GROENLANDIA NÚMERO TRECE

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Ensayos Violencia

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Los malos de la película

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Defensa del Best-Seller

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Custodia compartida

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Reseñas

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Habitantes Pepe Pereza

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Eva Márquez

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Ángel Muñoz Rodríguez

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Lucia Fraga

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Ana Vega

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Sergio Sánchez Taboada

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Enrique Fuentes Guerra

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Esperanza García Guerrero

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Adolfo Marchena

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Ana Patricia Moya

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Visitantes Julio Rivera

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Marce Jimena

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Eva María Medina

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Francisco Priegue

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David García

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Rubén Casado Murcia

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Ricardo Bórnez

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Bernardino Contreras

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Isabel Tejada

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Carlos Buj

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Gustavo M. Galliano

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Diana Moreno

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Omar Elvir

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Groenlandia número trece (Enero \ Abril 2012). Directora: Ana Patricia Moya – Vicedirectora primera y administradora de la Web: Bárbara López Mosqueda – Correctora: Ana Patricia Moya - Vicedirector y caballero groenlandés de la máxima excelencia: Andrés Ramón Pérez Blanco - Portada y contraportada: Felipe Solano – Ilustrador de partes: Óscar Cardeñosa Habitantes: Ana Patricia Moya, Enrique Fuentes-Guerra (Córdoba), Ángel Muñoz Rodríguez, Eva Márquez (Madrid), Ana Vega (Oviedo), Lucia Fraga (A Coruña), Pepe Pereza (Logroño), Esperanza García Guerrero, Antonio J. Sánchez (Sevilla), Adolfo Marchena (Vitoria), Sergio S. Taboada (Avilés) – Visitantes: Eva María Moreno, David Vázquez, Ricardo Bórnez, Diana Moreno (Madrid), Bernardino Contreras (Córdoba), Francisco Priegue (Avilés), Rubén Casado (Ceuta), Carlos Buj (Málaga), Omar Elvir (Nicaragua), Gustavo M. Galliano (Argentina), Julio Rivera (Chile), Marce Jimena (Barcelona), Isabel Tejada (Portugal) – Fotógrafos: Ángel Muñoz Rodríguez (Madrid) Óscar Cardeñosa (Logroño), Tomás Illescas (Córdoba), Felipe Zapico (Toledo) – Ilustradores: Óscar Cardeñosa, Felipe Solano - Edita: Revista Groenlandia – Apoyos morales: Angustias Añón, Carmen Serrano Fernández 2 – Corrección, maquetación, diseño: Ana Patricia Moya - DEPÓSITO LEGAL: CO-686-2008 – ISSN: 1989-7407


Insisto en un tema que se denuncia cada día a golpe de muertos y heridos: la violencia (violencia de género, de portero de discoteca, de conflictos armados y todo movimiento de individuo o grupo que infecta cada día una parte del mundo más cerca o más lejos de nuestra realidad circundante). Para aquellos que aún manifiestan cierta ceguera respecto al tema, es necesario añadir una vez más algo evidente: toda violencia es inútil. Tal y como decía Gandhi “ojo por ojo y la humanidad se quedará ciega”. No hay arma, ni cuchillo, ni palabra hiriente, que consiga alcanzar sus objetivos. Y recordamos ahora a Unamuno: “Venceréis pero no convenceréis”. La violencia surge no del sentimiento de superioridad de un individuo, grupo o pueblo, sino todo lo contrario, de su complejo de inferioridad, insatisfacción o necesidad. No obstante, no siempre resulta tan fácil elaborar un esquema preciso de las causas que conducen a la violencia si en este momento pensamos en pueblos hambrientos o humillados durante siglos; sin embargo, vemos el absurdo que se esconde tras las limpiezas étnicas, las guerras de la diferencia, los asesinatos y atrocidades cometidos por la humanidad en nombre de la religión, la “raza”, del sinsentido en resumidas cuentas. El verdugo que asesina a la mujer que le hace sentirse amenazado en su virilidad, su estatus, intenta restablecer su poder con la sangre de la víctima. El mismo asesino que luego se autolesiona o se quita la vida porque, suponemos, eso ha de 3


analizarlo un especialista en salud mental, comprueba la inutilidad de sus actos, de la sangre derramada. Una vez eliminada la amenaza se da cuenta que exactamente su poder radicaba en la existencia de la víctima o víctimas. Cuando el coronel no tiene ya quien le escriba deja de ser coronel… Sirva esto como ejemplo cercano y que nos hiere cada día en los medios de comunicación, sin olvidarnos de los que sufren conflictos olvidados o de actualidad, aquellos que sufren la violencia en todas sus formas, también los niños cuyos padres siguen creyendo en la brutalidad como forma de educar o quienes ven en los animales un modo de expresar su falta de integración en la sociedad y su insatisfacción personal. Siempre castigamos a los otros por nuestros propios pecados. Dos grandes del cine como Kubrick y Michael Haneke indagaron sobre el origen y consecuencias de la violencia en dos de sus películas: “La naranja mecánica” y “Funny Games”. El grado tal de violencia en ambos casos es tan exacerbado, tan crudo, que resulta difícil mantener firme la mirada frente a los hechos que nos muestran. No sólo sufrimos la violencia ejercida como tal, los hechos puntuales, sino también la gratuidad de estos; ambos cineastas nos muestran el verdadero horror que se esconde tras todo acto violento: la indiferencia de quien lo ejecuta. Vemos con toda claridad cómo los personajes que golpean e hieren no sólo disfrutan, juegan, se entretienen con sus actos, sino que manifiestan una completa indiferencia ante sus víctimas, ante la sangre, el llanto o la desesperación. Y es justo aquí donde las imágenes de la 4


pantalla nos resultan insoportables. Al fin, somos espectadores “directos” de lo que cada día vemos reflejado en los diversos medios de comunicación, pero ahora vemos más allá, vemos lo que éstos no se atreven a revelar: la crueldad real, el momento exacto en que quien acaba de violar, matar o torturar se sienta cómodamente a tomarse una cerveza, comer algo o dormir plácidamente. Hasta ahora seguimos protegidos por ese velo que separa al espectador del protagonista de la historia, sin darnos cuenta, y de forma bastante ingenua, que todos pertenecemos al mismo escenario y que los papeles cambian con un simple movimiento de rotación. Entonces nada ni nadie podrán protegernos.

Ana Vega

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Cuando hace exactamente un año iniciamos un proyecto editorial de libros impresos y digitales, aconteció un hecho inesperado: al colgar la página Web en la red, a modo de tímida inauguración, recibimos, en pocas horas, más de setenta manuscritos. Con mi natural escepticismo, ignoré la posibilidad de que el tener la bandeja de correo electrónico saturado de ficheros con textos fuese una señal positiva; más que una espléndida acogida, y a pesar de lo muy reciente de su creación, esta avalancha virtual (la inmediatez de Internet gana al gasto en fotocopias encuadernadas que, aunque lleguen a su destino, posiblemente no serán leídas) la interpreté como desesperación, o prisas por publicar. Comprensible es que los autores se muevan remitiendo sus obras: ansían la gran oportunidad. El principal motivo para que poetas y escritores acudan a una editorial: la ilusión por dar salida a unos libros escondidos en el cajón. Y esto, para los que editan, puede llegar a ser insostenible; los autores mandan masivamente poemarios, novelas y compilaciones de relatos, normalmente, a las editoriales de carácter independiente o alternativo: las grandes se cerraron en banda hace años. Ante semejante panorama de tantos documentos de PDF y Word en mi portátil, es lógica mi impotencia pues rechazar interesantes propuestas tan sólo porque el presupuesto anual es limitado o porque no disponemos del tiempo suficiente para editar en un plazo de tiempo más o menos razonable (cuestión que sí hemos conseguido en Groenlandia, salvo puntuales excepciones) no es algo fácil de sobrellevar. Si los autores reciben noticias negativas, bien porque se rechaza su obra o porque se promete una publicación pero en un futuro más lejano que cercano, surge el eterno conflicto: de forma automática, los editores nos convertimos en los malos de la película, somos culpables porque el talento de muchos no es reconocido o porque siempre apostamos por lo más seguro; en suma, de que no cumplimos con nuestro papel. En lo personal, con toda la sinceridad que me caracteriza, yo no me siento frustrada en esta situación tan comprometida como editora; al contrario, el argumento de “no te pones en mi lugar” no lo acepto jamás porque yo, precisamente, TAMBIÉN SOY AUTORA, y utilizo recursos propios para dar salida a mis despropósitos narrativos y poéticos, amén de que aprovecho cualquier oportunidad para velar por mis intereses; de hecho, me planteo si editar es una pérdida de tiempo porque el egoísmo y la ausencia de iniciativa provoca saturación entre aquellos que, de verdad, sí se preocupan desinteresadamente por la cultura, esto es, que la mayoría de los autores no están capacitados para

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predicar con el ejemplo, no saben ofrecer altruistamente algo a los demás porque creen que su obra, más única y especial, merece más atención que ninguna otra. Craso error. El que esté convencido de que tan sólo con el esfuerzo invertido en su maravillosa creación es suficiente, se equivoca. Es muy fácil quejarse y lloriquear, pero muy difícil pasar a la acción: esta mentalidad ya no es útil y por eso muchos están estancados. Por desgracia, el mundo literario es un triste basurero y hay que tener valor para buscar otras salidas ante la imposibilidad de que Periquilla o Fulanito publique en una editorial “seria” (igualmente, si se consigue esta gran meta por parte de muchos, hay que mentalizarse de que vivir de las ventas de libros es una utopia). Por eso, nos quedan los concursos literarios limpios - muy pocos, todo hay que decirlo -, las editoriales independientes y, por supuesto, la coedición o la autoedición. Para los editores que se tienen que enfrentar a las críticas de los autores, consideran que escritores y poetas son los verdaderos malvados del drama, seres insoportables a los que hay que lidiar con exigencias, caprichos e incluso extravagancias. LA REALIDAD: TODOS COMETEMOS PECADO. Y, para colmo, hay otro tercero en discordia: el lector. Si no hay lectores, la existencia de las editoriales, y por ende, la de los literatos, carece de sentido. Vivimos en un país donde el hábito de la lectura es residual, los poquitos devoradores de libros optan al bestseller comercial de moda o a los insulsos ejemplares de autoayuda. Por tanto, aquí tenemos a otros acusados porque no se abren a la otra modalidad literaria para sus ratos de ocio, a pesar de que se les colocan delante títulos de todo tipo de géneros, de calidad y a precios más que asequibles, porque evitan la novedad, ya sea por desconocimiento, o ignorancia. Editores, autores, lectores: un círculo vicioso discrepante, pero que, contradictoriamente, se necesitan. Recurriendo a mi amplia experiencia como autora, lectora y editora, me atrevo a señalar una serie de puntos: a) El editor tiene, como vocación u hobby (los que llevan a cabo la tarea sin ánimo de lucro) editar, esto es, dirigir todos los procesos encaminados a plasmar la obra del autor en una edición tradicional (libro impreso) o tecnológica (libro digital). El editor asume responsabilidades, arriesga sus propios medios, su labor siempre es necesaria para aquellos que carecen de lo básico para publicar, tiene que innovar y adaptarse a los cambios, sólo así su idea prosperará; si éste forma parte de un proyecto independiente, sus intereses oscilan entre los principios que lo llevaron a conformar la editorial (publicar a 7


noveles para ofrecer algo distinto) y la publicación de títulos de autores más o menos consagrados dentro del panorama literario actual (para garantizar el mantenimiento). Es complicado respetar el equilibrio: el fracaso es frecuente en aquellos que tienden, al cien por cien, a los autores no comerciales; en el caso de reforzar el catálogo exclusivo de pocos nombres, aunque se obtiene el éxito económico y de reconocimiento, supone la pérdida de credibilidad de la editorial, otro tipo de fracaso pues olvidar el porqué se creó la misma es faltar a la esencia. De hecho, muchas editoriales han sido fundadas por escritores y poetas en su pretensión de publicar sus propias obras al no encontrar salida: deberían de retornar a las “raíces”, esto es, regresar al punto principal que les motivó a crear la editorial, editar a noveles, como ellos mismos fueron en su momento; lástima que, al final, el camino se desvirtúe y se reproduzca el esquema tradicional del sistema. El editor, como empresario, por utilizar su dinero, está en su derecho de obtener beneficios, y por tanto, de escoger a los autores. Ahora bien: utilizar dinero público para editar a un grupo determinado de escritores es inmoral (y todo oculto tras un velo de legalidad). En suma: si todos los gastos corren a cuenta del bolsillo del editor, no se le puede reprochar nada si decide publicarse a sí mismo o a sus amigos, digan lo que digan los “indignados” de la cultura - cada uno hace con sus billetes lo que le plazca - pero lo que sí es criticable es que éstos vayan de “alternativos” y se concentren en trabajar tan sólo con los mismos escritores y poetas: no se puede pretender ir en plan “soy diferente” cuando se está replicando a la perfección el plan de producción de las editoriales tradicionales. Este tipo de editores se escudan en el “somos muchos y hay que ser selectivos”, y esta afirmación tan rotunda inspira poca confianza precisamente porque la selección recae sobre amistades en grupos literarios privilegiados o pseudo-tribus de poetas y narradores predominantes “modernos” o bien sobre los que poseen un estupendo curriculum, dejando de lado a los que, aunque no tengan amigos, vecinos, conocidos o ningún referente (de premios o anteriores obras publicadas) tienen algo bueno que mostrar. Hay que ser consecuentes con los actos, y más en esta época donde la moralidad brilla por su ausencia y la corrupción campa a sus anchas por el terreno literario. b) El autor posee como profesión (pocos pueden presumir de obtener honorarios decentes por las ventas de sus obras; la mayor parte de éstos se ganan la vida como gestores culturales, profesores de talleres u otros oficios no vinculados con la literatura) u afición desarrollar 8


cualquier tipo de género literario (poesía, narrativa corta, novela, textos teatrales, etc). En una amplia mayoría, los escritores son puristas: para ellos, el libro impreso, es el gran tesoro (poco a poco aceptan el valor de la edición digital como válida, y eso es un aspecto óptimo para la cultura). Para un escritor, lo realmente importante es el esfuerzo aplicado al talento y la ilusión; sin embargo, ahora se ha impuesto lo mediático y de nada sirve obtener una buena formación académica de base, leer clásicos de referencia o practicar el ejercicio de la escritura hasta la saciedad. Hay que ser fotogénico, joven y adicto a la novedad. No destaca el contenido: ahora sólo importa el envoltorio bonito. Literatura de consumo rápido, barato y superficial, alimentada por las editoriales que aplican el marketing más básico, pero efectivo, para atraer lectores y, por supuesto, por los medios de comunicación, pues ya que estamos en el siglo de la imagen da igual que el talento no asome por las páginas de un libro si el autor tiene carisma y queda bien en los reportajes fotográficos. El escritor también tiene que alcanzar un punto medio entre lo práctico y lo idealista: vivir de la literatura en sí es hazaña harto difícil de alcanzar, por eso ha de ser consciente del suelo que pisa. Da igual la licenciatura o grado que posea, da igual el trabajo que desempeñe, pero hay que leer y escribir muchísimo: estudiar Filología Hispánica o Literatura, trabajar en cosas vinculadas no hacen a uno mejor escritor, ES LA EXPERIENCIA VITAL la que conforma, junto a lectura y escritura, el aprendizaje más esencial. Aparte, no sólo basta con ofrecer una nueva obra al mundo: el autor tiene que moverse. Enviar manuscritos a editoriales, participar en revistas literarias o en recitales poéticos, formar parte de proyectos culturales, presentarse a concursos, etc. Y si tiene la gran suerte de publicar, que se interese por todas las actividades que le van a beneficiar en la promoción de su obra, que confíe en la labor del editor, apoyándole y colaborando en la medida de lo posible sin inmiscuirse en la tarea real del editor, que es la producción del libro. Para muchos editores, los escritores son unos señoritos que quieren que se lo den todo hecho: por suerte, ya hay muchos que se han tomado la molestia de levantarse de la silla y luchar por sus sueños, ignorando las falsas promesas de los corruptos certámenes literarios de “prestigio” y aceptando que la fama y el dinero son quimeras a las que no hay que aspirar. c) El lector es el último destinatario. Quiere que le ofrezcan lo máximo (un libro prometedor, que no aburra) ofreciendo lo mínimo (un precio barato): a no ser que exista un evento de relevancia (un cumpleaños, 9


