Revista Fiura - Muestra del Nº 0

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Muestra del número 0

Ni revista ni fanzine, Fiura es un contenedor de pensamiento y reflexión. Bajo el imperativo ético y estético de explorar lo desatendido y lo minoritario, Fiura aspira a dar voz a interrogantes pendientes y a exponer las manifestaciones artísticas y tendencias más significativas de la contracultural actual. El número 0 del proyecto girará en torno al concepto de fealdad y, encarnando su fisonomía, destapará por igual tabús, miedos e hipocresias colectivas. Pasándolos uno a uno por la cuerda flueja, tratará, cuando no de obtener.Respuestas, de formular las preguntas adecuaRespuestas, de formular las preguntas adecuadas sobre algo tan esencial a nuestra condición como la no-belleza. El número del proyecto girará en torno al concepto de fealdad y, encarnando su fisonomía, destapará por igual tabús, miedos e hipocresias colectivas. Pasándolos uno a uno por la cuerda flueja, tratará, cuando no de obtener respuestas, de formular las preguntas adecuadas sobre algo tan esencial a nuestra condición como la no-belleza. a nuestra condición como la no-belleza. El númeroel proyecto girará en torno al concepto de fealdad y, encarnando su fisonomía, destapará por igual tabús, miedos e hipocresias colectivas. Pasándolos uno a uno por la cuerda flueja, tratará. El número 0 del proyecto girará

Boogie Rap / Rai Escalé www.raiescale.info

en torno al concepto de fealdad y, encarnando su fisonomía, destapará por igual tabús, miedos e hipocresias colectivas. Pasándolos uno a uno por la cuerda flueja, tratará, cuando no de obtener.Respuestas, de formular las preguntas adecuaRespuestas, de formular las preguntas adecuadas sobre algo tan esencial a nuestra condición como la no-belleza. El número del proyecto girará en torno al concepto de fealdad y, encarnando su fisonomía, destapará por igual tabús, miedos e hipocresias colectivas. Pasándolos uno a uno por la cuerda flueja, tratará, cuando no de obtener respuestas, de formular las preguntas adecuadas sobre algo tan esencial a nuestra condición como la no-belleza. a nuestra condición como la no-belleza. El númeroel proyecto girará en torno al concepto de fealdad y, encarnando su fisonomía, destapará por igual tabús, miedos e hipocresias colectivas. Pasándolos uno a uno por la cuerda flueja, tratará. Ni revista ni fanzine, Fiura es un contenedor de pensamiento y reflexión. Bajo el imperativo ético y estético de explorar lo desatendido y lo minoritario, Fiura aspira a dar voz a interrogantes pendientes y a exponer las manifestaciones artísticas y tendencias más significativas de la contracultural actual.


pรกginas de muestra

La fealdad / Roberta Vรกzquez www.bobbypatata.blogspot.com.es


páginas de muestra

Boggie Rap / Rai Escalé www.raiescale.info


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TRES HISTORIAS Por un lado, Tres historias no es más que eso, tres historias. Por otro, a través de estos casos puntuales, la sección aspira a traspasar lo anecdótico para conseguir dibujar un marco a los contenidos y discusiones que surgirán a lo largo de la revista. Desde la antigüedad, la fealdad se ha definido frecuentemente por oposición a la belleza: la fealdad como ausencia de belleza. No obstante, un acercamiento más profundo enseguida permite observar interesantes, inesperadas y desde luego muy polémicas variantes de esta supuesta no-belleza. Presentamos aquí tres acercamientos paradigmáticos a la disonancia estética.

