza alguna para dolor y seres deformes, tales como los de la su alma. Titania, en cambio, puede emplear ciudad en la que habitó por unos meses (100- sus sortilegios para aprisionar la posesión 01, 131-34, 136, 139-40)—. Es capaz, por más valiosa, e inmortal, de cualquier ser. ende, de abandonar ese reino para reunirse La Fata Titania es la archienemiga de con Demne, aceptando las limitaciones de su Luned, así como la prueba más difícil a la que propio mundo, pero en el cual disfrutará del la joven se enfrentará, y la más importante amor de otro ser humano (162). Así pues, es según la postura ideológica de la voz enviando a Luned a un universo de fantasía autorial porque, para esta, el alma es lo más que la voz autoral puede dar cuenta clara preciado que alguien puede poseer. Esto se del cambio en la postura ideológica de la ve claramente en la composición narrativa de muchacha. Luned ya no necesita soñar con un la novela. La voz autoral emplea un narrador sitio ideal en donde ser feliz, ahora la heroína heterodiegético con privilegio cognicional sabe que eso no existe, ni siquiera en Faërie, virtualmente absoluto —ya que es capaz de y está lista a enfrentar su propio mundo tal entrar en la mente de todos los personajes de cual es. la novela y dar cuenta de sus pensamientos y sentimientos— para relatar la historia de una mujer que madura, no sólo en un El antagonista en El fuego verde 2 Varios son los antagonistas a los que se plano material sino también espiritual . Las enfrenta la protagonista de esta obra. En aventuras de Luned la van preparando para un inicio estos son personajes secundarios los retos futuros que ella tendrá que superar y de capacidades menores, mas conforme y lo que será su prueba más ardua: resistir las


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tentaciones a las que la somete la soberana antagonistas cada vez más poderosos. Los del reino de los elfos, la Fata Titania (158- infantes a los que ella encara por defender a 61). Cada vivencia a la que la adolescente las ranas de su bosque terminan siendo sus se enfrenta es un paso más en la escalera en amigos (16-17); los cazadores de pieles creen cuyo peldaño final se encuentra tal reina — que son los elfos quienes inutilizan sus trampas lo cual es expresado simbólicamente por la (22-23); los habitantes de Corberic la ven voz autorial al hacer que el sitio en donde se como a una niña rara, las mujeres que ella ve halla la monarca de las hadas sea la cima de en el molino se burlan de ella (57), y los niños una torre—. Es gracias a sus conocimientos de esa villa le arrojan piedras y le manchan la del bosque, por ejemplo, que las narraciones ropa que acaba de lavar (76); Aliso la encanta, de Luned son especiales. Su versión de haciendo que ella se enamore locamente de Beowulf sorprende al mismo Demne, su sabio él (92-95); el Gorra Roja quiere matarla para maestro: “Pero Luned veía cosas que Demne teñir su tocado con la sangre de la joven (150); no había imaginado nunca. Su conocimiento la Fata Titania anhela apoderarse de ella (153). de los bosques y de los animales animaba sus La voz autorial, así pues, va llevando al lector visiones, las llenaba de ruidos, luces y olores, poco a poco hasta el punto más relevante y detalles diminutos e indispensables. Los álgido de todo el texto: Luned tiene que luchar austeros versos del poema quedaban cubiertos ya no por salvar su vida terrenal sino su mismo de hojarasca, respiraciones, gotas verdes espíritu. No hay prueba más dura e importante de veneno, y dentro de ellos, como ascuas, a vencer. El encuentro entre Luned y Titania, brillaba la vida” (65). Y al unir dicha sapiencia por eso, tiene lugar en el último capítulo de la a las enseñanzas de Demne y de Efra, padre y obra. Y tras imponerse a la reina de Faërie, se maestro del primero, ella es capaz de liberar termina el relato. Una sola página es lo que la al Señor del Lago del conjuro bajo el que se voz autoral emplea para redondear su historia encontraba (101-06). Y es así, entonces, que y dejar en claro que la adolescente, ahora una este personaje le joven mujer, ha salido otorga a Luned el victoriosa de su en“Pero Luned veía cosas que Demne talismán mágico que cuentro y camina hala ayuda a vencer a cia un futuro lleno de no había imaginado nunca. Su la Fata Titania (162). vida. conocimiento de los bosques y de La soberana del los animales animaba sus visiones, Conclusión las llenaba de ruidos, luces y olores, país de las hadas En el presente artí- detalles diminutos e indispensables. se erigió, entonces, como la antagonista culo se han definido Los austeros versos del poema más temible a la sucintamente los arquedaban cubiertos de hojarasca, que Luned se podrá quetipos del héroe, respiraciones, gotas verdes de enfrentar en su vida del protagonista y veneno, y dentro de ellos, como gracias a que la del antagonista para, voz autorial, para ascuas, brillaba la vida” (65). después, explorar la contar su narración, función que ejercen decide utilizar la en la obra con respecto al proceso de crecimiento de Luned. maravilla-ficción fantástica —en donde Hemos observado que las primeras correrías elementos propios a un mundo de fantasía se de Luned son desafíos que no presentan gran hacen presentes en un mundo mimético al peligro para la niña del bosque, pero conforme del conocido por el lector— y la maravillaella va creciendo y adquiriendo sabiduría, las ficción de fantasía —ese mundo en el cual la pruebas a las que se enfrenta se van tornando magia y la maravilla son comunes y explican 3 más y más arriesgadas porque se enfrenta a los portentos que tienen lugar en el mismo —.


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En efecto, fue en un mundo mimético del conocido por el lector donde Luned encontró, camino de regreso a su pueblo, a un elfo en el bosque y fue transportada mágicamente, por entrar en un círculo de flores rojas, al mundo de fantasía de Faërie. Y fue en este cosmos donde la Fata Titania tuvo en sus manos la capacidad de apoderarse del alma de la joven. No lo logra, pero casi aprisiona a Luned en cuerpo y alma puesto que la teúrgia de la reina de Faërie le permite a esta ofrecer lo que ningún ser humano normal es capaz de prometer. Titania puede otorgar el cumplimiento de los deseos más íntimos que cualquier persona pueda tener. Sin embargo, Luned ya reconoce que el precio de dicho trueque es demasiado alto, y con el tiempo lo que uno desea con ardor se puede tonar soso y aborrecible. Luned, después de triunfar en todas las pruebas anteriores, ya está preparada para pasar victoriosa esta prueba suprema. El proceso de su maduración se ha consumado plenamente.

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1

Para una explicación detallada de este subgénero

remito a mi tesis doctoral De la maravilla-ficción de fantasía al surrealismo fantástico: una nueva genología – ilustrada en la narrativa mexicana, 1900-1999 disponible en línea. 2

De esto hablo más en detalle en mi tesina de maestría

“La experiencia de la maduración: la visión del sufrimiento en

Princeton UP, 1973. Impreso. •

(Endnotes)

“Héroe”. Defs. 1, 2. Diccionario de uso del español.

H – Z. María Moliner. Madrid: Gredos, 1992. Impreso.

El fuego verde”. 3

Una explicitación pormenorizada de estos conceptos

de teoría narrativa se encuentra en mi tesis doctoral mencionada en la primera nota.


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El laberinto

Reseña

del Fauno

Por Blanca Jazmín Vega y Jorge Palafox* Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, en el reino subterráneo donde no existía la mentira ni el dolor, vivía una princesa que soñaba con el mundo de los humanos.

L

os extremos se tocan, reza el lugar común y, en el supuesto de que en las antípodas de la realidad está la fantasía, el filme de Guillermo del Toro, El laberinto del fauno, consigue unir ambos mundos en una cinta cargada de imaginación, crueldad y criaturas fantásticas.

Del año 2006, El laberinto del fauno consigue mezclar de manera prodigiosa las tensiones bélicas y políticas de dos facciones opuestas junto con la turbación aparentemente inofensiva de una niña con una imaginación poderosa. Uno de los mayores logros alcanzados por Del Toro, director y guionista de esta película, fue sin lugar a dudas la construcción de criaturas fabulosas y macabras dignas de sus más lúcidas pesadillas, como él mismo lo señala en una entrevista concedida al diario El País: “Cuando era niño tuve una gran imaginación, pero no fue una imaginación homogeneizada y sana. Fue bastante enloquecida, violenta y salvaje. Algunas de las criaturas que aparecen en la película las llegué a ver en mi mente cuando era niño, durmiendo en casa de mi abuela (…) A nivel autobiográfico, esas criaturas poblaron mi infancia.”1 Tanto el fauno como el misterioso “hombre pálido” —un delirante monstruo devorador de niños que coloca sus ojos en la palma de las manos— proyectan el ingenio e inventiva de un creador que a la par del guión concreta ilustraciones de algunos de sus personajes. Cabe mencionar que al paso de los años, el largometraje de Guillermo del Toro continúa siendo referencia obligada de los amantes del cine fantástico, lo que lo vuelve un clásico imperdible del género. 1 El País, 6 de octubre de 2006. http://elpais.com/diario/2006/10/06/cine/1160085601_850215.html


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Ficha técnica • Director: Guillermo del Toro • Dirección artística: Mia Luna • Producción: • Alfonso Cuarón, • Álvaro Agustín, • Berta Navarro y • Frida Torresblanco • Diseño de producción: Eugenio Caballero • Guión: Guillermo del Toro • Música: Javier Navarrete • Sonido: Miguel Polo • Maquillaje: José Quetglas • Fotografía: Guillermo Navarro • Montaje: Bernat Vilaplana • Vestuario: Lala Huete, Rocío Redondo • Protagonistas: • Ivana Baquero (Ofelia) • Doug Jones (Fauno) • Sergi López (Capitán Vidal) • Ariadna Gil (Carmen) • Maribel Verdú (Mercedes) • Álex Angulo (Doctor Ferreiro) • Año: 2006 • Estreno: 27 de mayo • Género: Drama, fantasía • Duración: 112 minutos • Idioma: Español

SINOPSIS La película narra las vicisitudes de Ofelia (Ivana Baquero), una pequeña lectora de cuentos de hadas, quien parece alejarse, a través de la fantasía, del cruento mundo de los adultos y de la terrible situación que afronta su país: la guerra civil española. Debido a esta coyuntura, ella y su madre (Ariadna Gil) —quien se encuentra en los últimos días del embarazo—, dejan la ciudad para seguir a su padrastro, el capitán Vidal (Sergui López) quien tiene la misión de eliminar a los miembros de la guerrilla republicana que se esconde en los montes. Ofelia ha crecido en un mundo de fantasía y pronto se verá ante una cruenta realidad al descubrir que la vida no es como se narra en las historias de hadas. Su cercanía con el Capitán Vidal, hombre cruel y autoritario, la hace enfrentarse por primera vez a la verdad. Debido a la condición de su madre, la niña, de solo trece años, se encuentra de repente sola por su cuenta, pues nadie parece percatarse de su ausencia, a excepción de Mercedes (Maribel Verdú), una de las empleadas de la casa. Una noche, un extraño ser irrumpe en su alcoba, para revelarle un secreto que cambiará su vida. El misterioso ente, el Fauno (Doug Jones), el cual parece “muy alto, muy viejo y que huele a tierra”, le dice a Ofelia que ella es la princesa Moanna, quien hace mucho tiempo se perdió, pero que su padre, el rey de Bezmorra, esperando encontrarla un día, dejó portales abiertos en todo el mundo. Para fortuna de Ofelia —o Moanna—, el último de estos portales se encuentra en la casa donde vive.


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¿Una particularidad? Habrá que recorrer un laberinto muy, pero muy antiguo.

Envejeceréis como ellos, moriréis como ellos. Vuestra memoria se desvanecerá en el tiempo. Y nosotros desapareceremos con ella.

Yo he tenido tantos nombres, nombres viejos,

No nos volveréis a ver jamás.

que sólo pueden pronunciar el viento y los árboles. Yo soy el monte, el bosque y la tierra.

Te estás haciendo mayor.

Soy un Fauno.

Y pronto te darás cuenta que la vida no es como en tus cuentos de hadas.

Ofelia acepta este destino sin dudar, pues resulta más reconfortante que la realidad circundante; por lo que decide llevar a cabo las tres pruebas que se encuentran en el Libro de las encrucijadas para así demostrar que conserva su esencia y que no se ha convertido en una mortal.

El mundo es un lugar cruel, y eso vas a aprenderlo aunque te duela (…) La magia no existe. No existe ni para ti, ni para mí, ni para nadie.

Durante el proceso para regresar al que considera su verdadero hogar, al lado de su padre, el rey de Bezmorra, Ofelia descubre que los monstruos no sólo existen en los mundos fantásticos, sino más cerca de lo que imaginamos, pues muchas veces la oscuridad se esconde en los corazones de algunos hombres.

Datos curiosos • Aunque fue nominada a seis premios Óscar, El laberinto del fauno obtuvo apenas tres (mejor fotografía, dirección artística y maquillaje), además de múltiples reconocimientos en otras partes del mundo. • En cuanto a los personajes femeninos, Del Toro contrasta tres figuras: Carmen, la mujer dócil, débil y empeñada en satisfacer a su esposo, el capitán Vidal; Ofelia, la pequeña rebelde aficionada a la literatura fantástica y Mercedes, empleada doméstica de Vidal, quien colabora con miembros de la guerrilla.


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Ariadna Por Érika Alamar*

T

odas las noches tengo el mismo sueño, deambulo sin rumbo por las calles lánguidas de esta ciudad. En esa atmósfera mi cabello aparece más largo y negro que de costumbre. Se extiende como un río y el reflejo negro de la noche se plasma en él. Mi enorme cabello se comporta como un imán atrapando a su paso todo tipo de adminículos: hojas, piedras, botellas, colillas de cigarro; todos ellos navegan en la inmensidad de mi velo colosal. De vez en cuando, pequeños fragmentos de vidrios de colores titilan como estrellas entre esas ondas oscuras. Mi andar es lento, pero avanzo. Vago por grandes avenidas, los autos detienen su velocidad y amablemente dan paso a mi inmensa red de cosas; algunas miradas se pierden en la brillante oscuridad de mi espesa cabellera. Con cada escenario que recorro, mi pelo se torna más pesado. Cargo con todos mis espectros: la niñez, la juventud, la vejez y la muerte. Todo se enrosca en una madeja de soledad que se desenreda y se extiende por todo mi cuerpo, por toda la ciudad, por toda la noche. En las mañanas, despierto con mi pelo enredado, no importa que la noche anterior me haga una trenza o una cola de caballo,

siempre amanezco con la cabeza enmarañada. Cepillo mi pelo negro hasta dejarlo liso, no queda ninguna imperfección. Desayuno y me voy a trabajar. Durante el día, mi cabellera también atrae miradas, y a veces estremece la piel de los hombres cuando por accidente acaricia sus rostros o sus manos. Llevo más de un año con el mismo sueño recurrente; todas las noches con el mismo ritual de peinarme. Pienso que la única solución a este problema es cortarme el pelo. Acabaré de una vez por todas con este ensueño que más que poético o surrealista se ha convertido en algo terrorífico, apocalíptico, una pesadilla. Esta noche frente al espejo tomaré las tijeras y lo cortaré. Dormiré como una soñadora. Ariadna duerme, el cesto de basura contiene sus largos cabellos. Mañana cuando despierte sus ojos grandes verán asomarse los primeros rayos del sol, la sombra del gato vecino; se alegrará por no haber soñado nada. Se levantará, caminará hacia el espejo, mirará y su pelo estará ahí, tan largo y enmarañado como siempre.

* Erika Hernández Sánchez nació un jueves de octubre de 1982 en la Ciudad de México. Cursó la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Es profesora de literatura y escribe.


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Al final de

los túneles

Por Víctor Andrade*

E

stá oscuro, la iluminación es escasa y pobre, pero ya todo ha terminado; al menos por el momento. Anglanchel está en mi regazo agotado al igual que yo. No tenemos suficientes ánimos, él para renegar y quejarse de lo inadecuado que es esta postura, y yo para divertirme y disfrutar de su suave contacto. —Cuéntame una historia de mi padre —le pido. Sé que eso lo pone de buen humor y tengo ganas de escuchar la voz de mi padre. —Niña, te he contado ya todas las historias que conozco de él —su grave voz llega a mi mente y aunque quiero pensar que es mi padre quien habla, me obligo a recordar que no es así. —No importa, cuenta una historia, por favor —insisto. Anglanchel comienza a narrar, estoy tan agotada que su voz me arrulla como lo hacía mi padre cuando era niña. Quiero, aunque sea por un momento, evadirme de la realidad e ignorar el caos y muerte a mi alrededor. Hago un recuento de nuestras pérdidas; solo quedamos Diana y yo, nunca deja de extrañarme que ella siga con vida después de tantas heridas que recibe en cada combate. ¿Qué la motivará para seguir luchando? ¿Qué es lo que teme encontrar en la muerte? Un día le preguntaré. Con esfuerzo me levanto, la historia de Anglanchel se corta cuando dejo de tocarlo, pero al tomar su empuñadura, él sigue contando la historia con una notable mejora en su ánimo; lo guardo en su funda y me dirijo a donde está Diana. —Has guardado tu espada, Karla, supongo que ya no hay enemigos —me dice Diana mientras me acerco; tiene todavía ímpetu en su mirada, su cuerpo no puede seguir el paso de su espíritu. *Víctor O. Andrade R. es de León, Guanajuato México. diseñador gráfico de profesión y creativo de vocación. Su primer contacto con el género de fantasía se da con los juegos de rol, los cuales ya no solo juega sino también diseña. Es un lector apasionado y afecto a la música, ha dado unos pocos pasos en la escritura, en la cual tiene más entusiasmo que formación.


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—Ya no hay nadie, ni enemigos ni amigos —respondo mientras reviso a nuestro alrededor. —¿Sabes?, me fascina verte pelear con esa gigantesca espada tuya, verte en pie y luchando me hace saber que todo va bien — dice sonriendo. —Si te vas a poner emotiva al menos espera a que salgamos de estos túneles —replico mientras la ayudo a incorporarse. Paso a paso nos alejamos de este campo de muerte dejando los cadáveres a los carroñeros, ¿cuántas veces la he llevado a

rastras después de un encuentro así? ¿Cuántas veces me ha llevado ella de la misma forma? He de admitir que nuestra relación es especial, confiamos, cuidamos y dependemos la una de la otra de tal forma que no puedo ni imaginar mi vida sin ella. Quienes recién me conocen creen que soy muy fuerte e independiente, pero como una niña acudo a Anglanchel para oír la voz mi padre y, además, tengo en Diana una relación duradera. Me detengo un momento y le doy un breve beso. — ¿Eso a qué viene? —me pregunta Diana. —Tenía ganas de hacerlo, ¿me harías una promesa? Por favor, nunca me dejes sola — bajo la cabeza mientras lo digo. —Jamás, pero tampoco me dejes sola a mí. Así caminamos hacia la salida.


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La sombra

de Lucía

Por Jaxon Aryan*

L

a pequeña Lucía caminaba cada atardecer por los extensos campos del castillo, persiguiendo los rayos del sol que lentamente se alejaban a cobijar otros mundos. En cada paso parecía anhelar ser parte de esa luz proveniente de aquel astro en el cosmos. Al llegar al gran árbol del monte permanecía con los ojos cerrados mientras su rostro se cubría del calor silencioso que la tranquilizaba. Siempre fue una niña soñadora, con rizos dorados que brillaban como oro y piedras preciosas. Ella se sentía la princesa de un cuento de hadas, su reino disolvía la realidad con la fantasía y cada persona en su vida tomaba un lugar en este mundo imaginario. Su mirada solía aventurarse hasta los rincones más misteriosos del reino en busca de nuevas costumbres que le ayudaran a entender cómo gobernar con justicia y honor. Con el paso del tiempo, sus ojos turquesa se tornaron en un coctel de colores flamantes, que contaban cada detalle de historias extraordinarias, existentes solo en los valles de su imaginación. *Jaxon Aryan es escritor, cantautor, actor, locutor y actor de doblaje mexicano. Ha escrito canciones, cuentos, poemas, guiones de teatro, cine y tv. Es un soñador que te dará momentos mágicos con historias fantásticas que tocan los más profundos sentimientos.


