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Valeria Chauvel
L A M U L T I C U L T U R A L I D A D , E L R O S T R O D E L A I D E N T I D A D N A C I O N A L P E R U A N A
Ensayo de Valeria María Chauvel Moscoso
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En el Perú, la independencia y la fundación de la República fue una ilusión criolla que separó de la legalidad a gran parte de la población: la comunidad indígena. A esta población no se les consideró sus derechos y se les sometió a un proceso de dominación. Entonces, el Perú se consolidó como un Estado-nación que se llamó República pese a tener ciudadanos que no eran iguales ante la ley. A lo largo de los años, este grupo poblacional marginado fue cobrando vida y reclamando sus derechos, pues así se vio en las movilizaciones por la tierra que conllevaron a la Reforma Agraria. Durante la década de los setenta, “la ideología participacionista de los años velasquistas y las masivas campañas de concientización generaron que posteriormente esta masa poblacional marginada tomara vida propia ” (Klarén, 2004). Es así como en la década de los ochentas, ante la crisis económica, se resquebraja la ilusión de la identidad nacional criolla para mostrar a flor de piel la existencia de dos perúes paralelos, el “Perú Oficial” y el “Perú Marginado ” , que por la migración de los años anteriores se encontraban, por vez primera, juntos en la capital (Matos Mar, 1986). En un contexto como este, el problema de la identidad nacional y del indígena remonta desde la derrota en la Guerra del Pacífico, cuando Manuel González Prada fue el primero en dar cabida a la cuestión de la peruanidad, cuando el peruano luchaba en nombre de un caudillo mientras que el chileno luchaba en nombre de su nación. A lo largo de los años, el tema de la identidad nacional fue abordado por diversas obras de intelectuales: desde la teoría del darwinismo social, con la cual buscaban sustentar el subdesarrollo de la cultura indígena, hasta las provenientes de la corriente indigenista, con las que buscaron revalorizar a la cultura indígena. Ante una sociedad con vestigios coloniales y prácticas racistas, este dilema ha causado mucha controversia para su solución. Existe un grupo de personas que preponderan el legado hispánico u occidental, otros, el legado indígena, pero también hay los que abogan por la corriente del mestizaje. Sin embargo, la cultura occidental ha ganado mayor poder en el Estado y, por ello, muchos jóvenes pertenecientes a las culturas originarias del país sienten que sus conocimientos y tradiciones no tienen valor, ya que, a lo largo de los años, los grupos de poder han buscado la unidad desde la homogeneidad; hecho que se refleja en la educación. Uno de los temas que ha surgido de la polémica, es si es posible que un país multicultural –como es el Perú- pueda consolidar una identidad nacional que cohesione a la sociedad; trabajo que recaería en la juventud peruana encargada de las próximas decisiones que tomarán el rumbo del país.
Dicho tema, se ha discutido y ha generado diversas posturas, donde un grupo argumenta que la multiculturalidad es un obstáculo para la cohesión social y una identidad nacional, pero, en contraposición, también hay los que postulamos que la valoración de la multiculturalidad es la base para que los jóvenes peruanos construyan una identidad nacional que cohesione a la ciudadanía en su plenitud. Para sostener dicha postura, en el presente ensayo, se fundamentará que un individuo tiene identidades múltiples, las cuales pueden no contraponerse; su identificación con una determinada cultura no excluye que este pueda identificarse como peruano debido que una identidad nacional nace de la adscripción a un Estado civil; y, finalmente, que a través de una cultura cívica y buenas políticas públicas se logrará que todo peruano pueda forjar una sólida identidad nacional que unifique a la ciudadanía en su plenitud pese la multiculturalidad.
Una de las grandes problemáticas que enfrenta la identidad nacional peruana es que se le relaciona con una específica identidad cultural. Muchos sostienen que la cultura indígena impide la construcción de una identidad nacional que unifique a la ciudadanía en su plenitud debido a sus diferencias con la cultura occidental. Este argumento se sostiene por discursos que creen que la mantención de la tradición y cultura indígena conflictuan el “desarrollo ” debido a su supuesta ignorancia. Sin embargo, estos discursos tienen una explicación histórica. En el Perú, el discurso del darwinismo social en el siglo XIX logró tal poder en la configuración de la realidad de la sociedad que significó la creación de estereotipos. El sujeto indígena y su cultura fue representado como inferior respecto al “ antagónico ” sujeto occidental y su cultura para justificar la colonización. Este tipo de discursos han sido las causas de la dualidad hispano-indígena, y, por ende, de la inexistente identidad nacional que unifique a la ciudadanía en su plenitud.