los regalos de Navidad o San Valentín, por ejemplo) o sea un grato coleccionista de libros, el lector no va a pagar por ejemplares caros, haya crisis o no. Las editoriales independientes tienen un perfil claro de lector, más específicos y fieles a unos géneros \ autores determinados: da igual que el producto sea asequible o atractivo, el lector habitual no va a aceptar nunca un género incomprendido - la poesía, sin duda - ni tampoco a los autores noveles. Una de las funciones de las iniciativas culturales con ayuda institucional es, precisamente, alimentar la curiosidad de los ciudadanos para que se sientan atraídos por la diversidad literaria: desde programas de lectura en las bibliotecas o centros cívicos, pasando por los instructivos talleres para los más jóvenes - más reticentes a la lectura: hay que fomentarla desde temprana edad -, hasta recitales en ambientes alejados de lo académico, como un bar. No todo va a ser Harry Potter, Códigos Da Vinci, Crepúsculo o saga Millenium: hay preciosas ediciones esperando en las estanterías de miles de librerías y que pueden suponer un gran descubrimiento para muchos. El objetivo primordial es, por tanto, hacer que el lector vea ampliado el espectro de producciones literarias, que esté receptivo a otros dispares géneros, y en especial, a la poesía, pues consideramos que está muy maltratada pese a los logros de las editoriales independientes por colocarla en el puesto que se merece. Y esto ha de ser producto del esfuerzo tanto de los editores como de los escritores en su desempeño como actores de la gestión cultural. Según lo expuesto con anterioridad, la conclusión es evidente: LOS MALOS DE LA PELICULA SOMOS TODOS. Sería injusto señalar con dedo acusador a unas partes y no a otras cuando se ha dejado constancia de esta triple realidad, que resumimos así: los editores de pequeñas editoriales son responsables de una titánica labor y han de saber depender de sí mismos; los autores han de ser consecuentes con lo que les rodea, hallar múltiples salidas a su complicada situación y participar de manera muy activa en todas las oportunidades que se le ofrezcan; y, por supuesto, el lector tiene que liberarse de ideas preconcebidas acerca de lo distinto y acercarse a la literatura más plural.

Ana Patricia Moya

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La expresión Best Seller (en inglés mejor vendido), que en origen designaba a las listas de libros que más se vendían, ha acabado señalando un tipo de literatura, muy comercial, que tienen un público muy amplio pero que, entre los aficionados a la literatura y las personas de nivel cultural alto, gozan de muy poco prestigio, hasta ser considerados literatura basura. Muchos dicen que los best seller no son literatura, pero, ¿qué es literatura? La palabra literatura procede del latín litterae, que quiere decir letras. O sea, literatura es todo lo que se hace con letras; por tanto, el manual de instrucciones de una lavadora es, por definición, literatura. Ningún crítico ni experto puede arrogarse la facultad de otorgar a un libro la categoría de literario. Es cierto que hay obras muy básicas y predecibles, que siguen un esquema interno fácil y predeterminado, que no exploran las posibilidades del lenguaje ni buscan originalidad en su tema ni en su desarrollo, obras que no hacen grandes aportaciones al desarrollo del arte de la escritura, pero tienen su valor (igual que unas patatas fritas o una sopa de fideos tienen valor pese a la existencia de la alta gastronomía). Muchos aficionados a la literatura consideran que la lectura debe provocar una sacudida, una tormenta de emociones, una iluminación que hace que veamos el mundo de otra forma. Y todos los que leemos hemos sentido eso alguna vez. Pero en ese sentido la literatura es como el amor: por mucho que un amante nos estremezca y nos fascine, no podemos estar en un permanente estado de éxtasis, son necesarios los momentos en 11


que simplemente se va a comprar el periódico, se comparte un bocadillo o se cuentan algunos chistes tontos. La visión de que la literatura debe moverse siempre en el terreno de lo sublime, de lo exquisito, que requiere una sensibilidad elevada y una formación erudita, ha alejado de la lectura a mucha gente que, si percibiera la lectura como algo accesible y agradable, posiblemente se acercaría a ella. La literatura de evasión puede ser un vehículo para otra literatura. Y además, no es necesario recorrer ese camino: pasarlo bien leyendo ya es válido. Una formación cultural erudita nos permite disfrutar de sutilezas literarias, un goce elaborado y lleno de matices. Pero nadie puede decidir que la emoción del suspense de una novela de espías es menos válida que otra. ¿Cuál es el sentido de la literatura? ¿Por qué es valida y necesaria? Leer provoca sensaciones distintas: reflexión, emoción, goce estético, pero también evasión. Pensemos en sentido de evadirse: salir de una realidad que nos agobia y presiona, encontrar un mundo paralelo agradable y emocionante. Pasar el rato, divertirse puede ser una necesidad, una necesidad que cubren los Best Sellers.

Antonio J. Sánchez

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Anualmente, se rompen en España más de cien mil parejas o matrimonios, y en la mayoría de los casos, afecta a los hijos menores de edad. Tanto normativa como socialmente, los supuestos de no convivencia entre padres y madres y su descendencia y el consecuente reparto de las funciones y deberes entre ambos progenitores se ha denominado “Guarda y custodia”, aunque, posteriormente, la Ley 15/2005 de 8 de Julio, modificó el redactado inicial del Código Civil (art. 92.8), definiendo de forma expresa este concepto con la figura de la “Custodia compartida”. En Europa son seis, contando con España, los países que estipulan y regulan la figura de la custodia compartida, entendiendo como tal un concepto diferente al que la mayoría de los ciudadanos tenemos en mente cuando pensamos en la guarda y custodia de los hijos, porque la legislación española así como la legislación europea generalizada insiste en regular las funciones y deberes del progenitor custodio, que será aquel que asume en exclusividad la responsabilidad del menor y decidirá cualquier aspecto de la vida del hijo excluyendo al otro progenitor. Aunque en los últimos treinta años se ha reducido de manera significativa la desigualdad entre hombres y mujeres (sobretodo desde que la mujer se ha incorporado al mundo profesional), los hombres tienen pendiente superar el reto de incorporarse al mundo de lo privado, y de ahí, la patente desigualdad entre los deberes y derechos para con los hijos tras una ruptura conyugal o de hecho. Cierto es que los hombres y las mujeres de la sociedad en la que vivimos tenemos serios problemas para conciliar la vida familiar y personal con la profesional, pero aún a día de hoy, cuando estos problemas resultan de imposible resolución, la balanza se rompe siempre por el lado más débil, es decir, por la persona del vínculo familiar con mayor capacidad de autosacrificio, que en la mayoría de las ocasiones suele darse en el papel de la mujer. De otra manera, no puede explicarse cómo a día de hoy un 45 por ciento de españoles consideren que ha de ser la mujer la que recorte su jornada laboral, solicite una excedencia, o bien deje de trabajar

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para poder ocuparse de la familia y la casa. Y no solamente se trata de una opinión generalizada, sino que ciertamente las cifras no engañan: un 75 por ciento de los contratos de jornada reducida son desempeñados por mujeres (según datos de La Vanguardia fechados a 15-10-10), y un 94,5 por ciento de las excedencias solicitadas en el año 2009 fueron solicitadas por mujeres (según cifras del Ministerio de Trabajo). La razón de este descuadre de cifras es obvia: a la hora de elegir dentro del seno familiar cuál de los dos sueldos ha de verse reducido a la mitad o a la nada en aras de beneficiar la vida familiar, siempre se verá afectado el sueldo del cónyuge progenitor de inferior valor, y en la gran mayoría de los casos, el sueldo de cuantía económica inferior siempre resulta darse sobre la mujer, en claro contraste con el sueldo que percibe el hombre de la casa. Evidentemente, estamos hablando de una más de las consecuencias que genera la aún desigualdad patente entre hombres y mujeres. Sin embargo, esta desventaja evidente que sufre nuestro sexo y que nos perjudica seriamente en el avance y desarrollo de nuestro perfil profesional tras convertirnos en madres, se convierte en una clara ventaja e incluso en un arma de incalculable poder emocional y económico cuando la pareja se rompe; porque no sólo los jueces y el sistema judicial continuando otorgando en la mayoría de las veces el papel de progenitor custodio a la mujer, sino que muchas otras veces es el propio hombre/padre quien delega en la mujer el papel principal de custodiar y de responsabilizarse de los hijos la mayor parte del tiempo ya que ha sido ésta quien desde el nacimiento de los mismos ha realizado privadamente el gran sacrificio de su crianza, decidiendo el hombre/padre quedarse con la fácil faceta de padre de fin de semana a cambio de conceder a la mujer una pensión alimenticia mensual y que no siempre llega a cumplirse. Esta ventaja o poder que asume la mujer/madre con el tiempo, y debido al exceso de responsabilidad asumida únicamente por ella, a la falta de compromiso en el abono de las pensiones y a las malas relaciones entre los integrantes de dicha pareja ya rota, se corrompe, y en vez de ser utilizada por el bien de los hijos, termina siendo un arma de poder para ejecutar todo el daño emocional que sea

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posible al padre de los hijos aunque con ello también se dañe a los propios hijos. Cuántas veces los hombres separados se revelan y plasman sus quejas ante la justicia, alegando que sus ex parejas les niegan la visita pactada, o bien les chantajean utilizando a sus propios hijos para conseguir privilegios económicos que no les pertenecen convirtiendo a los menores en rehenes secuestrados en su propia casa; quejas y reclamaciones que jamás ven la luz en un juzgado debido a la gran dificultad de hacer llegar esta infinidad de actuaciones cotidianas ante un juez, y también propiciado por la extrema laxitud de los procesos judiciales de familia. Estas situaciones, indudablemente, se generan también a la inversa: padres irresponsables que tras la separación se entregan en cuerpo y alma a su nueva situación de hombres solteros abandonado toda responsabilidad para con los hijos, ya sea de carácter económico como de carácter emocional. En todas estas situaciones, el débil es siempre el que paga los platos rotos, el que sufre en sus carnes cómo y cuánto se le trata como un objeto olvidado y sin derechos, cómo se le manipula al antojo de decisiones y querencias que en muy poco le atañen, y por encima de todo, denigrándosele como individuo, como persona, como hijo y como niño/a que es. Esta discusión lleva abierta varias generaciones, y tras los años, vemos a diario que en nada se resuelve; los hombres deben aprender a convivir con sus responsabilidades como padres ya sea que estén casados, en pareja o separados, y las mujeres debíamos dejar de utilizar en nuestro propio beneficio ese papel de víctima que esta sociedad nos ha impuesto sin quererlo, para comportarnos como lo que en verdad deseamos y deberíamos ser en todo momento: buenas madres que piensan siempre en el bienestar de sus hijos.

Eva Márquez

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The Human Centipede 2 (dirigida por Tom Six). La primera secuencia era perturbadora, enfermiza: la unión a través de los intestinos de tres infelices por parte de un maniaco que pretendía ser un Dios suscitó reacciones contrapuestas entre críticos, espectadores y demás aficionados al cine más exquisito del género. Una bizarrada, en suma, con sus defensores y detractores que reclamaban la segunda parte de una trilogía que, por supuesto, no ha dejado indiferente a nadie. La original supera con creces a su sucesora que, sin embargo, incluye más elementos que la transforman en una recomendable propuesta más terrorífica, más desagradable. Rodada en un elegante blanco y negro y con un protagonista con el carisma del típico perturbado mental entrañable – sus problemas con la madre, obsesionado con la película del Ciempiés Humano -, el loco Martin, interpretado por un actor que, aunque no pronuncia palabra alguna durante todo el film, ya puedo entrar con mérito en la galería de los serial killers. Por tanto, la segunda parte pretende hacernos sentir incomodidad. El propósito del protagonista: emular la hazaña del Doctor Hecter, crear una criatura con doce personas. Pero el pervertido de Martin no es cirujano, es un simple guarda de parking, y construye su fantasía de manera “rudimentaria”: “anestesia” a los secuestrados con golpes de palanca oxidada, arranca dientes con martillos, desgarra ligamentos con filos cortantes, une con grapas industriales los anos y bocas. Ya os podéis imaginar el repugnante pero espectacular resultado. Evidentemente, esta película ha sido censurada en varios países - hecho que le ha servido a su director para promocionarse - y, como ocurrió con la anterior, o defrauda, o entusiasma. Personalmente, me agradó, me provocó asco, a la vez fascinación. Es de agradecer que se innove en el desgastado género por causa de los sosos remakes y propuestas aburridas. Vamos a esperar a la tercera parte: quien sabe si Tom Six se supera o no. Yo apuesto que sí. The Woman (dirigida por Lucky McKee). Supone un spin off de otro film (“The Offsrping”), que, en lo personal, me ha encantado. Basada en una novela de Jack Ketchum (no he tenido la oportunidad de leer nada de este autor, pero actualmente es 16


considerado como una joven promesa literaria del género), nos muestra la supuesta “normalidad” de la típica y perfecta familia americana, que, por supuesto, en la intimidad del hogar, las máscaras se desprenden: el padre es un hombre repulsivo y dominante que no duda en maltratar y vejar a sus mujeres, imponiéndose como modelo para un hijo adolescente sinvergüenza, su pupilo aventajado y cómplice de fechorías. Esto es: machismo corrupto donde padre y vástago favorito son la sombra que amenaza la existencia de esposa e hijas. La no aparente situación doméstica se agrava cuando el cabeza de familia caza a una agresiva mujer salvaje y la encierra en el sótano, con el firme propósito de “civilizarla”, tarea nada fácil al principio. Poco a poco, la cautiva, encadenada como un perro, se ve obligada a obedecer y aguantar abusos, ansiosa de que alguien o algo la libere para vengarse de sus captores. Me encantó el planteamiento por muchos motivos: el ritmo de la historia, su profundidad, la estupenda banda sonora, el prometedor papel de las actrices - en especial, de la mujer caníbal -, la brutalidad descarnada de algunas escenas y, lo mejor, el inesperadísimo giro final, más que adecuado y que deja abierta la idea de otra secuela. Es muy buena, entretiene y cumple con las expectativas. Una pena que en España no se estrenen en los cines este tipo de películas, aunque es cierto que se ha dejado ver en festivales de renombre. Ana Patricia Moya Rodríguez La ola (dirigida por Dennis Gansel). El film comienza con el análisis del concepto “autocracia”; a partir de ahí, un profesor de un instituto alemán idea un juego para demostrar a sus alumnos como en este siglo, y aunque ellos crean los contrario, el régimen dictatorial podría volver a implantarse en su país. Este inicio claramente didáctico no nos debe hacer creer que vaya destinada sólo a los jóvenes ya que su argumento y presentación hace reflexionar a espectadores de todas las edades. Esta película, basada en un hecho real ocurrido en un centro de secundaria de California, trata de la rapidez con la que se sucede todo y por eso puede hacer que parezca poco creíble; sin embargo, estos sucesos