WALTER YEO Pudores morales aparte, sería una hipocresía no incluir casos patológicos o derivados de un accidente en un muestrario de lo que se ha entendido como fealdad en nuestra historia. Es precisamente esa hipocresía la que contribuye a que una reflexión sabida por todos (la de que es profundamente cruel considerar a personas con problemas “feas” y discriminarlas por ello), se quede en eso, una reflexión manida, y no se ponga de una vez por todas en práctica. Walter Yeo (1890 – 1960) fue un ciudadano inglés, soldado en la Primera Guerra Mundial, considerado la primera persona en recibir cirugía plástica avanzada en la historia. En 1916, en la batalla de Jutland, Yeo fue herido de gravedad, sufriendo quemaduras en las pestañas que le imposibilitaron el movimiento de los párpados. Tras ingresar en 1917 en el hospital, fue operado por el cirujano de mayor prestigio de la época, Sir Harold Gillies, considerado hoy el padre de la cirugía plástica. Gillies fue pionero en el injerto de tejidos intactos de otras partes de cuerpo, método con el que restauró el rostro de Yeo. Fueron casos como el suyo, en los que la desfiguración facial desmoronaba psicológicamente a los soldados, los que contribuyeron al desarrollo de la cirugía plástica a comienzos de siglo. Las máscaras de metal, por las que la artesana Anna Coleman Ladd se llevó la Legión de Honor francesa, fueron otra alternativa no menos curiosa.


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páginas de muestra

WORLD’S UGLIEST DOG CONTEST En 2011, Rascal se proclamó campeón del World’s Ugliest Dog Contest, el torneo celebrado anualmente en California para premiar al perro más feo del mundo. Rascal, de ocho años, es un chino crestado, raza que por su falta de pelo y su grisáceo color de piel ha cosechado enormes éxitos en los 22 años de funcionamiento de la competición. También Sam, ganador de las ediciones 2004-2005 y quien parece mantener incluso mayor popularidad en la red, era un chino crestado sin pelo. Su muerte, en 2005, fue portada en algunos de los periódicos de mayor peso de EEUU. El World’s Ugliest Dog Contest ejemplifica como pocos otros eventos la institucionalización de la fealdad, que parece dejar de ser un fenómeno subjetivo y de plantear dilemas morales en el momento en que no se trata de humanos. Es significativo que varios de los perros concursantes padezcan problemas de visión, de pelaje, etc. Lejos de toda solemnidad, el concurso se acerca más a la estética y ambiente de un festival, con participantes y espectadores gozando de un momento lúdico no tan lejanos al de los circos de maravillas donde se exponían negros, mujeres barbudas o siamesas en el siglo XIX. Por si fuera poco, el World’s Ugliest Dog Contest parece albergar un toque clasista: los perros concursantes se dividen entre mezcla y de pedigrí. Cada categoría otorga un primer premio de $500, mientras que el ganador general del torneo recibe $1000.

CAT MAN Implantes para cambiar la línea de las cejas, implantes en el tabique nasal para cambiar el perfil, piercings en la frente y la cara en el lugar de los bigotes felinos, labio escindido, relieve nasal disminuido, lóbulos elongados, inyecciones de silicona en los pómulos y en la barbilla, tatuaje facial completo, dientes afilados y así hasta 14 intervenciones quirúrgicas; et voilà: Cat Man. Dennis Avner, nacido en Nevada, EEUU, en 1958, se ha gastado “una cantidad incalculada de dinero”, pero ha conseguido dos cosas: que la gente lo apode Cat Man (o Stalking Cat) por su apariencia “felina”, y que la Guinness World Record Corporate lo certifique como la persona con mayores modificaciones corporales permanentes para asimilarse a un animal. Según relata el propio Avner, descendiente de amerindios, desde pequeño ha sentido una llamada espiritual a encarnarse en un tigre. A los 23 años dio sus primeros pasos hacia ello, y en la actualidad planea todavía nuevas modificaciones. Avner, que ha aparecido en talk shows tan populares como el Larry King Live, trabaja como programador informático y asegura tener varias parejas. Otros casos similares, como el de Erik Sprague (Lizardman), Paul Lawrence (The Enigma), o María José Cristerna (la Mujer Vampiro), quienes cuentan también con alteraciones quirúrgicas notables, concluyen lo mismo: su vida social es estable y funcional.


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EN EL PUNTO DE MIRA

TITULO ORIGINAL The Elephant Man

DIRECTOR David Lynch

AÑO 1980 DURACIÓN 125 min.