Se mantiene hasta la actualidad, en el imaginario de la población, discursos que representan a la cultura indígena (serrana y amazónica) como atrasada, incivilizada, ignorante, violenta, abyecta y ajena al desarrollo debido al peso de su tradición (Vich, 2010; Espinosa, 2009), lo cual es completamente subjetivo y responde a intereses políticos de dominación. Un ejemplo de ello, es el famoso discurso “desarrollista ” de Alan García (2007) del “Perro del hortelano ” , el cual postula que los amazónicos no saben aprovechar las tierras y son egoístas para la utilidad nacional y la industrialización debido a su ignorancia. En el siguiente fragmento del discurso: “la demagogia y el engaño dicen que esas tierras [la Amazonía] no pueden tocarse porque son objetos sagrados ” , se puede observar cómo el expresidente Alan García desacredita la relación sagrada que los indígenas tienen con la tierra. Estos argumentos que buscan homogeneizar a la nación, esconden, tras un supuesto desarrollista, un deseo de dominar y colonizar al “Otro ” , al cual se entiende como el diferente e inferior. En ese sentido, la pluralidad cultural es considerada como un obstáculo que se debe eliminar y, por ello, aquella exclusión degeneró dos identidades peruanas paralelas como sostiene Matos Mar (1986) en “Desborde popular ” .
Sin embargo, las culturas no son el problema, sostengo que, un individuo tiene identidades múltiples, las cuales pueden no contraponerse; su identificación con una determinada cultura no excluye que este pueda identificarse como peruano debido que una identidad nacional nace de la adscripción a un Estado civil. Este argumento, se sostiene en dos premisas que serán explicadas en las siguientes líneas. Por un lado, por definición, “ en el modelo de Estado civil, la identidad nacional se constituye por el reconocimiento de los individuos como comunidades culturales, los cuales están unidos, cuando no homogeneizados, por un territorio, recuerdos históricos, mitos colectivos, una cultura política y cívica, una economía unificada, y derechos y deberes legales iguales para todos sus miembros ” (Smith, 1997). Es decir, la identidad nacional surge de un Estado civil, el cual está compuesto por comunidades culturales que se identifican entre ellas en un nivel histórico y político. Este último, es un zócalo de igualdad que se expresa en una constitución con la finalidad de representar a la sociedad en su totalidad y generar un sentimiento de adscripción y afiliación entre individuos sin importar su identidad cultural, incluso si uno se identifica con otro país también. Las personas con doble nacionalidad, representan las identidades mixtas o sincréticas. Estas personas que llevan dos identidades que aparentemente son diferentes, en realidad, no poseen enfrentamientos entre ellas ni se encuentran desgarrados internamente (García, 2008). La multiplicidad de identidades dentro de un individuo es tal, que dos culturas pueden sentirse identificadas con un mismo Estado civil. En ese sentido, se observa que el problema radica en la voluntad de separación, en donde se suele asociar el concepto de identidad nacional con el de una identidad cultural, lo cual puede implicar la proliferación de la segregación. Pero, ¿en qué sentido puede suceder eso? Implica aquello, cuando la multiculturalidad se vuelve un problema sólo para aquellos que pretenden controlar el monopolio de la referencia. Estos buscan el poder en el posicionamiento de una identidad cultural como exclusiva y verídica dentro de una nación. De esa forma, quienes no pertenecen a dicha cultura, se pueden ver excluidos y subyugados. En ese sentido, un Estado se vería dividido –como sucede en el Perú, ya que está compuesto por diversas culturas. Es por ello que la identidad nacional refiere primordialmente a un ámbito político, porque su configuración corresponde a cohesionar a la ciudadanía, lo cual significa respetar por igual las subjetividades inscritas. Entonces, la identidad nacional es un constructo imaginario que comparte un colectivo adscrito a un Estado civil, cuya finalidad es permitir que un individuo sienta afinidad por sus conciudadanos, con quienes mantiene diferentes niveles de “identificación ” (Pastor, 2016), ya que no todos tienen la misma identidad sexual, religiosa, cultural, etc.
