Hiedra Magazine 7

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he most recent issue of Hiedra Magazine asked its contributors and readers to ponder the relationship between ideas of nature and humanity, as well as the various modes of thought that have defined, and often juxtaposed, these concepts. The resulting provocative and intriguing conversation among the many different creative, scholarly, and journalistic voices simply could not be contained within a single issue. This seventh issue of Hiedra Magazine showcases a continuing examination of the humannature relationship that explores the limits of the human and the natural, and inevitably results in a productive engagement. On the cover, Roberto Huarcaya’s piece from the series Amazogramas captures natural form and composition but manipulates the image with technology, which results in an encounter simultaneously strange and familiar. The issue features the original photography of Musuk Nolte, Rodrigo Rodrich, Gladys Alvarado, Apolonario Robles, Gabriela Concha, Jero Gonzáles, and Constanza Bravo from a selection in the Centro de la Imagen from Lima, Peru. In both form and content, the poetry of Camila Krauss, Pedro Ángel Palou, Juan Alcántara, Rafael Mondragón, Brenda Ríos, and Judith Santopietro trouble and blur boundaries between human beings and their surroundings. The interview with author Edmundo Paz Soldán offers a critical perspective on a number of topics, including the sometimes uneasy relationship between contemporary literary production and an increasingly globalized and technology-dependent world. Julio Durán, Gerardo de la Cruz, Paulette Jonguitud, Isabel Díaz Alanís, Laura Emilia Pacheco, and Brenda Ríos weave nature and humanity in unexpected ways in their short fiction contributions.

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n la última edición de Hiedra Magazine le pedimos a nuestros contribuidores y lectores que cuestionaran la relación entre la naturaleza y la humanidad, además de los varios modos de pensamiento que han definido y muchas veces yuxtapuesto estos conceptos. La provocadora e intrigante conversación resultante entre las distintas voces creativas, académicas y periodísticas simplemente no pudo ser plasmada en un sólo número. En esta séptima edición de Hiedra Magazine les entregamos a nuestros lectores una selección de obras que exploran los límites de lo humano y lo natural, inevitablemente contribuyendo a un encuentro productivo entre ambos. Roberto Huarcaya, el artista de portada, presenta una obra fotográfica de la serie Amazogramas que captura una forma natural y a la vez manipula la imagen con tecnología, ocasionando un encuentro que resulta tan extraño como familiar. Este número también contiene un dossier fotográfico del Centro de la Imagen de Lima, Perú, que incluye fotos originales de Musuk Nolte, Rodrigo Rodrich, Gladys Alvarado, Apolonario Robles, Gabriela Concha, Jero Gonzáles y Constanza Bravo. En su forma y contenido, los poemas de Camila Krauss, Pedro Ángel Palou, Juan Alcántara, Rafael Mondragón, Brenda Ríos, y Judith Santopietro complican y borran las fronteras entre los seres humanos y su entorno. La entrevista al autor Edmundo Paz Soldán ofrece una perspectiva crítica sobre numerosos temas, como la relación a veces complicada entre la producción literaria contemporánea y un mundo globalizado y cada vez más dependiente de la tecnología. En sus relatos cortos, Julio Durán, Gerardo de la Cruz, Paulette Jonguitud, Isabel Díaz Alanís, Laura Emilia Pacheco y Brenda Ríos tejen la naturaleza y la humanidad de maneras inesperadas.

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We, the editors of Hiedra Magazine, hope that our readership is inspired and intrigued by the thoughtprovoking dialogues presented by our contributors. As always, we sincerely appreciate your support for this publication.

Eperamos que nuestros estimados lectores encuentren inspiración y estímulo en el diálogo presentado por nuestros contribuidores en este número de Hiedra Magazine. Como siempre, les damos las gracias por su apoyo a esta nueva edición.

Editores - Editors Mark Fitzsimmons / Guillermo López

Consejo Editorial - Editorial board Gustavo Arango / Anke Birkenmaier / Nandi Comer / Shane Greene Gaëlle Le Calvez / Adriana Martínez / Alejandro Mejías-López José Ragas / Amanda Smith / Mike Strayer Grant Whipple / Chrystian Zegarra Agradecimientos - acknowledgments Kane Ferguson / Rafael López / Gloria Navajas IU Center for Latin American and Caribbean Studies Alfio S. Saitta / Eric Carbajal

ISSN: 2328 3653 Hiedra Magazine Bloomington, IN, USA. Hiedra Magazine © 2016, is a not-for-profit publication. The material in this issue has been published respecting the rights of the owners indicating each source. Please contact revistahiedra@gmail.com with any questions or concerns. www.hiedramagazine.com

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Dossier > la capacidad humana muestra fotográfica del “centro de la imagen” Musuk nolte > 6 Rodrigo rodrich > 8 gladys alvarado > 10 apolonario robles > 12 gabriela concha > 14 jero gonzales > 16 constanza bravo > 18

I n d e x

poesía > Poetry Pedro ángel Palou > 21 Camila Krauss > 24 Juan Alcántara > 29 Rafael Mondragón > 30 Brenda Ríos > 33

Narrativa > Narrative Julio Durán > 37 gerardo de la cruz > 40 Paulette Jonguitud > 47 Isabel Díaz Alanís > 50 Laura Emilia Pacheco > 52 Brenda Ríos > 57

Entrevista a Edmundo Paz Soldán >

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Cover Artist > Amazogramas Roberto Huarcaya > 70

Tiawanaku: poemas de la madre coqa Judith Santopietro > 75

Review > Earth Beings: Ecologies of Practice Across Andean Worlds Daniel Runnels > 84

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LA CAPACIDAD HUMANA DossieR fotográfíco

© Apolonario Robles

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SHAWIS

La Shawi es una de las etnias menos estudiadas de la Amazonía y, sin embargo, una de las más pobladas (son 17 mil habitantes dispersos en la selva). Es, además, la que más ha preservado su territorio, su lenguaje y su milenaria convivencia con las fuerzas místicas del bosque a través de sus míticos chamanes, que por su aislamiento voluntario, siempre fueron los más respetados en las leyendas amazónicas.

MUSUK NOLTE

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Herbario

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rodrigo rodrich 9


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Lima

Gladys Alvarado www.gladysalvarado.com

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“¿Cómo una visión tan devastadoramente hermosa puede ser, a la vez, tan triste?” APOLONARIO ROBLES

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MinerĂ­a

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OPEN PIT

‘Open Pit’ explores a mining camp located in southern Peru that is currently running and is home to approximately two thousand families. The main characters of the story are women, including my mother, that have lived in the camp for over thirty years. They don’t work for the company and cannot professionally develop freely since it’s a secluded little place, thus having to assume the role of housewives. The children of this group of women have left the camp to pursue a career, affecting more profoundly their sense of belonging. In the photographs the territory is seen as an ideal landscape, with gardens overlooking the mountains, but where the affective assessment is easily lost by being unbalanced and monotonous at once, a beautiful and in turn sad place.

GABRIELA CONCHA 14


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Rikch’ay

“dos variables en la superficie del papel: imagen fotográfica y palabra quechua” JERO GONZALES 16


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F R A C T A L

“Las Huacas; lugares donde inicialmente fue conformada la ciudad, se presentan como cúmulos de tierra degradados, olvidadas por completo de su condición sacra original. Actualmente sin función específica, se transforman en sitios de resistencia al constante crecimiento urbano.”

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Constanza Bravo


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DespuĂŠs de contemplar los seis volĂşmenes de Jacques Mathurin Brisson, Ornithologia, sive synopsis methodica sistens avium divisionem in ordines, De 1760

Pedro Ă ngel Palou 21


Siempre he sentido envidia de los naturalistas aficionados: con sutil precisión de ornitólogos bautizan sus hallazgos. Yo me solazo en las páginas de un antiguo volumen coloreado y en las placas de Martinet que ya había ilustrado a Buffon como si entrara en un aviario. Escucho todas sus canciones. Salgo de la biblioteca, aturdido por la falta de silencio. Me siento en una banca. Entre la anorexia del ciprés y la astuta bulimia de una araucaria, sembrados por un idiota. Un árbol sin nombre en mi memoria me saluda o me increpa. En su interior un ave canta de nuevo y para mí, curioso, por vez primera. Una niña camina con sus lágrimas. Sus hermosos tenis negros salpicados de margaritas, pies llenos de alegría para un semblante de angustia. Me pregunta en su idioma si he oído cantar al ave escondida. Le respondo que sí, y pronuncia dos palabras que la nombran.Le otorga existencia en medio de su llanto incontenible. Miro sus pies cubiertos de flores. Le digo que tal vez desee volar. O se lo pregunto. Pétalos blancos que son alas. Otra vez el pájaro que nos interrumpe con su sonata. Me miran sus ojos azules, transparentes. Ojos de fantasma. Tristes son las melodías de las aves migratorias, afirma la niña mientras se seca las lágrimas también azules. Asiento. No sé de aves, pero sí de mudanzas y dolores. Saca dos caramelos del bolsillo y me regala uno. Toda ella es ese gesto. Los dos chupamos y lamemos nuestros dedos pegajosos. No sabemos qué hacer con la envoltura. Ella sonríe. Vuelve el ave.

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Ahora un canto solemne emerge de su garganta. Un réquiem por la tarde que se extingue, el crepúsculo que nos abandona. Oscurece. Desaparecen la niña y el pájaro. Qué sola se queda la noche azul oscuro qué solas mis manos de azúcar y de miedo. Qué solos mis oídos en medio del prolongado sueño de las aves. Duermen ya todas las cosas menos mi cuerpo y su memoria Y la luna: la luna permanece siempre despierta.

Pedro Ángel Palou (Puebla, 1966). Doctor en Ciencias Sociales y polifacético autor (de más de treinta libros) que lo mismo ha escrito cuento que ensayo y novela. Ha sido Ministro de Cultura de su estado natal, director de la escuela de escritores de la Sociedad general de autores de México en Puebla, rector de la Universidad de las Américas, investigador invitado de la Sorbona Paris V René Descartes, en su Centro de estudios para lo actual y lo cotidiano y de Dartmouth College donde ha sido escritor residente. Actualmente es el director del Departamento de Lenguas Romances de Tufts University en Boston. Ha sido columnista de El Universal, Letras Libres, El País, y conductor de Canal 22 (Los alimentos terrenales) y History Channel (Unidos por la historia). 23


Camila Krauss Alacrán de caucho y estrías de alambre un alacrán de caucho y estrías de alambre la autopista de crystal y de mercurio termómetro: velocidad horizontal sin vértice sin redentor la temperatura como diapasón por la lateral de un espejismo ciego latitud abrasiva el ruido de un tráiler en la grava la fricción hasta que

amanece y arde y en una botella de alcohol se arrebatan 24


las sombras que no

las sombras no encuentran cómo detenerse apunta Norte al Norte como el brazo de la guitarra eléctrica en su clímax como el pelo de Nick Cave, todo un saguaro, de noche como los hombros mórbidos, boreales de PJ Harvey como la salida del cañón de la escopeta

sombras que no se detienen por otras sombras ni por el Sol que quema mientras se apaga

los ojos te brillan de odio coágulos de algún esfínter

un mismo encuentro nos forma y deforma el estorbo infalible, la esperanza

vejigas la pielecita como recompensa

la psicosis de guerra está sobrevaluada la psicosis del desierto delante tendrá filmografía 25


pocitos carboneros los dedos, ramitas de indulgencia el viento, que seca y troncha, pero no viaja, no va y no llega geografía volcada, radiactiva antes de las bombas porque el Sol mata con un solo de guitarra

matasellos sobres manila animales de goma custodia intachable mensajería travestida rezos por el mismo déficit el polvito, la cal y el pasto de un estadio beisbolero las viejas locas insoportables ...llamar es subir a un satélite y consumir la batería del otro

no hace falta inmortalizarnos, una hielera de unisel va a sobrevivirnos

un alacrán de caucho retuerce su cola sin veneno calambre en las tetillas negras hasta que no dé risa y el aire acondicionado deshidrate las encías 26


echar pata en manteca atestiguar “que todo sinvergüenza jamás será otra cosa que un niño malogrado” la sobriedad contiene más rabia la resaca en domingo no se llama tristeza la dulzura, como cada cupón al cine, agota su impacto, su vigencia

peor sería que nada nos hubiera puesto a prueba tolvanerita celeste ejido de lo melones palomilla junto a un escape

el boxeador aprende a golpes saca tempo el acordeón de su vejiga y no falla la lumbre duelen y se arrebatan las sombras que no brindo por la prima desmadejada por futuras novias polvorientas mientras una explosión de pintura en aerosol me da el acorde para apagar en la piel una colilla de cigarro que me topé encendida

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no sabría de qué reír para la próxima un vicio de los que sella el porvenir de una ruina

te apuesto un… errático herido junta y rehuye y en la siguiente botella de alcohol arde

“…ando tomando por una cautela // haremos de cuenta que fuimos basura / llegó un remolino y nos alevantó… /”

pólipos de la luna constelación verdad camiones con sus pipas cromadas carrocerías fantasma cardenchas rodadoras negrura asiste el sebo con el que prendió esta luz. Camila Krauss (Veracruz, 1976). Ha publicado El ábaco de acentos (Ediciones Sin Nombre, 2008) y Sótano de sí (Editorial El Dragón Rojo, 2013). Actualmente vive en San Francisco, California, donde trabaja como traductora free lance para Netflix Latinoamérica. 28


Juan Alcántara árboles mojados árboles completamente mojados árboles cuyos troncos están completamente mojados cuyos troncos y demás partes están mojados por completo cuyas ramas, troncos, ramitas hojas, flores y semillas (si las tienen) están mojadas por completo cuyas raíces están totalmente empapadas, cuyas árboles, muchos árboles totalmente empapados muchos, muchos de ellos, muy, muy mojados muchísimo, enteros, completos con cada una de sus partes empapadas árboles completamente felices de estar rodeados de agua en la más grande y absoluta felicidad por estar mojados de agua el agua es la felicidad, piensan, chorreantes (o no piensan) el agua es la felicidad Juan Alcántara (Ciudad de México, 1959) ha publicado El amor en el mundo seguido de El ramo roto (México: Textofilia, 2011), Botella. Poemas 2000-2003 (México: Universidad Iberoamericana, 2013) y El río. Notas y poemas (México: Fondo de Cultura Económica, 2013). Actualmente es profesor en el Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana. 29


Rafael Mondragón Ayotzinapa, 16 de septiembre de 2015 Tres veces bendito sea aquel que introduce en su canto un nombre: un canto adornado de nombre vive más que los otros; entre sus iguales será señalado con una cinta en la frente, con una banda que cura la desmemoria, que preserva de los olores demasiado fuertes y embriagantes, sea olor a la intimidad de un hombre, sea olor a pelaje de una bestia robusta, sea simplemente olor a tomillo triturado entre las palmas de la mano.