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ocurrieron con la misma celeridad en el año 1967. El tema se desarrolla durante una semana escolar: ese es el tiempo que posee el protagonista, un profesor liberal, para demostrar a sus alumnos el verdadero peligro de la autocracia. Su objetivo es conseguir que ellos mismos vayan descubriendo como es el ambiente de un régimen absolutista y las causas que facilitan su éxito. Los chicos y chicas que acuden a la clase pertenecen a familias bien situadas económicamente, aparentemente sin problemas importantes ni preocupaciones; sin embargo, durante el desarrollo de la película, descubrimos la soledad, desorientación e inseguridad en la que se encuentran la mayoría de ellos. Para comenzar este experimento, el profesor instaura el poder mediante la disciplina y crea un grupo al que llama “La Ola”; los instigará para que, a través de este colectivo del cual él es el líder, vayan perdiendo su identidad y adquieran la del grupo como son el comportamiento, uniforme, saludo, símbolo, etc. El peligro surge cuando el supuesto inofensivo juego traspasa la frontera de las clases, e incluso la del centro escolar. “La Ola” quiere dejar patente su importancia e intenta imponer sus normas fuera de los límites del instituto. Los alumnos se sienten con más fuerza al pertenecer a ella, disfrutan con el poder que les proporciona ser uno de sus miembros. Pero, como ante todo grupo dominante, también surge la oposición, los rebeldes que pretenden defender la individualidad de la persona. La fuerza grupal será irresistible para los miembros, que adquiere cada vez más fuerza, arrastrando incluso al profesor, quien se siente halagado de la influencia despertada en los alumnos y sólo actúa para detenerla cuando se percata del peligro, aunque ya será demasiado tarde para algunos de ellos… Esperanza García Guerrero El equipo de Groenlandia recomienda: “Un dios salvaje”, de Roman Polanski “La hija del general”, de Simon West “La piel que habito”, de Pedro Almodóvar “Melancolía”, de Lars Von Trier “La chispa de la vida”, de Alex de la Iglesia “Anticristo”, de Lars Von Trier “Criadas y señoras”, de Tate Taylor “El gato con botas”, de Dreamworks “Audition”, de Takashi Miike 18 “The girl next door”, de Gregory Wilson


Playstation (Cristina Peri Rossi; Editorial Visor, 2009). La autora describe con ironía la vida cotidiana, los encuentros más disparatados que se producen en ésta tales como la sorpresa ante un rostro conocido en el sex shop - en este caso un profesor de filosofía - o situaciones peculiares que la autora analiza desde el poema. Hay sarcasmo en sus palabras, humor negro, ningún gesto de piedad ante el mobiliario urbano - incluidos personajes conocidos y desconocidos que forman parte de nuestro entorno. La autora nos muestra historias cercanas, personales y ajenas, en tono coloquial, desarmado, con una desnudez absoluta de medios y ornamentos; su voz es clara y firme, se limita a realizar una autopsia limpia y certera de la realidad, ésa que se convierte en una simple partida, simple juego. Peri Rossi parece haber reunido una colección de poemas en aparente desorden, cuyo caos refleja con exactitud el desorden mismo al que todos nos enfrentamos cada día, esa falta de sentido en gestos, conversaciones, hechos que se producen a nuestro alrededor y nos atrapan dentro. Sin embargo, se enfrenta a dicho caos enumerando, describiendo cada vivencia cotidiana con esa primera imagen que nos aturde, sin indagar en posibles relaciones o explicaciones filosóficas del “sinsentido”, de lo irracional o ilógico de nuestro comportamiento e ideas, de nuestras conclusiones: la verdadera imagen, no su reflejo ni el espejismo. La autora escribe con seguridad, con voz propia, sabe y ha aprendido que las personas a las que se ama cambian, también las que nos acompañan, las que pasan por nuestras vidas, pero ella elige la fidelidad más cabal: fiel tan sólo con ella misma (“Luego dicen que no soy una persona fiel”). En este libro en el que los poemas se convierten casi en narración, relato, se nos revela alguno de los defectos y enfermedades del ser humano actual: “La incomunicación / el gran tema del siglo XX”. De esta incomunicación nace el desconcierto y más tarde la ironía o mueca, incluso sonrisa, de estos poemas. La incomunicación surge también de la máscara, la

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mentira, algo en lo que la autora no participa pues ella se muestra tal y como es: “La gente esperaba de mí alguna cosa / gestos o palabras / pero yo no me sabía el papel”. Y añade: “Y no conseguía darme cuenta / por qué era tan importante / si la obra había empezado hace mucho antes / mucho antes de que yo llegara”. Ofrece, por tanto, una visión clara y extrema de la realidad, sus poemas bien podrían definirse en este caso como crónica urbana y vital. El desencanto conduce a la desesperanza, pero no encontraremos en estas páginas momento alguno para la queja o la melancolía, tan sólo para la descripción fiel de lo que vivimos y sentimos a nuestro alrededor: “Pero ahora no sabía decir, para qué maldita cosa / servía haber leído todo eso / más que para saber que la vida es triste / cosa que hubiera podido saber sin necesidad de leerlo”. No hay concesión alguna al dolor o el llanto, sí a la lucidez sin rencor. Peri Rossi escribe su propio epitafio: “Si no pedí que me trajeran / ¿por qué me echan?”. Sus versos con como una especie de fogonazos de realidad, relámpagos, en los que nos reconocemos. Describe lo que ve, también nuestras vidas. Finalmente, Cristina Peri Rossi admite que ya ha visto “mucha miseria en este mundo / sin alcanzar el grado de espiritualidad necesario”, por lo tanto cuando le preguntan qué es lo que suele hacer en Navidad, ella responde sin tapujos: “Busco una emisora de música clásica / - le dije - / y juego a la playstation”. Ana Vega El equipo de Groenlandia recomienda: “La mujer precipicio”, de La Princesa Inca “Amor manual”, de Ángel Muñoz Rodríguez “Cuando la lluvia no te alcanza”, de Eva Márquez “Biblia ilustrada para becarios”, de David Benedicte “La voz a las tres de la madrugada”, de Charles Simic “Clepsidra”, de Ana Gorría “Poemas lisiados”, de Jorge Riechmann “Mi nombre es rojo”, de Mercedes Díaz “Maremagnum”, de David Benedicte 20 “Un cuarto oscuro”, de Verónica Moreno


Adiós, Chunky Rice (Craig Thomson, Astiberri). Este cómic supone la opera prima del conocido autor de las novelas gráficas “Blankets” – de íntimo carácter biográfico, que trata sobre un tormentoso primer amor, ya reseñada en números anteriores de la revista - y la reciente y aplaudida “Habibi” (una obra maestra que tardó en concebirse más de siete años y que narra una profundísima e intrépida historia de amor). Este pequeño tesoro – pocas páginas, formato discreto - es un cuento sobre la amistad sincera y la melancolía que nos acompaña cuando nos alejamos de nuestros seres amados. Una simpática y tímida tortuguita, un ratón vivaz y entrañable, un rudo y valiente capitán de barco que ama el infinito océano, un hombre solitario arrepentido por el pasado, un pajarito con las alas rotas acogido por unas cariñosas manos, unas siamesas que buscan fortuna en otro lugar: estos son los curiosos personajes principales de esta singular fábula, apreciada no sólo por un público infantil, sino también por los más adultos que hallarán en las páginas una candidez y ternura que recuerdan a muchas lecturas amenas de nuestra infancia, como por ejemplo, “El Principito”. Ciertamente, Craig Thomson jamás defrauda: siempre promete lo mejor de sí mismo, y “Adiós, Chunky Rice”, es algo más que un relato imaginativo, inolvidable y nostálgico sobre dos amigos que se quieren, que se extrañan, pero que, a causa del destino, sus caminos han de separarse. Una preciosidad de libro. Nosotros las bestias (Abel Ippólito, Edicions de Ponent). El protagonista de “Nosotros las bestias” es el bueno de Cristiano, un ilustrador de cuentos para niños que, a pesar de sus éxitos con su famoso personaje Pió Pió, trabaja a destajo para subsistir. Su mujer le era infiel con su propio editor y le abandona por no haber superado el trauma de la desaparición de su hija pequeña. Para colmo, le diagnostican una compleja enfermedad que lo sitúa constantemente al borde de la muerte. Ahogado por sus responsabilidades y presionado por un abuelo que insiste en buscar a la niña que se extravió hace años, decide tomarse unos días libres. Sin embargo, un grave accidente de coche y el encuentro con una bella y misteriosa mujer lo obliga a buscar auxilio en un islote hostil con los extranjeros; allí conoce al anciano que controla el pueblo, un inválido que ha convertido el

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deseo en un próspero negocio para sus habitantes. Cristiano, gracias al beneplácito de ese extraño hombre que guarda demasiados secretos, decide quedarse allí, disfrutando de placeres carnales, suspirando por el amor de la mujer a la que salvó y evitando a un peligroso heredero y su esbirro. Sin embargo, los depravados caprichos de los clientes que asisten al islote y la violencia ejercida contra los extraños son excesivos, y Cristiano decide huir de aquella orgía de bestias, sexo, muerte, traición y rencores, pero no será tan sencillo como él creía. Interesante argumento con algún giro inesperado que mantiene en vilo al lector; en lo personal, me choca un poco el contraste entre las páginas centradas de la trama principal y las referentes al cuento protagonizado por Pió Pió, personaje que también aparece como conciencia de Cristiano en los momentos cruciales. Las ilustraciones del interior que separan los capítulos son soberbias; en conjunto, esta novela gráfica de Abel Ippólito es una estupenda opción de lectura sobre el lado más instintivo del hombre, esto es, la bestia que duerme en nuestro interior. Ana Patricia Moya

El equipo de Groenlandia recomienda: “La Biblia”, de Yamaguchi \ Higuchi “Cielos radiantes”, de Jiro Taniguchi “Scott Pilgrim”, de Bryan Lee O´Malley “Crónicas del viento”, de Jiro Taniguchi “Ghost World, edición especial”, de Daniel Clowes “Pessoa & Cia”, de Laura Pérez Vernetti “Miguel: 15 años en la calle”, de Miguel Fuster “Fraternity”, de Canales \ Munuera “Antitipo”, de Ralf Köning “Mazinger Z”, versión de Gosaku Ota “La oruga”, de Suehiro Maruo “Aama”, de Frederik Peeters “El arte de volar”, de Altarriba \ Kim “Los cuentos de Tío Vázquez”, de Manuel Vázquez “Prisionero en Mauthausen”, de Cosnava \ Carbos 22 “Un adiós especial”, de Joyce Farmer


Londres (Virginia Woolf; Lumen, 2005). En 1931, Virginia Woolf escribe para la revista “Good Housekeeping” una serie de artículos en los que describe distintos aspectos de su ciudad, Londres. Como hábil observadora de su tiempo y con ese conocimiento excepcional del mundo que la rodea, propio de una lucidez extrema y una sensibilidad exquisita y poderosa, nos muestra una ciudad llena de vida, cuyos edificios, muelles, calles esconden miles de miradas y grandes historias. Esa ciudad que tan bien conoce, nos ofrece algo nuevo a cada paso, nos acoge y nos sorprende: “El rasgo más delicioso de Londres residía en que siempre proporcionaba algo nuevo que contemplar y de que hablar”. Así, en “Retrato de una londinense” nos narra la intensa actividad de la señora Crowe como parte del engranaje de esta urbe en constante movimiento y cambio; el arte de una conversación sencilla y apasionada junto a una chimenea encendida: “Así pues, para conocer Londres no tan sólo como bello espectáculo, mercado, tribunal y hervidero de industriosa actividad, sino como lugar donde la gente se conoce, habla, ríe, se casa, muere, pinta, escribe, actúa, gobierna y legisla, resultaba esencial conocer a la señora Crowe”. Con una prosa rítmica, como batida por las olas (ese constante balanceo tranquilo y sereno que nos acompaña durante todo el libro, como susurrándonos cada palabra desde ese río al que Virginia Woolf decidió descender un día) nos habla de las catedrales y abadías, la Cámara de los Comunes, de Oxford Street y su “oleaje”, o de las casas donde vivieron “grandes hombres” como Keats. De manera silenciosa, deambulamos por las calles de Londres, como si todo lo que ocurre en esta ciudad no pudiera describirse, sólo vivirse; escuchar, quizá, de cerca su murmullo, su ajetreo. El pasado aún está presente en este Londres industrial y ruidoso. De las praderas de entonces emergen hoy inmensas fábricas. Sólo una sensibilidad como la de esta mujer audaz y valiente hasta el final de sus días puede sentir bajo sus pies ese lugar extinto ya: “El encanto del Londres moderno consiste en que no ha sido construido para durar, ha sido construido para pasar”. El espíritu de esta ciudad cambiante nos dicta el sentido mismo de la vida: “Derribamos y construimos de nuevo tal y como esperamos ser

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derribados y ser de nuevo construidos. Este es un impulso que favorece la creación y la fertilidad. Se incita al descubrimiento y se pone la invención alerta”. Londres renace cada día. Cada amanecer nos regala una ciudad distinta. “Cada casa tiene su voz”, y Virginia Woolf pone voz a esas casas, a toda la ciudad… Se transforma en una especie de médium a través de la cual hablan las calles de Londres. Así describe la casa de Keats: “La voz de la casa es la voz de las hojas agitadas y el viento, de las ramas estremecidas en el jardín”. Utiliza también el humor y la ironía para acercarse, por ejemplo, a la severidad de la Cámara de los Comunes: “Uno puede mirar lo que quiera, y siempre dirá: desde luego”. Compara a los representantes de los Comunes con una “bandada de pájaros al posarse sobre una porción de tierra labrada”, unos hombres que parecen no estarse quietos nunca. Como mujer adelantada a su tiempo, advierte ya la impotencia del individuo frente a las grandes estructuras que gobiernan, deciden; los peligros del poder sin rostro, más eficaz, menos humano: “Las complejidades y elegancias de la personalidad son factores que obstaculizan la solución de problemas”. Afirma, predice: “Los días del poder personal de hombres individuales han pasado”. Esta obra, “Londres”, es una joya escrita por una gran mujer cuyas palabras nos acercan a una ciudad que conocía profundamente, como sólo se conoce algo que se ama: “Ahí yace Londres formando capas, formando estratos, ciudad erizada que exhala bocanadas de humo que siempre quedan enzarzadas en sus alturas”. Ana Vega El equipo de Groenlandia recomienda: “El lamento del perezoso”, de Sam Savage “El lobo estepario”, de Herman Hesse “Terciopelo en las alcantarillas”, de Antonio Torrejón “El bolígrafo de gel verde”, de Eloy Moreno “La fruta del tiempo”, de Óscar Sotillos “Formas del relámpago”, de Jordi Macarulla “Los subterráneos”, de Jack Kerouac 24 “Asco”, de José Ángel Barrueco


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Pepe Pereza Eva Márquez Ángel Muñoz Lucia Fraga Ana Vega Sergio Sánchez Taboada Enrique Fuentes-Guerra Esperanza García Guerrero Adolfo Marchena Ana Patricia Moya 26


(Logroño). Ex – actor, guionista, poeta, escritor y director. Sus relatos han aparecido en diversas revistas y fanzines como “Narrativas”, “Lafanzine”, “Al otro lado del Espejo”, “Agitadoras”, “Cruce de Caminos”, “Deshonoris Causa”, “En sentido figurado”, etc. Ha publicado los libros de relatos “Putas” (Groenlandia) y “Momentos Extraños”. Aparece en las antologías “Los rincones más oscuros: antología del miedo”, “Des-amor” (Groenlandia), “Beatitud: Visiones de la Beat Generation” (Ediciones Baladí), etc. Accésit del I Premio Andrés Salom en modalidad relato. En breve, publicará su tercer libro de relatos en Editorial Origami.

