Nยบ0: ESA COSA QUE LLAMAMOS FEALDAD
ÍNDICE
STAFF
FIURA DIRECCIÓN GENERAL
Gaizka Ramón Melendo Gerard Pellisa Escudé REDACTOR JEFE
Gaizka Ramón Melendo DISEÑO ORIGINAL Y DIRECCIÓN DE ARTE
Gerard Pellisa Escudé
TRES HISTORIAS
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ARCHIVO
6
BIBLIOTECA 2 FILMOTECA 3 EN EL PUNTO DE MIRA
CORRECCIÓN
Begoña Ariza
EL HOMBRE ELEFANTE
TEXTOS
Alicia Haupfield Cristina Santoral Daniela María Reyes Jean-Jacques Laffargue Julia Aribau Lidia de Castro Martín Rueda Rodrigo Carmona ILUSTRACIÓN
Cecilia Sánchez Sánchez Cinta Arribas Ilich Romeiser Lola Beltrán Miloŝ Koptak Pedro Oyarbide Rai Escalé Roberta Vázquez Cabo Rosa Fraile Hernández Silvia Rigon FOTOGRAFÍA
TEXTOS LIBRES
10 10 12
ENTREVISTA 17 DR. JAMES CLAIBORN
17
ENSAYO 20 LO HORTERA EN LA JUVENTUD OCCIDENTAL
20
BREVE HISTORIA DE LA DISCRIMINACIÓN ESTÉTICA
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LA CIRUGÍA ESTÉTICA AL DESNUDO
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LA DICTADURA DE LA BELLEZA
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FICCIÓN 40 UN CHOCHO = UNA REVELACIÓN
40
CIVITAS, CIVITATIS QUÉ PENA DAS
44
Joel-Peter Witkin
VISTO EN YAHOO RESPUESTAS
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AGRADECIMIENTOS
FIURA DEL MES
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Sería injusto dejar para el final a aquéllos que nos han ayudado a hacer esto posible. Muchas gracias a los ilustradores, escritores y fotógrafos que han colaborado, a Víctor Bermúdez y Revista Periplo por su sabio asesoramiento y ayuda, a La Tahona Cultural por servir de plataforma para financiar el proyecto, y a todos los que han regalado sus consejos, paciencia y ánimos para hacer esto. CONTACTO
revistafiura@gmail.com www.facebook.com/revistafiura La reproducción total o parcial de los contenidos del número en formato digital o impreso requiere autorización previa de la revista o los propietarios pertinentes. Barcelona, Julio 2012 Portada y contraportada: Beach Party 3 / Rai Escalé www.raiescale.info
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PRESENTACIÓN
ESA COSA QUE LLAMAMOS FEALDAD Cuenta una leyenda chilena que existe una mujer enana de aspecto horripilante, con enormes mamas caídas y fétido aliento, que merodea por los bosques. Es Fiura, la fealdad en persona. Sólo contemplar su desfigurado rostro petrifica, y el tacto de sus afiladas garras causa irreparable gangrena. Hipnotiza a los jóvenes apuestos y, en el primer soplo de amor, acaba con sus vidas. Este proyecto se plantea como homenaje a ella, princesa de lo desagradable, menoscabo de modernas modelos. Revista Fiura propone un espacio diverso de pensamiento y reflexión. Bajo el imperativo ético y estético de explorar lo desatendido y lo minoritario, aspira a dar voz a interrogantes pendientes de la mano de las manifestaciones artísticas y tendencias de la contracultura actual. Aunando texto con imagen, consagrados con promesas, lo normativo con lo experimental, la Grecia clásica con el hiperpop viral de la Generación Google, Fiura desea romper
los corsés del género de revista y sugerir una ampliación del molde. Esa cosa que llamamos fealdad es nuestro número piloto, una tentativa de lanzarnos al centro del volcán. Estas páginas son una oda a lo incómodo, lo sorprendente y, sobre todo, lo feo, quintaesencia y metáfora de la voluntad del proyecto. En ellas encontrarán una pluralidad de voces y opiniones que configuran un esqueleto de psicología, cine y la literatura, cirugía estética, filosofía o moda, entre otros. Una reivindicación de las vías del saber artístico, el académico y el moral. En el mejor de los casos, una conciliación de las tres. Si el resultado es feo o no está por decidir. Esperamos que disfruten. Gaizka Ramón Melendo & Gerard Pellisa
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TRES HISTORIAS
Desde la Antigüedad, la fealdad se ha definido frecuentemente por oposición a la belleza: la fealdad como ausencia de belleza. No obstante, un acercamiento más profundo enseguida permite observar interesantes, inesperadas y desde luego muy polémicas variantes de esta supuesta nobelleza. Presentamos aquí tres acercamientos paradigmáticos a la disonancia estética.
WALTER YEO Pudores morales aparte, sería una hipocresía no incluir casos patológicos o derivados de un accidente en un muestrario de lo que se ha entendido como fealdad a lo largo de nuestra historia. Es precisamente esa hipocresía la que contribuye a que una reflexión sabida por todos (la de que es cruel discriminar a las personas por su aspecto, se quede en eso, una reflexión manida) y no se ponga de una vez por todas en práctica. Walter Yeo (1890 – 1960) fue un ciudadano inglés, soldado en la Primera Guerra Mundial, considerado la primera persona en recibir cirugía plástica avanzada en la historia. En 1916, en la batalla de Jutland, Yeo fue herido de gravedad, sufriendo quemaduras en las pestañas que le imposibilitaron el movimiento de los párpados. Tras ingresar en 1917 en el hospital, fue operado por el cirujano de mayor prestigio de la época, Sir Harold Gillies, reconocido hoy como padre de la cirugía plástica. Gillies fue pionero en el injerto de tejidos intactos de otras partes de cuerpo, método con el que restauró el rostro de Yeo. Fueron casos como el suyo, en los que la desfiguración facial desmoronaba psicológicamente a los soldados, los que contribuyeron al desarrollo de la cirugía plástica a comienzos de siglo. Las máscaras de metal, por las que la artesana Anna Coleman Ladd se llevó la Legión de Honor francesa, fueron otra alternativa para paliar la depresión o marginación de las tropas.
Imágenes: propiedad de la Yeo Society www.yeosociety.com
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WORLD’S UGLIEST DOG CONTEST En 2011, Rascal se proclamó campeón del World’s Ugliest Dog Contest, el torneo celebrado anualmente en California para premiar al perro más feo del mundo. Rascal, de ocho años, es un chino crestado, raza que por su falta de pelo y su grisáceo color de piel ha cosechado enormes éxitos en los 22 años de funcionamiento de la competición. También Sam, ganador de las ediciones 2004-2005 y quien parece mantener incluso mayor popularidad en la red, era un chino crestado sin pelo. Su muerte, en 2005, fue portada en algunos de los periódicos de mayor peso de EEUU. El World’s Ugliest Dog Contest ejemplifica como pocos otras eventos la institucionalización de la fealdad, que parece dejar de ser un fenómeno subjetivo y de plantear dilemas morales en el momento en que no atañe a humanos. Es significativo que varios de los perros concursantes padezcan problemas de visión, de pelaje, fracturas óseas, etc. Lejos de toda solemnidad, el concurso se acerca más a la estética y ambiente de un festival, con participantes y espectadores gozando de un momento lúdico no tan lejano al de los circos de maravillas donde se exponían negros, mujeres barbudas o siamesas en el siglo XIX. Por si fuera poco, el World’s Ugliest Dog Contest parece albergar un toque clasista: los perros concursantes se dividen entre mezcla y de pedigrí. Cada categoría otorga un primer premio de $500, mientras que el ganador general del torneo recibe $1000.
CAT MAN Implantes para cambiar la línea de las cejas, implantes en el tabique nasal para cambiar el perfil, piercings en la frente y la cara en el lugar de los bigotes felinos, labio escindido, relieve nasal disminuido, lóbulos elongados, inyecciones de silicona en los pómulos y en la barbilla, tatuaje facial completo, dientes afilados y así hasta 14 intervenciones quirúrgicas; et voilà: Cat Man. Dennis Avner, nacido en Nevada, EEUU, en 1958, se ha gastado “una cantidad incalculada de dinero”, pero ha conseguido dos cosas: que la gente lo apode Cat Man (o Stalking Cat) por su apariencia “felina”, y que la Guinness World Record Corporate lo certifique como la persona con mayores modificaciones corporales permanentes para asimilarse a un animal. Según relata el propio Avner, descendiente de amerindios, desde pequeño ha sentido una llamada espiritual a encarnarse en un tigre. A los 23 años dio sus primeros pasos hacia ello, y en la actualidad planea todavía nuevas modificaciones. Avner, que ha aparecido en talk shows tan populares como el Larry King Live, trabaja como programador informático y asegura tener varias parejas. Otros casos similares, como el de Erik Sprague (Lizardman), Paul Lawrence (The Enigma), o María José Cristerna (la Mujer Vampiro), quienes cuentan también con alteraciones quirúrgicas notables, concluyen lo mismo: su vida social es estable y funcional.
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ARCHIVO
¡BOOM! ¡Sí, qué estética tan agresiva, qué contenidos tan escabrosos! ¿Pero de dónde sale todo esto? Al tratar de responder esa pregunta, “Archivo” cumple un doble objetivo. En primer lugar, proclamar que toda idea, por transgresora o sofisticada que sea, debe su germen a otra. Nadie parte de cero, no existe la tabula rasa. Dicho esto, la sección pretende sacar a relucir los pilares que sustentan este número, a modo de tributo obligado y de invitación al lector. He aquí tres libros y tres vídeos de registros notablemente diferentes que dan pie a la reflexión. Pasen, lean y vean.
BIBLIOTECA
HISTORIA DE LA FEALDAD
UGLY LAWS: DISABILITY IN PUBLIC
EL PATITO FEO
A cargo de Umberto Eco (2005)
Susan Schweik (2009)
Hans Christian Andersen (1844)
Ensalzada como tal, y con razón, ésta es efectivamente la obra capital hasta la fecha sobre la fealdad, tan imprescindible para cualquier estudioso como divertidísima de ojear para un niño. Abundante en imágenes, este tomo, tan o más recomendable que su polo opuesto, Historia de la belleza, explora con una prosa clara y muy bien referenciada el recorrido histórico de la fealdad en el arte. Al día en últimas tendencias, el libro armoniza el rigor de un académico de peso con un toque de humor impagable. Quizá, como única crítica, pueda achacársele lo engañoso de su título: esta genial indagación, que si peca de algo es de monodisciplinar, no llega a ser la Biblia o la “Biografía definitiva” de la fealdad cuando cae, por ejemplo, en manos de un antropólogo. Con todo lo fascinante que guarda el ámbito artístico, en una exploración de tanta profundidad se echan en falta toques de sociología, política, teoría del arte o historia que alumbren el tema desde varias perspectivas. Sea como sea, estamos ante una obra magna, y a Don Umberto sólo puede decírsele: “Haga otra pronto, por favor”.
Mientras que Historia de la fealdad representa la cumbre de una investigación de la fealdad como idea artística y filosófica, podría entenderse este trabajo de Susan Schweik como un primer acercamiento a su vertiente sociológica. Si los estudios sobre la fealdad son minoritarios, el que ha hecho esta autora estadounidense es (desafortunadamente) único en su especie. Ugly Laws: Disability in Public supone un importantísimo pistoletazo de salida para evaluar con rigor cómo esa discriminación se ha avalado a escala social mediante una serie de inadvertidas leyes. En estas 450 páginas no se habla de cuadros ni de modelos; lo que Schweik construye es una intrahistoria de la fealdad en su país. Para no dejar entrar a un local o para no conceder trabajo, por ejemplo, EEUU redactó infames leyes, dando lugar a cientos de nombres perdidos que narran una historia de duro sabotaje a los “visualmente desagradables”. La de Schweik es, en definitiva, una empresa pionera, de imprescindible lectura y de ampliación obligada. Su traducción al castellano y una difusión a la altura son imperativas.
Sin duda una de las obras de mayor impregnación en el archivo cultural occidental, El patito feo puede desdeñarse como literatura infantil, pero no sin incurrir en un error. Recogerla en “Biblioteca” parece otorgarle el reconocimiento debido. Al igual que en todos los relatos para niños, las ideas subyacentes a la trama son planteadas en miniatura, de una forma reductivista, sí, aunque con una claridad indisputable. Es esa claridad, tan certera que preferimos omitirla y tan profunda que no la hemos digerido todavía, la que deseamos difundir en este mini homenaje. Cierto es que este popular cuento ha dado lugar a un enorme cliché, pero ¿acaso nos hemos puesto a la altura del mismo? Un cliché sólo lo es cuando plantea un terreno común, y la discriminación de El patito feo sigue viva y coleando en casi todas nuestras sociedades. La literatura necesaria sobre la fealdad no ha de ser una enrevesada exposición moral destinada a un perfil de lector culto. Ha de ser un mensaje llano, universal. El verdadero reto es encontrar un lector dispuesto a asumirla.
