SUPLEMENTO REVISTA GROENLANDIA CATORCE

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Ángel Muñoz David García Lucia Fraga Pepe Pereza Noelia Illán Alejandro Reina David Fueyo Ana Vega Eva María Medina Amaia Hidalgo Sergio S. Taboada José Pastor González Ana Patricia Moya 3


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Groenlandia Suplemento nĂşmero catorce M a y o \ A g o s t o 2 051 2


(Leganés, Madrid, 1977). Licenciado en Historia del Arte. Poeta, narrador, fotógrafo, editor de LVR Ediciones. Como poeta, ha publicado “Ya no leo tebeos de Wonderwoman” (Groenlandia, 2009), “Como Ulises en una cacharrería” (Bohodón Ediciones, 2010) y “Amor Manual” (Talentura Libros, 2011). Como fotógrafo, ha trabajado para algunas editoriales y ha realizado diversas exposiciones en la capital madrileña. Sus poemas y relatos aparecen en diversas antologías literarias (“Heterogéneos”, “Al otro lado del espejo \ Nadando a contracorriente”, entre otras) y en publicaciones de literatura digitales e impresas.

Al resguardo, bajo una terraza, del ataque despiadado de la lluvia. Hoy necesita reunir más fuerzas para explicar a su marido que fue despedida. Marca el número con el dedo en la pantalla táctil. Apenas tres segundos, recibió respuesta del otro lado. Pierde la cobertura, llora, Ecuador está muy lejos.

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cuando fracturas el hábito es un constante goteo de espinas asimétricas. Cuando la soga surge no se retrocede pese al impulso, y mañana quedará arreglado. Para ver, antes es necesario estar dispuesto aunque la sombra se anclase tres pasos atrás. Siempre el pasado como referente, como un fractal egoísta capaz de celebrar el error si el desagüe arrastra la careta con la que pretendes aliviarte.

Buscar la dulzura en una botella, atajar entre el tráfico, los gusanos lamen pus de las pestañas.

Lanzarse como una piedra lejos de sí.

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Mientras en la casa la permanencia se hace casi obligatoria. Pretender el esfuerzo de la hormiga supone un puño anclado en los ojos. Así reduzco la belleza que tanto tiempo acosa las mentes hasta reducirlas a mera estupidez. Tarde o temprano el café de las once no se presentará siempre que el bulo de tu rendición merme las sombras a su paso. Vivir aquí no es vivir ahí fuera, es paliar entre paréntesis la ansiedad que produce la invasión de todo adoquín.

Á n g e l M u 8ñ o z


(Madrid). Estudió bachillerato artístico en la Escuela de Artes y Oficios, Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid y un módulo de fotografía en la Escuela TAI. Trabajó en Santiago de Chile como fotógrafo freelance. Actualmente, trabaja como gestor informático, que combina con su pasión por la literatura y la escritura.

La verdad es que no siempre has vivido en la calle. Naciste en una familia acomodada pero de unos años hasta hoy te has visto precipitado en la indigencia. Conoces muchos mendigos y todos aseguran haber sido políticos o grandes empresarios, ninguno se atreve a decir que ha llevado una vida normal. No puedes culparles pues aunque no sea tu caso, el alcohol y el frío os alejan de una realidad que se empeña en difuminaros. El submundo al que perteneces es un microcosmos complejo en el que la melancolía adquiere un significado radical. Las noches son largas, los días eternos. Pasas por lo que te queda de vida ajeno a la gente normal, gente que te mira con lástima. Empatía enferma y cómplice de una culpa que arrastran por las aceras sobre las que duermes. Pero no te vayas por las ramas. Recuerdas que un día tuviste un sueño, la voz del todopoderoso te hablaba y se refería a ti por tu antiguo nombre: Abraham. No puedes rememorar el momento con claridad, pero todavía hoy te acompaña la horrible visión de la voz del Señor hablándote. Te habló y te pidió que confiases en él, ¿lo recuerdas? Y luego te quitó aquello que más querías y no tuviste más opción que huir y abandonarte.

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Ahora hay días en los que no te mueves del mismo lugar en varias horas. Otros, en cambio, vas de calle en calle, persiguiendo a los transeúntes en busca de algún rostro conocido al que contarle tu historia. No recibes más que negativas. No le conozco señor , te dijo un tipo con el que habías trabajado por más de doce años. Pero el desdén a las que te ves sometido a diario es algo a lo que te acostumbraste a los pocos días; en cambio, el olor penetrante a decadencia que portas es algo que te repugna todavía y que no consigues quitarte de encima por mucho que llueva. La lluvia se lleva parte de la mugre que abriga tu piel, pero también se adhiere a tu esqueleto y no tienes forma de olvidarla. Últimamente te duelen las encías, apenas conservas ya media docena de las piezas que conformaban tu dentadura. Eres consciente de la porosidad de tus huesos y del frío que en ella se instala; te regala una sensación extraña que intentas contrarrestar con buenas dosis de mal genio. Durante una temporada quisiste vivir tu indigencia con cierta dignidad; la realidad no te lo permitió. Quisiste aunar tus pensamientos por medio de versos que ofrecías por los cafés; pero nadie se molestó en leerlos y te arrojaron unas migajas en forma de monedas que tú transformabas en vino. Dicen que el vino despierta la alegría, empujando a quien lo bebe a compartirla con aquellos que tienen más cerca. Tú sabes que ésto no es así, no lo es cuando te ves durmiendo a la intemperie una noche tras otra. Por mucho que bebas no puedes olvidar el frío, y en invierno el frío es demencial. En invierno sientes que tu cuerpo se descompone aquejado por todo tipo de males. Sabes que se empecina en seguir con vida, pero que no aguantará mucho más tiempo teniendo en cuenta el castigo que le proporcionas a diario. Podrías recordar si quisieras los primeros días. Estabas muerto de miedo. Luego aprendiste a ser libre y recorriste las calles gritando. Después llegó el invierno. Tu alegría se 10