Por otro lado, todas las identidades culturales que constituyen al Perú se reclaman de una misma nación, de un mismo país. Esto simboliza que las diferencias no son un obstáculo y que personas de diversas culturas pueden tener la misma identidad nacional. Esta unidad se ve reflejada tanto en el futbol como en la gastronomía, sin embargo, se resquebraja en otros aspectos. Entonces, ¿qué es lo que sucede con el Perú? ¿Por qué no hay cohesión social si todos se identifican como peruanos? El problema radica, como explica Matos Mar (1968), en que, debido al racismo cultural, la identidad nacional se ve dividida en dos identidades paralelas, donde ambas se autoproclaman peruanas (el
Perú “ oficial” y el Perú “ marginado ”). No obstante, el hecho de que ambas se autoproclamen peruanas significa que en el trasfondo se comparte algo en común, cosa que se ve reflejada cuando ambas identidades peruanas se cohesionan en una en los casos anteriormente mencionados, pues, sino, tendríamos el caso de España y Cataluña. En ese sentido, el problema no es la multiculturalidad como muchos afirman, es el racismo cultural dentro de la sociedad que hemos arrastrado desde la colonia, el cual fragmenta al no respetar las diferencias. Si se logra erradicar el racismo de la mentalidad de las personas, se lograría una identidad nacional que cohesione a la sociedad en su plenitud. Este racismo cultural dentro de la sociedad se ha visto reflejado en el Estado, quien, si bien tiene la función de congregar a la sociedad y velar por sus derechos, este ha colaborado con la fragmentación. Por ello, el Perú “ marginado ” , configura su identidad peruana dentro de una institucionalidad que ellos mismos han creado mediante un proceso de socialización en donde sus relaciones se basan en lo que se conoce como la informalidad (Matos Mar, 1986). Entonces, con esto, se puede observar que la multiculturalidad no es la causa del problema de la identidad nacional, pues su aceptación, valoración y respeto es, en realidad, la base de la identidad nacional que lograría unificar ambos perúes. Pues, como menciona la UNESCO (2010), la diversidad es, en realidad, una fuente de desarrollo.
En segundo lugar, por consecuente, a través de una cultura cívica y buenas políticas públicas se logrará que todo peruano pueda forjar una sólida identidad nacional que unifique a la ciudadanía en su plenitud pese la multiculturalidad. Esta idea se soporta sobre dos premisas que se desarrollarán a continuación. Por un lado, el ejercicio de la virtud cívica -la voluntad de actuar en base de la creencia en la democracia, justicia, libertad y derechos humanos- permite que la nación sea unida, equitativa, respetuosa y empática; valores necesarios para la creación de una identidad nacional que cohesione a la sociedad pese la multiculturalidad. Jordi Tena (2010) sostiene que la virtud cívica se trata de una motivación para actuar de forma públicamente orientada, cuya extensión consiste en la promoción de un cuerpo de normas morales y sociales de la misma orientación. La creación de una ciudadanía representa los cimientos de todo Estado-nación y su ejercicio colectivo remite en una sólida identidad nacional (sentimiento de pertenencia). Esta es esencial para que los individuos se identifiquen en un nivel cívico-político y, así, se pueda desarrollar una correcta convivencia dentro de un territorio. Entonces, ¿cómo se crea una ciudadanía? Esta corresponde a cuatro elementos: la democracia, la justicia, la libertad y los derechos humanos. La democracia implica que las decisiones se toman colectivamente donde todos tienen una igualdad de facultad de voto; la justicia, por su lado, implica la existencia de una ética integral e integrada; la libertad, que existe el derecho a ser diferente; y los derechos humanos, que la integridad de todo ser humano debe ser respetada. Todo ello expresa la importancia de un zócalo de valores comunes, pues, como afirma la antropología y la sociología, son estos los que han cohesionado comunidades durante toda la existencia humana. Durkheim (1982) sostiene que el ser humano crea símbolos, identidades y rituales donde proyecta valores e ideales como métodos para cohesionar grupos sociales. En ese sentido, la multiculturalidad no debería afectar una correcta coexistencia bajo un mismo marco político donde todos se identifican por los mismos valores, como son los que se