Llevaba cuatro años sin estar con una mujer. Casi mil quinientos días de pajas y soledad. Y todo ese tiempo esperando, suplicando por un poco de amor físico, por un coño que le acogiese y le diese calor… Con el tiempo descubrió que una barra de pan caliente era el sustituto ideal de una vagina. Quitándole el cuscurro y metiendo la polla entre la masa caliente vio más que satisfechos sus anhelos. Como en las vigilias religiosas, había cambiado la carne por la masa hecha de harina y agua y le iba bien. Todas las mañanas acudía temprano a la panadería del barrio y esperaba a que el pan saliese del horno.

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En cuanto entraba en el establecimiento y olía el pan cociéndose, irremediablemente erectaba. Con el tiempo, aprendió a distinguir el atractivo entre unas barras de pan y otras: había unas que por su forma le excitaban más y eran esas las que reclamaba al panadero. Siempre elegía las menos cocidas para que la corteza estuviese blanda y suave. Solía comprar un par de barras y con ellas debajo del brazo corría de vuelta a su agujero para hacerles el amor. Ese día regresaba de la panadería muy contento con la compra. De las dos barras que portaba, una de ellas le parecía especialmente seductora. Lo que la hacía tan deseable era que uno de los pliegues que se había formado en la corteza recordaba a una vagina abierta y lista para la penetración. Eso le excitó hasta el punto de que su erección resultó dolorosa. Su polla, prisionera en la bragueta del pantalón, estaba impaciente por hincarse en la suave y mullida masa. Caminó presto hacia su casa, deseando llegar para aliviarse de inmediato y librarse de la dolorosa erección. Entró en el portal y cuando se dirigía al ascensor, la portera del edificio se cruzó en su camino. - Acuérdese de que pasao mañana tenemos reunión – dijo la mujer mientras se quitaba los mocos con un pañuelo de papel mil veces usado. - ¿Reunión? - Sí, de vecinos. Para discutir el tema del arreglo de la fachada. - No tenía ni idea de que había que arreglar la fachada. - Claro, como usted nunca viene a las reuniones… - ¿Qué le pasa a la fachada? - Pues sólo hay que verla para darse cuenta de que necesita unos arreglos y una buena mano de pintura. - Ya… pero eso costará una buena cantidad de dinero. - Por eso tenemos la reunión, pá discutir los gastos.

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Blas notó que las barras de pan perdían temperatura. Era vital que se quitase a la portera del medio para acceder al ascensor. - ¿A qué hora es la reunión? - A las nueve de la noche. - Bien, pues allí nos veremos. - ¿Seguro que vendrá? - Claro, claro… - Usted siempre dice lo mismo y luego nunca aparece. - Le digo que esta vez asistiré. Estaba a punto de lograrlo; tan sólo estaba a un metro de la puerta del ascensor. Alargó el brazo para llegar cuanto antes con su dedo al botón de llamada, pero justo cuando la yema iba a tocar el interruptor, la portera le cogió del brazo obligándole a detenerse. - Perdone que insista, pero es que el señor Benítez, ya sabe, el presidente de la comunidad de vecinos, me ha dejado bien claro que quiere que se lo diga a todos los inquilinos. - Muy bien. Ya me lo ha dicho. Ahora, si no le importa, tengo prisa. Presionó el botón de llamada y el motor del ascensor emitió un sonido agudo, una especie de queja. Estaba cabreado con la portera. Por su culpa había perdido unos minutos preciosos y el pan se había enfriado más de lo deseado. Salió del ascensor con las llaves de casa preparadas, pero se encontró cara a cara con Benítez, el presidente de la comunidad de vecinos. Ambos vivían en la misma planta. - ¡Coño, vecino! A ti te quería yo ver.

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- Tengo prisa. - Cualquiera diría que vas a apagar un incendio. - Algo parecido. - ¿Qué? - ¿Qué querías? - No sé si sabrás que el viernes que viene tenemos reunión. - Me lo acaba de decir la portera. - Es importante que acudamos todos, incluso tú. - Acudiré, no te preocupes. Ahora, si no te importa… Su puerta ya estaba entreabierta e hizo mención de entrar. - Espera un momento. No querrás dejarme con la palabra en la boca. - Ya te he dicho que voy con prisa. - Es sólo un momento. - Dí lo que tengas que decir. - Nada, que no faltes. Tenemos que discutir muchos temas ya que esto no va a ser barato. Pero sé de buena mano que podemos optar a unas ayudas del ayuntamiento y además… - Ya lo hablaremos. Adiós. Entró en casa y cerró la puerta. En la cocina comprobó la temperatura del pan. - ¡Megaüenmiputaestampa! Estaba frío y la corteza se había endurecido. Y con el microondas estropeado, no había nada que hacer.

Pepe Pereza

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(Madrid, 1974). Poeta y narradora. Licenciada en Derecho. Ha publicado los poemarios “Cuando la lluvia no te alcanza”, “Retales de Estrógenos” (ambos editados por Bohodón Ediciones) y “Cosas que nunca te diré” (Groenlandia, 2010). Sus poemas aparecen en las antologías “Póker de Reinas”, “Poetrastros: por favor, tratad con cariño” (LVR Ediciones), “Talla G” (Lalunaesmía Editoras), entre otras. Sus textos han sido publicados en páginas webs, blogs, revistas digitales e impresas de España e Hispanoamérica; tiene su espacio en las Afinidades Electivas. Actualmente es colaboradora de Radio Utopia, en el espacio La autovía del verso. Mujer inquieta por excelencia, procura sacarle a la vida todo el jugo posible.

Cuando la lección que tu cuerpo y mente desean aprender no se encuentra en los libros, ni en los versos sangrantes de la experiencia, ni se haya oculta bajo la almohada... cuando los pasos que guían tu sentimiento unidireccional son la única razón irracional que bombea tu alma... no tienes más opción que saber morirte indignamente mientras te dejas llevar por el cauce de ese desconocimiento, tan conocido por los viejos pliegues de tu piel... 31


"No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente." VIRGINIA WOOLF

Ahora que sé cuánto te gustan mis letras, más por lo que no cuentan que por lo que cuentan: quisiera contarte mil cosas sobre mí … y ninguna a la vez. Quisiera saber doblarme en cuatro partes y guardarme en un cajón, (con llave) con la esperanza de ser rescatada por tu pensamiento cuando menos lo merezca, cuando las migajas de tu querencia se instalen en la ladera de mis pestañas. Y ahora, dime: ¿qué te están diciendo mis letras? 32


Otra vez, comienza un nuevo curso, y un nuevo auto-maltrato. Otra vez he dejado de comer, siempre preocupada por de más, mejor del vecino que de las huellas de mis pies. Otra vez le niego el saludo al espejo en cada nueva mañana, porque sus excusas me resultan demasiado recesivas. Otra vez presiento mi ausencia y se me acelera el asfalto con sólo mirarlo. Otra vez me ciega la prisa de la mujer inquieta que añoro ser, aun sabiendo que con ello me acerco un poco más que ayer a ocupar el puesto a dama de la muerte.

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Otra vez, en mi cama (la física) sólo me espera la pausa de una sombra que apenas calienta la sábana. Y esta vez, ni tan siquiera mi nuevo amigo Bala que ansía pacientemente mi vuelta a casa es capaz de erizarme el delirio; y eso, que mi nuevo amigo usa pilas recargables con efecto memoria.

El rumbo de tu carta de navegación podría no estar anexado al destino de las huellas de tus manos; podría, simplemente, estar indexado a otro tipo de sueño, a otro tipo de puente. Recuerda: lo importante, es cruzar el muelle.

Eva Márquez

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(Leganés, Madrid, 1977). Licenciado en Historia del Arte. Poeta, narrador, fotógrafo, editor. Ha publicado los libros “Ya no leo tebeos de Wonderwoman” (Groenlandia, 2009), “Como Ulises en una cacharrería” (Bohodón Ediciones, 2010) y “Amor Manual” (Talentura Editores, 2011). Su obra – poemas, relatos, fotografías – han aparecido en distintas publicaciones (revistas, fanzines, etc) digitales e impresas, así como en antologías literarias (“Heterogéneos”, “Al otro lado del Espejo \ Nadando contracorriente”, de Ediciones Escaletra, etc). Es editor de LaVidaRima Ediciones. Ha participado en distintos recitales y exposiciones. Trabaja como fotógrafo para editoriales.

Ni tú ni yo tenemos la llave maestra de las puertas que debemos atravesar en la dirección escogida. Y eso nos ha llevado, en ocasiones, a zarandear nuestros cimientos. Si pretendía garabatear mil veces tu nombre en el papel del váter, mandabas a tus hombrecillos rojos para que clavasen sus dientes en mi espalda, o usabas un ejército de alfileres

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cuando yo trataba de tabicar el camino con mis arrebatos de mala leche. Es más sencillo, tu pie al lado del mío, juntos. Verás como las puertas se abren solas.

Mezclados entre la multitud, que se agolpa en los parques, caminamos juntos simulando ser una pareja más. Sé que los obstáculos, tras saber de la traición y lo poco que nos soportamos, los he situado con acierto. Tu tórax y el mío no son idiotas. Defenderme de ti con cualquier argucia,

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es un acto impulsivo para tapar las goteras de esta nuestra mierda que se derrama.

Me pasó una servilleta húmeda con su número de teléfono, sin el propósito de trazar surcos, sobre su piel, en las sábanas de algún cuarto. El pecho aún le olía a derrota, a colonia cara de hombre, y cicatrizaba a base de gintonic con limón. Y ese, amigo mío, era el primer escollo a sortear si quería convencerla de la candidez de mis manos. 37


Parecía no sentirse rechazado, y eso, dadas las circunstancias, no le incomodaba. Gorriones, hojas de árboles mecidas por la brisa, la misma que pretendía refrescarle el rostro, el tacto del césped en la nuca. Iba sumiéndose, poco a poco, en un sopor que de leve pasó a ser profundo, sabiendo que esa noche volvería a tener bronca con Irina. Llegaría tarde a la cena, por su segundo aniversario, le criticaría su falta de aseo, sobretodo en la barba, y lo más duro sería reconocer su incapacidad para comprometerse al cien por cien. *** Lenin era muy novato en la tarea. No en vano llevaba currando en el tema de aislamiento de terrazas apenas dos meses. Eso sí, era avispado y como ayudante no tenía precio.

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La cosa estaba jodida. Con la puta crisis, muy pocos querían colocar mamparas de aluminio en sus balcones, y los pocos que apostaban por ellos dos, lo hacían previa recomendación. Sus clientes actuales, una pareja de ancianos, los habían contratado para que la doble capa de aluminio les protegiese del duro invierno que se avecinaba y amenazaba, sin miramientos, sus frágiles huesos. Los remates. Eso les quedaba. Sellar con silicona la parte superior por fuera y listos para cobrar. Él estaba agotado y le pidió a Lenin que se encargase del tema. Lo sujetó, perfectamente, con una soga a la cintura y el otro extremo lo asió con fuerza. Era inexperto el colombiano, pero ágil como un mono. Por dos veces lo intentó, de pie, sobre la barandilla, como un funambulista sin red. Y en ambas ocasiones le resbalaron sendas extremidades. Se desesperó. Tenían que apuntalar dos ventanas, otro trabajo pendiente, en el extremo opuesto de Madrid. Y ya iban tarde. El abuelete, el dueño de la casa, desde el salón, tras la portada de cristal que daba a la terraza, contemplaba la escena.

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Lo haría él. Soltó la cuerda y así ayudar a Lenin a bajar cuando éste perdió el equilibrio. El bote de silicona, con pistola incluida, salió volando. No les quedaba otro y a esas horas las ferreterías estaban cerradas. En un acto reflejo, y asomando más de medio cuerpo por la barandilla, trató de agarrarlo, mientras Lenin recobraba el equilibrio, colándose, de un salto dentro de la terraza. Los gorriones del césped volaron presa del pánico. La pistola de silicona quedó prendida en las ramas de un castaño. El impacto, desde el segundo, fue de órdago. Ambulancias, policías, el móvil que no cesa con el número de Irina en la pantalla, sangre y un enfermero tranquilizándole, informándole de la poca gravedad del asunto, teniendo en cuenta lo que podía haber acarreado. *** No se sintió rechazado por la ciudad, por el césped del jardín, al que empapaba con su sangre, y sonreía por su suerte, por la bronca de Irina, sin saber que Lenin discutía, más arriba, con el jodido abuelete, el cual quería descontar del presupuesto las dos macetas, hechas añicos que él, Igor, arrastró en su caída.

Ángel Muñoz Rodríguez

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(A Coruña, 1979). Traductora y asesora lingüística. Actualmente, estudia psicología. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidade da Coruña. Especialista en el área de Teoría de la Literatura; posee diploma de Estudios Avanzados y un curso de especialización en Teatro, Cine y Audiovisuales. Ha elaborado diversos trabajos sobre escritores de lengua gallega y cine. Coeditora del proyecto de investigación poética “Cien Años de Poesía”. Ha residido en Alemania, donde impartió clases de literatura contemporánea y literatura aurisecular. Miembro fundador del grupo poético Los Vándalos, y de su revista “Méster de Vandalía”. Sus textos han aparecido en diversas publicaciones: “Coolcultural Galicia, “La Bella Varsovia”, “Piedra de Molino”, “Al otro lado del espejo”, etc. Ha participado en antologías poéticas. Ha publicado el poemario “Nostalgia del acero” (La Fragua de Metáforas).

Yo no me he inventado esa frase, pero la repito a menudo. Quizá, no sepa que la felicidad viene en pequeñas cápsulas de alegría. Esa misma alegría con la que te quedas cinco minutos más en la cama por la mañana. Vivir, morir… todo es una cadena. Seguro que después no hay nada, pero prefiero autoengañarme con esa idea de un dios acogedor. 41


Tengo el espíritu cansado y pocas ganas de caminar. Pero yo he inventado para ti un lugar que da al corazón reposo. Ni Dios te lo ha de quitar, te doy mi palabra. Hasta siempre.

Cuando yo era una niña, hace tanto, tanto tiempo, aquellas viejas luces de bombillas enormes encendían la vida de la Calle Real y una íntima emoción en mi inocencia. Las luces se han vuelto demasiado sofisticadas. Han pisado las bombillas de mi infancia y, como al hombre de hojalata, me han colocado un reloj por corazón. Puede que cambien las viejas luces, puede que nosotros también cambiemos, pero volvamos a ser niños que miren y no se asusten, cambie lo que cambie, en este mundo absurdo. 42


Dicen que el miedo es libre, aunque en sus manos sufras una condena. El tiempo sólo pasa para el viejo reloj del pasillo que con cada sonido de campana te hiela un poco más, sueñes o tan sólo pienses. Se instala en tus huesos un gusano repugnante que construye verjas y barrotes de tu propia sangre. Todas las salidas están cerradas;

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ni un sólo semáforo en verde; se acabaron las plazas vacantes. El zumbido en las orejas, los ojos cerrados, miles de latidos te golpean las sienes. Caminas a oscuras con el abismo bajo los pies. Estás solo: no, el miedo te acompaña.