—OSSIP MANDELSTAM

porque todos somos iguales, no importa el lugar todos tenemos la sangre del mismo color “todos los hombres y mujeres viven en el dolor: la igualdad no tiene otro fundamento”. Gracias a todos los mexicanos que tienen corazón a la gente de otros países, Gracias a ustedes estamos aquí. Parados. De pie. Firmes. Para encontrar a nuestros hijos, dice Emiliano Navarrete, padre de José Ángel Navarrete González. Tres veces bendito sea su nombre. Procedente del fondo de la noche vengo a hablar de un país todo lo que podía darme miedo pasó cuando se llevaron a mi hijo, ahora no tengo miedo, reflexiona Epifanio, el padre de José Álvarez Nava. “Y mucha gente ya no tiene miedo de la gente 30


y ya no tenemos miedo de estar vivos”. País inverosímil. Donde la tierra brota y se derrama y cruje como una vena rota El Presidente se cree el dueño de todo, pero yo no le debo nada a él, grita una madre a la que no conocía, tres veces bendito sea el nombre que no alcanzo a escuchar. Todo lo que tengo lo conseguí después de migrar, dice, pasé la frontera a los Estados Unidos. Éramos pobres, pero felices, denuncia otro padre al que no alcanzo a escuchar bien. Sabemos que no hay Tierra, ni estrellas prometidas. Lo sabemos, Señor, lo sabemos, y seguimos contigo trabajando. Se equivocaron de padres. Y somos humildes, pero no pendejos, afirma Mario, el padre de César Manuel González. No sabemos de leyes, pero sabemos de dignidad. Y ahora que estamos de pie, mi país y yo, con los cabellos al viento Quiero decirle a este gobierno que si ya estaba acostumbrado a matar y a desaparecer personas, con nosotros no va a ser lo mismo, añade doña Carmelita. Vamos a luchar hasta que Dios diga, sentencia Ulises Gutiérrez, el hermano de Aldo, que canta cada noche la música de su corazón para alegrar a su hermano que duerme en el hospital. Yo sí creo en Dios, le dijo un padre a Nayeli, hace unos meses: pasé tres días en el desierto cuando migré a los Estados Unidos, allí conversé con Él. “Tienes que darme chance”, le dije, “chance para vivir” Hoy estoy aquí. Y sé que hoy tengo que darle chance a Él, para permitirle trabajar tengo que seguir luchando. 31


“Decía un dicho: si no puedes tener la razón y la fuerza, escoge la razón y deja que tu enemigo tenga la fuerza”. Gracias a ustedes hoy estamos aquí. “Nuestro enemigo nunca podrá sacar razón de la fuerza, pero nosotros sacaremos fuerza de la razón”. Y ahora que estamos de pie, mi país y yo, con los cabellos al viento quiero decir que Simplemente por decir que es el Presidente, él se siente dueño de todo Pero este gobierno no es dueño de nada. Ni siquiera nosotros somos dueños de nuestros hijos: los tenemos prestados, dice una madre de Ayotzinapa “Lo imposible sólo tarda un poco más” Hablamos en nombre del porvenir Fuimos esperados en esta tierra. “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué”. Qué largo es el camino hacia la justicia en estas tierras. Pero hoy tuvimos que aprender a hablar. “Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño”. Pero hoy tuvimos que dejar el miedo. Y fuimos dejando de ser niños. La verdad histórica se derrumbó para volverse la mentira histórica de todo un país que poco a poco va levantando la voz, enseña, dignamente, don Felipe. Ninguna de estas palabras pertenece a mi voz, pero cada una de ellas el día de hoy me pertenece.

Rafael Mondragón (1983). Poeta y ensayista. Profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM e investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas. Colabora regularmente en talleres de educación popular, círculos de lectura y experiencias de trabajo cultural comunitario. 32


Brenda Ríos Ideas que pasan por la cabeza cuando no hay nada que perder Si uno, hipotéticamente, renuncia a su trabajo y con ello a su fabuloso plan de retiro [sería de la última generación en tener pensión, lo cual en sí ya es un hecho notable, pues el país pierde, siempre pierde y los ancianos serán croquetas para perros cuando se suiciden en masa al no tener qué comer ni quién los lave] y a los dos amigos leales que hizo con el tiempo [sentada en el mismo lugar viendo el mismo paisaje pensando las mismas cosas que se nos pasan por la cabeza cuando ya nada pasa pero a la misma hora de cada día pensamos eso una nada puntual que llega con sus detalles laboriosos qué comer qué falta por hacer llamadas telefónicas y así] si perdemos los días de pago con su aura soleada y cantarina si perdemos esa vida ordenada si ganamos algo más que no sabemos qué es pero es algo más qué haríamos cómo caminar con las piernas de siempre afuera de este edificio dueño de cada poro del cuerpo 33


y de cada pensamiento pagado fulltime cómo dormir fuera de este edificio con la almohada bajo la nuca y el techo muy arriba sin que nada pase y nada pasa en efecto cómo esperar algo que no sabemos nombrar esa oscuridad algo que leímos alguna vez sobre ser otros; llevo treinta años yendo al cine porque me gustaba vivir ahí, en esa otra parte. no sé cómo ser protagonista el papel principal la mujer que miran y desean en una historia ordinaria no sé cómo ser yo cómo caminar fuera de este edificio moveré las piernas por inercia el cerebro les dirá: muévete y ellas obedecerán como niñitas asustadas. cómo respirar fuera de este edificio. Hipotéticamente, claro, no tendríamos capacidad alguna para pensar vivir de otro modo tan otro y los dos amigos leales seguirán ahí, pensando sin pensar que es como mejor se ejerce el pensamiento. no existe afuera de este edificio no existo yo en esas películas no sé cómo ser fuera de mí

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Salmón En la tele desgarraban un salmón rosa e inocente su carne hermosa lengua lista para recibir la sal luego, con mucha calma, se colgaba de un gancho como cualquier abrigo que se deja a la espera; recibiría el humo esa carne muerta. Hermosa era. Su piel brillaba y sus aletas bien formadas; sonreía -o era efecto del anzuelono sabría decirlo su piel abierta cuerpo abierto zanahoria partida manos abiertas La chef lo mostraba feliz mirando a la cámara y a mí y el salmón dejó de ser pez y piel y rosa ya aderezado era alimento. Algo del instante. Podremos olvidarlo. Se puede almacenar en frascos de vidrio y se conserva por meses, concluye ella, con el tono de ciencia que certifica y asegura.

Brenda Ríos (Acapulco, México, 1975). Becaria de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas, FONCA Jóvenes Creadores, Residencias Artísticas, PECDAG. Editora, escritora y traductora. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano y sus libros pueden ser descargados de manera libre en cuadronegroediciones. 35


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Dar Nombre Julio Durán —Los poetas son todos maricones y vagos —dijo mi papá y siguió comiendo, con el ceño fruncido, molesto porque contaminé mi relato nombrando a un poeta. Me sentí una tonta. No dejó que terminara de contarle. No pude decirle que en esa latitud, en ese punto del hemisferio tan cercano al polo norte se puede ver morir a las gigantescas llamaradas invisibles que el sol envía al espacio, olas de partículas que chocan con el frágil campo magnético del planeta; yo quería decirle que esa fina piel de la tierra convierte a los rayos en mantos de nitrógeno azul, en coreografías de oxígeno verde. Quería explicarle en qué consistía el fenómeno. Pero bastó que mencionara que en ese país vivió un poeta que logró describir esas luces de tal forma que el fenómeno se convertía en algo nuevo, doblemente fascinante y a la vez cercano. Le dije que me habría gustado explicárselo como lo había explicado aquel poeta. Vi aquel espectáculo de luces en el cielo junto a mi profesora de historia. Ella vio mi asombro y me habló del poeta, de sus amores de juventud, de su pobreza y de los amigos que perdió durante la Segunda Guerra Mundial, de la persecución que sufrió por su disidencia, su muerte tras años de cárcel, y de la tardía e irónica reivindicación que le hicieron en su tierra décadas más tarde. Me dijo que, hasta donde sabía, no había sido traducido. Le pedí que lo recitara en su idioma original, en esa lengua nórdica que me costaba mucho y que no sé si un día llegaré a dominar. La escuché recitar como si escuchara un hechizo o una invocación. No entendí mucho. Nada, en realidad. Pero el ritmo, las consonancias, el brillo de su voz… Así habría querido yo explicárselo a mi papá… Maricones y vagos. Sí, quizás el poeta era homosexual. Mi maestra no especificó si sus amores de juventud fueron chicos o 37


chicas. Pero, definitivamente, sí era lo que mi papá consideraría un vago. Así que ya no pude decirle más, se me fueron las ganas de seguir contándole el viaje. Preguntó algo, no sé qué, no le entendí por lo molesta que estaba. Pero seguro era algo relacionado a los estudios o sobre la posibilidad de trabajar allá, cuánto me pagarían si conseguía un empleo y a cuánto equivalía eso en soles. Antes había preguntado cómo me habían tratado, qué tal era la comida, si me había gustado el viaje. Asuntos prácticos y contabilizables. Pero yo ya no quería hablar. No sé qué fuerza me venció e hizo que me atreviera a preguntarle: —Papá, ¿sabes por qué mi maestra me recitó ese poema? No me atreví a mirarlo a la cara y tampoco esperé su respuesta. Solo dije que el poema llevaba por título mi nombre. Fue algo que a mi maestra le pareció una especie de augurio. Yo llevaba el nombre del poema y para ella fue mágico descubrir que aquel cielo pintado de luces significara algo distinto. “Tuvo una novia española durante la guerra”, dijo mi profesora, riendo con asombro, como si hubiera resuelto un acertijo antiguo o como si un misterio le hubiera mostrado un nuevo rostro. —Mi maestra me preguntó por qué me habían puesto este nombre, papá. Entonces, él reaccionó como un animal amenazado, su aire cambió. Quiero pensar que su silencio contenía sus recuerdos y que por su mente pasó la imagen de la anciana que, ante la muerte de su hija y la indiferencia de su yerno, se hizo cargo de su nieto. Mi bisabuela crió a mi padre solo, porque su hijo mayor había muerto por el castigo que le impuso un caporal en una hacienda; y su último hijo se había ido a la selva buscando trabajo y nunca supieron de él. No sabía leer, casi no hablaba español. Se llevó a mi papá con ella, cuando ya era una viejita. Él me contó que sus primeros recuerdos eran de ella recogiendo leña en los caminos junto al río, dando de comer a los gatos y los cuyes, a una cabra flaca. Me contó también que lo escondió cuando llegaron los terrucos al pueblo a reclutar chiquillos. Que huyeron cuando se aparecieron los milicos. Yo me acuerdo… Me lo han contado tantas veces que tengo imágenes de esos hechos, hasta los he soñado. Sé que no son parte de mi experiencia, pero, ¿es tonto pensar que esos hechos son mi memoria? A mi papá le pareció una tontería cuando se lo mencioné, pero cuando él me contaba cómo llegaron a Lima era como que yo hubiera llegado con ellos. Mientras él contaba, 38