marchó para no dejar más que una remesniscencia peregrina que algunos días aflora, y tiñe tu alma de majadería. ¿Qué es lo que lleva a un hombre a perder todo, a dejarse llevar por el abandono? No lo sabes. Quizás entre los filos de la demencia que te persigue por el pavimento esté la respuesta a tu derrota. Derrota de alguien que como poco más que un perro callejero se arrastra por las aceras, mendigando las miradas de los caminantes. Detrás del frío y la humedad, detrás de la violencia que las calles desnudas esconden, subyace la soledad de algo menos que un ser humano, algo en lo que te has transformado sin ser consciente hasta que ha sido demasiado tarde. Las luces de la ciudad se tuercen y forman a tu alrededor una cárcel de neón. Tú has sido obediente y te has mostrado recto. Te gustaría creer que tu tragedia estuvo ligada al abuso de las drogas o el alcohol, pero sabes que no es así, nunca antes de tu declive habías probado nada de lo que ahora te acompaña. Has recorrido esta ciudad de punta a punta, esquivando en cada esquina la mirada de una sociedad que no te pertenece y a la que ya no podrás volver. Pero no siempre has sido así. Hubo un tiempo en el que estabas estructurado. Seguías los patrones de una conducta cívica y ejemplar. Cosechaste, como buen cristiano, los éxitos de una vida familiar acompasada por el ritmo de la normalidad. Comprabas el diario los fines de semana. Hablabas con tus amistades por teléfono; comías caliente tres veces al día; ibas al dentista; en definitiva, tenías una vida. Una vida que se truncó el día en el que aquella voz intangible apareció de la nada, y

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llamándome po r tu nombre te convenció de que sacrificaras a tu primogénito en el nombre de Yahvé.

D a v i d G a r12c í a


(A Coruña, 1979). Traductora y asesora lingüística. Licenciada en Filología Hispánica. Especialista en el área de Teoría de la Literatura; posee diploma de Estudios Avanzados y un curso de especialización en Teatro, Cine y Audiovisuales. Ha elaborado diversos trabajos sobre escritores de lengua gallega y cine. Ha residido en Alemania, donde impartió clases de literatura contemporánea. Sus textos han aparecido en diversas publicaciones: “Coolcultural Galicia, “La Bella Varsovia”, “Piedra de Molino”, “Al otro lado del espejo”, etc. Ha participado en multitud de antologías poéticas. Recientemente, ha publicado el poemario “Nostalgia del acero” (La Fragua de Metáforas).

Es absurdo que cosa una red o que clave chinchetas en las ventanas. No hay nada que te retenga. Si hubo algún contrato, yo me olvidé de firmar. No sirve de nada el amor cuando circula por la cuerda floja. Supongo que tuvimos tiempo suficiente para amar, odiar y necesitarnos. Ahora, déjame con mis remordimientos. No te puedo detener, pero tengo grabado en el alma vuestro gesto hermoso con mi vida. Abre la puerta y no digas nada. Márchate con el mismo silencio que un día te trajo.

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Ya sé todo lo que tengo que saber. Pero no sé por qué te vuelvo a preguntar. La vida me ha enseñado a apretar las mandíbulas, siempre ahí, al borde del andén, cuando los trenes pasan demasiado cerca. Lo que la vida se empeña en ocultar, se muestra en ti con toda su crudeza. Sólo soy lo que ves: una extraña fugitiva con los ojos perdidos, que busca la razón entre los locos. Ya no sé nada por mucho que pregunte. Nos separan todos los continentes por mucho que intentemos volver al mar. El mar donde un día fui sal y tú callada caricia de viento. ¿Qué fue de ese tiempo salvaje que vivimos?

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Nada es casual esta noche: las copas, el champagne, la ropa por el suelo y un baile erótico en la música de Miles. No quiero simple sexo, tan sólo hazme el amor. Me han utilizado como a un trozo de carne muerta, así que no te asustes si tiemblo en esta ocasión. Bésame los párpados con sumo cuidado, y busca entre mis rizos las caricias que desconozco. He sido para algunos - auténticos necrófilos un cadáver sobre el que vaciar sus ansias caníbales. Por eso, esta noche, quiero que me abraces para cerrar los ojos y soñar con toda tu ternura. No te extrañes, si tiemblo. Ten paciencia si dudo o no sé qué hacer. Necesito juntar tu piel con la mía y ahondar en ese que será nuestro único cuerpo. Jamás me había sentido tan desnuda. Lo confieso: Estoy tan desnuda que hoy me siento renacer con el primer llanto de La Vida.