Lucia Fraga

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(Oviedo, Asturias, 1977). Escritora, crítica literaria. Miembro de la Asociación de Escritores de Asturias. Ha colaborado en diversas revistas literarias. Autora de los libros “El cuaderno griego”, “Realidad Paralela” y “Breve Testimonio de una mirada”. Obtuvo el accésit del XXVI Premio Nacional de Poesía Hernán Esquío (2008). Posee varias obras inéditas (de poesía y relatos). Ha participado en recitales y en distintas antologías (la última, editada por Bartebly, “La manera de recogerse el pelo: Generación Blogguer”). Ha sido traducida al inglés. Actualmente, organiza eventos culturales y coordina talleres literarios. Recientemente, ha publicado otro poemario, “La edad de los Lagartos” (Editorial Origami, 2011) y, en breve, aparecerá su segunda obra en versión digital, “Herrumbre”. Merecedora del Premio de las Letras Asturianas (2011).

Me he vuelto loca de ver tan claro... No hay nada a mí alrededor. Nada. Nunca lo ha habido. Sombras. Cuatro paredes, doscientas baldosas, dos ojos, una boca, labios sin nada, números que no sirven ni sonríen que dejan demasiado espacio. Espacio, por todas partes, a bocajarro, frío, hueco,

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como un aliento que te inunda. Desconocido. No querer ver más. Herida. Rota. La lucidez ciega. Quema por dentro. Oscuridad en las entrañas mismas de la casa. Gritar sin voz. La ausencia del gesto. La nada. La soledad es algo imposible. Te mata. Sin más. Acaba devorando toda tu humanidad. El no muerto continúa. Camina. Pierde el paso. Se detiene. Se busca. Teme encontrarse. Me he pasado el invierno aullando entre los vivos y ahora veo que están más muertos que yo. Vetusta es una ciudad de cobardes. Están por todas partes, lo inundan todo, lo vacían todo. No hay un sólo hombre en esta ciudad. Aquí la gente tiene el corazón enredado en vísceras. La obscenidad de esa indiferencia suya, brutal hacia el herido. Oviedo es una llaga infecta. No hay un sólo hombre en toda la ciudad.

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La crueldad resulta fácil. Y esa misma facilidad es la que me repugna tanto. Una gata enjaulada volviéndose loca... Voluntad última: No quiero a ningún cobarde a mi lado, cuando haya dejado, al fin, de respirar. Los que no están ahora que no estén después. Sin flores. Que no haya nadie. Que se mantengan posiciones también, las mismas, tras la desaparición de la perra, gata, no muerto, dolor, tan sólo eso.

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La araña permanecía inmóvil. Era una araña grande, de ésas que tienen patas gruesas y cuerpo desmesurado para sus extremidades de simple arácnido. Estaba justo en el ángulo que formaba el armario con los azulejos de la cocina. La araña había tejido laboriosamente su hogar, el cual ascendía hasta el techo. Ella untaba el pan con la mermelada de fresa y miraba hacia arriba. La araña seguía quieta. Miraba las tostadas y el café y pensaba que tal vez la araña se desprendería de un momento a otro de los finos hilos que la sujetaban en el aire para aterrizar lentamente en su plato o hundirse en su café. Siguió desayunando. Eran casi las ocho. Hacía frío en la cocina. Debía darse prisa, no podía llegar tarde de nuevo a la oficina. Tras el último bocado miró al techo: la araña seguía allí. Al día siguiente se levantó más temprano. Eran casi las siete. Colocó las tostadas en la mesa y el café junto al plato. Se sentó y abrió el frasco de mermelada. Miró al techo. La araña seguía inmóvil, el mismo lugar, la misma quietud aterradora. Estaba en el sitio exacto en el que ayer la había dejado, pero a su alrededor había tejido una

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extensión ilimitada de laberínticos nudos en el aire, perfectamente hilvanados entre sí. La araña había invadido todo el techo. Ella terminó el desayuno y se fue a la oficina. A la mañana siguiente un ruido extraño la despertó. Aún no había amanecido. Encendió la luz e instintivamente se dirigió a la cocina. Junto a la puerta, su mano intentó alcanzar el interruptor, dio un paso al frente pero algo la atrapó en sus redes. Una especie de tejido viscoso le rodeaba el cuerpo. Al fin, tras muchos manotazos consiguió encender la luz. La araña estaba frente a ella. La mujer permaneció inmóvil, la araña avanzó deprisa.

Una mujer apaleada es una mujer peligrosa, dijo Sam. Como todas, contestó el camarero con una sonrisa medio torcida. Sam bebía tequila, uno tras otro; masticaba la corteza del limón seco que quedaba, una manera como otra cualquiera de avivar la herida, de rebelarse. El camarero seguía con el mismo vaso en la mano, no

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conseguía quitar una diminuta mancha de barra de labios que se resistía al agua, al jabón, y a sus manos expertas tras años detrás de la barra. Qué estúpida, susurró Sam, y pidió otro tequila. Cuando el camarero se acercó, él le agarró el brazo con fuerza y mirándole a los ojos, le dijo: esa rubia no volverá a engañarme. El camarero no soltó el vaso, cuando le dejó libre fue a buscar su décimo tequila. Le dejó la botella al lado y siguió limpiando el vaso. Sam le llamó. Cuando se acercó, vio como los ojos de Sam estaban enrojecidos, coléricos. Sam le agarró la cabeza con ambas manos, como en una extraña plegaria o súplica. Le empujó hacia atrás. El vaso calló al suelo, brillante, sin marca alguna ya. Sam dijo: las mujeres apaleadas son peligrosas. Se levantó y se dirigió a la puerta. Entonces el camarero pudo ver cómo al alejarse su pierna izquierda dejaba un rastro de sangre.

Ana Vega

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(Avilés, 1974). Desde niño se recuerda escribiendo. Quizás escriba por la frustración de no poder cantar o tocar algún instrumento. En la poesía tiene su desahogo, le ayuda a estructurar el pensamiento de la mente. Sus versos tienen clara influencia musical y contienen mensajes de clara denuncia social. Comparte un blog con el ilustrador César Nevado Linos y ha autoeditado el poemario “Y la vida”. Comparte espectáculos poético-musicales con el D.J Antistailo, donde mezcla la poesía con estilos musicales tan dispares con el Ska, Reggae, Drum and Bass, Punk, etc. Entusiasta organizador de eventos culturales, gran defensor de cualquier expresión cultural alejada de dinámicas mercantilistas. Su segundo poemario, publicado digitalmente por Groenlandia, es “Ana y la incertidumbre”.

no merece congelar - ni un nanosegundo - el fuego de / tu mirada. La primavera también florece entre las ruinas de la rutina. (aunque estés sometida, mujer, al peso de sus escombros; aunque estés sometido, hombre, a ser martillo de la costumbre). 51 51


A Ana No son los corazones los que suenan, los corazones no laten juntos; son nuestras palabras al ritmo taquicárdico de la risa (que libera momentos). Eso sí que es querernos; también lo otro. (y lo demás).

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No había otra manera de hacer las cosas. Las que fueran. Dónde fueran. Fuera lo que fuera. Fuera de casa o de fuera. Parecía una de esas canciones que todos los veranos nos van comiendo la moral hasta poseernos de tal desgracia que algún alegre amanecer nos sorprende tarareándola. Tenía que caminar sentarme estudiar hablar opinar pensar callar acostarme levantarme estornudar toser jugar, preguntar responder respirar y un montón de cosas más con el soniquete de aquel estribillo bien presente. Aunque sólo me reportase el beneficio de no tener que escuchar aquella voz omnipresente entonando la canción de la primavera verano otoño invierno y de las estaciones que estuvieran por llegar. Y mis dudas sobre la validez la veracidad de esas tres palabras – a las que no terminaba de encontrar más sentido que la represión; ocultamiento de la multiplicidad compleja que empezaba a intuir, que luchaba por expandirse más allá de algún rincón aún inexplorado – se asfixiaban ante el pavor que sentía por la posibilidad de que en cualquier momento al abrir la puerta de la casa la voz desentonase una vez más la canción de las cuatro estaciones. Aún peor sería sorprenderme a mí mismo perpetuándola en las estaciones por venir. Como dios manda.

Sergio Sánchez Taboada

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(Córdoba, 1958). Escritor y poeta. Ha publicado los libros de poesía “Lo que arde (el sueño del herido)” y “El laberinto sentimental”. Sus poemas han aparecido en distintas publicaciones, páginas Webs y blogs.

¿Quieren bajar a las cloacas? ¿Quieren desayunar con panteras? ¿Quieren saber de que está compuesta el alma de / los hombres? Bien, pues prepárate a saber algo, que tal vez, nunca / debiste saber. Los deseos marcarán tu rumbo. No existe la pureza, ni en la bondad ni en la maldad. Todos tenemos apetitos, pretensiones, codicias… esperanzas. Provocando o tapando terrores sometiéndose al dulce purgatorio de nuestra conciencia. Porque sólo se trata de eso, de la cantidad de estiércol / que podamos asimilar antes de que se nos note en la cara. Porque los sentimientos no influyen especialmente

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sino la manipulación de estos para aumentar nuestro ego porque es más importante lo que pareces que lo que / realmente eres Sumergiéndote en neblinas narcóticas empapándote por dentro y por fuera recorriendo épocas que no apetece recordar comulgando, fumando y bebiendo whisky barato y anfetas y manipulando papel albal. Vislumbrando paraísos a través de puertas levemente / entrecerradas aullando a veces, llorando de gozo otras que fueron absorbidos por una vorágine de triunfadores entre caricias de amores preconcebidos y besos capaces de arruinarte. Clavándose alfileres en los ojos y renegando de lo más sagrado de nuestro espíritu y tragando, y tragando... y tragando, eliminando franquezas por sórdidos sueños de apetitos / anhelados que poco a poco lo van socavando creando dramas suicidas sobre núbiles presencias. Yendo y viniendo de Babilonia desde Sodoma a Gomorra

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con la cabeza tapada con sombreros de ala ancha subiendo las escaleras del pecado sobrante que huyen de luces y bombas de neón mientras ríen sobre alfombras sangrientas. Y sus almas atormentadas forzando deseos físicos estremeciéndose hasta el amanecer en sórdidos billares con olor a orina bajos el suave crepúsculo de sus propias delicadezas. Y eran arrastrados al mas allá fuera de prejuicios y conveniencias entre síncopes de semen incontrolado tapando con gafas oscuras la trampa del miedo. Y corrieron desbocados queriendo abrazar la justicia, su justicia siendo engullidos sin saber siquiera la razón y lloraban acurrucados implorando su verdad. Y cada uno con su autenticidad agarrada bajo el brazo aferrándose a yugos encarnados buscando genitales apropiados a sus mentes sólo esperando la muerte de sus cuerpos desnudos. Pero esta guerra siempre será eterna, siempre sera para intolerantes e iluminados y no podremos hacer nada para cambiarlo. Pero, de ello, sólo debe avergonzarse aquel que haya pensado mal. 56


(A Rosa) Las mujeres son la fuerza del mundo cubriéndonos con su brillo: nosotros sólo somos sus esclavos. ¡Nena! Dimes que piensas de mí. Seguro que conoces mi futuro. Después comienza a trabajar en tu tierra prometida. Te suplicaré una entrada. Todo está siempre correcto contigo. Las mujeres son el perfume de la compasión. La luna está desnuda. El viento te canta. …No dictes ahora mi sentencia. ¿Qué quieres, un amante? ¿Qué clase de amor deseas? Sabes que cambio rápido. Si deseas mensajes me convertiré en paloma. Perdí el guardián de mi corazón en los gozos de tu alma. Pasaré la noche contigo en la casa de campo y te seduciré bajo el castaño de indias. Las mujeres son las reinas de la luz. Y yo cuelgo de una espina como un juguete vudú

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…Ardiendo en las fiebres hermosas de Rimbaud. Y haré lo que se haya de hacer. Tus besos rotos me enseñaron el camino. ¡Oh, nena! Mi orden sólo está cerca de tu estrella. El viento hace un coro con tu voz. Estoy muerto, excepto en tu compañía y los niños de tu vientre. …Estás enamorada de un fantasma.

Enrique Fuentes-Guerra

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(Sevilla). Forma parte del proyecto Fahrenheit 451 (Las Personas Libro). Sus poemas aparecen en diversas antologías: “Poemas para un minuto” (Editorial Hipálage, 2007), “Girapoemas” (2009). Ha participado en diversas revistas y algunas páginas Web de Literatura. Ha formado parte del ciclo “Versos Sumados”, dentro del Festival Cosmopoética (Córdoba, 2009).

Se trataba de una mujer corriente, con una familia corriente, viviendo en una casa corriente. Con ello quiero decir que Manuela, mi vecina, no era alta ni baja, ni gorda ni delgada, ni rubia ni morena, ni simpática ni antipática. Los hijos y marido parecían seguir el modelo materno, e incluso el domicilio había adquirido con los años un aire tan cotidiano que a veces pasabas junto a la verja y no eras consciente de su presencia. Todo en ella y en el entorno estaba marcado por los cánones más moderados de la sociedad, pero, sin embargo, desde hacía algún tiempo, su mirada poseía una luz diferente; si me la cruzaba y en el saludo le observaba los ojos con detenimiento, podía descubrir que tras ellos se ocultaba a una incipiente rebeldía. Al regreso de mis vacaciones veraniegas, quedé asombrada al contemplar como Manuela había plantado en el jardín una innumerable variedad de flores y la fachada del domicilio había perdido su clásico color ocre; ahora en su lugar resaltaba un intenso bermellón. El mismo día que llegué, el marido llamó a mi puerta preso de un ataque de ansiedad, estaba preocupadísimo por el cambio de actitud de la esposa, no podía soportar más la presión y buscaba consejo para detener el inexplicable giro. 59 59


Me contó que su mujer había dejado de ir al gimnasio, ahora caminaba por el parque, y cuando consideraba oportuno, se tumbaba descalza sobre el césped. Las bebidas ya no las tomaba light, prefería cerveza con alcohol. El largo de sus faldas había perdido la medida habitual, unas veces eran vertiginosamente cortos y otras rozaban el suelo. También había decidido dejar abierta la jaula a Kiki, el jilguero que le había regalado en el último cumpleaños; según ella era él quien debía decidir si permanecer en su interior o lanzarse a la aventura de la libertad. Pero, de todo aquello, lo que más le preocupaba a él era la lectura de los nuevos libros, la mayoría de ellos pertenecían a unos autores con unos nombres dificilísimos de recordar, a veces se quedaba hasta la madrugada sumergida entre sus páginas, y entonces era él quien tenía que preparar el desayuno e incluso el almuerzo… algo impensable hace unos meses. Viendo la desesperación del pobre hombre, accedí a hablar con ella e intentarla convencer del error de su comportamiento. Cuando llegamos, nos recibió con unos efusivos abrazos; su rostro refleja una contagiosa felicidad, en la casa había un agradable olor a lavanda y en el equipo de música se podía oír Claro de Luna de Beethoven. A continuación, hizo que la acompañásemos a la azotea, se subió sobre el pretil de la barandilla, extendió ambos brazos y antes de que pudiéramos impedirlo, nos mostró el origen de su alegría: ¡Manuela había descubierto el secreto para poder VOLAR!