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FILMOTECA
EL FANTASMA DE LA ÓPERA
FREAKS
CHANGING FACES
Andrew Lloyd Webber (2011)
Dirigida por Tod Browning (1932)
Wellcome Trust (2011) / Ver vídeo
Hay pocas mejores formas de ponerse culturalista que recomendando la adaptación de la novela decimonónica de Gaston Leroux. El fantasma de la ópera, convertida desde su boom en 1986 en el musical más taquillero de la historia de Broadway, ha dado paralelamente lugar a infinidad de películas de serie B. El filme que recomendamos aquí es una interpretación conmemorativa de la composición que dio el éxito a Andrew Lloyd Webber en los ochenta. Encontramos en ella la trama original de la novela, que presenta un triángulo amoroso con sólidos arquetipos sociales. Erik, un genio musical desfigurado que cubre su rostro con una máscara y vive recluido, se enamora de Christine, una cantante de ópera comprometida con un hermoso conde. El poder del amor, la importancia de la belleza y la crisis de identidad en que desemboca la marginación social son algunos de los ejes sobre los que pivota este clásico, cuyo vigésimo quinto aniversario, celebrado el 2011 en uno de los mejores teatros del mundo, constituye un hito del entretenimiento. 160 minutos de clase para todos los públicos.
Parece sorprendente que hayan pasado ochenta años desde el estreno de Freaks. Su productora, Metro-Goldwyn-Mayer, empeñó casi tanto esfuerzo en patrocinarla como en alejarse de ella, y esto sí que no sorprende. Freaks es la huella de una época del cine en la que la experimentación era todavía la forma de buscar el éxito. El resultado, en este caso, fue por un lado un rotundo fracaso de cartelera, pero, por otro, un icono cultural y una de las propuestas visuales más radicales hasta la fecha. Bajo la etiqueta de freaks, término que desde entonces se ha consolidado para designar a toda persona con un físico anómalo, el film de Browning es un desfile de enanos, gigantes, siamesas, mujeres barbudas, hombres sin piernas y demás “particularidades de la naturaleza”. Con semejante elenco, una hora justa es suficiente para plantearle al espectador abrumadoras preguntas sobre la deformidad y la tragedia de los que la viven. Interpretada en su día como un show morboso, Freaks se planta hoy como una espada de doble filo: un canto que a veces llama a mofa y otras a compasión.
Changing Faces es un organización benéfica británica fundada en 1992 con el objetivo de promover y facilitar la integración social de personas con desfiguraciones faciales. Entre sus labores se encuentra el asesoramiento psicológico y quirúrgico de aquéllos que poseen algún tipo de desfiguración facial, sea a causa de una patología, un accidente, etc. En 2008, la campaña Face Equality se dedicó a concienciar al público general sobre su causa, difundiendo mediante pósteres la imagen de sus socios. En 2009, el fundador de Changing Faces, James Partridge, quien sufrió graves quemaduras faciales en un accidente de coche en su juventud, presentó durante una semana las noticias de un canal nacional de televisión. Mediante campañas como estas, la organización lidera un movimiento activista para sacar de la marginación social a aquéllos con particularidades en el rostro. En este breve vídeo –en inglés– se presenta al colectivo y a algunos de sus miembros, que narran sus vivencias tratando de incorporarse a un sistema que todavía levanta muchas barreras contra los que se desvían de la norma estética.
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La fealdad / Roberta Vรกzquez www.bobbypatata.blogspot.com.es
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Fools in Love / Rai EscalĂŠ www.raiescale.info
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EN EL PUNTO DE MIRA
TÍTULO ORIGINAL The Elephant Man
DIRECTOR David Lynch
AÑO 1980 DURACIÓN 125 min.
PAÍS EEUU
GUIÓN David Lynch, Eric Bergren, Christopher De Vore
MÚSICA John Morris
FOTOGRAFÍA Freddie Francis (B/N)
REPARTO Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, John Gielgud, Wendy Hiller, Freddie Jones, Dexter Fletcher
PRODUCTORA Paramount Pictures, Mel Brooks
Retrato de Joseph Merrick (ca. 1889) Propiedad del Royal London Hospital Archive
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EL HOMBRE ELEFANTE Por Lidia de Castro
En la nómina de directores de cine con identidad propia, el nombre de David Lynch merecería ser escrito con mayúsculas. Pocos, en la exploración del séptimo arte, han salido tan airosos como él en sus intentos de cosechar una filmografía personal, que consiga mantener su esencia al tiempo que alardea de versatilidad y descubre alternativas al molde convencional. Dentro esa variedad, El hombre elefante supone quizá un éxito especial por ser una de las películas más accesibles de su director. A su estreno, en 1980, hizo las delicias de los cinéfilos más de pro sin por ello repeler a un espectador casual, en busca de un cine dominguero para toda la familia. Parece que los años no han cambiado esto: en un momento en el que el 3-D amenaza con engullirlo todo, este clásico en blanco y negro de Lynch sigue dejando perplejo. La razón de esto, y lo que hace de El hombre elefante una mención obligada en este número, es que más allá de su maestría cinematográfica, la película ilumina una temática de fuerza inmensa: la fealdad. De un lado un asunto tan universal, de otro tan tabú, la cuestión de la fealdad física es tratada desde una perspectiva tan novedosa como éticamente obligatoria; esto es, no como un concepto subjetivo, de tertulia artística o de moda, sino como lo que sobre todo fue: uno de los criterios de discriminación social más longevos y crueles. Libre de todo morbo y barniz sensacionalista, la fealdad de John Merrick, deformado protagonista de la película, anima a la más profunda de las reflexiones sobre la discriminación estética (en ocasiones consciente, en otras no) y lo olvidadizos que nos permitimos ser al respecto. Y lo hace con una elegancia y sutileza cada vez más inusitadas en la gran pantalla. “La poesía, si se explica, se explica sola”, decía Salinas. Pues la película, si conmueve, conmueve sin intentarlo, que es como de veras se hace. En apenas dos horas, Lynch construye un llamamiento a recordar las barbaries cometidas en el pasado (y no tan pasado) contra los feos o extravagantes, instrumentalizados como exóticas piezas de museo o, mejor dicho, de circo amFotograma de El Hombre Elefante
bulante o zoológico. Cargada de food for thought, por encima de los desfiles de enanos, mujeres barbudas y gigantes, la película desliza cuestiones como la innata crueldad infantil o la estulticia de las masas. Ni siquiera Sir Frederik Treves, el personaje histórico que ayudó a liberar al “terrible Hombre Elefante” de su explotador y lo integró en la sociedad, se escapa del debido juicio moral. A través de su figura, Lynch debate si puede darse un altruismo puro y desinteresado, y si acaso, aun manchado de amor propio e intereses, sigue siendo positivo y necesario. No poco significativo es que uno de los regalos que le haga a su desfigurado protegé sea un kit de aseo y belleza. ¿Es que sueña con que se vuelva hermoso? ¿No es digno por el mero hecho de ser humano, se acicale o no? También el propio personaje del Hombre Elefante inunda de dudas al espectador. De un lado, no adolece de trauma alguno por su condición, que está lejos de causarle un complejo de inferioridad. Pero dentro de esta aceptación aparentemente armónica, se retrata a un John Merrik consciente de no encajar en el sistema y cuyo mayor sueño es poder ser como los demás. Para cristalizar esta idea, Lynch nos regala una de las escenas finales más bellas del cine. Como colofón, dos hechos. El primero, que El hombre elefante no dará a quien la vea una respuesta. Consciente de la abrumadora profundidad del tema, Lynch se aleja de bobas hipocresías y ofrece algo más valioso: muchas preguntas urgentes. El segundo, que sin restarle mérito a Lynch (y mal que me pese, que odio los tópicos), la realidad supera la ficción. La película está basada en una historia verídica. Como no cambiemos el rumbo, parece que todavía daremos lugar a varias más.
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TEXTOS LIBRES
Textos libres es el apelativo bajo el cual reunimos un manojo de escritos variopintos, representantes de los delirios de tinta que ha provocado el tema de la fealdad. De la pseudociencia a la loca religiosidad del siglo XVI, pasando por el sexismo que rodea la estética y el invencible poder del amor, Textos libres esboza los puntos cardinales de una ruta de literatura y pensamiento que el lector puede recorrer aquí.
CAUSAS PARA PARIR UN MONSTRUO Existen causas diversas que dan origen a los monstruos. La primera es la gloria de Dios. La segunda es su ira. La tercera, un exceso de semen. La cuarta, una cantidad insuficiente del mismo. La quinta, la imaginación. La sexta, la hipotrofia, o bien las dimensiones reducidas del útero. La séptima, la forma incorrecta en que está sentada la madre, por ejemplo, cuando está encinta, permanece demasiado tiempo con las piernas cruzadas o recogidas contra el vientre. La octava, a causa de una caída o por golpes asestados al vientre de una mujer encinta. La novena, las enfermedades hereditarias o accidentales. La décima, la putrefacción o corrupción del semen. La undécima, la conmistión o mezcla de semen. La duodécima, el engaño de malos mendigos. La decimotercera son los demonios o diablos. En Monstruos y prodigios (1575), de Ambroise Paré.
FISIOGNOMÍA DE LOS DELINCUENTES Muchos de los rasgos que presentan los hombres salvajes, las razas de color, aparecen con gran frecuencia entre los delincuentes natos. Tales serían, por ejemplo, la escasez de pelo, la exigua capacidad craneal, la frente hundida, los senos frontales muy desarrollados, la mayor frecuencia de los huesos wormianos, especialmente epactales, las sinostosis precoces, especialmente frontales, la prominencia de la línea arqueada del temporal, la simplicidad de las suturas, el mayor grosor de los huesos del cráneo, el enorme desarollo de las mandíbulas y de los pómulos, el prognatismo, la oblicuidad de las órbitas, la piel más oscura, el cabello más espeso y rizado, las orejas voluminosas; añádanse el apéndice lemuriano, las anomalías de la oreja, el aumento de volumen de los huesos faciales, el diastema dental, la gran agilidad, la falta de sensibilidad en el tacto y en el dolor, la buena agudeza visual, la disvulnerabilidad, la torpeza en los afectos, la precocidad en los placeres venéreos y por el vino, y la pasión exagerada por estos, la mayor semejanza entre ambos sexos (…), la total insensibilidad moral, la apatía, la ausencia de remordimientos, la impulsividad, la excitabilidad físico-psíquica y sobre todo la imprevisión, que a veces se confunde con el valor, y el valor que alterna con la vileza, la enorme vanidad y la pasión por el juego de los alcohólicos o de sus subrogados, las pasiones tan fugaces como violentas, la facilidad para la superstición, la susceptibilidad exagerada del propio yo y hasta el concepto relativo de divinidad y de la moral. En L’uomo delinquente in rapporto all’antropologia, alla giurisprudenza ed alla psichiatria (1876), de Cesare Lombroso.
UNA MUJER FEA ES UNA TRAGEDIA ¡Dios! ¡Cómo expresar con palabras la fealdad horrenda de aquella mujer! Así como existen bellezas de las que es imposible dar una idea, así también hay fealdades que escapan a cualquier explicación, y así era la suya. No era fea tanto por defectos de la naturaleza, por falta de armonía en las facciones –que incluso eran en parte regulares–, como por una delgadez excesiva, diría que casi inconcebible para quien no la ve; por los estragos que el dolor físico y las enfermedades habían causado en su cuerpo tan joven aún. Con un pequeño esfuerzo de la imaginación se podía entrever el esqueleto; los pómulos y los huesos de las sienes sobresalían terriblemente, la exigüidad de su cuello contrastaba vivamente con el gran tamaño de su cabeza, cuya desproporción aumentaba aún más una rica mata de cabellos negros espesos, larguísimos, como no vi jamás en otra mujer. (…) «Tú no sabes lo que significa para una mujer no ser bella. Para nosotras la belleza lo es todo. Como no vivimos más que para ser amadas, y no podemos ser amadas si no somos atractivas, la existencia de una mujer fea se convierte en la más terrible y más angustiosa de las torturas (…); yo he padecido esta tortura en toda su extensión; yo, más que muchas otras infelices, porque mi sensibilidad era desgraciadamente todavía más monstruosa que mi fealdad. Sí, que mi fealdad; tendré el valor de juzgarme sin piedad, y de llamar a las cosas por su nombre. Si tú supieses...cómo me he odiado a mí misma, cómo he odiado mi fealdad, aunque nunca tanto como he detestado y detesto aún mi corazón». En Fosca (1869), de Igino Ugo Tarchetti.