yo lo veía. Veía la casa de esteras en el arenal, ahí donde les robaron casi todo apenas llegaron; veía la estación de buses y camiones donde ella vendía mote hervido y papas sancochadas a los camioneros junto a la carretera. Lo veía hablando con los choferes que luego, en su adolescencia, lo tomarían como cargador, luego como ayudante en un taller. Vi la primera camioneta que compró cuando cumplió veintitrés años, la que estacionaba en el taller de buses que salían a Canta y Huaral, y que traía duraznos y chirimoyas a Lima. Era como un hechizo, sus palabras eran como una corriente que me arrastraba. Sí, una vez la vi. Bueno, sé que la vi. Me lo han contado también. Ella ya estaba postrada. Ya casi no reconocía a nadie. Dicen que me pusieron en sus brazos. Tengo una imagen de ese momento, una fotografía construida por retazos de voces, así que lo considero mi primer recuerdo. —Por la mamita, pues… Tú ya sabes… —dijo mi papá torpemente, escondiendo la mirada y callando de golpe. En ese silencio reconocí la vergüenza del que calla porque no comprende. Yo había tocado un nervio y él acusaba el golpe. Reconocí, una vez más, que aquella era la oscura frontera de nuestras vidas. Tras ella, no había forma de tocarnos. Nuestras vivencias comunes eran extensos hilos que nos conectaban a una distancia que nos volvía casi desconocidos. Ya no quise seguir hablando de poesía ni poetas. Se iba a molestar peor, pues. ¿Qué podía decirle? ¿Que la sangre es poesía? ¿Debí hablarle del poema de mi nombre? No te imaginas todos los filamentos que vibraron y resonaron en mi mente, todos los lazos que se formaron. De alguna manera, me asaltó la idea de que el rostro de mi abuela y el espectro visible de los rayos del sol tenían alguna relación. Ya lo sé. Ya estoy hablando como una tonta. Estas cosas no se las puedo contar a nadie. Por eso sólo te las cuento a ti. Julio Durán (Iquitos, Perú, 1977). Cuentista, novelista y traductor. Ha publicado la novela Incendiar la ciudad (2001) y la colección de cuentos La forma del mal (2010). Su obra ha sido incluida en antologías como El cuento peruano 2001-2010 (PetroPerú, 2013) y Selección peruana (Estruendomudo, 2007). Fragmentos de su novela Incendiar la ciudad fueron traducidas al inglés en el 2007 por su compatriota Daniel Alarcón. 39


Selección natural en Saffron Park Gerardo de la Cruz Así que esta simple historia —concluyó mi desconocido interlocutor— no merecería atención si no fuera por la posibilidad de darle un sentido distinto. —Milorad Pavić

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aba el profesor Darwin su acostumbrado paseo vespertino por el Saffron Park cuando, al pie del llamado Puente de los Colgados —como era vulgarmente conocido— advirtió la figura de un hombre al borde de la balaustrada. El hombre tenía el extremo de una soga anudada al cuello, y en el extremo opuesto de la soga, una roca bien amarrada al cuerpo pétreo, la misma que entre brazos acunaba indeciso. Aun cuando el traje no le hacía justicia al caballero, si la vista no engañaba al profesor Darwin, el perfecto nudo byroniano de la soga en el cuello del joven le permitió hacer algunas deducciones atinadas, las cuales prefirió obviar. El cuadro, según la inequívoca experiencia de Darwin, era preciso y revelador. La apariencia primordial de su nuevo sujeto de estudio, coligió el profesor, manifestaba clara inclinación —peso de la roca en manos— por un deseo inopinado de renuncia a la vida. Impulsado por la intriga, el respetuoso profesor, caballero sin tacha aunque muy vilipendiado, pasó de largo junto al hombre, con paso lento, firme y sigiloso, y aunque no era su intención perturbar la intensa concentración que requiere un futuro suicida, al escuchar los hondos y lastimeros suspiros, que dejaba escapar tan escandalosamente que parecía clamar ¡ayuda!, el científico

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desanduvo los pasos andados a hurtadillas y, allegándose al suicida en ciernes, le ofreció el solicitado auxilio. Pete Jones (sí, lo llamaremos Pete Jones, pues su descendencia es nutrida) en un principio se negó a aceptar el ofrecimiento de Darwin, mas el profesor, que entonces ya era un anciano, lo convenció hábilmente de postergar una tarea que mal podía hacer en ese instante, de tal suerte que Darwin puso punto final al debate induciéndolo a tomar una taza de té en su acogedora casita. Allí podrían platicar, discutir holgadamente el mal que le aquejaba y considerar si el sabio profesor estaba en condiciones de auxiliar al muchacho, y el muchacho en condiciones de recibir ayuda. A regañadientes, Thelma Marie, la joven ama de llaves del profesor, les sirvió el té, mas no el tradicional five o’clock tea, dado que se trataba de un cita extraordinaria. Cuidadosamente, Pete Jones depositó la piedra en el piso y —no sin antes agradecer la gentileza de la diligente ama de llaves— mientras bebía la deliciosa infusión de manzanilla, que la severa Thelma Marie había preparado, contó al profesor los motivos que lo orillaban a cometer el reprobable acto. Meses atrás había conocido a lady… Lady (sí, llamemósla lady Lady, pues damas como ésta abundan), seguramente la británica más hermosa de la isla y probablemente la más bella criatura de la Creación. No lo dijo, pero se infiere que fue amor a primera vista. Pete Jones la invitó a salir un par de ocasiones; conversaron acerca de las proezas de Napoleón, así como de la graciosa audacia del sobrino, el III; compartieron una nieve a las orillas del Támesis y contemplaron un insípido ocaso, románticamente hiriente. Ella le confesó que jamás había coincidido en tiempo y circunstancia con otro caballero tan espléndidamente simpático como él. Entonces, seguro de un amor correspondido, Pete Jones le confió sus sentimientos y ofreció a la mujer sagrado matrimonio. Sus conclusiones fueron erróneas, lady Lady no estaba enamorada. Por una parte, Pete Jones era tan feo, apuntó la dama, que le provocaba, según su estado de ánimo, compasión o repugnancia; por otra parte, Pete Jones era tan gentil y ameno, que no podía prescindir de sus juglarías para llenar sus tardes ociosas. Lady Lady, con extremado tacto para no lastimarlo, rechazó al aprendiz de suicida, no sin antes hacerle saber que solamente lo quería como amigo y pedirle, 41


encarecidamente, que se dejara de romanticismos y ridiculeces, y que nunca se separase de ella. Pete Jones juró sobre la tumba de su abuela, ya que sus padres aún vivían, jamás apartarse de lady Lady, ser su sombra y procurar en lo absoluto la felicidad de ella con sus ocurrentes bufonadas. Así el suicida se vio obligado a seguir alimentando su amor por la joven, y a esconderlo con una sonrisa de oreja a oreja más falsa que un sello de tres peniques. Empero, cansado emocionalmente de este devaneo sentimental, Pete Jones vislumbró una infalible salida por la puerta grande: la muerte por decisión, que pese a estar de moda, no deja de ser digna. Y en ese tránsito amargo, tras varios y muy sofisticados intentos de quitarse la vida, todos risibles e inútiles, había elegido un camino convencional, allegándose al parapeto del Puente de los Colgados, momento cumbre en que el anciano científico se topó con él. El profesor Darwin escuchó atentamente al joven y no interrumpió su discurso salvo para prender un puro. Su caso le resultaba extrañamente familiar y creyó tener el remedio adecuado para solucionar el problema, inyectarle bríos, ganas de vivir y un renovado deseo de amar (a otra mujer, claro está). Darwin, disculpándose con Pete Jones, se dirigió al estudio y de la gaveta inferior de la escribanía sacó una resma de documentos manuscritos. Al regresar a la estancia donde esperaba Pete Jones, le mostró uno a uno el montón de papeles. —Este dibujo, míster Jones —le dijo— es un retrato aproximado del hombre más feo del mundo hace cinco mil años, circa; este otro, es un retrato aproximado del hombre más guapo del mundo, también hace cinco mil años, circa. Pete Jones examinó los papeles; mas su rostro, era evidente, conservaba esa expresión idiota que muy bien le iba y explicaba el porqué lo rechazó lady Lady. Ambos esbozos apenas diferían por un par de trazos. No tuvo que adivinar Darwin los pensamientos que cruzaban la cabeza hueca de Pete Jones, su gesto lo delataba. El profesor había inferido, correctamente, que el muchacho aún no interpretaba los grabados. Pese a la confusión del joven, prosiguió: —Aquí verá, querido amigo —extendió el resto de los papeles—, y obsérvelos con atención, los retratos aproximados, respectivamente, de la mujer más fea y la más hermosa del mundo hace cinco mil años. 42


—¿Circa? —preguntó Jones. —¡Mi Dios, por cierto que sí! —replicó el profesor Darwin. Pete Jones contempló los dibujos. Como en el caso anterior, no había diferencia notable entre el primero y el segundo boceto. —Oh, ya veo. —¡Ve usted porque no está ciego, porque ha entendido un comino! —saltó Darwin, y explicó señalando los dibujos respectivos—. Uk, el hombre más guapo del mundo, era también el mejor cazador de… digamos que una especie de cochinillas gigantes; pero Ku, ésta —y señaló a la fea—, era la mejor cocinera de cochinillas gigantes sobre la Tierra. En cambio a Mu, el feo, las mujeres lo codiciaban porque era bueno con el garrote y al anochecer hacía gum-mug con la garganta, de tan dulce manera, que las hacía conciliar el sueño. —Oh, ya veo —creyó entonces comprender Pete Jones el inextricable fondo de la anatemizada teoría de la selección natural, entonces tan criticada—. ¿Qué pasó con…? —Um, se llamaba Um. —¿Qué pasó con ella? El profesor Darwin dio un pequeño sorbo a su té y colocó la pierna izquierda sobre la derecha, pausadamente, dándose tiempo para responder, como quien hace memoria: —¿Con Um? Nada, era simplemente parte de la tribu. Y como a todas las mujeres, los hombres que sabían hacer uso del garrote o cantar dulcemente gum-mug para conciliar el sueño, no le eran indiferentes, y asimismo, sentían especial fascinación por los cazadores de esta especie de, digamos, cochinillas gigantes. A decir verdad, a Um ningún hombre le producía inapetencia. En aquella época, inexperto amigo, todos cumplían en mayor o menor medida con las perspectivas de apareamiento. —¡Cuánto han cambiado las cosas! —Es la selección natural, en su más primitiva expresión. Enseguida el profesor Darwin enarcó las cejas y se limitó a carraspear. Pete Jones, entretanto, se desembarazaba de la soga, que aún tenía amudada al cuello, y discretamente la hizo a un lado con la punta del zapato cuando Thelma Marie entró a la confortable estancia y recogió el servicio de té, acción que no pasó inadvertida a los ojos del viejo científico. —Entonces Uk se casó con Ku —dedujo Pete—, y Um con Mu, ¿no es así? 43


El profesor Darwin, sonriente, negó con la cabeza. —Ni Uk se casó con Ku, ni Mu con Um, ni Uk con Um, ni Mu con Ku, ni Uk con Mu y menos Um con Ku. —¡Por Nelson, qué desdicha! —exclamó Pete Jones, de nuevo dispuesto a arrojarse de cabeza, con el pedrusco ajustado al cuello, al riachuelo que corre bajo el Puente de los Colgados. Darwin tranquilizó al joven y amplió su respuesta: —No se casaron, mi amigo, porque entonces el matrimonio no era una institución formalizada, porque existía la poligamia y porque vivían en tribus diferentes cada uno. Pero estoy seguro de que entonces no importaba cuán feos o atractivos fuésemos, por el sencillo hecho de que todos eran ¡horrorosamente iguales! —horridly equals!, fue la expresión que empleó Darwin—. Se amaban por otras razones. Lo mismo que hoy en día, debo señalar. —¿Como cuáles? —inquirió el joven atribulado, con los ojos chispeantes, tímidamente vuelto a la vida. —¡Hum! Por ejemplo, ejem ejem… Se amaban, pues, pues porque sí. Y no haga más preguntas necias. El silencio entre pupilo y maestro se impuso. Todo estaba claramente dicho y no fue sino hasta ese preciso momento que Pete Jones creyó haber aprendido la lección impartida por el profesor Darwin. En el acto se puso de pie y respetuosamente agradeció una y otra vez su auxilio, con lo cual salió de la casa ligeramente liberado de la frustrante carga sentimental que lo agobiaba, así como de la carga material que apenas soportaban sus pequeñas manos, pues atinada y pertinazmente, había olvidado roca y soga bajo el mismo sofá donde, con suma discreción, se desembarazó de ellas. Al día siguiente, a la hora en que Darwin daba su acostumbrado paseo vespertino por el Saffron Park, Pete Jones, a las puertas de la casa del ausente profesor, se anunció, tras tirar en tres ocasiones de la campanilla. Thelma Marie, consternada, abrió la puerta y Pete Jones se vio obligado a explicar con detalle su desventura al ama de llaves, y cómo fue que ayer, a la hora del té, en compañía del profesor Darwin, olvidó una roca y una soga, mismas que de no haber sido por la intervención del venerable científico, habríanle sido harto útiles para privarse de la vida y, ya que obraban en su poder, y siendo ella ama de llaves y mujer de todas las confianzas de Darwin, y no encontrándose éste presente, le solicitaba, de ser posible —“sólo de ser posible”—, la devolución de tales adminículos mortíferos. 44