PAÍS EEUU

GUIÓN David Lynch, Eric Bergren, Christopher De Vore

MÚSICA John Morris

FOTOGRAFÍA Freddie Francis (B/N)

REPARTO Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, John Gielgud, Wendy Hiller, Freddie Jones, Dexter Fletcher

PRODUCTORA Paramount Pictures, Mel Brooks


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páginas de muestra

EL HOMBRE ELEFANTE Por Lidia de Castro

En la nómina de directores de cine con identidad propia, el nombre de David Lynch merecería ser escrito con mayúsculas. Pocos, en la exploración del séptimo arte, han salido tan airosos como él en sus intentos de cosechar una filmografía personal, que consiga mantener su esencia al tiempo que alardea de versatilidad y descubre alternativas al molde convencional. Dentro esa variedad, El hombre elefante supone quizá un éxito especial por ser una de las películas más accesibles de su director. A su estreno, en 1980, hizo las delicias de los cinéfilos más de pro sin por ello repeler a un espectador casual, en busca de un cine dominguero para toda la familia. Parece que los años no han cambiado esto: en un momento en el que el 3-D amenaza con engullirlo todo, este clásico en blanco y negro de Lynch sigue dejando perplejo. La razón de esto, y lo que hace de El hombre elefante una mención obligada en este número, es que más allá de su maestría cinematográfica, la película ilumina una temática de fuerza inmensa: la fealdad. De un lado un asunto tan universal, de otro tan tabú, la cuestión de la fealdad física es tratada desde una perspectiva tan novedosa como éticamente obligatoria; esto es, no como un concepto subjetivo, de tertulia artística o de moda, sino como lo que sobre todo fue: uno de los criterios de discriminación social más longevos y crueles. Libre de todo morbo y barniz sensacionalista, la fealdad de John Merrick, deformado protagonista de la película, anima a la más profunda de las reflexiones sobre la discriminación estética (en ocasiones consciente, en otras no) y lo olvidadizos que nos permitimos ser al respecto. Y lo hace con una elegancia y sutileza cada vez más inusitadas en la gran pantalla. “La poesía, si se explica, se explica sola”, decía Salinas. Pues la película, si conmueve, conmueve sin intentarlo, que es como de veras se hace. En apenas dos horas, Lynch construye un llamamiento a recordar las barbaries cometidas en el pasado (y no tan pasado) contra los feos o anormales, instrumentalizados como

exóticas piezas de museo o, mejor dicho, de circo ambulante o zoológico. Cargada de food for thought, por encima de los desfiles de enanos, mujeres barbudas y gigantes, la película desliza cuestiones como la innata crueldad infantil o la estulticia de las masas. Ni siquiera Sir Frederik Treves, el personaje histórico que ayudó a liberar al “terrible Hombre Elefante” de su explotador y lo integró en la sociedad, se escapa del debido juicio moral. A través de su figura, Lynch debate si puede darse un altruismo puro y desinteresado, y si acaso, aun manchado de amor propio e intereses, sigue siendo positivo y necesario. No poco significativo es que uno de los regalos que le haga a su desfigurado protegé sea un kit de aseo y belleza. ¿Es que sueña con que se vuelva hermoso? ¿No es digno por el mero hecho de ser humano, se acicale o no? También el propio personaje del Hombre Elefante inunda de dudas al espectador. De un lado, no adolece de trauma alguno por su condición, que está lejos de causarle un complejo de inferioridad. Pero dentro de esta aceptación aparentemente armónica, se retrata a un John Merrik consciente de no encajar en el sistema y cuyo mayor sueño es poder ser como los demás. Para cristalizar esta idea, Lynch nos regala una de las escenas finales más bellas del cine. Como colofón, dos hechos. El primero, que El hombre elefante no dará a quien la vea una respuesta. Consciente de la abrumadora profundidad del tema, Lynch se aleja de bobas hipocresías y ofrece algo más valioso: muchas preguntas urgentes. El segundo, que sin restarle mérito a Lynch (y mal que me pese, que odio los tópicos), la realidad supera la ficción. La película está basada en una historia verídica. Como no cambiemos el rumbo, parece que todavía daremos lugar a varias más.