Esperanza García Guerrero 60


(Vitoria, 1967). Codirige la revista “Amilamia”, junto a José Luis Pasarín Aristi con quien publica, en 1992, el libro de poesía “Cartapacios de Lucerna” (Ediciones Libertarias / Prodhufi). Ha publicado en revistas literarias impresas y digitales, como “Cuadernos del matemático”, “Río Arga”, “Turia”, “Los cuadernos del Sornabique”, “Letralia”, “Océano”, “Haritza”, “El cuervo”, etc. Ha publicado el libro de poesía “Proteo; el yo posible”. Sus poemas han sido traducidos al alemán, francés, euskera y árabe. Ha publicado dos libros digitales: “La reconstrucción de la memoria” (Groenlandia, 2008) y “Planta de neurocirugía” (Ediciones Electrónicas Remolinos). Es autor, junto con Luis Amézaga, del poemario “La mitad de los Cristales” (Bubok, 2010). En breve, publicará el libro escrito a cuatro manos “Poemas fundidos”, en formato digital.

acoge logaritmos todo en detrimento del ritmo de una partitura ajena a las voluntades más fuerte la percusión agudiza como hembra los sentidos como macho atrapado por la herida. Atravesamos el polvo la blanca especie de motas tan inservibles como el verbo el primer contacto con el suelo lunar la primera resaca del borracho la resumida esfera del esquizofrénico. (O el temor a la nada 61


lo desconocido).

retuerces la cadencia de la respiraci贸n para contener el aliento imperfecto, la inmadura consecuencia del asesinato mudo. Fue en un tiempo de alianzas cuando el conserje te dejaba las cartas bajo la puer-

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ta. La bajada de tensi贸n electricidad que transita por las estaciones de la noche. Y el punto final en la nota afuera la nota del pentagrama la nota de los labios el hombre que se derrite como el polo y calienta sus ideas en la globalizaci贸n de sus circunstancias.

Adolfo Marchena

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(Córdoba, 1982). Licenciada en Humanidades. Directora \ editora \ coordinadora de Groenlandia. Autora de “Bocaditos de Realidad” (poesía, Groenlandia, 2008) y “Cuentos de la Carne” (relatos, Groenlandia, 2010). Sus textos – poemas y relatos – han aparecido en distintas publicaciones literarias (revistas, fanzines, plaquettes, etc), digitales e impresas, de España e Hispanoamérica, así como en blogs, páginas Web y antologías (“Poetrastros”, LaVidaRima Editores, “Nocturnos”, Editorial Origami, “Heterogéneos”, Editorial Escaletra, “Cinco poetas andaluces en Guerrero”, La Tarántula Dormida, etc). Sus poemas han sido traducidos a seis idiomas. Próximamente publicará su segunda obra poética, “Material de Desecho”, así como la segunda edición impresa de “Bocaditos de Realidad”. Ha concluido su quinto poemario, “Hambre”. Sigue siendo una entrañable misántropa, huraña y ermitaña.

Tengo casi treinta años. Pero no soy joven. La juventud es una excusa del marketing, caducamos tempranamente en esta sociedad que fabrica en institutos a futuros parados, a carne fresca con cráneo hueco para un mercado vulgar de ignorantes payasos y princesas de plástico; pocos mercenarios que desde los diecisiete combaten en su frente, en un infierno de apuntes, libros, becas, prácticas, trabajos basura, doctorados, tesis, oposiciones. Cruzas la barrera y te conviertes en un deprimente juguete que, aunque funciona, te colocan

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sobre el código de barras la pegatina de “roto” o “incapacitado” - en letras rojas y gruesas y, con prisas por sustituir, te inhabilitan para un contrato, para un proyecto de vida, para un sueño, para ser feliz, para ser persona. Tengo casi treinta años y no tengo nada. Sólo aspiro a mantener mi dignidad resquebrajada.

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El pequeño Ramón apuró con trocitos de pan la poca salsa que quedaba en su plato, se los llevaba a la boca con ansía, chupaba sus dedos con avidez: la carne estaba deliciosa. Doña Rosa quedó satisfecha, pero su hijo seguía teniendo hambre: preguntó si podía repetir un poco más y se entristeció cuando la madre enseñó la olla vacía. La señora felicitó al que guisó el suculento almuerzo, a Gustavo, su marido; éste, desde el sillón de la salita, observaba a su familia, en silencio: por suerte, otro día más habían podido probar bocado. Sin embargo, no había querido acompañar a su esposa y al niño por falta de apetito. Después de recoger la cocina y acostar al chiquillo en su camita, Doña Rosa, que era consciente de la depresión que arrastraba el buenazo de su esposo desde que se quedó en el paro, se acercó a él, y muy cariñosa, le besó en la frente; entre lágrimas, le dio las gracias por ocuparse de la casa mientras ella buscaba curro y por traer siempre algo para alimentarse; se mostró orgullosa de Gustavo, que cumplía su papel como padre a la perfección. Éste, muy serio, se dejó llevar por las carantoñas de su mujer, pero su cabeza estaba en otro lado. Se sentía decaído, inútil, impotente: llevaba dos años parado, sólo podía ayudar a su mujer haciendo tareas domésticas, y lo peor, que ya se había agotado, desde hacia meses, el subsidio de desempleo. Doña Rosa, más optimista, le intentó animar, y le repitió que son unos afortunados que, gracias a eventuales chapuzas, podían llenar el estómago todos los días. El pobre hombre, que no quería agobiarse más con el tema, se escapó de los brazos de su mujer, sacó del frigorífico una cerveza y se sentó en una destartalada silla, muy pensativo. Su mujer desistió de los intentos de buena voluntad; le comunicó que aquella tarde tenía que visitar a los

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abuelos enfermos y así, decidió retirarse a dormir la siesta en la habitación de matrimonio, dejando al derrotado solo con sus pensamientos. Transcurrieron las horas: Gustavo terminó de limpiar el resto de la cocina y la salita; arrojó la lata al cubo, cogió la bufanda y el abrigo del perchero y se preparó para recoger la cena de aquella noche. Salió del portal con pasos firmes y decididos, y marchó hacía las afueras de la ciudad. Después de una larga caminata, llegó a un muro pintorreado de horribles graffitis. Empezó a buscar algo entre los cubos de basura: una bolsa de cuero negra. En su interior, piedras, trapos, distintos tipos de cuchillos de carnicería: metió en sus bolsillos los pedruscos más grandes, y en el cinturón, un puñal afilado. Luego, se perdió entre las estrechas callejuelas, atento a todos los sonidos. Al rato atisbó, entre las sombras, a un gato despistado, aprovechando las sobras de un restaurante; ocultándose entre los contenedores, Gustavo apretó los dientes, empuñó el mango dispuesto a matar, a luchar por su familia. En un movimiento ágil, el hombre agarró al desgraciado felino: la sangre y las lágrimas, la rabia y la desesperación, se descargó con la victima, cuyos desagradables alaridos hacían eco sordo en los callejones; y él, gritó a pleno pulmón, se cagó en el puto país, en la puta crisis, en los putos políticos, en el puto paro, en esa pandilla de cabrones que le habían explotado, que le habían rechazado porque era demasiado viejo para trabajar o porque no tenía curriculum. Todo por la puta subsistencia. Todo por Rosa y por Ramón, sus amados esposa e hijo, que llevaban meses devorando carne de animales callejeros sin saberlo y que él mismo cocinaba con asco y amor.

Ana Patricia Moya

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Julio Rivera Marce Jimena Eva María Medina Francisco Priegue David García Rubén Casado Murcia Ricardo Bórnez Bernardino Contreras Isabel Tejada Carlos Buj Gustavo M. Galliano Diana Moreno Omar Elvir 68


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(Santiago de Chile, 1985). Escritor y periodista, con estudios de Gestión Cultural en la Universidad de Chile y Guión de cortometraje y largometraje. Ha obtenido el primer premio del Certamen de Cuentos VitaJoven, finalista de la IV Edición del Premio Biblioteca Fimba de narrativa Breve (Brasil) y ganador del concurso de cuentos Bicicultura (Chile). Pertenece a la comunidad virtual Letras Kiltras. Sus relatos han aparecido en publicaciones tales como “Cinosargo” y “Río Negro”. Actualmente, trabaja en su primer libro de cuentos.

Había quedado pasmada en su asiento esperando que volviera. Sobre la mesita, humeaban agonizantes dos cafés. Fernanda estaba detrás de uno y, frente a ella, el de Daniel, quedó abandonado, luego que rompiera con ella una hora atrás. El mesero preguntó unas cuántas veces si retiraba la taza, pero ella se negó. Pensaba ilusoriamente que vería a Daniel, a través de la vitrina con un ramo de flores en su mano, arrepentido por su drástica y repentina decisión. De vez en cuando, se limpiaba su boca con las mismas servilletas que absorbieron sus lágrimas, su pena, su dolor. Continuaba – masoquistamente– bebiendo el café que fue testigo de la ruptura. Sentía un inmenso escalofrío cuando evocaba mentalmente la apuñalada en forma de ya no te quiero. A su alrededor, algunos clientes curiosos, desviaban su mirada hacia la mesa de Fernanda tratando de comprender cómo tanta belleza era

desmaquillada por una tristeza disimulada. Con una hora y cuarto

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de sumisión a la ruptura, Fernanda encendió el cigarrillo 17. Los desperdicios del papelillo que se transformaban en ceniza – pensó – era como el amor que Daniel desechó. Se acordó del computador a un costado suyo. Acostumbrada a redactar su vida en los sitios sociales, publicó su quiebre con Daniel generando comentarios de rechazo de sus seguidores hacia el hombre traidor. Luego, disconforme con sus excusas para el quiebre, se dirigió a la dirección donde se habían conocido hace tres años. No tocó la puerta ni el timbre. No era necesario en la Web. Cuando ingresó al salón de mayores de 30 todos hablaban despreocupados. Entonces, compartiendo una taza de café y admirando unas hermosas rosas virtuales – que simbolizan casi lo mismo como si fueran reales – Daniel besaba a una desconocida. Él la abrazaba y, en un privado, le sacaba la ropa mientras ella, sensual, se acomodaba sobre la cama. Fuera de esta escena, en el interior de la cafetería, Fernanda cerró su computador y sacudió ambas tazas contra esa cruel realidad.

Julio Rivera

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(Barcelona, 1980). Poeta. Licenciada en Historia del Arte. Autodidacta. Colabora con la asociación de su pueblo natal Retalls d´art y con la Asociación Cultural Anceo. Activa miembro de varios grupos de poesía virtuales, y gestora de un blog personal donde expone parte de sus poemas y sus reflexiones. Tiene obras poéticas inéditas.

Que te quede claro: mi corazón no se sirve a modo de carpaccio para que cuando antoje lo pinches con el tenedor. No vale sazonarlo de vez en cuando por mucho que nos guste cualquier queso, ni la cebolleta ni el aliño de aceite hierbas y pimienta 72


puede hacerme mรกs gustoso el bocado y el limรณn acaba de agrietarme aunque me adobes. Que te quede claro: mi corazรณn no se sirve a modo de carpaccio, en finas lรกminas de un รณrgano agotado, cortado con el filo de tu lengua cuchillo y embustera.

Marce Jimena

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(Madrid, 1971). Licenciada en Filología Inglesa y Diplomada en Profesorado de Educación General Básica por la Complutense de Madrid. Premiada en el I Certamen Literario Ciudad Galdós y seleccionada en el V Premio Orola gracias a sus relatos. Ha colaborado con distintas publicaciones literarias digitales, como en la Revista Cultural “Agitadoras”.

Miro un escaparate. Los objetos parecen desnudarse, darme su verdadero rostro. Las fotografías enmarcadas, puñales de acero oxidado, que han esperado tanto para saborear el interior de un cuerpo; atravesar piel, venas, órganos cerrados, vísceras tan bien hechas. Cierro los ojos, para no ver los objetos transformándose, ni sentir mis órganos intentando respirar bajo la mirada de esa hoja cierta. Huyo de la tienda. Ahora son los objetos de la calle los que mudan, atenazándome. Se difuminan, mezclándose unos con otros, cambiando de forma. La farola se une a la pared, la pared al suelo, el suelo al muro. El suelo se pega a mis zapatos, parece chicle. Tiro y tiro para despegarlo de mis suelas, pero no puedo. Y me doy cuenta de que las paredes de la calle van entrando por los dedos de mis manos. Después el pelo, que se pega al muro como si este fuera cepillo que arrastrase la electricidad estática. Y no puedo hacer nada. Nada para evitarlo. El cemento tira de mí y me dejo llevar. Ahora la pared se acerca al suelo, presiona; pared, suelo, pared, suelo, presionan fuerte, aplastándome.

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Era una gota rápida, prematura. El ritmo, sofocado. Gota enfurecida que, tomando el papel de líder, se quejaba por la fugacidad de su vida. Pensé que si hubiera sido gota pausada, de ritmo lento, nadie la habría escuchado. Sin embargo, nadie parecía hacerle caso, nadie se acercaba allí y cerraba el grifo, aunque eso significase acabar con ella. Sólo yo había captado algo, al menos la había escuchado. Aunque no me acercase al grifo, vivía con intensidad el desarrollo de esa gota. Hubo un momento de exterminio. Luego, el espacio se ensanchó, para que no olvidase que ella seguía allí esperándome, cansada de repetirse, una y otra vez. 75


Me dormía. Los pensamientos flotando en una materia extraña, algo pegajosa, que iba cerrando posibles salidas a nuevas ideas. Entonces la madera de los muebles se estira, se oye la carcoma, el cemento entre baldosas se dilata, las cucarachas salen de los desagües, aplastan su cuerpo, metiéndose por debajo de las puertas. La televisión, que parece dormir, hace el ruido del descanso, respirando lo trabajado. Algún papel se abre, desperezándose. Las bombillas se liberan del calor acumulado. Y una gota cayendo, el grifo mal cerrado de la cocina, se une a otra del lavabo. El ruido metálico del fregadero, junto con una caída más suave, algo más acuosa. Cerámica del lavabo, acero de la pila, cerámica lavabo, acero pila. Me levanto. Cierro grifos. Al acostarme, los ruidos cesan, hasta que ese papel que parecía desperezarse ahora cruje, liberándose de esa forma que le he dado.

Eva María Medina

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(Avilés, 1991). Se está formando en horticultura y silvicultura preventiva. Presentador de un programa quincenal sobre música libre y poesía en una radio online. Sus poemas aparecen en antologías y revistas de diversa índole, como “La Revista del Bollo”. Autor de la plaquette “Llegar tarde es una rutina”. Participa de vez en cuando en actividades literarias y culturales, como en el II Festival de Andar por Casa. Melómano empedernido y fotógrafo, mantiene un blog personal que actualiza ocasionalmente ( www.franciscopriegue.blogspot.com ).

que bebo a sorbos poco a poco. Impregna mis labios con una fragante sinfonía de frutos rojos como si me regalaras el beso perfecto. El tránsito paladar-garganta es un abocado viaje entre mar y cielo, una blanca paloma que se posa en mis pulmones, una afrutada caricia de una mano amiga. 77 77


en tus manos, esperando a que los abras para ser alguien, alguien que te diga lo que siente, alguien que te nuble la vista. Que no decaiga tu impostura, eso es lo que quieres, dejarme solo en la biblioteca una vez mรกs. Pero yo no me quedo con la boca cerrada y te digo lo que pienso.

