Labrapalabra # 8

Page 1

labrapalabra Biblioteca Piloto del Caribe

Número 8 • Septiembre de 2011

Especial:

Crónicas

fabiana cantilo peleas de perros la cárcel del bosque la patagonia el fútbol de la b

miss glow swanson La reina del burlesque responde

chocquibtown

cuando el grammy aún era un sueño


labrapalabra Índice

Número 8 • Septiembre de 2011

Pág. 6

¿Cual es tu paquito? Por Alex Támara Garay

henry fiol: el son cubano en new york Por Juan Guillermo Martínez Pág. 8

palimpsestos Por Sigifredo Eusse Marino Pág. 10

narrativa

ITINERARIO DE VUELO: PELÍCULAS ESE VIERNES NADIE MURIÓ EL AMOR DE LOS OTROS

Por Anuar Saad S.

Por Rafael Pedroza

JUAN GIL-ALBERT, O EL YO MAYÚSCULO DE UN MITO INCOMUNICADO

el club de la pelea

Pág. 14

Por Devinso Jiménez Sierra

LA INFAME SAGA DE MAL DE OJO BUFFET

pág. 13

Pág. 18

Por Adlai Stevenson

Pág. 19

Pág. 20

P Á G 16

Por Martín Txeis

Por Robinson Quintero Ruíz

Pág. 22

traicionera nostalgia (crónica de viaje a la patagonia) Por Adriana Rosas Pág. 26

Hazte fan www.facebook.com/revistalabrapalabra labrapalabra@gmail.com Labrapalabra 1


labrapalabra Índice

Número 8 • Septiembre de 2011

FÚTBOL REAL

Por JUAN JOSE CASTILLEJO

Pág. 34

Por Iván Bernal

el bosque de fábulas sin moraleja

un pasaje hasta ahí: una estancia con fabiana cantilo

Pág. 30

Por John Better

Pág. 38

cuando no sepas qué escuchar (recomendaciones musicales) Por Carlos Roldán Pág. 41

chocquibtown, madera fina del chocó pAra el mundo

miss glow swanson

poesía e imágenes

NARRATIVA GRÁFICA

Por Carlos Polo

Por Francesco Vittola

Carlos Polo

Asesora

Cielo Támara

Comité editorial

Colaboradores

Edición y diagramación

Miguel Iriarte Aníbal Tobón Robinson Quintero Ruiz Alex Polo Cristina Ruiz Devinso Jiménez John Better Juan José Castillejo

Pág. 42

Pág. 45

Por Roberto Rodríguez Pág. 46 John Galán Casanova Rubén Dario Mejía Mayra Alejandra Díaz Gustavo Arrieta Catherine Ortega

Director

P Á G

Libertad y Orden MINISTERIO DE CULTURA REPÚBLICA DE COLOMBIA ESPACIO CONCERTADO

ISSN 2011-1576 labrapalabra@gmail.com Barranquilla - Colombia 2011

48 Editorial

HUMOR

2 Labrapalabra

Por Kasposo

Pág. 56

Ya ha pasado mucho tiempo desde que lanzamos nuestra última revista, sin embargo, cocinar a fuego lento, tiene sus ventajas, y en este número, el octavo, el sabor es definitivamente local. Tanto a nivel de autores, como de temas, ninguna de nuestras ediciones anteriores fue tan cercana a la Costa Caribe y al mismo tiempo fue tan diversa (salsa, hip-hop, viajes, entrevistas, pintura, fotografía) y esas son buenas noticias, porque es un hecho que ahora nuestra revista estará más cerca de nuestros lectores, y ellos de Labrapalabra. Otra noticia importante es que por primera vez hemos confeccionado una edición especial y por eso, en esta ocasión, las crónicas son nuestro plato fuerte. El menú está servido y recomendamos consumirlo antes de que se enfrie. Compartimos con ustedes Labrapalabra # 8. Gracias por la espera. Labrapalabra 3


Í n d i c e

a u t o r e s

Adriana Rosas

Anuar Saad S.

Martín Txeis

Poeta y ensayista bogotano. Su primer libro, ALMAC N AC STA, obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven de Colcultura en 1993. Es egresado de la carrera de literatura de la Universidad Nacional. Entre 1994 y 1995 sostuvo la columna de opinión En el Camino para el periódico El Espectador. Por esos tiempos se le vio implicado en la creación del grupo de poesía, danza, música, fotografía y video Poesía Ácida.

Vive la ciudad del mar por delante y la montaña por detrás. Ahora la recorre en bicicleta, a pie, y sus calles viejas y su gente la hacen feliz. Prepara otra crónica sobre lo que le despierta cada ciudad, los deseos bajos y altos, vibraciones, comportamientos, sentimientos confesables y no. Recomienda los documentales Inside job y Let’s make money. Y recomienda hacer lo que nos hace felices: lo demás viene por añadidura.

Comunicador social y periodista barranquillero quien desde niño escribía para sus amigos. Durante varios años se desempeñó como jefe de redacción del diario El Heraldo y posteriormente como docente en diferentes universidades. Acaba de terminar Salud, hermana muerte, un libro conformado por catorce cuentos, del que hace parte el publicado en este número. Ahora trabaja en la culminación de su primera novela,Noticias desde la parroquia.

Poeta nacido en Barranquilla en 1983. Textos suyos han sido publicados en diferentes medios locales y nacionales. Fue miembro importante de la jauría furiosa de Labrapalabra, y ha escrito los libros Pequeña apología de los conjuros urbanos (cuentos) y Los oficios del éter (poesía). Es vocalista de un par de bandas de rock de la ciudad. Actualmente, dirige el colectivo Lefú y prepara su novela Manual de amores bizarrros.

Francesco Vitola

Iván Bernal

Catherine Ortega

Carlos Polo

Comunicador social de la Universidad del Norte. Master en periodismo de la Universidad de Barcelona y la Columbia University de NY. Contador de historias de corte fantástico con marcado tono macabro y humor negro. Héroes decadentes, su primer libro de cuentos fue publicado con Labrapalabra. Tiene dos poemarios inéditos: Catalonia, pasaporte a lo inefable y Metáforas esenciales.

Barranquillero radicado en Bogotá. Comenzó escribiendo artículos de música en la revista digital butifarra. com. Estudiante actual de la maestría de periodismo de la Universidad del Rosario con Publicaciones Semana. Este año fue galardonado por la Society of News Designs con el premio a la excelencia por su trabajo El viacrucis de los barranquilleros.

Estudiante de diseño industrial, amante de los caninos y la fotografía, especialmente de los retratos de nuestra gente, del comportamiento que nos caracteriza, nuestros espacios y las relaciones que creamos con los otros. Su frase favorita: No existe una compañía y un querer tan incondicional como la que un perro brinda a su amigo. Sus fotos acompañan la poesía de esta edición.

Una de las voces más prometedoras de la nueva literatura del Caribe. Autor de la novela La suerte del perdedor, una especie de manifiesto febril donde convergen lo popular, la salsa, el rock y los escarceos juveniles. En el 2009 se hizo con el Premio Nacional de Literatura de la Universidad Industrial del Santander, categoría libro de cuentos, con la obra Rapsodia para reclutas asustadizos.

Adlai Stevenson Samper

d e

4 Labrapalabra

John Galán Casanova

Se describe a sí mismo como a un muchacho juicioso de malas costumbres. Es periodista, abogado, investigador, melómano, apasionado por el estudio de la arquitectura y amante de su tierra, La Arenosa. Ha publicado varios libros; el último, Obregón en Barranquilla, una maravillosa radiografía del artista cartagenero en su paso por esta ciudad.

Juan Guillermo Martínez

Alex Támara Garay

Sigifredo Eusse

Carlos Roldán

John Better

Rubén Darío Mejía

Gustavo Arrieta

Nació y vive en Cartagena. Estudió Filosofía en la Universidad de Cartagena. Ha publicado numerosos artículos de crítica de cine, análisis literario y narrativa. Trabaja en crónica musical desde hace algún tiempo, en especial sobre jazz y salsa. Detesta dar explicaciones y dice lo que necesitas escuchar. Escucha a Lavoe todas las noches antes de dormir y sueña con que Pambelé le encaje un uppercut en la mandíbula a Pastrana.

Sincelejano. Algunos de sus artículos han aparecido en revistas nacionales e internacionales. Navegario, poesía (1999), y Memoria en las Antillas, Ensayos de la historia social y política sobre la región del Caribe antillano editado por Labrapalabra son solo algunas de sus publicaciones. En estos momentos se desempeña como docenteinvestigador en la Corporación Universitaria del Caribe CECAR, en Sincelejo.

Barranquillero, periodista, cronista de prensa y documentalista para televisión. Dirigió teleprogramas culturales como Caribescopio y Frecuencia Francia. Ha codirigido, investigado y libreteado proyectos en torno al carnaval y otras expresiones de la identidad del caribe colombiano. También ha sido actor de teatro y asistente de dirección en producciones de cine y televisión. Incursiona cada tanto en la narrativa corta y la reseña de sucesos culturales.

Nació en Medellín, pero se formó en Barranquilla y luego emigró a Bogotá. Músico, compositor, arreglista e intérprete de VCRolab, proyecto con el cual estuvo de gira el pasado mes de mayo en la ciudad de Miami. Es alérgico a las multitudes, las palabras vacías y a las vitrinas. Su album Mecánica Orgánica, ha recibido incotables críticas positivas. En esta edición, como en ya varias anteriores, nos regala sus recomendaciones musicales.

Su libro de poemas, China white, fue publicado por la editorial mexicana Salida de emergencia en 2006 y reeditado en 2011 por la editorial Pluma de Mompox. Su libro Locas de felicidad le ha merecido la crítica favorable de autores como Pedro Lemebel, Jaime Manrique y Alonso Sánchez Baute. Es redactor del periódico El Heraldo y otros medios del país. Prepara el lanzamiento de un libro de relatos titulado Todos los destinos.

Manizalita de nacimiento y barranquillero por decisión. Poeta, fotógrafo y gestor cultural: miembro del foto club Ojo e’ Pescao, colaborador de la Biblioteca Popular del Barrio La Paz, colaborador de la Fundación Ce Camilo en fotografía y enseñanza del proceso para fortalecer la autoestima. Además, ha participado en gran número de exposiciones colectivas de fotografía. En definitiva, uno de los motores de la cultura local.

Nació en Santa Marta en el 71. Licenciado en lenguas modernas y especialista en la enseñanza de la lengua y la literatura. Parte de su obra poética ha sido publicada en diversas revistas y periódicos de la ciudad. Entre sus reconocimientos se destacan el Primer Puesto en el IV Concurso Nacional de poesía y declamación Universidad del Norte, en 1994. Dirije el taller literario TA.LI.U.M. y es catedrático de la Universidad del Magdalena.

Rafael Pedroza

Robinson Quintero Ruiz

Devinso Jiménez Sierra

Kasposo

Juan José Castillejo

Escritor, traductor, tallerista literario y gestor cultural criado en el barrio San Isidro de la capital del Atlántico. Ha ganado varios concursos de poesía a nivel nacional y en estos momentos está preparando su primera novela, El mejor de los venenos. En este número, nos arroja con las palabras de su crónica, a las fauces del mundo de las peleas clandestinas de perros.

Nacido bajo el signo zodiacal de los pequeños creativos (Piscis) aprendió a calcular las palabras que alcanzaba a tragarse mientras sumergía su cabeza en la alberca empotrada al final del patio en la vieja casa de su infancia. Filósofo, docente universitario e investigador, ha publicado el libro. Rituales y artefactos, premio ciudad de Santa Marta, 2009.

Caricaturista y fundador de la revista Bacanal, dibujante de la sección relatos criminales de la revista Qhubo, artista autodidacta, estudió contaduría pública y criminalística y no las terminó. Sin mencionar el cursito de inglés conversacional y de piano. Actualmente, se desempeña como profesor de dibujo de una fundación de niños llamada E.B.A.B: Escuela de Bellas Artes de Barranquilla.

Aunque su cédula lo niegue, nació en Valledupar. Realizador audiovisual egresado de la Universidad Autónoma del Caribe y adicto a cualquier tipo de expresión plástica. Su cuento Hoy, una mezcla de nostalgia y ciencia ficción, fue publicado en 2010 en la Antología de autores cesarences. Durante mucho tiempo fue uno de los defensores más asiduos del chirrinchi como alternativa del Old Parr.

Barranquillero, pero inmune a los gentilicios. Psicólogo. Psicoanalista en formación. Escribe para no volverse mierda. Ha publicado algunos artículos en la revista barranquillera de arte y cultura, Bacanal: La orgía de la palabra, en donde se desempeña como editor general. Parte de su trabajo lo pueden encontrar en su blog: Ekos. www. ekosilencioso.blogspot.com

Mayra Alejandra Díaz Nació en Barranquilla en 1991 y estudia filosofía en la Universidad del Atlántico. Desde el 2008, asiste al taller literario José Félix Fuenmayor. Ese mismo año ganó el primer puesto en el II concurso nacional de poesía Instenalco. El año pasado participó en el festival de poesía internacional PoemaRío. Aunque la poesía es su primer amor, alterna su escritura con los cuentos.

Roberto Rodríguez Artista plástico autodidacta y arquitecto. Lleva 25 años exponiendo de manera continua dentro y fuera del país. Su obra se encuentra en colecciones particulares de Brasil, España, Panamá, Japón, Canadá, Puerto Rico, Uruguay, Estados Unidos. Su capacidad de análisis, mordacidad y habilidad para el dibujo le han permitido abrir el más complejo mundo de la expresión gráfica: la caricatura. Labrapalabra 5


D

e las pequeñas y grandes bibliotecas que he visitado durante muchos años dentro y fuera de Colombia, me he encontrado con la penosa noticia que en ellas no reposa ninguna colección ni ejemplar de las historietas infantiles mejor conocidas en el Caribe colombiano con el nombre de “paquitos”. Le he solicitado en voz baja a uno de los señores que atienden la biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, Señor: ¿Me hace el favor y me presta los 10 primeros libritos de Kalimán, Arandú o el Santo? El tipo me mira y, como sintiendo mucha lástima por mí, me dice: “creo que usted se ha equivocado de sitio señor, esa clase de lectura nosotros no la ofrecemos, es posible que en algún sitio de la 19 usted pueda encontrar algo de eso”. Realmente el tipo me hace sentir mal delante de un gran público que en silencio me mira como a un animal extraviado. Dos jóvenes que están exactamente enfrente de mí, me generan más angustia y pena, pues logré ver en el lomo de los tomos que pidieron los nombres de Jacques Legoff y Georges Duby, dos grandes medievalistas. ¿Y por qué estoy pidiendo estos paquitos, estas historias? En verdad me sentí mal, salí de esa biblioteca y me tomé una cerveza en la cafetería del frente a pensar en mis impulsos extraños. Después de seguir insistiendo en solicitar los paquitos en otras bibliotecas de Bogotá y otras ciudades del Caribe por largo tiempo, la respuesta y la actitud fue igual en los bibliotecarios: decepción y lastima hacia mí. Realmente me preguntaba ¿será posible que estos hoy señores y señoras que trabajan en las bibliotecas del país nunca leyeron un paquito, o una novelita de vaqueros?

¿Cual es tu paquito? (El paquito como aventura y como imaginario social: un acercamiento a las décadas de los 70’ y 80’) Por Alex Támara Garay 6 Labrapalabra

¿

Por qué las bibliotecas del país no se han preocu-

pado por resguardar e incorporar esa parte de la memoria y la imaginación que tanta satisfacción nos produjo a muchas generaciones de colombianos y latinoamericanos? ¿Por qué ese desprecio por lo popular? Si desde allí aprendimos amar las letras y la lectura muchos niños y jóvenes del Caribe. Lo que no hizo la escuela con sus mejores y más sofisticados siste-

Ningún profesor o profesora de literatura, historia o filosofía me generó tanta expectativa, creatividad, entusiasmo e imaginación como los paquitos de Tarzán, Arandú, o Kalimán. mas didácticos y pedagógicos lo lograron estas fabulosas aventuras que salían en serie cada semana. Ningún profesor o profesora de literatura, historia o filosofía me generó tanta expectativa, creatividad, entusiasmo e imaginación como los paquitos de Tarzán, Arandú, o Kalimán. Lo que perdía cada día en la escuela lo ganaba con entusiasmo en la lectura de estos bálsamos de la imaginación y la libertad. Podría decir aquí con absoluta certeza y sin ningún remordimiento que la lectura de estas historias fueron las que de alguna forma permitieron sobrellevar esa carga pesada y obtusa que eran la escuela y los profesores que nos enseñaban los cursos en la primaria y la secundaria. Esa lectura cómplice sembró las bases para posteriores acercamientos con autores y autoras de formidable valor estético y humano. El paquito y su lectura permitieron sembrar la semilla de la imaginación sobre todo en los sectores populares de las grandes ciudades que no tenían la posibilidad de acceder a otros escenarios académicos, ni a otros circuitos de la información. Pensemos en los niños y jóvenes de las grandes barriadas en las décadas de los 70 y 80 en ciudades como Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena, entre otras que fueron poblando los centros urbanos más importantes del país, por fenómenos visibles como el de la tradicional violencia. Estas aventuras se convirtieron en el desfogue emocional y sicológico de una gran cantidad de público, deseoso y lleno de expectativas que no encontraba, precisamente, en los espacios escolares del momento. Porque no homenajear a esos ejemplares hombres que en todas las ciudades del país en las décadas del 60, 70 y 80, se dedicaron a promocionar y desarrollar la lectura de un gran público generalmente anónimo que se forjó gracias a los servicios que brindaban estos libreros o mejor

“paquiteros”. Por las sillas y banquillos de estos sitios ubicados cerca de un cine, una iglesia, el mercado, una cantina o una peluquería, desfilaban un sinnúmero de personalidades: el embolador, el albañil, el tintero, la prostituta, el escolar, el taxista, el policía entre otros, que alquilaban por 50 centavos la lectura de la aventura escogida.

N

adie homenajea a estos

prohombres desarrolladores de la lectura e impulsadores de la imaginación en su tiempo. Nadie se acuerda de ellos, que injustos y desalmados con la gente que puso a leer de otra forma a nuestros niños, jóvenes, adultos y viejos. La paradoja más absurda y triste se presentó en Barranquilla, en el contexto de la Biblioteca Departamental del Atlántico. En el costado de la biblioteca, siempre y por muchos años estaba un señor que vendía, cambiaba y alquilaba toda clase de paquitos y novelas de vaqueros, al sitio acudía una gran cantidad de público permanente que leían hasta al anochecer. Una vez encerrada la biblioteca con un dispositivo de seguridad, y estricto control, al librero legendario lo expulsaron del sitio sin contemplación alguna.

Borges decía que el libro es la extensión de la memoria, es por eso quizás que las atmósferas más intimas y humanas habitadas por mí, se encuentran circulando bajo la impronta de esa marca que ha dejado el paquito en mi espíritu. La escuela como institución fue doblegada por las marcas de la imaginación que sembraron los libros de Kalimán, Arandú o Memín.

La aventura venció. Labrapalabra 7


Henry Fiol: El son cubano en New York Por Juan Guillermo Martínez

“Soy guajiro y carretero, en el campo vivo bien porque el campo es el edén más lindo del mundo entero” El carretero Trío Matamoros Para Edgar Gutiérrez Sierra

H

enry Fiol nunca ha dejado de lado al Son cubano. El vínculo que lo

ha mantenido con él nació desde niño cuándo escuchaba a Guillermo Portabales interpretando los más exquisitos sones de la Cuba guajira de principios de siglo pasado y, ya adolescente, a la banda de Cortijo con Maelo Rivera como voz líder. A Fiol le gustaba ir a los salones de baile latino en New York a escuchar los números de los cantantes más populares de la música tradicional caribeña, sobre todo, la cubana. Esa complicidad con la idiosincrasia de los pueblos del caribe, despertaría, en alto grado, un interés determinante en su forja como cantante, además, de una especial afición por la fusión que lo definiría como uno de los artistas más sobresalientes en la historia de la salsa.