L u c i a F r a15 ga


(Logroño). Ex – actor, guionista, poeta, escritor y director. Sus relatos han aparecido en diversas revistas y fanzines (“Narrativas”, “Lafanzine”, “Al otro lado del Espejo”, “Agitadoras”, “Cruce de Caminos”, “Deshonoris Causa”, “En sentido figurado”, etc). Ha publicado los libros de relatos “Putas”, “Momentos Extraños” (Groenlandia) y “Relatos del humo (y hachís)” (Editorial Origami). Aparece en distintas antologías literarias.

Yo estaba sentado en el jardín de mi casa cuando lo v i llegar con la escopeta al hombro y acompañado de sus tres galgos. Era Paco, el hijo mayor de Manuel el herrero. Paco, como buen cazador, salía casi todas las tardes escoltado por sus galgos en busca de alguna pieza que abatir con su escopeta. Cuando cruzó por delante de donde yo estaba vi que Paco arrastraba dos bastardos muertos de unos tres o cuatro metros de longitud. La visión de aquellas culebras me heló la sangre. No podía imaginarme que las hubiera tan largas. Algunas veces, me había encontrado con pieles secas por el campo, pero nunca de esa longitud. Pensar que por los alrededores podría haber semejantes bestias me hizo sentir angustia y miedo. Recordé las historias que contaban los viejos sobre bastardos. Una de esas historias explicaba que era muy habitual que los bastardos se colaran en las casas de las madres recientes para chuparles la leche. Se decía que esperaban a que la madre durmiese, entonces el bastardo amparado en la oscuridad de la noche se arrastraba

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hasta su cama y mamaba de sus pechos. La imagen de una culebra mamando del pecho de una mujer había quedado grabada en mi mente y al recordarla siempre me hacía sentir un escalofrío de terror. Cuando una madre se quedaba sin leche para su hijo enseguida se sospechaba del bastardo. Los viejos contaban que para atraparlo se esparcía harina por el suelo de la casa. Cuando el reptil volvía a por más leche se arrastraba por encima de la harina dejando un rastro dibujado en el suelo. Luego sólo había que seguir ese rastro para descubrir por donde entraba en la casa. A partir de ahí se podía taponar la entrada o esperar a que el bastardo entrase de nuevo y matarlo. Recordé aquella historia que mi madre nos contaba a mi hermana y a mí. Una historia real, según ella. Resulta que en el pueblo había un pastor que durante su estancia en la dehesa entabló una especie de relación con un bastardo. Cuando el pastor silbaba, el bastardo salía de su escondrijo y acudía a su llamada. El pastor siempre dejaba un tazón de leche que la culebra bebía de inmediato. Un día el pastor se fue a cumplir con el servicio militar. Después de unos meses el pastor pudo disfrutar de un permiso. El pastor regresó al pueblo acompañado de un soldado con el que había hecho amistad. En un paseo por la dehesa, el pastor le contó a su amigo la historia del bastardo y para demostrárselo silbó para ver si la culebra acudía. A pesar del tiempo transcurrido, el bastardo acudió a la llamada. Pero como no había tazón de leche atacó al pastor y a su amigo.

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Recordé lo que contaban sobre los ataques de los bastardos, que clavaban la cabeza en el suelo y utilizaban la cola como si fuera un látigo. Me estremecí sólo con pensarlo. Podía escuchar la voz de mi abuelo contándome eso de que a los bastardos muy viejos les crecía pelo en la nuca… Estuve a punto de marearme y aparté de mi cabeza esas imágenes. Paco siguió su camino arrastrando las culebras. Se me puso la piel de gallina y una especie de incertidumbre agitó todo mi cuerpo. Creí escuchar un crepitar de hojas entre las plantas del jardín. Tuve miedo de que un bastardo estuviese acechando y entré en casa aterrado. - ¿Qué te pasa? – dijo mi madre al verme en esas condiciones. - Nada. - Estás pálido. - No me pasa nada. - ¿No tendrás fiebre? Me puso la mano en la frente y la mantuvo ahí durante unos segundos. - Fiebre no tienes… ¿te duele algo? - No. No quise decirle que la causa de mi palidez era el miedo.

P e p e P e r e z18a


(Cartagena, 1983). Licenciada en Filología Clásica. Actualmente, es profesora en Alicante. Colabora en la revista digital www.cartagenadetodo.com. Mantiene el blog www.lascosasmastriviales.blogspot.com.

Nos mordimos como el fuego muerde, dejándonos heridas. Pablo Neruda

Voy a empezar contigo el desayuno. Luis Alberto de Cuenca

Las noches de verano posan como personajes de Velázquez. Se sienta a excitarte vestida de luna y sudor. El alcohol te hace un poco mejor y conquistas a esa puta que te espera tumbada en la arena.

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Como un ladrón, te acechan detrás de la puerta. Serrat

¿Por qué al desgraciado torturas, rumor amargo? Cállate. Propercio

Ah, óyelos. Escúchalos con atención. Es la ponzoñosa víbora de Góngora, escondida, que te asalta por la espalda. Están ahí, tras la puerta, aunque no puedas verlos, arañando todo a su paso, rasgando las telas, y los libros, y los besos. El quimérico inquilino instalado sin permiso. Los celos.

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El último fin de nuestra vida es el placer. Montaigne

Se muere así. O en batalla. José María Álvarez

No es cuestión de ser más o menos rico. Es cuestión de estilo. No se trata de llevar corbata de seda, sino de apreciar una buena corbata de seda. La decadencia de los torpes es cada vez mayor. Asesinos de arte. Triunfo de las fieras, y la cultura pensado en cómo suicidarse.