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EL AMOR ES CIEGO El amor es ciego, dice el refrán, Cupido es ciego y ciegos son todos sus seguidores. El que se enamora de una rana cree que es Diana. El enamorado siente una admiración desenfrenada por la amada, aunque sea esta la fealdad en persona, carente de toda gracia natural, marchita, forunculosa, blanca, roja, amarilla, negra, pálida como la cera, con la jeta plana y redonda como la de un bufón, o bien demacrada, reseca y menuda como el rostro de un párvulo, con manchas en el cuerpo, torcida, un saco de huesos, casi calva, con ojos en blanco que giran, legañosos, tal vez extraviados, la mirada de un gato arrimado a la puerta, la cabeza inclinada, ponderosa y pesada, las orejas profundas, amarillas y negras, la boca abierta como los gorriones, la nariz curva de los persas, o larga y afilada como la del zorro, roja, mastodóntica, imponente, achatada como la de los chinos, nariz aplastada y respingona, nariz como un promontorio, dientes escasos y salidos, negros, podridos, superpuestos, incrustados de sarro, cejas como antenas de cucaracha, barbilla de bruja, aliento que infecta la estancia, nariz que gotea verano e invierno, papuda como una bávara, mentón puntiagudo, orejas de soplillo, cuello largo e inclinado como el de la grulla, pendulis mammis, pechos caídos, “tetas como un par de jaras”, o al contrario plana como una moneda, dedos como morcillas a causa de los sabañones, uñas largas, dentadas y negras, manos y brazos cubiertos de sarna, piel oscura, un carcamal podrido, espinazo encorvado, jorobada, coja, los pies planos, “delgada como la tripa de una vaca”, piernas gotosas, tobillos que desbordan sobre los zapatos, pies hediondos, un nido de piojos, un ser informe, un monstruo, un adefesio, piel que apesta a sudor, voz que grazna, gestos desgarbados, porte vulgar, una mujerona inmensa, una enana repugnante, una fregona, gorda y sucia, un ovillo, una varilla de ballena larga y seca, un esqueleto, una sombra (...) semejante a una mierda a la luz del farol, peor de cuanto habrías imaginado, pero que odias, aborreces, a la que querrías escupir a la cara, o en cuyo pecho desearías sonarte las narices, remedium amoris, que juzgarías un verdadero antídoto para los demás, una furcia desaliñada, mugrienta, gruñona, desagradable, hedionda, bestial, ramera si se presenta la ocasión, obscena, vulgar, pordiosera, grosera, andrajosa, ignorante, lenguilarga (...) Si se enamora de ella, el enamorado se postra para admirarla para siempre. En Anatomía de la melancolía (1621), de Robert Burton.
Caricatura / Bartolomeo Passerotti
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Per dintre som tots iguals / Ilich Romeiser www.lincharte.blogspot.com.es
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Romance / Ralph Eugene Meatyard Š Estate of Ralph Eugene Meatyard
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ENTREVISTA
Por Alice Haupfield
ENTREVISTA AL DR. JAMES CLAIBORN El Dr. James Claiborn es un psicólogo estadounidense con más de treinta años de experiencia especializado en el trastorno obsesivo-compulsivo y el trastorno dismórfico corporal. Sobre este último publicó en el 2002 The BDD Workbook: Overcome Body Dysmorphic Disorder and End Body Image Obsessions, manual de referencia sobre dicha patología. En tiempos en los que la sociedad y los medios ejercen tanta presión para lograr la belleza, el Dr. Claiborn ha sido tan amable de concedernos una entrevista para esclarecer cuestiones relativas a un trastorno que tiene a un 2 % de la población mundial obsesionada con una fealdad que no existe.
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Dr. Claiborn, ¿podría hacernos una breve introducción al trastorno dismórfico corporal?
Y en cuanto a edades, ¿tiene el TDC una mayor incidencia en alguna edad en particular?
El trastorno dismórfico corporal (TDC), a veces llamado trastorno de fealdad imaginaria, es en muchos aspectos muy parecido al trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Su principal problema es que el individuo está obsesionado con cuestiones o defectos de su apariencia y desarrolla comportamientos con la intención de tratar estas preocupaciones. Pueden consistir en querer pasar inadvertido, intentar tapar o reparar el defecto, pueden incluir también querer someterse a cirugía plástica o intentar llevarla a cabo por su cuenta, y por supuesto el uso de maquillaje y ropa para camuflar estas obsesiones. En cuanto a su reconocimiento profesional, creo que tiene una historia relativamente corta, pero también que está claro que si lo vemos en retrospectiva es un trastorno que ha producido desde tiempos inmemoriales. Si no me equivoco, el TDC se incluyó en la tercera edición del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), durante los ochenta.
Es probable que aparezca en los años de juventud y adolescencia, pero se trata de un trastorno a menudo crónico. En mi experiencia, he conocido a gente adulta que continúa sufriendo problemas de TDC. He encontrado también a gente que no padeció un TDC diagnosticable hasta un punto relativamente tardío de su vida. Gente que a los cincuenta o sesenta, en ocasiones motivados por un incidente, desarrollan síntomas. Supongo que la incidencia global es difícil de evaluar si se considera que alguien puede presentar ciertos síntomas de un trastorno pero no otros. Como en la mayoría de trastornos mentales, estamos hablando de un continuum a la hora de evaluar si se tiene o no. Tampoco es inusual que haya síntomas a un nivel que, como resultado de una vivencia concreta, empeoren y desencadenen en la necesidad de tratamiento profesional.
Teniendo en cuenta el papel central que la belleza desempeña en la sociedad actual, ¿se podría pensar que la incidencia del TDC ha aumentado especialmente dada esta presión estética moderna? Bien, creemos que ha habido cierto impacto de ese tipo dados los medios de comunicación modernos y su retrato de gente atractiva, pero personalmente pienso que se trata de algo que ha preocupado a las personas con la misma frecuencia desde hace mucho tiempo. Quizá los medios de comunicación hayan enseñado características particulares de la belleza, y eso ha cambiado con el tiempo. Si observamos lo que se entendía por formas corporales ideales, alguien que hace cincuenta años era atractivo puede ser considerado como pasado de peso hoy en día. ¿Y hay un componente sexista en esto? ¿Existe una mayor presión hacia las mujeres? Resulta interesante observar que no. Al igual que el trastorno obsesivo-compulsivo, el TDC parece ser tan frecuente en hombres como en mujeres, algo que no puede decirse de multitud de otros trastornos mentales como la depresión o el trastorno de pánico, que son bastante más comunes en mujeres.
Y, hablando de las causas, ¿se ha estudiado cuáles son las fundamentales? Hasta cierto punto, hay motivos para pensar que las experiencias tempranas y la educación familiar en lo que a apariencias y logros se refiere pueden ser un factor que aumente las posibilidades de este trastorno. Asimismo, las experiencias en el colegio pueden tener su relevancia, aunque personalmente no creo que sea posible afirmar que son gente que ha sufrido bullying en mayor medida que la media. Las burlas son una experiencia común, y las burlas sobre la apariencia también, de lo que podemos concluir que aquéllos con TDC son mucho más susceptibles a ellas. Al igual que en TOC, hay además indicios para pensar que existe una predisposición genética. Y, más concretamente, ¿qué tipo de errores de percepción causa el TDC y en qué zonas del cuerpo? Puede suceder en cualquier parte del cuerpo. En los primeros puestos de la lista estarían los rasgos faciales –a mucha gente le preocupa mucho su nariz–, pero puede incluir casi todo. He tratado a gente seriamente preocupada por el tamaño de sus genitales, o con cuestiones relativas a manchas o marcas en la piel,
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ENTREVISTA
mientras que otros pacientes de TDC se inquietan acerca de su pelo. Traté a mujer cuya preocupación era que sus piernas eran demasiados cortas. ¿Resulta posible vincular estas obsesiones a antecedentes concretos? En ocasiones sí. Hay gente que relaciona dichas preocupaciones a una situación puntual. Hace poco traté una mujer que se había golpeado la nariz con la puerta del coche y sentía que desde entonces su nariz estaba deformada, que un lado había quedado distinto al otro. Y llevaba a cabo una serie de cosas para paliar eso, como colocar la cabeza en cierto ángulo, o intentar que la gente la mirara solo desde un perfil. A mí me resultaba imposible detectar anomalía alguna, pero ella estaba convencida de que se debía accidente con el coche. Para la mayoría de la gente es imposible observar nada, exceptuando que cuando se miran al espejo se irritan muchísimo por algo. En cierto modo, de lo que comenta se desprende que en otros casos sí es posible observar una anomalía o deformación. ¿Le ha sucedido esto alguna vez? Desde luego, algunos sí presentan desfiguraciones que son físicamente observables desde un perspectiva realista, no imaginarias. Lo que sucede es que a menudo el grado de estrés que causa el TDC es enormemente desproporcionado con respecto a cómo reaccionaría la media. Hay casos en los que una persona con TDC puede recluirse en casa e hincharse a llorar porque tiene un grano. No sé de nadie a quien le guste tener granos, pero no es una experiencia que ponga en riesgo nuestras vidas. A ese respecto, el TDC es con frecuencia denominado un trastorno potencialmente mortal, puesto que puede conducir a extremos de aislación o tendencias suicidas. Por supuesto. De hecho, hay razones para pensar que la gente con TDC tiene un mayor riesgo de suicidio que cualquier otro tipo de trastorno mental. Puede ser peligroso que gente con TDC se aísle. Rechazan salir de su habitación, de casa, etc. He tratado a gente que se negaba a exponerse a la luz del día por miedo al efecto que pudiera tener en su piel, por lo que permanecen a oscuras todo el tiempo.
Hablemos de la cirugía cosmética. ¿Es frecuente en gente que sufre de TDC? ¿Es efectiva? Es de hecho bastante frecuente. Probablemente hay muchísima gente con TDC que aparece en el dermatólogo o el cirujano y nunca llegan a recibir la atención de un profesional de la salud mental. En lo que a los resultados de la cirugía cosmética se refiere, todo indica que son bastante pobres. Existen casos en los que gente con TDC desarrolla tendencias suicidas después de haberse sometido a cirugía, otros en los que culpan al cirujano por haber empeorado las cosas; hay como mínimo un caso de intento de homicidio a un cirujano, y multitud de otros en los que se presenta una demanda contra él. Generalmente, es algo contraindicado. Los pacientes se convencen de que si algo pudiera cambiar su apariencia ellos serían felices, y cuando eso no sucede la situación empeora considerablemente. Y sabiendo esto, ¿no se formula una pregunta sobre la escasa moralidad de algunos cirujanos? Estamos hablando de gente que visiblemente necesita la atención de un psicólogo, no de un cirujano. Claro. Eso ha de activar un alerta roja. Yo he sugerido que los cirujanos plásticos investiguen los antecedentes médicos de sus pacientes antes de proceder a operarlos, pero ya se sabe: a los cirujanos en general les gusta practicar la cirugía. No son tan proclives a pensar en las implicaciones psicológicas de lo que están haciendo; creo que piensan más en la línea de “¡ah, qué reto tan interesante!” o algo por el estilo. Estoy seguro de que creen que ayudan a la gente y que les van a hacer sentir mejor, así que ayudaría que consideraran eso, pero es difícil conseguirlo. Hasta donde yo sé, no hay ningún protocolo legal que los obligue a revisar si sus pacientes son gente con algún tipo de trastorno. Quizá sea cuestión de que aparezca un abogado creativo, no sé, pero lo cierto es que no creo que suceda en el futuro cercano. Bien, hemos repasado superficialmente la historia, las causas y los síntomas del TDC. Hablemos de su tratamiento. En esencia, hay dos acercamientos que se consideran efectivos. Uno de ellos es el tratamiento con una clase de medicación que se engloba dentro de los antidepresivos, lo cual incluye aquéllos que afectan a la serotonina, un químico que el cerebro utiliza como “mensajero”. Algunos de ellos son
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conocidos y se prescriben bastante. El otro acercamiento es el de la llamada terapia cognitiva conductual. Esto incluye un par de cosas, pero un componente importante a menudo es hacer cosas en las que la persona haya de exponerse a sus ansiedades y no se halle vinculada a su comportamiento. Es un procedimiento que a veces llamamos de exposición y respuesta. Esto puede incluir salir al público sin tomar las medidas habituales para la persona, como maquillarse, taparse, etc. Muchos de ellos tienen también lo que yo denomino una relación amor-odio con los espejos. Invierten cantidades tremendas de tiempo en los espejos, tratando de observarse de cerca, de determinar qué hacer con un problema específico, o evaluar si algo ha cambiado desde la última vez que se vieron. Ambos acercamientos son similares a lo que se recomienda para tratar el trastorno obsesivo-compulsivo. Parece paradójica que esta obsesión por el espejo venga de alguien que odia su apariencia. También existe el extremo opuesto, gente que evita a toda costa superficies reflectantes. Pero cuando ellos se miran, lo hacen de una forma distinta a como lo haríamos tú o yo, en el sentido de que son propensos a ponerse extremadamente cerca del espejo o a usar una lupa, e inspeccionan con todo detalle la parte del cuerpo que les preocupa. Pueden, a su vez, intentar remediar sus imperfecciones, arrancándose piel, etc., otros comprueban si han perdido pelo. En este sentido vuelvo a remarcar el paralelo existente con el TOC. Sobre los tratamientos, ¿cuán efectivos son? Lo cierto es que todavía hace falta investigar más. La mayoría de los especialistas dirían que ambos deben ser tenidos en cuenta. En cuanto al TOC, parece que ahí sí es más efectiva la terapia cognitiva conductual, pero queda por determinar si lo mismo es cierto en el caso del TDC. Lo que no parece probable es que la medicación sea viable como tratamiento exclusivo, a pesar de que ahora mismo se le ofrece a la mayoría de los pacientes. Hay relativamente pocos especialistas en el tipo de terapia cognitiva conductual que sería apropiada para el TDC, así que encontrar a alguien que sabe lo que hace es un verdadero reto. Para ir cerrando la entrevista, me gustaría esbozar el futuro del TDC. ¿Está ganando reconocimiento en los medios? ¿Va cobrando legitimidad en los círculos especializados de la psicología?