En los años 30 y 40, muchos de los músicos que vieron su nacimiento artístico

en Cuba, ya estaban establecidos en ciudades estadounidenses que los veían como la nueva opción de baile y disfrute en tanto complemento del jazz. Fue ese el momento en que Mario Bauzá, Frank Grillo, conocido, también como “Machito”, Carlos “Pa8 Labrapalabra

tato” Valdés, Mongo Santamaría, entre otros, introdujeron los ritmos cotidianos cubanos en la dinámica jazzística de Chicago, New Orleans y New York. Esa fue la antesala a los otros latinos, como Johnny Pacheco, Pete “Conde” Rodríguez, Monguito, Celia Cruz, Héctor Lavoe y muchos más que, en las décadas siguientes, vinieron con todo el furor campesino a embrujar a los condados de el Bronx, Brooklyn y, por supuesto, Manhattan, en general. Fiol estaba a punto de terminar Bellas Artes cuándo aprendió a tocar la flauta por su propia cuenta; caminaba, dichoso y en su salsa, por las calles de Manhattan asistiendo a los rumbones que organizaban los descendientes de latinos en el peligro del asfalto de la gran manzana. Al graduarse del Hunter College, se ganaba la vida impartiendo clases de pintura y arte en distintas escuelas católicas. Al poco tiempo, dejaría la enseñanza a un lado para dedicarse por completo a la música, arguyendo que el carácter absorbente y dominante del marketing, anulaba toda intensión creadora del artista y, sobreponía, más bien, una intensión, en su sentido más estricto, de abarcar el propio arte como un diamante en bruto para el comercio. En este sentido, es necesario anotar que ya en su pensamiento se deja ver un criterio marcado que haría parte de temas que retomaría en sus posteriores creaciones musicales, a saber, la condición humana contemporánea. Los parámetros del son cubano se convirtieron, esencialmente, en el referente de su labor como músico y artista. El son era el soporte de la médula de su poesía. La introducción del mismo en la cotidianidad urbana de New York, comenzó a evidenciarse en las distintas orquestas en las que trabajó como conguero durante años; La típica de New York, Broadway y la Orquesta Capri, recibieron la influencia del son por la vía de Fiol, aspecto que fue recibido con buen agrado, dado que en los arreglos que sugería, estaba plasmada no sólo la reivindicación de las narraciones del vivir cubano y sus factores consuetudinarios, sino, también, el reflejo por articularlo con ritmos aterrizados en la contemporaneidad. Los referentes más recurrentes de los que procedía su lírica, luego de haber tocado durante casi una década en las mentadas orquestas fueron, sin duda alguna, un Abelardo Barroso que interpretaba, con encanto guajiro,

una de las primeras versiones de la ya clásica Guantanamera, un Pio Leyva que comenzó a introducir con más acentuación el bajo, la clave, mucha trompeta y nuevos sonidos en su montuno Francisco Guayabal, un Benny Moré, quién con su ritmo bárbaro, ya tomaba ventaja frente a los demás interpretes de su tiempo en el sentido en que en ningún momento dejó de inyectarle cambios a sus interpretaciones y creaciones; sus dosis estaban cargadas de mambo secundado por Pérez Prado, Batanga, creado por Bebo Valdés y mucho sonido jazz, sobre todo de Glenn Miller. Pero, quizás, a quién más guardó fidelidad en sus continúas ejecuciones fue al Trío Matamoros, que siempre mantuvo un formato netamente guajiro en canciones como El que siembra su maíz, El carretero, El huerfanito y Baila mi pregón, así, como, también y finalmente, al Trío la Rosa de quién grabaría tiempo después el triste Huérfano soy. A mediados de los años 70, Fiol ya interpretaba, con soltura, temas de los albores de la música campesina caribeña en su propia orquesta. Y, desde luego, el paradigma que se tenía era el de un tradicionalismo cubano reflejado en una perspectiva urbana; esta fusión de horizontes entre Cuba y New York, no es más que la unión entre lo rural y lo urbano, reflejado en la voz de un neoyorquino, nacido en 1947, hijo de un ponceño radicado en Estados Unidos y una descendiente ítaloamericana. Ahora bien, esta unidad plegada entre, por un lado, lo rural y, por el otro, lo urbano, es la evidencia más notable de un romanticismo progresivo que no se estanca en la mera nostalgia y que se ubica, por lo tanto, en el campo del análisis, como decíamos, antes, de la condición humana del mundo actual. Este reflejo se puede notar en el espejo con diversas imágenes que resulta de la adaptación que hizo en 1979 de la añeja Ahora me da pena de Compay Segundo. En la interpretación de Fiol, se comenta la situación contemporánea de las grandes ciudades ruidosas del mundo. New York es quién interesa a nuestro cantante: “(…) nací en Nueva York / en el condao’ de Manhattan / dónde perro come perro / y por un peso te matan…” Se matiza, con palabras directas y sin

tapujos, la realidad de la gente, por decirlo de cualquier forma, menos privile-

giada (latinos, en especial) que habita las calles de New York. Por otra pare, en la versión de Segundo, se nos muestra algo similar en el sentido de una realidad, pero una realidad que centra sus miradas en lo cubano: “(…) yo nací en el Siboney / en la provincia de Oriente / dónde el sol es más caliente / sí coges por el Caney…”

E

l aspecto de lo rural es lo que se sintetiza en tales palabras. Mientras que, por una parte, en la versión de Fiol, el estado actual de cosas en New York y la manera cómo puedas sortear el día a día —peligroso, por demás— de una ciudad que te absorbe si no estás mosca por dónde quiera, como dice Bobby Cruz y Richie Ray es lo que se canta; en la original, de Segundo, por su parte, se nos permite presenciar el itinerario tranquilo que danza el campesino cubano en su diario vivir guajiro, pisando caminos de sol y barro. El secreto es otra de las canciones, como también Picoteando por ahí, dónde Fiol esboza su perspectiva, si se quiere, sociológica de los continuos y diversos problemas que acontecen en el mundo, dónde la ambición de la gente y de las naciones, cubren con su velo egoísta lo natural que tenemos todos, es decir, la felicidad y el respeto. Fiol acude a la siguiente figura para mostrarnos la realidad banal del mundo:

“(…) el mundo es una jungla / y nosotros somos nada más / que gorilas vanidosos (…) somos adictos al peso…” El secreto, antes que cualquier otra cosa, para Fiol y su perspectiva brotada de la influencia del son cubano, es el respeto por la persona misma y por los demás. En este sentido, es perentorio anotar que en el momento de crear esta composición, Fiol no advierte otra cosa que no sea ese mismo respeto que se contemplaba en el pasado cubano, dónde el vivir se centraba en la colaboración con las demás personas y, en especial, el respeto por la vida de ellas mismas, sin centrarse en la banalidad que emerge del pensamiento contemporáneo en relación con lo material. Esa fidelidad, por otra parte, pero sin perder de vista lo esencial del son cubano, esto es, reflejar lo cotidiano de las la-

Los parámetros del son cubano se convirtieron, esencialmente, en el referente de su labor como músico y artista. El son era el soporte de la médula de su poesía. bores del guajiro en los campos de siembra y sus distintas actividades diarias, tanto en su casa como en su trabajo, se ha mantenido en el imaginario individual de Fiol a lo largo de todo su cuerpo creativo. Notemos como en Lejos del Batey nos lo demuestra: “(…) siempre he sido un camionero / yo nací cargando caña / la traigo antes que se dañe / del campo hasta Morón / siempre cantando un son / pa´ alegrarme en el viaje / mi son es un homenaje / a la vista campesina / es el sol que ilumina / la risa del machetero…” Así, pues, podemos notar la continua

presencia de los matices del modelo del son en el expresionismo de Fiol. Es decir, lo que transcurre en las jornadas del guajiro en Cuba, siempre acompañado por la música para alegrar sus labores. En suma, la obra de Henry Fiol es, en gran medida, enriquecedora para los intereses del historial de la música antillana y caribeña porque se desenvuelve dentro de un antes y un después; dos horizontes que ha sabido mantener, incluso, hasta sus trabajos actuales. Fiol es el son urbano contemporáneo que retoma lo primario y lo adecua al hoy que vivimos con suma maestría. No se pierde en sonidos aislados que estén lejos de un desplazamiento de unas manos arrugadas de sonero por las cuerdas de una guitarra, un cuatro o una conga rural de la Cuba añorada, tal como lo mantiene en Oriente, Yo no como camarón, La juma de ayer y De la mano a la boca y como lo termina de cristalizar con el saxofón y las trompetas influenciadas por el jazz de su urbana New York. Descarga gratuitamente los últimos dos trabajos del autor en www.henryfiol.com Labrapalabra 9


l artista barranquillero Jorge Martínez se ha lanzado a una nueva expedición de redescubrimiento de las más hondas motivaciones de su vocación pictórica. Parece ser que el retorno al patio y a la luz que lo acunaron, después de dejar una buena parte de su vida y obra en las hermanas tierras de Venezuela, ha disparado en él una revisión valiente y vital de su actitud personal frente a su arte, que él ejerce ahora con mayor convicción que nunca.

E

Afinado en las artes del dibujo y el gra-

PALIMPSESTOS Neo-Expresionismos de Jorge Martínez en la Alianza Francesa

Por Sigifredo Eusse 10 Labrapalabra

bado, hasta hace poco su obra mostrada en innumerables exposiciones colectivas e individuales, dentro y fuera de Colombia, llamaban a clasificarlo en una cierta corriente vital del neosurrealismo americano: “(...) con una propuesta impregnada de encanto intimista, que apela(ba) a la memoria, a la nostalgia de la infancia y al mundo de los juegos y de los sueños”, según el decir de la crítica de entonces. Pues bien, nada de todo aquello será lo que veremos ahora. Jorge Martínez ha desmontado de plano aquellas arbitrarias arquitecturas de impronta surrealista. ¿Ha renegado el artista de sus filiaciones surrealistas y de sus virtuosismos técnicos y figurativos? Lo claro y cierto hasta ahora, es que el artista, tan secretamente socarrón como juguetón discreto, irá dejando que sus procesos y su obra a la vista hablen por él. En su trayectoria artística, Jorge Martínez ha demostrado ya la seriedad y autenticidad suficientes como para otorgarse la libertaria licencia de ponerse cada tanto a jugar en serio. Por lo que nos muestra hoy en estas telas, no escaparemos a la tentación de afiliarlo a esa vasta familia histórica del arte moderno que llamamos expresionismo. El suyo es una suerte de neo expresionismo visceral cuyos ímpetus se matizan en raros cromatismos, casi inéditos, y filtradas texturas de una luz lechosa... Todo ello parece remitir a las más remotas implosiones y primordiales atmósferas del magma originario.

El Expresionismo —dicen los tratados—

ofrece matices y contradicciones que no tienen otros movimientos del arte contemporáneo: “Los caracteres comunes son la primacía de la expresión subjetiva frente a la objetividad. Apasionamiento

El suyo es una suerte de neo expresionismo visceral cuyos ímpetus se matizan en raros cromatismos, casi inéditos, y filtradas texturas de una luz lechosa... en el tratamiento del cuadro, con aplicación violenta, a veces, de la pasta pictórica”. Hemos visto, en el búnker de su estudio-taller, avalanchado de luz solar a toda hora, cómo se hacen de estrechos los ocho muros y los sendos plafones de piso y techo, ante la galopante expansión dimensional de sus lienzos, los ya terminados, los sin marco, los en marcha, los apenas iniciados... Los hay aquí y allá, en escalada progresiva de unas dimensiones y formatos cada vez mayores. Lo menos ocho horas por día, Jorge Martínez se entrega a llenarlos, espontánea, intensa y morosamente, de trazos y manchas, una y otra vez en sutiles capas superpuestas, de por medio sus consabidos intervalos de cada imprescindible secado. Son obras vigorosas, que traducen la fuerza del oficio del artista, su vocación indeclinable. Pero sobre todo, una soberana voluntad suya por explorar, con

mirada insurgente y nueva, cotos pictóricos que una vez más le retan a travesías y procesos con los que busca renovarse, reconstruirse a cada paso como artistaen-acto, siempre y sin pausa. Martínez mismo gusta de aludir a su obra del momento como si se tratara de “un recurrente palimpsesto”. En cada tela y una tras otra, intermitente canto del cisne y eterno renacer de las cenizas. Ahora bien, a contra-ritmo, la pasión que les imprime a sus obras resulta dosificada muy a pulso contenido. Aunque el impulso que la anima le resulte al artista incontenible. Uno diría que esos impulsos siguen un dictado primordial, anterior a él mismo, que desborda su propia biografía pero que también va intuyendo y prefigura la senda mediata del artista y su arte. En su estudio-taller, mientras recorre y ejerce frente al laberinto de las telas, con tan deleitosa parsimonia como introversa pasión, prestemos altavoz al hilo de unas reflexiones suyas que nos van a bocetear, Labrapalabra 11


cierta sutileza textural, se logra otro cierto color que no sería posible lograr con sólo pigmentos... Y bueno, sobre todo éso, de nuevo vuelvo y pinto, En este punto, lo que en principio fue luz ya luego es color y color (sin desconocer que el color ya de por sí es luz, por yuxtaposición, por reflexión…). También la intención es conseguir nuevos colores, nuevas percepciones de la luz, a través de esas gasas que yo les pego a mis cuadros ahora.

en paralelo, otra providencial guía de ruta que (nos) brinde otra luz a su personal universo. En adelante, van el trazo y la paleta de Jorge Martínez, mano a mano con sus conceptos y su voz interior: La línea Parto de la investigación de la línea, de hallarle otras posibilidades expresivas en aras de una búsqueda nueva... Fue el afán de cambio lo que me llevó a esta investigación. Lo cual, dicho sea de paso, ya había empezado a reflejarse en mi pasada exposición de dibujos sobre tela, en el Centro Colombo Americano de Barranquilla: “Variaciones y Persistencias”. El mío es un proceso de andar y desandar lo andado; de construcción y deconstrucción. E investigando la línea, vuelvo a encontrarme con el color... El color Como elemento de integración cromático visual, propongo breves toques de color que buscan de alguna manera dinamizar el cuadro, la obra, hacerla agradable y comunicativa, hallarle desde lo expresivo ciertas posibilidades a lo mejor insospechadas por mí hasta ahora. Luego, ese color plano, dosificado por zonas, se incorpora a la línea, la línea se apropia del color... Y entonces se plantea una disyuntiva, dos interrogantes: el de si estos son dibujos pintados... ¿ o serán pinturas dibujadas?… Y bueno, ya en este punto, entro a pintar decididamente en gran formato (dos metros por dos). Así, el material, la pintura, me permiten una mayor fuerza expresiva, la línea cobra nuevo vigor, y se da esa fusión de 12 Labrapalabra

línea y mancha, de composición y de expresión... La luz La luz en inherente al cuadro, en el sentido compositivo, en su equilibrio... En esta fase mía, neoexpresionista, funcionan más el azar, el gesto fortuito, el impulso; donde, incluso, el objeto como tal resulta desplazado en aquello que saldrá como resultado final. Entonces, lo que cobra mayor relevancia es el contexto procesual, la vivencia del proceso artístico Vivencia y temporalidad La vivencia del hecho artístico, de todo el proceso, en esta nueva etapa mía, es determinante. En esa vivencia del hacer se va creando una memoria que permanecerá, y por la cual, entonces, va a pervivir en mayor grado la impronta final de la obra misma. Aunque dicha impronta final sea como ese punto que cierra todo el proceso de encuentros y hallazgos, de aciertos y desaciertos, lo cierto es que allí confluye todo lo actuado y, cual palimpsestos, allí se encierra y contiene toda una memoria procesual… La materia Los materiales son cosa muy importante, con respecto a la realización del cuadro y el logro de sus contenidos expresivos... En cuanto a mí, por lo menos, yo agarro la pintura, le echo cemento blanco, hago un engrudo, este se seca... Le pongo una tela a cierta zona del cuadro, a manera de una veladura cuyo efecto es que, a más de

Las texturas Se trata de suscitar en el espectador nuevos sentidos perceptivos, de contagiarle otras sensaciones, y todo en función de la línea, la mancha, el color, el gesto... La experiencia estética se va logrando en la medida en que se establecen nuevas relaciones entre el espectador y la obra, mediante una exploración que vaya más allá de la pintura formal, académica, clásica… En la posmodernidad, y después de todos los desarrollos del arte de la fotografía, ya la mimesis en la representación no tiene ningún sentido. Lo que si va a tener siempre sentido son las nuevas miradas al hecho mismo de la imagen. Personalmente, para mí, de lo que se trata es de hacer revisión histórica desde este mismo presente, creando desde el aquí y en el ahora. Mis procesos Lo procesual es mi metodología de creación artística. En la medida en que voy aplicando las pinturas a las telas; los engrudos sobre las telas y también velos y otros materiales, el resultado no podrá menos que ser incierto. Es en la evolución misma del hecho pictórico, con los materiales y la pintura, y el raspado y lo pegado o superpuesto... Es construyendo y destruyendo y yendo de vuelta a los inicios nuevamente: es allí en donde se crea la dialéctica entre la materia, el arte y el artista, y nace el hecho discursivo semántico-plástico, histórico, connotado y cargado de nuevos significados... Es así, por ejemplo, en ciertos casos míos, como se expresa la inherencia del grabado, en la medida en que el negro y la línea se manifiestan marcando una dirección fortuita, caprichosa, y ejerciendo un gran contraste con los blancos y amarillos, creando formas que problematizan relaciones entre la línea y la pintura, la mancha y el chorreado, lo plano y los relieves, lo sólido y lo gaseoso, lo superficial y lo profundo.

Itinerario de vIAJE

¡Anvil! la historia de Anvil Si una película comienza con un puñado de leyendas musicales como Slash, ex guitarrista de los Guns n’ Roses, o Lars Ulrich, el baterista de Metallica, declarando que Anvil, una banda canadiense, no solo fue una inspiración para ellos, sino que se convirtió en un referente para su carrera musical, la atención del público está garantizada. Sobretodo porque nunca nadie ha escuchado a una banda llamada Anvil. Después de este anzuelo, el documental nos muestra a Anvil, un par de judíos cincuentones de clase media, que aun persiguen con pasión adolescente el sueño de ser rockstars. Y su camino no es fácil. Pero en la película hay suficiente humor e inocencia como para no ser el clásico cliché de la persecución de los sueños, y poco a poco construye un tono que la conecta con This is Spinal Tap (el maravilloso falso documental que es al mismo tiempo burla y homenaje al rock) pero al final, la sensación que te deja es la de películas como La vida es bella. Además los personajes centrales son entrañables, un raro dúo con toda la química del mundo encerrada en una sola película. Esta es otra de esas cintas que jamás se verán en las salas de cine de Colombia. Y es una pena, porque la película dirigida por el inglés Sacha Gervasi en el año 2008 es una de esas historias que están por encima de los géneros, o los gustos. Si lo suyo es el rock, tienen que ver este documental, si es el vallenato, también. De hecho, aunque no les guste la música, igual deben verla. Anvil! la historia de Anvil es una película hermosa, un pequeño clásico de culto (quizás la mejor película que se haya hecho sobre el rock) que merece ser buscada en el Paseo Bolivar, en las aceras del centro de cualquier ciudad o en las páginas ilegales de la Internet.

HANNA Después de realizar una nueva y exitosa versión de Orgullo y prejuicio y de hacer un retrato casi perfecto del amor y la culpa en Expiación, deseo y pecado, el reconocido director londinense Joe Wright, ha decidido buscar nuevos terrenos y entregarnos en este 2011 una película de género, un thriller de acción: Hanna. Y para esto ha reclutado de nuevo a Saoirse Ronan, que con apenas 17 años ya cuenta con una nominación al Oscar por su notable actuación en la cinta antes mencionada, Expiación, deseo y pecado, de 2007. El reparto lo completan Cate Blanchett y Eric Bana. Hanna es la típica historia en la que su personaje principal (y en esta ocasión el personaje principal es una letal niña de rizos rubios y ojos azules) se prepara física y mentalmente durante mucho tiempo para enfrentar a sus enemigos y cuando se encuentra frente a ellos empieza a descubrir cosas que no sabía sobre si mismo. Sin embargo quién espere en esta cinta las clásicas persecuciones de autos y explosiones cada cinco minutos, puede quedar un poco decepcionado. Esto tampoco significa que Hanna sea un proyecto de lo más original, o que sus puntos de vista sean novedosos, pero su depurado estilo visual, su por momentos energética edición, sus escenas de pura adrenalina cuidadosamente rodadas, y sobre todo la fría pero magnética interpretación de Saoirse Ronan, hacen que la nueva película de Wright sea perfecta para pasar un buen rato y al mismo tiempo disfrutar por momentos de una hermosa cinematografía. Después de verla queda claro que su director se la pasó en grande durante el rodaje y que no se tomó nada demasiado en serio. Mucha atención a la banda sonora que estuvo a cargo del dúo de música electrónica The chemical brothers.

Labrapalabra 13


ese

viernes

nadie murió Por Anuar Saad S. 4

s

e presentó sin avisar en una tarde de

viernes, desenvainando su sombrero de fieltro negro y brillante al paso de señoritas risueñas que miraban a hurtadillas temiéndole al pecado. Caminó desenfrenado sin apenas cansarse como si ese acto pueril y rutinario fuera el juego nuevo de un niño inquieto que descubría el carro de cuerda por vez primera. Podía darse ese lujo porque, después de tantos años de servicio, estaba de vacaciones.

El grotesco estrépito del andamio al desprenderse, se con-

fundió con el grito agudo del hombre que caía a velocidad de vértigo desde el décimo piso. Él lo miró sin perder su sonrisa marmórea y esperó impasible el golpe hueco del cuerpo contra el pavimento. Un envolate de voces y pasos de afán rodearon el cuerpo en ruinas que se levantó, atontado, sacudiéndose el overol de obrero mientras preguntaba desconcertado qué carajo había pasado. El hombre del sombrero negro sintió un arañazo indescifrable de gorgojos en su estómago y por un instinto que no conocía, atravesó el umbral que despedía un olor a carne quemada. Todos estaban sentados, hipnotizados por una caja estúpida que proyectaba la imagen de un hombre ridículo de vestimenta a azul y capa roja que volaba entre rascacielos. El olor aumentó los arañazos en sus tripas y pensó acallar el escándalo de su ser con una porción de animal muerto, asado y nutritivo, sobre un plato de peltre. Con ojos de alquimista principiante, examinó el primer bocado antes de devorarlo a dentelladas imitando la misma cara de imbécil que los otros hacían al ritmo del crujir parsimonioso de sus mandíbulas. Cuando el trozo de carne caliente, jugoso y nutritivo recorrió sus entrañas, sintió que los gorgojos desaparecían en desbandada. Con menos protocolo engulló el resto de la comida, sin poder evitar la tentación de ver la caja mágica que ahora mostraba un líquido negro atrapado en una botella con cuerpo de mujer, en la que una voz que no tenía rostro la identificaba como “la chispa de la vida”. No pudo evitar esa risa de vitrola desafinada y repitió mentalmente la increíble paradoja de lo que acababa de escuchar: “la chispa de la vida”. Caminó hacia la puerta obsequiando su sonrisa de mármol al hombre de delantal blanco quien plantó su cuerpo de oso frente a él. “¿Es que acaso no piensa pagar?”. ¡Ah, sí! se le olvidaba aquello del dinero. Ese viejo asunto del que ya no recordaba siquiera cuándo fue que surgió, pero que guardaba, en el disco duro de su memoria de calculadora japonesa, el número de muertes ocurridas desde el inicio de los inicios por culpa suya. Su sonrisa extraña fue suficiente.

El hombre del delantal blanco se apartó servil y por un momento estuvo tentado a arrojar los manteles de cuadros verdes y blancos a su paso, pero el de sombrero de fieltro negro ya había desaparecido. Disfrutaba sus vacaciones y en su caminar errático, fue espantado por el escandaloso rugir de sirenas furiosas que emitían esa luz intermitente y cegadora. Sin saber porqué, tal vez por la fuerza inacabable de la costumbre, tomó rumbo a la edificación ceremonial en que mujeres de vestido blanco y hombres con brazaletes en sus brazos, subían y bajaban camillas corriendo como hormigas locas espantadas por el fuego. El aparato ruidoso que lo había sobresaltado estaba ahora al pie de sus puertas.

De su interior, dos individuos bajaron la centenaria figura de una mujer que yacía inerte sobre el lienzo tieso, con un aparato plástico y duro aplastado sobre su cara mortecina. Dos mujeres y un anciano lloraban desconsolados mientras que el hombre serio, de saco y corbata, movía de izquierda a derecha su cabeza brillante como bola de billar exclamando sus mismas líneas aprendidas de pesar: “Lo siento. No hay nada que hacer”. El hombre del sombrero de fieltro negro pareció sonreír tras-

pasando sin ver las barreras de lo infranqueable. Como impulsada por un rayo la vieja se levantó, arregló sus enaguas, extendió su pollerín y escupió una masa verdosa que hacía años tenía clavada en el pulmón izquierdo. Miró su reloj, agarró a su hija, a su nieta y a su hermano, y se los llevó en bombas camino a la iglesia. —¡Ni muerta voy a dejar que pierdan la misa de las seis!—. El médico se agarró la cabeza, se tambaleó desconcertado y murmuró para sus adentros: —Dios, creo que voy a morir— “Hoy no”, le pareció escuchar desde algún lugar, pero solo tenía ante sí a los paramédicos con la camilla de lona vacía y saturada del olor a cenizas que la vieja había dejado enterrada dentro de ella.