N o e l i a I l l21 án


(Santa Cruz de Tenerife, 1981). Licenciado en Sociología. Actualmente, es profesor de secundaria, impartiendo clases de Geografía e Historia.

…a la puerta de entrada, junto a dos enormes mal e tas repletas de experiencias que aguardan ser co ntadas co n entusiasmo. Sin inmutarse, ajeno a la fina ll uvia qu e empieza a humedecer los hombros de su chaqu e ta, afronta la consumación del regreso a casa. Pulsar el timbre desgastado que tiene ante sí supone no sólo el reencuentro esperado con su familia, implica sobretodo la necesidad

de

constatar

ante

ésta

la

experiencia

adquirida durante años, de exhibir con protagonismo de qué forma ha incidido el paso del tiempo en su persona. Lo cierto es que esa sensación le llena de euforia. Le conmueve la idea de poder demostrar que, más allá de una barba tupida y algunos pliegues en la cara, el tiempo

le

ha

transformado

en

un

hombre

recio,

autónomo y distante.

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Sí, un auténtico hombre de mundo con capacidad para manejar las distancias, todo un estratega del trato superficial, experto en el manejo de la palabra y el gesto. Sus formas representan una farsa que le conmueve protagonizar. Cabizbajo, fija la mirada en la acera junto a la casa que le vio crecer y que vincula con tantos recuerdos de la etapa dorada de su juventud: los amigos, su familia, el verano. La facción de su cara se ablanda desnudando un gesto helado que le delata sobrecogido, mientras su cabeza gira con ansias de salirse de su eje y volar a otro tiempo. Recuerda a Tabucchi y unas palabras suyas que le quedaron grabadas:

-Qué extraño es el tiempo - suspiró.

Dentro, la madre acaba de percatarse de su presencia. Sus miradas se encuentran a través de la ventana. Emocionada, con lágrimas en los ojos, hace por salir y acudir a sus brazos. Él, aturdido, opta por agarrar las maletas y permanecer estático, impasible, aguardando por un abrazo que ansía por encima de cualquier cosa en este mundo.

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buscando el crédito, débil, se agota. probé todas las formas: estilos opuestos desmanes estúpidos filosofía de bar distancias forzadas. buscando el camino se vuelve absurdo, nudo de luces cruzadas amordazan el éxito . buscando un pasillo estrecho cubierto de espejos retorna la estampa: un viaje; angustia, cuya meta es la angustia misma.

montañas de arena improvisadas, desmoronándose. montañas perfectas que nunca fueron.

Alejandro Reina

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(Oviedo, 1979). Maestro y pedagogo. Ha publicado sus relatos y poemas en distintas publicaciones literarias. Aparece en el volumen colectivo de poemas y grabados “El triunfo de la muerte” (Editorial Pata Negra). Forma parte del consejo de redacción de la revista infantil y juvenil “Platero”.

Perdí tus ojos verdes una tarde cualquiera rompiendo promesas, arrancándome los míos y respirando en uyai pranayama para vencer toda ansiedad que pudiera darme ser consciente de que ha llegado el fin anunciado y de que en las fotografías de los mejores momentos de mi vida sobra alguien sobras tú o sobro yo, yo que sé, pero encima cae el peso de la realidad y de las honestas intenciones, de las bonitas ilusiones y de aquel micromundo que nacía los domingos por la mañana debajo de nuestras sábanas cuando para toda la semana secuestraba tu olor tu última caricia, aquella sensación de plenitud en el vacío de una vida de balón de fútbol de buzo casi sin oxígeno y de momentos oxidados en los que éramos todos tú y yo hasta que perdí la razón

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grité hacia dentro y en estas escaleras cuesta abajo, final de algo, ruptura muerte y destrucción como dice la canción me estrujo y me torturo imaginándote tan lejos, tan para siempre distante tan sin un mañana en el que eras una transparencia perenne un sempieterno asidero para mi dolor, sé que con esto, sencillamente, me adentro en la cueva para intentar ver el sol.

David Fueyo

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(Oviedo, Asturias, 1977). Escritora, crítica literaria. Miembro de la Asociación de Escritores de Asturias. Ha colaborado en diversas revistas literarias. Autora de los libros “El cuaderno griego”, “Realidad Paralela” y “Breve Testimonio de una mirada”. Obtuvo el accésit del XXVI Premio Nacional de Poesía Hernán Esquío (2008). Ha participado en recitales y en distintas antologías (la última, editada por Bartebly, “La manera de recogerse el pelo: Generación Blogguer”). Ha sido traducida al inglés. Actualmente, organiza eventos culturales y coordina talleres literarios. Recientemente, ha publicado otro poemario, “La edad de los Lagartos” (Origami, 2011) y “Herrumbre”. (poemario digital, Groenlandia, 2012). Merecedora del Premio de las Letras Asturianas (2011).