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cayendo silenciosamente, cayendo desde ningĂşn sitio hasta el abismo. Nadie a mi lado, nadie en las calles, nadie en la galaxia. Permanezco mucho tiempo tirado en la fosa alimentando la duda y la incertidumbre como un muĂąeco viejo que nadie quiere ya. Noto el crujido de la rama seca rodeando mi cuello.

Francisco Priegue

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(Madrid). Estudió bachillerato artístico en la Escuela de Artes y Oficios e Historia del Arte en la Universidad Autónoma de Madrid. Hizo un módulo de fotografía en la Escuela TAI y vivió durante un año en Santiago de Chile, trabajando como fotógrafo freelance. A su regreso al viejo continente, combina su trabajo como gestor informático y sus pasiones, que son la lectura y la escritura.

Apenas faltaban dos minutos para la medianoche. El aire del ambiente estaba anormalmente seco; al principio lo noté en la aridez de mis fosas nasales, más tarde en la garganta. Me estaba costando dormirme más de lo normal. Dí vueltas y vueltas entre las sábanas, empapado en sudor frío, con una sequedad en la piel que me penetraba y prácticamente me hacía daño. Cansado de revolcarme buscando una postura que sofocara un tanto mi ansiedad, me levanté y me vestí. En mi casa no encontré nada que me distrajera. Traté de leer un poco, pero enseguida me cansé de los cuentos de Quimsasa que andaban entre mis manos. Nada receptivo, intenté concentrarme en mi lectura… sin fruto alguno. Así que me mojé la cara y el pelo, y salí a la calle para despejarme un poco. Diciembre en el hemisferio sur siempre ha sido un mes extraño para alguien como yo, oriundo del otro lado del atlántico.

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La noche estrellada de Buenos Aires se estampó en mí, con un aliento cálido sobre mi cara. Subí por Defensa, con las baldosas sueltas del piso bajo mis pies, formando una imaginaria melodía de xilófono. Seguía notando una extraña fuerza en mi interior que resecaba mis entrañas y me impulsaba calle arriba, hasta llegar a Dorrego. Allí me senté bajo las luces espectrales que rebotaban entre los transeúntes y los tangueros, escuchando absorto los ruidos de las paredes y los árboles. Noté como a mi lado un pequeño gato blanco se arremolinaba junto a mi estampa, perdido entre el laberinto de ventanitas y puertas que armaban un complejo esquema en mi mente. La gente de la plaza fue desapareciendo poco a poco, hasta que sin darme cuenta, me quedé prácticamente solo, y frío, con el gato blanco que permanecía acostado a mi lado como única compañía. Sentado en la acera, comenzó a picarme horriblemente la piel. Me rasqué con fuerza hasta que brotaron de mis brazos unas terribles llagas. Observé con terror cómo mis uñas estaban repletas de escamas y pedazos de epidermis. Me estaba consumiendo por fuera. A pesar de la calidez del ambiente y el asfalto, sentí un frío que nacía desde el hueco de entre mi carne y mis huesos, penetrándome con fuerza. Me incorporé lentamente y me crujieron todas las articulaciones. El gato blanco salió corriendo despedido, lejos de mi presencia. 81


Intenté volver a mi casa, pero el camino de vuelta se me antojó desdibujado y confuso. Las calles parecieron dejar de tener sentido. Me volqué sobre un paraje onírico de coches abollados, animales con sarna y botellas de vidrio rotas por el suelo. Las llagas de mis brazos palpitaban con las luces navideñas, la insólita baja temperatura de mi cuerpo pareció extenderse hasta todas mis terminaciones nerviosas. Perdí por completo la noción del tiempo y el espacio; sin embargo, de alguna extraña manera llegué hasta el portal de mi departamento de la calle Chile. Subí las escaleras con esfuerzo y me dejé caer en la cama. Al día siguiente me pasó algo realmente curioso, algo a lo que no encuentro ninguna explicación lógica y a lo que inevitablemente me tengo que acostumbrar. Me levanté en mi antiguo piso de Madrid. Desorientado, pensé que todavía andaba medio en sueños. No era así. En la mesilla de mi habitación, como una losa inamovible, el billete de avión que me había llevado justo un año antes al aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires.

David García

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(Ceuta, 1982). Poeta. Sus textos aparecen en diversas publicaciones literarias. Ha publicado la plaquette “Cacagénesis” (Editorial Alea Blanca) y el libro digital “Urbe Desta Historia” (Groenlandia, 2011).

Decía que el ramo de flores que le había puesto a su abuelo apareció dos días más tarde en el nicho de enfrente. Deberías alegrarte — le dije — hay gente que lo está pasando mucho peor que tú.

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Vas a la biblioteca y alcanzas un libro. Uno cualquiera basta. Basta con abrirlo y mirar la fecha de su 煤ltima extracci贸n. - Febrero del 87 -. Y s贸lo este dato te da suficiente cuenta del alto precio que un hombre de letras ha de pagar por su inmortalidad: lejano y desde帽oso olvido.

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El experto sociólogo asegura que la esperanza de vida está aumentando a un ritmo de unos dos años y medio por año y que posiblemente más de la mitad de nuestros hijos llegarán a celebrar su centésimo aniversario. Lo que no dice es cuando vamos a empezar a tenerla.

Rubén Casado Murcia

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(Madrid, 1955). De profesión, delineante industrial. Poeta autodidacta. Autor de “Apuntes Urbanos” y coautor de “Vivir Provisional”; actor y director de grupos teatrales de barrio, también ha sido columnista de revistas y productor de radio alternativa. Ha participado en recitales y eventos (poéticos y musicales). Sus textos han aparecido en distintas publicaciones, en papel y digitales (“Ajoblanco”, “La hamaca de Lona”, “Voces del extremo”, “Es hora de embriagarse con poesía”, etc). Tiene su espacio en Las Afinidades Electivas y ha sido varias veces finalista de algunos certámenes literarios. Fundador del colectivo Cultura Indigente, que aboga por la literatura alternativa.

La lluvia barría el asfalto de pasos perdidos, el latido de tus dedos me indicaban el mañana.

Esnifo las feromonas de toda tu geografía, desde el amanecer de tus labios hasta el ocaso de tus piernas.

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Me despierto en el alba de tus pezones sonrientes como flores de almendro en primavera. Me despierto mirándome a tus ojos de día a día. Hoy Madrid es una fiesta.

Cerré la noche de un portazo para acariciar las lágrimas que, sonrientes, se almacenaban en mi pecho.

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Amé el desierto, las siete plagas atenazaron mi alma, después de tanta lluvia ácida descubrí tu cuerpo y me enamoré del alba.

Mañana, aunque quiera negarlo la lluvia, amaneceré en tu sonrisa y caminaré sobre el futuro de tus ojos.

Ricardo Bórnez

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(Córdoba, 1967). Escritor. Estudió Filología Hispánica. Ha trabajado como mozo de almacén, cocinero, socorrista, camarero, ferrallista, administrativo, comercial, chofer, etc. Ha vivido en Mallorca, Jaén, Cáceres y Málaga. Le obsesiona la difusión de contenidos culturales por Internet, pues para él, es lo único que puede salvarnos, sin filtros, sin desmayo, sin piedad.

Una novela estoy escribiendo. Es mi pasatiempo, mi obsesión, mi pena y mi alegría. Todo lo que me pasa últimamente va a parar a la novela. Todo lo que encuentro en el día a día tiene que ver con el tema de la novela. Los personajes parecen que están vivos. Al principio me los invento porque necesito un malo, o a lo mejor, necesito alguien que ayude al protagonista, que le de un empujón o le ponga alguna dificultad, según. Los personajes son como tienen que ser para que puedan cumplir con su misión en la historia, pero no se qué tiene la novela que a las dos páginas ya empiezan a hacer cosas que yo no había previsto. Yo les doy cuerda porque siempre enriquece la historia. Siempre que la historia siga su curso tal y como la había pensado, la estructura aristotélica siga funcionando y sirviendo a la historia, pero los personajes me dan un poco de miedo, cumplen con su función, no tengo queja, pero hacen cosas que yo no había pensado antes, cambian, se relacionan entre ellos; yo creo que al final de cada capítulo quedan sin que yo lo sepa y hacen sus apaños, no sé

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quien se piensan que soy, ¿uno que pasaba por aquí? Soy el autor, el que manda, el jefe de esto. Mientras estén en mi novela saben que harán lo que yo diga. Hay uno que me trae por la calle de la amargura. Necesitaba un tipo depresivo en el capítulo tres, en principio no iba a ser necesario en los restantes capítulos, pero me salió tan gracioso como contrapunto del protagonista que decidí dejarlo, como un Sancho Panza. Pero el depresivo me sale con picos de euforia, a veces en el transcurso de una conversación, empieza llorando y acaba dando saltos de alegría. Incontrolable. En el capítulo seis tiene una crisis existencial y dice que tiene que poner tierra de por medio, se marcha. Yo lo dejo ir, los personajes se van y vuelven cuando les da la gana, me lo tomo con tranquilidad, yo los dejo sueltos, pero cuando se salen de la historia los dejo al margen. Si quieren ellos saben donde está la novela y pueden volver a entrar cuando quieran. Yo no pienso ir detrás de ellos, eso lo tengo claro, yo tengo el ojo puesto en mi protagonista y los demás allá cada cual. Total, que al final del capítulo nueve el personaje este lleva dos capítulos, casi tres sin aparecer, y me da pena y dejo que otro personaje pregunte por él, entre comillas “lo eché de menos” ¿Qué habrá sido de Oti? Eso es otra, el personaje se llamaba Otilio, pero a las tres páginas ya estaban todos Oti por aquí Oti por allá. Total, que lo mencionan en el nueve, que es como una llamada, y en el diez no aparece; en el capítulo once lo meto un poco a la fuerza, obligado por una carta del notario para presentar unas pruebas importantes para la historia, pues aparece a regañadientes en el último segundo. Bueno, un poco de emoción, pero antes de que acabe el capítulo vuelve a desaparecer. Yo no voy a ir detrás de nadie. Si quiere una novela para él solito primero que cumpla en 90


esta. Ademรกs, lo he creado yo, es mi novela, que nos olvidamos, que en mi novela se puede caer una maceta de un balcรณn cuando quiera y destrozarle la cabeza. Bueno, una maceta, se puede derrumbar la marquesina de un cine y aplastarlo, lo que se me ocurra, cualquier cosa que se me pase por la cabeza. Me estรก provocando. Por la cara.

Bernardino Contreras

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(Lisboa, Portugal, 1973). Narradora y poeta. Sus relatos han aparecido, en formato electrónico y en prensa; sus poemas en revistas digitales, como “Impracabeza”, “Sea Breve, por favor”, “La Esfera Cultural” o “Amateurs Hotel”. Ha participado en lecturas poéticas, como en Voces del Extremo (2011). Forma parte de la Antología Poética Contemporánea de Andalucía, coordinada por Fernando Sánchez Sabido. Tiene dos poemarios inéditos, “Más allá de las noches incendiadas” y “La Sonrisa del Camaleón”. Actualmente, está preparando su tercera obra poética. Mantiene el blog: http://susurroypienso.blogspot.com .

este mundo cuando no se deja rodar de antemano. Cuando se confabula y nos relega a simple nivel de organismo infraleve a camaradas del absurdo mito del equilibrio y la simetría. Escapistas hijos de Kafka. Fuera de aquí tal es mi meta pero te equivocas, ¿es que no lo ves? Todo lo importante sigue dentro. Y pienso en los que luchan sin obtener de la vida nada a cambio. En los que no se impedimentan ni reniegan de sí.

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Fanáticos de la persistencia que no buscan la desaparición ni detienen su sangre. Sísifos de alma músculo. Constantes que transan hasta el atisbo masters de voluntad ferrosa. Tahúres del orgasmo que no conciben el amor remoto una piel arrepentida un deseo incinerado la carne como otra sábana. Suicidas portadores de cierto instinto Guantánamo héroes modernos que luchan por asirse al fluido candente siempre de vivir. Hogares de soñadores fílmicos. Inteligencias ala que alimentan una pira de horizontes porque se saben más que un mero pasillo de vértebras. Pensar en ellos es lo que me cura Y decir también nosotros como próspera esperanza Y sonreír con animalidad.

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Disminuir de lo malo la intensidad. Descartar la carencia. Creer como cuando uno era joven y tenía el don y era algo más que esta percha o esta cáscara. No vivir como de paso. Ir siempre tan arriba y reírse de la imposibilidad. Ser aquello que un día imaginamos y estar en lo que aún no existe.

Isabel Tejada

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(Málaga, 1967). Estudia Lengua y Literatura en la UNED. Ha publicado los libros “Hablando con muertos” (Entrelíneas) y “Tiempo Perdido” (Ediciones Nostrum). Colabora como articulista en la revista “Suite 101”. Apasionado del cine, la música y la fotografía.

Desde niño fue muy precoz. Cuando la matrona le dio unas palmadas en el culo, en vez de prorrumpir en sollozos, le echó una diatriba sobre los malos tratos. Su infancia transcurrió en un suspiro. No había pasado el sarampión cuando ya estaba en los exámenes de acceso a la universidad. Sus padres estaban asombrados. Parece que fue ayer, decían. En la facultad de periodismo destacó por su olfato: asomaba un pequeño problema en una zona olvidada y ya adivinaba sus repercusiones a nivel mundial. Era un adelantado a su tiempo. Cierto día, cuando estaba en lo más alto de su carrera, conoció a Lorena. Lorena, a diferencia de él, se tomaba las cosas más despacio. No en vano, trabajaba en el servicio postal. Sus costumbres rayaban en la contemplación. Eran un nirvana, una especie de reflexión metafísica. Tardaba tanto tiempo en tomarse un café que su desayuno era lo más parecido que había a una película japonesa. Muy pronto congeniaron. Se besaron en los puentes, en las terrazas. Se prometieron amor eterno. Su pasión era tal que pronto se vieron planeando un futuro juntos. Un futuro que para uno iba más despacio y para otro más deprisa. Cuando ella hablaba de comprar una casa, él ya había dispuesto el sistema de seguridad y la orientación de su despacho. Tuvieron una vida más o

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menos feliz, con sus diferencias, aunque fuesen horarias. Pasaron los años, los niños y las fiestas de reyes, los planes de pensiones, las conmemoraciones y los achaques, pero mientras uno se conservaba joven, el otro envejecía irremediablemente. Para Lorena, el tiempo era una carta que nunca parecía llegar a su destino; para él, un telegrama que siempre se notificaba urgente. Así llegó su muerte, tan fulgurante como había transcurrido su vida. Su agonía, en cambio, fue más larga. Quedó postrado en la cama durante meses. Muchos se preguntaban cómo un hombre tan rápido tardaba tanto en morirse. Olvidaban que la muerte también se toma las cosas despacio.