Creo que ha ganado algo de reconocimiento, sí, pero continúo creyendo que no el suficiente. He encontrado un estudio, que cito con frecuencia, donde examinaban a gente admitida en un centro de tratamiento especializado de depresión. Al hacer la revisión, se dieron cuenta de que un porcentaje muy alto de ellos tenía TDC, algo que no había sido diagnosticado por la gente del propio centro a su ingreso y, a veces, ni siquiera antes de que se marcharan. De eso hace unos años, pero no creo que haya mejorado tanto, y esto se debe en parte a que la gente que sufre de TDC o bien internaliza el problema o bien acude a un dermatólogo o a un cirujano. En una cuestión más abstracta, algo filosófica si se quiere, ¿cómo se posiciona un especialista en TDC respecto a la importancia que se le da a la belleza? ¿Es parte de las premisas de trabajo que valorar la belleza o las apariencias físicas es injusto? Bien, creo que la mayoría de la gente le confiere a la belleza muchísima importancia, cosa que ni entiendo ni me parece una forma muy sensata de entender las cosas. Pero cuando hablas de gente que posee una deformación obvia, una de las premisas de la terapia cognitiva conductual es que no es la deformación lo que nos molesta, sino lo que pensamos de ella. Así que si una persona tiene una deformación obvia nuestro papel no es valorar si es cierto o no. Lo mismo sucede con gente con TDC: el profesional puede estar de acuerdo o no en que haya un defecto, pero esa no es la cuestión crítica. La cuestión crítica es la preocupación sobre ese defecto que causa un grave estrés y, en esencia, arruina sus vidas, en cuyo caso quizá podemos ayudarlos a paliar ese estrés. Podemos verlo de una forma realista: sí, la sociedad parece valorar las apariencias, pero, ¿tiene eso que arruinarle a uno la vida? Siempre ha habido discriminación a favor de la gente que se considera más atractiva. La gente alta tiene más facilidades que la baja, sí. Pero eso no les hace mejores personas. Es una realidad que una persona más atractiva puede tener más oportunidades, pero uno tiene que hacer todo lo posible por seguir adelante con su vida de todas formas. No es lógico que porque haya actos discriminatorios la gente haya de rendirse. Hay que aceptar que existe cierta discriminación, pero eso no le cambia a uno su valía.
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Mullet / Lola Beltrรกn www.domestika.org/portfolios/lola_beltran
LO HORTERA EN LA JUVENTUD OCCIDENTAL
Por Rodrigo Carmona
¡Kitsch, cool, vintage, trendy, hipster, glam! Entre el asedio de anglicismos que tienen el poder en el mundo de la moda, hoy me propongo dar un golpe de estado de la mano de hortera. ¿De dónde sale esta joya de vocablo? Nadie parece saberlo a ciencia cierta. ¿Qué significa? Bien, descifrar un concepto tan lleno de variaciones, ramificaciones y opiniones, promete. En un principio, hortera era una palabra con la que las clases aristocráticas del siglo XIX en adelante criticaron a estratos inferiores. En la actualidad abunda en conversaciones entre jóvenes para designar un abanico infinito de cosas: este u aquel look –el llamado estilismo–, un piercing de diamante en la oreja, un corte de pelo poco afortunado,
un bolso que se mata con los leggings –las mallas de toda la vida– o una idea como salir de fiesta en bañador o combinar mimbre con neopreno. Llegados a este punto, un aluvión de palabras se viene en mente, así que hay que hacer varias aclaraciones. Cierto es que esnob, de origen inglés, guarda algún parecido, aunque se refiere más específicamente a los profetas de la novedad, los que ven en ella un valor innato. Juegan con ella y, la mayoría de las veces, hacen el ridículo. Cursi es la etiqueta de los excesivamente pastelosos, los que dejan pistas en su forma de vestir o de hablar de que les gustan las películas con final made in Hollywood. Hortera, entonces, abarca estos dos términos y más. Un riquísimo campo conceptual, el de lo chabacano.
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No se me ha ocurrido a mí, pero es cierto que uno de los rasgos de la posmodernidad es que hemos fusionado lo culto y lo popular. Sólo el que tiene verdadero estilo sabe apreciar lo hortera, como sólo el que conoce las normas de ortografía puede hacer arte saltándoselas. En el último medio siglo han surgido una serie de complementos de estilo que escapan de sus raíces catetas para abanderar el guayismo. Veamos un par. Sería una injusticia no empezar con los tatuajes. Pese a su recorrido milenario, su popularidad en Occidente llegó a un clímax en los años noventa, época en la que fue emblema de moteros, presidiarios, marineros y estrellas del glam rock por igual. Visto como algo grotesco o degradante –quiérase o no, es una modificación permanente a base de inyecciones de tinta bajo la epidermis–, los tattoos se han abierto camino a cada vez más colectivos y tipos humanos. Hoy muchos son, sin duda, paraíso de la horterada más pura. Ahora bien, no se me enfaden madres con rosas en los tobillos o estrellitas en la espalda. No es a ese preciosismo de miniatura al que me estoy refiriendo. Más bien pienso en la acumulación masiva de ninfas de río en el brazo, pistolas en un pectoral y serpientes enroscadas en torno a un corazón en el otro;
¿Y los piercings? Salgámonos de nosotros mismos y pensemos en frío: “piezas de metal insertadas en el cuerpo con fines estéticos”, podría decir la Real Academia Española. Durante siglos, el cuerpo ha sido núcleo de nuestra identidad, y mantener una apariencia limpia e impoluta era exteriorizar esa “inmaculación” interna. El piercing rompe con el modelo clásico de belleza, con la armonía, la simetría y la integración corporal. La esencia de lo hortera reside también en ello. Siempre habrá estilosos aros en la nariz, pero lo que aquí interesa es poner de relieve esas figuras que coleccionan gramos y gramos de metal en la piel. El piercing en un principio rompía con lo homogéneo de nuestros cuerpos, customizaba, como dicen hoy en día. Pero ese auge, al igual que el del tatuaje, fue más allá, dando lugar a una mitomanía del injerto. No es algo que evoquemos todos los días, pero hay gente –y no sólo en Google, existen de veras y fuera de EEUU– con barras de metal de un lado a otro de la cabeza o una docena de piercings en la cara que llevan una vida normal. Otros se hacen dilataciones en las orejas –un toque tribal– con pantalones de skater. Curioso, ¿no? Un rasgo de identidad
¿EXISTIRÍA EL EQUIVALENTE MEDIEVAL DE UNA HORTERADA DEL CALIBRE DE LOS RETRATOS TUTTI COLORI DE RONALDINHO? todo un festival de gamas cromáticas que hacen chirriar los dientes, sumadas al diseño Do it yourself del dibujo, un horror vacui de tinta corrida con el tiempo que tan pronto mezcla simbología maorí con iconos urbanos de Detroit como iconografía precolombina y manga. Excesos que, para bien o para mal, estos tiempos locos nuestros han convertido en atractivos. Tanto, que un 25 % de los australianos menores de treinta, y un 40 % de los estadounidenses entre los 26 y los 40, los lucen (PRC, 2007). Hasta Barbie se hizo unos en hombros, cuello y espalda en uno de sus modelos de 2011. Si antes nos asustaba lo raro, ahora nos fascina. No por ser hortera deja el hortera de ser exótico, y he ahí toda su gracia.
tan fuerte como fue el llamado septum –el piercing que cuelga de las cavidades nasales– hace unas décadas entre los convictos o mafiosos es cada vez más común entre jóvenes, tanto chicos como chicas, en los que por supuesto ha perdido su cualidad de alejar o intimidar a la gente, o está en el proceso de hacerlo. Si nos ponemos académicos y leemos un pelín de teoría estética veremos cómo desde Umberto Eco –en Apocalípticos e integrados, por ejemplo– se ha observado que la posmodernidad revierte los valores de desagradable y agradable. Aunque esto es cierto (a mí, al menos, Eco me convence), siempre es importante matizar los argumentos: en este caso, las caricaturas o los
dibujos obscenos, por ejemplo, prueban que no somos los primeros en reírnos de nuestra garrulez. Los mismos retratos retorcidos que se venden al por mayor cualquier verano en las Ramblas de Barcelona (todas ellos magistralmente kitsch) se daban ya hace siglos. ¿Existiría el equivalente medieval de una horterada del calibre de los retratos tutti colori de Ronaldinho? La verdad es que supone un reto considerable. En cualquier caso, de ello sale un juego y un interés por mezclar lo refinado del momento con elementos que, de por sí o mal combinados, serían, simple y llanamente, cutres. El resultado de este juego puede ser lo hortera, sí, pero no eternamente. El canon estético es tan volátil como un tatuaje casero o un reloj imitación Schwartz del bazar chino. Y es, sobre todo, pasajero, como las pulseritas benéficas de plástico o las camisetas de Kukuxumusu. Nos hacen guapos o nos hacen adefesios, pero sólo durante un tiempo. No lo olviden: en algún momento, esa desastrosa idea, esa horterada de la que la gente se reía por la calle, se convertirá en norma. Lo feo se habrá convertido entonces en lo bello, y algún hortera de pies a cabeza se regodeará en su tumba.