—Puede estar tranquila —precisó el joven, embelesado—, no tengo en mente cometer ningún despropósito. Bajo la máscara de la timidez femenina, el ama de llaves le arrojó una mirada suspicaz y seductora. Pete Jones había hecho su petición tan gentil y cortésmente, que la delicada Thelma Marie habría sido incapaz de negarle nada al curioso caballero que tenía de pie ante sus ojos, allí, en el umbral de la puerta, bien erguido y argumentando distracción, blandiendo un ramillete de flores amarillas, tal vez rosas o margaritas, como muestra de infinita gratitud —menos por las improvisadas lecciones del profesor Darwin, que por la infusión de manzanilla aplicada por la exquisita y delicada Thelma Marie. —¿Seguro? ¿No piensa usted incurrir de nuevo en semejante tontería? —interrogó Thelma Marie al visitante—. Sería una lamentable pérdida. —¿Lo cree usted así? —A leguas se ve que usted es un hombre muy entero y apasionado, he de confesarle. Sí, lo lamentaría mucho. —¡Por Trafalgar! —replicó Pete Jones—. Puede dormir tranquila. Nada, nada de eso, señorita, son muy otras mis intenciones —aseveró el joven, con una amplia y sincera sonrisa en los labios, la cual denotaba extremo nerviosismo. —Y las flores, ¿qué piensa hacer con ellas? —Sí, las flores… ¿Qué hay con las flores? ¡Oh, esta bagatela, claro! —y apresuró una apología botánica el suicida arrepentido—. Le ruego disculpe mi atrevimiento, pero tengo entendido que las margaritas no son lo más adecuado en estos casos, y en cuanto a las rosas… Quizá pueda orientarme con respecto a las preferencias del profesor Darwin. —Ya veo. Pero sean rosas o margaritas, caballero, la verdad no acostumbran, no al menos sino hasta que usted llegó, obsequiarle flores al profesor —arguyó Thelma Marie. Inteligente observación, por cierto. —Tampoco es mi costumbre obsequiar flores —confesó Pete Jones tartajeante—. No al profesor Darwin ni a ningún caballero, aclaro —enfatizó ruborizado—, distinguida… —Thelma Marie. —¡Oh Thelma-Marie! —exclamó míster Pete Jones, haciendo una cómica reverencia. El profesor Darwin, que había prolongado premeditadamente su acostumbrado paseo vespertino, acodado en el antepecho de la balaustrada del Puente de los Colgados, arrojó al vacío un guijarro y contó una a una las ondas que se formaban en la superficie cristalina del riachuelo. Examinó 45


su reloj y blasfemó al imaginar las dificultades que en breve le sobrevendrían, cuando se viese en la necesidad de buscar, encontrar y conservar a un ama de llaves tan eficiente, solícita y delicada como su querida Thelma Marie. Maldijo el instante en que decidió darle nuevo cauce a los pasos perdidos de Míster Mu, como bautizó al frustrado suicida. Después, inmerso entre múltiples reflexiones, continuó su caminata. Al cabo de unos minutos, tomó asiento en una banqueta del Saffron Park. Sacó del bolsillo interior de su levita lápiz y libreta, donde anotaba variopintas consideraciones en torno a su próximo tractatus. Miró el puente con expresión dubitativa y evitó a una pareja de groseros enamorados a la vista. En el cuadernillo, que tenía por título La descendencia humana y la selección sexual, con letra apresurada, pero bien clara, apuntó: La selección sexual es un enigma que podría rebasar el misterio de la selección natural. Los comportamientos entre las especies mayores y las menores, en la cadena evolutiva, son mínimas, incluso pueden observarse curiosos paralelismos. Pongo por caso el de Pete Jones, suerte de homo sapiens con marcadas reminiscencias simiescas. Diríase que este espécimen estaría destinado a desaparecer, pero no: se multiplica alarmantemente y gana terreno sobre el sapiens sapiens […] Entiendo, sin embargo, que referirse al sapiens sapiens contribuye a conjeturas inagotables; la agudeza intelectual, cuando existe, con frecuencia es precaria […] El riesgo latente de encontrarse a un Pete Jones, digamos, a la vera del Támesis, no es cosa menor; si algún día llegare a tropezar con este simulacro de antropoide, recomiendo ignorarlo y no dejarse seducir por estúpidos sentimentalismos. Y cerrando el cuaderno, echó a andar a casa, resignado.

Gerardo de la Cruz (Ciudad de México, 1974) es escritor y editor. Estudió Lengua y literatura hispánicas en la UNAM. Autor del volumen de cuentos A propósito del autor (UAM, 1995) y la novela La inacabada vida y obra de J. Chirgo (Terracota, 2015). 46


GREEN BOOTS Paulette Jonguitud

T

he water falls on her head, on her face, around her ears. She sits on the floor and it falls encasing her in the only shelter she has found in this house. She feels safe, she must be, no one can demand anything from her while she´s in the shower. Her back hurts. Her feet, her womb, it all hurts but the hot water dulls the pain. She wishes she could drink it but the water in this city is as dirty as the sky. The light over the vanity mirror makes some water drops glisten while others cast small oval shadows. Her daughter´s string of a voice tries to break through the sound of the shower, her daughter´s voice and the screech of a toy that keeps asking if anyone would like to go and play in the farm. Her daughter´s voice calls from her room: Mom! She answers I´m coming, I´ m coming, as if she would. There´s a scar on her pubis, the scar that wants to hide among the hair but can´t for it has turned red and blotchy, as it did the first time, when her daughter was born. It looks like a worm that inches through her body but it never moves. It twitches when she laughs. It no longer hurts. The first few days back from the hospital, three black knots signaled the beginning, middle and end of the opening and she had to clean it twice a day with the same ointment she used on her baby boy´s bellybutton. Two survivors of the same battle. Only her baby boy knows about the nine hours of labour, about curling up on the hospital bed trying to hold still while a long needle pierced her back, only he knows about the fear and the lights and the voice of the anesthesiologist commanding her to hold still through the pain, to stop trembling. But her baby boy doesn´t know about the anguish of being responsible for two small children in a country that crumbles around them. A country that preys on its young, that chews them up and spits them out burnt to ashes. She often wonders what would happen if every dead citizen´s body remained as a landmark where his or her life was taken: that would be an unavoidable manifestation of grief. She feels powerless. One month and seventeen days ago she was cut in 47


half and her baby boy came out through the emergency exit now guarded by a reddish worm she knows she´ll find it in her to hate. Not yet, now it´s just a worm that guards a gate, one more imprint that motherhood has left on her body, every deformity is but an avowal of their birth and her survival. If only she could still carry both children inside her body she could protect them from this Saturn of a country. In the shower she feels safe. No one can come in and take them away, no one can say: give me that, feed me, keep me warm, it feels like a cave of her own where it rains just for her. She is wearing bright green rain boots. By the end of her second pregnancy she wore them all the time to avoid slipping because it rains all year where she lives. At least that is what she said, but the truth is she wears them because they hide the fungi that inhabit her toenails and have turned them into tiny sandboxes where diminutive children could build castles and dig holes. She has been unable to vanish the fungi from her southern territory because the medicine she needs is not to be taken by pregnant women or women who breastfeed, so she has to put up with yet some other organism living on her body. This body hasn´t been hers for almost a year now but she has been unable to move somewhere else. Her breasts feel heavy and her nipples tingle, then a sharp pain and the milk drips from them and joins the water down the drain. The baby boy cries now, he knows the milk is being wasted and his sister rolls the stroller in and after drying her arms, the mother takes him out, offers her breast and the crying stops. The mother might be getting a cold, she feels lightheaded and sometimes she trembles. It might be a cold, it might even be pneumonia and then she would have to be taken back to the hospital where she could sleep through the night. The green boots have come in handy for her feet are still swollen and no other shoe could fit them. The baby boy is asleep now and here he no longer smells of sour milk. Her daughter is sitting on the bathroom mat working on a jigsaw puzzle, once in a while the girl howls as loud as she can to remind them that she exists and that she once suckled those breasts. Or maybe she just shouts because she likes how her voice bounces off the bathroom tiles, she screams because she is three years old and has a baby brother, she bawls because her mother won’t leave the shower. The big eyed girl used to look at her mother from the bathroom door but she never asked: Why are you in there all day long? She used to sit and play in the hallway, by the door, she used to cry 48


pulling yards of toilet paper out of the roll and now she has finally brought most of her toys into the bathroom. She used to need the complicity of her mother to play but now she builds towers with wooden blocks all by herself. She must be in bloom. Sometimes she comes nose to nose with her mother and repeats her own name until it looses meaning and makes her laugh. Sometimes she punches her mother in the stomach. Sometimes she bites her with the very edge of her teeth. But she can build the highest towers out of wooden blocks all by herself. She is such a big girl now. The mother´s breasts are now empty and they sag, they drip down her body like so many drops of water. She should get out and is convinced that she can get up whenever she wants to. This is just a long shower. She deserves it. She was opened in half and a baby boy was pulled and pushed and ripped from her belly and now she is supposed to care for him, for both her children, in a country that abducts its young. When her daughter was born she used to take her to the park on long walks but she couldn´t shake the feeling of walking around with a briefcase full of money, almost tempting some one to take it away from her. An exhausted woman walking around with an infant seemed to her like a provocation. She looked at other mothers and wondered if they felt as safe as they seemed to. They didn´t. One should´t have to learn to live in fear. Can´t she take a long, hot shower? She can get up any time she wants to, go out and play like she used to with that little girl that left a couple of apples for her on the floor mat. The baby boy is back in the stroller. She could get up and look at herself in the mirror, look at that body that is once again her own but she knows that it´s been returned in a poorer condition than it was when she lent it. She no longer holds the baby but she can hear him so she must have put him back in the stroller. She lies down on her left side and the white tiles welcome her like a pillow under the shadow of the towels and her shelter feels more like a cave now. She won´t move, she´ll stay there and people will have to jump over her on their ascent to everyday life. She will become a landmark. Green Boots. Her daughter stands by the shower door now, wearing nothing but her own tiny rain boots, and she carries an umbrella. She steps into the shower, sits next to her mother and opens the umbrella. Paulette Jonguitud (Mexico City, 1978) is the author of Mildew, published in English in 2015 by CB Editions and in Spanish by FETA/CONACULTA. She has been a MacDowell Colony Artist in Residence and lives in Mexico City.

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Episodio de la historia oficial mexicana Isabel Díaz Alanís

E

l mundo es un lugar impredecible en una y mil maneras. Ese día, por ejemplo, las Californias mexicanas amanecieron isla. Sin la ayuda de terremotos, erupciones volcánicas o explicaciones, la hasta entonces península vio la luz del día rodeada completamente de agua. De haber algún astronauta dando vueltas en el espacio admirando la imagen de la Tierra podría haber atestiguado que el corte fue limpio, obediente de las fronteras delineadas concienzudamente por la guerra y la política. Era la pieza desencajada de un rompecabezas. Historiadores empolvados, políticos de nariz respingada, cocineros de mariscos y otras delicias, contorsionistas jubilados, estilistas conservadores, motociclistas higiénicos, personas altas y chaparras: cualquiera tenía su propia opinión de lo sucedido: “¡Mentira! ¿Se va a separar nomás porque sí?” “Seguro esto es obra de agentes secretos” “Espera, ¿dónde está Baja California?” Investigadores de múltiples disciplinas demandaron cambiar inmediatamente los libros de historia del país. Aquél era un evento digno de ser anotado para las futuras generaciones de jóvenes, propensos a creer que las cosas son sólo de su tiempo o de un remotísimo pasado. No faltó quien dijera que

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las Baja Californias eran desde un principio una isla catalogada de península por ojos miopes, traidores inclusive, y citaban en su defensa mapas del siglo XVI; urgía corregir el error. Puntualmente, fueron los cartógrafos los más alarmados con el cambio. Cada mapa necesitaba ser alterado para demostrar la nueva distribución. La silueta de México había perdido su delicada figura y parecía ahora una bota de vino junto a una antorcha apagada. “Es como ver una niña con la frente ancha al descubierto; tarda uno en acostumbrarse”, dijo un renombrado académico. Los ajustes debidos se hicieron de manera rápida, ¿qué pasaría si alguien manejando de Hermosillo a Mexicali entraba al mar creyendo que la carretera continuaba de manera subacuática? O peor, ¿si otro país reclamaba la isla? O, ni lo mande Dios, ¿sus habitantes se quisieran independizar? Se pusieron los señalamientos pertinentes y se desarrollaron nuevos materiales para las escuelas con el afán de proteger el amor patrio. Alumnos de los treinta y dos estados de la República eran examinados en sus nuevos conocimientos geográficos: ¿cuántos estados hay en la isla mexicana del Pacífico? Dos, Baja California Norte y Baja California Sur; ¿cuáles son los países/estados limítrofes? Pregunta capciosa, está rodeada de agua. Había desacuerdos de vez en cuando sobre los datos duros concernientes a la isla pero jamás de su existencia. ¿Cómo negarla? Turistas de todas partes la visitaban para tratar de resolver el misterio de su origen y se tomaban fotos en diversas posiciones sobre la carretera que antes llevaba a Estados Unidos y ahora se desaparecía en el mar azul oscuro. En suma, se convirtió en la perla mexicana, sujeto de postales, fotografías, imanes y las conocidas parafernalias del turismo que no hace más que ir en aumento.