deslindan de los elementos anteriormente mencionados. Además, el hecho de ser todos humanos pone a todos en un nivel de igualdad; aquello significa que existe un nivel donde todos nos podemos sentir identificados, pues no importa la creencia, género, cultura, o sexualidad. Entonces, ¿por qué no se podría, de igual manera, lograr una identidad nacional? El problema en el Perú radica en que la ley, los derechos y los valores se ven afectados por la herencia de la mentalidad colonial, donde la fuerte negación de la identidad mestiza se traduce en menosprecio y falta de autoestima. Pastor explica un ejemplo en la siguiente línea: “El choleo o el desprecio del quechua (como lengua materna) […] constituye estigmatizaciones negativas de menosprecio, que afectan a la identidad individual de muchos de nuestros conciudadanos ” (2016: 127). Entonces, si se desea lograr una forma de identificación que derive en una correcta coexistencia, la cultura cívica es esencial. Esta ayuda a tener una percepción donde ya no entra la discriminación -como es el racismo, de modo que hace posible crear una sola identidad peruana sin paralelismos. Estos valores son necesarios para lograr un país con ciudadanos unidos por un sentimiento de fraternidad, pues, como Jean Jacques Rousseau afirma, “todas las virtudes de un país provienen del corazón de sus ciudadanos ” (1774). En ese sentido, el civismo es lo que une a todos los ciudadanos en una misma identidad que, pese a sus diferencias, comparten una meta en común: un bienestar colectivo, un proyecto nacional.
Por otro lado, buenas políticas públicas permiten forjar un sentimiento de pertenencia que solidifique la identidad nacional pese la multiculturalidad. El objetivo de toda política pública es el de la cohesión social. Flores y Borjas (2018) en su tesis sobre la identidad nacional y el carácter cívicopolítico sostienen que, la identidad nacional representa la relación entre las instituciones con el pueblo. Esto significa que es necesaria la construcción de un proyecto nacional para que el pueblo pueda sentirse identificado con el Estado-nación. Si bien en el Perú existen organismos que se encargan de ello, a estos les hace falta potenciación. Las identidades paralelas de la peruanidad se deben a la falta de dicho proyecto, puesto que, “ el Estado, para generar un sentimiento de identidad nacional, debe producir una visión de futuro compartido […]. Cuando existe la impresión de que los beneficios se concentran en una minoría y siempre se le exigen sacrificios a los mismos grupos excluidos, es sumamente difícil fomentar un sentido de pertenencia a la misma comunidad política ” (Stein & Tommasi, 2006:408). Es por lo anterior que apareció el Perú informal -compuesto en su mayoría por la población indígena, pues, debido a la exclusión, dicha población buscó su propia forma de institución, lo cual separa la identidad nacional en dos, como bien explica Matos Mar en “Desborde popular ” . Por todo lo anterior, en el presente ensayo, nos centraremos específicamente en dos políticas públicas que deben ser parte de dicho proyecto nacional para construir al Perú en una sola identidad nacional que cohesione a la sociedad. La primera hace referencia a las políticas públicas que se generan bajo el concepto de igualdad de oportunidades; estas valorizan la integridad y cultura de cada individuo, lo cual genera un sentimiento de adscripción. La extrema desigualdad social y la exclusión son características del Perú – la centralización en Lima es un ejemplo de ello- que no permiten forjar del todo un sentimiento de pertenencia en la mayoría de los ciudadanos y, por ello, se desprenden las identidades paralelas como sucede en la actualidad. Generar un zócalo de igualdad de condiciones que otorgue a todo peruano servicios básicos,
educación, salud, etc, de calidad logra que este se identifique con su patria, ya que las acciones del Estado representarían de esa forma el valor de su integridad. Esto lo explica Pastor en la siguiente línea: la garantía del desarrollo personal y social del individuo es lo que fortalece la relación entre el ciudadano y el Estado (2016). Es decir, aquella garantía crea una identidad nacional, la cual, si se aplica a todos por igual, genera que todos se adscriban al país al desarrollar un sentimiento de pertenencia porque el Estado los representa. Por ello, un Estado presente en todo el territorio vigoriza el nivel de identificación de toda la población con la nación. Flores y Borjas lo resumen bien en la siguiente línea: “ el carácter cívico-político y la identidad nacional se forman con la interacción que tienen los ciudadanos con las instituciones […]. Por tanto, si los ciudadanos no desarrollan sentimientos de pertenencia y de participación hacia sus instituciones nacionales, se romperán los procesos de cohesión social” (2018). En otras palabras, es de alta necesidad que los ciudadanos se sientan representados por el Estado-nación, pues su correcto funcionamiento forja un sentimiento de pertenencia e identidad que derivan en una cohesión social.