BIBLIOGRAFÍA The Pew Research Center for the People and the Press. “A Portrait of “Generation Next”: How Young People View Their Lives, Futures and Politics”. Enero 2007. «http://www.people-press.org/files/legacypdf/300.pdf» [Fecha de consulta: 30-06-12]
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Bellez贸n / Cinta Arribas www.cintarribas.blogspot.com.es
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BREVE HISTORIA DE LA DISCRIMINACIÓN ESTÉTICA Por Jean-Jargues Laffargue
Al contrario de lo que pueda pensarse, la cuestión de la fealdad, sea humana o sea como concepto, dista mucho de ser un fenómeno de interés actual. Si bien es cierto que la contemporaneidad ha otorgado a la belleza (y, por consiguiente, a la ausencia de la misma), un emplazamiento central dentro de las estructuras socio-antropológicas, las reflexiones en torno a la percepción visual y la estética han de entenderse como un continuum en la historia de la humanidad. Así, resulta cuando menos sorprendente observar cómo algo tan profundamente entretejido en el filamento ontológico ha sido estudiado – mayoritariamente y hasta hace apenas unas décadas– desde una imperante perspectiva artística. Si la formalización de los estudios
acerca de la fealdad empezó a cuajar a finales del siglo XIX, el acercamiento actual a la temática adolece aún de dicho anclaje a la evolución del gusto artístico y sus representaciones. Este ensayo, por el contrario, se propone devolver el protagonismo de la fealdad humana a aquéllos que la encarnaron; emprender una sucinta retrospectiva que se acerque a lo que pudieron ser las vidas de aquéllos abucheados como “los feos”, ilustrando su conflictivo papel en la sociedad y su no poco obstaculizada integración social. En el mundo occidental, la Grecia clásica presenta el asunto de la fealdad como objeto de reflexión filosófica. Por un lado, el dualismo platónico, heredado de Parménides, identifica lo feo como mal
y error perteneciente al mundo material o sensible, pero sin correspondencia en el mundo de las ideas, puesto que se trata una desviación de la verdadera esencia de un ser. Ni es armónico ni ha sido concebido por divinidad alguna. Por otro, figuras como las de Esopo o Sócrates, venerados por su sabiduría al tiempo que ridiculizados por su aspecto, atestiguan la distinción existente entre fealdad exterior y belleza interior. En la filosofía helenística, estoicos, escépticos, cínicos y epicúreos por igual articularon una serie de preceptos en contra de los juicios de apariencias. No obstante esta ambivalencia en el plano filosófico que parece defender al tiempo que deslegitima la fealdad, en la sociedad griega se leen los
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primeros capítulos de una discriminación que se prolongaría hasta la actualidad. En la educación de los niños, se recomendaba no “exponerlos” a personas “feas” (entendido esto como desproporcionados o con cualquier anomalía física). Quizá huelgue remarcar que la apariencia de una persona estaba vinculada a su posición social, factor por el cual un ciudadano medio podría ser estigmatizado y arrinconado mientras que a una figura de autoridad se le pasarían por alto los más vistosos desaliños. Este doblegamiento de la imagen al servicio del poder llega hasta tal punto que, hace apenas un siglo, Proust escribió sobre el atractivo de las clases altas: “En la fealdad hay algo aristocrático y resulta indiferente que el rostro de una gran señora —si es distinguido— sea hermoso” (Eco, 2007: 362). De la misma forma que el atractivo físico las modas, los gestos o hasta la forma de hablar, el estrato económico estuvo sobre todo en el pasado estrechamente ligado a la belleza. Sería más tarde, en la Edad Media europea, cuando la fealdad comenzara su longevo parentesco con el enorme imaginario de criaturas que se desarrolló durante siglos. Los “feos” serían aislados de la sociedad so pretexto de estar relacionados con un mundo de seres viles, sacrílegos o infectos que abarcaba desde Satanás hasta los monstruos de bestiario o los herejes sarracenos, cuyos retratos han dado lugar a valiosos códices de arte. Es sabido que el mundo feudal y eclesiástico se mofaba de la fealdad de los rústicos y de su crudeza física, divirtiéndose a su costa. Uno de los componentes esenciales de la fealdad en ese tiempo, que desaparecería a posteriori, era la comicidad. Lo obsceno, lo escatológico o lo informe podían causar, en un contexto adecuado, el entretenimiento de los patrones, terratenientes y señores feudales, tal y como se ha retratado a través de la figura del bufón Fue la modernidad, sin embargo, la que propagó el auge de los prejuicios ligados a la apariencia, siendo el éxodo rural definitivo y la reunión de masas humanas en las urbes uno de los momentos clave en la historia de los prejuicios. En el intento de vivir en comunidad, los diferentes tipos humanos y sus gustos (también su falta de gustos, pues ha de tenerse en cuenta que la importancia de la moda no fue tanta hasta entonces) experimentaron una homogeneización, creando unos patrones de apariencia y una correspondencia socioeconómica para cada una de ellas. El rústico se sabía rústico, y no pasaba por burgués, aristócrata o eclesiástico. Tanto así que disfrazarse con el
atuendo de las clases bajas y entremezclarse entre ellas era una de las aficiones de las clases pudientes. El siglo XIX supuso el auge definitivo en el interés por el cuerpo humano y la toma de consciencia acerca de la importancia de las apariencias, como se aprecia en diversas disciplinas. En filosofía, Rosenkranz escribió la primera obra capital sobre la materia, su famosa Estética de la fealdad de 1856, de notable influencia hegeliana, en la que el mal y la desfiguración corporal se retratan en estrecha relación. La fotografía contribuyó asimismo ha También en ciencias el avance decimonónico tuvo importantes repercusiones. Charles Darwin, como cuenta la anécdota, él mismo estuvo a punto de ser denegado su viaje en el Beagle porque al jefe del barco la forma de su nariz le parecía sospechosa. También decimonónica fue la revitalización de la fisiognomía, una disciplina pseudocientífica con orígenes en la Grecia clásica (párrafos del Historia animalium de Aristóteles) que se basaba en la creencia de poder establecer paralelos entre la fisonomía de una persona y su psique. Para ello se realizaban anotaciones en ocasiones de considerable precisión anatómica, haciendo mediciones del tamaño y la forma de la nariz, las orejas, los ojos, la boca, la barbilla, etc. Ni que decir tiene que si las conclusiones establecidas no guardan en la actualidad credibilidad alguna, pues su método apenas se basa en algo más que en
una especulación de conocimientos médicos grandilocuentes. A lo que sí dieron lugar todas estas conjeturas fue a los movimientos xenofóbicos como el antisemitismo del siglo XX o la discriminación estadounidense hacia los rasgos asiáticos. El siglo XX vio los comienzos de una discriminación con base legislativa, especialmente en EEUU, con las llamadas ugly laws (“leyes feas”). En 1978, el Fat Acceptance Movement, un grupo de activistas estadounidenses por la aceptación de la comunidad obesa, acuña en el Washington Post el término lookism, que designa la discriminación relativa al atractivo físico. Como poco después vinieron a demostrar multitud de estudios, no sólo se premia a los considerados más bellos (en forma de mejor inserción y situación social, marital y laboral) sino que también se penaliza a los “menos bellos”, para los cuales los porcentajes de salario, las posibilidades de ascenso, o el matrimonio con personas de altos ingresos, por ejemplo, muestran balances desfavorable. Es la del siglo XX y XXI una discriminación estética ejercida en medio de la mayor concienciación histórica, aunque no por ello en decadencia, tal y como se aprecia en estudios como los de Hammermesh, Buck y Tiene, etc. Más allá del impacto económico, se ha demostrado el calado que las preferencias estéticas tienen a un nivel subconsciente para establecer relaciones sociales. Un experimento para
LOS MÁS ATRACTIVOS TIENEN MÁS POSIBILIDADES DE RECIBIR AYUDA EN SITUACIONES DE EMERGENCIA, DE SER CONSIDERADOS MÁS SIMPÁTICOS Y MÁS INTELIGENTES, E INCLUSO DE RECIBIR MÁS TIEMPO DE CUIDADO MATERNAL.
demostrar esto tomó simulacros de procesos judiciales y concluyó que se dictaba una sentencia menos grave a los acusados más atractivos y viceversa y que aquéllos más atractivos se consideraron más elocuentes (Buck y Tiene: 172). Otro, que una dentadura agradable ayudaba a un entrevistador a pie de calle a mantener una conversación un 40 % más larga (Bull y Stevens, 1980: 438). Se ha probado también que los más atractivos tienen más posibilidades de recibir ayuda en situaciones de emergencia (Juhnke et al, 2001: 317), así como que los profesores son propensos a considerarlos “más simpáticos” y “más inteligentes” que al resto (Buck y Tiene: 175). Incluso se ha calculado que los bebés más guapos reciben más tiempo de cuidado por parte de sus madres (RTVE, 2011). El empeño de investigadores como Rawls, Nozick, Kymlicka o Tietje y Cresap muestra la importancia que desde un punto de vista académico se ha empezado a otorgar a una evaluación de la justicia o injusticia implícita en la discriminación estética en el trabajo y en la vida social, dando lugar a diversos posicionamientos. En la actualidad, la Constitución española dicta en su capítulo segundo que todos sus ciudadanos son iguales ante la ley y no pueden ser discriminados por motivos de raza, religión, estatus económico o apariencia, lo cual como se sabe no impide que, a falta
de un movimiento organizado que inicie procesos judiciales, la discriminación estética permee el mundo laboral. Este somero repaso, que ojalá sirva como llamada de interés para la comunidad académica, basta para apreciar cómo, aun a falta de estudios que la enmarquen y detallen, la discriminación estética viene acompañando el desarrollo de todas las sociedades que conocemos. Aunque fuera a través de fotografía con afanes de espectacularidad (véase la obra del victoriano Charles Eisenmann), el siglo XIX sirvió para hacer público el abanico de divergencias corporales de los humanos y su repercusión en la vida en colectividad. El siglo XX fue capaz de liberarse de las aberraciones que acontecieron a los llamados freaks –o, por lo menos, de disfrazarlas en mecánicas sociales más sutiles– y de registrar en cierta medida de dicho hábito innato al ser humano. Cabe soñar, desafiando esta misma idea de lo innato mediante una eficaz labor de sensibilización y concienciación, que el siglo XXI sea el que vea derrocado este subliminal etiquetado en virtud de las apariencias. Una tarea ardua y quizá no apta para cínicos, desde luego, pero tan válida como cualquiera que contribuya a difundir justicia y equidad en las vidas de la gente. Incluso dando el primer palo de ciego, contribuir a esa tarea con este ensayo es todo un honor.
BIBLIOGRAFÍA Bull, Ray y Stevens, Julia. “Effect of Unsightly Teeth on Helping Behaviour”. Perceptual and Motor Skills. Vol.51 (2): 438. 1980. Eco, Umberto. Historia de la fealdad. Madrid: Lumen, 2007. Hamermesh, Daniel S & Biddle, Jeff E. Beauty and the Labor Market. Cambridge, Mass.: National Bureau of Economic Research, 1994. Juhnke, Ralph et al. “Effects of Attractiveness and Nature of Request on Helping Behaviour”. The Journal of Social Psychology. Vol. 127 (4): 317-322. 2001. “La ciencia de la belleza”. Redes. Psicología. RTVE. 2011. Televisión. Rosenkranz, Karl. Estética de lo feo. Julio Ollero: Madrid, 1992. Tietje, Louis et Cresap, Steven. “Is Lookism Unjust?: The Ethics of Aesthetics and Public Policy Implications”. Journal of Libertarian Studies. 19 (2): 31-50. Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2005.
Fotograma de Freaks
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Myrtle Corbin (ca. 1882) / Charles Eisenmann
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Jo Jo the Dog Faced Boy / Charles Eisenmann
LA CIRUGÍA ESTÉTICA AL DESNUDO POR DANIELA MARÍA REYES
RINOPLASTIA: 3000-5000€ LIFTING : 4000-9000€ BLEFAROPLASTIA: 3000€ LIFTING LABIAL: 2000€ AURICULAR: 3000€ AUMENTO MAMARIO: 6000-7000€ LIPOSUCCIÓN: 6000€ ABDOMEN: 5000-6000€
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Con el presente artículo no seré la primera en expresar una opinión clara en contra de la cirugía estética. Las pueden escuchar con facilidad entre la plaga de revistas de moda, en una barbacoa con amigos, de la boca de nuestra entrañable abuela, o hasta en las noticias. Precisamente por ello, sorprende no encontrar entre este abanico de críticas una mayor presencia de los argumentos morales en contra de dichas operaciones. Como todos nuestros actos, la cirugía estética tiene una serie de repercusiones sociales. Fijándome en esto, y no en si se logra que una nariz parezca natural o en si merece la pena invertir en especialistas estadounidenses, me dirijo a aquéllos que ponen ya no los pies, sino el cuerpo entero en polvorosa para huir de sus complejos. Como primera aclaración, valga remarcar que por cirugía estética no se entiende el global de operaciones quirúrgicas. A eso se lo conoce como cirugía plástica, dentro de la cual se hallan la cirugía reparadora o reconstructivista y la cirugía estética o cosmética. Espero que de esta aclaración se desprenda que las reflexiones que planteo aquí no parecen ser nunca o casi nunca aplicables a la cirugía reparadora, disciplina distinta a la que, cuando menos, debe reconocérsele una valiosísima aportación a la medicina.