Isabel Díaz Alanís (Monterrey, 1988). Se graduó de la carrera de Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y hoy en día vive en Filadelfia donde estudia un doctorado en literatura hispánica en la Universidad de Pensilvania. 51


Alta Definición Laura Emilia Pacheco

C

omo cimas de un Everest a escala, incontables olas errantes reflejaban en su turgencia los destellos del sol. Era imposible mirar el horizonte sin que al poco tiempo dolieran los ojos. Las aguas del océano eran muy distintas a las que bordeaban la playa, con su vaivén de espuma y la engañosa protección de la arena que se desmorona bajo los pies. Antes de aquel día, sólo de muy niña había estado en alta mar, durante un viaje con mis padres a Noruega, a bordo de un barco que se incendió y hundió apenas en cuanto descendimos en Oslo. Ignoro cómo nos salvamos. Junto con tantos otros objetos y recuerdos que me remiten a mi primera infancia –sin duda el periodo más feliz de mi vida--, conservé siempre el oso polar que me compraron a bordo. Pero aquel fue un viaje de muchos días, décadas atrás, en un océano septentrional muy distinto a este, de modo que, en realidad, era la primera vez que advertía la textura de la inmensidad. El televisor de alta definición que me acompaña en mi cuarto no podía recrear fielmente este paisaje en fuga. Por un momento me pareció que el desplazamiento perpetuo del agua era la forma en que el océano intentaba resolver algo. A último momento decidí unirme a la excursión promovida por el hotel para conocer a los tiburones ballena: gigantes inofensivos que llevan sesenta millones de años en la Tierra. Acostumbrada a la soledad, las vacaciones semestrales con mis amigas de infancia fueron suficientes para decidirme al paseo. Con la excursión quería alejarme tan solo unas horas de una convivencia agradable, pero algo agobiante, que se prolongaría varios días más. La noche anterior, bajo la luna llena, en el amplio balcón frente al mar, las seis habíamos conversado sobre la necesidad de establecernos en un terreno —cerca de la playa o en un algún sitio seguro y de buen clima— para construir una serie de cabañas donde viviríamos lo que nos restara de vida,

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en una suerte de asilo a la medida, cuidando, compartiendo y monitoreando nuestra inminente vejez. --Si una se enferma las demás podemos hacernos cargo, estar pendientes. —Quiero invitar a mi prima, a ver si le interesa unirse al plan. Ella también está sola. —Mi tía y sus amigas lo hicieron. Todas viven en una casa y les va muy bien, siempre y cuando se tenga todo en orden: “cuentas claras, amistades largas”. —Tendríamos que hacer un fondo común. —A esta edad no podemos ignorarlo. Hay que hacerlo ya para cuando llegue el momento –sentenció la más bronceada, con una piña colada virgen en la mano. Antes y durante las vacaciones, una y otra vez, la misma charla. —Yo te acompaño —interrumpió otra de ellas, refiriéndose a la excursión—. Sólo tengo que pedir que me hagan el cargo a la tarjeta. Es menos caro si somos dos. No soy buena nadadora. Nunca aprendí bien. Me encantan los animales. Las personas, no tanto. Creo que he visto todos los programas sobre al mar, el espacio, la vida de los felinos, el ciclo de reproducción del coral, las maravillas de la naturaleza, los misterios del planeta. En este viaje me limitaría a hacer lo que hago mejor: observar. Aunque desde cierta distancia, vería al tiburón ballena. No sé mucho de barcos. El yate de la excursión me pareció bastante grande. El motor de “El Piélago” –así estaba escrito su nombre en grandes letras azules— lanzó un hondo rugido y exhaló una humareda negra con la que inauguró el viaje. El fuerte olor a diesel me dio náuseas. En ese momento me arrepentí de haber ido. Éramos nueve personas, además de la tripulación y dos buzos expertos que estaban a cargo del paseo. Entre los turistas, sobresalía el dueño de una discoteca. Tenía torso atlético, una gruesa cadena de oro colgada al cuello, cabello negro. Su compañera era una joven de bikini rojo con pestañas postizas. El yate avanzó varias horas con un adormecedor bamboleo. La estela de humo negro se diluía lentamente entre el oleaje que la cercaba. El viento era un gran alivio que me daba sensación de libertad. Media hora antes habíamos dejado atrás la última isla que aparecía en el mapa, antes de internarnos de lleno en mar abierto. 53


Cuando alcanzamos la latitud correcta, los buzos nos instaron a buscar algún indicio de la presencia de los tiburones ballena. El sube y baja de las cordilleras de olas en forma de pico creaba espejismos; reconocer qué era real resultaba difícil para nosotros que no teníamos experiencia navegando. Una delgada capa de fibra de vidrio era todo lo que nos separaba del fondo del mar; fuera del perímetro del yate, no había nada de lo que pudiéramos asirnos. Era parecido a lo que a veces se siente en el avión cuando uno se percata de que, bajo el asiento, sólo hay aire. Desde el cielo puede verse la superficie de la Tierra. No así en pleno océano, donde sólo las primeras capas de agua son translúcidas y, luego, oscuridad. Casi cuatro horas después de iniciar el viaje, alguien gritó: —¡Ahí están! ¡Parece que son dos! Yo sólo vi destellos en el agua. Eran tan brillantes que parecían de hielo. Cada uno de nosotros tenía un snorkel. Nunca antes usé uno pero me pareció que el principio era bastante simple: se respira por la boca --no por la nariz que está apresada en el visor—, y el aire entra por el tubo. —¿Vienes? —me preguntó uno de los buzos. —No. Voy a esperar un momento —respondí, ante su mirada de desprecio que evidenciaba mi cobardía. “No”: otro más en mi vida. La repetición es el Infierno. En ese momento me acordé de animales —como algunas especies de ranas—, que pueden sobrevivir largos periodos de tiempo sin beber agua, en un estado de desecación funcional. más.

Mi amiga se acomodó el snorkel y saltó al agua sin decir

—¡Es una hembra: está preñada!¡Vengan! ¡Es aquí! —gritó el segundo buzo, ya en el agua, haciendo señas con la mano. Uno a uno, los turistas se lanzaron al mar. Dos coreanas se tomaron de la mano y saltaron juntas. Sólo faltábamos el dueño de la discoteca y yo. Él estaba sentado sobre la barandilla, con las piernas ya colgando de 54


fuera, no del todo convencido de lo que estaba por hacer. Ante su evidente resquemor, su joven acompañante aprovechó para burlarse del hombre que, hasta hacía unos momentos, se había presentado ante a ella como poderoso y de gran mundo. Ahora temblaba como un niño y tenía la piel erizada: —¡Ven, mi amor! No tengas miedo. Yo te cuido… Vas a ver que los pececitos no te hacen nada —gritaba ella desde el agua, mientras sus senos boyantes casi le cubrían la boca. De cada una de sus pestañas impermeables colgaban gotitas que le daban a su rostro un aspecto irreal. Mientras él se decidía, los demás estaban ya en el sitio del avistamiento. Alcanzaban a oírse oleadas de risas, expresiones de júbilo, gritos de deleite, el chapuceo del agua. Los tubitos de aire subían y bajaban en un juego que parecía tan emocionante como divertido. Apenada por presenciar la humillación que estaba sufriendo el hombre, preferí alejarme discretamente a la barandilla opuesta para no avergonzarlo más. Con el snorkel sobre la cabeza me asomé al agua. Pasados unos minutos, distinguí una serie de tenues manchas que navegaban con lentitud junto al yate: era el otro tiburón ballena. Sí, no; sí, no; si, no; pensaba. Por una vez tenía que romper el ciclo. Escupí en el visor del snorkel, como todos lo habían hecho, me coloqué el aparato, introduje el tubo en mi boca y me subí a la baranda. ¿Qué tan distinta podía ser el agua del mar a la de una alberca? Sin pensarlo, salté con gran impulso. Alcancé a escuchar el angustioso aullido del hombre al caer, del otro lado del yate. La fuerza de mi salto hizo que me sumergiera mucho más de lo que yo había anticipado. Sin previo aviso, me encontré en un mundo irreconocible del que había visto en los documentales. Perdí toda orientación. Me paralicé. Con ojos desorbitados quedé en medio de un paisaje desolado y borroso. La gris monotonía me rodeaba y no tenía fronteras. El sobresalto me hizo responder como lo haría cualquiera en tierra firme: intenté respirar hondo, pero el snorkel –del que me había olvidado por completo— me lo impidió. Se me borró por completo su mecánica. Confundida, 55


prensada por la claustrofobia, intenté patalear enérgicamente, sin saber adónde. Alcancé la bóveda líquida y luminosa de la superficie. Creí que mi corazón iba a estallar. Sólo pude sacar la mitad del rostro pero el snorkel era un estorbo y el cabello se me arremolinó en la cara. Entré en pánico. No pude mantenerme a flote. El tiempo entró en otra dimensión, distorsionada, ondulante, larga. Debajo de mí, aleteando con lentitud e indiferencia, pasó una enorme sábana negra, como un fantasma oscuro. La mantarraya desapareció tan pronto como vino. Sobre mi cabeza, por última vez, vi los prismas multicolores de las olas. Desde la distancia, surgió una mancha oval. Ya muy cerca su silueta se definió. Era el tiburón ballena. La cúpula de agua hacía que su piel pareciera de un azul intenso y textura como de seda mojada. Sus manchas –que se veían amarillas—eran como un homenaje al sol: un jaguar marino. La totalidad de sus doce metros pasó frente a mí con parsimonia y nadó en un amplio círculo, acompañado de su séquito de rémoras y otros peces. Por un instante –sólo uno— nuestras miradas se cruzaron. Su ojo —parecido al de elefantes y ballenas por su humanidad— me miró. Comprendió todo. Me leyó como a un libro abierto. Había sesenta millones de años en esa mirada. Me invadió una sensación desconocida por absoluta. Las capas de gris progresaban hasta volverse, no una fosa, sino una llanura esférica de penumbra disuelta en oscuridad. Franjas de agua de distintas temperaturas me atravesaron. Como si hubiera estado siempre ahí, desde el inicio de los tiempos, me vino a la mente la imagen de los ahogados, los barcos, que, como copos de nieve, cayeron al fondo del mar. Fue sobrecogedor. Me invadió una honda calidez. Supe entonces que todo estaba resuelto y, en ese abismo —nebuloso, infinito, inescapable— el caos perdió su confusión.

Laura Emilia Pacheco Escritora, editora y traductora. Ha publicado El último mundo (Random House, 2009) y recientemente acaba de aparecer su traducción de Fragmentos de George Steiner (Siruela, Madrid, 2016). 56