Un trueno de mil voces llamó su atención y descubrió allá, perdido entre begonias impúberes, en la mitad de un camino alejado de la nada, un colosal tazón en el que centenares de aparatos vomitando humo buscaban afanosos un cupo. Con la parsimonia que sólo dan los años, el hombre caminó sin prisas, sonrió al portero que no sabe aún en qué momento se le oyó decir “Siga señor”. Dentro, los dos equipos habían empezado la contienda y todos furiosos se lanzaban en procura del balón. “Que estupidez”, acotó. “¿Por qué no le dan un balón a cada uno y san se acabó?”. El gordo de al lado, que masticaba algo parecido a las inmemorables vergas de los unicornios mitológicos, chorreaba una salsa apestosa y amarilla por la comisura de sus labios. El hombre del sombrero le dijo tranquilizador: —No se preocupe, hoy no morirá, pero de seguir así, lo hará pasado mañana, antes de lavar sus calzoncillos en la bañera de su madre. El gordo siguió tragando sin comprender, mientras que el gigantesco defensa central descargó su virulenta humanidad contra el pequeño número diecinueve que cayó con el inconfundible sonido de vértebras rotas sobre el tapete verde. El gigante se quitó el casco, llamó a los médicos con consternada hipocresía, al tiempo que las cincuenta mil almas se desgañitaban gritando de pánico. Alguien cargó al caído mientras que su cabeza rebelde se deslizaba con vida propia al otro lado del cuerpo dejando un reguero de espuma blanca y sangre como pequeñas flores nacientes de un jardín de espanto. Sin esperarlo, las cincuenta mil almas y los jugadores cavernarios recubiertos de escudos inimaginables, pudieron ver lo que pensaron jamás verían. El pequeño número diecinueve, con su cráneo colgando a un costado se levantó empujado por un soplo maravilloso, tomó su cabeza que guindaba como cereza muerta y la enderezó con un chasquido que erizó los pelos. “¿Y por qué diablos no están jugando?”, preguntó, mientras corría desfogado, perseguido por el crac crac de sus vértebras descompuestas. No podía negarlo: el hombre del sombrero negro estaba goLabrapalabra 15


zando sus vacaciones que había tomado por propia iniciativa gracias a los largos años trabajados. Aunque era viejo, se sentía joven y de su memoria no se escapaba una fecha, un alma, ni un nombre. Recorrió bajo el frío glacial de la Quinta Avenida las moles de concreto que se estiraban altaneras para besar el cielo mientras que gozaba de sus últimos minutos en una tierra de mortales. Atisbó detrás de las vitrinas resplandecientes del comercio en apogeo las decenas de cajas mágicas encendidas en las que ahora un hombre de mentón rudo, cuerpo de gladiador y movimiento de robot, descargaba su aparato de trueno sobre un uniformado de aspecto miserable a la vez que le decía con esa voz de bobo viejo: “Hasta la vista, baby”. Se sorprendió que, en efecto, ese ser miserable lanzara un grito aparentando morir. Tomó nota mental del hecho mientras que de la nada apreció en su mano suave y fina, una ganzúa plateada que examinó con ojo de carnicero al mismo momento en que el reloj daba las doce.

Aún deambulaba gozoso entre la maraña de concreto de la gran ciudad que todavía olía a hamburguesas y papas fritas respirando ese hálito indescriptible que da la vida, cuando se topó con un muchacho gigantesco ataviado con su mismo sombrero de fieltro negro y con la misma risa marmórea en su rostro. En un último arrebato de lucidez, alcanzó a entender qué pasó después que esa aparición tocó su hombro y un frío de hielo recorriera sus huesos prehistóricos. Era la otra muerte, una más joven, que cobraba su primera víctima: aquella que debía jubilarse esa media noche de viernes para tomar el viaje sin regreso. La otra muerte, la de mirada joven y cuerpo de muchacho, ni aún con el paso ruin del inexorable tiempo, comprendería el significado de esa última sonrisa nacida más allá de las penumbras de ese cascarón viejo que se deshacía en pedazos entre el vapor de la niebla y que había conocido el maravilloso milagro de la vida.

JUAN GIL-ALBERT, O EL YO MAYÚSCULO DE UN MITO INCOMUNICADO Por Martín Txeis ¿Existes actualmente para alguien de un modo exclusivo? Juan Gil-Albert A cuantos seres concretos, vibrantes y anónimos se experimentan diferentes y excepcionales viajando solos por el camino de la libertad e invento de una projimidad no habitual, que colma su anhelo de presencia. Juan Gil-Albert

U

na voz extraña, plagada a plenitud de un raro modo de erotismo arroja en mitad de mi camino en el tiempo una carnada. Y la carnada dice:

Si cumplí como fuente mi destino y apostado a la sombra de los olmos bajo el sol estival hice cantar ardiente la cigarra como insigne reclamo de la sed ¿Cómo es que no pasaste? Presa de estos versos, me di a la caza

del poeta, del cual, durante algunos años, no atiné más que encontrar poemas dispersos y algunos fragmentos de discursos y novelas; todo aquello, firmado por Juan Gil-Albert; quien es, sin lugar a dudas, rara ibis entre todo lo escrito en el idioma de Cervantes. Cuanto sueño desperdiciado, escribe en algún lado Gil-Albert, y yo me digo: “cuanto ensueño desperdiciado”, cuando pienso en su copiosa obra henchida de delicia y sabiduría; tocada siempre, por una honesta invitación a la meditación profunda del hecho “inextricable” del existir. Al arte escrito de GilAlbert la cuantía de sus lectores y la difusión de su obra no hacen justicia. No

16 Labrapalabra

es tarea fácil encontrar en los estantes de bibliotecas públicas o privadas, y aun librerías de este país, algunos libros de su autoría, y en el caso específico de Barranquilla, esta tarea no solo resulta difícil, sino que toca lo imposible. ¿Y cómo no sentir una suerte de pena sutil, y por qué no, fetichista; ante la orfandad de esos puentes de papel? Orfandad, que debo aclarar, es electiva. El poeta que había dejado su carnada en mitad de mi camino en el tiempo sin pensar en mí, fue alguna vez tabla en el naufragio. En días en que a cada cosa y asunto acudía un ¿por qué? Que lo diluía todo, días en que como lo cantó Darío “no hay princesa que cantar”, encontré ese poema suyo: […] No hay como reparar en esta cosa del vivir solitario, para que nos sintamos prisioneros de una grandeza extraña: del ser. Yo soy, me digo. Soy esta soledad intransferible, este fuego interior. Me muevo, pienso, hablo, me enamoro, doy fe de vida. Doy fe de ilusión. Me entrego pasando cuenta a cuenta los días fugitivos. Y una ansiedad avanza retadora como un ala sublime. ¿Una ansiedad de qué? De nada exactamente. De ser esto que soy, de acostumbrarme a todo cuanto he sido: un hombre solo. Un gran disipador de la existencia. Un conductor feliz de la energía: Nada concreto: un dios. Se develó para mí más que un quehacer estético, y emergió la figura de aquel místico anarquista. Coexistencia armónica de lo que el común estimaría antitético. Caí así al abismo luminoso de las páginas de quien se llamaría a sí mismo: El vivo exponente de la nada. De ese lúcido y solitario, ese nauta eléctrico que en algún lugar de su poemario Metafísico cuestiona al Cristo, y nos muestra, sin ninguna intención de adoctrinamiento, lo que bien podría llamarse: el chiste fino de ser:

¿Qué ha quedado de ti? Que todo aquel que me siga resucite. Y en eso estamos. Para Gil-Albert sólo los que viven al

Para Gil-Albert sólo los que viven al margen inspiran confianza; puesto que todo cuanto en el hombre tiene virtud de lo auténtico “yace y prospera en la clandestinidad”, es justo ahí donde el hombre se hace pozo artesiano o torre de marfil, desde la cual, un día, manará sobre el mundo “una luz realmente humana”. margen inspiran confianza; puesto que todo cuanto en el hombre tiene virtud de lo auténtico “yace y prospera en la clandestinidad”, es justo ahí donde el hombre se hace pozo artesiano o torre de marfil, desde la cual, un día, manará sobre el mundo “una luz realmente humana”. ¿Pero cuál es el camino? Perseverad amigos míos, nos dice, perseverad en lo vuestro; esa constancia os rendirá al fin el fruto deseado; no hay esfuerzo eficaz sin resultado admirable; pero entendedlo bien: perseverad en lo vuestro: a cada cual su anhelo indescifrable: su fruto impar. Genérico, si se quiere, pero de su tronco, de su “ejemplar”; es obligado, tal vez, decir: cerezas. Pero, ¿de qué árbol?: De ese. uan Gil-Albert es por mucho, el poeta proscrito de la generación del 27. Uno de esos autores de culto que una vez leídos se hace difícil no caer en la tentación de citarlos. Cuando pienso en Gil-Albert se me presenta como un sabio; un invitado de honor a la mesa de Baco, un diestro ejecutor de la flauta de Pan tocado por Amor. En su pluma magistral el amor entre homos recobra una dignidad que nos obliga a pensar en él como un renacentista tardío. Lo que ha venido a ser rotulado como homosexualidad, en Juan Gil-Albert se hace Homoerótica; reflexión mediterránea de un espíritu particular sobre el más universal de los sentimientos; que nos invita a la celebración del milagro insondable de nuestra participación en el orden divino de las cosas: Amar, verdaderamente, es centrar en alguien la atracción del cosmos. Para Gil-Albert solo a través del ser amado “el hombre colma su anhelo de presencia en el universo”; para Gil-Albert el mundo se resume, si se quiere, en una galería de encuentros, con arcángeles cuyo avista-

J

miento y tránsito por nuestra vida, nos regalan la posesión de un paraíso transitorio. Pero estas reflexiones no están reservadas en exclusiva al ser homoerótico o a la celebración de algún Antínoo, sino que están dotadas de una suerte de pluralidad luminosa. Para Gil-Albert, “todo lo auténtico, yace y prospera en la clandestinidad” y por razón de este convencimiento toda manifestación honesta de existencia es digna de celebración y reverencia: “Aturde recapacitar sobre la cantidad de seres que se encierran dentro de nosotros mismos, la pugna constante que mantienen, el clamor unísono en que viven; seres que se desconocen unos a otros en su vida diaria —aunque, como los vecinos, con una mezcla de desconfianza y seducción— pero que llegado el caso, galvanizados por una orden fulminante de ataque o defensa, irrumpen a la vez, fuera de sus garitas individuales, para ser confundidas en un solo rostro de expresividad, entonces somos de una sola pieza”. Insiste algunas veces haciendo gala de una vida colmada de experiencia, en el papel relevante y revelador que ocupa en su vida y en su obra, la Historia; cuerpo multiforme e ineludible, que es “la encarnadura” del ese que fue y del que vendrá a ser “para siempre” preso en su contemplación serena y llena de horror por la realidad histórica que le fue dada; un llamado, hilvanado a sangre y ausencias forzadas, el exilio: México, París, Buenos Aires y Venecia; su condición más intima tocada por certeza: “Ahí donde el hombre pone su pie está el finis-terrae”. Un monstruo de la reflexión que supo siempre que su destino era ser escritor; cuya vida, actos y azares se proyectan en el tiempo. Incomunicación de un mito perpetuo. Existencia, que sin saberlo, me persigue hasta hoy, en el húmedo calor de esta Barranquilla huérfana de sus libros. Labrapalabra 17


EL AMOR DE LOS OTROS Por Devinso Jiménez Sierra

E

l día número 11.322 de la existencia de Jerónimo, a las 5:25 a.m. las cuatro últimas generaciones de su esposa acordaron mantener su lugar en la casa con la insistencia de no mover ni un solo dedo para que Berenice, compañera de Jerónimo, pudiese llevar sin ningún problema los huevos revueltos con guineo cocido que había preparado en casa de los vecinos para honrar a su marido. Cuando Jerónimo despierta de un corto sueño empieza la pesadilla: un brazo mostrando un codo hinchado casi enfrente suyo, la lengua de María extendiéndose sobre su rodilla, los pies de Marcos semitorcidos sobre la cabecera de la cama, una parte de la familia de su mujer apilada contra la pared en una especie de muro cárnico, todos sonriendo en lo que parece una celebración pobre. Decenas de ojos que se le devuelven en un círculo que repite sus oscilaciones. De igual manera el agrio sudor combinándose en un cóctel poco digerible. Jerónimo empieza a entender la estética del espacio en blanco, puede sentir la distención de millones de choques eléctricos en la parte occipital del cerebro en forma de una pequeña cosquilla, entonces trata de concentrarse en los sócalos, en las largas y pronunciadas aristas de los andamios del techo pero los cuerpos son toda la casa que él puede ver, en el pasado quedaron el verde oliva en el zaguán del patio, el azul cielo terciado con estilizadas líneas diagonales que él mismo diseñó y pintó en la pared céntrica de la sala, no recuerda ya las blancas baldosas del baño en cuyo reflejo recreaba noches y días de sexo ocasional. Lo que sí recordó fueron los 21 días de todos viviendo casi entrelazados, compartiendo la piel caída de los otros, el insoportable orín entremezclado de los que no lograban llegar al baño y de los que sobre el mismo orín iban construyendo un camino fétido y pastoso con los callos de los pies. No recordó que habían tenido que eliminar las puertas y que debió instalar 57 plumas en toda el área de la vivien18 Labrapalabra

Ilustración de Lucas Varela

da. Ya no habían muchos muebles en la casa; sistemáticamente los muebles iban saliendo a medida que los otros llegaban, estaban conjuntamente organizados en la terraza donde los inquilinos en igualdad de condiciones podían seguir alimentando la esperanza de ser una gran familia. A 7 metros de la habitación/cuerpo/

mal olor/ Berenice trata de penetrar los pequeños túneles de piernas entreabiertas por donde se cuela la poca luz de la casa, por doquier se hallan extremidades muertas aún sujetadas a los cuerpos, migas de personas que duermen amilanadas entre los cuerpo de otros. Todos tratan de no moverse pero el olor a huevos revueltos se les parece a docenas de recetas; desde pernil de chivo al horno en salsa de coco hasta vegetales gratinados. Son metáforas olfativas las que se profieren tratando de identificar realmente lo que va en los platos. Mentalmente, mientras gatea, Berenice se reprocha el hecho de permitir la entrada de sus parientes en la casa, se le acumula la saliva en la garganta sin poder escupir hasta que visualiza la imagen de Jerónimo compadeciéndose más que ella de sus parientes, lo veía acomodando a cada uno de los otros en un sector de la casa, repetía en la mente las frases de Jerónimo: —No te preocupes, son tu familia— o la consoladora frase de: —Dios sabrá compensarnos—, —eres un hombre de Dios— respondía ella no sin antes retener una risotada entre los dientes. En fin, la mejor definición de todas las formas de amor combinado y al mismo tiempo la coartada perfecta. Ese gesto de Jerónimo había promovido la venta de los bienes de sus familiares. Los otros seguían allí bajo un hostigado hacinamiento. Berenice logra ver a Jerónimo dando vueltas en la cama, fatigado por el poco aire en la habitación/cuerpo/ malos olores/ a pesar de todo parecía disfrutar la compañía, a ella le alentaba ver tanta serenidad en medio de TODOS. Fue cuando Jerónimo la miró detalladamente moviendo de un lado a otro la cabeza, balbuceó suavemente, desencajó los ojos y tragándose todo el aíre en circulación inclinó el cuerpo y metió la mano debajo de la cama trayendo luego lo que parecía un cofre, era una caja de galletas con decenas de alfileres dentro, cada uno de éstos tenía una tira de papel asida al cabezal con el nombre y apellido de cada uno de los otros. —El amor es una mierda— dijo Jerónimo, y antes que Berenice lo increpara empezó a tragarse uno a uno los alfileres. —Berenice tira el plato cerca de Jerónimo y sonriendo entre dientes empieza a mover los dedos señalando la puerta de salida, se frota las manos, levanta el ceño e inicia el coro marcial: 1, 2, 3, 4 - 1, 2, 3, 4 - 1, 2, 3, 4.

LA INFAME SAGA DE MAL DE OJO (fragmento) Por Adlai Stevenson Samper Siempre hay algo amenazante en un silencio demasiado grande

6.

Sófocles

Un barrio de difuntos es lo que recuerdo.

Un ancho y abierto cementerio en donde el primero de ellos fue uno de los maridos de mi mamá. Tenía por costumbre diaria pegarle cada vez que se le antojaba; es decir, todos los días. Aparecía en las calles con su caminado errático de borracho desde las cantinas malolientes del viejo malecón. Luego, tras entrar a la vivienda con aparataje de altanería, desarmaba los muebles a patadas insultando a todos los que se tropezaba con la furia de su mirada. Cuchillo oxidado en mano para amedrentarnos. Sin que nadie osara levantarle la voz. Todos en congoja y miedo transpirado por la piel. A mí una vez me rompió la nariz con un puñetazo que hizo

saltar sangre sobre mi camisa cuando me interpuse en uno de sus arrebatos. Logré recuperarme con rabia del suceso pero juré cobrar la afrenta. Mi nariz desde entonces quedó torcida y le otorgó un aire permanente de desdén que me favoreció en el hosco gremio del malevaje local. Una rudeza en el rostro ni mandada a hacer con un acertijo enigmático entre sus líneas secretas que decía certero: “aquí mora la maldad”. De mi padrastro juré vengarme. De la rotura de la nariz y de

las palizas a mi vieja. Para consumar mi ira preparé la estrategia del desquite con minucia obsesiva. Lo esperé durante varias noches detrás de unos matorrales en la entrada del barrio Mal de Ojo. Apareció ebrio, cantando una ranchera con una letra de amores no correspondidos. Paso de triste lamento, le pedía permiso un pie al otro para moverse. Jodido y de papaya. Me le planté en frente gritándole: —Ahora sí hijueputa; le llegó su hora… Retrocedió riéndose. No podía considerar mi atrevimiento de machito fino. Quieto en la borrachera inició una risa de desdén. Se carcajeaba tomándose con la barriga y señalándome con el índice tembloroso. Con lentitud se quitó el cinturón con el que solía castigar a mi madre. Lo envolvió en la mano dejando en libertad la hebilla en donde sobresalía una cruz herrumbrosa. —Ah sí, cagón, ¿me piensa joder? Véngase malparidito, para que aprenda a tener padre y no te den esos arrebatos de defender a esa puta drogadicta de tu madre.

Lanzó la correa al aire con tan mala suerte que el impulso fallido lo arrastró al suelo. Acuclillado, me miraba tratando de levantarse. Ahí mismo tuve la inspiración súbita del estilo que me acompañaría toda la vida. Le dije mansamente, en paz de Dios: —Perdóneme señor, déjeme levantarlo. Excúseme, excúseme… Se quedó quieto observándome. No me creía capaz de tamaña trama. Le repetí la oferta esta vez con mucha mayor humildad y en tono de subalterno. Casi como un ruego doloroso. Creyó y me ofreció la mano en que blandía su cinturón para ayudarlo a levantar, el cual le quite de un jalón. Otra vez al suelo con la borrachera a cuestas. Desarmado y a mi merced. Sin recurso alguno. A la buena de la maldad de mi espíritu. Sin darle tiempo de reacción lo sometí a un escarnio de golpes con ímpetu desconocido. El tipo, caído, trataba de esquivar

los golpes. Claro, me seguía insultando y jurando venganza para más tarde, “para luego, hijueputa”, como si yo le fuera dar la oportunidad del mañana. Iluso hasta el final. Ebrio destino. Saqué de mi pantalón un cuchillo de desollar pescado robado en los frigoríficos de los muelles acertando la primera andanada cerca del corazón. Cayó aterrorizado ante la certeza del desenlace presintiendo la inminencia de su fin. Trató de decir algo; farfullaba, pero solo atinaba a mirar un cielo oscuro y tormentoso temblando como un pollito mojado mientras yo le desocupaba con avidez los bolsillos. La boca era un manantial de agua oscura, espesa. Otro cuchillazo, y otro, y otro... Sangre. Humedad corriendo por el mango del cuchillo hasta mis manos. Tirado como un bulto en la oscuridad del callejón. En plena madrugada la puerta de la casa fue sacudida con llamados. Mi madre, aún en los devaneos de la duermevela, se entera de la muerte de su marido en un lance fortuito de robo. Llanto general en la casa y lamentos en la vecindad. Yo también los acompañé en la pena con una buena sarta de lágrimas fingidas. Era el comienzo de mi liberación definitiva. Labrapalabra 19


buffet Por Rafael Pedroza

Tenía un restaurante vegetariano, otro de comida paisa, de aquella región de Colombia, se llamaba El chicharronsón. Un restaurante de comida rápida que se llamaba Polvo de gallo. Uno de comida mejicana llamado Órale guey. Con las enchiladas más picantes de Morelia. Uno de comida china, el cual era su éxito y se llamaba Chao fa fa, lo que nada significaba, solamente había visto los apellidos de los jugadores de fútbol orientales en el último mundial. Los platos más vendidos eran Cho cho, que era pollo en salsa de arándanos amargos; Vulh váh, espaldilla apanada, ajonjolí y salsa de soya y el más vendido era vagina de res acompañada de salsa de miel, plato apetecido por los hombres que afirmaban: —A pue’, chucha es chucha.

III Pello soñaba con las atrocidades que presenció. Una en es-

2 *1

$ 5.000

pecífico aparecía muchas noches al año. Una vez le cortaron los testículos, de la misma forma como castran a un toro para hacer sopa de raíz, a un sujeto al que le acusaban de haber robado al Patro, y era el mismo sujeto que atendía la barra de la cantina El carril, ese quien le estuvo sirviendo aguardiente toda la noche, pero llegó borracho allá, pidió la botella y en la barra de él nunca se acordó; aunque el sujeto alegaba haberle atendido Pello no lo recordaría. La mujer del cantinero le pidió que le ayudara, pero Pello no mucho podía hacer. Luego de haberle bajado los testículos, procedieron a cortarle el pene, picárselos y dárselos a los tigrillos que el Patro tenía en su finca. El cantinero lloraba de tristeza y alternadamente gritaba del dolor de perder su hombría y su orgullo.

IV Pello siempre tenía la corazonada de que algo malo le iba a

Ilustraciones © Damien Weighill (2009) con la autorización de Blast Design Ltd y Conqueror

I A Pedro, Pello como le decían, le han pasado muchas cosas en su vida, sobre todo por la opción laboral que optó, por tomar como mandadero de un sujeto con mucho dinero al que nunca le preguntó a qué se dedicaba, pero por traerle la cantidad de Old Parr pedido, le daba 200.000 pesos. El nada preguntaba, solamente hacía los mandados porque bien le pagaban. Él se decía todo el tiempo para guardar prudencia: —Los santos se quitan las alas y apagan la aureola para entrar al infierno y verle la cuca a las demonias. 20 Labrapalabra

Esas cosas no tenían por qué importarle, él es un tipo honrado y trabajador y no era un santo, así que de vez en cuando visitaba a las demonias o el patrón se las llevaba.

II Pasados los años, con sus ahorros pudo construir un negocio

con su familia. Se dedicó a los restaurantes, dado que trabajando con “El patro” pudo conocer diferentes tipos de comida y quiso nunca dejar de comerlas.

pasar, y esa era la culpa que en él hacía estragos. Un día, a las cuatro y algo de la mañana, escuchó cómo desesperadamente tocaban el timbre de su casa. Al llegar a la puerta, la abrió y se encontró con El duendecillo recostado boca abajo con signos de tortura, pues le tallaron “marica” con un cuchillo, machete o algún objeto como esos, en la espalda. También le faltaban las uñas y los ojos. El duende marino era como su asistente, era el que le hacía todos los mandados mientras él se dedicaba a ser dueño de sus negocios. El duende se fue al banco a realizar una transacción y no regresó hasta que lo dejaron en la puerta de la casa de su jefe con el pene cortado y metido en el ano, y con la espalda marcada. Se imaginó que lo habían asesinado porque le habían atrapado robando ropa interior femenina de los cestos de ropa sucia, con la que luego se masturbaría oliéndola. Con una mano se la jalaba, con la otra sostenía un cigarrillo que luego dejaba en el cenicero, agarraba el vaso de vidrio con verrugas que tenía whiskey y se tomaba un trago, dejaba el vaso y agarraba la tanga, el hilo dental, la pantaleta, los cucos o los bóxer de turno y los olía para completar su un, dos, tres, cuatro, como los ejerci-

cios, pero onanista. Se jalaba su pequeño pene de gente pequeña, de enano, pero que además era pequeño como enano, era un pajazo con saca-cejas el que iniciaba con ropa interior y acababa con ropa interior llena de semen de enano, que luego olería mezclado con las secreciones vaginales sudadas. Pello pensó que esa fue la razón, porque el novio de Teresa, la que tenía el truco para enderezar… jejejeje, —Teresa me la endereza— los tacos en el restaurante mejicano, lo había visto metiendo mano en su morral, sacando la ropa interior guardada después de un día de trabajo entre enchiladas, burritos y cajeta. Pasados los días encontró al gordo de su restaurante vegetariano, que había salido temprano para una cita de control médico porque estaba teniendo problemas cardiacos. El gordo apareció en su casa, desnudo, con una mazorca metida en el ano y el pene en la boca, con el pecho marcado que decía: Yo sé quién eres maricón. Pensando que en el bar que el gordo frecuenta, el de travestidos gordos, hubo una pelea donde participó hiriendo gravemente a la que le decían La aspiradora, porque penes chupaba tan fuerte que la sábana se venía metiendo ano arriba. Luego fueron apareciendo sus empleados, el turco del restaurante paisa, sin cejas y con la nariz llena de fríjoles, las garras del cerdo incrustadas en la cabeza y el pene cortado a la mitad llenando el espacio de los ojos, y los ojos a manera de camándula ya saben en donde metidos.