ni la forma exacta a la que agarrarse sólo huecos que provocan frío intenso tormentas devastadoras y latitudes desconocidas que marcan el paso de las horas y definen con recuerdos tu rostro en el espejo la forma de mirar y ver por dentro la realidad mañana cuando todo hoy haya sido ya desperdiciado roto para siempre

fondo hambriento

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Intenta arrancar las manchas de tinta de sus manos, las retuerce, agita, frota hasta que la carne comienza a agrietarse. Ya es de día. Sólo quedan huellas de la noche. Nunca consigue recordar con certeza las últimas palabras escritas sobre el cuerpo. Siente voces extrañas en la cabeza, historias, imágenes que se cruzan a toda velocidad. Escribir es un modo de salvarse. Escribir en otros un modo de asegurar dicha salvación, de burlar la muerte o ejercitar cierto poder divino, un intento desesperado, a fin de cuentas, por alcanzar la eternidad de la piedra – por eso tantas piedras alrededor, esa colección inusitada de objetos inertes que permanecen intactos -, la obstinación de marcar con tinta lo invisible. Ella escribe sobre los cuerpos que llegan cada noche y sigue sedienta al amanecer. Tan sólo puede reconocerse en las manchas de tinta que quedan en las manos, bajo las uñas. Las observa atentamente, alarga los dedos hasta ver su sombra en la pared. Algo permanece, ha de permanecer.

A n a V e g a 28


Groenlandia Suplemento número catorce (Madrid, 1971). Licenciada en AFilología bril \Inglesa A goy Diplomada sto 2 0 en 12 Profesorado de Educación General Básica por la Complutense de Madrid. Premiada en el I Certamen Literario Ciudad Galdós y seleccionada en el V Premio Orola gracias a sus relatos. Ha colaborado con distintas publicaciones literarias digitales, como en la Revista Cultural “Agitadoras”.

Acabábamos de cenar. Hacía tiempo que lo notaba raro. Lo miré. Observaba la televisión con desidia, como si no le interesase pero necesitara esas imágenes ficticias. Bajé los ojos. Me fijé en una miga de pan que había en su plato. Al caer sobre el líquido de la lombarda se había hinchado. Junto a esta había otra seca, más pequeña. Me pareció estar en un cuarto oscuro; revelaba una fotografía y la imagen iba apareciendo. Éramos nosotros. Él, el trozo pequeño, seco, había perdido esponjosidad y grosor. La hinchada yo, que parecía haberme nutrido con el agua violeta. Éramos dos migas de pan que se iban consumiendo, cada una a su manera. 2929


Cogí el plato y lo llevé a la cocina. Tiré las migas a la basura y encima las cáscaras de plátano, pero seguía viéndolas. Saqué restos de comida que puse sobre ellas. Al levantarme, él me miraba desde el marco de la puerta. Se iba a dormir.

Sentada en el sofá imaginé cómo íbamos transformándonos. Ahora era yo la pequeña, la que había perdido esponjosidad y grosor, y él, el trozo hinchado, nutrido con el agua violeta. Luego, yo volvía a ser la hinchada, y él la reseca. Éramos dos migas de pan que se iban consumiendo, cada una a su manera.

Eva María Medina

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(Gipuzkoa, 1977). Combina escritura y pintura. Ha participado en diferentes talleres de escritura; ha expuesto en bares y exposiciones colectivas.

Caminamos el frío aquella tarde gélida. Recorrimos en círculos el sendero que las hojas dibujaban. No había faros, ni refugios. Sólo el silencio fúnebre del río. Cogidos de la mano, rezamos. Entre susurros y escalofríos, rezamos. A algún dios. Más tarde, a toda la eternidad, al firmamento. Huyendo de la domesticación que la razón imponía. Nunca presagiamos nuestro destino. El miedo avanzó rápido. Cristales rotos, testigos de un accidente. 31


Ella está tumbada sobre la cama. Él, no se sabe. Ella lo llama. Ella quiere sentir. Poseer su locura derramada, dentro de ella. Él, no se sabe. Él nunca sabe.

Fuimos estatuas de miel abrazadas que se unieron en la profundidad insalvable de la soledad.

A m a i a H i d a l g o 32


(Avilés, 1974). Poeta, narrador. En la poesía tiene su desahogo, le ayuda a estructurar el pensamiento de la mente. Sus versos tienen clara influencia musical y contienen mensajes de clara denuncia social. Autor de los poemarios “Y la vida” y “Ana y la incertidumbre” (Groenlandia, 2011). Comparte un blog con el ilustrador César Nevado Linos. Comparte espectáculos poéticomusicales con el D.J Antistailo, donde mezcla la poesía con estilos musicales tan dispares con el Ska, Reggae, Drum and Bass, Punk, etc. Entusiasta organizador de eventos culturales.

VII Y la cuerda cada día más floja. Y la vida cada día más proscrita. Y nosotros equilibristas aprendiendo el funambulismo de cada segundo incierto, de cada decisión desesperada, de cada pérdida en el camino, de cada ansiedad emboscada, de cada miedo aprendido, de cada latido enmudecido, de cada corazón secuestrado, de cada grandeza, ¡esa grandeza!

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que hemos creído humana, de cada verso vacío, de cada estrella apagada, de cada universo casual, de cada diez uno se salva y nos condena a nueve a pisar el aire y caer de la cuerda cada día más floja. En la década de los pies sin punto de apoyo. En la década de vacíos de dientes rotos.

VIII

Sólo nos queda despedir nuestros brillos, ser cada yo una estrella estrella vigilante estrella sonriente estrella parpadeante estrella guiña los ojos cómplice cálidos de carcajada a otras estrellas estrellas que intercambian rayos

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y en los rayos mensajes cómplices cálidos de pensamiento hilarante pensamiento luminosidad de carcajada destellos de la grandeza que sí somos ¡qué sí somos! juntos y apoyo que sólo nos queda ser estrella tejiendo redes de estrellas que suavicen la caída con su calor y abrazo palabra acción del día a día del tú conmigo y yo con aquella y aquella contigo y todos con ¡todos! (¡esa sí es nuestra grandeza, esa sí es nuestra victoria!) que todos será su final el final de ellos que nos empujan contra la cuerda. Y la cuerda cada día más floja.