La segunda hace referencia a las políticas públicas basadas en el concepto de la interculturalidad; estas generan un diálogo horizontal, lo cual produce también un sentimiento de adscripción. La identidad nacional está inextricablemente relacionada a la política y, por ello, trasciende las diferencias culturales, más aún en un mundo globalizado y con movimientos migratorios. Como bien explica García, “los encuentros interculturales son y serán una parte creciente de nuestro entorno económico, político, religioso y de información. La formación en lo intercultural es, por tanto, una dimensión irreductible de las formaciones actuales ” (2008: 12). Si bien, las constituciones avalan la diversidad cultural, esta se debe ver reflejada en las políticas públicas, pues, de esa forma, al validarse el derecho de libertad, se permite que las personas puedan sentirse cómodas con sus diferencias al mismo tiempo que desarrollan un sentimiento de pertenencia. Si bien ya hay intentos de gestar ciertas de estas políticas, como es el caso de la Educación Intercultural Bilingüe (EIB), estas son insuficientes, ya que se basan en lo que Virgilio Alvarado (2002) ha explicado como un modelo de inclusión asimilacionista; es decir, modelos cuyas “ políticas de inclusión ” integran a los pueblos indígenas a partir de procesos de transformación (homogenización), donde, en realidad, se presentan pérdidas culturales. La EIB, al ser aplicada solamente en la población indígena, no cumple con una verdadera política intercultural, ya que, si fuese realmente en ese sentido, se ejecutaría a nivel nacional. Como bien señala Yangali (2017), tanto el colonizador como el colonizado deben aprender de las sub-versiones de la realidad, pues solo de esa forma se logra un diálogo horizontal. Por todo lo anterior, se puede afirmar que un Estado que construye un proyecto nacional basado en sólidas políticas públicas regidas por conceptos como el de la igualdad de oportunidades y la interculturalidad logra sedimentar una identidad nacional que cohesiona a la sociedad.
En resumen, los seres humanos son diversos en sí y, por ello, un Estado no es homogéneo, pues este congrega a muchas identidades culturales que se adscriben a una identidad nacional; razón por la que las culturas inscritas en el Perú se autoproclaman peruanas por igual. Asimismo, una cultura cívica y buenas políticas públicas que valoricen la multiculturalidad son la clave para ejercer respeto y horizontalidad entre las personas y sus diferencias de forma que se logra la cohesión y la coexistencia, además que fortalece el sentimiento de pertenencia y adscripción a un Estado. Un Estado con un proyecto nacional que representa la integridad de su pueblo vigoriza la identificación de este con la nación y sus conciudadanos. Por todos los motivos expuestos, la valoración de la multiculturalidad es la base para que los jóvenes peruanos construyan una identidad nacional que cohesione a la ciudadanía en su plenitud. La juventud peruana puede encontrar los medios para erradicar el racismo, el cual es el verdadero problema trasfondo y el que causa el paralelismo peruano. Por eso, es importante preguntarse, ¿qué significa haber sido un país colonizado? ¿Cómo aquello afecta a la construcción de una identidad nacional? Buscar homogeneizar la nación significa quitarle a una cantidad de individuos su libertad. La dominación no cohesiona a las personas, las fragmenta aún más; lo único que logra unirlas es la empatía, el respeto y la equidad, puesto que, la valorización de la diversidad es la base del desarrollo. Asimismo, una ciudadanía virtuosa desarrolla sentimiento de pertenencia al respetar las diferencias y la integridad de toda persona, y buenas políticas públicas logran que las personas se sientan representados por el Estado. Una sólida identidad nacional es el reflejo de un pueblo que goza de bienestar y, por ello, su importancia. Es necesaria la construcción de una identidad nacional que unifique a la ciudadanía en su plenitud, ya que, esta, al ser el resultado de las relaciones entre ciudadanos, ayuda a un desarrollo que proporcione bienestar. Se debe entender y aceptar al país como tal, en su multiculturalidad, pues solo así, se logra la cohesión y coexistencia.
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