Soy uno y varios, una vida que es la mía y la de otros, un trasiego permanente de existencias breves y, a menudo, estrechas y miserables. No es ninguna novedad. Desde joven siempre atraje lo pequeño. Tenía que mudarme de una casa a otra porque, a los pocos meses, se estrechaban tanto que era imposible vivir en ellas. Era un proceso gradual pero no dejaba de ser molesto cuando se manifestaba en toda su crudeza. Al llegar, una noche cualquiera, se había esfumado el dormitorio o los techos estaban a tan poca altura que solo permitían el paso de un enano. Mis novias, aunque de diferentes tamaños y medidas, tan sólo se expresaban con frases cortas, lacónicas. Porque lo pequeño también tiene que ver con lo breve, que no por corto es dos veces bueno. Así, nuestro amor sólo duraba unas semanas, un tiempo en el que cabían peleas, ataques de celos, promesas de amor eterno o amenazas de muerte. Nuestras despedidas, unas palabras, un silencio de desprecio, se reducían a unos segundos de eternidad. 96


Pronto fui conocido por esta rara atracción, como si ya fuese mi destino de por vida. Me contrataban para reducir el presupuesto de los ayuntamientos, para aligerar las conferencias o los velatorios, para ayudar en las bodas y condensar en una sola palabra el deseo de los enamorados. En una de ellas, conocí a mi mujer, Anastasia, que gustaba de lo minúsculo. Era una admiradora de los haikus, los anuncios por palabras, los cortometrajes y los aforismos. Cuando me vio en aquel estudio, viviendo en la estrechez, en los márgenes de lo breve, supo que era el hombre de su vida. Ya en el lecho de muerte, y ansiando algo más grande y duradero, el sacerdote de la familia me convenció de la existencia de la vida eterna. Pero tuve mala suerte y, al poco de morir, me vi abocado a la reencarnación. Ahora salto de un cuerpo a otro, un vagabundo, un pintor con tendencias suicidas, vidas pequeñas con esperanzas y deseos insatisfechos. Trato de mejorar, de completar esta existencia cíclica tan fragmentaria y miserable. Estas vidas que se mueven en los espacios estrechos de la vida. Pero no hay forma.

Carlos Buj

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(Gödeken, 1977). Poeta, narrador y docente. Actualmente reside en Santa Fe (República Argentina). Estudió Economía, Derecho e Integración. Ha obtenido diversos premios literarios gracias a sus poemas y relatos, como el Primer Premio género Narrativa Breve por “La casa de mi vida”, el XXXIII Concurso nacional argentino de poesía y narrativa Breve. Colaborador y columnista de publicaciones digitales como “Cañasanta”, “Rharte-Awam” y “El Cuartito de Pensar”. Sus textos aparecen en antologías y revistas literarias. Ha sido traducido a varios idiomas. Autor de las obras inéditas “Un dragón en el acuario” y “Ocultos tras la bruma”. Ha publicado el libro de relatos breves “La Cita”.

esquirlas del pasado de un pasado tan cruel, que nos desnuda e inmola. Nos verán estrellar, en sueños anhelados que el inerte sopor no logró revelarlos. Catapultándonos, el Reino Real se mofa, y con suprema crueldad, todo amor destroza. Muro de gran maldad no detendrás el viaje, Muro del gran dolor absurdo y cruel montaje. 98


Claroscuros ya, untados de cenizas, tejiendo nuestra piel, pasearemos por Niza. Quizás por Montparnasse, bendeciremos almas, y al soñar, soñar, encenderemos la hoguera. Nos verán caer, caer, en esquirlas de otoño, sueños de escarcha gris, sonrisa de ciertos Demonios.

Gustavo M. Galliano

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(Madrid, 1987). Estudió Periodismo. Ha colaborado con escritos, fotografías e ilustraciones para revistas de Derechos Humanos como “Rebelión.org”, medios como “El Mundo”, publicaciones culturales universitarias (“Generación Espontánea”, “La Huella Digital”…) o webs de arte fotográfico. Ha recibido diversos premios literarios. Mantiene el blog con poemas, fotos y dibujos: http://cronicasdelotroladodelespejo.blogspot.com.

mesa contra codo. callo de estudiante. lápiz contra dedo. callo de escritor.

suelo contra rodilla. callo de sumiso. mango contra palma. callo de apuñalador.

cuerda contra yema. callo de blusero. pie contra grieta. callo de caminador.

mirada contra carne. callo de fulana. barrote contra mano. callo de pensador.

saliva contra cara. callo de delincuente. enferman

saliva contra tumba. callo de dictador. 100 100


Tú, en tu claustro de lloviznas y tabacos, en algún punto estratégico del océano gástrico, me sueñas. Yo, en mi ciudad sin faros, de desnudos y de noches, junto al hueco humedecido de la tristeza, te sueño. La misma noche. El mismo sexo inesperado, de animales en vela. ¡Nunca dos sueños decidieron complacer tanto y tanto a sus dos víctimas!

Diana Moreno

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(Managua, Nicaragua, 1982). Licenciado en Derecho. Poeta y narrador. Editor del panfleto literario “Des Honoris Causa”.

Había una vez una ciudad en la que la industria turística iba tan, pero tan bien, que en ella uno sólo encontraba hoteles, tour operadoras y restaurantes típicos; ni escuelas, ni hospitales, ni iglesias formaban parte del entorno urbano. Esto provocó situaciones peculiares: el paseo por las calles coloniales muy bien conservadas devino en una guerra de flashes entre gente de las más variadas nacionalidades. Las postales ahora tenían por

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motivo los paisajes, los hoteles y a turistas tomándose fotos entre sí. Los empleados de todos los negocios vivían en sus centros de trabajo con el fin de ser más productivos y el resto de la población local parecía haber desaparecido junto con el toque de exotismo que significaba su vida cotidiana. Era ya la ciudad una inmensa estación turística con muchas actividades por ofrecer y un aire foráneo que la privaba de cualquier sello distintivo, podía ser igual Florencia, la estación de esquí de Chamonix, una playa perdida o el campamento de algún safari emocionante; no era posible establecer diferencia alguna. Pero a quién le importaba, si los turistas no venían para ver más que volcanes, lagos, montañas y playas que, de todos modos, siempre estaban ahí. Ni siquiera había ruido ni eventualidades molestas surgidas de la población, amenazando con empañar las vacaciones de personas honradas que se mataban trabajando en sus países para poder disfrutar de un momento de sosiego y esparcimiento a muy buen precio. En un principio los propietarios de los negocios no tuvieron mayor inquietud al respecto. Sin embargo, los turistas comenzaron a aburrirse de tomar fotos con paisajes bellísimos pero áridos y de postales urbanas cuyo único atractivo eran los hoteles o extraños fotografiándose entre sí. El nivel de popularidad de la ciudad en el mercado turístico comenzó a estancarse y luego a descender. Inmediatamente, los patrones celebraron concejo y tomaron una decisión: irían a los lugares más recónditos de la nación para contratar aborígenes, ya no como meseros, mucamas o guías, sino como simples ciudadanos cuyo trabajo sería vivir su vida para que los clientes más exigentes de los hoteles tuvieran qué ver y qué contar - además de los paisajes - cuando

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volvieran a sus países. De esta forma se pagó a los naturales del lugar para que trabajasen en supermercados, concurriesen a los bares, hiciesen campañas políticas y elecciones, pasasen una buena parte de su tiempo haciendo filas inútiles; se les contrató para asistir a clase en las escuelas y universidades, abrir consultorios médicos, tener problemas maritales, también para cantar, sembrar la tierra, morir durante las epidemias o los desastres naturales, mendigar, ir a misa o al culto, seguir a los líderes, abordar el transporte público, hacer revoluciones, escribir poemas, redactar informes, ordeñar vacas, leer el periódico y una infinidad de actividades similares. La presencia de los contratados no dejó de ser una sombra latente de muy remoto interés, pero al menos le daba a la ciudad el aire de un paraje auténtico suplantando aquel de estación turística insípida. Tal medida demostró ser una feliz ocurrencia. Los índices de popularidad subieron otra vez al tope y se construyó aun más hoteles y restaurantes y tour operadoras. Los nativos trajeron la prosperidad y todos en la ciudad fueron muy felices.

Omar Elvir

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Groenlandia, revista cuatrimestral de Literatura, Opinión y Arte en general número trece (Enero \ Abril 2012) Junto con esta publicación, se presenta el suplemento de Groenlandia correspondiente (suplemento Groenlandia número trece, correspondiente a los meses de Enero \ Abril). Todos los textos e imágenes pertenecen a sus respectivos autores. Los textos, fotografías e ilustraciones pertenecen a Pepe Pereza, Esperanza García Guerrero, Eva Márquez, Adolfo Marchena, Ángel Muñoz Rodríguez, Felipe Zapico, Óscar Cardeñosa, Felipe Solano, Lucia Fraga, Ana Vega, Sergio S. Taboada, Enrique Fuentes-Guerra, Ana Patricia Moya, Julio Rivera, Diana Moreno, Omar Elvir, Marce Jimena, Eva María Medina, Bernardino Contreras, Francisco Priegue, Antonio J. Sánchez, Carlos Buj, David García, Isabel Tejada, Gustavo M. Galliano, Rubén Casado Murcia y Ricardo Bórnez. Para el diseño de esta publicación se han utilizado fotografías e ilustraciones, extraídas de la red, pertenecientes a los siguientes artistas consagrados: Jean Claude Claeys (página 27), Matthew Sherfenberg (33), Garry Winogrand (38), Brooke Shaden (43, 78), Walker Evans (47), Guy Bourdin (52), Nathan Shafer (58), David Lachapelle (60), Mikel Uribetxeberria (62), Sylvie Blum (65), Toshio Saeki (72), Elena Kalis (75), Ana Bagayan (84), Tiago Hosel (91), Hi (93), Andrew V. Pashis (97), Margaret Bourke White (99), Cory Benhatzel (102) y Shepard Fairey (103). 105


También se han empleado obras de Felipe Solano (portada y contraportada, páginas 105 y 106), Óscar Cardeñosa (páginas 25 y 69), Ángel Muñoz Rodríguez (71 y 86) y Felipe Zapico (2 y 82). Groenlandia respeta las opiniones de sus colaboradores – las cuales son de su total responsabilidad – y defiende la autoría de sus obras. Groenlandia aboga por la total libertad de expresión, sin censuras. Groenlandia es, desde el número cero, una publicación que no busca lucro. Groenlandia defiende la cultura gratuita. Todas las publicaciones son de descarga gratuita desde las distintas plataformas de la red (página Web oficial, SCRIBD, ISSUU). Todos los contenidos de esta revista corresponden a sus respectivos autores; desde el número cero, todas las obras que contienen las publicaciones están protegidas. Groenlandia respeta los derechos de autor: para proteger nuestra cultura, es esencial proteger las ideas originales de sus autores porque las mismas son un trabajo de imaginación y esfuerzo únicos. www.revistagroenlandia.com http://www.scribd.com/RevistaGroenlandia http://issuu.com/revistagroenlandia DEPÓSITO LEGAL: CO-686-2008 ISSN: 1989-7405

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Groenlandia presenta sus cuatro nuevos libros. Dos poemarios: “En el invierno de la lluvia”, segunda edición del poemario de Helena Ortiz (la primera edición resultó ganadora del I Concurso Literario “Qué rían los versos”), con prólogo de Antonio J. Sánchez, epílogo de Luisa Fernández e ilustraciones de la artista Agnes Daroca; “Emisión Analógica”, de Tomás Illescas Ferrezuelo, con prólogo de Julián Cañizares y portada de Luisa Fernández. Un libro de narrativa: “Contrafábulas”, el nuevo libro de relatos de Francis Novoa Terry (Franco Dimerda) con prólogo de Patxi Irurzun e ilustraciones de Felipe Solano. Y una nueva antología, “Poesía en los bares”, coordinada por Andrés Ramón Pérez Blanco y con un elenco significativo de poetas: José Ángel Barrueco, Laura Rosal, David González, Javier Das, Gsus Bonilla, Leticia Vera, Kutxi Romero, Dévorah Vuküsic, Ana Vega, Sor Kampana, etc. Todos los libros están disponibles en ISSUU, SCRIBD y página Web de la revista.

PRÓXIMAMENTE: Poesía No frenes la lengua de los pájaros, de Begoña Leonardo Herrumbre, de Ana Vega El mal hombre, de Rubén Romero Poemas fundidos, de Adolfo Marchena & Luis Amézaga Poesía de guerrilla, de Eric Luna El forro (segunda edición), de Gsús Bonilla La galería del caos (antología coordinada por David González) Material de Desecho (segunda edición), por Ana Patricia Moya

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LIBROS DE GROENLANDIA Poesía La reconstrucción de la memoria (Adolfo Marchena) Bocaditos de Realidad, segunda edición (Ana Patricia Moya) El Gotero (Luis Amézaga) Las aguas y las horas (Saúl Ariza) Autorretrato sin óleo (Pablo Morales de los Ríos) La conspiración de la sirena (David Morán) Ya no leo tebeos de Wonderwoman (Ángel Muñoz) Cosas que nunca te diré (Eva Márquez) Te lo verso a la cara (Ada Menéndez) Transeúntes del olvido (Velpister) Apología de la muñeca de Bellmer (Jorge Heras García) No hay prosa (Andrés Ramón Pérez & Carmen Luisa Contreras) Feto Oscuro (José Ángel Conde) Urbe Desta Historia (Rubén Casado Murcia) Carne (Daniel Rojas Pachas) Escupí sangre (Isaac Contreras) El salto del cojo (Danilac) Ana y la incertidumbre (Sergio Sánchez Taboada) Narrativa Putas (Pepe Pereza) Realidad Paralela (Ana Vega) Cuentos de la Carne (Ana Patricia Moya) Momentos Extraños (Pepe Pereza) La vida mientras tanto (Alfonso Vila) Antologías Los rincones más oscuros: antología del miedo Poetas Guerreros (antología jóvenes poetas mexicanos) Un poema siempre será nada más que un poema Lo que habita en el cristal (antología poetas españoles) Des-amor: antología literaria groenlandesa Todos los libros disponibles en: www.revistagroenlandia.com

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http://revistaremolinos.blogspot.com

http://revistaumtremens.blogspot.com

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Editorial Origami presenta sus tres próximos libros de poesía: “La involución cítrica”, de Adriana Bañares Camacho (con prólogo de Octavio Gómez Milián), “Vivimos encerrados en brujas transparentes”, de Jorge Barco, “La piedra nocturna (poesía vertical)”, de Pedro Sánchez Sanz (con prólogo de Antonio J. Sánchez) y “La triste historia de tu cuerpo sobre el mío”, de Marwan. Próximamente, la nueva colección de narrativa: “Te escribiré una novela”, de José Ángel Barrueco, “Relatos de humo (y hachís)”, de Pepe Pereza, “Manos tan pequeñas” (Vera Zieland), entre otras…

Ya disponibles: “La edad de los lagartos”, de Ana Vega “Escombros”, de Antonio Pérez Morte “Nocturnos, antología de los poetas y sus noches” (vv.aa)

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“No hay tiempo para libros (nadie a salvo)”, de David González

“Cádiz y la otra orilla, a sorbos de a-mar y versos”, de Yolanda Aldón

www.editorialorigami.com 111


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“Que la poesía haga daño. Que meta la mano hasta arrancarte el estómago. Que la poesía no sea hermosa ni nos haga acudir a teatros, a salas de actos pulidas y con sillas en fila. Que la poesía provoque el vómito, la fiebre, que no nos deje dormir en mitad de la noche. Que no venga después de ella el amor, la calma o una cena, que venga el hueco, la vigilia, el laberinto, el vagabundeo sin origen ni final. Que no haya final después de ella, que agarre los ojos y los vacíe para poder ver más allá de ellos”.

(No son palabras sino gritos – Cristina Martín, la Princesa Inca)

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