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La iglesia y la triple negación

Si se observa el panorama de la iglesia cristiana hoy en día puede decirse que, en términos generales, la iglesia no es, la iglesia no sabe, la iglesia no conoce; se ha negado a sí misma, perdió su identidad: es triste reconocerlo, pero la iglesia luce hoy como una masa amorfa e indefinible, con algunas manchas de color aquí y allá. Los templos están llenos de caretas religiosas, de máscaras denominacionales. Hay muchos barones, condes, duques y marqueses, en una iglesia de feudos cerrados, desunida y, también, enfrentada intestinalmente. ¿Dónde está la santidad? ¿Dónde la integridad de la conducta? ¿Dónde la oración? ¿Dónde el espectáculo hermoso de vidas transformadas por el poder del evangelio? Lo que vemos es idolatría, libertinaje o legalismo, y hasta ocultismo en muchos grupos llamados cristianos. Todo ello porque no hay un hilo identificatorio que conduzca a la unidad.

¿Cuándo vienen las tragedias, los golpes inesperados, los llamados de atención del Señor nuestro Dios? Cuando la iglesia, como Pedro, empieza a seguirlo de lejos, se sienta al fuego del mundo y, bajo formas sutiles, incurre en la negación. En muchos casos la iglesia también puede decir: No conozco. Hoy se ve una creciente humanización de lo espiritual: la sicología, la parasicología y hasta la mitología se están enseñoreando de algunos grupos cristianos. Se contemporiza con el conocimiento mundano, en múltiples congregaciones ya se practican control mental y otros métodos provenientes de la Nueva Era, todo ello disfrazado de lenguaje cristiano, y cada día se desconoce más la Palabra de Dios. En medio del panorama desolador, la propia iglesia ni siquiera sabe que no sabe, no sabe que carece de sabiduría. Hoy se repite la imagen dada por Jesucristo del ciego que guía a otro ciego y ambos terminan cayendo en el hoyo (Mateo 15:14). Los tres verbos de la triple negación, se aplican a cada uno de nosotros. ¿Somos? ¿Sabemos? ¿Conocemos? Nos aleccionará consoladoramente el pasaje de Juan 21:15, cuando Jesús resucitado confronta a Pedro, pero no lo recrimina, no le reclama por lo mal amigo que ha sido. Ni siquiera le pregunta: Pedro, ¿tú eres? Pedro, ¿tú conoces? Pedro, ¿tú sabes?; lo único que le pregunta es: Pedro ¿me amas? Para Jesucristo lo fundamental no es la identidad de Pedro, ni su conocimiento, ni su sabiduría, sino su amor. Al dar su respuesta, el arrepentido apóstol solo conjuga dos verbos: saber y amar, pues que dice: Tú sabes que te amo. En este episodio, por tres negaciones Jesús reclama tres declaraciones de amor. Por la vez que dijiste: no soy, di que me amas. Por la vez que dijiste: no conozco, di que me amas. Y di que me amas también por la vez que dijiste: no sé. Esta es la gran lección: del amor depende todo. El que ama es, conoce y sabe. Todos somos Pedros, piedras vivas para edificar la iglesia de Jesucristo; ojalá que, al igual que este antiguo y paradigmático antecesor de todas nuestras traiciones y negaciones, podamos decir: Yo soy, yo conozco, y yo sé, porque yo amo a Dios. De esta manera, desaparecerá la angustia existencial, ese terrible vacío interior que nada ni nadie puede llenar, salvo el Espíritu Santo.

Pues por falta de conocimiento mi pueblo ha sido destruido. Oseas 4:6a
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