Todos somos imbéciles Brenda Ríos

L

levábamos año y medio compartiendo cubículo. Al principio le di la oportunidad. Pensé que fingía su estupidez. Para trabajar menos, para pedir ayuda. Flotaba en su bondad graciosa de rubia de anuncio: tan rubia como estúpida. Era como un Bartleby, excepto que su presencia no era discreta, ni silenciosa. Esta mañana, por ejemplo, entró masticando unas galletas. Odiaba el sonido de sus dientes y el paso del alimento en su tráquea. No levanté la vista para mirarlo. Crunch, crunch invadieron los dos por tres metros que compartíamos. Crunch, crunch y me preguntaba algo, evité mirarlo porque alcanzaría a distinguir los restos de galleta triturados en su boca, entre la saliva, los dientes; contesté como pude, con un tono que pretendía marcar mi distancia, ser directo y un poco descortés para no dar pie a mayores conversaciones en el día, pero sabía que ya había perdido esa batalla. Su mujer acababa de tener hijo. Cada mañana contaba las novedades del asunto. Este hombre, me quedaba claro, había llegado donde llegó porque su madre le cambió el pañal hasta los treinta, luego encontró una esposa que hacía exactamente lo mismo. Mujeres devotas que limpian mocos y mierda con la misma cara en el asco que en el amor. Y crían seres como él, que sudan una baba espesa, como semen, una baba de satisfacción básica: alimentados, secos seres que no aspiran a más, a nada, más que a llegar a casa y saber que alguien ya preparó la cama, la cena. Viven porque el aire es gratis. Aun así, por extraño que 57


pueda parecer, logran sostenerse en pie, conducir un auto y llenar la oficina con su presencia, realizar tareas que no requieren mayores complicaciones, se ríen con una risa honda, gomosa, sin gracia alguna. Me pregunta cosas todo el día: cómo hacer una llamada telefónica, si hay papel en la impresora, cómo se escribe tal palabra, si ya vi los adornos de navidad afuera de la oficina, si ya supe de la comida que organizaron, que cuáles eran mis planes para navidad, que en el último mes de embarazo le daban ganas de rebanarle la panza a su mujer, que cuando comenzaba a gritar él huía, que si era normal que ella le llamara veinte veces al día. Me había contado que su madre había muerto y que entonces él conoció a esta chica con la que se mudó a los tres meses; que odiaba a su madre, lo descubrió en terapia, a donde regresa de vez en cuando para cambiar de sujeto en la oración: Mi esposa en lugar de Mi madre. Asiento, finjo escuchar, no quiero que sus palabras atraviesen el metro y diez centímetros que nos separan. Su baba debe seguir en el teléfono que compartimos. Respira fuerte, como animal sudado, perro ansioso. Me concentro en mis tareas. Olvido por un rato que lo odio. Pero pregunta, pregunta, y me ve con ojos que esperan respuesta. No sé cómo decirle que se rinda, que no importa lo que haga no hará conexión con nadie. Que su clase es otra. Incluso la persona más humilde de esta oficina ingresó por un examen, esperó su tiempo, cumplió sentencia en limpiar baños antes de ir subiendo a fuerza de voluntad, disciplina y cabildeos discretos, pero él llegó porque su padre conoce al director, y da por hecho todo, la vida es una bandeja puesta. Su trabajo es menos que satisfactorio. Qué podríamos esperar de un ser que lee a Novalis y Heidegger y no sabe hacer una llamada telefónica. Está en otra parte. No sé cómo lee, cómo puede comprender, no me entra en la cabeza. Leer esos textos para él debe ser como si un peatón cualquiera entrara al museo y contemplara un cuadro sin saber qué esperar. O soy yo la que contempla eso ahora y él el que comprende todo, lo que a mí se me escapa. El imbécil y el genio pueden ser uno solo si lo vemos desde arriba. O desde cualquier otro lado donde no estoy ahora.

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Quizá el estúpido sea yo. Quizá su genio lo pierda mi perspectiva limitada y obtusa. No sé leer inteligencias. Me perdí en alguna parte. Qué es bueno, qué no. Qué es inteligente, qué no. Qué es noble. Qué es húmedo, seco, pleno de amor o de retórica. Me he subido a autos de desconocidos. He confiado en la gente. He amado sin pedir nada a cambio. He perdido amigos, he ganado. Pero sigo sin saber a bien qué pasa en la mente de la gente con la que estoy obligada a pasar mucho tiempo. Siempre me ocupó el imaginar que por muy bien que me fuera podría irme mejor. La ambición del estado instantáneo de mi comodidad, por decirlo así. Estoy bien, pero podría estar en otra parte, aún mejor. Zapping del espíritu. Eso hago, todo el tiempo. Nada me satisface. Nada me deja tranquilo. Espero entonces. Aunque no hay nada que esperar. Espero porque no tengo otra cosa que hacer. La ciudad no ayuda. No logro distinguir entre lo claro y lo oscuro, ciertas mañanas parecen tardes y antes de anochecer parece que el día comienza y en breves horas estaré a merced de la boca con dientes que mastican y hablan, hablan, hablan.

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“El lenguaje está lleno de cicatrices”

Edmundo Paz Soldán Entrevista por

Mario Jiménez Chacón Novelista, cuentista y académico, autor de nueve novelas, entre ellas: Norte, El delirio de Turing e Iris. También ha publicado Alcides Arguedas y la narrativa de la nación enferma (Plural, 2003), Latin American Literature and Mass Media (Garland, 2000) con Debra Castillo, y Se habla español: Voces latinas en U.S.A. (Alfaguara, 2000) con Alberto Fuguet. Es profesor de literatura y escritura creativa en Cornell University. Sus obras han sido traducidas a nueve lenguas y ha sido galardonado con el Premio Nacional de Novela de Bolivia (1992 y 2003) y el Premio Juan Rulfo (1997) por su relato “Dochera“.

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Entre el escritor de “Dochera” y el de Iris han pasado ya casi veinte años. ¿Qué te distingue en términos de estilo e intereses temáticos de aquel escritor? ¿Qué permanece? Creo que lo que más permanece es mi deseo, mi interés en la construcción de mundos ficcionales, que eso es lo que estaba en “Dochera”. Es la historia de un crucigramista que comienza a inventar mundos en su cabeza. Es quizás una influencia de Borges, un mundo que ahí es lingüístico puramente, un mundo verbal, pero lo está comenzando a construir tratando de reinventar el mundo, nombrarlo de otra manera a través de las definiciones de los crucigramas. Quizás en Iris lo que hay es una radicalización de eso porque ahí ya toda la novela es la construcción de un mundo ficcional. Eso es algo que permite la ciencia ficción. Hasta la flora, la fauna, todo tiene un nombre diferente al del referente real. Es como una especie de mundo que está siendo creado desde cero. Los soldados se llaman de otra forma y claro, es un mundo que los personajes están descubriendo y al descubrir, tienen que nombrar y se van dando cuenta de que no todo funciona como el mundo que han dejado atrás, que hay tipos de animales diferentes, costumbres diferentes, y todo eso. Pero es todo un intento de hacer un mundo diferente. Lo que es diferente, creo, es que “Dochera” era más como una especie de escritura más realista en el sentido más tradicional. Y en el lenguaje, era el lenguaje más tradicional del realismo para narrar esta invención de un mundo. Aunque aparecen palabras raras todavía creo que es dentro de un código típicamente más realista. Supongo que también tiene que ver por el hecho de esos veinte años que tú mencionas que he pasado en Estados Unidos. Tengo mucha más conciencia de los intercambios lingüísticos o los intercambios culturales y la forma en que el lenguaje mismo en contacto con otras culturas involucra ganancias y pérdidas, que el lenguaje está lleno de cicatrices a partir de ese contacto, e incluso el mismo lenguaje en que escribimos, el español, es un lenguaje que viene de una conquista. Entonces Iris para mí es eso, como que en la novela soy mucho más consciente de todos esos choques culturales, y esos choques culturales no solamente deben reflejarse en la trama sino en la misma forma que toma la novela, en el mismo lenguaje que se usa. Y por eso es un lenguaje mucho más distorsionado, mucho más torcido, chueco, que el lenguaje más tradicional que yo usaba en la época de “Dochera”. Entonces en esos veinte años sí hay un cambio importante, central. Creo que tiene que ver con eso, de que soy mucho más consciente de esas heridas, o cicatrices 61


constantes del lenguaje. Por lo menos en dos de tus novelas, Los vivos y los muertos y Norte, aparece con mucha fuerza la figura del asesino en serie. ¿Qué elementos te atraen de esta figura marginal? ¿Qué posibilidades literarias te ofrece el criminal absoluto, por decirlo de alguna manera? Bueno, hay que decir también que estos dos personajes están asociados a las novelas que están ambientadas en Estados Unidos, que es como una parte de mi narrativa sobre todo de los últimos diez años. Yo ya vivo en Estados Unidos treinta años pero siempre me intimidó ambientar cosas en Estados Unidos, porque lo veía como un país tan grande. De hecho sigue siendo un país-continente, más para alguien que viene de un país como Bolivia que solo tiene once millones de habitantes. De pronto Estados Unidos te parece como una cosa como abrumadora para narrar. Entonces en los últimos años cuando me interesó narrar y ambientar cosas en Estados Unidos me dije: cuáles serían mis puertas de entrada a este mundo. Y ahí, claro, pensé que una de las cosas que todavía me sorprende y que pensé que con los años podría comprender más y más de los Estados Unidos, pero me doy cuenta que cada vez comprendo menos, es la violencia cotidiana de la sociedad norteamericana, que tiene que ver con la libertad para conseguir armas en los Estados Unidos, a diferencia de América Latina. Yo quería hacer incluso una trilogía ambientada en Estados Unidos que quería llamar la trilogía de la violencia, de novelas autónomas pero que estuvieran conectadas por el tema de la violencia. Entonces Los vivos y los muertos era una novela que tenía que ver con la violencia en la High School, en colegios. Luego venía Norte que era la violencia conectada con la inmigración, con la frontera. Y la tercera novela iba a ser Iris que era una novela que tenía que ver con la violencia imperial, del 11 de septiembre y del ejército; o sea las nuevas caras del imperialismo en el siglo XXI, una novela de guerra, de conquista y enfrentamiento con otra cultura. En sus versiones originales esta novela estaba influida por lo que estaba pasando en Irak y Afganistán después del 11 de septiembre, la ocupación de esos países por parte del ejército norteamericano. Pero luego ya se convirtió en una novela de ciencia ficción y decidí cambiar y que no mencionara a Estados Unidos, y se volvió algo más fantástico. Pero en el fondo, in the back of my mind como decía, estaba el tema de la violencia imperial, y como parte de esta trilogía de la violencia. Entonces los dos personajes, los dos asesinos seriales están conectados con el intento de entender o reflexionar sobre la violencia en los Estados Unidos. Como personaje, claro, por un lado me interesa como un personaje de la cultura popular el asesino serial, pero también me interesaba ver qué hay detrás de esa violencia, porque si hay algo que 62


no quería hacer era sensacionalizarla. No quería simplemente que hubiera una representación gratuita de la violencia. ¿Qué es lo que dice de estas sociedades? En el caso de Norte es un asesino serial mexicano, basado en un personaje real, de hecho, que vivía en la frontera y entraba y salía, y tenía que ver con un estereotipo que existe ―lo puedes ver en el discurso político, en el discurso de Donald Trump, ¿no?― del mexicano, o del inmigrante que viene y entra a las casas de las familias de clase media y viola a sus mujeres o las asesina. Ese es un estereotipo muy fuerte. En este caso había una historia real, de alguien, de un mexicano que había sido un asesino serial y me parecía hasta como un desafío ver cómo me podía meter en su cabeza, tratar de representar sus pulsiones y también jugar ―jugar entre comillas, ¿no?, no lo digo en forma ligera― con la provocación justamente de este estereotipo que existe en la clase media, en cierta clase media conservadora en los Estados Unidos acerca de la figura del inmigrante. Porque la novela es también sobre los miedos que provoca la inmigración en los Estados Unidos. Yo siento que en parte lo que hace la literatura también es representar estos personajes que son estereotipos y ver qué hay más allá del estereotipo. Y también pienso que en la cultura latina en los Estados Unidos un debate que ya ocurría hace veinte años creo ya ha cambiado, ¿no?: el deber del escritor latino en los Estados Unidos es de crear role models, modelos positivos en la construcción de personajes. Yo creo que nuestra sociedad latina en los Estados Unidos ha madurado lo suficiente como para poder incorporar personajes que no son role models. La experiencia latina en los Estados Unidos es lo suficientemente amplia o abarcadora como para pensar en que así como hay gente que le ha ido muy bien, hay otra gente que está perdida en un país tan grande, o hay otra gente que ha sido violenta, pero no puedes generalizar esa experiencia como a veces trata de generalizar ese discurso que demoniza al inmigrante, ¿no? En el otro caso, de Los vivos y los muertos, es un asesino 63


que está conectado con los problemas psíquicos o los traumas mentales ocasionados por la Guerra del golfo. Es un exmilitar, también basado en un militar real que asesinó a mujeres de un High School aquí en Dryden, a veinte minutos de Ithaca (NY), esa es la base de este personaje. En ese caso específico tenía que ver con un intento de reflexionar sobre cuál es el aftermath, los efectos de un hecho tan traumático como el 11 de septiembre y luego el deseo del estado norteamericano de venganza que ha producido tanta violencia. Entonces la pregunta es si este personaje violento era psicópata por naturaleza o si su experiencia en la Guerra del golfo hizo que algo ahí se desajustara y produjera lo que produjo cuando ya era un veterano de guerra intentando reinsertarse en la sociedad norteamericana. O sea que el asesino serial tiene múltiples funciones. Justamente mi desafío era ver si podía hacer estos personajes que fueran diferentes entre sí, que mostraran diferentes tipos de patología de lo que significa la violencia o el exceso de la violencia en los Estados Unidos, la radicalización de esa violencia que a mí me impresiona porque vengo de una sociedad en que hay otro tipo de violencia. Pero no esa precisamente. También se puede hallar en tu obra una preocupación por el futuro así como implícitamente por el pasado (histórico, por ejemplo). ¿Cuál dirías que es tu visión del tiempo en tu obra? ¿Cómo entiendes la relación del ser humano con su tiempo? Bueno, yo tengo muy consciente de que puede interesarme lo que va a ocurrir dentro de cincuenta años pero me interesa más el presente. Por ejemplo, cuando escribo cosas que tienen que ver más con la literatura fantástica o la ciencia ficción, y proyecto espacios ficcionales y los ambiento en el futuro, sí es porque estoy tratando de ver qué tendencias del presente se puedan exacerbar, y cómo algo marginal se va a convertir en central dentro de un par de décadas. Digamos, para hablar de una novela que escribí hace quince años, Los hackers, que comenzaban a aparecer en el paisaje social y quince años después son cada vez más importantes. Entonces por un lado me interesa mucho ver cómo, con los años, hay algo marginal que se convierte en central. Entonces, en ese sentido sí me preocupa el futuro, ¿no? Las tendencias que presenta una sociedad en determinado momento y cómo se van a desarrollar con los años, pero, y ahí para mí ese es un gran pero, digamos que me interesa lo que puede pasar dentro de veinte o cincuenta años pero me interesa más el presente. Y digo, bueno tengo curiosidad por lo que va a pasar dentro de cincuenta o cien años pero no voy a estar en ese entonces. Pero me interesa más cómo se reflejan esas tendencias en el presente. Entonces, digamos, la ciencia ficción me parece como un buen punto de entrada a una forma de mirar al presente de manera distorsionada. Pude 64