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FICCIÓN

páginas de muestra

Un chocho = una revelación por Martín Rueda

Se irguió. Sintió el alcohol sacando los últimos trastos de la mudanza de su cerebro cuando miró hacia abajo y la vio a ella, la chica de la noche anterior. Una mujer. Una mujer sin más, finas piernas largas bien depiladas y blancas, un cuerpo. El objeto de deseo de hacía unas horas, de su yo de unas neuronas menos y unas copas más. Y allí tirada, Eva -pongámosle Evano se hubiera imaginado en un millón de años que, injustamente o no, a ella -pongámosle Laura, a la contempladora- le inspiraría la reflexión más fea que había hecho en años: en la naturaleza está toda la fealdad arraigada. Lo pensó así, de una forma si bien no muy lúcida ya sintáctica, en una estacada de palabras que de pronto le sobrevienen a una al levantarse. Miró fijamente su pubis -al de Eva- y se propuso que aquello, o algo muy parecido, era el origen del mundo. Planteárselo por segunda vez, décimas de segundo después, le costó. No sabía si achacárselo todavía a un cocktail de espesor matutino común con evacuación de toxinas alcohólicas o a la dureza con la que atiza por primera vez una realización genuina. Qué coño estoy pensando, pensó, esta vez no lingüísticamente, más bien como una intuición abstracta. En la naturaleza está toda la fealdad arraigada. De repente su imaginación se introdujo por el pubis de la chica. Comenzó a ver, y en la mente resacosa, space trooper a las siete de la mañana, se le empezó a elaborar un campo semántico (semen, sangre, orina) horrendo, natural y horrendo. Los orígenes de la vida eran un asco; el placer máximo, el deseo sexual –¡que impulsa el mundo!– era un asco. Toda la vida en la Tierra encontraba su germen, su origen, en las cosas que la Humanidad a posteriori había decidido encontrar asquerosas. ¿Qué sentido tenía eso? ¿Es la naturaleza inherentemente fea, fea y desagradable? ¿O somos los humanos idiotas, alienándonos de nosotros mismos y de lo más básico de nuestra condición? ¿Existiría algún ser vivo que no produjera excrementos?, elucubró, de repente con tantísima vividez, cada vez más

despierta a causa de esta rampante epifanía. Con la mano en su propio coño, gesto inocente, pensó en lo feo del parto (menstruo, excrementos, inflamación), lo feo del sexo, lo jodidamente lejos que había quedado el nacimiento de una planta, con sus raíces y su barro y sus lombrices, del glamour que totemizaba la época. Y luego se le ocurrió la respuesta a lo de antes –porque la gente piensa así, no como intentan vender la moto otros escritores, que parece que sus personajes piensen en MSDOS; no, no somos putas máquinas, pensamos las cosas desordenadamente, cuando se nos ocurren; y eso si las pensamos, que muchos ni eso, pero luego cualquier narrador te cuenta y hasta el secundario más parco tiene unas reflexiones de la profundidad de Stephen Hawkins; la mía piensa esto y ya está– . Volviendo al caso, se le ocurrió que probablemente lo que sucediera es que al principio todos estaban hermanados con la fealdad, la fealdad de la mierda y los partos y los excrementos y el pis y la suciedad de los que no se duchaban, que eran casi todos, pero que luego llegaría un listo –un genio o un cabrón– y se le ocurriría que para diferenciarse de los demás lo que podía hacer era dejar de ser como ellos: alejarse de la fealdad inherente a los seres vivos. Y en ese momento hizo un quiebro en la historia de la humanidad. Es que alguien, alguien en concreto, tiene que haber inventado la belleza, pensó ya de bajón, inmiscuida en un sendero de regreso a lo soporífero, grogui. Y sin concluir nada se tumbó de vuelta en el pecho de Eva. En la naturaleza... Se durmió imaginando unas mamas por las que salía una leche amarillenta. Un niño apareció llorando con la cara manchada de marrón.


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pรกginas de muestra

El origen del mundo / Gustave Courbet


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