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Mira. Ahí. A la derecha. La niña que juega a navegar mares desconocidos. Parece ausente de la mujer que gesticula a escasos metros. ¡Esta es la última! Grita. Gesticula. Grita. Se acerca a la niña. La besa. Desaparece. Veloz. El hombre sentado en el banco mira hacia ningún lado. Su cara dibuja sorpresa. Total. Reacciona. Se acerca a la niña. Ella está a punto de arribar a algún puerto. Ausente de la mujer veloz. Ausente del hombre cariacontecido. No hace caso a lo que éste le dice. Otro hombre se acerca. Sonríe. Saca fotos a la niña. Saca fotos a otro niño que parece ir de 36


polizón en la singladura. El primer hombre le pregunta algo. El segundo hombre contesta encogiendo los hombros. La cara del primer hombre comienza a transformarse. Se retuerce. Se burla de la elasticidad de la piel. Sus ojos se encienden. Camina nervioso. Quince pasos. Media vuelta. Quince pasos. Media vuelta. Suena el móvil. Un mensaje. Lo lee. La ira se le escapa de la mirada, recorre cada ángulo del espacio, busca algún horizonte. La brisa, asustada, regresa al mar. Mientras, la niña ya ha alcanzado tierra. Se acerca al hombre. Le tira de la camisa. Papá, papá, llama. Papá se la quita de encima con un empujón. Sale corriendo. Parece tomar la dirección que vio antes desaparecer a la mujer. Veinte minutos. Más o menos. La niña se queda paralizada. Hace un amago de llorar. El segundo hombre se le acerca. Le guiña un ojo. Le acaricia el pelo. La niña parece reconfortada. Papá desaparece tras la esquina soportalada. Pasan dos minutos. El segundo hombre teclea algo en el teléfono. Dos minutos más. Aparece la mujer. Sale del interior de un coche. Mamá, mamá. La niña corre a su encuentro. El hombre de la cámara, toma una última imagen. Mamá y la niña suben al coche. Mamá conduce. Desaparecen veloces. La brisa vuelve a suavizar el bochorno. Aunque sea por esta vez.

S e r g i o S . T a b o a d a 37


(Granada, 1967). Poeta, narrador. Ha publicado en la colección “Literatura de kiosko” (Ediciones RaRo), así como en varias revistas literarias con otros pseudónimos. Autor del libro de poemas “El ruido de los cuerpos al caer” (Groenlandia, 2012). Blog personal: http://librosyaguardientes.blogspot.com.

la gente me agota exigen demasiada atención demasiada los perros me parecen cansinos y los hemos idiotizado hasta quitarles su animalidad un pez en una pecera o un pájaro en una jaula una crueldad los gatos me parecen egoístas e interesados una tortuga simplemente aburrida pero la salamanquesa con la que comporto habitación me parece buena compañía no pide ni exige nada no tengo que preocuparme de su alimentación su higiene, sus enfermedades ni de su estado de ánimo ni sacarla de paseo ni limpiar sus cacas.

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Los dos tenemos nuestras manĂ­as y defectos pero no nos las tiramos a la cara somos dos animales de andares errĂĄticos igual de indefensos con nula capacidad para la pelea carentes de ambiciĂłn lentos a la hora de tomar decisiones y que nadie sabe de que viven dos animales que por la noche miran las paredes

esperar para matar el tiempo escribir para acallar silencios silbar para disimular vacĂ­os viajar para marcharse no amar para no sufrir ausencias y apagar las estrellas para poder dormir

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en esa casa hacia tanto frío que la única forma de calentarnos era bailar agarrados a nuestros sueños

pero sólo hablamos de ellos cuando arden.

José Pastor González

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(Córdoba, 1982). Licenciada en Humanidades. Directora \ coordinadora de Editorial Groenlandia y fundadora de Editorial Origami. Autora de “Bocaditos de Realidad” (poesía, 2008) y “Cuentos de la Carne” (narrativa, 2010). Sus poemas y relatos han aparecido en diversas publicaciones, digitales e impresas, de España e Hispanoamérica. Tiene su espacio en Las Afinidades Narrativas y Electivas. Aparece en multitud de antologías literarias. Ha sido traducida a seis idiomas. En breve, publicará sus próximas obras poéticas, “Material de Desecho \ Mierda en el corazón” (LVR Ediciones) y “Píldoras de Papel” (Cinosargo). Misántropa, huraña y ermitaña: un personaje entrañable.

Porque no puedes hablar de amor con una mano entre mis piernas y la otra explorando escote ajeno…

Confirmado: es indecente hablar de sentido común, adecuado y necesario es jugar a conceptos ambiguos para tener las sábanas siempre templadas.

Sólo existe el compromiso con la propia carne.