Pero la cirugía estética es anestesia de otro costal. Los principios que la fundamentan ya no son los de paliar o tratar un problema físico que amenace la salud del paciente. Comprender esta simple afirmación parece ser la vía rápida y sin vuelta de hoja para comprender por qué la cirugía estética está a años luz de ser una práctica encomiable con fines humanitarios. Podría decirse que, de hecho, no se cura a paciente alguno, a no ser que en los tiempos que corren tengamos que aceptar la coquetería como una patología en regla. Una oleada de cirujanos parece venir luchando con ahínco para convencernos de esto durante los últimos treinta años. No pocos sociólogos han documentado este reciente lobby, entre los que recomiendo a Sander L. Gilman y Victoria Pitts-Taylor. En el prólogo al libro La cirugía sin trampa ni cartón, Carmen Posadas expresa la siguiente opinión: «Cada civilización tiene sus cánones y para alcanzarlos han llegado a vendarse los pies, encorsetarse, deformarse cráneos, cuellos, labios u orejas. ¿Por qué? ¿Realmente compensa tanto sacrificio? Evidentemente sí. Gustarse es una de las bases del bienestar físico y psíquico» (Planas, 2005: 17). En compañía de esta idea,
Hôpital (Série des indulgence) / Joel-Peter Witkin www.edelmangallery.com/witkin
y apoyada por las del propio autor del libro, el cirujano Jorge Planas, vienen otras análogas a lo largo de cien páginas. ¿Cuál es el mensaje subyacente? Que la búsqueda de la belleza es una demanda social, pero también personal; que conseguir la belleza es una cuestión de salud; y, sobre todo, que en ello la cirugía estética nos puede ayudar muchísimo. No merece la pena destacar el afán propagandístico de libros de este tipo. Sí me parece condenable la escasa moralidad que supone ejercer semejante presión estética y de identidad por fines económicos. Y una vez enfrascados en cuestiones del poderoso caballero —Don Dinero—, es imprescindible traer a colación un término esencial a nuestra era, que tantísimo debería oírse y que tan desconocido resulta. Se trata del llamado beauty capitalism o capitalismo de la belleza, una estrategia para fomentar el deseo de lo que en ámbitos académicos se conoce como “capital erótico”. En una charla de cafetería, podríamos explicarlo simplemente como la valía que un individuo posee en virtud de su atractivo físico. Otra manera sencilla y directa de definirlo puede ser aducir los siguientes datos: en EEUU, el número de intervenciones quirúrgicas de cirugía estética se ha multiplicado por el 700 % en los Datos página anterior: Murillo, 2007
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últimos diez años, facturando más de 13.800 millones de dólares en 2011 (ASPS, 2011: 2). Al otro lado del Atlántico, España es líder en el ránking europeo de cirugía, negocio que en plena crisis económica goza de una tasa de crecimiento del 20 % y factura más de 1200 millones de euros anuales. Tampoco se quedan cortos los ingleses, que invierten más de 400 millones de euros anuales en la quirúrgica esperanza de mejorarse a sí mismos. Esto, señoras y señores, es el capitalismo de la belleza: un sistema que crea la necesidad de perfeccionar nuestro físico al tiempo que saca tajada de ello. Con este panorama, no sorprende que la cirugía cosmética sea una de las razones más comunes por las que las mujeres contraen deudas bancarias. Tanto en Reino Unido (Rogers, 2012) como en EEUU (ASPS, 2011: 6), las clientes femeninas representan el 90 % de operaciones en 2010 y 2011. Antes de que el anticuado de turno abra la boca para poner de relieve lo coquetas que somos las mujeres, adelanto que el calibre de tal sandez sería considerable. Por suerte, no parece necesario que sea una mujer la que articule que todavía vivimos en un sistema
CONVERTIDA LA BELLEZA EN UN BIEN DE CONSUMO, LA MUJER SE ENCONTRÓ EN EL CENTRO DE LA DIANA DE UNA ESTRATEGIA DE MERCADO MULTIMILLONARIA. SÓLO UN COMPONENTE FALTABA PARA ASEGURARSE EL GANCHO: LA MANIPULACIÓN DEL YO HACIA ESA NECESIDAD. discriminatorio que ejerce una presión hacia el “segundo sexo” desde varios flancos. Y uno de ellos, como defendería hasta el sociólogo menos lumbrera, es el estético. Un estudio de Wall Street de 1997 concluyó que la motivación primordial dada por pacientes de cirugía estética era conseguir la felicidad (Gilman, 2005: 26). ¿Qué hace, entonces, que las mujeres sean nueve veces más
numerosas en las clínicas que los hombres? Seré rotunda: ver esa supuesta personalidad presumida de la mujer como la causa cuando es infinitamente más lógico (aunque menos conveniente, claro) considerarlo como la consecuencia es una forma más de discriminación. No deseo limitar este mini-ensayo a un alegato en contra del sexismo implícito de la cirugía cosmética, pero sí enfatizaré que es un pilar central en la denuncia moral a dicha tendencia. Menciónese de paso el salpicón clasista de tan moderna práctica: los caucásicos representan el 70 % de todas las operaciones (ASPS, 2011: 21). Debe recordarse que la cirugía es un sector cuyo crecimiento y voracidad económica desde los años treinta han llevado a grandes desastres. En primer lugar, podríamos mencionar la negligencia de multitud de los que se ganan el pan con ella a la hora de evaluar hasta qué punto sus clientes necesitan servicios de modificación corporal y hasta qué punto no sería lo correcto redirigirlos a un psicólogo. Se estima que en torno a un 20 % de los clientes de cirujanos cosméticos sufre trastornos psicológicos de percepción (Miller, 2005: 22). Iconos como Jocelyn Wildenstein, Hang Mioku o Michaela Romanini demuestran, además de que las prácticas quirúrgicas pueden acabar mal, que la salud humana también. En Francia y Reino Unido, se han detectado más de 100.000 mujeres con implantes de aumentos mamarios potencialmente cancerígenos debido a su silicona. Dejando de lado estas complicaciones, es obvio que el sector de cirujanos cosméticos, apoyados por sus clientes, defendería que también hacen felices a miles de personas con su trabajo. Si se me permite un pequeño inciso histórico, ya desde la Ilustración se consideró que la busca de la felicidad es un deber y un derecho de todo hombre libre. John Stuart Mill, sin ir más lejos, dejó escrito que nuestras acciones pueden considerarse positivas en la medida en que promuevan la felicidad y negativas en la medida en la que promuevan la infelicidad. Sin embargo, y volviendo al concepto de beauty capitalism, deviene crucial ir más allá de los argumentos básicos. Todos queremos felices, sí, pero no lo conseguiremos de verdad hasta que reconozcamos lo coaccionados que estamos a la hora de intentar llegar a serlo. A lo largo del siglo XX, el atractivo ganó un protagonismo inaudito en esa conquista de la felicidad. Convertida la belleza en un bien de consumo, la mujer se encontró en el centro de la diana de una
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estrategia de mercado multimillonaria. Sólo un componente faltaba para asegurarse el gancho: la manipulación del yo hacia esa necesidad. ¿Cómo se hizo? Poniendo de relieve la diferencia entre nuestro yo exterior y nuestro yo interior, lo injusta que podía llegar a ser, y cuánto la cirugía estética nos ayudaba a acabar con esta diferencia. Laurie Essig, en línea con Foucault, denuncia las limitaciones de esta libre determinación para entenderse a uno mismo y argumenta que lo que subyace a esa percepción es el canon de belleza establecido. Cirujanos europeos, americanos y asiáticos por igual confirman la enorme influencia que la televisión y Hollywood ejercen sobre los clientes. Ríase quien quiera, pero fue gracias a Vigilantes de la playa y la celebérrima delantera de su rubia protagonista como la cirugía ascendió en el Brasil de los noventa a liderar los ránkings del continente. «La propaganda nos instruye sobre lo que se necesita para ser completamente humano, o al menos completamente mujer» (Essig, 2010: 86). Eso es lo que se conoce en sociología como el guión cultural, dentro del cual se halla el llamado “proyecto cuerpo”; unos lo siguen al dedillo y otros lo tienen menos en cuenta. A la mayoría le parecería redundante explicar que en un sistema donde todos cumplen con el listón de belleza nadie sería bello. Desde esta perspectiva parece difícil comprender este deseo de cambio, pues contiene en sí mismo la semilla del descontento. La cirugía estética forma parte de esta consigna que aúna el plano corporal con el éxito y la felicidad general. Esto lleva rápidamente a la normalización de los cuerpos. Cuando esa homogenización sucede, la uniformidad de la belleza destruye su propia finalidad: la satisfacción mental (Essig, 2010: 4). Teniendo en mente esto, lo que cabe erigir es un planteamiento moral, ¿qué sentido tiene fomentar el cambio, sinónimo de la no aceptación y que además tiene fecha de caducidad? ¿Y si para colmo sabemos que dicho cambio está impregnado de filtros clasistas y presión estética sexista? Sólo hay una cosa peor que la manipulación del pensamiento, y es la manipulación del pensamiento que enmaraña nuestra percepción de nosotros mismos con fines económicos. Queramos verlo o no, frente al colectivo
de personas que quedan satisfechas con su operacioncita de nariz o de celulitis se hallan otros casos. Veinteañeras que recurren a la cirugía en el equívoco de que sólo se encontrarán a sí mismas con tres tallas más de sujetador; o mujeres entre los 40 y los 55 –que son uno de cada tres clientes (ASPS, 2011: 17)– que pretenden rebelarse contra un proceso metabólico natural. Gente, en definitiva, que no debería acudir a un cirujano sino en todo caso a un psicólogo. Hasta un practicante, el Dr. Murillo, acaba claudicando: «la mayoría (de casos) son evitables si se dispone de suficiente información», admite (Murillo, 2007). No podría estar más de acuerdo con la simplicidad de Planas: el foco del problema es siempre la falta de información. Debemos difundir estudios como los Mulford o Feingold, por ejemplo, que hace ya una década demostraron que el atractivo físico que uno se reconocía a sí mismo tenía un impacto positivo en la mayoría de sus situaciones sociales. En el estudio de Mulford, las mujeres que se consideraban más atractivas fueron más exitosas en las pruebas, independientemente de cómo los percibían los demás (Mulford: 1578). Debemos difundir también estudios como el de la Universidad de Westminster, cuya reciente encuesta ha dado un resultado claro: cuanto más musculoso era el hombre participante, más posibilidades tenía de tener opiniones o comportamientos hostiles contra las mujeres (Swami, 2012). En sociedades donde la estructura patriarcal se ve amenazada, los hombres tratan de reafirmar su masculinidad ejercitando su cuerpo. El propio estudio llega a afirmar que la influencia del retrato masculino en los medios puede estar detrás de todo esto. Cierto es que vivimos en un mundo cada vez más complejo, donde el poder de la propaganda supera ficciones que hace apenas unas décadas sonaban disparatadas. Pero quizá lo que sobre es cinismo y lo que falte es cierto sentido de la acción y de la responsabilidad colectiva. Conocemos el cliché sobre la influencia de los medios tan bien como el de la importancia de la autoestima o el de la crueldad de los prejuicios, pero casi nadie actúa en consecuencia. La mayoría de nosotros combate y resiste al mismo tiempo: una no se depila las piernas
o no se preocupa por el creciente mostacho, pero se tiñe el pelo, compra sujetadores con relleno o siente la necesidad de maquillarse. Feliz aquél que no quiere nada con los bisturíes, y ánimo a la que busca el amor contenta con su talla 65 de pecho, al que sale hacia adelante con su alopecia, su nariz aguileña o su pene rayano en la media. En el sistema en el que vivimos, la suya es una acción social.
BIBLIOGRAFÍA American Society of Plastic Surgeons. “2011 Plastic Surgery Statistics Report.” (2011) http://www. plasticsurgery.org/Documents/news-resources/ statistics/2011-statistics/2011_Stats_Full_Report. pdf [Fecha de consulta: 29-06-12] Essig, Laurie. American Plastic: Boob Jobs, Credit Cards, and Our Quest for Perfection. Boston, Mass.: Beacon Press, 2010. Gilman, Sander. Creating Beauty to Cure the Soul: Race and Psychology in the Shaping of Aesthetic Surgery. Durham: Duke University Press, 2005. Murillo, Antonio. La cirugía estética. Madrid: Espejo de Tinta Ediciones, 2007. Pitts-Taylor, Victoria. Surgery Junkies: Wellness and Pathology in Cosmetic Culture. New Brunswick, NJ: Rutgers University Press, 2007. Planas, Jorge. La cirugía estética sin trampa ni cartón. Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 2005. Rogers, Simon. “UK plastic surgery statistics: breasts up, stomachs in”. The Guardian (2012) <http://www. guardian.co.uk/news/datablog/2012/jan/30/plasticsurgery-statistics-uk> [Fecha de consulta: 30-06-12] Swami, Viren y Voracek, Martin. “Associations Among Men’s Sexist Attitudes, Objectification of Women, and Their Own Drive for Muscularity.” Psychology of Men & Masculinity. Washington DC: Educational Publications Foundation, 2012.