V Un día se le apareció el fantasma de la mujer del sujeto que

había sido forzosamente castrado, gritando ¡vendetta, vendetta! Mejor que la de Dumas y el conde, porque esta venganza tenía que ver con la obligación de suicidio que encontró la mujer al perder el pene de su esposo. Ella no lo amaba, pero reconocía que alimentaba muy bien a los niños, pagaba las cuentas, los niños iban a la escuela, resolvía sus caprichos que tenía durante el periodo. Pero lo fundamental era el pene de su esposo, que le encantaba, y al perderlo intentó buscar otros, pero no era lo mismo, sus órganos reproductores estaban acostumbrados al pene de su esposo, tanto que el hombre decía que hacer el amor con ella era como masturbarse con un preservativo. La mujer luego de muchos días sin el sexo que la satisficiera perdió los estribos, luego de perder el pene y las bolas de su esposo, se dispuso a bañar a sus hijos con gasolina, meterlos en un saco y prender fuego, mientras los mandaba a un orfanato porque con el olor a gasolina no iban a dejar de recibirlos porque, ¡pobrecitos oliendo a gasolina y en un saco! Su esposo se calentaba al lado de la leña encendida, cuando recibe tres batazos en la cabeza. Uno sentado que lo tumba y deja inconsciente, uno de remate, y otro por si acaso. Luego de dicha situación, la mujer se dio un disparo en la sien y se mató.

Luego de tener que cumplir con las exequias de todos sus empleados asesinados y ver el fantasma de la mujer del cantinero castrado, Pello se preocupó y dijo que estaba trabajando mucho y que iba a tomar unas vacaciones. Bueno, hijo mío, ya que preguntaste, esa es la historia, esas son las razones por las que se forma la histeria y la historia de La llorona. Labrapalabra 21


El club de la pe lea

Especial:

Crónicas

Por Robinson Quintero Ruiz

3:45 3:45

de la tarde. Es un domingo cualquiera. Hay treinta y cuatro grados de temperatura. Voy rumbo al Club de la pelea, en el patio de una casa en el barrio Galán. Un hombre acompañado de un joven de aproximadamente veinte años me señala la entrada del sitio. Es un portón angosto perteneciente a una casa vieja pintada de azul y con un árbol de almendra en todo el frente. Inicio mi rumbo a través de un callejón largo con paredes sin empañetar. Paredes elaboradas en rústicos ladrillos rojos, lo cual me hace caer en cuenta que es una antigua edificación. Al fondo se escuchan voces vociferantes y múltiples ladridos de perros. Una gallina se topa conmigo a medio camino. Está asustada por tanto alboroto. La esquivo torpemente y sigo en mi recorrido. Es extraño, comienzo a tener una reacción acelerada cada vez que doy un paso. Siento como si fuera yo quien fuese a combatir a muerte sobre el tinglado. Me palpitan las sienes a causa de la sofocación. Ahora me topo con un pequeño taller de ebanistería y más allá, casi en el fondo del recinto, el grupo de contrincantes entran en calor para dar lo mejor de sí sobre el cuadrilátero de arena. No son perros de raza. Son puros parias de la calle que han sido adoptados por sus nuevos amos para luego entrenarlos en el arte de las contiendas clandestinas. Diviso a Roque, la persona que me puso al corriente del singular evento. A su lado, Hellboy ladra sin cesar. Es uno de los perros más venerados en estas competencias underground. Lleva a lo largo de ocho meses de contiendas letales, catorce peleas invictas. Todo un prontuario de lujo para un basterman de las callejuelas. A Roque le encanta mostrar las múltiples heridas que el animal lleva por todo el cuerpo. Hellboy es de un negro oscuro muy reluciente. Tiene un cuerpo alargado y fibroso, dientes grandes, gruesos y afilados y una mirada asesina de mírame pero no me toques. La verdad es que se parece mucho a su dueño Roque, un palenquero de unos treinta y cinco años, que además de albañil ha sido también

vendedor de pescado, voceador de prensa, zapatero y tirador semi-profesional de puños en el Bajo Valle, lugar donde ha vivido por más de veinte años. La música de un picó vuela por el aire y se acomoda en varias cuadras a la redonda. Se siente plena en el patio. Algunos de los allí presentes sueltan lo mejor de su repertorio. Champeta pura. Este es el gran sur como decía Jack Kerouac. El negocio es algo redondo. Además de las apuestas por las violentas contiendas entre canes, hay venta de cerveza, hielo, gaseosa y boli de los más variados sabores. —No joda compa, la vaina está muy dura y hay que cranearse lo que sea para sobrevivir. Ya tú sabes mi hermano, de algún culo, sale sangre. En un rincón del patio hay restos oxidados de autos y motos. Creo que también esta casa sirve como deshuesadero de automotores. A un costado del montón de cachivaches un altar diminuto a la Virgen del Carmen se hace presente.

gran pasión: el Junior de Barranquilla y al Frente Rojiblanco Sur. A Roque se le nota el orgullo al portar su buena pinta dominguera. Es de ese tipo de persona con un swing muy peculiar, tanto al caminar como en su hablar. Me dice que hoy, su pupilo se va a enfrentar con El Popeye, un perro basto entrecruzado con pitbull. Le pregunto por el monto de las apuestas y me responde que nunca sobrepasan de los cincuenta o sesenta mil pesos. —Mijo, esta vaina no es pa´ volverse millonario. Esta vaina es más un pasatiempo de gente pobre y sin oficio. Aquí, nadie piensa en volverse rico como el presidente. Me explica que al comienzo los vecinos se molestaban por tanta algarabía, pero ya se han ido acostumbrando hasta el punto de preguntar por qué a veces no se realizan las peleas. La anciana saca agua de una alberca con una lata y riega el jardín. Luego se seca las manos con un trapo que está colgado en un alambre y enciende un par de velas en el altar. Ro-

No son perros de raza. Son puros parias de la calle que han sido adoptados por sus nuevos amos para luego entrenarlos en el arte de las contiendas clandestinas. Una anciana alerta a los niños curiosos y les previene de no dañar el jardín que está alrededor del altar con la imagen sagrada. Los pelaos se pasan por alto la advertencia y amagan con pisar las flores y la poca hierba, sólo para que la anciana les lance improperios de alto calibre y los más extraños conjuros. Sin embargo, salen huyendo cuando la mujer se arma con una escoba de palo, de las que se usan aún para barrer patios de arena, y se levanta de su mecedora y también les amaga para cascarlos. Así de festiva, es la vida por estos lados. Roque me brinda una cerveza y me trae una banquito de madera que me hace recordar mis tiempos de infancia y escuela en el patio de la seño María Rasch, lugar donde aprendí a leer y escribir en menos que canta un gallo. Roque lleva puesta una camiseta azul bastante raída y manchada en la zona de las axilas, un mocho de jeans a lo Carlos Vives, chancletas y una gorra negra con unas iniciales en letras blancas mayúsculas: FRS. Estas siglas hacen referencia a su otra

que me mira y me explica que la señora Juana enciende las velas a la virgen para que no vaya a haber peleas ni trifulcas entre los propietarios de los perros, los apostadores o algún mirón del público. También para que la policía no llegue a molestar en pleno combate. Uno de los niños que estaba molestando a la anciana ahora riega con un balde, la arena del cuadrilátero para que no se levante tanto polvo y refresque un poco la temperatura. Roque me dice que aquí nadie se queja de su suerte. Aquí, perro y dueño, llevan a cuesta con dignidad y valor, el peso de los triunfos o las derrotas. —La cuestión es olvidarse de tanto problema, de tanta deuda y de tanto trabajo escaso. Cada una de sus frases me asegura que por estos lados cada quien se encarga de labrar sus sueños a como dé lugar. La verdad es que no es nada fácil manipular las ilusiones reprimidas, las fantasías frustradas. Por eso se hace conveniente despojarse de la piel y danzar frenétiLabrapalabra 23


camente en los huesos. En este patio el mundo gira alucinante bajo un ritmo desenfrenado. El clímax sube a cada segundo. Más espectadores van llegando. La sofocación aumenta. Los cuerpos de los animales despiden adrenalina pura. El carnaval está por comenzar. Popeye, el rival de Hellboy, acaba de llegar. Analizo al perro en su tamaño, peso y ferocidad. Pienso que va a ser un combate parejo. Roque me pregunta si voy a apostar. Niego con la cabeza y me tomo un nuevo sorbo de cerveza. Algunos espectadores se encaraman en las paredes o en las ramas de los árboles. Otros, como yo, se montan en sus respectivos banquitos o en las escasas sillas plásticas que hay en el recinto. Mientras preparan las cosas en la arena, yo me acomodo en el banco de madera y coloco mis talones sobre las patas delanteras del banquito. Observo a Roque colocándole al perro un pedazo de trapo mojado por todo el cuerpo. Finalmente le envuelve la cabeza y le da unos cortos masajes. Me pregunto para qué diablos hace esto. Un tipo flaco, con ojos desorbitados y dientes grandes me explica el ritual. —Es ron compuesto, pa’ que el perro salga de una a matar al rival. Sigo mudo y sin entender. Más tarde Roque me explica que es para azarar al perro, porque supuestamente el alcohol le calienta el cerebro y los sentidos al animal. Pongo un poco en duda esta especie de táctica o método. El dueño de Popeye tiene la cabeza rapada como un monje budista. Masajea a su perro en el pecho y las extremidades delanteras. Entrecierra 24 Labrapalabra

los ojos y respira profundamente el denso aire de la tarde. Tal vez esté elevando una plegaria para que su mascota asesina acabe de una vez con su temido oponente y entonces poder marcharse tranquilamente a casa con los bolsillos llenos. Una sonrisa tenue disminuye sus facciones toscas.

es la paga a manera de alquiler por ceder su patio para que se lleven a cabo los enfrentamientos. Otro de los niños saca una bicicleta y sale por el estrecho callejón acompañado de un par de adolescentes. —Hay que estar pilas, por si viene la policía —dice Roque. Los tres jóvenes son los encargados de cantar la zona cuando hay peligro cerca. Cada uno de ellos se parquea en diferentes puntos del barrio, especialmente en las esquinas para poder pistear bien todo el panorama y dar aviso si vienen los tombos. Sólo basta hacer una llamada al celular del organizador y asunto arreglado. Roque camina con soltura por todo el patio, sostiene con una especie de elegancia natural su envase de cerveza. No está preocupado, sabe muy bien que Hellboy tiene lo suyo. —Este perro no se le arruga a nada, ni siquiera a un león— Suelta una carcajada que espanta a las gallinas de la vieja Juana. Le preguntó que por qué decidió llamar así a su mastín. Me responde que fue idea de su hijo Juan Carlos. Él quería ponerle Kid Pambelé o el Joe Arroyo, sus

Ramiro, el dueño de Popeye, le colocó este nombre a su animal porque antes de cada combate en El club de la pelea, él le da infusión de marihuana endulzada con agua de panela para que Popeye sea más bravo de lo que ya es Pero se nota que en el fondo de su ser está preocupado con lo que vaya a suceder en esta singular contienda canina. Se nota que tiene miedo de que su feroz cachorro pierda frente al veterano y curtido Hellboy. No sé por qué carajos recuerdo el enfrentamiento boxístico entre Alí y Holmes. La voz de Roque me saca de mis cavilaciones. El dueño de Popeye hace un gesto con la mano y el organizador de las peleas de perros se acerca a conversar con él. Una estela de humo y sopor envuelve los cuerpos de los dos hombres. La anciana se acomoda en un maltrecho mecedor. El dueño de Popeye regresa al lado de otro grupo de personas y reinicia la conversación. La anciana recibe unos billetes de parte del organizador del evento. Sus ojos adquieren un brillo especial. Supongo que lo que le acaban de entregar

dos grandes ídolos de toda la vida. Como por arte de magia suena en el picó una canción del Joe, titulada La rebelión. Roque toma la coincidencia como un buen augurio. Me imagino a Roque llegando a su humilde casa en el Bajo Valle, con una sonrisa de triunfador de oreja a oreja y abrazando a cada uno de sus seis hijos, seis morochos racamandacas como él, todos gestados al natural en el vientre portentoso de su negra Carlina Guzmán. Esta especie de felicidad efímera es lo que lo motiva a estar en pie de lucha el resto de la semana. Me ha dicho que con el producido de esta nueva victoria de su pupilo, emprenderá con el negocio de los aguacates, los cuales están a un buen precio en el mercado por ser una temporada alta para la venta del producto. —Broder, la plata hay que ponerla a

rodar para uno poder ganarse una esquirla —pronuncia cada palabra con una naturalidad que me sorprende. No hay una pizca de resentimiento o amargura en el tono de su voz. Roque acepta con modestia la situación que le ha tocado vivir.

me explica el porqué del nombre del perro oponente a Hellboy. Cuenta que Ramiro, el dueño de Popeye, le colocó este nombre a su animal porque antes de cada combate en El club de la pelea, él le da infusión de marihuana endulzada con agua de panela para que Popeye sea más bravo de lo que ya es. Una especie de imitación del personaje de las tiras cómicas que come espinacas para elevar su fuerza y su poder frente al archireconocido enemigo, el gran Brutus. Tampoco creo que este método sea el más eficaz para hacer del can una bestia de combate. Pero lo cierto es que Popeye lleva un record de once peleas ganadas y un par de derrotas, las cuales ocurrieron cuando apenas era un perro novato en las contiendas clandestinas y aún no había recibido el entrenamiento necesario para llegar a ser una máquina de destrucción y violencia. —Cuando esas peleas ocurrieron, el Popeye era todo un gilberto. Pero ahorita es todo un huracán. Arrasa con lo que sea —expresa orgullosamente su amo.

cuerpo a cuerpo. Los mordiscos y las embestidas son letales y con una fortaleza sorprendente. Tanto Hellboy como Popeye atacan los sitios más vulnerables: cuello, pecho y patas delanteras. La sangre se hace presente. El vértigo vibra en el ambiente como una cuerda de guitarra. Los dos perros resoplan por la nariz y sus fauces. Hasta el momento ha sido una disputa muy pareja. Roque anima desde su esquina a su perro Hellboy. Por más que quiera no puedo quitar la mirada de las violentas acciones. Estoy quieto, paralizado, esperando el pitazo final. Han transcurrido como unos diez minutos de toma y dame entre los dos mastines. Noto en el rostro del dueño de Popeye, un dejo de desilusión. No es para menos, su mascota se nota cansada y maltratada. Popeye ha dejado de lado su agresividad inicial. Sus movimientos son cada vez más lentos y desequilibrados. Creo que le ha llegado su hora. Tal vez, Hellboy ha olido el tocino y se le viene encima con todo su repertorio de agresividad. De repente, tuve la sensación de que la tarde se había detenido. Todo a mí alrededor se había quedado quieto. El patio, las calles, el barrio entero que siempre están llenos de jolgorio en una tarde de domingo, está en estos instantes en un completo silencio. Los gritos han cesado. Mientras tanto, Hellboy se abalanza contra su oponente

cada vez más ruidosa, ronca, agobiante. Perro y amo mueven sus cabezas simultáneamente de manera desesperada. Roque toma entre sus brazos al invicto Hellboy mientras recibe una lluvia de palmadas y abrazos. Así será siempre: el que gana es el que goza. —Te lo dije compa, este perro es tronco de verraco. A Popeye y a Hellboy le lavan las heridas con un trapo humedecido con agua, ron compuesto y alcohol antiséptico. Los cuerpos de ambos animales toman de repente su coloración normal. Los cuerpos en descanso empiezan a estirarse y recogerse como buscando el molde a su tamaño natural. A pesar de un aura de serenidad, ambos contrincantes transpiran la grandeza y la fuerza del instinto animal. Yo prosigo mirando todo con asombro y miedo. Sin poder hablar. Sintiéndome muy diminuto. Sin embargo, intento tomar las cosas lo mejor que puedo. De uno de mis bolsillos extraigo un billete de cinco mil pesos y pido una nueva tanda de cervezas. Observo el cielo despejado. Juana, la anciana dueña de la casona donde se lleva a cabo El club de la pelea, enciende una calilla, me mira enternecidamente, como si pudiese hacer una lectura interior de mis emociones y mis temores y luego suelta el humo y lo ve ir denso, a través de la tarde que cae y lanza una sentencia que me logra sorprender: —Tanta violencia lo obliga a uno a mirarse de vez en cuando en ciertos espejos. Esquivo su mirada y pretendo olvidar

Aquí no hay árbitros ni jueces. Esto es un mano a mano hasta que uno de los dueños decida tirar la toalla porque su mascota está manos abajo. A veces, cuando se puede, se separan a los dos contrincantes para que tomen un respiro o sean atendidos debido a las heridas causadas durante el enfrentamiento. Aunque esto, raras veces pasa. Aún no ha muerto ningún perro en las peleas, pues cada dueño sabe que en una próxima oportunidad puede obtener una revancha o continuar con una racha de triunfos. A pesar de no ser animales de élite, cada propietario cuida al suyo como si fuera su más preciado tesoro. Este combate de hoy, ha traído bastante público y a bastantes apostadores. El patio luce repleto. Todos están a la espera del gran duelo. Los dos rivales desean iniciar ya la contienda, pero cada respectivo dueño los mantiene a raya. Ya

y lo lleva hasta un rincón y se le monta encima. La voz del protector de Popeye da la señal para detener la pelea. Una nueva victoria para el furioso Hellboy, un triunfo más para su largo recorrido. Inapelable: la respiración de Popeye es

sus palabras mientras que Roque y los otros presentes que aún quedan dentro del patio celebran el triunfo de Hellboy y del Junior de Barranquilla, quien acaba de lapidar a su rival de turno con un contundente cuatro a cero.

Roque

no hay tiempo de llorar o de echarse para atrás. La rueda se abre y comienza la gran función. Los dos animales se encierran en un

Labrapalabra 25


Traicionera nostalgia (Crónica de viaje a la Patagonia) No somos ni bastante fuertes ni bastante malos como para elegir. Todo esto forma parte de un experimento organizado por alguien, la ciudad quizá, o por una parte de nosotros mismos. ¿Qué sé yo?

n

Por Adriana Rosas Consuegra Fotografías de Nicolas Mamberti

Lawrence Durrell El cuarteto de Alejandría

No sabía lo que me esperaba. Ellos lo habían encontrado, llegaron antes que yo, cuando había más. Ya habían escogido a la mayoría para la temporada: eso me decían. Experiencias, necesitaba vivir. Allá, la incertidumbre y el paisaje sólo me dejaban escribir poemas y un cuento. Ahora, de vuelta en Buenos Aires trato de relatar lo que pasó en ese lugar del refrán popular: "Eso pasa aquí y hasta en la Patagonia". La zona de los siete lagos. Creía que Bariloche sería el pueblo contrario a lo que tenía en la ciudad del asfalto negro: calor, envidia, hablar y hablar sin parar, los ladrones y sus miradas de rabia y chamullo, la tendinitis de llevar agarrada tan fuerte mi mochila, especialmente en el subte, la confianza desvanecida, los edificios sin montañas, el pitico de los buses como llamando la atención y suspirando al mismo tiempo, papeles tirados, bolsas y más bolsas de basura acumuladas en las esquinas, rotas, y abriendo desparramadas sus barrigas de desechos, la pobreza abriéndome más mis ojos sin tiempo para aliviarme de verla en las barrigas gordas que simulan no ser pobres, y es cuando más lo son, porque en esta ciudad, como en tantas otras, los que tienen plata no tienen necesidad de demostrarlo en la gordura, y al contrario, la anorexia cubre sus víctimas como primera ciudad de América Latina. Creía que muchas de estas cosas no las vería en Bariloche, en la Patagonia, en ese lugar de fotos de montañas y lagos. Creo que ya lo saben: no fue así. Tal vez, ningún lugar tan turístico cubriría mis expectativas. Primer error de los que ya vendrían. Un viento fuerte de 24 de diciembre me recibió. Un gris sobre el pueblo no me gustó. Desde

que iba en el bus, con asientos 'coche-cama', para aguantar las 21 horas de viaje (y es de asegurar que sí surtieron efecto: la rajita no se me borró), sentada en el segundo piso, frente a un ventanal, comencé a ver eso que se suponía me gustaría. Suponer es un verbo, que debería conjugarse sólo en condicional. Y aquí las condiciones no dieron positivo. Parecía un paisaje invernal, con lo connotativamente turístico que eso involucra: frío, viento en la cara, neblina, gente en la iglesia cubriéndose con abrigos y bufandas para salir. Sí, era un 24 de diciembre, el invierno se deja para el norte, en el sur, es pleno verano: sol, calor.