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Todo comenzaba a tener sentido en las reflexiones cotidianas bajo esos últimos rayos solares de cada tarde. Ahí, en soledad, mientras se elevaba a niveles de conciencia que conectaban con la naturaleza misma, en una comunión y equilibrio con todo lo existente, Lucía lograba entender las maravillas del universo que le permitían cultivar la bondad necesaria para dirigir un mundo que cada vez se tornaba más oscuro. Sus padres no lograban comprender la magia que existía en ella. Pensaban que solo era una niña demasiado soñadora. Para ellos, sobre todo para el padre, a las personas había que tratarlas con mano dura para lograr obtener de ellas lo requerido, pues en su mayoría, las personas holgazanean si no se les obliga a hacer lo que deben hacer. La pequeña Lucía entendía a la perfección este razonamiento con el que sus padres la intentaban educar. Pero su naturaleza la mantenía lejos de esa forma de ser, por lo que la guiaban para buscar una manera de llevar el mundo que compartía con ellos a esa otra realidad, donde era capaz de enseñar la verdadera belleza y las formas mágicas en que el universo mantiene el equilibrio con amor. Esa era su realidad y estaba decidida a vivir en ella mientras tuviera vida. Los años pasaban y nadie, ni siquiera la tierna Lucía, se percataba de la existencia de una señora, tan vieja como lo era aquel gran árbol del monte. La anciana, quien era una antigua bruja que comprendía muy bien la realidad de ese mundo —tanto como el mundo fantástico de Lucía—esperó a alguien con las capacidades de aquella pequeña soñadora durante generaciones. Sabía que con un poder

así encontraría la manera de gobernar ambos mundos y que estaba más cerca que nunca de lograrlo. La pequeña Lucía descubrió cierto día que la luna, al igual que el sol, guardaba secretos. Encontró en la noche un momento para comprender mejor la oscuridad, y que incluso en el momento más oscuro existe una sabiduría infinita. Cada luna llena descubría una nueva manera de trasladar el mundo real al mundo mágico y fue así como empezó a formar un gran lazo de amistad con las hadas, duendes, elfos, dragones e incluso algunos trolls. Todos estos seres místicos sentían un profundo cariño por la pequeña, con quien forjaron un lazo inquebrantable. Los padres de Lucía comenzaron a idear la manera en que su hija dejara de perderse en aquellas fantasías, así que decidieron mandarla a una escuela muy lejana. Cuando le hicieron saber sus planes, la pequeña Lucía se entristeció. No podía entender por qué sus padres no la aceptaban como era, mucho menos la razón de enviarla a tan distante lugar. Lucía no deseaba alejarse de sus queridos seres fantásticos ni de sus reflexiones que tanto le enseñaron sobre el mundo y sus misterios. Así que decidió hacer una visita muy importante, se encaminó muy de madrugada al gran árbol, pero lo que encontró la sorprendió en extremo: la vieja bruja estaba haciendo cánticos a la luna llena, la cual brillaba con gran esplendor. Las palabras no le eran familiares, pero se estremeció al darse cuenta de las consecuencias que estas traerían al mundo y a su familia. Entendió que la bruja


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usaba los poderes del universo para dañar al mundo y a las personas que existen en él. Notó que los poderes de la anciana eran los causantes de la decisión de sus padres de alejarla, pues la decrépita mujer anhelaba robar a la pequeña su visión y fuerza mística. Lucía corrió a buscar a sus padres y advertirles de las sucias intenciones de la bruja; sin embargo, ellos estaban bajo el poder maligno, así que decidieron que la enviarían lejos con los primeros rayos del sol del día siguiente. El último recurso que se le ocurrió a Lucía fue ir con los seres fantásticos que la protegían para exponerles la situación. Estos aceptaron, pues se negaban a perderla, sobre todo ahora que entendían que la vieja bruja era la causante de ese y muchos otros males que acechaban ambos mundos. Entre ellos se encontraban grandes hechiceros del reino de los duendes y las hadas, así como el gran Dragón —sabio que con un respiro había creado la conexión dimensional entre ambos mundos—. Después de una reunión de muchas horas, casi a punto del amanecer, llegaron a una conclusión: ella debía dejar ese mundo oscuro y reinar en el mundo mágico. Desde ahí podría vencer a la vieja bruja y dejarla encerrada en el mundo real, despojándola de sus poderes para que no pudiera hacer uso de ellos evitando que dañara a cualquiera de los dos reinos. Pero Lucía no quería dejar a sus padres, aunque entendió que la solución que sugerían los hechiceros era la única manera de proteger a sus padres, a ambos mundos y a sí misma de la malvada adivina. Sin embargo, ella sabía que podría protegerlos siempre desde aquel mágico lugar a diferencia de vivir en el mundo

real, un lugar frágil, el cual cada día se volvía más oscuro. Los padres de la tierna Lucía la buscaron, pero no podían encontrarla por ningún lado. Pasaron las horas y todos los vecinos se unieron al rastreo de la niña. El día transcurrió incesante, eterno, como una agonía que trascendía de forma misteriosa. Pensaron lo peor. Entonces caminaron hacía el monte donde se ubicaba el gran árbol. En el camino encontraron a una viejecita muy afligida que gritaba a los cuatro vientos: “¡Mis poderes, se los han robado!”, “¡Se los llevó ella!”. La vieja se recostó en el pasto y se desvaneció con el viento. Los padres de Lucía no podían entender lo que sus ojos presenciaron, pero siguieron su camino y recordaron que su hija siempre peregrinaba hacía el gran árbol y permanecía ahí durante el atardecer. Al llegar al gran árbol se detuvieron mientras el atardecer caía sobre ellos. Comenzaron a sentir una presencia que les recordaba a su hija y experimentaron la necesidad de llorar como la lluvia y fue entonces cuando se percataron que la luz del sol los acariciaba de una manera diferente. Algo había cambiado en el mundo. Entonces vieron que detrás del árbol se encontraba una sombra. Era la sombra de Lucía. Hasta que tuvieron vida, los padres de la niña regresaron cada atardecer a ver esta silueta que permaneció intacta y plasmada, por siempre, en ese lugar.


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Del porvenir de Lola

—Personajes femeninos en la narrativa de Elena Garro— Por Itzel Robles*

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lguna vez, en un sitio incierto en un momento del infinito pasado alguien dijo: “Dos soles, dos estrellas, no pueden estar una al lado de la otra porque su brillo sería opacado”. Tal alegoría surgió para referirse a dos gigantes de la literatura hispanoamericana, específicamente a Elena Garro y Octavio paz. Las siguientes líneas se centrarán en Elena Garro —escritora, poeta, periodista y dramaturga mexicana—, y en sus personajes femeninos dentro de su producción narrativa. Elena, maestra de la literatura a través del sendero de lo fantástico desde el inicio de su producción literaria, emprendió de niña un viaje lejos de los cristeros a quienes volvió —después de muchos años y habitando ya tierras lejanas a las narradas— por medio de palabras y, no solo eso, les trazó con letras varias aliadas en su renombrada novela —ganadora del premio Xavier Villaurrutia en 1963— Los recuerdos del porvenir. * Itzel Robles Martínez arrancaba desde niña las hojas de los libros infantiles cuyos finales le parecían inadecuados, para luego dibujarlos y escribir las líneas del final, a su parecer, que la historia necesitaba. Actualmente cursa la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara.


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Mujeres del Recuerdo En la novela se puede ubicar la figura de un general que ostenta el control del orden de las vidas en el pueblo donde se desarrolla la historia: Ixtepec. La narración avanza gracias a los personajes femeninos, quienes en Los Recuerdos del Porvenir, detentan un poder extraordinario: las transformaciones del pueblo a través de sus decisiones. En la primera sección de la novela, Julia Andrade, mujer con belleza física extraordinaria, es por quien gira el mundo en Ixtepec; las voces la nombran, los hombres anhelan verla en el balcón del Hotel Jardín o en sus paseos por el quiosco y, si toda esa atención fuese poca, los ojos del hombre a quien todo el pueblo teme, el general Francisco Rosas, son exclusivos para ella. A decir verdad, limitarse a nombrar los ojos es quedarse muy corto con respecto a la enorme pasión del general Rosas: Julia es dueña de sus acciones, de sus enojos, de su cuerpo y de su alma. Por lo anterior, Julia es culpada por la falta de paz o por los degüellos ocurridos en Ixtepec, cuando este personaje desaparece, huyendo enamorada con otro hombre durante

una noche detenida, y se lleva consigo la poca estabilidad a la que podía aspirar el pueblo. En la segunda sección de la obra —sin Julia—, Ixtepec se encuentra afectado por el cierre de templos, hecho que fue dictaminado durante el gobierno de Calles. El pueblo está atrapado en la incertidumbre. Durante ese tiempo vacilante, Isabel Moncada logra desterrar el nombre de Julia, logrando que el cacique se compadezca; no obstante, la compasión llega tarde y el destino pétreo es inevitable para los desdichados habitantes de Ixtepec. Isabel es una joven cuya vida ha transcurrido por entero al interior de las calles de Ixtepec. De niña jugaba en casa de su tía Matilde o en la de Dorotea; después, al llegar la juventud —cuando sus hermanos se van a trabajar a otro lugar—, Isabel espera con ansías su llegada a casa. En especial, ansía la vuelta de Nicolás, por quien luego intercederá ante Francisco Rosas para que le perdone la vida. A diferencia de Julia, Isabel decide ir por su propio pie a la habitación de quien antes pudo considerar como su enemigo, Francisco Rosas, quien entre indecisiones y comparaciones comienza a quererla. Es de anotar que uno de los contrastes a


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los que más recurre en su mente Rosas es el ambiente resulta un punto de convergencia. color de la vestimenta de las mujeres amadas. Resultado: un aspecto moldeador de los En primer lugar, aparece Julia siempre caracteres debido a una meta conjunta. deambulando con la suavidad de tonos rosados Pongamos el caso de doña Elvira: mujer y, en segundo, Isabel ataviada en el vibrante prejuiciosa y antipática, quien además es traje rojo, dispuesta a deshacerse siempre de viuda y madre de una hija joven a quien desea él. Tal confrontación de tonalidades va acorde conseguir el mejor marido posible. No obstante, a las personalidades de ambas. Julia es pasiva tal posibilidad la ve en los hombres con una e impermeable al amor de Rosas; Isabel es buena posición y no en los que aman a su hija. apasionada y se atreve a ser quien propicie Por otra parte, se percibe en ella una cierta el acercamiento de los habitantes del pueblo envidia hacia la juventud y la belleza de Julia. con el general. La diferencia decisiva es la Doña Carmen, por otro lado, ofrece y da su siguiente: Isabel, a casa para la engañosa diferencia de Julia, fiesta organizada en Es indudable que a todas sí se enamora de honor del general FranFrancisco Rosas. las une una serie de factores: cisco Rosas. Otros personajes Ana Moncada, mael tiempo, el deseo por la femeninos fundadre de Isabel, Nicolás paz por ellas antes conocida mentales en Los y Juan, es la última recuerdos del por- y el interés de alejar a Rosas en morir de su familia venir son: doña Elde Ixtepec. después del sacrificio vira, doña Carmen, heroico de su hijo Ana Moncada, DoroNicolás y el arrebato de tea y doña Matilde; pasión fulminante de quienes además de saber organizar fiestas, Isabel. Es por ella, ya en su lecho de muerte, también conspiran para ocultar a un religioso que el narrador de la historia comienza con el en tiempos de Calles. recuento de los hechos que recuerda. Si bien es innegable que el carácter de todos estos personajes es distinto, también es indudable que a todas las une una serie de factores: el tiempo, el deseo por la paz por ellas antes conocida y el interés de alejar a Rosas de Ixtepec. Con estas mujeres, Elena Garro ejemplificó los elementos con buen tino: el aire, el agua, la tierra que se pisa; en pocas palabras, el

Dorotea, anciana que apenas puede valerse por sí misma, vive sola en una casa donde se respira la pobreza en contraste con las casas de sus vecinas: Elvira y Matilde. Dorotea se aprovecha de su imagen inofensiva, endulzada por la vejez, para engañar a los generales y ayudar a un hombre religioso, en tiempos donde serlo resultaba arriesgado. Doña Matilde, mujer casada y dueña de


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un hogar tranquilo con un amplio y precioso jardín lleno de los animales recogidos por su esposo, es una mujer que visita constantemente la iglesia; por ello no es de sorprender que se alíe con las otras mujeres para planificar la traición a Rosas.

La casa de prostitutas

humano —o el inhumano— tras las etiquetas. La misión de un buen narrador es revelar la personalidad escondida de sus personajes. Las prostitutas de Ixtepec no se limitan a realizar su trabajo de consoladoras de hombres tristes a quienes el amor les ha fallado, también son cómplices de huidas y de escondites. Además, se dan la libertad de rechazar a los hombres que las han injuriado.

En todo pueblo, ciudad, comunidad y cualquier acepción relacionada con conglomerados de personas, existen mujeres dispuestas a entregar El resto de las mujeres del pueblo las placeres a los hombres dispuestos a pagar consideran como algo distinto y con maldad. por ello. Es por esa presencia persistente e Sin embargo, Elena innegable, que todos Garro nos presenta los autores deseosos a las prostitutas Elena Garro nos presenta de contar la historia de Recuerdos del a las prostitutas de de un poblado con su porvenir con un alto diversidad de estratos Recuerdos del porvenir sentido de lealtad. no pueden dejar de Ejemplo de ello es con un alto sentido de lado el suprimir tal el retrato que hace lealtad. presencia: la de las la autora de una de prostitutas. ellas, su líder, quien Elena Garro, como sol iluminando y dando vida a los seres tocados por sus rayos, es consciente de la necesidad de colocar a dichas mujeres en su texto con el fin de crear una realidad cercana, posible y necesaria. Es decir, Elena se atreve a retratar a las prostitutas más allá de su profesión. Es recurrente encasillar a las personas o personajes dentro del papel que desempeñan o que el propio autor les ponga como etiqueta: un héroe, un trabajador del campo, un indígena, una dama de sociedad, un clérigo, una prostituta, un rebelde. Pero, lo interesante de la literatura es la posibilidad de adentrarse más allá de los títulos para encontrar el lado

es capaz de dar la vida por lo que considera correcto. Las mujeres en las habitaciones del Hotel Jardín Hay personas que quizás no encuentren diferencia alguna entre las queridas y las prostitutas: ambas entregan el cuerpo a cambio de una remuneración. Sin embargo, es necesario señalar un distintivo radical: las queridas entregan el cuerpo a un único hombre, si bien no de por vida, al menos por largos lapsos de su vida. Las queridas de los generales en Ixtepec son residentes constantes en el Hotel Jardín. Todas comparten varias características: son


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hermosas y los hombres que las aman se encuentran inmiscuidos en el mundo político. Son consentidas con vestidos, joyas y toda clase de obsequios. En lo que refiere a las divergencias, además de las personalidades, están las diversas maneras en las que llegaron al Hotel Jardín. Para empezar, Antonia, la más joven de todas, fue sustraída una noche de su casa y alejada de su familia. Esta muchacha llora de forma constante, es asustadiza y, de todas, es quien más sufre y desprecia a los generales, en especial al culpable de su rapto: el coronel Justo Corona. En contraste, se encuentra Luisa, quien decidió abandonar a su familia, y todo aquello por seguir a uno de los ayudantes de Rosas. Además, en lo que respecta a su carácter es mucho más explosivo e imponente. Prueba de ello son las constantes riñas con el capitán Flores, quien incluso llega a temerle, como el resto de los habitantes del hotel. Por último, hay que mencionar a las gemelas norteñas Rosa y Rafaela, queridas del teniente coronel Cruz. Ambas de carácter fuerte, pero no tan regio como el de Luisa. Uno de los aspectos memorables es cuando

las gemelas deciden negar sus favores a Cruz, debido a que no están de acuerdo con las cosas que él hace. Tal sección de la novela recuerda a la comedia griega Lisístrata, donde las mujeres deciden armar una huelga sexual. Con esta inclusión, aunque mínima, Garro demuestra cómo es posible tomar aspectos de obras antiguas y adecuarla a la obra propia. Eso sin duda representa una fuente de alimentación para la actividad creadora. No obstante, hay que admitir que dentro del mundo de la creación existe infinidad de vertientes para encontrar inspiración o ideas. Una de las grandes fuentes de inspiración de Elena, como se expondrá adelante, fue su familia. Otros personajes femeninos en la obra de Elena: Leli y Eva Una de las principales labores de los narradores es dotar de vida a sus personajes; darles voz, pasado, personalidad y un ambiente donde deban reaccionar. El escritor debe generar con palabras todo ello, pero antes de llegar al proceso de escritura, otro suceso creador ocurre en la mente. Para dicho proceso de conformación del personaje, según escuché en voz del dramaturgo Guillermo Schmidhuber, los autores deben valerse de todo aquello que pueda ayudar; recuerdos, rostros, acciones


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de desconocidos y la personalidad de las personas a quienes conoce. En el caso de la producción de narrativa de Elena Garro, existen algunos personajes innegablemente ligados a la realidad familiar de la escritora: su padre español y sus hermanas. De hecho, a una de ellas, Estrella Garro, se le nombra en el cuento “El Duende” de la colección La Semana de Colores. A pesar de esta referencia directa a este familiar, dentro de los textos de Garro, hay otro familiar mucho más recurrente: su hermana mayor Devaki —llamada por lo general Deva en su famili— a quien es fácil localizar en los textos con el nombre de “Eva”.

estáticos: poseen una personalidad invariable. El juego, o cambio si así se le quiere ver, reside en las situaciones. Ya sea hablando con duendes, o bien transformándose en animales.

Leli y Lucía

En la colección de cuentos Andamos huyendo Lola, publicado en 1980, se retoma con regularidad el personaje de Leli. Antes se mencionó que dicho nombre en ocasiones es intercambiado por la variable que agrega una sílaba, es decir Lelinca, este cambio ocurre en la colección mencionada. Otra de las distinciones es el cambio de compañera que tiene Leli; mientras la compinche por excelencia en La Semana de colores fue Eva, en este conjunto de historias sus compañeros recurrentes serán Lucía y los gatos Lola y Petroushka, quienes en más de un texto serán humanizados.