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Jamás te enamores de un poeta. Jamás. Eso me dice mi madre, la pobrecita, que la engañó un artistilla bohemio que soñaba con Paris y los prestigiosos premios literarios mientras se pavoneaba por los garitos de moda de la ciudad fumando cigarros de liar y cambiando sus increíbles poemas escritos en servilletas por cerveza o whisky. Fruto de ese polvo entre mi jovencísima madre, impresionable e inocente por culpa de la adolescencia, y ese miserable con aires de grandeza, de polla insaciable y bolsillo vacío, nací yo. Cuando la preñó – consiguió bajarle las bragas mientras le recitaba unos supuestos versos suyos, aunque realmente eran de Baudelaire, pero claro, mi madre, se lo tragaba todo, todo, todo, y todo -, aquella chica

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que de golpe se transformó mujer, se fugó, con la inminente curva del vientre abultada, a pedir responsabilidades al progenitor que huyó, despavorido, al recibir la noticia, y claro, los artistas son libres, pueden ser padres responsables de su obra, pero no de niños que serían un estorbo para su segura y prometedora carrera literaria; dos meses de rastreo, y ese estúpido ser humano – aún me cuesta trabajo decirle padre, aunque por la lógica de la biología, lo es, porque un espermatozoide, en un acto sexual torpe, abordó el indefenso óvulo de mi madre aquella noche de invierno sobre una cama de un destartalado hostal picadero – fue encontrado en la capital parisina, viviendo en una habitación de mala muerte, trabajando como encargado de la sección de pasatiempos de un periodicucho local, ganando una miseria… y escribiendo como un loco en sus ratos libres; libros y bloques de folios ocupaban gran parte del espacio húmedo, insalubre, de cucarachas paseándose por allí como las reinas indiscutibles, compañeras silenciosas de un ermitaño cuya cabeza perdió el rumbo en aquel momento de su vida en el que prometió: “quiero ser el mejor poeta de todos los tiempos”. La reacción de mamá, al verle ahí, tan flaco, encorvado, sucio, escribiendo como un poseso en el escritorio de madera polvoriento y carcomido, fue la de la compasión: el gran defecto del poeta, llenarse la

cabeza con ilusiones estúpidas, de palabras sin sentido, no acompañadas del acto de la voluntad. Sin reproches, mi madre lo dejó allí, encerrado en sí mismo, con su rebosante talento y utopías imposibles, y regresó al pueblo, me parió y me crió, pero bajo la sombra del resquemor: hizo desaparecer todo lo relativo al degenerado que ella misma llama “poetilla de baja estofa” – quemó fotos, poemas y libros dedicados, d isc os c o n música de Serrat y Sabina, etc – y me prohibió leer y recibir clases de literatura; mis profesores de colegio e instituto se quedaban atónitos cuando mi madre les decía que cuando

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empezasen sus asignaturas yo abandonaría inmediatamente el aula. Aprobé las materias sin recibir una formación adecuada: supongo que, por ser hija de la soltera loca del pueblo, la pena pudo más y, ante la envidia de mis compañeros que me tildaban de enchufada, siempre me ponían un suficiente sin realizar ni un jodido examen. Pensarán muchos: qué puta suerte, de la que se libra, de aprender poetas aburridos – que si Machado, que si Cervantes, Góngora, Lorca, Alberti, que si patatín y patatán - de estudiar para memorizar datos y datos y datos… algo totalmente inútil porque, y esto lo digo porque supongo que lo llevo en las venas, la literatura no se estudia: se vive. Se siente. Y lo la noto circulando por todo mi cuerpo a un ritmo acelerado… y acojonante. Maldigo el código genético paterno: mi madre algunas veces, aunque me quiere, me mira inevitablemente con desprecio, porque mi nariz, mi pelo castaño y mis ojos azules le recuerdan a aquel aberrante ser que, por follar - y encima, de mala manera; otra cosa hubiera sido un polvo antológico, como bromea ella, a veces, con amargura arruinó sus tiernas ilusiones. Ese hijo de puta que embarazó a mi madre se colocaba la etiqueta de maldito con orgullo, pero realmente, no lo era: yo sí que estoy maldita porque mi sangre está infectada de palabras. Jodidas palabras. Y escribo. Y leo. Leo muchos libros a escondidas. Y escribo mucho. Muchísimo. Joder. Las chicas de mi edad se compran la Súper Pop, van al cine a ver Crepúsculo, se divierten en la discoteca y se enrollan con sus novios, pero yo me encierro en mi cuarto y escribo, escribo, escribo, escribo. Escribo porque soy una yonki del verso. Y una vez que la mano empieza a emborronar los folios de los apuntes, en los manteles de papel que se utilizan para los menús de la hamburguesería donde trabajo los fines de semana, ya no puedo parar hasta que toda la superficie en blanco esté cubierta de letras encadenadas. Mi madre aún no ha descubierto esta enfermedad crónica que padezco, pero las madres no son tontas, y tarde o temprano, lo descubrirá, hallará el escondite secreto de mis libros y de mis carpetas con poemarios, y en un acto de locura, los romperá en mil pedazos, 44


los quemará… y posiblemente, junto a mí, su querida y odiada hija, la endemoniada, la que adora a Baudelaire, ese poeta que, según mamá, plagió a mi padre. Conflicto mental: amo a mi madre, amo escribir. Y tenía que decidir rápido. Por eso, aquí estoy, delante de la puerta del cuartucho donde todavía ese hombre que es mi padre vive, esperando a que me abra para clavarle la pluma estilográfica en el corazón – por piedad, le entregaré una inmerecida muerte poética - y acusarle de ser el culpable del mal que aqueja mis débiles dedos incapaces de no dejar de soltar palabras, palabras, palabras y más palabras en interminables noches de insomnio y momentos de desgarradora angustia. Y luego, apretaré los dientes con fuerza, y con el afilado cuchillo que llevo en el bolso, me cortaré la mano derecha y la dejaré encima de su pecho perforado, como un regalo de despedida: le devolveré el don que me

ofreció, la maldición que deseo abandonar por puro amor a la que realmente me quiere.