26 Labrapalabra

Especial:

Crónicas


a

Antes del paseo nocturno, la casa que

me esperó fue más oscura. Y no hay que decir de su dueña: una vieja gorda, negativa en todas sus frases, con un Renault azul destartalado, tres gatos que comían en el mismo mesón de la cocina, y un perro tierno, muerto de frío, que en las 16 horas que permanecí en ese pueblo —aclaro: en esa casa brujística a lo sumo: con sueño incluido: 8 horas— él estuvo acostado en una caja de cartón y sólo levantaba su cabeza y me miraba con sus ojos diciéndome en tono de consternación: “que no tenía salida, la gorda lo tenía acorralado, no lo dejaba salir, y ni siquiera tenía el coraje para escaparse, ni aun cuando yo le dejara la puerta abierta”. Pobre. Cada uno tiene la suerte que

Fuera de broma, esta antagonista se le enfrentaba a su mastodóntica madre, me defendió cuando decidí irme al día siguiente de esa casa llena de telarañas y polvo. Es cierto: en una esquina de la escalera que llevaba al segundo piso estaban unos zapatos, uno encima del otro, llenos de polvo de telarañas; mínimo seis meses llevarían allí. (Y vete a preguntar por qué continuaban allí sin que una mano los moviera). Su hija entendió que fuera alérgica a los gatos: excusa para escapar de ese deprimente lugar (no era falso del todo, sí que lo soy). La gorda me llamó “la señora esa”, para referirse a mí, mientras le decía a su hija que me iría al día siguiente. No contaban con mi astucia, pero antes yo le

la casa que me esperó fue más oscura. Y no hay que decir de su dueña: una vieja gorda, negativa en todas sus frases, con un Renault azul destartalado, tres gatos que comían en el mismo mesón de la cocina, y un perro tierno, muerto de frío. se merece. Igual a lo que decían en las últimas elecciones presidenciales en Colombia cuando no quedó Mockus: “Cada país tiene el presidente que se merece”. Por algo los ocho años pasados, dos gobiernos en una misma persona.

d

Decidí salir de esa casa a las 2 horas de

llegar, después de haber hecho la transacción económica de un mes de alquiler. Aclaro: la hija de esta vieja gorda era su antagonista. Antagonistas: Esos que tanto hincapié hacen los manuales de escritura de guión y la tradición aristotélica. Llevamos más de 2000 años queriendo repetir lo dicho por este hombre. Existen unos afortunados que se salen del círculo de la narración clásica. No sin que antes a mis profes de guión les den tres patatuses cuando me niego a seguir los tres actos, los antagonistas marcados..., toda esa teoría. ¿Será por eso que algunos le dieron tan duro a El vuelco del cangrejo? Su director y guionista se llevó a Aristóteles al mar Pacífico y lo ahogó; y una niña, que no se sabría si clasificar de protagonista, cobra un valor para seguirla recordando aun después de quince días desde que la vi. 28 Labrapalabra

había explicado todo a la chica, y le había dicho que su madre me quería cobrar más. Me salvó y le dijo a su castradora madre: “Ella paga sólo un día y ya dijo que se iba a las 10 de la mañana”. Su grasa creo que se estremeció ante la determinación de su hija. Yo lo agradecí profundamente. Esa gorda hasta me había amenazado con que tenía que irme esa misma noche (no sabía con quién se metía). De manipulaciones, yo: nada. Prefería pagar un hotel caro con mi tarjeta. Las manipulaciones siempre me repelieron. Y tranquilamente, le dije: “de acuerdo, me voy enseguida, pero no me cobra nada y me devuelve toda la plata”. La vieja no contaba con esa respuesta, se bajó. Prefería dormir en la calle antes de que me manipulara. Cuando esta secuencia corrió, ya en la anterior me había echado tres berreadas, no tengo que decir que el lugar me deprimió en lo más íntimo. Solucionado: a la mañana siguiente me iría. Me bañé, me arreglé para la noche navideña. La pasaría bien, buscaba diversión, la encontré y la solución para irme de Bariloche.

Un restaurante. Una mesa para dos. Al

frente se sentó un francés. La conversación comenzó en un español defectuoso, y algunas palabras en francés, al final, con el supuesto lenguaje universal, la conversación fluyó. Un vino. Luego un bar y la propuesta para irme con él, en su carro alquilado, a San Martín de los Andes, que quedaba como a seis horas. La escapatoria había llegado. Me buscaría a las 10 de la mañana en la casa Monster. Dormí profunda.

Aquí, en uno de los oasis de Buenos Ai-

res, algunos de sus cafés, escribo esto que se podría llamar crónica de viajes. Ya van algunas copas de vino y no sé qué tanto es mi espíritu crítico con mi propio escrito. No tenía dónde escribir, y el revés de la hoja del mantel me hace de papel. En la otra cara dice: “Café de la poesía. Cafés notables”. Sí, y sí que son notables. Tienen ese aire de viejo, de otros años, de eso que han querido abolir en la ciudad donde viví más años. Esa ciudad que detesta lo viejo, lo pasado de moda. La cultura maiamera la que se copia. La mayoría de las veces, ni siquiera se adapta: con ella vienen las modificaciones, un toque personal. Aquello está casi abolido en esa ciudad que quiero y me produce sentimientos encontrados (y no es una frase de cajón, es literal). Extraño mis vacaciones allí, mientras vivía en Barcelona o en Bogotá. Entonces, se produjo mi retorno producido por la nostalgia. Y con ello, un abigorratamiento excelso supremo: todos los supuestos adjetivos que ya no deberíamos usar en exceso, los de la generación llamada, “pos-garciamarquiana” (titulitis aguda). Y un querer volver a salir. “No, espera, amóldate”: me decía una vocecilla que a veces, me vuelca una parte racional, que detesto, pero que en ocasiones me gustaría tener. Cinco años tratando de amoldarme. Sí, ya lo sé: sé que tú sabes que de amoldadas los ponqués que hacía Ruth de Rubiano (¡Exquisitos!, y que hacen parte de esa nostalgia, por aquello que ya no está y que nos daba una cierta felicidad. Quién no ha dicho que el paladar es uno de ellos). Pero la amoldada, creo que ya saben, no funcionó. Sufría de la otra nostalgia, la de querer estar fuera. El síndrome del no encontrar “el lugar” es el que sufren los que han vivido en varias partes, y no encontrar ninguno, que realmente “sea el lugar”. Ya no se llega a ser de nin-

guna parte. Y lo peor, siempre uno es un extraño en cada ciudad. Nadie lo percibe a uno como de ese lugar. Ni siquiera donde uno se crió, porque se tomaron algunas cosas de afuera y algunos comportamientos clásicos se modificaron. La frasecita manida: “Un extraño en su propio tierra”. He conocido a varios así, en este mundo globalizado y de movimientos.

v

Vuelvo, creo que quieren escuchar de

la Patagonia y no, de los extrañamientos que se producen después de 6 meses de no probar: el corozo con sal, las bolitas de tamarindo, el mango verde con sal y limón, el mamón, el agua de coco recién partido, una buena salsa bailada en La troja, la mamadera de gallo, y Taganga y su mar y sus atardeceres y su discoteca al aire libre “El mirador”, con una buena bañada en sus playas en la madrugada después de haber bailado con los ojos cerrados y de sudar mirando ese mar, esas montañas, sin hombres que te persigan (como en los boliches-discotecas- de Buenos Aires). Y ser libre, como esa sensación que da bañarse totalmente desnuda en un mar de playas nudistas, en un mar tranquilo de Menorca o en uno más agitado en el Parque Tayrona. O simplemente, en un amanecer después de la noche de San Juan en Barcelona después de haber rumbeado y dormido en la arena, y para que la ropa no se moje, quitársela toda y meterse a las aguas del Mediterráneo sin ojos escrutadores que estén pendientes de aquello que se ve en la desnudez.

Ese último sábado antes de irme a

Buenos Aires, fui a Taganga, viví la bañada en la madrugada en el mar, pero el ver que las estrellas se movían mientras flotaba en el agua, me hizo ver o recapacitar (como dirían mis mayores) que mejor me salía porque los tequilas se cobraban y ponían en movimiento a estrellas estacionarias. Veía una lluvia de estrellas jamás vista: todas se movían, y dejaban puntitos de luces en su desplazamiento. (Podría llamar a la NASA para que investigara ese movimiento masivo). Entonces, salir. Y seguir siendo feliz. Y ahora, sin ver mar por 6 meses, aunque sí, playas, pero no de mar, sino de lagos (creía que era una exageración). Algo por compensar la falta de mar. Pero, sí que lo eran. Lagos enormes, sin fin en la vista, así como el río de La Plata al que no se le ve la otra orilla, pero que es marrón, os-

curo; con olores a mierda en algunas partes. Y las playas en los lagos eran cristalinas, como el mar de Tayrona (sí, bueno, lo acepto, tengo nostalgia del Caribe). En esas playas de lagos hay

salvavidas. Tienen aguas profundas. En el centro de algunos, nunca han encontrado su fondo. Y hay un placer inconmensurable (No es inmarcesible como aquella cancioncita) meterse en sus aguas después de horas de haber subido y bajado algunas de sus montañas. Sus aguas frías en esos momentos no suenan a heladas, sino a refrescantes, luego de haber sudado como caballos cocheros (expresión hermosa de la tía, del abuelo, de la mamá, que siempre me devolvió a la infancia, después de que jugáramos y corriéramos). Libre. Libertad. Eso me dio la Patagonia. Subir y subir por sus montañas. Querer seguir subiendo, dándole la vuelta a esa montaña. Ver qué había allí detrás. Cómo se veían esas otras montañas del frente, desde más arriba. Cómo esos picos nevados mostraban más sus nieves a pesar de estar en medio del verano. Esa alegría extraña a las otras, la que da el ver un árbol hermoso hablándote (no me había fumado nada). Un sudar después de tres horas y media de subida, un abrir los brazos mientras se baja la montaña corriendo. Una hora y media de plenitud, sin casi personas, sólo los lagos, las caídas de agua, el amor sin

que nadie esté a tu lado. Una extraña sensación de plenitud, sin tener plata, ni drogas, ni sexo, ni alcohol, ni amor, ni libros publicados, ni la aclamación, ni hijos, ni todo lo que acuñó la propaganda: ni carro, ni casa, ni beca. Ya sé que iniciamos con lo de la temporada. Es la temporada de verano. ¿Y qué pasó con el trabajo (eso era lo que había “más”) y la gente de San Martín de los Andes y el francesito? Eso da para otra supuesta crónica de viajes o diario de viajes o como tú lo quieras llamar, qué más da. (¿Qué se yo?). Labrapalabra 29


l Especial:

Crónicas

Fútbol real (Una crónica sobre un partido de segunda división en Valledupar durante el torneo de ascenso de 2010)

Por Juan José Castillejo

Fotografía de Dave Wild

a última vez que vine a este

lugar aun se llamaba Chemesquemena, en honor a un verde resguardo indígena de la serranía del Perijá, y más que un estadio era una cancha amurallada con una tribuna solitaria en el costado occidental. A pesar de su nombre, el césped era amarillento y un tipo que vivía con su familia debajo de las graderías, era el encargado de cuidarlo: tendía en el piso unas cuantas mangueras negras que iban inundando el campo de juego y por las tardes soltaba una pequeña manada de chivos que se alimentaban del pasto que allí crecía. Nunca supe si la cancha era utilizada para alimentar a los chivos, si los chivos eran utilizados para podarla o si se estaban matando dos pájaros de un solo tiro. Cuando el desaparecido Atlético Cesar recibía a sus rivales de la tercera división, se podía ver al balón saltar de forma irregular en lo que debió ser un perfecto pase al vacío. En unas partes los chivos habían comido demasiado y en otras muy poco. Eso fue hace más de quince años. Ahora el estadio es la casa del Valledupar Fútbol Club Real, le cambiaron el nombre por el de Armando Maestre Pavajeau (en honor a un hombre del que supongo debería estar avergonzado por no saber quién es) y la mujer que está en la taquilla, nos dice que la boleta en la tribuna con sombra vale 10.000 pesos. También nos dice que faltan unos 15 minutos para que se acabe el primer tiempo. Desde acá afuera pueden verse las espaldas de algunos aficionados locales, sentados en lo alto de las gradas, rodeados de algunas latas de cerveza Águila y conversando tranquilamente. Adentro se escuchan dos trompetas, una vuvuzela y un murmullo leve. Todos estamos de acuerdo, 10.000 pesos es demasiado para ver medio partido de un equipo al que solo le conocemos un jugador y del cual no hemos podido recordar el nombre. —El man ese que jugaba en el Pereira, ¿o era en el Cali? —No, en el Tolima. Creo. El acceso principal del estadio es una reja alta y verde que está ubicada en paralelo con el acceso al terreno de juego, así que desde acá afuera se puede ver todo el partido, o al menos lo que sucede en la mitad del campo. Cruzando la cancha se puede ver una pequeña tribuna sin techo, llena de banderas amarillas y verdes, en

la que el sol pega fuerte y duro. Son los aficionados del Bucaramanga. —Vámonos de aquel lado, allá donde están los tenderos. —Si. De aquel lado es más barato. —Igual el sol ahorita baja. En las boletas se lee lo siguiente: Valledupar vs. Bucaramanga, 6.000 pesos, Sol adulto… ¡¿Sol adulto?!, gritamos en coro. Debe haber algún error, quizás leímos mal, pero no, al mirar de nuevo, queda claro que no. Sin duda alguna allí dice Sol adulto. Parece que más que a una tribuna, nos dirigimos a un asador. Rodeamos con urgencia la pared alta, blanca y sucia que delimita al Maestre Pavajeau en busca de la entrada que nos saque rápido de sus alrededores, que huelen a mierda y mortecina. —¿Cómo sabes que son tenderos? —Quien más en Valledupar vendría a hacerle barra al Bucaramanga. —¿… ? —Casi todos los tenderos son cachacos. —¡Ah! La entrada secundaria es un portón

rojo y oxidado, desde donde se puede ver, a menos de una cuadra, el mercado público de la ciudad. Allí, tres policías se encargan de exigir los tiquetes. Sin que nadie nos requise, o nos mire siquiera, entramos a lo que parece una extensión de las afueras del estadio, un terreno que está al mismo nivel de la cancha, descuidado, árido y lleno de cascajo. Caminamos con la intención de subir a la tribuna de los tenderos, pero la nube que hace unos momentos tapaba parte del sol, ha desaparecido, así que nos quedamos a la sombra de unas banderas que los hinchas del Bucaramanga han amarrado a la malla que rodea la cancha acá abajo. El calor sube. Los policías dejan de vigilar, y por un rato buscan descanso detrás las brillantes telas verdes y amarillas. Por el espacio que hay entre bandera y bandera, logramos ver el partido. El Valledupar FC ataca hacia el arco sur, allá donde hay unas inmensas botellas inflables de Squash y agua Oasis, más altas que las paredes del estadio. Un jugador patea al arco y el balón pasa cerca de una de las botellas. Los hinchas búcaros no dejan de cantar y alentar a su equipo. Los de aquí son más parcos, tal vez el bajo rendimiento del equipo esta temporada, el saber que este año tampoco subirán a la primera división los ha hecho cautelosos. Sólo un pequeño grupo de

Poco a poco, de esa tribuna llena de tenderos, empieza a bajar una horda de adolescentes pálidos, descamisados y sudorosos en busca de agua, como zombis desesperados por cerebros. diez o veinte personas agitan la bandera verde y blanca con furor. El sol baja un poco y la humedad parece crecer. Una niña como de 17 años, que lleva puesta una chaqueta negra de poliéster se acerca a nosotros dando pequeños pasos torpes y cansados. —¿Me regala doscientos pesos para comprar una bolsa de agua? —Dice con acento del interior. Saco una moneda y se la entrego. El maquillaje negro se está derritiendo debajo de sus ojos verdes. —Ve nena, ¿porqué no te quitas esa chaqueta antes de que te desmayes? —Su mirada está perdida. —Es que… lo que pasa es… umhh… ahhh… Y se va directo, mascullando algo, hasta donde una señora que vende agua. Ni siquiera los lugareños soportamos el calor. Poco a poco, de esa tribuna llena de tenderos, empieza a bajar una horda de adolescentes pálidos, descamisados y sudorosos en busca de agua, como zombis desesperados por cerebros. Casi todos tienen un inmenso escudo del Bucaramanga tatuado en sus espaldas o en las costillas o en los hombros y a pesar de que el calor los está matando, siguen cantando y animando a su equipo. Su tribuna parece temblar. —¡Eche, esos manes no son tenderos! Si, no son tenderos, son una barra brava que llegó a Valledupar para apoyar a su equipo hasta el último minuto. Es extraño ver semejante fogosidad en un campeonato de ascenso, pero esta es una pasión real, una de esas cosas que sólo se obtienen con años de esperanzas, Labrapalabra 31


paso, de lado a lado, toda la cancha, bajo el sol brillante. Es una procesión en cámara lenta que se come casi todo el entretiempo. Antes de sacarlos del estadio, los pasan justo frente a nosotros. El segundo de los capturados se queja de unos bolillazos en las costillas.

decepciones, con viajes incómodos a tierras lejanas, con historias que se escuchan desde niño, con esperanzas de nuevo, con decepciones otra vez. Este es un ejemplo de las cosas que no acostumbramos a ver en televisión, y olvidamos que existen. También es un ejemplo de todo lo que el Valledupar no es.

B

Cuando recordamos que vinimos a ver

ajo la mirada de las gradas

visitantes para ver el juego, pero en la cancha no pasa nada. Se crean pocas opciones de gol, todo sigue ocurriendo en la mitad del terreno y aunque la grama luce sana e hidratada, cada vez que hay un pase a ras de piso, el balón da pequeños saltos epiléptico antes de llegar a su destino. Sea quien sea, o lo que sea, que se encargue de cuidar el césped, no hace un mejor trabajo que aquellos chivos años atrás. Con esta cancha, y si los equipos siguen jugando así, los que no entraron al estadio podrán ver a través de la entrada principal, lo mismo que se ve acá adentro. Después de tantos años parece que el único cambio sustancial en este estadio, es el nombre. El primer tiempo se acaba sin que nadie

mire el reloj o reclame algo. Todo el mundo sale en busca de más agua. —¿Y al fin cómo va el partido? De repente, cuatro hinchas del Bucaramanga trepan por la reja y se meten a la cancha. Allá a lo lejos, detrás de la portería sur, se puede ver a los tipos corriendo desaforados hacia donde están los hinchas locales. Los policías prenden las alarmas. —¡Llamen al ESMAD! —Grita un policía joven y desesperado. Desde acá todo se ve chiquito y vaporoso. Dos de las cuatro diminutas figuras que corrían hacia la tribuna de occidente, se percatan de los movimientos de los policías y se devuelven al refugio de sus barras. Los otros dos siguen corriendo, hasta que se detienen frente a los hinchas del Valledupar. Con gestos y gritos que apenas se deducen a lo lejos, insultan a los aficionados locales. Hasta que una bomba de estruendo suena cerca de ellos. Los tipos parecen extraviados y luego desaparecen un momento detrás del humo de la bomba, enseguida corren y corren de regreso a su tribuna, que parece estar un kilómetro más lejos que cuando la dejaron. Ya unos policías han entrado a

32 Labrapalabra

la cancha y otro grupo está en la tribuna visitante buscando a los otros dos. Por el portón que entramos hace unos minutos aparecen unos oficiales del ESMAD, con su uniforme de plástico a medio poner. Por sus caras parece que no consideran que valga la pena utilizar sus habilidades antidisturbios. Todavía se puede ver la figurita de los tipos huyendo. Cuando están a punto de llegar a su tribuna, el sol hace brillar algo que está en la mano de uno de ellos. —¡Tiene un cuchillo! —Grita alguien. —¡Uyy, pagó, pagó, pagó! —Gime un policía en éxtasis. —¡Vamos a armarla!, ¡vamos a armarla! —Amenaza alguno el ESMAD. El fino lenguaje de la ley no deja duda, esta es la excusa que estaban esperando y quieren aprovecharla. Unos niños asustados, con camisetas amarillas, bajan corriendo de las graderías visitantes para salvar las banderas que tanto quieren y que nos dan sombra, las desatan en un segundo y corren a esconderse. Desde acá abajo vemos un montón de descamisados que se repliegan en lo alto de las graderías, rodeados por policías que agitan su bolillo ante el más mínimo movimiento. Pero el miedo y la tensión van en las dos direcciones. Ahora son los policías quienes tienen que retroceder. Después, unas cuantas amenazas con bolillos, repliegan de nuevo a los hinchas. En cualquier momento alguien, con o sin uniforme, tendrá la cabeza partida. Algunos logran huir de esa tribuna. —¡Uy, se pusieron agrestes esos guaches! —Se disculpa un adolescente bumangués que acaba de bajar de allí.

De repente, cuatro hinchas del Bucaramanga trepan por la reja y se meten a la cancha. Allá a lo lejos, detrás de la portería sur, se puede ver a los tipos corriendo desaforados hacia donde están los hinchas locales. La tensión sigue aumentando. Y los policías todavía no han atrapado al del cuchillo. Mientras siguen corriendo, haciéndose más borrosos a cada paso que dan, un policía se nos acerca. —¿Ustedes son costeños? —Claro compadre. —Están bien jodidos. Échense para este lado. —Y nos señala las nuevas graderías inconclusas, detrás de la portería norte, alejadas de la acción. Nos descuidamos un instante y cuando nos damos vuelta, ya han agarrado a los tipos que estaban en la cancha. Afortunadamente todo se calma. Los policías se relajan, los del ESMAD se retiran, los hinchas descansan. Todo el estadio intenta ver a los dos capturados. Los traen sometidos por el cuello, atravesando paso a

un partido de fútbol, subimos a las graderías que nos sugirió el policía. Buscamos un lugar donde el sol no pegue de frente y nos sentamos teniendo cuidado de no hacerlo sobre alguna de las varillas que sobresalen del concreto. En esta tribuna contrahecha no hay más de 20 personas. Aunque el sol ha bajado un poco, acá de este lado del estadio todo parece lejano y difícil. Nadie tiene ganas de levantarse a preguntar como va el partido y nadie tiene un radio o un celular con radio o algo con que averiguar, así que antes de que podamos conocer el marcador, los equipos regresan al campo de juego. Unos cuantos minutos son suficientes para darse cuenta que el descanso del medio tiempo no ayudó mucho, de nuevo el balón viene y va sin ninguna lógica. Parece llevado por la brisa y no por futbolistas. En una de esas arremetidas torpes, en una jugada que termina con un disparo lejísimos del arco, alguien recuerda el nombre del único jugador del Valledupar FC que conocemos. —¿Arrieta es que se llama? ¿Cómo se nos pudo olvidar? Claro que es Hugo Arrieta, y se ve pesado, lento, cansado, mayor… aun así, esta tarde al menos, es el mejor del Valledupar, y sin duda alguna, su líder. Todos los balones pasan por él. Intentamos recordar en cuales equipos de la primera división jugó, pero a uno de mis amigos poco le interesa y no para de reírse de un jugador del Bu-

caramanga. —¡Esa es mucha cabeza mampana!, ¡que cabezón! —¿Cual? —El cinco, ese que está cerquita al tiro de esquina. —Y señala al jugador. —¡Verga! Los anteriores comentarios revelan dos cosas: primero, es cierto, la cabeza del jugador número cinco del Bucaramanga es del tamaño de un balón. Quizás la temperatura sigue distorsionando las cosas. Y segundo, el espectáculo es tan pobre que lo menos importante es el fútbol. Los dos recogebolas que juegan con un balón sin inmutarse cuando el Valledupar está a punto de patear al arco y los hinchas del Bucaramanga que saltan detrás de unas banderas inmensas que no los dejan ver el partido, confirman eso. El Valledupar juega muy mal, realmente mal. Y el Bucaramanga no es mejor. Cada pase, cada cambio de frente, cada gambeta, cada tiro de esquina, cada cabezazo, cada esfuerzo, cada intención de algo, es un error. Nunca vi futbolistas tan desorientados. Son como cucarachas huyendo de la luz, o como la niña de la chaqueta negra que buscaba agua.