Otra pista que permite ubicar a Eva como la hermana de Garro, es el hecho de estar siempre acompañada por otro personaje que porta el nombre, por lo general de Leli. La asociación evidente a Leli, es la propia Es certero señalar que autora, prueba de ello son aquellos cuentos dichas historias están donde se encuentra estrechamente vinculadas Leli, pero no Eva. Sin con la vivencia de Elena embargo, eso es tema para profundizar más Garro durante su exilio. adelante. Con la utilización recurrente de personajes, Garro realiza un experimento interesante: cómo sus personajes estuvieron anclados a una realidad del mundo tangible, y no únicamente creados en el mundo de la imaginación de la autora; entonces no son los personajes los que cambian. Se podría decir, de cierta manera, que sus personajes son

Tal como lo sugiere el título, la huida es una constante dentro del conjunto de narraciones. Ya sea de la policía, de los acreedores o de amenazas informes. Otra de las características es la pobreza a la que se ven sometidas las protagonistas. Por todo ello y por la ubicación geográfica donde se desarrollan —Nueva York y España en su mayoría—, es certero señalar que dichas historias están estrechamente vinculadas con la vivencia de Elena Garro durante su exilio. Su hija Helena Paz Garro es


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equiparable con Lucía, hija de Leli o Lelinka obligados a vivir. En el primer texto donde según el cuento del que se hable. Según se se mencionan, incluso establecen pláticas con avanza en las historias, Lucía va creciendo. En las protagonistas. Sin embargo, con el pasar la primera narración “El niño perdido”, Lucía de los cuentos, se otorgan pistas al lector —y es apenas una niña y en “Debo olvidar…” si no las atrapa, en los últimos se explicita su ya es una mujer joven. Con respecto a las condición gatuna, aunque es verdad que las técnicas utilizadas, la historias no son las más notoria —siempre mismas—. Los personajes femeninos Conclusión es la más sencilla de identificar—es en la obra de Garro, mues- Después de recorrer la utilización de los la producción natran la habilidad de la narradores. A pesar rrativa de Elena autora para fundamentar que las protagonistas Garro desde 1963 las bases que dan sean Leli —o Lea 1980, queda claro linka— y Lucía, los el interés de este sol consistencia a personajes encargados de narrar la por iluminar la vida vibrantes y repletos de historia son otros; ya el de sus personajes humanidad a pesar de narrador omnisciente, con la luz propia de algún testigo que las estar constituidos —o los grandes autores conoció o un hombre representados— por letras. de la literatura. que descubre vestigios Los personajes en una habitación femeninos en la ocupada por ellas y los obra de Garro, muestran la habilidad de la gatos. autora para fundamentar las bases que dan Otro hecho real es la constante preocupación por los gatos escondidos bajo el sofá o al interior del armario ya que en muchas ocasiones debieron ocultarlos al mudarse. Uno más de los aspectos interesantes del texto es el hecho de otorgar en los primeros cuentos características humanas a Lola y Petroushka. A decir verdad, en una primera lectura —o una lectura exclusiva de cuentos como “Andamos huyendo Lola…” y “La corona de Fredegunda”—, podría incluso hablarse de elementos fantásticos debido al diminuto espacio donde Lola y Petroushka se ven

consistencia a personajes vibrantes y repletos de humanidad a pesar de estar constituidos —o representados— por letras. Elena Garro, una autora que todo amante de la literatura hispanoamericana fantástica está obligado a leer.


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Cleopatra

(¿Me has olvidado ya, o tan solo estamos muertos?) Por Alan guzmán*

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os sabios no saben lo que dicen. Hay botellas en cuyo fondo habita un desierto. Y no, no es verdad: no todos los inviernos terminan en primavera. Ignoro muchas cosas, empero, sé de memoria una sola certeza: las lágrimas que son lloradas hacia adentro, de forma inexorable adquieren el peso del plomo y el kilataje de la joyería más fina y pura. Esto, evidentemente, uno jamás lo encontrará en los libros gordos de los enciclopedistas. Es un secreto que mora entre las pastas duras de los manuales pertenecientes a un gremio aún más repudiado y olvidado que los intelectuales: los hacedores de la alquimia. El irremediable desgaje del tiempo ha ido percudiendo este conocimiento, propio de apenas unos pocos. Los alquimistas no transformaron jamás al carbón en oro. Era el llanto, siempre fue el llanto lo que ellos convirtieron en oro. Cada lágrima es una piedra preciosa. Todo abrazo es una batalla. Hace bien ese reducido grupo de hombres al dejarme solo en la mesa. Desde aquel día hablo poco. He de deducir que una prolongada exposición al sufrimiento lo va volviendo a uno más sensible, a la par que lo rompe de tajo. Dicen que el dolor es el mejor maestro. Y a mí el dolor se me presentó en forma de mujer. Entre el sopor causado por la ingesta desenfrenada de botella y media de ron, se me apareció ella ante mis ojos. Un delicado rostro femenino de hermosura aristocrática, minuciosamente pulida, era sostenido por la simetría geométrica perfecta de un par de hombros abigarrados *Alan Guzmán Guzmán, alias Plutón Psiconauta, es originario de la Ciudad de México. Su ocupación actual es la de estudiante de psicología. Sus intereses: Filosofía, Psicología, Pintura, Rap y Trip-Hop.


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de deliciosas pecas, que de inmediato me hicieron pensar en el sabor del chocolate. El mismo estado de ebriedad me llevó a buscar entre esa constelación de suaves lunares un mapa —o los atisbos de un croquis— que me indicara el camino hacia la salida de ese enternecedor infierno de caderas anchas. Con un esfuerzo casi despreciable pude percibir desde la lejanía el tenue aroma color lila que emanaba de su cuello. Nunca imaginé que posteriormente ese par de dulces piernas pasarían a ser mi guillotina. Uno lo pierde todo cuando pierde la calma. Se acercó hasta donde estaba yo, con su andar gatuno y elegante, y me susurró al oído palabras de una inefable belleza. Palabras que no deberían ser proferidas a ningún mortal. Los efectos secundarios son devastadores, desde esa noche sigo pagando las consecuencias. Pero no me importaría soportar una vida llena de soledad —a modo de pago— con tal de volver a verla, de tatuarla y hacerla mía una vez más bajo el sordo oleaje de una noche enigmática e irrepetible. A veces he llegado a pensar que las estrellas son pedacitos de un espejo roto y se dedican, con tesón y ahínco, a devolvernos la luz que irradia del pecho de ella. Algo tienen sus senos, de línea alta y pequeña, que pueden curar el espasmo, la misantropía, la rabia, el tedio y la melancolía de nosotros, los hombres en guerra.


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( Nota e sc r ita e n u n a se r v ille ta c on le t ra t ré m ula) He de se r me sin ce ro: ya n o e spe ro qu e v u elva , a u n qu e me g u sta r ía . He de se r me sin ce ro ta mbié n con e sto ot ro: lo ú nic o que me que d a de ella , soy yo. En el primer momento en que me arrojé al abismo de su mirada profunda e insondable, creí que había sirenas nadando en sus ojos. Pero no era más que el cúmulo de almas en pena que rondaban en los recovecos de su interior. Maldita mujer preciosa de alma dislocada. Verla a ella fue como verme a mí. Eventualmente me fui confundiendo con el reflejo y terminé por mimetizar mi imagen en la suya. Hoy el único modo que tengo para poder verla es cerrando los ojos. Sí, esa mujer se me metió por los ojos y entró a reverdecer todos los senderos olvidados que conducen a los paisajes laberínticos de mi mente. Después de verla a ella, el bar umbrío en el que me encontraba bebiendo, misteriosamente comenzó a adquirir tintura. Yo estaba acostumbrado a la monocromía, a observar al mundo con los ojos de un perro triste insertados en mis cuencas. El color rojo de los cigarros ardiendo en las bocas de los hombres del lugar era todavía más rojo; el color dorado del líquido en los vasos de las mesas, más dorado. Todo lucía más reluciente después de haberla visto. Recuerdo que después de susurrarme al oído con su cadenciosa voz, con un ademán bastante sugerente me ordenó seguirla. Me tomó de la mano y comenzó a arrastrarme

como seguramente arrastrarán mi alma en el purgatorio. En medio de risillas nerviosas y tropiezos llegamos al sanitario, lugar que de inmediato convertimos en la tumba de nuestro amor. ( Nota e sc r ita en una se r v ille ta con le t ra t ré m ula) Me preg u nto qué se rá de nosot ros, lo s que va mo s b u sca n do la v id a e n lo s ojo s de quie n n u n ca n o s mira . De su sexo escurría un líquido fosforescente que bañó sus tersos muslos, que yo bebí con más frenesí que cualquier otro licor. Nunca imaginé que esta especie de estado de ebriedad se prolongaría durante tantos años. El alféizar de sus nalgas reposaba sobre el tocador mal iluminado y yo quedaba cada vez más absorto con la luminosidad color cobre que su cuerpo irradiaba. Hubo un solo momento de esa noche en que ella sonrió, pude ver entonces con detenimiento su lengua viperina. Cuello delgado, pómulos prominentes y tobillos delicados... ¿Por qué dios tiene que castigarme de este modo? ¿Será que tengo que pagar, por fin, todas las conversiones que efectué durante mi ejercicio de la alquimia? Ahí, guarecidos tras una puerta vieja y descuadrada, un par de bestias crueles protagonizaban un festín sanguinolento y despiadado. Ella y yo, nunca nosotros. Durante varios minutos —que se prolongaron tanto hasta el punto de convertir todas mis noches en 24 horas— chocamos nuestros huesos para hacer música, para rompernos, para desgastarnos, para volvernos polvo.


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Una vez exhaustos el uno del otro, de su boca emergió una muchedumbre de voces solitarias y desesperadas. Me decía que debía irse y que no me daría ninguna otra explicación. No debía seguirla, no debía buscarla. Salió disparada hacia la calle. Nunca volví a saber de ella. Al menos, nada que me hubiera gustado saber. Con el dolor que nacía en la boca de mi estómago y que se extendía de manera vertical como una flor hasta mi pecho, catapulté mi pesado cuerpo hasta la mesa de nuevo. Tomé la botella de ron y me dirigí a la mesa aquella, donde estaban mis colegas, y me incorporé a la plática. Lo cierto es que no puse atención, me concentré en beber el licor. Después caí inconsciente. Tengo un hueco en mi memoria. Hubo días en los que lloré mucho; tanto, que incluso la gente se ponía periódicos en la cabeza para no mojarse. Eventualmente, mis compañeros fueron enterándose del dolor que me aquejaba, fueron conociendo a detalle la espina en mi garganta. Teníamos ya una especie de hábito: visitar diariamente ese bar. Nos dirigíamos con el objetivo explícito de alcoholizarnos. Lo

cierto es que yo acudía con la esperanza de verla de nuevo. Poco a poco, mi vista volvió a volverse monocromática. Volvía a ser el perro triste de fauces mojadas que espera en los mercados a que una mano piadosa lo alimente. Entonces empecé a diseñar mis propios métodos de tortura y espera. Por ejemplo, aún sigo formando en fila a todas mis lágrimas que quieren volver a entrar. Sigo buscando el modo de convertir todos mis precipicios en salidas, para que ella pueda volar si es que regresa. Sigo intentando hallar la manera más efectiva de sacarme el aire de la boca, para que ella pueda respirar. Y ese proceso fue rutina durante mucho tiempo. Mis colegas, los alquimistas, estuvieron aconsejándome al oído durante días que la convirtiera en odio. Según ellos, el odio es aún más puro que el amor. Aprendí a escucharlos cuando dejé de hablar. Pero dejé de escucharlos en el momento en que me dediqué a escribir. ( Nota e sc r ita e n u n a se r v ille ta con le t ra t ré m ula) E stoy de cidido a conve r t ir te , de ahora en adelante, en literatura.


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Ilustración de NURI LIBERTAD

Papillon Por José Miguel Primavera*

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l crujir de las seis horas pasando el meridiano, en la órbita de tres mil seiscientos cincuenta días —los días no suenan tan alarmantes como los años, estos dan comezón—; ella caminó de largo hasta la esquina, envestida del blues de quien camina en tres pasos sobre su infancia, definiendo al galope, sus piernas y labios de mujer —sabes de qué hablo—. Tomamos un taxi, ella ignora el baile que desencadena su pestañeo, parece que sólo mira la ventana —error, hay algo ahí, hay algo, hay algo y lo noto, un batir inusual, es su lanza de Longino que perfora el tejido de mi realidad—; ya me jodí, de brinco en brinco ya me jodí, como Adán si se hubiera tragado toda la manzana, ahora pecaría por ser la serpiente. Pedimos café para calentar nuestro pecho; dos tragos, tres tragos y su labial sanguíneo escurre la vena del vaso, evidencia que la delata como asesina, y lo es; tuerce la actual línea del tiempo hasta reventar su limbo, imperceptible atentado cósmico, se sacude el cimiento del futuro, debajo de su vasito de café. Su labial de manzana es la advertencia: no la vi. Es el velorio, entre risa y anécdotas de actualización para aliviar el desfase, producto de tres mil seiscientos cincuenta monedas en el aire: el funeral avanza. El ataúd vibra en la membrana de sus labios, ocaso perpetuo; ella habla, ahí están sus ojos, aletean, el amor reverbera sobre la grieta primaria del carbón y el oxígeno. Amarás a Dios sobre todas las cosas. Quien no busca el sol, no entiende a Ícaro, quien no busca sus ojos no comprende lo factible de manipular la carne. No hay que menospreciar los eventos nimios, porque Dios sí juega a los dados con el universo. Vieras lo fácil que es sumar tres y no siete. Seguimos caminando, dos vasitos de café para enfrentar a Morfeo, ella bebe y el pestañeo no cesa; no lo sabe, sigue bebiendo, todo es numérico en la suma de eventos que no cesan. Juego con el vaso, me detiene, le irrita el nerviosismo o quizás le recuerda al hámster, quizás el hámster no la recuerda a ella. —Tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, tú, ¿sabes la diferencia entre el pasado, el presente y el futuro, más allá de la conjugación, o la reserva de fotos en la SD o el álbum del baúl? —Crucemos el estacionamiento, los taxis de la avenida cobran más barato. (A estas alturas es irrelevante). —A Tlaxpana, por favor. Abordo de nuevo, termina como empieza, porque todo es una serpiente mordiéndose la cola; tu aliento de vainilla, la tierra en mis zapatos, algo muere, alguien lo tiene todo, alguien no tiene nada. Hoy lo tenemos. Buenas noches, tus pestañas se mueven otra vez y el clima cambia para siempre. Salimos el sábado, regresamos en plenilunio.


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ILUSTRACIÓN DE SERGIO BORDÓN

Stella

del mar

(Intraducible al inglés) Por Carlos M. federici*

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intió un escalofrío. El mar recobró su neutralidad tras el portentoso paréntesis. El azul ondulante, los susurros milenarios, los festones de espuma que venían a coquetear con los dedos de sus pies...

Ni un alma en las inmediaciones. ¡Nadie con quien compartir la increíble experiencia que le había tocado vivir! ¡Sí que lo vi!, pensó. ¡No fue sueño ni ilusión!

De regreso al hotel, echó llave a la puerta y corrió las cortinas. Luego de higie­nizarse un poco, se metió en la cama, casi en completa oscuridad. El rugido de su corazón era estentóreo. Sonrió, con los párpados bien apretados. De seguro se trataba de alguna especie de retribución, se dijo. Un privilegio personal, destinado a equilibrar las miserias de sus despojados veintitrés años. ¿Quién podría saberlo con certeza? Cada vez que salía a pasear por el balneario, ocultándose tras su poco airosa indumentaria, el runrún de las murmuraciones despectivas se encaramaba por sobre los sonidos del mar que la alcanzaban con la contundencia de una lluvia de dardos ponzoñosos. Desde luego que *Carlos María Federici es originario de Montevideo, Uruguay. Escritor profesional desde 1961, con incursiones en el cómic desde 1968. Funcionario retirado de la Dirección de Prensa de la Municipalidad, continúo con mis publicaciones en distintos órganos de prensa. Nueve libros publicados. Mis intereses: Cine y narrativa “vintage”. Historietas clásicas de los años 50.


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era consciente de lo basto de sus formas; por otro lado, tampoco le adornaba esa peculiar sofisticación que piden los tiempos. Siempre en su rol: una suerte de paria social, igual que en la ciudad. Genio y figura... Se movió entre las sábanas, abrazándose a la almohada, y dejó escapar un suspiro de satisfacción. “Solo para sus ojos”, se dijo. “Aquel brazo soberbio, de dorado lustre, exquisitamente estructurado, había surgido de las misteriosas profundidades del mar, apuntando un índice gallardo hacia las nubes...”

“S” de grácil diseño. Enseguida se le hizo evidente la razón de aquello. Por supuesto que debía ser así: no la vulgar inicial de “Estela”, sino la del nombre glorificado: Stella. Pero finalizó antes de lo que hubiese deseado. Dejó caer la mano, alzada en fútil impulso de retardar lo inevitable, aunque su desconsuelo no fue completo, pese a que el trozo de milagro hubiese vuelto a sumergirse. Aurora tras aurora... No importaba cuántas llegasen a sumarse: lo que había de ocurrir, ocurriría. Era una certeza que nutría su espíritu con ánimo indeclinable.

Y eso no fue todo. Le estremecía la gozosa certeza de que al siguiente amanecer el bello miembro iba a estar allí de nuevo. Y quizás...

Nada tenía que interferir en ello, se dijo con firmeza. Nada en este mundo.

Se dejó sumir en el más dulce de los sueños.

La tercera vez, el hecho se produjo cuando ya el agua, ribeteada de blanco, le ceñía la cintura. No sentía las piernas, anidadas en sal y fluida quietud... A sus espaldas —no habría podido determinar la distancia precisa—, la arena, las huellas congeladas de innúmeras plantas, el balneario, aletargado todavía luego de la habitual trasnochada.

Segundo encuentro. Casi sin aire en los pulmones se detuvo, con las pantorrillas levemente azotadas por el estertor de las olas. Tenía muy pálida la cara, y la piel se le encrespaba en diminuta orografía. El brazo —de regreso de las líquidas simas— era como un extravagante poste indicador de color caramelo, ahí mismo, delante de sus ojos embelesados, bajo la indecisa claridad del alba. Giró con lentitud sobre su propio eje vertical, acaso —se permitió suponer— esbozando un ademán de saludo, o tal vez de bienvenida. Las largas uñas ovales refulgieron al agitarse los dedos... Su aliento silbó entre los labios crispados cuando divisó el anillo. Copia fiel del otro, se admiró, en malaquita o jade verde; solo que este tenía grabada una

Como lengua de fuego ascendente, se abrió camino el brazo entre el fluido verdiazul, casi hasta el hombro. Asomaba también la dorada cima de la cabeza y, pese a que anticipaba lo que seguiría, no pudo evitar el espasmo de emoción que le hizo vibrar todos los músculos, en el instante mismo en que la preconjurada imagen se materializó por fin. Largos cabellos de miel, preservados mágicamente del contacto del agua salobre; enseguida, aquellos ojos... Ojos que —paradoja— eran los de Estela,


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y al mismo tiempo no lo eran... Su inefable verdor provenía sin duda del mundo de los sueños irrealizables, pensó. El capullo escarlata de la boca se hendió a fin de permitir el paso a dos palabras, borrachas de música: —Soy Stella. —¡Stella! Stella, yo... Pero ya se encabritaba la marea, al espoleo de lo recóndito. En cosa de segundos, Stella fue restituida a la húmeda oscuridad que la había liberado en forma temporal. Se quedó contemplando aquel espacio vacío por varios minutos, o media eternidad. Después: —Hasta mañana... —musitó. Preludio de tempestad. Bajo un cielo de agobiante plomo, acudió a la cita final. Ni un grano de arena oscilaba en su nicho minúsculo, en tanto el mundo se anegaba en un difuso claror ultratrerreno. Sus plantas estamparon en una hilera de concavidades en dirección del mar. El silencio tejió una enmarañada urdimbre de tensión en torno de las cosas, porque el momento pendía entre dos esferas contiguas de realidad. Una peregrina fusión, inextricable, estaba a punto de operarse. El Universo se abría a la posibilidad de Lo Imposible. ¡El cuarto amanecer!... La diáfana silueta emergente le hirió las pupilas con su resplandor. Entornó los párpados. Por un segundo le asaltó un ramalazo de temor.