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Jocelyn Wildensteia, imรกgen: Reuters
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LA DICTADURA DE LA BELLEZA Por Julia Aribau
Miss Palmers / Mil么s Koptak www.koptak.sk
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“La belleza salvará el mundo”, dejó escrito Dostoievski. Bella nos parece sin duda la afirmación del maestro moscovita. En ella, muchos dirían encontrar un espíritu benévolo y esperanzado. Un fondo hermoso que confía en lo admirable de la esencia humana. No obstante, es fascinante en ocasiones ver el doble fondo de la lengua. Personalmente, el dicho inglés “Together we stand, divided we fall” siempre me ha parecido tener dos caras. Una, la más conocida, alabanza del compañerismo, sí; otra, una denuncia de la superficialidad de las relaciones humanas y la soledad en la que afrontamos los problemas. Igualmente bifronte es la cita inicial. Si la belleza salvará el mundo, ¿qué ocurre con la fealdad? ¿Lo arruina, lo envilece? No sólo en nuestra cultura occidental, sino en todas, la alabanza de la belleza es una constante. En obras como Cinco meditaciones sobre la belleza, por ejemplo, del erudito sinofrancés François Cheng, queda plasmada la extensa teorización que el mundo oriental ha hecho sobre ella. También los budistas
TODOS PARECEMOS ESTAR TÁCITAMENTE DE ACUERDO CON EL HECHO DE QUE NUESTRO SISTEMA PREMIA LA BELLEZA. ¿Y NO SERÍA IGUAL DE CIERTO DECIR QUE CASTIGA LA FEALDAD? profesan un profundo amor a lo bello, que deviene parte esencial de su fe y se entreteje en la relación yo-divinidad. La religión ha constituido ciertamente uno de los flancos desde los que más se ha desarrollado una conceptualización de esta agradable noción, que desde el siglo XV quedó asociada a una virtud moral. La fermosura que los poetas renacentistas cantaban en su amada (la donna angelicatta) no debe entenderse como una cualidad meramente estética, sino que aludía en primer término a una superioridad moral y religiosa, una esencia que purifica al poeta con el mero proceso de enamorarse de ella y alabarla.
De todo ello podría establecerse que, por antítesis, la fealdad, su polo opuesto, pertenece al mal. Esas connotaciones, que a lo largo de la historia se han aplicado a cuestiones de salud, de moral, de inteligencia o de religiosidad (que los feos, por serlo, no tenían) siguen hoy en día a niveles más o menos prácticos, más o menos palpables, en el imaginario universal, y una se plantea cómo afecta todo esto a la gente que metemos dentro de dicha categoría y hasta qué punto es justo. Imbuida en estas reflexiones, parece valer la pena pues plantearse las cosas desde el otro extremo, echar mano a la perspectiva, que tanta importancia tiene, y darle la vuelta a la tortilla. Recordemos que las peores atrocidades, la esclavitud o el racismo, pasaron inadvertidas en su momento. Todos parecemos estar tácitamente de acuerdo con el hecho de que nuestro sistema premia la belleza. ¿Y no sería igual de cierto decir que castiga la fealdad? Se equivocará aquél que imagine ya que lo que voy a hacer de aquí en adelante será una acérrima crítica de la primera y una reivindicación de la segunda. Desde mi punto de vista, conceptos tan amplios requieren una valoración completa y compleja, que yo modestamente – y desde el relativismo del que soy víctima – pretendo exponer aquí en pos de algo de complicidad lectora y, ojalá, algo de reflexión divulgativa. Decir que la belleza es mucha belleza suena idiota, pero no deja de ser cierto. Quiero decir que, sin ella, Dios sabe dónde irían a parar la gran poesía, el amor enloquecido, o el amor propio, la felicidad de verse en un espejo y saberse atractivo, la felicidad de viajar y descubrir paisajes, arquitecturas, modas, lenguas y, cómo no, caras preciosas. La vida, por lo menos tal y como la entiendo yo, se estructura en torno a una búsqueda de la felicidad, cuya antesala es el gusto visual. Por contraponer el tono filosófico con uno científico, podría alegarse también que el atractivo nos persigue desde nuestros ancestros y se encuentra en los cimientos del desarrollo de la especie. La criba estética fue clave para aparearse con seres sanos, y esa herencia sigue vigente hoy día a un nivel que la neurociencia va paulatinamente entendiendo. Nancy Etcoff, escritora y psicóloga de la escuela médica de Harvard, pone de relieve que «el 50 % del procesamiento superior de la corteza cerebral es visual, así que nos regimos mucho por lo visual» (Etcoff, 2012). Igualmente, explica que en la totalidad de culturas son objetos de deseo la salud y la fertilidad, «que se expresan en un pelo seductor, una piel suave y sin imperfecciones, la forma de reloj de arena de las mujeres. Y en los hombres, en la zona superior del brazo y la fuerza de la parte superior del cuerpo» (Etcoff, 2012). Todo ello nos atrae como consecuencia de nuestro bagaje genético, que intuitivamente nos hace no soñar con una piel con heridas o un pelo débil. También es cierto que este factor genético se ha visto acentuado en las últimas décadas por las nuevas tecnologías y los
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medios visuales (el llamado infotainment, información aderezada con entretenimiento), que han ganado un protagonismo impensable hace un siglo. Hoy, las pantallas gozan de una popularidad e importancia inmensas para un abanico muy amplio de acciones, lo que desemboca en una acentuación de los estímulos visuales y los juicios que emitimos a través de dicho sentido. Como dato curioso, vale la pena contar que los neurólogos han encontrado en estas generaciones una nueva forma de lectura derivada del complejo contenido visual que ofrecen las pantallas. El texto de ordenadores, móviles o tablets se lee más que nunca por encima, para obtener una idea rápida, o en diagonal, proceso en el que los colores han ganado una influencia interesante (todo lector virtual sabe, por ejemplo, que una palabra subrayada y en azul es un hipervínculo a otra web, y la entiende por tanto como un contenedor o un camino). Todos estos y muchos otros factores han contribuido a que las apariencias hayan de calificarse rápida y eficientemente, a su modo una forma de prejuicios visuales que repercute en nuestras relaciones interpersonales. Dicho esto, sería erróneo también exagerar hasta predicar que los prejuicios físicos son un fenómeno recién nacido. Hace ciento cincuenta años, Nietzsche y Oscar Wilde hubieran pasado hoy como posmodernos relamidos, pues ambos le dieron la vuelta al esencialismo de Platón (que sostenía que cada uno tiene una esencia, que es lo que debemos desentrañar), defendiendo que lo que debe juzgarse, pues no dan lugar a equívocos, son las apariencias. Más allá de ello, sería a duras penas lógico un argumento en contra de la belleza, puesto que su búsqueda es simplemente connatural al ser humano (de un modo o de otro, sea bajo los cánones de la moda o bajo una idiosincrasia propia) y, por ello, con un mínimo de pragmatismo, se prevé imposible de dejar atrás. Téngase en cuenta además que hablamos de un concepto relativo. Su punto control, que será siempre la mayoría de la población, situados ni en un extremo ni en otro del parámetro de atractivo, puede variar, pero no puede desaparecer. Desde luego, las anchas mujeres que hace mil años se consideraban atractivas seguramente no lo serían
hoy, al igual que nuestros iconos estéticos actuales podrán dejar algo fríos a nuestros sucesores del próximo siglo. Y, por desgracia, en el lado oscuro de los tabúes y la ofensa, está la fealdad. Si la belleza está en el ojo de quien la contempla, ¿la fealdad también? Con los pocos datos aportados antes puede deducirse que hay unas pautas consolidadas para determinar la fealdad, que obedecen al canon social por un lado y a una herencia genética por otro. Para bien o para mal, así pues, estamos abocados a la diferenciación estética, cuyo resultado inexorable será un extremo positivo (“los guapos”) y otro negativo (“los feos”). Pero, si bien esta división es natural, ¿lo es también el trato dado al extremo menos afortunado? Sería un absurdo negar que alguien con síndrome de Down tenga un handicap para el desarrollo de una vida en colectividad, y no por ello hemos de dejar de luchar para que el trato que se les da sea tan equitativo como sea posible. De una forma demasiado antiséptica para mí, que prefiero hablar en términos más humanos siempre que sea posible, los académicos han debatido durante mucho tiempo sobre la arbitrariedad del reparto de bienes personales naturales. Con esto se quiere decir que la belleza, al igual que otros bienes (la salud, la inteligencia, etc.), no depende de cada uno. Si asumimos este azar, ni Brad Pitt ni El Hombre Elefante merecen el tipo que les ha tocado. Pues bien, en la sociedad actual este argumento parece haberse dejado (por cierta conveniencia) de lado. “Los feos” son conectados, como explicaba antes, a una serie de connotaciones. Alguien con un rostro poco armónico tiene más posibilidades de hacernos cambiar de vagón en el metro que un bello impostor, al igual que será la camarera guapa la que venda más copas o el dependiente que nos endose un trasto que no queremos. Incluso los grupos de amigos se forman (no en todos, pero sí en muchos círculos sociales) en buena medida dependiendo de la estética. Caminando por una ciudad occidental hoy en día, las caras con las que nos cruzamos se han ajustado –cada uno a su manera– al patrón. Ver un rostro distinto, que rompa con las convenciones globales, es asediarnos con preguntas. “Nos aterroriza lo que no
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entendemos”, dijo sabiamente Joseph Merrick. La curiosidad es una parte esencial de esta sorpresa, realidad que la gente con desfiguraciones faciales patológicas o derivadas de un accidente aprende a sobrellevar. Cada vez más estudios contemporáneos investigan cómo esos posicionamientos fundamentados en la estética y en el placer que nos entra (o que nos inculcan) por los ojos repercuten en la vida. La mayoría concluye que una profunda injusticia subyace a este aspecto de la interacción social. Otros, por el contrario, consideran la belleza como una cualidad premiable, al igual que el resto. Que los empleados guapos reciban mejores salarios parece justo siempre y cuando haya muestras de que su productividad es realmente superior. ¿Y no es eso doblegarse al sistema también? Desoír las imperfecciones de la sociedad para sacar tajada de ellas no acaba de encajar en mi patrón de moralidad. ¿Por qué, entonces, es algo unánime entre académicos? Y no sólo eso, sino que entre los economistas dados a la sociología también parece haber una vertiente que aprueba el laissez faire más absoluto: alegan que la discriminación estética es preideológica. Esto es, que ante la imposibilidad de cambiar una aspereza social, más vale aprovecharse de ella. Lejos de ser una experta en neurociencia, no me parece que pueda soltarse tal barbaridad sin citar por lo menos un estudio de peso. Los racistas de hace cien años bien querrían que la genética les echara una mano para decir que la discriminación racial es preideológica. Ante la falta de idealistas, he aquí una. Tememos la fealdad, de eso no hay duda. De poder permitírselo, ¿qué padres dejarían que su hijo llevara la dentadura mal antes que ponerle unos aparatos? Me aventuro a pensar que muy pocos. En este caso como en muchos otros, sin embargo, lo que se observa no es un deseo de sentirse bello para uno mismo, sino por los demás. Aparquemos por un instante si sentirse atractivo puede ser un deseo personal o viene siempre Pussycat Dolls / Rosa Hernández Fraile www.rosafraile.blogspot.com
dado socialmente. En el ejemplo del niño con la dentadura poco afortunada, los aparatos son la herramienta perfecta de obediencia social. A sabiendas de que por en medio se hallan cuestiones de educación, pedagogía y psicología, me atrevo a decir que un acto como ponerle aparato al niño u operarle una peca de la cara es doblegarse ante la imposición de la belleza de un sistema. Es reconocer sus injusticias y, en vez de actuar, optar por el “si no puedes vencerlos, únete a ellos”. Las palabras se las lleva el viento, sí, pero no por ello son menos ciertas. La felicidad individual que tratamos de conseguir no es sino la liberación de los prejuicios de los demás. Parece que en esta reflexión nos encontramos, por tanto, con dos conceptos claramente definidos y de gran importancia en Occidente (y cada vez más a nivel internacional debido a los efectos homogeneizantes de la globalización), por lo que una indagación sobre ellos, sea en un sofá de casa o un departamento de sociología, es urgente. Ante la existencia innegable de este binomio de conceptos estéticos y artísticos, la perspectiva, como decía, parece ser la clave. La clave para darle la vuelta a la idea de que se premia a los guapos (“como a todos los que destacan en algo”, alegarán algunos) para ver que estamos ignorando el otro lado. El lado oscuro, que se nos está quemando, el lado en el que un colectivo es oprimido por otro. Los tiempos en los que vivimos no nos encuentran todavía a la altura de nuestro conocimiento popular. Esa intuición colectiva que nos corroe por dentro (a unos más que a otros) al discriminar por motivos estéticos debe convertirse en una voluntad de derrocar actos de ese tipo en cualquier plano. En los medios, entre los amigos, con la pareja, con la familia, con los hijos, en el colegio. Yo, por lo menos, espero que así pase. La belleza genuina, ligada a la justicia, llegará sólo entonces.