A n a P a t r i c i a M o45 ya


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Ángel Muñoz Rodríguez Lejanía La frecuencia del silencio Fuera está sucediendo algo

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David García Desde el suelo

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Lucia Fraga No te puedo creer Por qué te pregunto El primer día en el mundo

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Pepe Pereza Historia de bastardos

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Noelia Illán Tierra de valientes Lunas de hiel Suicidio del aire

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Alejandro Reina Su silueta se dibuja de pie frente a… Buscando Eclipse

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David Fueyo El espíritu de la escalera

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Ana Vega Nunca madre nunca fondo definitivo Tinta

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Eva María Medina Deterioro

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Amaia Hidalgo Cristales rotos Alaridos De miel

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Sergio S. Taboada En la cuerda floja VII En la cuerda floja VIII Aunque sea por esta vez

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José Pastor González Animales de compañía Insomnio Cuando nos cortaron la luz Los viejos vagabundos…

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Ana Patricia Moya Runaway Don Maldito

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SUPLEMENTO DE GROENLANDIA NÚMERO CATORCE (Mayo \ Agosto 2012) Diseño: Ana Patricia Moya Rodríguez Directora: Ana Patricia Moya Rodríguez Corrección: Ana Patricia Moya Rodríguez Edita: Revista Groenlandia Han participado en este número: Ana Patricia Moya Rodríguez, David García, Lucia Fraga, Pepe Pereza, Noelia Illán, Alejandro Reina, David Fuego, Ana Vega, Eva María Medina, Amaia Hidalgo, Sergio S. Taboada, José Pastor González, Ángel Muñoz Rodríguez (fotografías páginas 12, 14 y 21), Juan Carlos Cardesín (portada, contraportada, ilustraciones páginas 4, 8, 30, 40 y 46), Felipe Zapico (fotografías páginas 17, 23, 26, 28, 31 y 36) y Bárbara López Mosqueda (página 42). Todas las obras – relatos, poemas y fotografías – pertenecen a sus respectivos autores. Todos los contenidos de esta publicación, desde el número cero, están protegidos. Este suplemento \ especial se presenta junto a la revista de número correspondiente. Groenlandia expresa que, para proteger nuestra cultura, es esencial proteger las ideas originales de sus autores porque las mismas son un trabajo de imaginación y esfuerzo únicos. Groenlandia aboga por la total libertad de expresión sin censuras. Groenlandia es una publicación gratuita que no busca lucro: defiende la cultura gratuita. Todas las publicaciones son de descarga gratuita desde las distintas plataformas disponibles (página Web, ISSUU, SCRIBD).

ISSN: 1989-7405 DEPÓSITO LEGAL: CO-686-2008 49


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www.revistagroenlandia.com http://elblogderevistagroenlandia.com.es http://www.scribd.com/RevistaGroenlandia http://issuu.com/revistagroenlandia 51


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LIBROS DE GROENLANDIA Poesía La reconstrucción de la memoria (Adolfo Marchena) Bocaditos de Realidad, segunda edición (Ana Patricia Moya) El Gotero (Luis Amézaga) Las aguas y las horas (Saúl Ariza) Autorretrato sin óleo (Pablo Morales de los Ríos) La conspiración de la sirena (David Morán) Ya no leo tebeos de Wonderwoman (Ángel Muñoz) Cosas que nunca te diré (Eva Márquez) Te lo verso a la cara (Ada Menéndez) Transeúntes del olvido (Velpister) Apología de la muñeca de Bellmer (Jorge Heras García) No hay prosa (Andrés Ramón Pérez & Carmen Luisa Contreras) Feto Oscuro (José Ángel Conde) Urbe Desta Historia (Rubén Casado Murcia) Carne (Daniel Rojas Pachas) Escupí sangre (Isaac Contreras) El salto del cojo (Danilac) Ana y la incertidumbre (Sergio Sánchez Taboada) En el invierno de la lluvia (Helena Ortiz) Emisión Analógica (Tomás Illescas) El ruido de los cuerpos al caer (José Pastor González) Poemas fundidos (Marchena & Amézaga) Herrumbre (Ana Vega) Poesía de Guerrilla (Eric Luna) Narrativa Putas (Pepe Pereza) Realidad Paralela (Ana Vega) Cuentos de la Carne (Ana Patricia Moya) Momentos Extraños (Pepe Pereza) La vida mientras tanto (Alfonso Vila) Contrafábulas (Francis Novoa Terry) Antologías Los rincones más oscuros: antología del miedo Poetas Guerreros (antología jóvenes poetas mexicanos) Un poema siempre será nada más que un poema Lo que habita en el cristal (antología poetas españoles) Des-amor: antología literaria groenlandesa Poesía en los bares

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PRÓXIMAMENTE Poesía No frenes la lengua de los pájaros (Begoña Leonardo) Para qué sirve Jorge Barco (Jorge Barco) El Forro, segunda edición (Gsús Bonilla)

Narrativa Me miro al espejo (Ramón Zarragoitia) Antologías La galería del caos 54


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