haber escrito un cuento sobre drones en mi último libro Las visiones… Es un cuento que tiene este que se llama “El próximo movimiento”, y está ambientado como un paisaje futurista. Pero está sacado de un artículo del New York Times de hace dos años del uso de drones de la fuerza aérea norteamericana en Afganistán. Entonces, claro, me interesa una preocupación ética sobre las formas que toma la guerra contemporánea cuando ni siquiera tienes que ir al frente de batalla, ahí simplemente puedes apretar un botón y matar a tus enemigos a través de drones. Ese problema ético es de la guerra actual, es del presente, es de los conflictos contemporáneos. Pero en el cuento está como trasplantado al futuro, por decirlo de alguna manera. Entonces, a mí puede interesarme el futuro, pero es como una especie de entrada para hablar en realidad del presente. En realidad, la ciencia ficción habla de las ansiedades y miedos y utopías y sueños del presente. Otra cosa es que lo proyectes en el futuro pero en el fondo estás hablando de problemas de biotecnología, en Huxley, o estás hablando del totalitarismo, en Orwell en 1984. Pues están ambientando sus cosas en el futuro pero respondiendo a problemas contemporáneos. Pensando en la región andina y teniendo en cuenta las tensiones o ventajas que ha planteado el fenómeno de la globalización, ¿cómo adviertes el papel de la literatura y su relación con el lector contemporáneo frente a un flujo instantáneo de información en el que, por ejemplo, tendencias efímeras como lo viral están constantemente redefiniendo intereses sociales, políticos, culturales, y hasta estéticos? Bueno, un par de cosas. A veces tenemos esta utopía de que la literatura ha ocupado un lugar central en nuestras sociedades. Pero sí lo ha ocupado de una manera más simbólica que real en el sentido en que, por ejemplo, no sé, en el siglo XIX o en el siglo XX, el letrado, el intelectual andino o latinoamericano podía tener mucho peso a la hora de influir en la construcción de las naciones, desarrollar la gramática, hasta intervenir en política. Pero todo eso no significaba necesariamente que la gente lo estuviera leyendo, sino que hablando específicamente del mundo andino, como decía Antonio Cornejo Polar cuando hace su análisis de la escena del libro con Atahualpa, siempre ha habido un gran respeto simbólico por el lugar de lo intelectual. En sociedades del siglo XIX el acceso a la letra no era tan fácil, el acceso al saber letrado, al saber intelectual, al saber académico. Incluso desde el punto de vista práctico, el llegar a la universidad no era para todos. Digamos que en Latinoamérica a diferencia de Estados Unidos o Europa se hizo todo para que el saber letrado fuera un saber muy restringido, no para la mayoría, así que hubo que esperar a las grandes reformas universitarias del siglo XX para que hubiera más gente 65


que tuviera acceso a la letra, a la escritura, a la educación. Debido a eso, el ser escritor, el ser intelectual tuvo un gran papel, un gran peso simbólico a lo largo del siglo XIX y en buena parte de la primera mitad del siglo XX. De hecho si tú ves las grandes novelas andinas de José María Arguedas o Alcides Arguedas, en la primera mitad del siglo XX, el escritor también funcionaba como antropólogo. De hecho, José María Arguedas era un antropólogo, alguien que daba cuenta hacia el saber de lo que ocurría en otra cultura, en el campo, en otro espacio, para la gente de la ciudad. Ocupaba un papel importante casi como transculturador, estar yendo y viniendo entre espacios diferentes. Pero el papel se sobredimensionó en el sentido de que era más el peso simbólico del escritor y lo que él podía decir, y lo que la gente sabía que él podía decir, más que el hecho mismo de que la gente lo estuviera leyendo. Habiendo dicho eso, lo que te digo es que la literatura siempre ha ocupado un rol minoritario en nuestras sociedades, pero eso no significa que sea un papel intrascendente. O sea la literatura pudo haber ocupado un papel minoritario pero no es un papel intrascendente porque la reflexión que viene a partir de la escritura en este momento, digamos, entre los medios que compiten en una ecología mediática por la atención de la gente, desde la televisión, el internet, el cine, de todos esos medios la escritura o la literatura es el medio que tiene más capacidad de mirada crítica sobre la sociedad. La reflexión que viene de la literatura es una reflexión importante, porque a pesar que hay gente que quizás no lee directamente a los intelectuales que escriben novelas, sí hay formas en las que ese discurso de la literatura entra a la sociedad y ocupa un lugar. También, en un momento en que los medios sobre todo trabajan a partir de la aceleración, de la rapidez, de la inmediatez, desde el Twitter, las redes sociales, hasta los mismos periódicos que hoy cada vez más dependen de la cantidad de gente que los está viendo, o leyendo en internet, entonces ahí lo que puede hacer la literatura para servir como una especie de contrapeso es desacelerar esta rapidez que a veces impide que ciertos cambios puedan ser analizados con calma. Si hay cambios importantes en la composición de la problemática social o política del Perú, creo que muchas veces una novela, o un trabajo también narrativo de no-ficción pueden darnos un mejor ingreso al Perú contemporáneo que la reflexión más inmediata que puede aparecer en la televisión o en el internet. El mismo hecho de escribir un libro durante dos o tres años hace que haya una desaceleración de la reflexión que permite que se procesen los hechos tratando de abarcarlos más. Llevas muchos años residiendo en los Estados Unidos. ¿Ejerce alguna influencia en tu escritura, por una parte, la literatura, y por otra, la cultura norteamericanas? 66


Sí, es inevitable. Ejerce bastante. Creo que cada vez soy más consciente de lo raro que puede ser. Porque digamos en Bolivia yo escribía, y también viví tres años en Argentina y ahí para mí el español era como el lenguaje dominante. Entonces aquí yo puedo estar en un espacio en el que hablamos mucho en español, pero es un espacio que si manejas diez minutos ya estás en un mundo que domina el inglés. Entonces el español es un lenguaje minoritario en Estados Unidos y es un lenguaje en el que tienes que estar siempre negociando con el lenguaje mayoritario, que es el inglés, o el de la cultura norteamericana. Cuando llegué a los Estados Unidos estaba muy a la defensiva de lo que quería escribir era un español muy pulcro, porque no quería que me dijeran “te estás a g r i n g a n d o ”, que casi es como un insulto en Bolivia, ¿no? Entonces quería mostrarles que el inglés no me influía. Pero creo que si vives veinte o treinta años en este espacio, más bien tienes que pensar que tu idioma es lo suficientemente creativo para, no solamente sobrevivir a ese choque con otro idioma, sino para reinventarse. Y eso es lo que me interesa hoy. Estoy muy consciente de que estoy viviendo, escribiendo en un país en el que el español es minoría y quiero que mi español se beneficie de esos contactos. No quiero esconderme. Por ejemplo, podría decir que hace treinta años, cuando llegué acá a Estados Unidos, me reía cuando escuchaba te llamo para atrás. Decía: está mal escrito el español. Pero si te pones a pensar de una manera un poco así más extrema, dices: el español mal escrito también está mal escrito en México, en Colombia, en Argentina. En la Argentina está muy influido por los 67


inmigrantes italianos también que llegaron a fines del siglo XIX. Entonces todos los españoles, las variantes locales, se desarrollan a partir de “malas escrituras”, del oído que es diferente, de lo que escuchas y vas distorsionando del que era el español de España. Entonces, al final ¿cuál es el verdadero español? Yo a veces me río de estos conservadores que juzgan el español de Estados Unidos y pienso que yo también fui uno de esos cuando llegué. Entonces ahora más bien quiero aprovechar la gran oportunidad que tengo de que mi español esté en contacto continuo con el inglés para que mi español se “ensucie”, por decirlo de alguna manera, y creo que eso es creativo para la literatura, por lo menos para mi literatura. Siento que no tiene que ser un español bien portadito, y bien pulcro, y qué sé yo. Quizás puede ser para una clase de lengua, pero en la literatura tiene más bien que mostrar que este español está siendo transformado, está siendo atacado, está en constante diálogo para bien y para mal con esta otra cultura mayoritaria. Y obviamente, eso en lo del lenguaje, pero en cuanto a lo otro, claro, a mí me interesa mucho la política norteamericana, me interesa mucho sobre todo en su relación con los latinos, el tema de la inmigración, la forma en que el discurso republicano conservador de los últimos años ha demonizado al inmigrante, ha criminalizado el tema de la inmigración. Y también, bueno, yo soy como todos, hijos de nuestro tiempo. Nosotros ya tenemos un diálogo casi constante con la cultura popular norteamericana, con el cine, con la televisión, y es inevitable que eso te influya. El asunto es que hay tanto, que por suerte puedes escoger. Puede haber mucha cosa que es basura, pero en la cultura norteamericana, su literatura, su cine, su televisión, siempre se las ingenian para tener, en medio de mucha basura, cosas muy buenas que hay que rescatar y que te pueden ayudar. En mi caso, que me pueden ayudar en mi escritura. ¿Cómo ves la producción literaria en español de los Estados Unidos? ¿Crees que podemos hablar ya de una “república de las letras” o es muy temprano aún? Creo que es muy temprano aún. Para hablar de una república de las letras habría que pensar también en un espacio que tiene formas de imponer su poder a otros espacios, ¿no? Porque al final la república también es una institución que controla el discurso, y que dictamina qué es lo que se puede leer o qué es lo que no se puede leer. Hay una especie de aduana. Entonces sí hay una república de las letras de la literatura norteamericana en inglés y la literatura latina que se escribe en inglés entra, es parte de ese espacio, y es parte de esa república. Puedes pensar en escritores como Junot Díaz o Sandra Cisneros, o ahora el último que he leído hace poco, un ecuatoriano, Mauro Cárdenas, que son parte de esta república 68


de las letras dentro de la literatura norteamericana que se escribe en inglés. Ahora lo que a mí me parece interesante es qué es lo que pasa con la literatura que se está escribiendo en español en Estados Unidos. Quizá si hubo una época en que Europa atraía mucho a los escritores latinoamericanos, yo diría que en los últimos veinte años ha sido Estados Unidos, a través de las universidades, a través del periodismo, que ha atraído a muchos escritores que viven en los Estados Unidos pero que están escribiendo en español. La mayor parte de esos escritores tiene como una especie de doble diálogo, ¿no? Tiene un diálogo con sus países o el continente latinoamericano, y también con Estados Unidos. Por un lado pertenecen a otra república de las letras que se escribe en español pero no tiene sede en los Estados Unidos, y por otro lado entran en diálogo con lo que está pasando en Estados Unidos. Son parte de este paisaje, pero son un paisaje minoritario que todavía no está instituido como una república de las letras. Hay editoriales que ahora publican autores en español en Nueva York, o en Miami. En Miami está Suburbano, en Nueva York está Sangría. Hay también revistas, hay también librerías importantes, sobre todo en las grandes ciudades, que distribuyen bien libros en español, pero todavía eso no se ha articulado de una manera de peso. Son más como esfuerzos aislados que un trabajo sistemático para decir que aquí hay una literatura con el peso suficiente para hacerle competencia a otras literaturas en España o en América Latina. Incluso hay ferias del libro importantes en español, sobre todo en Los Ángeles y en Miami. Pero todavía creo que son esfuerzos que son muy aislados y que todavía falta algo de sistematización para que lo que está pasando en Estados Unidos adquiera la relevancia y el peso acorde a la cantidad de inmigrantes que hablan español en los Estados Unidos. Puedes pensar inmediatamente que ahorita ya Estados Unidos sería como el segundo o tercer país más grande de gente que habla en español, incluyendo España y Latinoamérica. Pero su literatura no tiene todavía ese peso específico acorde a esa cantidad de gente. Ahora, la mayoría de los escritores latinos creo que, por diversas razones, prefieren escribir en inglés a escribir en español. Entonces eso provoca otro tipo de desafíos y complejidades, ¿no?, que son también fascinantes de analizar.