¿Podría soportar la consumación ? Había aflorado casi por entero. Únicamente por debajo de las rodillas la recataba el velo azul y espumoso: el bronce noble de la carne relucía con su propia aureola. ¡Y los torneados brazos se tendían en su dirección, tal como si...! Su corazón enloqueció dentro de la frágil jaula de las costillas. Sintió que toda su vida pasaba en un raudal delante de sus ojos: la eterna frustración a partir de su propia imagen reflejada en los espejos, su estéril búsqueda de la belleza, su incomunicación irremisible... No tuvo conciencia, al avanzar, del vaivén de sus piernas; tampoco registró el instante preciso en que brazos y torso llevaron a cabo las flexiones indispensables para emancipar al cuerpo de las exiguas prendas que lo cubrieran. Sobre la arena, separados no más de medio metro de la línea de resaca, la camisa azul claro y el short blanco compusieron un par de pequeños montículos expectantes. Por breve lapso se detuvo, saturándose las pupilas de belleza ante la espléndida forma de Stella; luego pasó a su lado, derecho hacia el horizonte, mientras Stella salía a la playa, sin apenas estremecer las aguas a su paso. No se produjo el menor roce entre ambas figuras. —¡Ojalá te siente bien mi ropa, Stella!... —alcanzó a murmurar Estela, antes de que el mar se enseñorease de su garganta y sus pulmones, y las olas se cerraran definitiva­ mente por encima de su cabeza.


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Entrevista

Karen Plascencia:

imágenes para combatir la realidad Por Gonzalo Ramos*

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us amigos se organizaron para jugar algo épico y la llamaron a que se les uniera en el parque que estaba cerca de su casa. Así, defendiendo una torre de piedras y pensando en sus próximos hechizos, fue la primera vez que Karen Plascencia conoció el mundo de la fantasía. Desde entonces le gustó que fuera como asomarse a la ventana de otra realidad. La afición por echar un vistazo a parajes alternos es la misma que ejerce ahora con una cámara réflex en las manos. Hace ocho años inició en el mundo de la fotografía y, en ese lapso ha pasado de simplemente capturar instantes a recrear momentos de gozos instantáneos, como dicta su propia filosofía.1

1 Estos conocimientos, además, los comparte con sus alumnos universitarios en las asignaturas de Fotografía y Teoría de la Imagen. * Gonzalo Ramos ha laborado en diversos ámbitos de la comunicación, desde la producción radiofónica hasta la publicación periodística. Estuvo a cargo de la programación de la radio por internet Atomico.FM a lo largo de un año y posteriormente fue encargado de Radio y Multimedios de la revista de política Luces del Siglo, donde posteriormente colaboró como reportero y finalmente editor de contenidos tanto de la revista impresa como de su página web.


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Su afición por la historia del pequeño mago Fue esta idea, la de crear momentos fotográficos, que llevó a Karen a emprender el llegó a tanto, que hasta la fecha conserva proyecto Caos 52, el cual consiste en realizar las líneas de tiempo que hizo alrededor de una fotografía semanal y trabajarla con este mundo mágico, en donde escribió una retoques avanzados para generar imágenes historia alterna con personajes inventados de fantasía mediante la técnica de composite, por ella misma. Habla de esto sin vergüenza, técnica que propone el montaje de varias pues explica que la realidad creada por J. K. fotos en una sola. A varias semanas de haber Rowling no es un asunto menor: son 3 mil 970 comenzado, ya han visto la luz una serie de páginas en total, las cuales son un referente propuestas interesantes en las que ha tenido a cultural de Inglaterra, que han influenciado muchas vidas alrededor del planeta. bailarines y actrices como modelos. Ejemplifica lo anterior con el caso de una Esta experiencia ha resultado bastante enriquecedora, pues le permite no sólo chica estadounidense que estuvo en medio de una masacre en la perfeccionar sus técnicas que toda su familia fue de retoque digital, sino asesinada. En el funeral que también amplía su “La foto no es sólo capturar de sus seres queridos, la experiencia en el trabajo un instante, es chica citó una frase del con modelos, pues si bien crear un momento de libro Harry Potter y el disfruta la fotografía gozo instantáneo”, prisionero de Azkaban de la naturaleza, su en la que habla sobre objetivo predilecto son Karen Plascencia. encontrar la felicidad los seres humanos. Su aún en los tiempos atinado trabajo como retratista le ha traído satisfacciones como la más oscuros. Como en este terrible suceso, de hacer el portafolio fotográfico de Tracy dice Karen, la fantasía ayuda a sobrellevar la Reuss, ganadora de la segunda temporada de realidad, que muchas veces es más densa y pesada que cualquier monstruo épico, fruto Mexico’s Next Top Model en 2011. Para Karen, la mezcla idónea para crear de la mente de algún autor. “Muchas veces es esta fantasía la que te instantáneas es un poco de inspiración, una pizca de sentimiento y un amplio sentido ayuda a combatir con la realidad. De alguna de creación. En su concepción de la vida, forma te hace decir: ‘bueno, si él pudo, ¿por una fotografía no debe ser simplemente el qué yo no?’ Y te ayuda, lucha contigo”, momento que pasó, sino que debe generar algo finalizó la fotógrafa. nuevo que muchas veces no es perceptible a simple vista: abrirle la puerta a lo fantástico. La fotógrafa se reconoce a sí misma como Para saber más de Karen: parte de esa generación que creció leyendo la • Reconoce como sus influencias a las saga de Harry Potter, teniendo que esperar fotógrafas españolas Desirée Delgado y Marina a que saliera el siguiente libro de la saga. Gondra. Ella es de las que inventaron en su mente la • Canal de YouTube del proyecto Caos 52: fisionomía de un niño que era mago y no de https://www.youtube.com/user/Utophyan quienes leyeron los libros imaginándose al actor Daniel Radcliffe empuñando una varita mágica.


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Ilustración de NURI LIBERTAD

El árbol Por Miranda gUERRERO*

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ecir que era un árbol habría sido grosero, pero decir que estaba casada hubiera sido peor. —Tendré nietos, tendrás hijos, ¿a qué más puedes aspirar? —dijo Soledad, mientras estaba tejiendo bajo la luz de primavera.

La noticia golpeó su pecho y Danaé quiso esconderse entre las ramas del árbol que vivían frente a su casa, volverse una entre sus luminiscencias, pero no podía. Ya tenía quince años y, en palabras de Soledad, había llegado el momento de “echar raíces”. Aunque Danaé no encontraba otro objetivo en la vida más que ese; ella y su madre habrían discrepado si hubieran estado decididas a hablar francamente de aquel dicho. La boda habría sido en invierno y, cuando menos se lo esperaron, la primavera ya había recogido sus luces y el verano ya estaba frente a su ventana, junto al árbol que la observó desde pequeña y no parecía juzgarla. Solo un susurro prevenía de aquel coloso, un canto que únicamente los insectos comprendían y tal vez una que otra estrella; pero Danaé era sorda y al no poder entender el susurro del árbol, decidía arrullarse con las palabras que escribía cada noche: “Árbol de quinientas palmas/ el invierno se acerca/ y te destrozará la piel”. Detrás de la ventana, el verano persistía. Los niños salían a jugar, a columpiarse entre las ramas del árbol, a renunciar al mundo cuando decidían esconderse tras su tronco. Entonces Danaé abandonaba sus poemas, los intentos de escapar entre sus palabras, y veía a través de la ventana a los niños que acompañaban al árbol. Había los que se acostaban bajo su sombra * Miranda Guerrero Verdugo nació el 27 de abril de 1993 en la Ciudad de México. Actualmente es estudiante de Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa. Su carrera literaria resulta ecléctica, pues se ha dedicado tanto a dramaturgia, narrativa y poesía. Entre los talleres y profesores que han servido para su formación destacan Raúl Renán, con quien actualmente está realizado un proyecto de poesía sonora y Marina Porcelli, profesora de narrativa con la cual ha tomado clases de Radio y Multimedios.


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y fingían indiferencia para poder descansar; otros observaban su corteza y conversaban en silencio, deseando saber cuántos años tenía; pero, en ese momento, lo que más le llamó la atención fue una niña que estaba desafiando al árbol y se trepaba en sus hombros, con la esperanza de llegar a la cima. Las hojas eran un abanico de sensaciones en su rostro, una corona que sus cabellos alzaban sin el peso de los broches o coletas que luego las madres obligan a usar. Nunca se sintió más liviana y refulgente en la vida. El sol penetraba en cada uno de sus poros, como si se tratase de cada una de las hojas del árbol y sus pies, tan gruesos e inamovibles, bien podrían confundirse con alguna raíz. No podía haber otro lugar, aquel era su destino, estar sobre todas las cosas, mirar desde arriba lo que una vez fue muy grande para darse cuenta que era algo pequeño. —¡Niña estúpida, bájate de ese árbol! — gritó Soledad. Danaé cayó sobre un diván, con las manos cruzadas sobre su pecho, observando cómo su madre continuaba tejiendo mamelucos y frazadas para sus hijos. —Tendrá nietos, tendré hijos, ¿a qué más puedo aspirar? —dijo Danaé para sí, mientras trataba de convertirse en una mujer de ramas endebles y vista baja. Pero era imposible, por más que le hubiesen torcido los brazos o las piernas, su forma no habría cambiado. Sus raíces ya se estaban plantando en la tierra y su mirada cada vez iba más allá de lo perceptible. En cualquier momento ya no estaría ahí, lo presentía, lo

escuchaba del árbol que perdía el follaje para volverse un sol en su jardín. No faltaron palabras para expresar su fuerza y antes que Soledad tuviese la oportunidad, las manos de Danaé le arrebataron los mamelucos, las frazadas y los tiró al piso. Pronto, los pies de Danaé se plantaron sobre las prendas y los tejidos de su madre se hicieron garabatos. Soledad golpeó la cara de Danaé y una de las mejillas de la joven se puso tan roja que era imposible negar, el otoño había llegado. “Árbol con las llamas blancas/ llévame a tus memorias/ a tu cima colosal”, y si antes los poemas de Danaé eran un escape, ahora se convertían en un laberinto que trepaban las paredes de su cuarto, entre constelaciones de sombras y la luz dorada que atravesaba su ventana. Ya no hay salida, decía para sí Danaé, mientras observaba cómo el follaje del árbol se iba empequeñeciendo, sustituido por un aura anaranjada que crecía a las faldas del coloso. Era cuestión de días para que la última hoja cayera y el invierno la desposara. Solo el árbol junto a su ventana parecía tenerle solidaridad y, cuando menos se lo esperaba, logró escucharlo. Fue tan obvio, solo tuvo que abrir la ventana, mecer su cuerpo en el aire y antes que Soledad se diera cuenta, el cuerpo de Danaé ya era una estrella roja sobre el césped, una semilla que se convertiría en árbol.


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Robyn Adele Anderson: Cuando el canto de la sirena se reviste de nostalgia Por Alejandro Morales Mariaca*

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n los últimos tiempos un movimiento artístico multidisciplinario enfocado en los retrofuturismos ha ganado gran fuerza. Dichas manifestaciones artísticas consisten en especulaciones sobre pasados repletos de anacronismos que parten de una premisa más bien sencilla: “Y si en el pasado hubiera…”. No profundizaré más en el tema, delegando en el lector interesado la responsabilidad de informarse al respecto; una experiencia que estoy bastante seguro no carecerá de interés.

* Alejandro Morales Mariaca es un escritor mexicano, actualmente vive en Texcoco. Los géneros sobre los que escribe son: Steampunk, Pastiche Holmesiano, Horror cósmico, Policíaco, Zombi, etc. Su obra ha sido publicada en México y España.


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Como mencioné, los retrofuturismos abarcan distintas disciplinas, y una de las que más disfruto es la música. Uno de los grupos más representativos de este tipo de experimentos sonoros es sin lugar a dudas Posmodern Jukebox, colectivo1 formado en el año 2013 que se dedica a interpretar música contemporánea transformándola en jazz, swing, vals, charlestón y otros sonidos de principios y mediados del siglo XX. El genio detrás del proyecto es Scott Bradlee, uno de los responsables del

soundtrack del magnífico juego retrofuturista Bioshock Infinite (Irrational Games, 2013), y quien se encarga de realizar todos los arreglos musicales que los miembros del colectivo ejecutan con innegable talento. De entre todas las canciones que componen la discografía de Posmodern Jukebox, por mucho mis favoritas son aquellas que cuentan con la colaboración de Robyn Adele Anderson, 1 Algunos de sus integrantes más frecuentes son: Casey Abrams - bajo y voz; Haley Reinhart – voz; Morgan James – voz; Ariana Savalas – voz; Cristina Gatti – voz; Asley Stroud – voz; Puddles Pity Party - “el payaso triste con la voz de oro”; Stefan Zeniuk - “flamófono”; Ben GolderNovick – saxofón; James Hall – trombón; Adam Kubota – bajo; Chip Thomas – batería; Mike Rocha – trompeta; Jacob Scesney - saxofón y clarinete; Lemar Guillary – trombón y Mike Cottone - trompeta

bella cantante estadounidense poseedora de una maravillosa voz y un carisma seductor que magnífica el sutil encanto de sus interpretaciones. Si bien Robyn no alcanza los registros vocales como los de Aretha Franklin, Edith Piaf o de la incomparable Bruja Cósmica, Janis Joplin, su voz se amolda a la perfección a los distintos ritmos y géneros trabajados por el grupo, haciendo suyas las melodías, a la par que las reviste con el inconfundible glamour de los cabarets de los años veinte y otras épocas que nos invitan a la nostalgia. A diferencia de otras cantantes, Robyn Adele no recurre al histrionismo exagerado o a la voluptuosidad de su cuerpo para apoderarse del escenario, confiando únicamente para ello en su privilegiada voz y un muy sutil lenguaje corporal que fluye al ritmo de la música, tal como se puede apreciar en los videos de las canciones


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Careless Whisper, original de George Michael convertida en un jazz al estilo de los años 30; Beauty and a beat, original de Justin Bieber convertida en un swing de los 40; Call me maybe, un cover de Carly Rae Jepsen a ritmo de ragtime de finales del siglo XIX; Wake me up, una canción de Avicii interpretada casi por completo en español y con arreglos para mariachi; Girls Just wanna have fun, original de Cyndi Lauper convertida en un vals que los aficionados a Bioshock Infinite reconocerán de inmediato y Gangsta’s Paradise, de L.V. reinterpretada a ritmo de las big bands de los años 20, entre otras tantas. Desde ahora, aunque me parece que ha quedado claro líneas más arriba, me declaro culpable de disfrutar de la música de Posmodern Jukebox y, en especial, de los covers de Robyn Adele Anderson, que es una compañía constante en mis viajes al trabajo y en no pocas sesiones de escritura. De hecho, su influencia fue determinante para la concepción de mi relato La sonata de Moebius, publicado en la antología Ácronos IV, dedicada al steampunk y otros retrofuturismos. Si se desconocen estos temas o nunca ha habido un acercamiento a la música anacrónica, Posmodern Jukebox y sus distintos miembros, son una grata experiencia para melómanos empedernidos, así como para quienes buscan propuestas sonaras distintas.


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Reseña

El huésped de Guadalupe Nettel Por Diego Illescas*

Comprenda que se trata de salvarse entero con sus carencias, con sus callos, con todo lo que un hombre puede tener de inconsistente, de contradictorio, de absurdo. Todo esto es lo que se necesita poner a la luz: el loco que somos. -Jean Paulhan, Les incertitudes du langage

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sí inicia la primera novela de la autora mexicana Guadalupe Nettel, con un epígrafe exquisito de donde poder asirnos para descifrar y descomponer su novela titulada: El huésped (2006), título que tiene su origen en lo que Ana, personaje principal de la obra, denomina La Cosa: su dualidad. La Cosa representa la locura que todos tenemos e intentamos ocultar. * Diego Illescas tiene como a su más grande amor el extraño mundo de las letras, desde chico se sintió conmovido por ellas, se hace llamar a sí mismo “Cuervo” cuando escribe, por el amor que le tiene a estas aves misteriosas, que en las noches se confunden con las sombras. Sin embargo, esta pasión o necesidad por escribir la comparte con la fotografía, a la cual le dedica tiempo en sus viajes, cuando el sentimiento y la necesidad brotan del corazón.


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El nombre de La Cosa no es gratuito, pues al nombrarlo así, Guadalupe Nettel no sólo se da el lujo de la ambigüedad, sino que también alude a lo inconsciente e invisible, lo cual además de estar presente en sí misma también lo esta en la ciudad y en los personajes que Ana va conociendo a lo largo de la novela, pues de igual manera poseen su parte incongruente, loca e invisible. En pocas palabras, no es exclusivo que ella y La Cosa posean esa dualidad, que a diferencia de la famosa obra de Robert Louis Stevenson El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde, se torna en una unidad que no se puede desprender y está en constante batalla. Siempre me gustaron las historias de desdoblamientos, esas en donde a una persona le surge un alien del estómago o le crece un hermano siamés a sus espaldas. De chica adoraba aquella caricatura en que el coyote abre la cremallera de su pellejo feroz para convertirse en un mustio corderito. (13)

Ana empieza a relatar la novela de esa manera, para meternos de manera efectiva en la historia, pero también como un intento quizá de sentirse identificada, saberse que no es la única que se enfrenta a esta situación, de la cual teme platicarle a alguien, pues podrían pasarla por loca. Aunque a veces se plantea la idea de que quizá los otros también oculten

a su Cosa, por miedo o que esta ya se haya apoderado de ellos. Me resultaba insoportable pensar que tal vez en los tétricos pasillos de esa escuela, en alguna banca perdida de cualquier salón, mirando hacia la ventana enrejada, como una bestia en cautiverio, otra niña vivía algo parecido. (28)

Un día la situación se vuelve seria. La muerte de su hermano, Diego, transforma a Ana y por lo tanto la historia. Al inicio es una muerte metafórica, hasta que un día muere y esto deja devastada a su familia. Su padre empieza a ser un fantasma y un día se va, y su madre que desde antes queda descrita como una mujer resignada a ser una ama de casa, a la que su único sentido de existencia era cocinar el desayuno, que no llegaran tarde a la escuela, etc, se vuelve un bulto sin animos. Ella por su parte, que le tenía demasiado afecto y era con quien estaba más unida, se siente culpable y se resgina a aceptar a La cosa, a conocerla, a alejarse de la infancia, que quizá sea lo que representa Diego por su sencillez e inocencia. Aquí termina la primera parte de la novela. Pero antes de abordar la segunda parte, es necesario subrayar algo importante, lo cual debe tomarse en cuenta: el hecho reiterativo a la muerte. La de Diego, el fallecimiento metafórico que ella empieza a dejar de soñar, a aislarse, a vivir de recuerdos, los personajes


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que la rodean que parecen muertos en vida como su madre y su abuela o los transeúntes del metro con sus cabezas gachas y los ciegos del insituto que aparecerán en la segunda parte. Por lo que se puede deducir que la novela habla de una muerte simbólica, de una que en el caso del personaje Ana, se podría afirmar que es un deceso por

apariencias, por no dejar ser su otra parte: La Cosa. A partir de ese año y creo, que con cierta razón, comencé a tener miedo de mí misma. Miedo de La Cosa... (21) […] —Hay cosas importantes —dijo mirándome con seriedad— que se echan a perder con menos tiempo. La mejor manera de conservar el color de las flores es guardarlas en la memoria. Pero

no te confíes, lo más probable es que también ahí se marchiten. (25)

En esta segunda parte de la historia, Ana almacena recuerdos e imágenes, para que al menos cuando su final sea inevitable una parte de ella sobreviva, una parte a la que espera La Cosa no pueda acceder. Además, entra a un instituto de ciegos, donde comienza a trabajar

como lectora, para conocer a La Cosa, saber más del mundo de la ceguera a la que esta pertenece. Sin embargo, ella nunca llega a ser contacto con los ciegos, les teme, los evita en la medida de lo posible, solo se dedica a observarlos en la distancia. Sus alumnos, al contrario de lo que busca la institución — hacerlos autosuficientes— son dependientes, pues les da miedo salir a reclamar su libertad


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por la conformidad y seguridad que les da el instituto. Es por eso que le llama la atención Madero. Un manicomio no debe ser muy diferente, pensé. Además esa manera de llamar a los ciegos internos me preocupaba. (62)

En el instituto conoce al profesor Cacho, al que le falta una pierna, y quien pide limosna por principios. Cacho es un personaje importante en esta novela, ya que se vuelve muy cercano a Ana y, casi se podría afirmar, ella lo considera una suerte de mesías que va en contra de todo lo que ella conoce hasta entonces, pues es él quien le abre los ojos. El personaje viene a romper su cascarón, el cual de cierta manera ya estaba empezando a quebrarse al tomar el trabajo, pues de vivir con su madre y no hacer nada, empieza su independencia, su aventura —aunque sea de manera inconsciente—.

la posea y pierda la vista por completo. Esta charla, que se inicia por la insistencia de Ana en conocerlo, se lleva a cabo en la oscuridad en la que cada vez se siente más cómoda, en la que empieza a percibir, descifrar su entorno sin la necesidad dela vista, ver de otra manera. Ana, en esta parte de la historia se revela al hacer cosas que antes no se hubiera animado a llevar a cabo. Dejar ver el loco que todos llevamos dentro, la dualidad de nuestra persona, como al final de texto se puede percibir en el fragmento en que está entre dejar o no a Marisol. Aunque haya un discurso social bajo este

texto, no deja de ser una obra íntima que logra conectarse con el lector, invitarlo a hacerse preguntas sobre sí mismo, sin volverse un psicoanálisis de sus acciones, de ese otro ser que también somos nosotros. Escribe Nettel en un fragmento: “Todos, No deja de ser una obra íntima de alguna u otra manera, soñaban con la autonomía, que logra conectarse con con abandonar su eterna el lector, invitarlo a hacerse condición de huésped.”