E

s imposible mirar este opaco espectáculo y no preguntarse ciertas cosas: si el Valledupar FC tiene menos de una década de vida, ¿de dónde salieron sus hinchas?, ¿son disidentes del Junior de Barranquilla?, ¿aficionados de medio tiempo?, ¿gente a la que nunca le interesó el fútbol de otras ciudades? Es difícil saberlo, pero hoy, sobre el césped, nada brilla. Si desde allá abajo, los jugadores miraran a su hinchada, las cosas no serian muy diferentes, los verían moverse un

poco, gritar de vez en cuando, pero no sabrían si realmente están aquí. Esto es un pacto de no decepción. Nadie espera nada de nadie. Ni jugadores, ni aficionados. Nadie… Aquí va una serie de fotografías ilustrativas: el número once del Valledupar recibe el balón en un costado del área chica, otro jugador aparece por el medio dispuesto a rematar al arco, el pase es tan malo que le sale un bonito toque en corto a un defensa del Bucaramanga, el número once se toma la pierna como si no soportara el dolor, luego empieza a correr como si su dolor hubiese desaparecido por arte de magia… Nadie espera nada de nadie. Y hoy, el pacto no se romperá. Habrán más jugadas, uno que otro grito, algo parecido a una opción de gol, más equivocaciones, pero hoy no veremos fútbol. Suena el pito y el juego termina antes de comenzar. Fue como ver un partido de bola e’ trapo en la mañana de un primero de enero. Esa es la sensación. Ya no hay sol y la temperatura ha bajado. Las pocas personas que se levantaron de la tribuna en la que nos sentamos, han desaparecido. Mientras la policía contiene a los hinchas del Bucaramanga, salimos lo más rápido posible. Afuera, un anciano con un radio pegado a su oído, pasa a nuestro lado. —Señor, ¿cómo quedó el partido? —Vamos de últimos. —Si, ya se, pero ¿quién ganó? El viejo nos ignora y se va. Parece que a nadie le importa mucho lo que pasó, todo lo que acaba de suceder, empieza a desaparecer, a desvanecerse poco a poco, como un bostezo. —Allá en mi pueblo hay un chueco que es árbitro. —¿No te creo? —¡Te lo juro…! Y corre con una muleta de palo. Y la cancha es grande. —Nojoda, no se si reírme o llorar. —Pobre chueco. —Estoy hablando del partido. —¿Cual? —El que acabamos de ver. —¿Y al fin cómo quedó? —Una vez el chueco se cayó encima del balón y un clavo de la muleta lo desinfló. —¿Y qué pasó? —No había más balones. —¿Y entonces? —Se acabó el partido —¿Y cómo quedó? —No me acuerdo… Labrapalabra 33


á El bosque de fabulas sin moralejas Por Iván Marín Fotografías de Luis Rodríguez Lezama

to que ocupa dos cuadras, con alambre de púas en los bordes. Está incrustado en lo profundo de un barrio que lleva su nombre, rodeado de casas, tiendas y ventas de minutos a celular. La luz sale cortada y titilando entre barrotes por decenas de ventanitas en el cajón gris. Desde afuera se presienten las vidas rebullendo al otro lado de las paredes de este mastodonte despellejado, pero no hay forma de saber que en el patio, entre murallas de 10 metros de alto, bajo la mirada atenta de guardias y escopetas, los internos están inflando una piscina de plástico estampada con ositos en pañales.

E

El robador de monedas

Especial:

Crónicas

La cárcel es un laboratorio social, más que un montón de tipos pillados cuando se perrateaban la sociedad de una y otra forma. Un periodista recorrió una noche los barrotes de la Distrital de Barranquilla, para descubrir que la estratificación y los contrastes cínicos no solo se preservan tras las rejas, sino que se intensifican. Esta crónica retrata algunos de esos vicios sintomáticos en el sistema de justicia colombiano.

H

Hay un ex alcalde y un ex secretario de educación del municipio de Soledad recluidos al lado del mecánico Roland Alberto Mariano. A ellos los acusan de nexos con paramilitares y contrataciones ilegales por 9 mil millones de pesos; a él, de haberse robado 250 mil pesos de una maquinita tragamonedas. Habitan la primera de las cuatro plantas del Bosque de Barranquilla; una jungla de barrotes, concreto, contradicciones y seres que huyen del sueño. Es noche de viernes. Afuera, la libertad embriaga a la ciudad. Botellas, cuerpos y luces rebullen en las esquinas; carros y motos seguirán surcando hasta la madrugada calles solas, bañadas de naranja. La curiosidad y el aburrimiento, conjurados en el periodismo, me traen aquí, adentro, adonde los llamados culpables. Vengo a encerrarme con ellos, con una propia carga de culpa: esto no es un zoológico. Los ladrones y sicarios de la cárcel Distrital no están en exposición. Algunos detestan que les interrumpan su cotidianidad, así sea huérfana de libertad. A otros, como Roland, les satisface por un rato la curiosidad sobre ese mundo que sigue andando afuera, y les sacude el aburrimiento 34 Labrapalabra

acumulado por meses. Para llegar a la cárcel se debe surcar una espesura de calles recién pavimentadas en el suroriente. Sucesivos recodos y callejones destapados confluyen en las vías principales a lo largo del camino. Cordilleras que hacen rebotar o reventar llantas. Recuerdan porqué a Barranquilla solía llamársele La Arenosa. Fue antes de la era del concreto y las fiestas de pavimentación. Antes de que los 21 ríos urbanos que la recorren en corrientes violentas forzaran el nuevo mote de La Arroyosa. Cuando había más bosques de árboles. Este Bosque es un bloque de cemen-

Roland es uno de 12 que coordinan sus movimientos para forrar la pileta con una lona. Se entremezcla con ex funcionarios públicos como Alfredo, y pastores penales como Eduardo Barraza. Hoy todos visten el mismo uniforme de costeño en tarde de domingo: chancletas, camisillas desteñidas y pantalonetas sueltas. Dejan la piscina lista. Mañana celebrarán su primer día de la familia. Muchos hijos vendrán a bañarse. Los de Roland no. Agita con celeridad brazos y piernas, sin desplazarse de la misma baldosa. Corre a toda velocidad en una caminadora eléctrica imaginaria fuera de control. Trata de explicarme cómo fue que “pilló a correr” tan pronto vio “la murga” que se formaba en aquella tienda de esquina que fue acusado de robar. Dos policías lo persiguieron, lo capturaron, y lleva 2 años y medio encerrado. Con su hablar atropellado jura que no iba armado, que no es el “capo” de ninguna banda, que llegó a “tomarse una fría”, que huyó por miedo, que responderá por sus hijos, que no los ha abandonado, que está aquí por error, que el abogado que tenía “me salió torcido, se me fumó la plata”, que no tiene nadie que lo apoye, que es un “pelao decente, nunca he matado ni robado a nadie”. Es blanco, flaco y bajo, con marcas en la cara que hacen parecer 36 los 26 años que tiene. Los extremos de su cresta rubia terminan en zigzags. Podría ser confundido con cualquier miembro del casting de ‘La Vendedora de Rosas’, o con Gollum el personaje digital de ‘El Señor de los Anillos’. Afuera vivía entre aceite y tuercas, por eso se ganó el trabajo de revisar los carros de los funcionarios en la cárcel. Camina por el patio hacia su celda, manotea agitado entre cerdos y gallinas

que duermen plácidos en corrales a su alrededor; repite y repite que tiene dos hijos aunque ni siquiera sepa cómo se llama el segundo. El primero se llama como él. Su esposa es una empleada de servicio doméstico llamada Wendy. Estaba embarazada cuando lo arrestaron. Roland se la quedó esperando un día de visitas. Al día siguiente, ella le prometió por celular que no lo vería nunca más. El Bienestar Familiar le quitó la custodia de los niños. Su suerte fue jugada en esa máquina de azar y perdió. Por el saqueo del bulto de monedas de 100 pesos le impusieron 9 años de condena. Jura que “devolvimos la plata al cachaco y todo”. Sigue hablando mientras recorre los comedores vacíos y la sala de billar desolada. A la entrada del pabellón 1A, un guardia le apunta un bastón a la cara y le advierte que mañana lo despertará a las 4 de la madrugada para que revise el carro del director. Cierra la reja con candado. Un gato negro que merodea por allí se escabulle entre la jaula, hacia ese espacio al aire libre ahora prohibido para Roland. En el primer piso la luz es blanca, así las paredes, las baldosas y las puertas de las celdas. Se le conoce como “alojamiento”. Desde el pasillo central se pueden ver los tres pabellones de arriba, a cada lado. Balcones de 30 metros de largo, uno sobre otro como cajones apilados. Vallenatos, champetas, reggaetones y locutores braman desde parlantes roncos a lo alto. Botellas de gaseosa llenas de agua, brazos y miradas sombrías se asoman colgando entre varillas. Abajo, hay que atravesar otras dos rejas, con el aval callado de los guardias, para llegar a la celda de Roland. Está a un lado del baño: un par de regaderas e inodoros, con 6 tiras de jabón escurriéndose en un muro. Si alguno de los 6 reclusos de este nivel necesita usarlo, debe esperar que le abran las dos barreras metálicas. Así traiga afán. La celda no se diferencia de una habitación de hostal barato. Mide un par de metros, y cuenta con un par de gavetas elevadas y estantes, que Roland mantiene llenas con camisetas que le han regalado sus 7 hermanos. Afiches de poesías declamadas por Piolín decoran las paredes. Hay un televisor de 14 pulgadas y un ventilador de patas, heredados de otros que se fueron en libertad. Sin duda está más alojado que encarcelado. Roland le da play a uno de sus DVD favoritos. Suena un embutido de champeta, electrónica y hip-hop. Dos morenas bailan en bikini en una tarima en la

Afiches de poesías declamadas por Piolín decoran las paredes. Hay un televisor de 14 pulgadas y un ventilador de patas, heredados de otros que se fueron en libertad. playa, rociadas de cervezas. Una multitud las vitorea. La cámara se queda fija en un primerísimo primer plano sobre las caderas de una de ellas, deslizándose la tanga hilo dental por la entrepierna. Lo hace tal como se limpian las encías atascadas con hilachas de carne. 9:30 de la noche. Roland por fin se queda en silencio; desiste de pensar en sus hijos o en los carros o años que le faltan. Se arrellana en la colchoneta, deja descansar su mirada en la redondez saltarina, y libera una sonrisa ciega.

C

cuello blanco

Alfredo, el recluso que solía sentarse tras los escritorios de la alcaldía de Soledad, vino acompañando a Roland desde el patio. Las llaves que venía balanceando en la mano son de su oficina. En la cárcel también consiguió un escritorio tras el cual sentarse. Maneja el archivo, una caverna de fólderes con las historias de los convictos que han estado encerrados aquí desde 1995. En enero de ese año la inauguraron, y siete días después, ocho reclusos se fugaron. El expediente del Bosque se siguió manchando con asesinatos, disturbios, destituciones de directores, y escándalos por extorsiones perpetradas desde sus celdas. “Eso era antes. Ahora llevamos dos años sin un accidente de sangre —me había explicado Alfredo a la llegada, mirando por encima de sus lentes — antes esto olía a droga, a sudor, a orín. Ahora la mantenemos limpiecita”. Pasa los días organizando los datos en el único computador, bajo el único aire acondicionado al alcance de los presos. Sonríe. Las arrugas de la cara se le extienden hasta una incipiente calva cercada de canas, iguales a las que se le estiran en el bigote. Abstraído junto a Roland en las nalgas canela de la bailarina, cómplices en la risa, desaparece el abismo que los separa. La anestesia erótica se disipa en Labrapalabra 35


un instante. Alfredo cierra la puerta y la fraternidad pasa al olvido. Otro reo llega a tocar con una película de Jet Li en mano, dispuesto a aprovechar el reproductor de Roland y no dejarlo dormir. A Roland ya lo sentenciaron por casi una década, en cambio el juicio de Alfredo sigue en proceso. Él confía en que su acusación se resolverá en cualquier momento, máximo un par de meses. “Tengo la certeza de que voy a salir, eso se cae porque se cae –dice señalándome con un dedo– si tuviera esos 9 mil millones no estaría aquí”. En cambio Roland, lo poco que espera es que pronto le asignen otro abogado del Estado. Tan sólo por este párrafo no les creamos. Son presos… siempre van a decir que son inocentes. Pero supongamos que

Luego de un son de lamentos por el hombre que asesinó, por la mujer que lo abandonó y por los 8 hijos que no ha vuelto a ver hace . ano y medio, su voz da un giro repentino hacia un ritmo entusiasta. ambos son culpables. Se entendería entonces que saquear un tragamonedas ofende más a la sociedad que dejar sin escuelas y hospitales a un pueblo pobre. Si asumimos que la unidad de medida creada por la Justicia para determinar la gravedad de un delito es el tiempo, el hurto simple resulta más grave que el concierto para delinquir, el peculado por apropiación y la contratación ilegal juntas. Alfredo cree en la Justicia. Esta noche cumple el papel de guía explorador del Bosque, encargado por el director del presidio. No quiere que se conozca su apellido, ni los detalles del juicio que se le sigue. Cualquiera lo puede encontrar a una googliada de distancia. Va a un extremo del primer piso y se hunde en la oscuridad de un pasadizo. No hay focos en el espiral de escaleras, apenas la luz que sale entre varillas de cada pabellón. Un olor agrio duele en la nariz. El recorrido ciego por la gruta ascendente termina en el cuarto piso, cuando Alfredo grita tres veces “¡18!”, 36 Labrapalabra

mientras dos vigilantes hacen rechinar el óxido contra el óxido abriendo los candados. Los prisioneros alistan su mejor cara y esconden todo indicio de drogas y armas, gracias a esa voz de alerta de que la guardia va entrando. Alfredo sabe cómo hacerse querer de la gente.

A

Armas para espantar pesadillas

Ariel Ibarra salta de la melancolía a la euforia, y de regreso, como sólo saben hacer los artistas en tarima. Se presenta como El Guajiro Cantautor. Así se ve pintado con amarillo y naranja en una pared de su celda, con letras de cartel de parranda popular. Completan el escenario una caja y una guacharaca en un rincón; amuletos para invocar un espíritu de fiesta al fondo de la jungla de culpa y remordimientos. Luego de un son de lamentos por el hombre que asesinó, por la mujer que lo abandonó y por los 8 hijos que no ha vuelto a ver hace año y medio, su voz da un giro repentino hacia un ritmo entusiasta. El guardián del último bastión de la alegría tras las rejas, se deja contagiar de un público que de pronto lo aplaude, sus hermanos de penas e insomnio. A los que les canta cuando se cansan del televisor; o cuando se acuerdan que es viernes y quieren sentir que celebran unos minutos, aunque no tengan razón. O como ahora, arrebatado ante la cercanía de una grabadora periodística. Baila, menea los brazos. Sus versos vallenatos resuenan en toda la cárcel y hace reventar a los reos en carcajadas. “Los sábado’ en la tarde cuando se lava la cancha/se oye en los pabellones como si hubieran manadas:/ Mañana vienen ellas, mañana vienen ellas/mañana vienen ellas compadre que vaina tan buena/ Compadre los domingos me levanto madrugau’/y salgo para el baño entonando una canción/ Después me pongo puppie y arranco para abajo/y espero a la mujer pa’ que me brinde su amor/ Yo me pongo contento y la recibo es a besitos/me la traigo a la pieza y hago de todo un poquito/ Después salgo con ella, pal’ patio abrazadito/saludo a mis amigos, porque los quiero a toditos”. Es la primera grabación oficial de sus 101 éxitos inéditos. Las carcajadas de los reos desaparecen, con la fugacidad de estornudos.

Manos que terminaron bañadas en sangre por empuñar cuchillos y pistolas, ahora se manchan de pintura; otras, las de Ariel, le arrancan gemidos a instrumentos musicales para matar la desesperación en el silencio nocturno. Tendrán más tiempo del que quieren para componer y crear artesanías. Las condenas de los asesinos confesos del pabellón 4A oscilan entre los 10 y 25 años. A las 10 de la noche, el pabellón es una honda mazmorra de espectros noctámbulos con aroma a cenizas. Hasta el final del pasillo hay once celdas, no más grandes que armarios para guardar traperos. Una es el nicho de composiciones de Ariel, un negro rapado, flaco, de cara larga y piel tallada a los huesos como un boxeador. Nació hace 40 años en Camarones, una ranchería de La Guajira. “Tenemos las mejores playas que hay compadre, tenemos de todo, salinas, carbón… las mejores playas que hay compadre”. Su paisaje ya no va más allá de las mismas cuatro paredes. Compone canciones para exorcizar las noches de encierro. Pero elige la prosa para contar los errores que lo tienen prisionero. Ocurrieron en Sourdis, un barrio cercano a El Bosque. Discutió con unos “muchachos que se la pasaban atracando”. Fue a su casa armado con un revólver: “Yo solo iba a asustarlos. El papá me reclamó que si yo me creía el chachito”. Forcejeando se le salió un tiro. Sin darse cuenta, se había quedado cargando un cadáver. Huyó a su tierra natal. Intentó entregarse a las autoridades en Riohacha y Maicao, dice que por remordimiento, también por el miedo a represalias. Pero no había orden de captura en su contra. Finalmente logró ponerse de acuerdo con un Fiscal en Barranquilla. Le prometió reducirle mitad de la pena. “Después se me torció, dizque porque fui con ganas de matar”. Nada de beneficios por colaboración con la justicia. Homicidio agravado, por la alevosía demostrada al ir a buscar un arma. Lo condenaron a 25 años de cárcel. Interpuso una apelación, pero dice que los abogados asignados por el Estado también se le torcieron. Le restan 23 años y medio para afinar sus composiciones y acumular un vasto catálogo musical, por si alguna vez vuelve a ver a su familia. Venezuela fue el lugar que escogieron para ir a olvidarse de él. Una figura oscura y descamisada se asoma en medio del callejón de 20 metros de largo, formado entre la malla de hierro y el muro de las celdas. Brillan los ojos

de Jorge Rosanía, bajo rizos engominados. Entra a su pequeña cueva y vuelve a salir con algo en la mano. Se acerca riendo. Las marcas que desde la distancia parecían ser cicatrices en el pecho van tomando forma de estrellas tatuadas. Lo que trae en la mano es un portarretratos con una rosa pintada y un marco fucsia. Lo ofrece por 25 mil pesos. Lo hizo trenzando papel de bolsas de harina mezclado con granito. Tapizó la cara interna de su puerta con mujeres en bikini y jugadores de fútbol recortados de revistas, para “taparle los hoyitos”, y garantizar la intimidad de su metro y medio de espacio personal. A diferencia de otros reos, Jorge es tan sonriente que no parece darse cuenta de todo el tiempo que le falta aquí; son más días de los que ha vivido hasta ahora. Será la juventud. Tiene 24 años, y lo condenaron a 25 por homicidio. Mató un hombre en el barrio Galán; barrio en el que nació, en el que solía armar canchas de fútbol con piedras separadas 10 pasos entre sí. “No tengo abogado, ni nada. Voy a hablar con la Defensoría a ver qué me consiguen”. ¿Pero qué fue lo que pasó? Ofrece el portarretratos por 20 mil, sigue sonriendo y solo dice que fue “un problema con un amigo”. Pierde el interés en confesarse y vuelve a recluirse frente a un televisor de señal distorsionada; apenas se adivina un recuento de goles del fútbol colombiano. Descubrió que los regateos por el portarretratos, y los recuerdos, no llevarán a ninguna parte. En el fondo se oye aún el carraspeo de la guacharaca de Ariel. Su eco acompañará toda la madrugada a un tipo extrañamente obeso llamado Giovanni Morillo, desvelado al lado del Guajiro en una celda convertida en taller de pintura. Ambos parecen haber pasado tanto tiempo durmiendo, que podrían quedarse despiertos por el resto de sus días. Agachado, Giovanni hace florecer rosas de tinta en cofres y espejos. Tiene 33 años. Dibuja “lo que alcancé a aprender hasta segundo de primaria”. No se molesta en interrumpir su concentración para hablar del homicidio por el cual lo sindicaron hace 32 meses. No da detalles, pero deja pintada una sentencia: “uno sabe cuando entra, no cuando sale”.

D

Del lado de los buenos

Quizá no exista una persona más ardida que Adolfo debido a la sentencia de Giovanni; es su propia maldición. Nadie se le acerca en la cárcel, quizá porque es un agente del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía (CTI), adscrito al Gau-

la del Ejército, o porque está acusado de paramilitarismo post-desmovilización. Es blanco, quizá 1,65 de estatura, fornido, de pelo castaño y crespo. Hasta Alfredo se le queda a tres metros de distancia, y apura entre dientes para que la conversación sea breve. A los internos no les importa que el pasillo a las afueras de su celda sea el lugar más fresco de todo el Bosque encerrado. Un gran ventilador de tres aspas cuelga del techo al pie de su puerta, y refresca el equivalente a su terraza en el tercer piso. Llegó hace 7 meses, proveniente de la cárcel de Sabanalarga. Llevaba 2 años y 3 meses preso, vinculado a un operativo del Gaula en el que “fabricaron 6 bajas en Caño Dulce”. No hubo pruebas en su contra. Demostró que no participó en la matanza y el primero de septiembre lo absolvieron de la investigación. Ordenaron su excarcelación. Sus cuatro hijos menores de edad y su esposa lo esperaban afuera, para gritarle algo como “bienvenido a la libertad”. En el último momento, una llamada de la Fiscalía frenó su salida. “Esa vaina me marcó. ¿Por qué se empeñan en tenerme aquí? No estoy untado. Siento una persecución. Como si yo fuera un peligro. Y mi familia esperándome”. Adolfo trabajó 10 de sus 37 años en el CTI; llenando cárceles, jugando en el supuesto equipo de los buenos en la película de la realidad. Alcanzó a ser jefe de la unidad investigativa. Manejó la red de informantes. Ahora afronta un nuevo juicio acusado de concierto para delinquir por intermedio de esa red, y de pertenecer a la banda criminal de Los 40, surgida tras la desmovilización del Bloque Norte de las AUC. “No han tenido compasión conmigo. A otros les han dado detención domiciliaria. A mí me tuvieron 3 años aquí. Me siento

ardido, dolido – dice cruzado de brazos, con la cara enrojecida y los ojos inyectados, pero sin alzar la voz aún – ¡yo no participé en homicidios, ni secuestros!”. Todos sus vecinos, esos ladronzuelos y asesinos que antes jugaban el papel de los malos, repiten un libreto parecido respecto a cada uno de sus casos.

