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Humildad, el camino del nuevo liderazgo
Las personas no siguen productos ni marcas ni gerentes ni empresas. Las personas solo siguen a otras personas y la clave de una buena estrategia directiva es descubrir qué clase de personas están dispuestas a seguir: ricos, afamados, implacables y arrogantes o sencillos, admirados, amables y emocionantes?
De pronto sea conveniente revisar e investigar cómo hicieron los grandes líderes de la antigüedad para que sus nombres, proezas y legados hayan logrado trascender hasta nuestros días a través de sus miles y millones de seguidores por todo el mundo, durante siglos y milenios enteros.
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Hace 2,500 años existió un hombre muy sabio en la China de nombre Lao Tze. Escribió uno de los libros filosóficos más valiosos de la historia, el Tao Te King y fue maestro del mismísimo Confucio. Se dice que sus enseñanzas eran tan enigmáticas e insondables, que ni su tan afamado discípulo podía descifrar su profunda sabiduría.
Un día presionado por el monarca de la dinastía Tang para ofrecerle un consejo que pudiera ayudarle a engrandecer más su reino, el viejo sabio le respondió: “la grandeza de un líder está en que él nunca se considera grande”. En tanto y en el otro lado del mundo, un contemporáneo suyo, Sócrates, le enseñaba simultáneamente a su también reconocido discípulo Platón, algo esencialmente similar: “Yo solo sé que nada sé”. Curiosamente y aunque nunca se conocieron, en oriente y occidente ambos maestros pregonaban lo mismo, la modestia, la humildad y la sencillez.
Desde entonces podemos encontrar notables historias de cómo algunos personajes milenarios lograron formidables triunfos iniciales con unas decenas de seguidores como Jesús, pocas centenas como Aquiles o algunos miles como
Alejandro, para finalmente terminar conquistando millones de personas, inmensos territorios y poderosos imperios, así como la historia misma. Todos ellos tenían una alta capacidad para infundir pasión e inspiración sobre quienes les seguían sin condición ni duda. Estaban siempre al frente y luchando en la arena junto a sus fervientes compañeros de aventura, no eran más que otros, sino eran seres que con el ejemplo inspiraban y con su actuar daban muestra de humildad. Eran líderes que conocían y dominaban el poder de la unidad. Sabían que primero tenían que conquistar el corazón, la mente y el espíritu de sus seguidores, para luego ir por la gloria.
Entendían muy bien que las palabras y los gestos no eran suficientes para encender la imaginación e ilusión necesarias en el propósito de superar las metas más altas de su tiempo. Descubrieron (el insight) que las personas precisan un sentido, una visión, algo que les brinde significado y satisfacción a sus vidas. Eran increíblemente ambiciosos y aspiraban profundamente la trascendencia de sus nombres en el tiempo y para ello sabían provocar visualizaciones colectivas del futuro que anhelaban sus allegados, para con esa infinita energía humana, dejar una huella inconfundible de su paso por el mundo. Una neuroestrategia infalible.
Igualmente, en la actualidad y con mayor razón (hemos pasado con dolor por teocentrismo, geocentrismo, heliocentrismo y ahora el datacentrismo) las personas seguimos necesitando altas dosis de endorfinas, serotonina y dopaminas, sustancias químicas indispensables para preparar un súper cóctel de neurotransmisores que le de más vida, color y motivo a la desilusionada existencia del homo sapiens moderno, que en un solo día agota lo que la tierra tarda un año en producir y que en 2050 reunirá un enorme número de 10,000 millones de personas y se precisará 2.5 planetas para satisfacer sus expectativas y necesidades de consumo, según estimaciones del FMI.
En tanto, la OMS señala que en 2030 la depresión será la primera enfermedad discapacitante del mundo laboral y la tasa de suicidios anual ya supera a la de muertes en conjunto producidas por guerras, crimen y violencia en el mundo, 1.5% y 1.3%, respectivamente. Realmente, una escena solo apta para líderes que sepan transformar las adversidades y convertirlas en nuevas oportunidades, entendiendo que les espera un sendero que otros grandes siguieron basados en el poder de la humildad.
Por citar otro ejemplo de liderazgo, el Papa Francisco con su actuar ha mostrado que la humildad y el poder van unidos. El líder de la iglesia católica ha tenido mensajes claros como: “Me gustaría una iglesia pobre y para los pobres” y gestos como el rechazar la limosina papal una vez electo y tomar el último autobús junto con los cardenales para ir al Vaticano a cenar, diciendo: “No hay problema me voy con los muchachos”.
La humildad de este líder ha sido destacada muy objetivamente en el libro "Liderar con humildad" escrito por Jeffrey A. Krames, judío por cierto, en el cual plasma las 12 lecciones de liderazgo aplicables al mundo empresarial referidas a no juzgar, dialogar, actuar con empatía, aplicar la inclusión y el amor.