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Le festin des fous / Joel-Peter Witkin www.edelmangallery.com/witkin
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Bonsai / MiloĹ? Koptak www.koptak.sk
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FICCIÓN
UN CHOCHO = UNA REVELACIÓN Por Martín Rueda
Se irguió. Sintió el alcohol sacando los últimos trastos de la mudanza de su cerebro cuando miró hacia abajo y la vio a ella, la chica de la noche anterior. Una mujer. Una mujer sin más, finas piernas largas bien depiladas y blancas, un cuerpo. El objeto de deseo de hacía unas horas, de su yo de unas neuronas menos y unas copas más. Y allí tirada, Eva -pongámosle Eva- no se hubiera imaginado en un millón de años que, injustamente o no, a ella -pongámosle Laura, a la contempladora- le inspiraría la reflexión más fea que había hecho en años: en la naturaleza está toda la fealdad arraigada. Lo pensó así, de una forma si bien no muy lúcida ya sintáctica, en una estacada de palabras que de pronto le sobrevienen a una al levantarse. Miró fijamente su pubis -al de Eva- y se propuso que aquello, o algo muy parecido, era el origen del mundo. Planteárselo por segunda vez, décimas de segundo después, le costó. No sabía si achacárselo todavía a un cocktail de espesor matutino común con evacuación de toxinas alcohólicas o a la dureza con la que atiza por primera vez una realización genuina. Qué coño estoy pensando, pensó, esta vez no lingüísticamente, más bien como una intuición abstracta. En la naturaleza está toda la fealdad arraigada. De repente su imaginación se introdujo por el pubis de la chica. Comenzó a ver, y en la mente resacosa, space trooper a las siete de la mañana, se le empezó a elaborar un campo semántico (semen, sangre, orina) horrendo, natural y horrendo. Los orígenes de la vida eran un asco; el placer máximo, el deseo sexual –¡que impulsa el mundo!– era un asco. Toda la vida en la Tierra encontraba su germen, su origen, en las cosas que la Humanidad a posteriori había decidido encontrar asquerosas. ¿Qué sentido tenía eso? ¿Es la naturaleza inherentemente fea, fea y desagradable? ¿O somos los humanos idiotas, alienándonos de nosotros mismos y de lo más básico de nuestra condición? ¿Existiría algún ser vivo que no produjera excrementos?, elucubró, de repente con tantísima vividez, cada vez más despierta a causa de esta rampante epifanía. Con la mano en su propio coño, gesto inocente, pensó en lo feo del parto (menstruo, excrementos, inflamación), lo feo del sexo, lo jodidamente lejos que había quedado el nacimiento de una planta, con sus raíces y su barro y sus lombrices, del glamour que totemizaba la época. Y luego se le ocurrió la respuesta a lo de antes –porque la gente piensa así, no como intentan vender la moto otros
escritores, que parece que sus personajes piensen en MSDOS; no, no somos putas máquinas, pensamos las cosas desordenadamente, cuando se nos ocurren; y eso si las pensamos, que muchos ni eso, pero luego cualquier narrador te cuenta y hasta el secundario más parco tiene unas reflexiones de la profundidad de Stephen Hawkins; la mía piensa esto y ya está– . Volviendo al caso, se le ocurrió que probablemente lo que sucediera es que al principio todos estaban hermanados con la fealdad, la fealdad de la mierda y los partos y los excrementos y el pis y la suciedad de los que no se duchaban, que eran casi todos, pero que luego llegaría un listo –un genio o un cabrón– y se le ocurriría que para diferenciarse de los demás lo que podía hacer era dejar de ser como ellos: alejarse de la fealdad inherente a los seres vivos. Y en ese momento hizo un quiebro en la historia de la humanidad. Es que alguien, alguien en concreto, tiene que haber inventado la belleza, pensó ya de bajón, inmiscuida en un sendero de regreso a lo soporífero, grogui. Y sin concluir nada se tumbó de vuelta en el pecho de Eva. En la naturaleza... Se durmió imaginando unas mamas por las que salía una leche amarillenta. Un niño apareció llorando con la cara manchada de marrón.
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El origen del mundo / Gustave Courbet
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Sin tĂtulo / Pedro Oyarbide www.oyarbide-design.com
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Mujer Tumbada / Cecília Sánchez Sánchez www.ceciliasanchezsanchez.blogspot.com.es
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FICCIÓN
CIVITAS, CIVITATIS QUÉ PENA DAS Por Cristina Santoral
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Una pulmonía posible por una pared maestra ahorrada; una incomodidad segura por una fastuosidad ridícula. Leopoldo Alas Clarín ¿Y dentro de cien años, qué será de nuestra fealdad? Dentro de mil años, ¿qué? Los neones fundidos, los carteles de anuncios con la pintura descascarada, los aeropuertos fantasma, las incineradoras destilando residuos a cinco kilómetros del burgués teatro de una ciudad, los baños de una estación de bus como un edén de la toxina, la acidez y la degradación. Y en una barriada cualquiera, la improvisación y la chapuza arquitectónica. Verjas derribadas en torno a un solar con juncos de dos metros (proyecto abortado por falta de fondos), socavones infernales en el asfalto, jardines botánicos como marionetas, injertos de una naturaleza impostada con raíces de cemento. Erróneas rotondas de ingenieros cegados de francofilia, espacios desaprovechados como nulidades amorfas en un sistema funcional, cada banco sin respaldo y cada escalera sin rampa, una discriminación; cada sótano sin ventanas una discreta sentencia de muerte. El metal del parque infantil acumula estratos de óxido, y cada avenida colosal es una tiranía del semáforo contra el viandante. El pitido gana, el claxon y el humo negro y el nuevo pip pip de los pasos de cebra. Gana el ruido, el no espacio, la suciedad 2.0, la suciedad sintética. Abrazamos la suciedad y la llamamos limpieza. Esquinas abruptas, curvas cerradas como justas donde estallar parachoques, el hedor a orina seca entre los surcos de la acera y el perro sucio al sol, hombres durmiendo helados entre cartones mojados, gatos magullados vagando en busca de una fiambrera o un periódico con carnaza alrededor de un kebab que tira aceite sucio al callejón de atrás.
Pronto, arriba y abajo no significarán nada y será imposible distinguir si las vilezas son lo que fluye bajo la acera o lo que camina por ella. El alcantarillado, retrete nuestro y hogar de los despojos, nos engulle. Olvidamos que la náusea crece a un metro de nuestros pies. ¿No es todo ello fealdad? No la de una cara humana, sino la de todos, el rostro de una ciudad. Cierta fealdad urbana ha nacido entre nosotros hace ocho mil millones de barriles de petróleo, y morirá de hambre dentro de dos mil millones más para renacer como belleza. Por las ventanas rotas fusila la lluvia a las cucarachas que viven de nuestro calor, y en el metro las ratas retoman lo que creen suyo los días de huelga general. Quizá dentro de poco algún satélite de las alturas nos entregue el peor de nuestros retratos. Favelas al lado del Ritz, lo kitsch como enfermedad en los chalets de los nuevos ricos, las megalópolis llenas de arquitectos pseudo-visionarios, una ética de expansión viciada y lacerante. ¿Y dentro de cien años? Dentro de mil, ¿qué? Nuestras ruinas de hormigón serán los nuevos circos romanos. Nuestros monstruos de acero inoxidable, apilados en chatarrerías, las nuevas ágoras para turistas. La nueva belleza es una fealdad que ha envejecido hasta el olvido. Nuestro paraíso de alquitrán será la esfinge misteriosa y elegante del 2500.
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Cuatro estaciones / Giuseppe Arcimboldo
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Sin título / Ralph Eugene Meatyard © Estate of Ralph Eugene Meatyard
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VISTO EN YAHOO RESPUESTAS
Yahoo Respuestas, disparatada Sagrada Escritura de la era 2.0, es uno de los mayores lugares de encuentro en la web. Sirva como contrapunto, pues, esta sección, desfile de crueldad y sabiduría, de humor y faltas de ortografía, de cultura popular.
Fracasototal pregunta:
Curiosity pregunta:
Roberto G pregunta:
Como mido mi grado de fealdad? Se puede medir la fealdad, a que debo recurrir primero, existen consultorios de asistencia feal?
Como uno puede llegar realmente a saber lo que es bello y que es la fealdad?
¿Como conseguir novia siendo feo, tímido, y casi sin amigos?
Karla : Que triste q tengas tan bajo concepto de ti misma... si nosotros mismos no nos queremos quien nos va a querer? si tu misma te maltratas haciendote llamar fracaso total.. que esperas de los demas? amiga sube esa autoestima, por favor, sacate partido, haz ejercicio, maquillate, arreglate y sobre todo quierete! eres unica en el mundo nada ni nadie es igual a ti!
•°N3y°...: No estes trizte, dicen q la belleza tu la creas al pensarlo, a mi no me sirve pero a los demas si, me he dado cuenta por que es cierto la niña mas presumida es la mas bonita, eso si ha de servir, no creo q seas fe@ y entre mas mal te sientas vas a estar peor, diario q te observes a un espejo enfocate en lo lindo q tienes, en mi caso lo q mas me gusta son mis ojos, quizas tu tengas algo lindo.
Montse L pregunta: ¿Creeis que la fealdad extrema es una de las peores injusticias de la naturaleza?
MR. BEAN:
No_pienso_simplemente_existo: Supongamos que yo digo que la arcada de cierto edificio es hermosa, y algún otro dice que es fea. Bien, ¿qué es lo importante, pelear sobre nuestras opiniones en conflicto acerca de si algo es bello o feo, o ser sensibles tanto a la belleza como a la fealdad? En la vida hay suciedad, escualidez, degradación, dolor, lágrimas, y también hay alegría, risas, la belleza de una flor bajo la luz solar. Lo que importa, sin duda, es ser sensibles a todo, y no decidir meramente qué es bello y qué es feo y permanecer con esa opinión. Si yo digo: “Voy a cultivar la belleza y rechazaré toda la fealdad”, ¿qué ocurre? El cultivo de la belleza contribuye entonces a la insensibilidad. Es como un hombre que desarrolla su brazo derecho haciéndolo muy fuerte, y deja que el izquierdo se deteriore. Por lo tanto, tenemos que estar despiertos tanto a la fealdad como a la belleza. Uno debe ver la danza de las hojas, el agua que corre bajo el puente, la belleza de un anochecer, y también debe estar atento al mendigo en la calle; debe ver a la pobre mujer que se esfuerza con una pesada carga y ha de estar dispuesto a ayudarla, a darle una mano. Todo esto es necesario, y sólo cuando usted tiene esta sensibilidad a todas las cosas puede empezar a trabajar, a ayudar a otros, sin rechazar ni condenar.
Pues yo tengo GUAPURA EXTREMA y también es una injusticia porque las chicas solo ven mi cuerpo y no mi interior!!
Marcoantonio777 pregunta:
PEYOT:
Donde esta la fealdad del ser humano?
no, creo que es peor un tsunami
C++ Censurado: La fealdad extrema como la belleza extrema son igualmente atractivas y repulsivas. Besos
AkyriA: en el ojo del ke la mira!!!
Deoliviago5: Sin duda alguna en su corazón.
Respuesta de chiKa koЯn uta... esta cabron, pero no creas ke es imposible, los guapos a veces son huecos, tontos, no tienen una buena conversacion y en ocaciones (si te topas con un metrosexual) puede ke se arregle mas ke tu, jajaja (osea yo, eh) y pues cuando estas con una persona ke te agrada se te kita hasta lo timido y amigos? pues no los necesitas para llegarle a una chika o si?
Respuesta de LЦi5 Яцдиф бЦдтЭМдLд: conseguite una ciega, sorda, y muda. es broma mi amigo. yo soy feo y estoy felizmente casado. dale tiempo al tiempo que tu media naranja llegara. y llegara la que te hara feliz y tu la haraz feliz a ella, tendran un chingo de hijos y que mas te puedo decir. no te encerres en tus debilidades, subi tu autoestima, el hombre y el oso entre mas feo mas sabroso. Salu2
Lucho: Hacete pasar por astrólogo y veras como las minas te sobran. Eso me pasó a mi... despues no vas a saber como sacartela de encima.
FIURA DEL NĂ&#x161;MERO
Bestiario / Silvia Rigon www.silviarigon.com
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