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Cover artist

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Huarcaya made the decision to disregard the sophisticated cameras he had used during his first journeys. Instead, he chose to go back 175 years, and recover one of the first procedures used in photography: the photogram. The photogram is a technique that, without a lens or a camera, allowed accurate reproductions of objects. Its “official” inventor, William Henry Fox Talbot, while describing his first experiments with the technique, wrote with astonishment: “Nature draws itself.” Huarcaya’s solution to the philosophy of representation that paralyzed him, was to admit the landscape´s superiority: to stop being an author – a monolithic authority – and become a mediator. One can´t use the parameters or methods of a cartographer or biologist to represent experiences that aren´t visible. It had to be the Peruvian jungle itself that wrote its own story with light; with no foreign authorship. That was the only way to activate photography´s empathic neurons, and emulate nature when she lets time go by slowly, so the circles of life can be completed. That was the only way in which he could aspire to include nature´s dualities simultaneously: - life and death, order and chaos, reality and fiction – coexisting in this primitive, overwhelming, mysterious, and aggressive mutant territory that is the Peruvian Amazon rainforest.

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Playa pĂşblica / privada

Pamplona


Through empathy, one can access knowledge; but, according to research, mirror neurons are active during childhood and it is very difficult to activate them in the adult period. Maybe 175 years is too long and now, in the XXI century, spending our time studying is no longer considered a priority in our society. According to Zygmunt Bauman, what we are looking for now, in this era of liquid modernity, are results and immediate benefits, that is, liquidity in a strict financial sense. Very few ask photography to imitate nature and to take hours or days to generate an image in the darkness of a lab. Huarcaya is one of them: that´s why he walked the lost steps of the past and achieved what he couldn´t during two years of previous visits to the jungle. The expedition undertaken by Huarcaya probably had his own interior search as a destination; and it was that relationship between experience and introspection that gave him access to different and more effective solutions. In any process that we use to obtain answers, time is a galvanizing and protean element. A beautiful metaphor of that process is found in photographic paper, which slowly shows its latent image – its answer – within a container of developer. The examples, metaphors and allegories provide us with images that help us understand the world in its most minuscule or anecdotic dimensions, as well as its metaphysical ones. ―­Alejandro Castellote

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www.robertohuarcaya.com


Tiawanaku poemas de la madre coqa

Judith Santopietro

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Todopoderoso Viracocha, Viracocha que está presente, Viracocha, señor de todo Dueño de la belleza del mundo, Que ha creado todo diciendo: "Que sea el hombre, que sea la mujer, Y todos los frutos de la tierra", ¿Dónde te encuentras... en las nubes, en las sombras? ...Recibe esta ofrenda, dondequiera que estés, ¡Viracocha! "Himno de las ofrendas", Anales Incas.

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Chakaltaya Porque en la cima de esta cumbre nadie llora sólo ríos fustigados de tristeza surcos serpentean el hielo y el rastro de ceniza que derrite este glaciar: el fuego aymara galopa su tiempo inquebrantable cuento la grieta de esa larga pausa con un quipu colorido

aquí y ahora la flor sobre su antigua cruz

¿Qué labio famélico se abre en el festejo del octavo mes para que esta Tierra lo devore todo? mi cuerpo tu sangre un dolor que ha caminado a través de incienso un humo que nació de esta arcilla impropia y fría paja ocre y dorada que alimenta los hornos minerales pasto altiandino entre la más pedregosa inanición barbechos donde planto las simientes que no germinarán

Porque en la cima de esta cumbre la luz es diferente aunque siempre es una exacta luz atravesando los deshielos una misma claridad gammacautiva en esa atmósfera un fulgor violáceo altisonoro que deslumbra

En esta orilla filosófica hincada en el asombroso último de las montañas tranquilo es el cenit que contempla esa mujer sus mejillas ásperas poseen rubores sangrantes mientras caen las livianas escarlatas de un embrión auquénido sobre la estepa degollados guanacos y vicuñas en el mapa rojo de esta ofrenda su voz rasgando invoca la opulencia 77


el blanco andino y la amargura

(invierno que forja carbรณn y filigrana)

el blanco andino y el cristal regado

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(flama inextinguible su pureza sacraliza todo estrato)


el blanco andino y el lago que oscurece en cada atardecer

(la diosa viaja siglos y atraviesa selvas)

el blanco andino y los autos con sus flores amazónicas prendidas del retrovisor

(la aymara se retrata junto a un muñeco de nieve)

el blanco andino y el sacrificio a esta cruzserpiente (el aymara riega alcohol y abrasa las columnas de oscura y rancia carne un Cristo repta en el vitral arenoso de la iglesia)

el blanco andino y aquellas lágrimas rodeando imperceptibles tu silencio

(en los días que fuimos soles trashumantes)

el blanco andino transfigura en amarillo luz

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¿En qué lengua hablan tus dioses y mis dioses qué agua misteriosa los contiene cuándo estallará su sinfonía salida del caracol por qué montaña transitan las semillas las vasijas y sus tiestos donde labrar los nuevos rostros? ¿Ese peregrinaje es aún el nuestro las luciérnagas se apostan en cada espiga y así el aire flagela nuestra piel?

Porque la noche y el día están vacíos camino la cima con el soplo de quien muere fulminado por la veta de una oscura mina por la nube que es sombra y plasma tatuada eternamente Apago el resplandor para no mirar el gesto de mi carne abierta: esos minerales sin ayunos esos humos creciendo como filos de metal contra el amor

Quiero libar a las deidades pétreas con esa chicha fermento de maíz podrido con ese tu brebaje espiritual desbordando desde un keru: en los ceremoniales vasos que luego quebraremos contra las rocas ch´allar el jugo derramado de las ollas ofrendar los tiestos con vibrante alcohol entre sus pies y hasta la médula Quiero unir sus viejas ropas con las hebras de la zoología que avanza lenta por los Andes que rumia cualquier yerba altisonora Quiero llorar su derrota y su conquista desde esta ladera del mundo.

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Kalasasaya o las piedras erguidas Aún las piedras erguidas de la soledad en esta pampa el profundo aire que habita los pasillos caras pétreas en un templo de paredes ocre mineral Aún así extiendo los brazos a distancias que no puedo mirar: caigo sin ir cayendo por esta áspera cumbre sostengo la hostil navaja en mi mano (con la otra escucho el corazón y sus rugidos): Es ésta una tierra donde no nací su desfile polvoriento no me importa sus imperios restaurados del racismo inverso me son indiferentes (también con esta mano detengo las injurias que erosionan mi boca deshielo triste de los Andes) Aún la Chakana da el Sur y sus misterios esa cruz vencida un poco hacia la noche un poco hacia la nada Jach’a Qhana: un solo resplandor entre los mundos nido de los cóndores que sobrevuelan la estepa lunar fulgor incandescente que es rosa de los vientos y es cráter Es éste el Altiplano donde no he vivido sus sangrantes cabecitas sobre el muro rojo me deleitan poso en todos los retratos junto a cada rictus ajado por el alfarero esclavo A distancias que no quiero mirar las piedras verticales peregrinan con el más dócil cautivo resplandece la estela en su simiente vestida cual figura de andesita (el águila la pluma el cóndor la vicuña) Aún el fraile monolito acicala sus cangrejos (un poco gordo por los años y sus dedos torcidos por artritis) a veces llora en arenisca peces y su agua colma cada gárgola 81


limpia las columnas abre la puerta al inicio temporal del Sol: así de primavera el equinoccio Aunque los dioses que serenos observan las estrellas espían el orbe con su oído colosal (un tímpano secreto entre las rocas) y en cada estancia de este templo mi voz resuena expandida y pesarosa: es ésta una tierra donde no nací su desfile polvoriento no me importa sus imperios restaurados del racismo inverso me son indiferentes.

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Xopantlan Nimocehuihtoc xochitlan ni tzintlayohua campa tlahuilli patlanih tlahtlayohua nicnehnehuilia tlaahuetziliztli quiixhualtia pilteoxihuitztitzin nouhquiya nitemiqui huanya nonanan: inahnahualiz axnechmaca huan poctli quentzin totonic tlen nechtlahtlania ma nicpopochhui itlacayo. Zan cequin tonatiuh tlen cueciuhtoc ohtli pan nochipan tzopelic huan yeccaquiztiliztli xochitlahtolli totohuicaliztli tlen zanoc quichichilihuiltia elhuicatl: cahuitl quemman tlahuilli calaqui tlen ni tlaltepactli.

Tiempo de lluvia Sentada entre las flores en este lugar oscuro donde las luces vuelan cada noche pienso en la lluvia que empuja los pequeños brotes sagrados sueño también con ellos y mi madre: su abrazo que no existe y el humo tibio que me pide esparza por su cuerpo. Sólo algunos días de batallas tristes en que habita la poesía dulce y sonora, el canto de los pájaros apenas enrojeciendo el cosmos: es la hora cuando la luz se agota de esta tierra. judith santopietro (México, 1983). Poeta e investigadora. Premio Nacional de Poesía Lázara Meldiú 2014. Ha publicado en el Anuario de Poesía Mexicana 2006, Fondo de Cultura Económica; Antología del Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York (2014). Autora de los libros Palabras de Agua (Conaculta, 2010) y Tiawanaku. Poemas de la Madre Coqa (inédito). Cursa en la Universidad de Texas en Austin. Dirigió Editorial Cartonera Iguanazul, un proyecto para revitalizar las lenguas indígenas entre las comunidades migrantes en la ciudad de Nueva York. 83


bookcase

De la Cadena, Marisol. Earth Beings: Ecologies of Practice Across Andean Worlds. Durham: Duke University Press, 2015.

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arisol de la Cadena’s Earth Beings: Ecologies of Practice Across Andean Worlds is a tour de force that deserves a place on the bookshelf of anyone interested in the Andes, the greater Latin American region, or anthropology in general. Earth Beings details indigenous political practice in Pacchanta, Peru and its engagement with non-human entities, as well as the partial connections and difference that characterize indigenous negotiation of the national political context. De la Cadena tells seven stories that introduce the reader to runakuna (the Quechua word for people) and tirakuna (the word for “earth beings”) alike. By earth beings, de la Cadena means entities such as mountains, rivers and caves that are rigidly designated to the sphere of nature in the hegemonic Western episteme but which, in the Andean worlds she writes about, are characterized much differently. These earth beings (the principal one being Ausangate, a mountain in southeastern Peru) occupy an ontological space that challenges Western notions of subjectivity and decenters the human as the sole political subject granted representation in a liberal democracy. Thus, a principal goal of the book is to convey the linguistic, social, cultural, and political practices that make such a challenge manifest, as well as to comment on the political challenges inherent in such a project. Ausangate mountain, with an elevation of over 6,000 meters, is one of the book’s main characters alongside Mariano and Nazario Turpo, a father and son duo from Pacchanta. De la Cadena calls on us to take seriously the notion that Ausangate plays an active role in social and political practice in Pacchanta, echoing important voices like Bruno Latour who argues for

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considering the various assemblages, human or not, that make up our world(s). A central theoretical frame with which she engages comes from French philosopher Jacques Rancière and his conception of politics as outlined in his book Disagreement: Politics and Philosophy. It is a theory of politics that de la Cadena aims to intervene in, since the stories she tells cannot be fully explained by his account of the political. In the book’s seventh and final story for example, she asks explicitly: “Who could imagine a lateliberal state that does not place modern logos (history, science, and politics) at its center?” (265). There are events taking place in Earth Beings that do not meet the western, rational notion of history and science, like Mariano’s box of archives that de la Cadena describes as “ontologically complex” (123). Additionally, she tells a story of a challenge to the modern logos of science and the human body: “Mariano told me about caves that made him sick…” (35). Further examples abound; “Ausangate is, period. Not a belief…” (26), “Pukara is pukara!” (30), “Ausangate is not called Win the War, it is Win the War” (115), etc. A shortcoming of Rancière’s theory of politics is that it cannot explain how earth beings can enter into the political. The earth beings in de la Cadena’s stories cannot lay claim to the modern logos, but one fact remains unavoidable; in the world of Mariano and Nazario Turpo, earth beings are agents and they belong to the ayllu, the longstanding Andean collective social formation. When de la Cadena inscribes a new nuance onto traditional ways of characterizing the ayllu and alters the vocabulary to include “beings in-ayllu,” she shows how humans and earth beings can co-exist in a political formation that is “analogous to a knot in a web…” Relationality is emphasized: importantly, not a relationality that is restricted to human relations. Being inayllu is to be in a formation of “heterogenous connections” (258) that has a similar place for both the human and the non-human. The end result of de la Cadena’s interrogation of runakuna practices is to assert that their politics is different at the most basic level, at the level of being (281). Precisely because runakuna do not assert a stubborn boundary between nature and humanity, the difference that characterizes indigenous peoples is not solely linguistic, economic, ethnic, or anything else that could fall under a rubric of multiculturalism; the difference is ontological. The book is rigorously researched, beautifully written, and a joy to read. It should be noted that anthropology’s recent ontological turn has not been without its detractors, and this book provides some fuel to those who have argued that interrogating ontologies leads to a reification of "radical incommensurability," as Lucas Bessire and David Bond have suggested. However, I read Earth Beings as generative of a new take on this tension, as well as adding a new layer to a longstanding conversation about indigenous inclusion and belonging that has taken place in Andean studies. It is a valuable read that students and scholars will undoubtedly be reading for years to come. Daniel Runnels. 85


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