Por medio de Cacho, al que al inicio evita, conoce el metro —sitio subterráneo al igual que La Cosa, lo preguntas sobre sí mismo, sin que justifica cómo ella El texto en sí es sólido, volverse un psicoanálisis de va aceptándola en la tanto en sus ideas como sus acciones, de ese otro ser estructura del texto—, en la estructura, ya que donde comienza a que también somos nosotros. mantiene la tensión por sentirse como en caentender qué es La Cosa, sa conforme avanza pues la dualidad es un tema del que nadie está la historia, y donde gran parte de la novela exento. Sin embargo, en mi opinión, la idea se desarrolla. También por medio de Cacho principal se llega a perder en ciertas anécdotas conoce a Madero, un ciego independiente que quedan sobrando o simplemente son que cambia su manera de percibir la ceguera, demasiado enfáticas para el texto, repetitivas que le abre la posibilidad de la autonomía, y hasta desgastantes, pues la idea queda pues ella no quiere ser dependiente como bastante clara y de tanta reiteración llega a sus alumnos del instituto, cuando La Cosa confundir. Ejemplo de ello son los tacos de


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manatí que en nada apoyan al texto, sino que se podría prescindir, pues en mi opinión, lo debilitan, pues en esta parte del texto, al no contribuye en aportar algo, solo se lector no le es de gran utilidad la información vuelve una escena más dentro del relato. de donde vienen los De forma independiente tacos de manatí; lo a lo anterior, es un texto El texto en sí es sólido, tanto que importa en ese muy logrado en cuestión en sus ideas como en la momento es la acción de cómo transmite la idea estructura, ya que mantiene que se lleva a cabo en el de la dualidad. Totalmente la tensión por entender panteón, la pelea entre recomendable, para ahonqué es La Cosa, pues la vagabundos por los dar en el huésped que vive tacos queda sobrando en cada uno de nosotros. dualidad es un tema del como un simple reque nadie está exento. lleno; aunque en sí todo este fragmento pierde significado o importancia en la totalidad del texto, y es una parte de la que


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ILUSTRACIÓN DE SERGIO BORDÓN

Leuxia,

la elegida por las estrellas Por Liliana Celeste Flores Vega

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as tres lunas iluminaban el cielo de Nephula y, derramaban sus rayos de plata sobre una construcción de piedra milenaria que se erguía en el borde del acantilado mirando al mar: el Templo de Shia. Más abajo, en la playa de arenas iridiscentes como el nácar, se llevaba a cabo un ritual ancestral. Las damas blancas danzaban alrededor de la hoguera, al compás de los tamboriles que tocaban los guerreros. Las bellas doncellas vestidas con vaporosas túnicas níveas, adornadas con collares de perlas y con las largas cabelleras al viento, trazaban figuras cabalísticas con sus pies descalzos sobre la arena, mientras arrojaban manojos de hierbas aromáticas a las llamas. Los guerreros iniciaron un cántico gutural sin dejar de tocar sus tamboriles. La atmósfera era hipnótica. La anciana guardiana del Templo precedía el ritual sentada en el trono hecho con madera varada por el mar y adornado de nácar, entonces se puso de pie y con esa señal se hizo la quietud y el silencio. Los guerreros enmudecieron, dejaron los tamboriles y se arrodillaron; las damas blancas detuvieron su danza y se formaron en dos hileras para darle la bienvenida a la sacerdotisa, quien bajaba por la larga escalinata que llevaba del Templo hasta la playa. La sacerdotisa caminó hasta llegar a la orilla, se despojó de su túnica blanca con bordados de plata y se adentró lentamente en el mar siguiendo el camino argentino que dibujaba la luz de las tres lunas hasta que el agua le llegó a la cintura. Un guerrero de las mareas surgió de las olas como un dios marino, la tomó entre sus brazos y la besó con pasión, tras lo cual la llevó hasta la playa en donde esperaba el palio nupcial para hacerla suya, mientras las damas blancas y los guerreros contemplaban la cópula mística con devoción. El guerrero de las mareas partió con el alba.


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Esa noche Leuxia fue concebida, hija del mar y la luna. Según la tradición su destino era convertirse en la siguiente sacerdotisa y así perpetuar la cadena del linaje de las sacerdotisas del milenario Templo. Leuxia fue criada por su madre en el Templo hasta que cumplió dieciséis años, durante ese tiempo fue instruida en el arte de la magia además de las disciplinas de la poesía, la música y la danza: sería una digna heredera de su madre. Pero en la ceremonia de su iniciación una lluvia de estrellas cambió su destino; en el monolito de mármol estaba escrito que la señalada por las estrellas sería la hechicera guerrera que salvaría a su pueblo cuando el Terror surgiera del mar. Un mes después un barco apareció en la línea del horizonte al atardecer, era su padre que se la llevaba a la Isla de las Tormentas, en donde la entrenaría en las artes de la guerra. Sin embargo, la profecía no anulaba que ella siguiera con la cadena del linaje de las sacerdotisas. Cuando cumplió veintiún años su padre la trajo de regreso y en la playa se realizó el mismo ritual ancestral con el que ella había sido concebida: un nuevo guerrero de las mareas la hizo suya y su vientre fue bendecido. Leuxia dio a luz mellizos, un niño y una niña, hecho que fue celebrado con tres semanas de festejos como una señal de prosperidad que enviaban los Dioses. Leuxia dedicó tres años a criar a sus hijos, luego los dejó bajo el cuidado de su madre y partió para encontrarse con su destino.

Darcus y Ceuxis fueron los dos guerreros elegidos para escoltarla en su peligroso viaje hasta las lejanas Montañas Vivientes. Durante el primer tramo del camino se alojaron en las posadas que encontraban y el único peligro eran los ladrones a los que amedrentaban con facilidad. El resto del camino no presentó complicaciones para Leuxia, que había sido bien entrenada por su padre y era diestra con la espada. Luchó hombro con hombro con los dos guerreros que la acompañaban y vencieron a los endriagos que habitaban en los pantanos, a las arpías que moraban en el bosque quemado y a los espectros que asolaban el páramo. No era secreto que ambos guerreros, quienes crecieron con ella, la amaban devotamente. Aunque Leuxia estaba enamorada del guerrero de las mareas, padre de sus hijos, sabía que ése amor idealizado era una ilusión, pues no lo había visto después de aquella noche del ritual, ya que estaba prohibido; así que el recuerdo de ese amor imposible no le impedía refocilarse con sus dos compañeros de viaje. Durante la accidentada travesía también disfrutaron momentos agradables, gozaron de días hermosos cabalgando en las praderas doradas y noches de pasión al cobijo de un cielo estrellado; conocieron la hospitalidad de los elfos silvanos y contemplaron maravillas de la naturaleza nunca antes vistas de las que luego Ceuxis hablaría en un libro que escribió narrando las peripecias del viaje. Así prosiguieron con su camino, hasta que una tarde de otoño después de casi dos años recorriendo los senderos desconocidos y


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parajes inhóspitos, divisaron en la lontananza la silueta oscura de las Montañas Vivientes. Darcus murió en un enfrentamiento con los orcos que habitaban en las cuevas cercanas a las montañas y Ceuxis resultó herido en una pierna, Leuxia intentó curarlo, pero a pesar que tenía los conocimientos para hacerlo, no contaba con las plantas medicinales que necesitaba, y luego de varios días en los que Ceuxis deliró de fiebre, Leuxia no tuvo otra alternativa que amputarle la pierna gangrenada con su espada calentada al rojo vivo. El ascenso fue duro, Ceuxis tuvo que subir apoyándose en un rústico bastón de madera así como en el hombro de Leuxia. Finalmente consiguieron llegar a su destino, el Ermitaño los recibió y se ocupó en instruir a Leuxia en los secretos de la magia arcana. El anciano sabio permitió que Ceuxis se quedara y con sus conocimientos de alquimia le hizo una pierna artificial que funcionaba como si fuera de carne y hueso; fue por este artilugio que años después Ceuxis fue conocido como “Pie de Bronce” en las canciones que alababan sus innumerables hazañas como guerrero. Una vez al año el Ermitaño hacía uso de su espejo mágico para que Leuxia se comunicara directamente con su madre, así fue como supo que el guerrero de las mareas, padre de sus hijos, se había llevado al niño cuando este cumplió siete años. Once largos y duros años tuvieron que pasar hasta que Leuxia culminó su aprendizaje con el anciano sabio, quien parecía inmune

al paso del tiempo; al despedirla le entregó un báculo de madera tallada, un cofre con pócimas y un antiguo libro con hojas de pergamino en blanco. Leuxia, en compañía de Ceuxis, volvió al Templo de Shia para la iniciación como sacerdotisa de su hija; para ese entonces su madre ocupaba el lugar de la anciana guardiana del Templo. Leuxia se quedó en el Templo de Shia esperando el momento de cumplir con la profecía escrita en el monolito de mármol preparada para salvar a su pueblo del Terror que surgiría del mar. Ceuxis partió en busca de aventuras bélicas, pero siempre regresaba al lado de su amada Leuxia, trayéndole obsequios y trofeos de guerra. Pasaron los años, Leuxia escudriñó el cielo buscando las señales de la llegada del Terror pero estas no se mostraban; descubrió cómo leer las páginas en blanco del libro que le obsequió el anciano sabio pero no encontró las respuestas que buscaba. Leuxia pasó a ocupar el lugar de la anciana guardiana del Templo cuando su madre extrañamente se suicidó adentrándose en el mar una noche en la que las tres lunas se volvieron negras y el vigía del faro dio el aviso de que había divisado una espesa niebla en lontananza, ¿era el Terror que por fin llegaba? Todos esperaron en ascuas hasta el alba pero las nieblas se disiparon y volvió la calma. Un par de años después presidió el ancestral ritual en el que su hija se entregó a un nuevo guerrero de las mareas para continuar con la cadena del linaje de las sacerdotisas y se hizo cargo de la crianza de su pequeña nieta cuando


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su hija huyó con un hombre desconocido. Durante días se preguntó por qué su hija había huido cuando se le estaba permitido tomar como compañero a uno de los guerreros y había varios anhelantes de recibir ese honor, ¿Quién sería ese amante desconocido?, ¿un simple hombre del pueblo, un mercenario, un aventurero, un hombre indigno de compartir su sagrado lecho? El que una sacerdotisa abandonara el Templo era un delito, pero en este caso estaba atenuado porque su hija había dejado una heredera. Sin embargo, Leuxia tuvo que lanzar el anatema contra su propia hija, aunque en el fondo estaba feliz de que ella hubiera tenido la valentía de huir con el hombre que amaba, fuera quien fuera. Aún así, no tardaron en llegar los rumores que decían que el amante de su hija era el guerrero de las mareas que la había hecho suya y que además era su hermano; eso estaba prohibido, la ley ordenaba que se diera caza a los dos fugitivos herejes, pero ¿cómo podría ordenar la muerte de sus hijos? Leuxia envió a Ceuxis, quien cumpliendo su orden secreta, presentó los cadáveres calcinados de dos inocentes. Leuxia no pudo con la culpa, se sentía indigna de ocupar el lugar de la venerable anciana guardiana del Templo llevando en su conciencia la muerte de dos inocentes; esperó a que su nieta llegara a la edad de ser iniciada como sacerdotisa, confesó su crimen y se marchó voluntariamente al exilio a purgar su culpa en el desierto. Ceuxis fue con ella y ambos se perdieron en las arenas del tiempo. Pasaron los años y estos se convirtieron en siglos. La cadena del linaje de las sacerdotisas

se rompió cuando la última tuvo un hijo varón el cual fue sacrificado al mar, el Templo cayó en el olvido al igual que la profecía escrita en el monolito de mármol; ya nadie cantaba las hazañas de Pie de Bronce y el nombre de Leuxia, la elegida por las estrellas, se olvidó. Solo quedó de pie el faro y el vago recuerdo de un Terror sin nombre que algún día surgiría del mar trayendo la destrucción. Se volvió una leyenda con la que asustar a los niños. El vigía que se encontraba en el faro — atento a dar el aviso si llegaban los piratas a la costa para saquear la ahora floreciente ciudad comercial— en una ocasión, al amanecer, divisó a la distancia una espesa niebla que surgía del mar, la cual se fue acercando a lo largo del día, hasta que en el atardecer arribó a la playa y con ella, los espectros de las mareas que devoraban todo a su paso. El caos y la desesperación se apoderaron de las personas que huían aterradas. Fue entonces cuando apareció una anciana encorvada y ojos sin color, que empuñando un báculo de madera tallada, se enfrentó a los espectros, lanzó conjuros en un idioma desconocido y los convirtió en espuma salvando al pueblo de la destrucción. Agotado todo su poder, se convirtió en piedra. Nadie supo explicar quién era esa mujer ni de dónde había venido. Aún se ve aquella piedra con forma de mujer de pie en la playa; las olas lamen sus pies, los lugareños y peregrinos le dejan ofrendas de caracolas y flores. Nadie sabe que aquella anciana era Leuxia, la elegida por las estrellas.


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El castillo

maldito

Por Vicente Ruíz Calpe

U

n ambiente lóbrego reinaba bajo las antorchas de la Posada del Oso Rojo, el lugar más frecuentado cuando la noche extendía su oscuro manto sobre la pequeña ciudad de Borán. Antaño un lugar ruidoso, centro de toda clase de diversiones nocturnas; la taberna presentaba un aspecto triste y silencioso, más propio de un solemne funeral que de un antro de ocio. No se escuchaban las risas de las mujeres ávidas de monedas, ni los cánticos de los sudorosos borrachos cuando sus mentes se embotaban de vino y cerveza, ni el golpeteo de manos firmes sobre las mesas de madera de los jugadores de dados. El silencio mortal que envolvía el salón era tal, que un oyente al agudizar sus sentidos podía percibir no solo el crujir de los leños en la chimenea o el crepitar de las llamas de las antorchas, sino también el ruido acompasado de la respiración de los pocos clientes que apenas llenaban un tercio del espacio del Oso Rojo. Las puertas de la posada se abrieron de par en par dejando entrar un torrente de frío invernal acompañado de unos pocos copos de nieve blanca. Los parroquianos se limitaron

* Vicente Ruíz Calpe es escritor aficionado, le encanta todo lo relacionado con el pulp, tanto clásico como nuevo. Disfruta de la lectura tanto de relatos cortos como de novelas, generalmente de terror, fantasía y ciencia ficción. También es un apasionado del cine, amante de las películas clásicas de terror (Universal, Hammer, etc...) y de las invasiones alienígenas en blanco y negro (de las cuales ha escrito algunos artículos).


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a volver la cabeza con ligera curiosidad para ver quién había interrumpido sus pensamientos, encontrándose con las bellas facciones femeninas de una hermosa elfa. Sus ojos color esmeralda resaltaban sobre un fino y juvenil rostro, del que despuntaban un par de orejas pequeñas y alargadas que rozaban los suaves rizos dorados que se escapaban por una capucha de cuero. La elfa se acercó al calor del fuego de la posada con ademán firme y, desprendiéndose del abrigo de piel animal cubierto de nieve, reveló tanto su melena hermosa y resplandeciente como las dos espadas cortas que pendían de un cinto de cuero. Tras indicar que se ocuparan de su caballo —llamado Nieve a causa de su blanco pelaje—, pidió comida y vino a una de las doncellas de la taberna. Tras observar la inquietud que se reflejaba en los hoscos rostros de los parroquianos, preguntó la causa a la sirvienta cuando esta le trajo la comida.

de monstruos atroces custodiando grandes tesoros abarrotaron su mente, enardeciendo su espíritu aventurero. No en vano era conocida entre su pueblo como Arlanha, la de las Dos Espadas, mercenaria y aventurera, cuyas armas siempre estaban a disposición de cualquiera con el suficiente dinero para alquilarlas. La bella elfa no lo pensó dos veces y, tras descansar toda la noche soñando con batallas victoriosas y fabulosos tesoros, partió al amanecer cabalgando su blanco corcel hacia el supuesto castillo maldito en busca de fama y fortuna. La ruta era fácil de seguir,

pues tan solo tenía que marchar hacia la figura imponente del castillo cuya sombra se extendía de forma amenazadora sobre la ciudad de Borán y sus alrededores. Además un extraño humo negro, imposible de perder de vista, se extendía desde las chimeneas de las torres de la fortaleza, provocando que la imaginación de Arlanha divagara sobre —Es a causa del castillo del Conde Valdrin, escenas de horribles sacrificios llevados a el señor que gobierna estas tierras. Todos cabo sobre altares manchados con la sangre aseguran que el edificio está maldito, por su de doncellas ofrendadas a terribles demonios. El primer obstáculo con el que tuvo que culpa un gran mal aflige al noble conde. Hay rumores de ruidos extraños que perturban enfrentarse la aventurera fue el del tupido la noche, de criaturas de pesadilla que viven bosque que rodeaba a modo de infranqueable en los más oscuros rincones de la fortaleza protección todo el castillo. Una irreal inquietud esperando ser liberadas. ¡Oh, mi señora, no flotaba sobre el verde mar de árboles, de se os ocurra ir allí nunca, pues nadie que haya cuyas brillantes hojas resbalaban, a modo de puesto los pies en su interior ha sido visto lágrimas, los restos de la nieve derretida por el sol matinal. No se oía ninguno de los cantos nunca más, ya fuese con vida… ¡O muerto! La sirvienta no dijo nada más, pero su que los pájaros prodigaban al amanecer, pues relato dio que pensar a la elfa, quien ya no los sentidos agudos de la elfa solo captaban pudo terminar su comida en paz. Imágenes el susurro de las ramas agitadas por la brisa.