C

Creyentes y violadores

Hacia el nivel inferior, el pasadizo de las escaleras se aclara. Un bombillo cuelga del techo en la entrada al pabellón 2A. Un guardia lo enciende y aparece a la vista el cielo, pintado en un mural: palmeras enmarcan canoas en una bahía paradisíaca, con mujeres en bikinis rojos, nubes blancas, arena amarilla y agua azul profundo. El grito de “¡18!” no logra ahuyentar el aroma de tabaco, que se funde en un vaho de orines. De los 50 presos, apenas 7 fuman, y aquí hay varios. Alfredo se despide, y vuelve al computador del archivo, a jugar solitario hasta que el peso de los parpados se lo permita. “¿Qué más va a hacer uno aquí? Matar el tiempo y ya. Cartas o lo que sea pa’ no andar pensando”, dice, estrechando mi mano. Los violadores están confinados en el mismo pabellón que los sacerdotes encargados de la fe tras las rejas. La relación religión-accesocarnalviolento es solo una cínica coincidencia, no un cálculo panóptico en la clasificación de los reos de la Cárcel Distrital El Bosque. Acá en el segundo piso está Eduardo Barraza, un flaco ojeroso de 38 años. Cumple el tercero de sus 4 años de condena por haberse robado una moto en el barrio El Santuario. Desde sus calles descendió al Bosque, para ascender y convertirse en guía espiritual de los internos. (Continúa en la pág 55) Labrapalabra 37


Un pasaje hasta ahí: una estancia con Fabiana Cantilo Por John Better Fotografías de Gerónimo De Francesco

Especial:

Crónicas

Dedicado a Páez y Cantilo, con afecto

E

staba loco por él. Lo había visto en televisión en un viejo programa de videos musicales. El clip empezaba en la habitación 625/6 de un hotel que hasta el día de hoy ignoro su nombre y ubicación. Un hombre flaco hasta los huesos canta sentado en el borde de la cama. Hay libro abierto a su lado y un baúl en una esquina del cuarto. Luego la cámara enfoca una pared en la que recorre una serie de retratos donde se ven a una mujer sentada al piano, un hombre robusto al lado de un chico escuálido, un joven de rizos en la estación en una terminal y luego la imagen se funde con la de un niño que corre por las calles angostas de un cementerio. El que canta es Fito Páez, la canción se llama Tumbas de la gloria. La cuestión es que compré el LP en una tienda del centro de la ciudad. En la portada de El amor después de amor aparece en primer plano la cara de un Páez de 28 años, alumbrado por dos grandes piedras de cuarzo. Me aprendí ese disco de memoria, pasaba tardes detallando la tapa, la contratapa, los créditos del disco donde se leían los nombres de Luis Alberto Spinetta, Mercedes Sosa, Charly García, Andrés Calamaro, Claudia Puyó, Celeste Carballo y un nombre en especial, un nombre que me llamó la atención, por que en primera instancia pensé que estaba mal escrito. Debe llamarse Fabiana Cantillo, fue lo que se me vino a la cabeza al leer su apellido “Cantilo”. La información del álbum decía que la chica hacia voces en algunos temas como Dos días en la vida y Brillante sobre el mic. Años después estoy en la cabina de una emisora de radio universitaria, trabajo junto a un malhumorado argentino en un programa de rock en español llamado Frecuencia pop. Buscando en la discoteca doy con un acetato de Fabiana Cantilo: Golpes al vacío, su álbum de 1993, el único que llegó hasta las emisoras de Barranquilla. Nadie en la ciudad sabía de ella, apenas si Fito era popular entre algunos consabidos del medio. En la emisora pasábamos dos temas de Golpes al vacio: Un pasaje hasta ahí y La vela. La felicidad me duró poco, el día que decidí sustraer el disco de la emisora,

Ella ha escrito a dos manos con Charly, y fue la mujer de Páez casi una década, y es la misma de quien sé de memoria sus canciones uno más ladrón que yo me lo jaló desde una bicicleta en marcha, mientras caminaba con ese tesoro del pop de los noventas en mis manos, solo deseando estar en mi casa y ponerlo a rodar y a rodar y a rodar en el tocadiscos. Amé a la Cantilo hasta el tuétano, en esos ires y venires por el parque Tayrona, en la ciudad de Santa Marta, conocí una chica bogotana que me obsequió un casette donde estaba grabado el álbum Detectives producido por Charly García. Lo escuché hasta que la puta casetera masacró con sus dientes metálicos y sin misericordia la dulce voz de Fabiana. La tecnología llegó y bajar las canciones de Fabi desde la Internet fue mi consuelo. Tower Records abrió sucursal en la ciudad y suspiré al ver la discografía completa de la cantante argentina. Domingo tras otro iba para que me colocaran los CD’s, fingiendo que los compraría, pero tenía los bolsillos tan vacíos, que no me quedaba otra que irme de allí con la mirada de mejor familia del vendedor siguiéndome hasta la puerta de salida. Por esas cosas del azar, el destino, la suerte, llámenlo como quieran, una noche de enero de 2010 estoy en el aeropuerto Ernesto Cortizos de Barranquilla, esperando a que el avión en que viene la señorita Cantilo, aterrize, porque para mi no existía más nadie en ese vuelo, nadie más que ella. Me levanto, prendo un cigarro, camino de aquí, hacia allá. Tiene ya 51 años, pienso mientras doy una aspirada profunda. Ella ha escrito a dos manos con Charly, y fue la mujer de Páez casi una década, y es la misma de quien sé de memoria sus canciones, sigo argumentándome en medio de mis destrozados nervios. Miro hacia la puerta de llegada de los vuelos nacionales, su ruta haría escala en Bogotá y luego llegaría a esta ciudad donde todavía nadie tenía puta idea de quién era ella. Entonces ocurre, allí está parada, trae una chaqueta roja encima de un corto Labrapalabra 39


prosa, la canción que le compuso a aquel chico que la dejó no por otra mujer, si no por "otras sustancias" y que está incluida en su disco de 2006, Hija del rigor.

Cuando no sepas que escuchar Por Carlos Roldán

“Y tu amor no me sirve de nada”, em-

pieza Fabiana, me le uno con un hilillo de voz algo enroscado por todo el ron que he bebido. Luego me mira y ríe. Me animo un poco más y trato de dar un tono digno que acompañe su voz: “por favor no te olvides de nada, siempre es buena una historia de amor”.

L vestido verde estampado, calza botas de cuero rojo hasta la rodillas, en su mano cuelga una guitarra dormida. Che, ¿vos sos John? La abrazo y pienso que tengo en mis brazos a la chica que hace unos meses iba destrozando un hotel en Mendoza, provincia de Buenos Aires. El pelo le huele a vainilla. Viene con un chico, su entonces pareja Federico Berdulias, voz líder del grupo Ser. Un bambino precioso de ojos azules y piel dorada. Subimos a la van en la que tendremos una breve charla, mientras, Fabi se fumará más de cinco cigarros en el trayecto. Estoy haciendo régimen John, ando limpia, nada de licor o drogas, dice Fabi y también dice que está cansada, que el vuelo fue tremendo y que quiere dormir y que quiere ir al mar, quiere correr por la playa, quiere dar “golpes al vacío”. A la mañana encontré a Fabiana en los pasillos del hotel, iba y venía de un lugar a otro furiosa con su inseparable Marlboro encendido, la chica más brava de Buenos Aires estaba de malas porque la habían despertado a las 7:30 de la mañana para una prueba de sonido, Cantilo cantaría al día siguiente en el teatro Amira de la Rosa. Pero John como me hacen esto, no estoy lista, tengo la voz hecha mierda. La calmé, le di un abrazo y le dije que me encargaría del asunto. A la luz del 40 Labrapalabra

Encontré a Fabiana en los pasillos del hotel, iba y venía de un lugar a otro furiosa con su inseparable Marlboro día los tatuajes en sus brazos tomaban un color de pintura fresca, como si acabaran de haber sido impresos en su inmaculada piel argentina. Fabiana viajó hacia el medio día junto a Fede a Santa Marta, quería ver el mar, lo dijo desde que llegó: estas son mis vacaciones John. Al anochecer cenamos junto a la piscina del hotel con una luna plateada, como una pulida moneda que refulgía en el fondo de agua. Yo tenía una botella de ron que iba agotando a medida que conversábamos. Le digo que me encanta su canción Pasaje hasta ahí y le indago que si tiene que ver con extraterrestres el tema, me dice, “si che, es una canción rara esa” ¿No te parece Fede? Luego nos levantamos sin ninguna razón y juntos caminamos al borde de la piscina, Fede se queda fumando un cigarro. Fabiana empieza a tararear Mago en

Boston (Hard rock) Banda encabezada por el ingeniero de sonido, guitarrista y compositor Tom Scholz y el cantante Brad Delp. Se integró en 1969, pero solo hasta 1976 salió su primer álbum, Boston, que los lanzó a la fama con clásicos como More than a feeling y Peace of mind. Su segundo disco Don’t look back de 1978 logró disco de platino, pero el resultado no fue el esperado por Scholz a nivel de calidad. Los litigios legales con su sello disquero retrasaron el lanzamiento de su tercer trabajo Third stage, hasta 1986, destacándose la balada Amanda. En 1994 lanzan su cuarta producción, Walk on y en 2002, Corporate America. El trabajo vocal de Boston es impresionantemente expresivo, preciso y álgido, con guitarras muy melódicas y en muchos casos enriquecidas con solos a dos y tres guitarras. Las estructuras de las canciones son muy maduras y respetuosas de su propuesta. Tom Scholz se destaca por su impecable trabajo, tomándose el tiempo necesario para producir más que discos, obras artísticas. Adicionalmente Scholz se destaca por la invención de la tecnología “Rockman” utilizada también por Def Leppard, ZZ Top y Ted Nugent entre otros. En 2007 Brad Delp se suicida con monóxido de carbono dejando la nota: “Soy un alma solitaria”.

a noche de su recital

mientras el público se reunía en las afueras del teatro, estoy con Fabiana y Fede en una habitación del hotel El prado, ella dice estar algo nerviosa, se ha vestido con un traje de satín verde y una chaqueta de cuero negra encima, ha trazado dos líneas de rimel en sus acuosos ojos, él toma fotografías, y hace un video mientras recito de memoria el “Manifiesto” de Pedro Lemebel. Me hago una foto con Fabiana, recogemos algunas cosas, llevo su guitarra, me siento como un debutante miembro de su banda, salimos del cuarto y atravesamos el corredor de pisos ajedrezados, el sonido de sus tacones al caminar es lo único que se oye. Dejo a Fabiana en el camerino, se ve algo ansiosa, me despido de ella y voy hasta los pasillos oscuros del teatro. Luego de unos minutos el telón de boca se abre y ella aparece. Será una entrevista junto a un presumido DJ de la capital. Después un breve recital donde cantará en su orden: Ya fue, Una tregua, Mi enfermedad y Mago en prosa, esta última me la dedicaría a mí y a Gus, el chico con el que salía por entonces. Salimos del teatro, luego que Fabiana firmara algunos autógrafos y se hiciera fotos con fieles seguidores y simples snobs. Nos dirigimos a un restaurante, pero antes de ser servida la cena, Fabiana decidió irse, argumentando estar cansada. Me despedí de ella, con un fuerte abrazo, fue la última vez que la vi. Hay cosas que atesoro últimamente:

una carta de Fernando Noy con un dibujito hecho por él mismo, un descuadernado libro de Capote que cambia de color, la voz quebrada de Fabiana al otro lado del teléfono, semanas después de su partida, diciendo: ¡Entendés John, entendés!

Walter Carlos (Música erudita/electrónica) (Actualmente Wendy Carlos después de su cambio de sexo en 1975) Músico, físico con una maestría en música y uno de los pioneros de la música electrónica; fue el primer músico en la historia en grabar un disco con sintetizadores, habiendo ayudado al propio Robert Moog en el desarrollo de este instrumento emblemático de la electrónica. Graba su primer disco Switched on Bach en 1968 con obras de J. S. Bach, el cual se convirtió en el álbum clásico más vendido de la historia. En 1969 lanza su segundo álbum The well tempered synthesizer (El sintetizador bien temperado, alusivo a El clave bien temperado de J. S. Bach). En 1972 lanza Sonic seasonings, un álbum experimental con sonidos reales y sonidos electrónicos que se convierte en la inspiración de los músicos de ambient y también graba la banda sonora para la película La naranja mecánica. En 1982 participa en la banda sonora de la película Tron. Carlos ha desarrollado grandes aportes para la música (no solo la electrónica) y para la ingeniería de sonido. Soy un amante de los sintetizadores y la obra de Carlos me ha orientado en el uso de esta tremenda herramienta musical. No me imagino que hubieran hecho Bach o Beethoven con un sintetizador; lástima que no les tocó.

Tina Turner (La reina del rock) Cantante, compositora, bailarina y actriz con más de 50 años de experiencia, Anne Mae Bullock mejor conocida como Tina Turner, se hizo famosa con el dueto Ike & Tina Turner. A partir de los años 70 se lanzó como solista y realizó actuaciones con otros artistas como duetos con Cher en 1971 y 1974 y los proyectos de Ian Craig Marsh y Martin Ware, B.E.F. Aunque conozco poco del trabajo de Tina Turner, tuve la oportunidad de escuchar con gran deleite su concierto de la gira de sus 50 años de carrera artística. Impresionante la energía de esta mujer, con tanta edad física, expresa una tremenda juventud espiritual, vitalidad sin igual, es impresionante como canta y mantiene vivo su registro vocal, arriesgándose a subir a notas demasiado altas y manteniéndose en esas alturas por tiempo prolongado. Su show es radiante, colorido y muy dinámico. Lo que he escuchado en sus grabaciones es impecable, pero su proyección en vivo es grandiosa. Me encanta la versión de Whole lotta love de Led Zeppelin interpretada muy a su estilo.

John Butler Nacido en Estados Unidos y radicado en Australia desde temprana edad, este excelente guitarrista se dió a conocer por el éxito rotundo de su proyecto John Butler Trio desde sus discos Thee (2001), Living 2001-2002 (2003, disco recopilatorio de sencillos) y Sunrise over sea (2004); con los cuales recibió disco de platino en Australia por cada uno. Cantante e intérprete de varios instrumentos como armónica, didgeridoo, batería; se especializa en instrumentos de cuerdas como lapsteel y banjo, siendo la guitarra de 12 cuerdas su instrumento principal, tiene una técnica muy interesante y original, utilizando incluso una afinación alternativa en la guitarrra (de 6 a 1: C, G, C, G, C, E; para los que tienen la guitarra en casa y quieren experimentar). Tiene influencias muy fuertes de la música celta e india, las cuales son evidentes en su estilo, pero lleva su música hasta el blues rock y funk, siendo muy versatil y con una gran riqueza tímbrica. Labrapalabra 41


ChoQuibTown, madera fina del Chocó para el mundo Por Carlos Polo

D

esde una región convulsiva, hermosa por su riqueza natural, golpeada por diferentes plagas, nos llega una propuesta que huele a río, a caoba, ceiba, a selva. A golpe de hip-hop, orgullo de raza, currulao, electro, funk, ritmos folclóricos oriundos del Litoral Pacífico, salsa, reggae y toda una amalgama de eclécticos sonidos. ChocQuibTown conquista la escena nacional de forma unánime y poco a poco se va robando los corazones y comiendo a pedazos el mundo entero con su propuesta. La música de sus ancestros, el tambó, corre por las venas de estos maestros de ceremonia (MC’s) con el tumbao inconfundible y las características endémicas de su raza y de su gente. ChocQuibTown es sabor, delta del río, pescao, bunde, oro, llanto de Murindó, Acandí, cativo, fiesta y son tropical, denuncia y tradición, bambazú, agua abajo, samplers y beats electrónicos; justamente los que domina con gran presteza Slow (Miguel Martínez) productor encargado de las texturas y responsable como productor de este sonido fusión que coquetea alegremente entre lo urbano y postmoderno. Con los aires ancestrales y míticos del Litoral Pacífico, Tostao (Carlos Yahany) un respetado MC que con su rapeo gozón, gran carisma y desenvoltura, arrolla en tarima. De niño lo sedujo el básquetbol, la salsa, el hiphop, la plena panameña, el ragga y todo ese goce afrodescendiente que invita a la fiesta, a la alegría y la rumba. Por ser pacífico lleva en el alma y en el corazón los sonidos de la selva, su folclor, el rap y es un visible motor de la agrupación. Goyo (Gloria Martínez) versátil MC que acompañó durante algunas temporadas a la reconocida banda Sidestepper. Formada en la tradición como cantaora, igual que su madre, le imprime el sello de la identidad y la carga raizal que caracteriza al grupo que lucha por llevar un paso adelante su cultura, sus sonidos típicos, una vanguardia que mezcla el sabor del pasado y mira hacia el futuro con dignidad. Para algunos el Chocó es sinónimo de problemas de orden público, desplazamiento, terratenientes, bacrim (bandas criminales emergentes) olvido estatal, una realidad difícil de sobrellevar que sólo su gente de bien, su gran riqueza étnica, sus bosques húmedos, pulmones del planeta, y toda la enorme cara positiva de la moneda hacen más simple sobrellevar, por eso los ChocQuibTown botan sus descargas de buena

...no fue una idea sino que ese era el resultado, de forma natural cuando rapeabamos o cantábamos sonaba al Pacífico. Las palabras, los acentos, y además las letras describían como se vive allá. Todo se fue dando de forma natural y el resultado es este energía e invitan a la rumba con sus música pegajosa, que camina desde el Atrato y se comunica con el Sinú, una música que le saca sonrisas a los pies y con su flow no hay cadera que se resista, con su folclor moderno y renovado van conquistando a las nuevas generaciones y de paso los van acercando de otra forma a la música tradicional. La banda se formó en el año 2000 de manera formal y las expectativas de su innovador sonido y experimento comenzó a dar sus frutos cuatro años después, ya que consiguieron una mención de honor en el exigente Festival de música del Pacífico Petronio Álvarez, entre sus primeros reconocimientos. Su disco Somos pacífico (2006) del que desprendió el sencillo con el mismo nombre, fue un éxito rotundo que terminó por consagrarlos, rotando con mucha aceptación entre bares, discotecas, emisoras, prendiendo la rumba, la canción se movió rápidamente entre los radioescuchas y para algunos es una especie de himno del litoral. Entre otros reconocimientos se encuentra El festival hip-hop al Parque (2004), un premio Shock (2007) y un premio Nuestra tierra (2008). La agrupación se viene codeando con los más reconocidos arreglistas y productores, maestros del folclor, intérpretes de talla nacional e internacional: Iván Benavides, La 33, Pernett, Richard Blair, Oxmo Puccino, con el que grabaron París-Bogotá (2008) y en el segundo semestre del mismo año le regalan a sus seguidores El bombo. Justo en el 2009 nos presentan Oro, una vez más enalteciendo su región, haciéndola visible con un enfoque nuevo, revisitado, pleno en sus raíces. Los CQT no son hip-hop duro ni agresivo, menos beligerante y combativo, sus letras son postales costumbristas, invitación al baile y a la fiesta, sobre todo identidad del Pacífico. De la mano de su propuesta los muchachos han viajado al

extranjero llevando su folclor del futuro con la cabeza erguida y henchidos de orgullo, mostrando justo esa cara amable con su música del mundo, marca indeleble de nuestro planeta globalizado. El Chocó, Quibdó, la ciudad, eso es en esencia CQT, con sus reconocimientos, sus viajes al extranjero, sus amoríos con los medios, los conciertos por el país, los diferentes compilados donde sellaron sus temas, Apegue y vámonos, Lotería beat mixtape, Agua/canto para que fluya. CQT se instala en el panorama musical dejando su huella. Cuando Tostao y Goyo compartían el mismo equipo de baloncesto en aquella lejana época de niños, nunca llegaron a imaginar, ni siquiera un poco, que tan lejos los iba a llevar un sueño y esa extraña magia que significa creer en su tierra y en su gente. Para aclararnos definitivamente sus orígenes, su trayectoria, para dónde van y cuál es su búsqueda, los CQT responden. ChocQuibTown, en sus propias palabras. ¿Cómo nace CQT?

ChocQuibTown nace a inicios del 2000, tras una conversación y un fuerte convencimiento de hacer música entre Tostao y Goyo, que esa época se movían en el movimiento de hip-hop de la ciudad de Cali. Una de las preguntas que se hacían era que si nacieron en el Chocó, criados con tanta música, por qué no hacían una propuesta que reflejara a aquello en las letras y en la música. Slow en ese momento tenía 13 años y no pertenecía a la banda pero si estaba presente en los ensayos y conversaciones entre Tostao y Goyo y poco a poco con directrices de ellos dos se fue vinculando al proyecto como MC y luego programando las ideas que entre todos tenían. El grupo tuvo otros integrantes, pues pensábamos al principio en hacer un colectivo de raperos chocoanos. ¿Cómo surge la idea de mezclar el hipLabrapalabra 43


Hacerlos visibles y poder, desde la música, dar un aliento y confianza a la gente con lo que tenemos y lo que somos, no pensando que todo va a mejorar sin hacer nada, sino que la gente tenga un sentido de pertenencia más fuerte para poder luchar unidos y convencidos de que sí se puede. ¿Qué creen que tiene de especial el tema Somos pacífico, dónde radica su éxito y su aceptación en todas partes?

hop, el electro con la música del Pacífico?

Pues realmente no fue una idea sino que ese era el resultado, de forma natural cuando rapeabamos o cantábamos sonaba al Pacífico. Las palabras, los acentos, y además las letras describían como se vive allá. Todo se fue dando de forma natural y el resultado es este ¡Toda la música con la que crecimos se siente en lo que hace CQT!

¿No se está convirtiendo en una especie de fórmula exitosa el hecho de mezclar la música tradicional con ritmos folclóricos, no es una especie de atajo para llegar al mercado extranjero?

Sí, posiblemente eso sí ha ayudado, pero en nuestros inicios cuando escribimos Somos pacífico creímos que era para el Pacífico y resultó siendo que se identificó mucha gente con la canción ¡Y no sólo a nivel nacional! Sabemos que hay gente que piensa la música y no la siente y se aprovecha de fórmulas para surgir, pero eso se siente y es fácil de identificarlo.

propio, un sello distintivo ¿Cuál es el de CQT?

Es mezclar la tradición con lo moderno, es salirnos de los esquemas y poder mostrarnos como somos: el resultado de la Internet y de la globalización, pero con buen gusto, sintiendo que nada es imposible ¡Y disfrutando de las libertades de las nuevas músicas! Lo urbano, lo rural y lo nuevo. Algunos sectores puristas y radicales en la escena hip-hop nacional los miran con un desdén rabioso, incluso los vetan y no le dan cabida a su propuesta ¿Cómo se sienten con estas posiciones radicales y que tienen para decirles a este sector incomodado?

Sí hemos hecho canciones de folclor y también de hip-hop, pero tratamos de dar rienda a nuestra imaginación y la mayoría de las veces se nos ocurre que suenen a la forma de CQT. Y también tenemos una posición, pues la idea es imponer un estilo propio sin perder las raíces que nos han marcado tanto, realzando nuestra cultura y nuestra raza. Los gringos inventaron este estilo en los ochenta. La idea es no repetirlo si no evolucionar. ¿Y porqué no con la música nuestra?

Realmente no sabemos si nos han vetado, pues desde que empezamos a tocar siempre lo hicimos con esta propuesta y en todos los espacios donde suena el hip-hop. Sí sabemos que hubo incomodidades de parte de algunos artistas al principio, pero lo paradoja de esto es que actualmente ya hay más pertenencia hacia Colombia y empiezan a incluir en sus beats sonidos como el de CQT y hasta a tocar con instrumentos en vivo. Y creemos que más es el miedo que se experimentaba al ser una propuesta nueva, y la diferencia de todo esto es que nosotros no sólo estábamos en espacios de hip-hop, sino también en los alternativos, etc. Lo que tendríamos para decirles es que es importante conocer la historia, la música, y la cultura del hiphop norteamericana para no quedarse ahí, trabajar en propuestas propias y poder decirle al mundo ¡A esto suena el hip-hop colombiano! No un único sonido, pero sí darle un carácter a este.

Dentro de la búsqueda de un sonido

¿Cuál es su posición frente a los du-

¿Por qué no hacer hip-hop puro o folclor puro por ejemplo?

44 Labrapalabra

La música, las sonoridades de marimbas del Currulao mezcladas con beats de hiphop, la letra que es bastante descriptiva y logra evocar paisajes en la gente que la escucha. Aunque realmente, si uno le pregunta a la gente o a los fan, tal vez te respondan otras cosas totalmente distintas. ¿Cómo hacen unos muchachos normales y soñadores del Chocó para campear el tema del súbito reconocimiento masivo y el complicado aluvión de la fama?

La calidad de la música, puede ser porque trabajamos en ello, dándonos por completo en el escenario y haciendo la música que sentimos debemos hacer, el amor de la gente y que por fin con la Internet la gente escucha lo quiere y no lo que dice la radio. Podrían resumir en pocas palabras la esencia de su propuesta.