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La barrera natural impedía el paso a caballo, por lo que decidió dejar a Nieve y atravesar la vegetación a pie. Al poco de internarse en la espesura notó que esta se tornaba más densa aún, pues su cuerpo ágil y menudo tuvo problemas para esquivar la estrecha red que formaban las grandes ramas de los árboles. Sus pisadas fueron apagadas por una cortina de hierba esmeralda que crecía de forma salvaje y que retrasaba su marcha al enredarse con sus botas. Era un paisaje tan sobrenatural y fantástico como inquietante y desolador. De repente algo se movió de forma rápida hacia su cabeza, intentando golpearla. Arlanha esquivó el ataque gracias a sus dotes de percepción y a su agilidad sobrehumana, propias de su condición élfica. Desenfundó sus espadas cortas y se encaró hacia la amenaza, sorprendiéndose al ver que allí no había ningún enemigo. Sin embargo, una vez más volvió a ser atacada por detrás, esta vez con éxito, cayendo de bruces sobre la hierba. Intentó levantarse, pero algo rodeó sus brazos y piernas, inmovilizándola. Entonces, la bella elfa tomó conciencia de lo que en realidad pasó. ¡La naturaleza la estaba atacando! Desde la espesura que la envolvía por completo, se arrastraban como serpientes largas y secas ramas cuyas afiladas puntas se dirigían con horror hacia sus ojos. Del suelo brotaron húmedas briznas de hierbas que rápidamente crecieron enroscándose alrededor de sus tobillos y muñecas, con la malsana intención de sujetarla. Incluso las flores del siniestro jardín abrieron sus blancos

y enormes pétalos para arrojar una lluvia de polen amarillento que golpeó sus ojos y penetró por su boca y nariz, cegándola y asfixiándola. Pero Arlanha no era una simple doncella en apuros, como muchas de sus congéneres. No necesitaba de ningún galante caballero que viniera a rescatarla, pues ella misma era una guerrera. A pesar del dolor y de la adversidad que aquel bosque de horrores ejercía sobre ella, la elfa encontró el coraje necesario para levantarse y continuar luchando. La guerrera elfa consiguió zafarse con habilidad de una de las plantas, logrando empuñar una de sus espadas cortas con la que cercenó sin piedad los tallos y raíces que la atacaban. Luego liberó el resto de sus miembros, con lo que pudo ponerse en pie una vez más, con las dos espadas desenfundadas y prestas para el siguiente asalto. Con un grito salvaje agitó sus brazos con una furia destructora inigualable, segando la vegetación a su alrededor como una jardinera enloquecida. Cuando terminó, solo se escuchaba el jadeo de su respiración; si bien el esfuerzo la dejó exhausta, este no fue en vano. Plantas arrancadas, ramas cercenadas de sus troncos, flores separadas de sus tallos y hierba pisoteada eran el resultado de su ataque, además de un líquido verde y maloliente que manchaba tanto sus ropas como los temibles aceros que sujetaban sus manos. Era la sangre del bosque maldito, ahora mortalmente herido y cuyo grito agonizante acompañó al rugir del viento helado. Ante la victoria de la elfa se abrió de forma


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misteriosa un pasaje entre la vegetación, consiguiendo atravesar el bosque para llegar ante las puertas del castillo. La oscura mole se erigía inexpugnable ante ella, desafiándola a desvelar los oscuros secretos que encerraba en su interior. Arlanha evitó la entrada principal y se dirigió hacia una de las fachadas laterales, donde su vista de halcón divisó una ventana entreabierta en lo alto del castillo. Instantes después, tras haber escalado la pared, no sin grandes dificultades, deslizó su ágil cuerpo por la ventana. ¡Al fin estaba dentro de la fortaleza!

en la puerta, pero aún así no pudo abrirla. El ansia de riquezas pudo más que cualquier otra preocupación, y la mujer no pudo evitar echar una mirada a través del agujero que había en el lugar donde debía haber estado la cerradura. Ahogó una exclamación de asombro al ver lo que contenía la sala del tesoro, pues el oro y las joyas se amontonaban resplandecientes por todos los rincones, formando montañas inabarcables de riquezas que dañaban la vista. El mayor de todos los tesoros estaba a su alcance, allí al otro lado de la puerta, y pronto sería suyo.

La elfa se dedicó a recorrer los solitarios pasillos y a registrar las polvorientas habitaciones, sin encontrar rastro alguno ni de personas ni de tesoros. Parte de la estructura se había derrumbado, por lo que más de una vez tuvo que sortear montones de escombros que se acumulaban en multitud de rincones. No tardó en encontrar una escalera de piedra negra, larga y estrecha, que conducía hacia el sótano del castillo. Su instinto de ladrona le dijo a la elfa que si había un gran tesoro sería allí donde lo encontraría.

Entonces sus sentidos le indicaron que no

Arlanha encendió una antorcha y comenzó a bajar los resbaladizos peldaños de la sinuosa escalera, dispuesta a enfrentarse a cualquier peligro que pudiese surgir de las sombras inquietantes en las que se adentraba. Pronto llegó ante una descomunal puerta en cuya superficie proliferaban una serie de extraños grabados, símbolos inquietantes que reflejaban una especie de historia de horror y muerte sobre los antiguos propietarios del castillo. Extrañamente no había ninguna cerradura

estaba sola. Al volverse se encontró con una figura alta y enlutada, que poco a poco salió de las sombras para acercarse a ella. Vestía una cota de mallas negra, una gran capa roja y un casco que le cubría toda la cabeza, y entre sus dos manos sujetaba una gran espada de reluciente metal. —Soy el guardián del castillo. Si quieres que la puerta de la sala del tesoro se abra, tendrás que acabar conmigo —dijo la poderosa voz bajo el yelmo. —Entonces, que así sea —respondió Arlanha, desenfundando sus dos espadas. Los aceros de ambos contendientes entrechocaron haciendo saltar chispas al iniciar su terrible duelo. Por un lado, el poderoso guardián, con su gran fuerza y su terrible mandoble, protegido por una férrea armadura; por el otro la valiente elfa, ágil y veloz manejando sus espadas, moviéndose sin cesar para esquivar los golpes de su adversario.


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Bajo la débil luz de las antorchas los aceros de los dos guerreros brillaban de forma siniestras, ávidos de la sangre del contrario, como terribles demonios vivientes que anhelaban reclamar el alma del derrotado. Aunque la pelea estaba equilibrada al principio, la elfa no tardó mucho en darse cuenta de que su oponente no se cansaba, justo lo contrario de ella. Debía hacer algo antes de que la fatiga menguase sus reflejos ocasionando que cometiera algún error fatal. Arlanha esperó a que el guardián cometiese un error para aprovechar algún punto débil, hasta que al fin encontró su oportunidad. Simulando que resbalaba se quedó inmóvil y medio agazapada, y cuando su rival levantó sus brazos presto a descargar su ataque final sobre ella, la elfa saltó hacia adelante rápida como una cobra hundiendo una de sus espadas bajo la axila del guerrero. El acero atravesó con facilidad el único lugar que la cota de mallas no protegía; la sangre manó a borbotones de la herida. Cuando el guardián cayó al suelo con estrépito, Arlanha se acercó para arrebatarle el yelmo, dejando a la vista un rostro espantoso y demoníaco que le provocó arcadas. El guardián

era un monstruo horrendo y repugnante, y no se arrepintió de haberlo herido mortalmente. Sin embargo, cuando empuñó sus armas para propiciarle el golpe final que terminaría con la vida de aquel inmundo ser, una fuerza mística se lo impidió. —¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué no puedo matarte? —Es a causa de la maldición. ¿No ves el símbolo de mi blasón? Yo soy el Conde Valdrin. La gente siempre creyó que estaba maldito, pero eso no es así. La maldición es para aquella mujer que lograra derrotarme en un duelo justo, pues si bien es cierto que será la dueña del castillo y de su tesoro, también lo será de mi corazón. Puesto que eres una elfa, nuestra dicha juntos será duradera, muy duradera. Tras escuchar estas palabras, el grito espeluznante y angustioso de Arlanha resonó por todo el castillo, el de la guerrera elfa de las dos espadas, a la que ya nunca más se le volvió a ver, pues dice la leyenda que algunos elfos pueden vivir cientos e incluso miles de años…


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Ojos

azules

Por Roxy Trece*

H

ace tiempo, cerca de la costa, escuché la historia de los amantes fantasmas. Hombres de ojos azules y caras pálidas que secuestraban mujeres bellas durante las tormentas para llevarlas a su tierra prometida. Algunos decían que eran dragones con forma de humanos, otros que eran espíritus marinos. Me pareció una historia tonta hasta que la conocí de primera mano. En las vacaciones de mi decimotercer cumpleaños, pasé los días, como acostumbraba, en casa de mis abuelas. Ellas tenían un hogar a la orilla del mar, así que era de lo mejor. La abuela Carmen y su hermana, la abuela Sophie, eran las anfitrionas. Me agradaba la primera más pues cocinaba muy rico. Por otro lado, sentía lástima cada vez que veía a la abuela Sophie. “Ella vive en su propio mundo”, dijo una vez mi madre. “Es especial”, repetía de forma continua. Se la pasaba perdida en sus memorias, diciendo palabras de conversaciones a medias y se exaltaba a ratos cuando no veía el mar. Eso era lo único que la calmaba realmente. Cuando era niño me daba miedo escucharla hablar sola porque creía que lo hacía con fantasmas. Crecí y entendí que no era así. Sin embargo, me incomodaba su presencia. Sobre todo, sus ojos azules. Un par de ojos tan tranquilos que podías verte reflejados en ellos, incapaces de mostrar realmente a su dueña. Demasiado profundos. Demasiado vacíos. Odiaba esos ojos. Para sobrellevarlos, salía al centro de la ciudad para distraerme. Lejos donde no pudieran seguirme. Ese verano, la abuela Sophie se desmayó y la llevaron de emergencia al hospital.

* Su nombre real es Maria Callejas. Tiene 25 años, lleva casi 10 años escribiendo. Le gusta la literatura fantástica. Ha sido partícipe en algunas antologías. Se ocupa actualmente en una oficina como de servicio al cliente. Pertenece al estado de Hidalgo, en México. Sus autoras favoritas son Suzanne Collins, Tonta Hurley y James Dashner. Entre sus intereses está la escritura, el dibujo y la pintura.


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Su condición se había agravado debido a su enfermedad. Entre mi hermana y mi madre nos turnábamos haciendo guardia en su cuarto, reduciendo a la mitad mi tiempo de diversión. Sé que se oye mal pero no podía evitar pensar así, era un adolescente. Un día, por accidente escuché el pasado de la abuela Sophie. “Fue por una caída”, dijeron, cuando tenía mi edad, un huracán llegó a la costa. Sin razón alguna, ella salió. Creyeron que tal vez un amante de ojos azules se la llevó. Los más realistas temieron lo peor. Varios días pasaron antes de encontrarla caminando en la playa. Ella no paraba de llorar y hablaba cosas a medias. Después dejó de hablar, comer y dormir. Se escapaba en las noches al mar y se sumergía hasta casi ahogarse. La querían mandar a vivir con un familiar en la ciudad esperando que así mejorara, pero se exaltaba mucho si alguien intentaba alejarla de su preciado mar. Es por ello que se quedó aquí. Sólo el tiempo hizo que volviera a comer y a dormir. Esa misma noche, durante mi turno de guardia, la encontré en su cama sentada. La miré a los ojos. Ya no estaban vacíos o perdidos. Resplandecían. —Al fin volverá —pronunció. Me desconcertó verla así. Era una persona completamente diferente a la que había conocido. Se notaba con fuerza, rejuvenecida. Y sonreía. Eran tan extraño verla sonreír. —Él lo prometió. —¿Quién? —alcancé a preguntar. —Aker, el dragón de ojos azules. —No, abuela Sophie. Lo soñaste —sabía que era otra anécdota de su mente dañada.

La quise acomodar en su cama, pero con una agilidad inesperada me esquivó para colocarse junto a la ventana. —Ya es hora —dijo y saltó. Nos encontrábamos en un tercer piso. Mi primer impulso fue lanzarme a la ventana para intentar atraparla. Sin embargo, no había indicio de ella. La busqué desesperadamente con la mirada. Dudaba de mis propios sentidos. Levanté la vista y creí ver una figura que se ondeaba hacia el cielo para que unos segundos más tarde, se perdiera en la oscuridad. Incrédulo, permanecí en la ventana. No sé en qué momento me quedé dormido. Soñé con ella, que la abuela Sophie estaba con un hombre parado a su lado, y ella ya no era la abuelita demente que había conocido, sino una joven doncella con los más encantadores ojos azules iguales a los de su acompañante y un cabello rubio que caía suavemente sobre sus hombros. Ambos sonrieron, él la tomó en sus brazos y se alejaron en el horizonte, entre las olas. Desperté a la mañana siguiente, creí que todos entrarían en pánico por la desaparición. De manera sorpresiva mi madre y la abuela Carmen estaban tranquilas. Parecían saber lo mismo que yo. Intentamos explicarlo y como era de esperarse, nadie nos creyó. No nos importaba lo que dijeran, mientras nosotros conociéramos la verdad. Se fue con su príncipe de ojos azules. Aquel que le robó los pensamientos por mucho tiempo, y por el cual esperó años cerca del mar, hasta el momento en que volviera por ella.


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La familia

Viper

Por JhonNeR Ramírez*

L

os platos sucios se encontraban sobre la mesa. El mayordomo se retiró pausadamente con una risa acentuada de presagios que congeniaban con el inocuo silencio. Antonio Viper se llevó el pañuelo a la boca. Era un tipo apacible, robusto, con una mirada abierta a la interpretación de las estrellas y muy sabio. Su ostentosa barba estaba húmeda de vino rojo pero siempre sonreía cuando la cena terminaba. El candelabro que iluminaba el cuarto formaba espectros en las paredes y la noche se convirtió en un misterio aún sin resolver.

La señora Viper se levantó desdoblando su vestido y arreglando el sonar de los cascabeles de su oreja derecha. Observó a su marido con avidez y lo dejó en compañía de los espectros. Antonio la miró de reojo y suspiró como si una bocanada de azufre derritiera sus entrañas. A su hija, que todavía saboreaba el pudín de acelgas, no le importó nada más que su plato y la sonrisa de su padre. La noche no paraba de caer. El mayordomo se acercó a recoger los últimos trastes y

* Es licenciado en humanidades y lengua castellana con estudios en literatura y semiótica. Lleva escribiendo poesía desde los 16 años y algunas narraciones cortas como cuentos y ensayos. Fue ganador de un concurso de poesía en la Universidad Minuto de dios llamado “La combustión del silencio” con un poema titulado “Entre nubes blandas”.


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abandonó el salón por esa noche. Al cerrar la puerta, se encontró de frente con el ama de llaves quien, suspicaz, miró lo que ocurría. Todo se debatía entre un frío latente y misterioso que permeaba el oscuro secreto que se ocultaba en las paredes. —¡Lárgate de aquí! — le dijo el hombre y después desapareció. Mientras tanto, en una habitación lejana del lado oeste del castillo se encontraba dormida Samanda, la hija mayor, quien hace mucho tiempo no cenaba con sus padres ni con su hermana. Era una mujer delgada, de unos veintidós años con una melena pronunciada como la de su madre. La joven estuvo en conflicto con Antonio desde la extraña desaparición de su hermano, quien un día bajó a una de las mazmorras y nada más se supo de él. Al día siguiente se celebraba el cumpleaños de la señora Viper, por lo que Antonio decidió hacer los preparativos adecuados para el agasajo nocturno. Algunos sirvientes tenían como tarea vestir adecuadamente a Samanda y a su hermana para la ocasión, portando estolas de pliegues finos con bordados plateados y una mitra en sus cabezas. Esa noche, el destino llevaría un traje incómodo de suspenso. El mayordomo invitó a los integrantes de la familia a la mesa. Todos se sentaron junto al candelabro de llamas espectrales y comenzaron a degustar del buen vino rojo. —¿Dónde está mamá? —preguntó la hija menor de Antonio. —Aún no está lista para la ocasión… No

tardará —respondió felizmente el señor Viper. La mirada de Samanda se encontró con la de su padre, justo antes del siguiente sorbo de vino. Su intuición la llevó a pensar que algo estaba mal, pues no era habitual que su madre tardase tanto en acicalarse sabiendo que era su propia celebración. Antonio miró a sus hijas con torpeza y no pudo llevarse el bocado a la boca; sin embargo, eso no le impidió sonreír. La cena concluyó y nunca apareció la señora Viper. La hermana menor de Samanda se distrajo con una muñeca de trapo, acto que de forma natural logró que se olvidara de la ausencia de su madre. Pero Samanda era un asunto distinto. A pesar de los chistes malos, de las risas de Antonio con el mayordomo y la sobriedad de la luna, la hija mayor de la familia Viper intuía que algo extraño pasaba. El ama de llaves se acercó a ella y le dijo que era hora de dormir. La mañana del siguiente día fue fría y nublada. Hubo chubascos localizados que se camuflaron entre las ponzoñosas bolas de algodón en el cielo, y el aire tosco que golpeaba las ventanas cristalinas del castillo. En los corredores, cerca del gran salón familiar, el mayordomo reunió a los sirvientes para informarles que el ama de llaves había renunciado por motivos emocionales, y que por lo tanto sus labores serían reasignadas. Al escuchar esto, Samanda se acercó con cierto sigilo pero fue persuadida por Antonio, quien escuchó cómo su hombre de confianza habló con infame diplomacia. La conducta y audacia de Samanda tenían al señor Viper de mal humor, era como si se


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tejiese un abrigo con hilo de araña, pues no soportaba su presencia y aún más cuando la sorprendía en los corredores deambulando. Una noche, cuando la lluvia cesó, Antonio desterró a su hija mayor del castillo. Ella no objetó nada, recogió sus cosas y se marchó en medio de la noche dejándolo todo. El aullido de los lobos y el ronroneo de los gatos acompañaron a Samanda a la perdición.

El sol anunciaba su puesta en la madrugada y algunos pájaros cantaban de manera inherente. Samanda abrió los ojos ante el asombro de una enajenación anunciada, un mal sueño, un momento que se percibía como antiguo. En el castillo, el señor Viper sonrió como de costumbre, mientras planeaba, junto con el mayordomo, la celebración por el cumpleaños de su pequeña hija.

El maldito Por Carlos Enrique Saldivar*

N

unca pude tener hijos; los años me vencieron poco a poco. La maternidad y la posibilidad de tener una relación con algún hombre se convirtieron en algo similar a un sueño. Fui hija única y la última de mi familia; mi padre me dejó cuando cumplí veinticinco años y mi madre abandonó este mundo cuando yo bordeaba los cincuenta y cuatro. Mi progenitora fue mi estigma; el destino, cruel como siempre, la postró en cama debido a una terrible enfermedad de las piernas. La cuidé durante el resto de su vida y durante gran parte de la mía. Cuando ella falleció no fue una bendición para mí, sino una enorme pena; pena por mí, por ella, por todos. Las sinceras lágrimas que escaparon de mis ojos fueron prueba * Carlos Enrique Saldivar (Lima, 1982) es director de la revista Argonautas y del fanzine El Horla (físicos); miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro; coordinador general del fanzine Minúsculo al Cubo. Publicó los libros de cuentos: Historias de ciencia ficción (2008), Horizontes de fantasía (2010) y el relato El otro engendro (2012). Compiló las selecciones Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011) y Ciencia Ficción Peruana 2 (2016).


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de lo que afirmo. La soledad se convirtió en una pesada carga que podía acarrear sin dolor en mi rumbo por la vida. Lastimaba mi alma, eso sí, de vez en cuando, si es que me detenía a pensar en ello. Por eso adopté a Rosita. Era hermosa, delgada, de pelaje oscuro, de ojos verdes preciosos. Muy seria y obediente. Su compañía resultaba maravillosa para mí. Rosita era la hija que siempre quise tener. No comía mucho, aunque solía dormir demasiadas horas. No era enfermiza, pero su complexión frágil hacía pensar que estaba más en el otro mundo que en este. La adoraba, solíamos ver juntas la televisión, ella apoyaba su cabecita en mi regazo mientras le contaba de qué iba tal película o el programa de ocasión. Rosita no decía mucho, pero estoy segura que me quería tanto o más de lo que yo a ella. No recuerdo la edad que Rosita tenía cuando la encontré deambulando sin rumbo por la calle. Era muy pequeña, delicada, quién sabe cuánto hubiera durado sin la ayuda de alguien. Digamos que fue el destino el que nos cruzó; aunque ironías de la vida, el mismo que me había quitado mucho, esta vez me entregaba algo a cambio. A veces ocurre. Un encuentro feliz. Dos almas solitarias caminando a ciegas por la vida. Nos caímos bien en cuanto nos vimos. La acaricié, ella me lo permitió, la llevé conmigo y la instalé en mi casa. Se mostraba feliz de tenerme cerca y me lo confirmaba a cada instante. A mi lado creció, llena de vida y esperanza, aunque siempre manteniendo esa silueta enclenque y ese rostro taciturno. Hubo un momento en que la llamé hija, y desde

entonces ella comenzó a llamarme mamá, o al menos yo imaginaba que eso me decía. Éramos tan felices juntas, paseábamos, jugábamos; a veces dormíamos en la misma cama, abrazadas. Yo la protegía de los malos sueños y ella me defendía de los malos recuerdos. Fue la época más armoniosa de mi melancólica vida. No sé cuánto tiempo estuvo a mi lado, un año y medio quizá; o tal vez más. Su cuerpo era ya el de una quinceañera cuando salió sola de casa por primera vez. En aquel momento imaginé que las posibilidades de perderla aumentarían. Le prohibí tajantemente que saliera, la zona estaba llena de peligros y mi pequeña era todavía inocente. Al menos eso pensaba yo. Escapó otra vez, dos veces, le preguntaba: “¿A dónde has ido, Rosita?”, y le rogaba: “Por favor, no vayas más a la calle, el mundo es peligroso”, pero ella no me hacía caso. Deseaba estar con uno de esos desgraciados que pululaban en mi convulsionado barrio, se le notaba a leguas y este hecho me atosigaba en demasía. Ella quería gozar de ciertos placeres malsanos con uno de aquellos callejeros que solían deambular en la noche. Yo me deshacía en lágrimas por la pena, y Rosita no parecía entender mi dolor. Con cada nueva escapada suya se abría dentro de mí una especie de agujero, el cual crecía, tanto que se tragaba cada uno de mis poros y aprisionaba mi cordura. Debí atisbar lo que ocurriría, pero me hallaba sumida en esperanzas vanas, constreñida a una ausencia de autoridad producto de la inexperiencia y el temor. No sabía qué actitud tomar al respecto.


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El maldito llegó una noche de otoño. Empezó a hacer ruido en la puerta y en el techo de mi casa. Daba incluso la impresión de sacudir las paredes, aunque a lo mejor estoy exagerando. Lo cierto era que estaba aterrada; llamé a la policía para que me libraran de él. La respuesta era la misma: “Vieja loca, eso no nos compete, no vuelva a molestar”. Una vez el maldito penetró en mi casa. Caminó por los bordes del muro del patio y descendió por él, yo salí con una escoba dispuesta a lastimarlo. Aún a mi avanzada edad, poseía mucha energía. No dejaría que se robara a mi hija. Aquella vez escapó con facilidad, parecía reírse carcajadas, se burlaba de que estaba indefensa; de mi débil y gastada silueta. Después, cuando se dio cuenta de mi inutilidad como guardiana de mi hogar, volvió a penetrar en mi residencia, lo hacía una y otra vez, aunque no pasaba ni del jardín, del patio o del techo. No encontraba una solución para ello. El miedo me invadió, sentí ganas de llorar, maldecía por dentro y rezaba para que se largase pronto.

Cierta tarde de verano el maldito ingresó a mi sala. Penetró por una ventana. Rosita se me escapó de las manos, salió a su encuentro, emocionada, radiante. No pude moverme; vi cómo se trepaba en la espalda del rufián y era llevada por este hacia la calle, a través de los muros del jardín, como si fuera un príncipe de un cuento de hadas, o mejor dicho, un demonio disfrazado. Ella parecía decir en su huida: “¡Adiós, madre, adiós!”. Cogí mi bastón, abrí la puerta delantera y los vi perdiéndose por los techos de las casas colindantes, corriendo juntos, hacia alguna meta desconocida. Solo atiné a verter lágrimas y a resignarme de una vez por todas a mi eterna soledad. Permanecí en la puerta hasta que los maullidos se perdieron en el monstruoso espacio urbano. No odié al maldito por lo que me quitó. Me maldije a mí misma por no haberlo previsto. Al cabo de unas horas, cuando la oscuridad comenzó a cernirse en el aire, regresé al interior de mi casa, derrotada por los misterios de la noche.


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La vida

en gris

Por Abraham M. Vázquez*

Sí, siempre había sido así. Cada mañana lo mismo, levantarme a determinada hora, comer algo de nada y, por supuesto, salir de manera apresurada para alcanzar el autobús que me llevara al trabajo. Todos los días esperando de pie en el interior del transporte a que se desocupara el asiento en el que me gustaba viajar —y en el que siempre estaba la misma persona—. ¿Por qué me gustaba hacer esto, si cada vez que lograba sentarme bastaban unos pocos minutos para deprimirme viendo a través de * Abraham M. Vázquez se considera un ciudadano común y corriente. Ingresó hace algunos años a la escuela de Técnicos en Urgencias Médicas de la Cruz Roja Mexicana, cuya profesión ejerce hasta la fecha. Su primer acercamiento real al mundo de la literatura fue en la secundaria. Es ahí cuando conoce a Rudyard Kipling y su famoso Libro de las tierras vírgenes. Actualmente escribe una historia en un mundo de fantasía: Las crónicas del Tetraverso, historia en la que hasta la fecha sigue trabajando.


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la ventana del autobús, innumerables paredes grises? ¿Qué encontraba de fascinante en esas duras aceras cubiertas con basura de la ciudad o en las calles oscuras que se encharcaban con el agua de las lluvias, de las que en ocasiones se desprendían pequeños arroyos que se perdían en la obscuridad de las alcantarillas? Lo más triste de todo, es que sabía que este tipo de vida no me llevaría a nada bueno. A pesar de todo, nunca me resistí a esa misteriosa fuerza que me mantenía en ese estado catatónico, en esa ensoñación surrealista que de manera lenta me acercaba al borde de la locura y la desesperación. Entonces, el día menos esperado, algo ocurrió. Tras seguir con mi rutinario despertar, al abordar el autobús la confusión me esperaba. En el asiento que siempre ocupaba —para mi molestia y aparente disgusto de la otra persona que normalmente lo ocupaba— observé a una chica de piel apiñonada y cabello castaño ensortijado. A pesar que aparentaba ser como cualquier otra chica, mi interior percibió algo que me forzaba a regresar la mirada hacia ella una y otra vez. Era tal mi necesidad de mirarla de forma continua, que caí en un tipo de trance donde por primera vez me percaté que mi vida carecía de matices y de una nula capacidad para percibir los colores que nos rodeaban; me sentí inmerso en una película en blanco y negro donde por algún misterioso motivo solo ella desprendía un cálido color. Extrañamente, nadie más parecía percibirlo. Mientras este descubrimiento mantenía aturdidos mis sentidos, ella giró su rostro y

nuestros ojos se encontraron. Todo lo que estaba a nuestro alrededor se desvaneció. Dejó de existir el tiempo. Mi mente trató de manera desesperada de comprender lo que sucedía, brincó entre varios sentimientos que no entendía y, entonces, ella me dedicó una gran sonrisa. Era una sonrisa tan poderosa, que una extraña sensación me embargó. Pero el yo gris, el eterno conformista, el incrédulo, el cínico, en vez de regocijarse con ese sentimiento, sintió miedo, un miedo tan profundo e intenso que difícilmente podía compararse con algún otro que hubiese experimentado en alguna otra ocasión. Cuando bajé del transporte estaba conmocionado; toda la tarde me la pasé cometiendo errores casi infantiles en la oficina y mi jefe tuvo que reprenderme varias veces por ese motivo. No pude probar bocado en toda la tarde, las manos me sudaban y temblaban de manera incontrolable. Por la noche me fue imposible conciliar el sueño de manera inmediata. Tras largas horas dando vueltas en la cama, conseguí quedarme dormido. De forma curiosa, recuerdo que soñé con manchones de colores pasando frente a mis ojos, algunos borrones en verde, azul, y blanco; todos ellos moviéndose de un lado a otro mientras el sonido del viento se escuchaba a lo lejos, después solo oscuridad. Los días se sucedieron y, para mi alivio, todo volvió a la normalidad. La gente siguió saliendo a sus labores cotidianas de forma atropellada, sumida en su propio mundo sin importarle en lo más mínimo lo que sucedía


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a su alrededor. El mismo señor en el asiento de todos los días. Las mismas calles grises… Me sentí contento de haber regresado a mi patética vida. Justo un mes después de aquel encuentro, cuando olvidé los detalles de tan “tormentosa” casualidad, al bajar del autobús y caminar rumbo a la oficina, la vi de nuevo. Estaba plácidamente sentada en una de las bancas que hay sobre la calle que utilizo para llegar al trabajo. Sus bellos ojos de un hermoso café miraban el cielo mientras sus delgados labios mantenían una alegre sonrisa. Mis pies comenzaron a temblar, el corazón se agitó incómodo dentro de mi pecho, mis manos comenzaron a moverse de manera descontrolada. Ella bajó la mirada, giró su rostro hacia mí, se incorporó lentamente y comenzó a caminar hacia donde me encontraba. Me observó con una mirada curiosa, como si hubiera descubierto algo nuevo en mí. Tras unos segundos, su sonrisa se hizo más amplia y encantadora, acercó su rostro al mío y depositó un tímido beso en mis labios, tras lo cual acercó su boca a mi oído y comenzó a tararear una canción mientras me brindaba un cálido abrazo; después se retiró repitiendo la tonada que había musitado. Me quedé petrificado, sentí un ligero cosquilleo ahí donde sus labios se habían posado, al tiempo que mi cuerpo se negaba a olvidar su abrazo. Nuevamente ese incómodo sentimiento surgió de lo más profundo de mi ser. Comprendí que, hiciese lo que hiciese, jamás desaparecería. Por varios días no me presenté a trabajar,

mi rutina diaria quedó destrozada. Durante ese extraño periodo, dejé que mis pies se movieran sin rumbo fijo. Mientras recorría en un estado semi-catatónico las calles, algo curioso pasó: la metrópoli y su periferia comenzó a llenarse de vívidos colores. Quizá esos tonos siempre habían estado ahí, pero hasta ese momento me percaté de su presencia. Recobré conciencia de mí mismo, tomé posesión de mi cuerpo y, movido por una nueva curiosidad, me dediqué a observar los matices que poco a poco comenzaron a pintar las calles de la ciudad. Esa noche, justo al llegar a la puerta de mi casa, me abordó un grupo de personas vestidos con gabardinas y traje. Todos ellos de mirada adusta y ceño fruncido. Querían saber cuál había sido el motivo de mi ausencia en el trabajo. Me interrogaron una y otra vez por horas sin algún tipo de escrúpulo. Agotado y temeroso de su presencia, les mencioné lo que sucedió y mi encuentro con ella. En ese momento, todos guardaron silencio y se miraron los unos a los otros, uno de ellos pidió más datos sobre el momento en que conocí a la joven, pero las preguntas que me hizo me dejaron desconcertado. Una y otra vez fueron repetidas entre amenazas y algunos golpes al rostro cuando sospechaban que les mentía. La ansiedad con la que comenzaron a repetir el interrogatorio, me hizo comprender que la estaba condenando. En un intento desesperado por protegerla, comencé a divagar con mis respuestas y a contradecirme. Ansiosos por obtener más información de mi parte, uno de ellos metió la mano al interior de su abrigo y sacó un frasco con un contenido lechoso.


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—Vas a cooperar por las buenas o por las malas—. Alguien sujetó mi rostro y de manera violenta me obligó a abrir la boca; lo último que recuerdo es el sabor picante y asfixiante de un líquido desconocido recorriendo mi garganta. Era casi de madrugada cuando recobré la conciencia. Tenía el estómago revuelto y sentía los labios de la boca hinchados. Los músculos de mi pecho se quejaban cada vez que intentaba respirar. Un extraño sabor inundaba mi boca, una mezcla entre ácido y salado. Los agentes me miraron de manera socarrona; uno de ellos se limpió la sangre de sus nudillos con un paño blanco de la cocina. Al parecer, habían conseguido todo lo que querían de mí. Antes de retirase, me obligaron a firmar un documento en donde me comprometía ayudarles a encontrarla. Cuando les pregunté por qué tanto interés en esa chica, a manera de respuesta uno de ellos simplemente me golpeó en la boca del estómago: no era de mi incumbencia. Me quedé hecho un ovillo en el piso hasta ya muy entrada la tarde, mientras mi caprichosa imaginación me hacía ver el mancillado cuerpo de ella. Lloré por mi traición. Por la noche, soñé con una bella flor meciéndose de un lado a otro movida por un feroz viento de tormenta. Cuando desperté, me encontraba bañado en sudor y supe desde ese día que todo lo que yo consideraba correcto en esta vida, no sólo se había desvanecido, sino también había dejado de tener sentido alguno. Seguí tratando de recuperar la vida “normal” y, con ello, alejar las sospechas de ellos en mi

contra, mientras hacía lo posible por alejarlos de ella. Los días transcurrieron, tornando a los agentes más agresivos. Llegó el momento en que comenzaron a seguirme adivinando que yo no tenía la menor intención de entregarles a la chica. ¡Qué acertados estaban! Cuando eso sucedió, cambié radicalmente la forma de moverme por la ciudad, me volví errático, llegaba tarde al trabajo adrede, siempre con la firme intención de que se aburrieran y la dejaran en paz. Mientras yo hacía esto, ellos comenzaron a intimidarme, me llovían insultos al tiempo que me decían las muchas maneras que tenían de doblegarme. Luego de algunas semanas de búsqueda infructuosa, las amenazas dieron paso a los hechos. Nunca lo hacían en público, siempre buscaban un lugar solitario para recordarme a base del dolor la frágil situación en la que me encontraba. Cierta ocasión, fastidiados de mi actitud, fui a parar a una de sus instalaciones. Pasé horas de inimaginable agonía, y cuando creí que estaban a punto de doblegarme, un aroma externo, una fragancia inconfundible, fortaleció mi espíritu. No pude evitarlo, entre tanto dolor y agonía logré sonreír. Mis verdugos se quedaron estupefactos. Vi miedo en sus ojos. Me dejaron libre de manera inmediata. Mientras renqueaba hacia mi casa, pasé por el parque principal de la ciudad. Me detuve por unos instantes para recuperar el aliento y me senté para observar con nuevo asombro los colores de los árboles. Entonces la volví a encontrar. Estaba sentada al pie de un árbol, tenía un cuaderno y algunos lápices de colores


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en sus manos. Me alegré de verla sana; me incorporé lentamente para acercarme a ella. Fue este gesto el que selló su destino.

Cerré el cuaderno y lo abracé deseando que ese abrazo pudiera llegar hasta ella.

Los agentes nunca dejaron de seguirme. No necesitaron confirmación de mi parte, les bastó la reacción que tuve al verla, para abalanzarse sobre la joven; la sujetaron con violencia mientras gritaba llena de miedo y dolor. Algunos testigos que presenciaron el secuestro desviaron la mirada y se alejaron del lugar. La subieron a un vehículo en un mar de golpes, empujones y palabras vulgares. La escuché gritar desde el interior del vehículo. Las puertas del carro se cerraron, alejándose rápidamente del lugar.

Por la noche, soñé que caminaba en un campo lleno de flores. Justo al centro del campo, se encontraba un hermoso árbol cuyas ramas se movían placenteramente al compás del viento. El canto de miles de aves llegó a mis oídos. Al pie del árbol, estaba una figura inconfundible. Mientras me acercaba a ella, le vi mover sus manos de forma frenética entre las hojas de un cuaderno. Pero había algo raro y sobrenatural en ese movimiento, tuve un oscuro presentimiento. Recorrí lo más rápido

Nadie hizo el intento de utilizar su teléfono para reportar el suceso. Estaba estupefacto. Por un momento creí que los había vencido, que los había hecho claudicar en su búsqueda. Tonto de mí. Con el corazón sobrecogido, me acerqué al árbol. Me arrodillé donde ella había estado sentada hasta hace unos segundos y recogí el cuaderno que tenía entre sus manos. El dibujo que vi en esa hoja me dejó maravillado. Comencé a recorrer las hojas del cuaderno asombrándome con su habilidad para plasmar los colores de la ciudad. En uno de los bosquejos me encontré. En el diseño prevalecían los tonos oscuros de la avenida; sobre la acera se podía apreciar a la gente caminando, todos ellos de rostros serios y mirando el piso mientras a su alrededor, brotaban inimaginables matices que ellos se negaban a percibir. De entre todos ellos, con algunos trazos de tímido color, distinguí mi rostro con una sonrisa tenue en mis labios.