La esencia de nuestra propuesta es la música del Pacífico con ritmos del mundo que nos siguen llegando. Para los años venideros y el futuro inmediato, ¿qué podemos esperar de la agrupación, en qué están y para dónde van?

Estamos en la reproducción del próximo disco de CQT; mientras tanto estamos dando un adelanto son dos tracks: En círculo y Cha, cha, cha. Tenemos lanzamiento en marzo de nuestro álbum Oro con nuevas versiones y canciones de Somos pacífico, álbum en E.U. con el sello NATIONAL. Y en Europa con World conection. Vienen giras por Europa, E.U., África, Shangai y Latinoamérica. Uno de nuestros sueños era estar nominados a los premios Grammy ya lo estuvimos con nuestro álbum Oro en el 2009 a mejor nuevo artista, ahora la idea es ganarnos varios y porqué no, el Grammy anglo.

Miss Glow Swanson Erotiza con su baile, desencadena sueños con su mirada

M

Por Francesco Vitola Rognini Miss Glow Swanson es un lienzo milanés perlado sobre el

que contrastan once tatuajes. Dos estrellas negras en el punto donde se encuentran la clavícula y el hombro. Un diamante cerca del tobillo izquierdo, de lado interno. Miss, en el interior de su muñeca izquierda. Glow, en el interior de su muñeca derecha. Ambos en itálicas. Rosas rojas en su hombro derecho. Un par de golondrinas —en el abdomen bajo— que pasan desapercibidas (junto con los otros tres tatuajes) cuando se desnuda casi por completo y su níveo cuerpo resplandece reflejando la luz, atrayendo las miradas, deteniendo el tiempo, haciendo audible el silencio, provocando irremediablemente algún aullido atávico.

Miss Glow se despoja de su ligera indumentaria plateada, el

resplandor aumenta de intensidad cuando la luz toca su piel. Reluce su delgada y sensual figura. Anda con pasos medidos, seduciendo en un ritual minucioso, sin afanes. Se muestra tímida en medio de dos abanicos de plumas blancas de avestruz que despiden un halo de escarcha plateada como polvo de diamantes. Los movimientos refinados hablan de una mujer apasionada, pero reservada; no hay arrebatos. Es una mujer cómoda con su libertad.

Gloria respondió algunas preguntas luego del espectáculo que presentó en el V Carnaval Internacional de las Artes de Barranquilla. Pero antes un fanático la abordó, le besó la mano y le pidió una fotografía. Unió su rostro lo más que pudo al de Glow, mientras ella sostuvo una expresión amable. No es una diva, es una muñeca de porcelana que emite calor humano. El público joven la tomó por una diosa, una suerte de reina alternativa del V Carnavales de las Artes.

?

ros problemas de orden público y las diferentes complicaciones que le toca enfrentar a su región?

¿Cómo te preparas para las presentaciones, tienes algún ritual?

Sí, hay un ritual. Cada vez que se prepara un espectáculo se debe ir en búsqueda del más mínimo detalle: la vestimenta, el maquillaje, el peinado, la música —de los cuarentas o los cincuentas, jazz preferiblemente—. Todo eso hace parte de crear el personaje.

sensualidad para envolver al público. En escena soy muy segura, pero en persona soy muy tímida. ¿Antes de trabajar en el Burlesque, a que te dedicabas?

Estudié cine y teatro. Fui secretaria en un banco, camarera, barista. Lo mejor y lo peor que le ha sucedido durante un show.

Lo peor, un vestido que no abría. Hice un poco de humor, algo de ironía. El público rió, así que no fue realmente malo. Lo mejor, en Estambul, hace un año. Fue una bella noche. ¿Cómo fue trabajar con Vodoo Deluxe?

Fue una linda experiencia, comencé con ellos haciendo videos, shows, sesiones fotográficas. A ellos les estoy agradecida por ayudarme a organizar mis primeras presentaciones. ¿Cuál es la diferencia entre las Pin-up y las mujeres del nuevo Burlesque?

Algunas modelos Pin-up también hicieron Burlesque, pero no tienen por qué estar ligados. Primero aparecieron las Pin-ups, chicas voluptuosas, modelos que no se desnudaban, mujeres como Bettie Page. Las que hacemos Burlesque somos mujeres normales, no modelos, y hacemos un baile sensual. A veces, algunas chicas hacen ambas cosas, pero no es común. ¿Encuentras parecidos entre Italia y Colombia?

No. Aquí la gente es gentil, disponible. Al norte, en Milán y sus alrededores, hay mucha distancia entre las personas, se tiende a confiar poco en la gente. Aquí son más tranquilos, relajados. También está la diferencia climática.

?

¿Qué recuerdo te llevas de Colombia?

La gentileza.

¿Cuántas propuestas de matrimonio te hacen anualmente?

No pienso en el matrimonio como una posibilidad, me gusta la libertad. Quizás la pregunta debió ser ¿cuántos acosadores te persiguen anualmente?

No muchos. No muchos.

Glow sonríe mostrando unos dientes más blancos que

su piel marfilada. Sus ojos celestes producen un efecto hipnótico, levanta sus 45 kilos del sillón donde se desarrolló la entrevista y me regala dos besos primero, luego un tercero y dice: —Ya nos conocemos.

En el escenario soy yo misma, pero acentúo mi

Gloria resplandece en cada fotografía que le piden camino al palco. Cesare Cicardini, fotógrafo y amigo personal, la conduce de la mano entre los espectadores del siguiente evento, pasan entre los lagartos que halagan para conseguir favores, evitan tropezar con los afectados de debilidad neuronal, y desaparecen de la vista como invitados incógnitos, a salvo de las garras del público caprichoso y tocón, en dirección a las entrañas silenciosas del Teatro Municipal Amira de la Rosa.

Fotografía de Rafael Pabón

Labrapalabra 45

¿Cómo te iniciaste en el nuevo Burlesque?

El nuevo Burlesque le da importancia al vestido, a la moda. Así que mi pasión me llevó, a través de una amiga que ya lo hacía, hasta ese juego entretenido, en principio, que luego se convirtió en un trabajo, en una forma de vida. ¿Eres una actriz natural?


Narrativa grĂĄfica

46 Labrapalabra

por roberto rodrĂ­guez

Labrapalabra 47


Poesía e imágenes

John Galán Casanova Pródigas, 3 Con la minuciosa laboriosidad de una madre recorro esta casa. Me tardo en cada sitio. Registro cada rincón. Todo me resulta ajeno, extraño. Ningún recuerdo le calza a la situación actual de mi alma. Ni la nostalgia ni el hastío me deparan la posibilidad del pasado. Si éste es el lugar donde he vivido me pregunto entonces en qué lugar habré muerto.

Cavilaciones de viejo, 3 Soy lo que me resta de memoria: un desván de techumbre agujereada desordenado de imágenes que elijo al azar para nombrar los motivos de una feraz melancolía. Allí logro hacerme a un tiempo que los rigores del día y un porvenir temeroso desvanecen. Reclinado en todo aquello que he amado, al abrigo de preciosos jirones de esplendor, reposo en los intersticios de esta recia contienda que pierdo contra la muerte.

Escrituras, 1 Luego fueron las palabras cotidianas. las que bendecían los alimentos las que deseaban los buenos días las de nombrar los dolores: se te fueron muriendo en la boca a pesar tuyo. Entonces te valdrías del papel para salvar esas palabras urgentes.

Fotografías de Catherine Ortega 48 Labrapalabra

Al deletrear penosamente tus fatigas ibas leyendo el itinerario de tu muerte. Labrapalabra 49


Mayra Alejandra Díaz I Lo que sucede es que luego del amor, No quedan más que casas abandonadas. Aunque siempre sea así Aunque hayan estado llenas — sólo de a ratos — En los cuartos Una que otra tarde calurosa, en el patio. Los baños casi siempre. Y ya. Es eso el amor. Llenar ciertos lugares a veces. La cama, los ojos El baño, la piel El patio, los labios. El amor no es otra cosa que desgaste continuo. Hasta que una noche, después de una negra sorpresa de madrugada. Nos hayamos vacíos. Desnudos y vacios. Y emprendemos la fatigante labor de buscarnos. De recogernos, debajo de la cama, dentro de los cuadernos, en las fotos. Pedazos de nosotros llegan a quedar en las lámparas, las copas, la hendidura de la puerta. En todos lados. Del desintegro al amor, no hay ni siquiera un paso. Hay un suspiro, Y como señal de muerte. Un beso.

II Jugar a que seguimos acostados sobre esas hojas naranjas A que caminamos cuando todos duermen. Cuando la ciudad se abre en espectáculo nocturno, solo para nosotros. Con todas esas risas olvidadas en las esquinas, Con los perros recogiendo los últimos huesos De los sobrevivientes del amor. A eso vinimos… A jugar eternamente al amor. A convertirnos en los fantasmas libidinosos que advierten en la distancia Hermosos cuerpos desnudos. 50 Labrapalabra

A ser los suicidas a sueldo de tristeza una vez por mes. A embriagarnos, escuchando el silencio de tus cuerdas cada dos atardeceres. Formamos parte de este juego nocivo y salvador Que nos impide si quiera pensar en abandonar la partida. Pero tú no lo notas E insistes en hacerle caso omiso a los sueños. Y en preguntarte incrédulo. ¿De donde vienen estas hojas naranjas que caen todas las mañanas a mis pies?

Me asusta no saberte mujer No haberte encontrado en mi primer sueño húmedo de adolescencia. Porque las mujeres también soñamos húmedo Y es más interesante que soñar romántico. Me asusta además, no haberte tenido en ninguna de mis amigas del colegio, O a la salida de este, esperándome como esos chicos que se sentaban en la tienda de enfrente. Me produce un miedo terrible saber que el primero que tomó mi mano, Usaba bóxers y se masturbaba dos veces por semana. O que en mi cuaderno de nombres prohibidos no estuviese el tuyo, ni tu teléfono. Es escalofriante, tener que abrir la puerta del cuarto, Y que del otro lado, no aparezcas, Y me vea obligada a seguir extrañándote Porque no hay manera mas eficaz para amarte que extrañarte…desnuda y debajo de mis brazos, Extrañarte Desnuda y erguida y entera, como sueles serlo. Pero hay una cosa que me asusta más. La invalidez del tiempo y el suicidio colectivo de las ausencias. En resumen… Que estés ahora a un lado de mi cama, moviendo tus nalguitas precoces para hacerme suspirar, y que el miedo ande tirado en el suelo, Junto con tus principios y mi ropa. Labrapalabra 51


Rubén Darío Mejía Vértigo de horizonte En la profundidad de este universo limitado desde el oscuro misterioso hasta el claro selenita encendido soy partícula sorprendida de cielo asombrado pasajero de lo incierto relámpago furioso seco apagado viajero nublado de atardecer extremo. Puntual el arrebato rojo se azuleja entre blancos poros apagándose sobre el espumoso negro. No solo veo con los ojos el sentimiento es mirada fija la emoción es imagen tridimensional el dolor tiene su gráfica creada el sueño teje los registros imposibles el alma laboriosa borda la esperanza. De tanto mezclarse la vida se amalgama dejándonos una espesa ansiedad atónita descuidada cual meditante ido en su plegaria.

Pequeña gota de rabia Hay días que traigo la rabia como una guirnalda me siento coronado de piedras, espinas, garrotes, sangro la piel de sudores angustiantes, malignos, me desahogo a moco tendido, astillas de cristal pegajoso, pronuncio salivas venenosas, explosivas, corrosivas, ruines, subo por los delgados peldaños de la ira constante y menudita danzo pateando los cuerpos de imbecilidad, la injusticia, y el miedo, me desplomo en la balanza desequilibrada de una comunidad enferma arrastro la esperanza como arropadora túnica raída de la ensoñación robada, la realidad espanta el sueño, al cuerpo cansado cuesta un poco mas sostenerlo. los pensamientos se vuelven enjambres de zumbido en espiral creciente las derrotas puntean la gran maratón que nos premiaran con medallas de plomo asfixia, ahogamiento, suspiros, taquicardias, temblores, estremecimientos, todo lo que trae dolor se suma a la escena mientras cae el telón de este teatro infierno, me dieron la razón, me dieron los ojos, y me dieron los fuegos llamados sentimientos, con ellos me quemo cuando el pensamiento se asquea de la realidad que veo, hoy tengo esta espada clavada mi pequeño amor ahogado en la ira tengo la felicidad resquebrajada, ajada, vencida, tal vez mañana mi pequeña gota de rabia amanezca seca. 52 Labrapalabra

La noche llega presurosa la tarde ha sido desplazada aun no hay noticias del mañana el vértigo se acerca tumultuoso quiero escapar pero soy plomo el avestruz que me habita oculta su cabeza hay que días que el desgano me alcanza y rebasa. Han escapado los tonos de fuego se posesionaron los hijos de la nieve una sensación helada me recorre.

Sonata de otoño Quisiera poder detener la vida en la piel de la hojarasca del Otoño‫‏‬ la que me propone armar con sus retazos el cerebro encandilado de van Gogh, qusiera la paz del firmamento cuando desfila la inmensa nube con su rebaño‫ ‏‬de ovejitas lanudas sobre un mar almohada de azul claro, quisiera detenerme en el amor, el del pasado, el del presente, el efimero, el eterno, el inconcluso, el clandestino, el de fuego, el ausente. Labrapalabra 53


El bosque de fabulas sin moralejas (Continuación de la pág. 38)

Gustavo Arrieta

sukua nagua ella los llama pero es ella quien siempre va.

Sukua nagua niño venga

+

La hermana betsabé los llama es una jaba vestida distinto su hábito gris eterniza su fe ellos sukuas exiliados no saben quién es el dios del que tanto se oye ni qué la cruz tan pesada las otras monjas tampoco están aquí en el corazón del mundo como marcapaso obsoleto aprendiendo y enseñando un himno distinto al suyo ellos los sukuas repiten la lección del naji jate que está en los cielos y califican “e” estupendo estupefactos extraviados estúpidamente elegidos mientras la conciencia tolera aguarda asquea el dulce

Los caminos son conjurados de la erosión del hombre del agua del viento en el trabajo comunitario del pueblo como hormigas ante las hojas las malas huellas del tiempo borradas la pesada piedra en la uña rodada el cadáver del árbol vuelto fuego el discurso de la lluvia desviado lo pantanoso drenado lo pedregoso escalonado el camino se asfalta de rastros nuevos de pies descalzos y de bestias en sus cascos de hojas secas de aguacates y de estrellas entonces el camino brilla en su luz se amansa se acorta se nivela acaricia acompaña aconseja el camino por donde el alma se queda cada vez que se viene o se va

54 Labrapalabra

desde nubizhaxa a la bodega y viceversa + La sutil discreción para bañarse en el río la comparo con la comunión del feligrés recibiendo el cuerpo y la sangre del cristo se desnuda de su piel se sumerge hasta los tobillos oculto dentro de una piedra en posición fetal de sus manos como cascadas se desborda el agua bendita sobre el cansancio el hambre o la felicidad el kaggaba es otro al regresar del río su piel es barro nuevo su lengua manantial de saciedad su cabello un pétalo de la noche sus sienes y ojos un par de cielos cuando viene del río el kaggaba es río a menudo me baño ahí y sólo siento frío.

El templo donde dirige las oraciones es un auditorio de 20 metros con puertas de vidrio, recuperadas de las ruinas de un conjunto residencial que se derrumbó en la ladera occidental de Barranquilla, el Carson Mirador. Mientras otros miran televisión, o tejen forros de celular o revisan fólderes de sus casos, Barraza se desvela leyendo la Biblia y agradeciéndole a Dios por estar aquí. Insiste que lo que más hace es agradecer. ¿Disfruta el encierro? ¿Se amañó? Responde que no. Fue que enjaulado, experimentó su conversión religiosa. Habla como todo un pastor, aunque reclinado sobre una reja, levantando la barbilla con desgana. Para él todos los días son el mismo, domingo de culto. “Para Dios no hay casualidades. El propósito de venir a este lugar fue conocer su misericordia. Le sirvo aquí, en la misión de restaurar al hombre”. Palabras reposadas. “Era parte del problema, ahora soy parte de la solución aquí… para que salgamos, para ser buenos padres”. No me quita la mirada de los ojos, ni se conmueve al hablar del futuro que planea. Había dicho que no tenía hijos, ¿qué quiso decir con eso de ser buen padre?. Piensa montar una iglesia cuando vuelva a su barrio, “para seguirle sirviendo al señor”. No le niego que sea el uso más sensato para la experiencia de redención que está acumulando en la prisión. La graduación como pastor le servirá cuando salga libre. Físicamente, porque dice que espiritualmente ya lo es, pese a las cuatro paredes que lo aprisionan. Su feligresía escucha el discurso desde las celdas contiguas. Uno es Jesús Rosito, en juicio por violación. Según él, debido a una novia que abandonó y “se puso a inventar muchas cosas. Aquí me convertí a Dios”. Y en la subsiguiente, Luis Miguel Hurtado. Tiene 47 años, y lleva 21 meses en el Bosque. Lo acusan de haber violado a un amigo en Villa Esperanza, barrio de Malambo. La misma víctima presentó los cargos. Tiene un ojo que mira para donde le da la gana cuando le da la gana, bemba y nariz pronunciadas, y manos que hacen sentir un niño a quien lo saluda. Es un campesino negro y ancho como un escaparate, de Soplaviento, Bolívar. “Yo me crié en el campo, aquí me he dedicado a eso”.

Se encarga de aplicar las enseñanzas de su abuelo en el huerto de la cárcel. Cuida las maracuyás que le dan vida al jugo favorito de todos, según él, y siembra plátano y yuca en los platos de otros reos. Pasa los días en el patio, al lado de la cancha de fútbol, en cultivos de cebollín, guayaba, tomate de árbol y ají. Una cinta amarilla con vetas negras, usada en escenas de crímenes, sirve de cercado para evitar que pies destructores afecten las parcelas que nutren la cocina del penal. También hay un galpón donde crían 150 pollos, y una porqueriza con unos 20 cerdos apiñados tras mallas metálicas. Pueden ser los únicos que roncan imperturbables en el Bosque; libres de pesares abre-párpados, y de recuerdos imborrables fundiéndose en un caos de pesadillas. Una voz que le truena desde el pecho a Luis, contrasta con el suave balanceo de brazos que acompaña sus palabras. Explica sus labores matutinas: meter pala, rociar agua, recortar ramos y sacar raíces. Una Biblia, un ventilador y ya, hacen ver su rincón de reposo vacío, más amplio que el resto de celdas. Exhala un aliento ácido, sudor con olor de frutas impregnado todavía. La fe trasnochadora es su instrumento para olvidar el calendario; lo tiene sin cuidado saber cuándo es miércoles de visita conyugal, sábado de visita de varones o domingo familiar. Qué más da, nadie viene a verlo nunca. La Biblia tiene suficientes páginas. Y los cultivos y corrales necesitan mantenimiento todos los días por igual. 11:45 de la noche. Arrastran el tedio de un día iniciado a las 5:30 de la mañana, pero no se ve nadie dormir. La vida se consume lenta. Entre una cueva y otra pasan sombras de ojos rojos. Se oye el restregar de ropa bajo regaderas sin luz. Verbenas que invitan a despelucarse murmullan desde pantallas, rodeadas de hasta tres reos metidos en una sola celda para verlas. Comienzan partidas de damas chinas con tapas de Big Cola, sobre cartones de cuadros dibujados a mano. En esta prisión, la falta de sueño iguala a todos los hombres. Sin distinción de religiosos, ni asesinos, ni ladrones, ni violadores, ni corruptos, ni policías; sean beneficiados por la Justicia, o sean olvidados. Todos encarnan historias sin moralejas. En el Bosque se narra un cuento eterno. Aislado. No tiene hadas,

elfos o seres mágicos, sólo un revoltijo de la monstruosidad humana enlatada. El único encantamiento sería su inmunidad a la deforestación. Y el hechizo que protege a sus resignados habitantes contra los brazos de la noche. Aunque no quieran. Los presos no duermen; les sobra tiempo para hacerlo. El insomnio es el clima perpetuo. Cada cual encuentra en sus terrenos un tratamiento para su pena particular. Como incapaces de descansar realmente, como si fuera parte de esa libertad que los rehúye. Será la culpa, o el miedo a las pesadillas, o la decepción de alcanzar a soñarse libres y despertar con el mismo muro al frente. O algo más. Donde el sueño y la vigilia mezclan sus primeras aguas, pueden mantener los fantasmas de los recuerdos a raya; imaginar que las cosas son como quieren. Los libres de afuera se empantanan en alcohol hasta lograr un chapuzón de felicidad. A los culpables de adentro les pasa parecido. El cansancio amontonado termina por confundir la mente. Van perdiendo conciencia de sus males, y las ilusiones se hacen más fáciles de hilvanar: Eduardo salva vidas en un templo. De paso, recauda grandes sumas de dinero y anda en camioneta, capítulos no confesos de su sueño de ser pastor. En los silencios, entre sus versos, el Guajiro Cantautor se ve grabando un disco, cantando en una tarima en Camarones. Miles lo aplauden, entre esos sus hijos y su esposa, que sube y lo abraza. Roland carece de elaboradas fantasías para sumergirse. Sólo lo persiguen deseos contados a susurros, apartado de los demás. Bautizar a su segundo hijo, y darle monedas para que juegue “a lo bien”, en esas maquinitas tragamonedas que dice que no se robó. Se conformaría con verlo llegar a reír en esa piscina que armó hace un rato. ¿Alfredo?, no me contó pero seguro se pinta de concejal, trabajando por el pueblo. Esas ideas van y vienen. Son el único paraíso a su alcance. Se arraigan y toman más fuerza, con cada momento que transcurre sin que se vuelvan realidad. Mientras, los reos van y vienen entre la espesura de rejas y de cinismo. Sombríos divagan; ahuyentan la claustrofobia con sexo imaginario; intercambian películas; juegan cualquier cosa y se burlan a cada hora; cuando los guardias pasan del lado de la libertad con cara de sueño, envidiando en silencio su colchoneta. Labrapalabra 55


Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta

Servicios • Biblioteca Piloto del Caribe • Biblioteca Infantil Piloto del Caribe • Archivo Histórico del Departamento del Atlántico • Espacios Culturales: Parque Aduana Elbers, Plaza de la Aduana, Auditorio Mario Santo Domingo, Galería de la Aduana, La Arcada Antiguo Edificio de la Aduana Vía 40 # 36 - 135 PBX: 3792949 www.clena.org info@clena.org Barranquilla-Colombia 56 Labrapalabra


18 Voy anotando en imágenes: las entrelíneas de un temblor, un cociente furtivo de la sombra, el residuo de un relámpago. Voy copiando modelos: la vida apretada en un muñón, la síntesis que se completa en un suicidio, un pan que rompe un beso. Voy subrayando textos: el vacío que suspende una frase, una palabra que pierde el equilibrio, una disonancia que canta. Voy llenando dibujos: el modo con que practico el infinito, la ocupación también transitoria de la muerte, el préstamo sin garantías de esta realidad. Voy llegando al comienzo: la palabra sin nadie, el último silencio, la página que ya no se enumera. Y así encuentro la forma de probar que la vida calla más que la muerte.

Roberto Juarroz

Síguenos en Twitter www.twitter.com/labrapalabra labrapalabra@gmail.com

LP issn 2011-1576 Fotografía de Catherine Ortega


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.