Lloré amargamente.

que pude la distancia que nos separaba. Le toqué el hombro esperando que, al voltear, su sonrisa borrara mis temores. Pero su rostro carecía de ojos y boca. El rostro se dirigió de nuevo al cuaderno; las manos comenzaron a arrancar las hojas hasta hacerlas trizas. El paisaje se volvió gris, nubes oscuras comenzaron a formarse en el cielo. Las ráfagas de viento se tornaron violentas; el árbol comenzó a doblarse peligrosamente, mientras sus hojas eran arrancadas de las ramas. Del suelo comenzaron a surgir monstruosos escarabajos vestidos con gabardinas y trajes, los cuales avanzaron entre las flores al tiempo que con sus horribles tenazas las desgarraban. Me sentí aterrado, corrí hacia ellos para aplastarlos con mis pies. Mi esfuerzo era inútil, cientos, miles de ellos seguían apareciendo y, rápidamente, una ola negra compuesta de estos abominables seres cubrió el suelo. Los insectos se subieron a mi cuerpo, escuché el horrendo ¡clack! ¡clack! de sus tenazas cerrándose. Me moví asqueado


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tratando de quitármelos de encima, pero sus pinzas se sujetaban con fuerza. Primero sentí un agudo dolor en una de mis piernas, luego otro en mi espalda; posteriormente fueron en cientos de lugares. No había escapatoria. Mientras caía en una lenta agonía pude ver que una sola flor se mantenía erguida en el centro del campo, justo donde había estado el majestuoso árbol, y con su delicada belleza desafiaba a la fiera tormenta que la mecía de un lado a otro… Desperté gritando. Un terrible vacío se apodero de mi alma, un alma que hasta esa mañana supe que tenía. Llamé al trabajo, inventé una excusa para faltar, me vestí lo mejor que pude y comencé a recorrer las frías calles de la ciudad. Pasé todo el día preguntando sobre la misteriosa chica sin ningún resultado. Por la noche planeé una rutina para los siguientes días y con ello evitar caer en sospechas de nuevo. De esta forma, mientas aparentaba seguir el mismo ritmo de vida, usaba los periodos libres para encontrar alguna noticia de ella. Por las noches, cuando llegaba después de una infructuosa búsqueda, abría su cuaderno y entre aquellos dibujos, comencé a distinguir lugares que ya había visitado. Alentado por este descubrimiento, empecé a cargar el cuaderno y buscar alguna pista que me llevara a ella. Cada vez que encontraba uno de esos sitios, indagaba sobre la joven y su paradero. Alguien comentó que la había visto en un par de ocasiones sobre la avenida donde sonreía a cualquier persona que se le cruzaba en su camino. —¡Qué locura! —dijo mi fuente antes de

retirarme— ¡Solo un chiflado se la pasaría sonriéndole a un desconocido! No pude contenerme, lo miré y mientras le hacía una leve reverencia, le dediqué una sonrisa a un completo desconocido. Otro me dijo que en días que soplaba el viento, la veía en lo alto de un puente con los brazos extendidos. —Aquí entre nos —me dijo en un murmullo— por pura curiosidad un día decidí hacerlo, y no encontré ninguna gracia en sentir el viento de esa manera, de hecho, terminé con un catarro que duró varios días. ¡Qué demente! ¿No lo cree? No dije nada y subí al puente. Sentí el viento helado enfriar mi rostro y mis manos, pero más allá de esa sensación, sentí sosiego y algo de tranquilidad. Otro más, en una ocasión, la vio de madrugada, justo antes de que la oscuridad cediera a la luz del día, sentada en lo alto de una cisterna de agua con un cuaderno abierto con lo que parecían ser lápices de colores, mirando el lugar por donde salía el sol, pero nunca supo el motivo por el cual ella estuviera ahí. —¿Nunca le dio curiosidad saber qué era lo que ella veía? —le pregunté. —No es de mi incumbencia investigar lo que cada chiflado anda haciendo en el mundo —respondió de manera tajante. Tras agradecerle, me fui a casa y me dispuse a dormir para levantarme temprano. Desperté con tiempo de sobra y salí a las frías calles. Mientras recorría el camino hacia la cisterna, me maravillé que aún en


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con la poca luz imperante, los matices de la noche fueran tan diferentes en el cielo y la ciudad. La oscuridad en el firmamento era todo menos atemorizante, inclusive las pocas estrellas que no eran opacadas por las luces de la metrópoli, le daban un toque muy emotivo al manto nocturno. La urbe, en cambio, eternamente iluminada por sus luces artificiales, manifestaba su perpetua y mortífera enfermedad. Al caminar, me preguntaba una y otra vez qué motivo o razón había hecho que todos nosotros prefiriéramos ser esclavos de esta enorme bestia que, día a día, consumía nuestras almas hasta dejarnos por completo insensibles ante lo que ocurría a nuestro alrededor. Por fin llegué a donde se encontraba la cisterna. Subí por sus fríos escalones de metal, me senté en lo alto y esperé con paciencia a que saliera el sol. Cuando el primer rayo de luz comenzó a iluminar tímidamente la noche, me quedé asombrado. Deseé tener mi propio cuaderno para tratar de plasmar la bella obra de la naturaleza que, minuto a minuto, se manifestaba ante mí. Lo poco que aún quedaba de mi anterior yo, se desvanecía al tiempo que surgían los rayos del sol allá a lo lejos. No sé si fue por el catártico momento que estaba viviendo o por alguna otra situación, pero pude verla sentada a mi lado, moviendo los lápices de colores entre sus manos con gran habilidad. La visión se desvaneció tal y como llegó. Me incorporé y, antes de bajar, vi a la persona que me había comentado de este sitio. Hizo un gesto de fastidio y se retiró al interior de su casa. Supe de inmediato que aunque

quisiera hacerle entender lo que hacía, él, al igual que todos los que vivían en esta ciudad, jamás lo comprendería mientras se aferrara a su cómodo letargo. Después de este episodio, mi búsqueda se hizo más frenética. Tuvieron que pasar un par de semanas antes de lograr mi objetivo. Cierto día, recorriendo uno de los tantos parques dibujados en el cuaderno, la vi sentada en una banca. Estaba completamente distinta a como la recordaba. Caminé hacia ella, todavía tenía puesta la ropa de aquella ocasión, pero sucia y desgarrada. Su cabello estaba lleno de basurillas, enredado y grasiento. Una punzada de culpa surgió de mi interior. Era responsable de todas las desgracias y vejaciones que muy probablemente sufrió. Nunca notó mi presencia a pesar de estar a escasos centímetros. Donde anteriormente existió un gesto lleno de vida, ahora sólo había un rostro demacrado por el dolor. El brillo de sus ojos se había desvanecido, al igual que su radiante sonrisa. Caí de rodillas, tomé sus manos entre las mías. Con gentileza la levanté y la llevé a mi domicilio. En todo el trayecto ella se dejó guiar sin ningún tipo de resistencia. Había mucho que hacer, mucho que sanar, a pesar de que dentro de mí sabía que lo más probable era que nunca volviera a ser la misma, debía de hacer todo lo posible para revertir el daño que le ocasionaron. Mientras la limpiaba, pude apreciar todas las marcas y cicatrices que mancillaron su cuerpo; mi mente se llenó de una oscura ira. No pude concebir que existiera tanta maldad. Le compré ropa; soborné a algunos médicos para que vinieran


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a la casa y me orientaran sobre la manera más apropiada para reparar el daño físico. Busqué la manera de que gente especializada en daños emocionales la revisara, pero los pocos que tuvieron el valor o les pareció suficiente el dinero que les ofrecía, llegaron a la misma conclusión: no había nada que hacer. Uno de ellos, al ver mi desesperación, se sinceró conmigo. Él había pasado por una situación similar, un amigo suyo tuvo la mala fortuna de atraer la atención de estos extraños personajes. Al principio, dijo, hizo lo posible por ayudarle, con mucha paciencia logró extraer un poco de información sobre las atrocidades que los hombres de la gabardina usaban para quebrantar a las personas como ellos. Días después de obtener esta información, tuvo una desagradable visita. Alertado por lo que ya sabía, fue lo suficientemente listo para decirles que no había logrado nada con su amigo. La persona se marchó no sin antes dejarle una amenaza velada. Y fue así que dejó a su muy estimado amigo a su suerte. —Nadie puede ni debe salirse del sistema —me dijo— cualquier amenaza es tratada con extrema crueldad y después de ser quebrantado, se le abandona a su suerte como ejemplo de lo que no se debe hacer. Cuando le detallé mi encuentro con ellos, alcancé a percibir una sombra de compasión. Al final, antes de abandonar la casa, me advirtió que me cuidara. —Todos ellos mueren solitarios —dijo mientras daba media vuelta y se dirigía a la puerta—. Los dejan vivir como una advertencia a familiares y amigos, no hay

nadie que no comprenda la indirecta. Sentí miedo después de esta última visita, la cual me ayudó a comprender que estaba siendo descuidado. Tomé todo lo que pude y abandoné mi domicilio esa misma noche. Por la mañana pasé al banco y saqué todos mis ahorros. Por un momento me sentí algo tonto, no creí que fuera tan importante como para ser tomado en cuenta. Pero a pesar de ello, no regresé a mi casa ni a mi trabajo. Falsifiqué una nueva identidad para mí y para ella. Nos mudamos de ciudad y por algún tiempo todo estuvo tranquilo. Pero una tarde, mientras caminaba por la calle, al pasar por un puesto de periódicos vi algo que llamó mi atención. En la primera plana de un periódico vi el rostro del último especialista que nos visitó. Según las noticias, había muerto de una manera brutal, la sociedad se sentía indignada y exigía una rápida y efectiva investigación. Únicamente yo sabía la verdad oculta tras ese asesinato. No podía ser coincidencia. Era un mensaje para nosotros. Nos habíamos salido del sistema, éramos gente potencialmente peligrosa. Esa misma noche abandonamos la ciudad. El otoño acabó, los días fríos de invierno hicieron más grises las calles de la última ciudad a la que llegamos. Desalentado por no haber logrado nada en todos esos días, me sumergí en una nueva monotonía. De la casa al trabajo en turno, del trabajo a la casa. Por las noches me sentaba frente a ella y le contaba sobre la deprimente jornada del día. Algunas veces lloraba en su regazo y le pedía su perdón, un perdón que estaba lejos de obtener. En año nuevo, al término de nuestra


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cena, recogí los trastes y antes de llevarla a su habitación, me acerqué a su rostro para darle un beso en los labios, tal y como ella lo había hecho la segunda vez que nos vimos. Antes de poder tomar su mano para guiarla al cuarto, la joven reaccionó a la caricia llevando sus dedos hasta el sitio donde la besé. Por un momento sus ojos brillaron y una lágrima rodó por su rostro. Después regresó a su estado catatónico acostumbrado. Le besé de nuevo; no hubo respuesta. Me sumergí de nuevo en la desesperación. Con cuidado, la llevé a su habitación y, antes de salir, se me ocurrió una idea. ¿Qué pasaría si le mostraba aquel cuaderno de dibujo que traía consigo antes de ser apresada? ¿Sería capaz de reconocerlos? Corrí hacia la mochila que siempre estaba preparada por si teníamos que salir huyendo, saqué el cuaderno y le mostré el último dibujo que había hecho. Sus pupilas se dilataron cuando lo vio. Comenzó a respirar de manera agitada y sus manos se cerraron con fuerza. En su rostro vi el miedo y el terror. Estaba sufriendo. Cerré el cuaderno y la abracé hasta que se tranquilizó. La acomodé en su cama; temeroso de que tuviera otra reacción negativa, jalé una silla y me dispuse a vigilarla por la noche. No sé en qué momento me ganó el sueño, pero al despertar, la vi sentada en la cama. Frente a ella se encontraba el cuaderno de dibujo abierto, una de sus manos descansaba en el primer dibujo que plasmaba un pequeño jardín en una gama de grises oscuros. Sí, recordaba ese parque. Me vino a la mente una idea. ¿Funcionaría? El riesgo de regresar a nuestra ciudad de origen era muy grande.

Pero si existía la posibilidad de que sucediera algo distinto, valdría la pena hacerlo. Preparé todo, tomé las medidas necesarias para cambiar un poco nuestra apariencia, falsifiqué nuestras identidades de nueva cuenta y comenzamos el regreso a casa. Ya en la ciudad, busqué un lugar discreto para hospedarnos y un trabajo donde pudiera pasar desapercibido. Determiné rutas seguras para llegar a todos los sitios del cuaderno. El primer día nos levantamos temprano; mientras trataba de dominar el pánico que sentía, avanzamos por las calles. Unas cuadras antes de llegar, probablemente al reconocer parte de las calles, ella cerró su mano en mi antebrazo. Conforme nos acercábamos, sus dedos comenzaron a temblar. Poco antes de llegar al jardín, ella se detuvo en seco. Me pareció que nos quedábamos parados toda una eternidad y para evitar llamar la atención, ingresamos a un negocio, compré algo para comer y cruzamos la calle para sentarnos en una de las bancas del parque. Mientras aparentaba comer lo que había comprado, con la mirada revisé los alrededores del parque en busca de los agentes de gabardina. Mientras lo hacía, a la distancia se comenzaron a escuchar unas campanadas. Ella irguió un poco la cabeza, como buscando el origen de ese sonido. Luego, como si su mente se volviera a conectar con el cuerpo, comenzó a tararear la misma canción de aquella ocasión. A manera de respuesta, las campanas comenzaron a tocar la misma tonada. Probablemente en otro tiempo, esa serie de melódicos ritmos hubieran pasado por completo desapercibidos, o inclusive hubieran


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resultado irritantes. Pero ese día, en compañía de ella y con todos los cambios que había tenido, me resultaron fascinantes estando en el interior del parque. Hice un torpe intento de seguir la tonada como ella lo hacía y al escuchar mi voz, giró su rostro y casi puedo jurar que volvió a sonreír. Esa noche, cuando llegamos a la casa, se incorporó de la mesa después de cenar y sin mi ayuda se dirigió a su dormitorio para descansar. Cuando fui a verificar cómo se encontraba, me sorprendió verla acostada en una posición diferente a la que acostumbraba para dormir y tuve la certeza que tras meses de grises pesadillas, soñaría de nuevo con los colores de su imaginación. Los días siguientes me olvidé por completo del trabajo, le di prioridad a recorrer todos los lugares que ella había dibujado; conforme los recorríamos, su recuperación se fue haciendo patente, y aunque aún no lograba comunicarme con ella, cada vez que sentía miedo o alegría, me lo hacía saber con un apretón en el antebrazo o buscando cobijo entre mis brazos. Los dibujos en el cuaderno comenzaron a acabarse, ya sólo quedaba un par, y en ellos deposité todas mis esperanzas. Me levanté antes que el sol saliera. La vestí apropiadamente para el frío de la mañana y partimos hacia el puente de piedra. Todo parecía ir bien, pero por desgracia, fui descuidado. Mientras nos encontrábamos en el puente, dejándonos llevar por las caricias del viento, una mano se posó en mi hombro. No necesité ver quién era el que lo había hecho para saber que estábamos en problemas. Traté de tranquilizarme mientras giraba

el cuerpo para hacer frente al severo agente que se encontraba a mi espalda. Él me miró detenidamente, tras lo cual solicitó mis documentos de identificación y los observó a detalle. Me interrogó sobre los motivos que teníamos para permanecer tanto tiempo en el mismo lugar. Me cuestionó sobre ella. Mi mente trabajaba a todo lo que daba al tiempo que trataba de aparentar una tranquilidad que estaba lejos de sentir. Después de unos tensos minutos, me entregó los documentos y se alejó. Le vi llevarse algo al rostro. Comprendí que no me había creído ni media palabra de lo que le dije y mis documentos sólo los había utilizado para saber en dónde vivíamos ¡Estábamos perdidos! Tomé la mano de ella y nos alejamos apresuradamente del lugar. Sin posibilidad de llegar a nuestro domicilio y recoger la mochila con todo lo indispensable, solo quedaba una alternativa. Nos mantuvimos ocultos todo el día y la noche. Dejé que ella durmiera unas cuantas horas en lo profundo de un callejón mientras nos manteníamos ocultos entre una pila de diarios viejos. Antes del amanecer, comenzamos nuestro camino hacia la cisterna. Sabía que era inevitable llamar la atención, no era nada usual ver a una pareja a esas horas de la madrugada. Caminamos rápido y lo más ocultos posible. A cada vuelta de esquina me detenía unos segundos para cerciorarme de que el paso fuera seguro. Por fin, tras lo que pareció una eternidad llegamos a la cisterna. La ayudé a subir con cuidado y mientras le abrazaba esperamos el amanecer. Y entonces los vi. Eran

alrededor

de

veinte

los

que


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comenzaban a llegar por las calles. Todos con la misma vestimenta y caminando sin prisa. No había forma de escapar, ellos lo sabían y parecían disfrutar de ese lamentable hecho para nosotros. Todo estaba perdido. Bajé rápidamente del tinaco dejándola a ella en lo alto. Me dispuse a luchar por su libertad, aunque mi vida fuera el precio a pagar. El cielo comenzó a clarear. Vi al hombre que aquella vez en mi casa me lanzó una mirada burlona. No lo dudé y me lancé contra él. Percibí el miedo en sus ojos cuando le solté el primer puñetazo en su rostro. Le vi caer de espaldas al suelo y ante mi atónita mirada se rompió en finísimos trozos de cristal negro. Dos más llegaron para hacerme frente, algunos hicieron un círculo alrededor nuestro para evitar que escapara. Los demás comenzaron a aproximarse a la cisterna para apresar a la otra renegada. Pero había algo distinto en ellos, ya no mostraban la misma valentía de los días anteriores. ¿Temor? ¿Acaso les daba miedo que tuviera el valor para enfrentarles? De reojo vi que algunos agentes comenzaban a subir a la cisterna. Pero también ellos dudaban, como si no quisieran encontrase con la persona que se hallaba allá en lo alto. Miré donde ella estaba. Esa imagen nunca se va a borrar de mi memoria. En lo alto, con los brazos extendidos y el viento jugueteando con su cabello, la volví a ver tal y como la recordaba: con una bella sonrisa y la luz del día iluminando sus hermosos ojos. Me miró y yo le regresé la sonrisa. Supe que por fin había roto las cadenas que la habían atado. Los agentes comenzaron a retroceder invadidos por el pánico. Una persona se colocó a mi lado. Silenciosamente levantó una mano y pude

ver una pistola apuntando a la joven. Giré de inmediato para interponerme en el trayecto de la bala. Hubo una explosión y sentí algo caliente atravesar mi pecho. Mientras caía de rodillas, pude apreciar que todos los agentes que se encontraban a nuestra llegada, también sucumbían, como si a ellos también les hubieran disparado. Los vi caer hechos polvo. Entonces lo comprendí, solo existía una manera de explicar lo que estaba sucediendo: ellos eran parte de mí, eran mi creación y se nutrían de mis miedos y de mi mediocridad. Al morir, también ellos morían. Cuando tuve el coraje de enfrentarlos, fue cuando las cosas cambiaron y ellos comenzaron a temerme. De ahí su miedo hacia ella. De ahí su urgencia para quebrantarla. Pues su sola presencia me orilló lentamente a cambiar y hacerles frente. Si yo era capaz de enfrentarlos, todos lo serían. Giré el rostro para apreciar al agresor, tenía una maniaca mirada triunfante mientras me veía sucumbir. Alrededor de diez agentes nuevos se colocaron tras su espalda, uno de ellos le dio una palmada aprobatoria. Con un dejo de tristeza, supe que estaba llegando al fin de mi historia. Pero aún quedaba algo por hacer, pues ella representaba el cambio en nuestra vida en gris, ella era el color que todos anhelábamos ver y, como fuera, mi deber hasta el final era protegerla, por eso yo había aparecido en su camino y no ella en el mío. La miré otra vez, supe que comenzaba a recuperar todos esos maravillosos mundos en los que siempre vivió y que muy pronto los compartiría con todo aquel que estuviera dispuesto a verlos. Reuní fuerzas e hice un esfuerzo sobrehumano. Vi el rostro estupefacto del asesino y sus agentes mientras le quitaba


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la pistola y hacía uso de ella para sesgar su vida. Los agentes cayeron hacia atrás como si hubieran sido golpeados por un enorme puño que los hiciera añicos antes de tocar el suelo. Ahora sí, todo había acabado. Había cumplido una misión que no comprendí hasta mi final. Me dejé caer al suelo agotado por el esfuerzo y solo aguardé a que todo terminara. Alguien sujetó mi cabeza y la levantó. Veo el rostro de ella una vez más, sus lágrimas mojan mi rostro, sus labios me sonríen mientras llora. Me besa por última vez. Subo la mirada al cielo y veo las nubes flotar, veo una solitaria flor en el parque y al árbol escucho cantar.

¿De qué sirve vivir entre paredes grises —le digo a ella— si dejamos de ver los colores que hay a nuestro alrededor? ¿De qué sirve vivir entre estas paredes grises, si no te das cuenta que la verdadera vida está a tú alrededor? Cierro mis ojos, la joven susurra en mi oído su canción, sus lágrimas recorren mi rostro mientras me pierdo en uno de esos fantásticos mundos en los que ella siempre vivió.


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