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ANIQUILACIÓN PROGRAMADA
ÉDGAR GERMAYED CUÉLLAR PABÓN, VENEZUELA.
De niño escuché siempre los mismos sermones que de adulto; sermones convertidos en mantras repetitivos a fin de calmar los trágicos desesperos del hombre mortal. Los optimistas niegan desde antaño la auténtica naturaleza del mundo: ilusionados en superar al Sísifo, construyendo sobre arcilla majestuosos palacios de mármol, engañados a razón de la oculta corrupción infrayacente a los objetos, creemos encontrar refugio en aquello, aparentemente formidable, ignorando los subyacentes cantos erosionados a lo interno de ésta vida empegostada a las circunstancias ruines de un mundo sin salida, alivio, ni consuelo. ¿Qué esperar del mundo? La experiencia vívida a reflexión del hombre angustiado, explica las cosas sin agregar fantásticos mitos del mágico edén o cualquier otro invento en el afán de entregar en el hombre esperanzas traslúcidas no presentes jamás en la ordinaria cotidianidad mundana.
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Ni dioses salvadores, ni paraísos, ni musas abrazándonos mientras vocalizamos dulces melodías a honor de la gloria desaparecida. Del mundo se ha de esperar lo que le caracteriza y constituye: Destrucción a paso lento, al ritmo del tiempo, al vivir dentro la experiencia del inagotable portento disgregador de formas. La extinción es la regla de los anhelos, destructora de vanas esperanzas, pues amenaza constantemente el el sosiego y la devastación.
EL BAÚL DE LAS LETRAS…
Mundo, al ser tangible, concreto, material y justamente eso, lo material de un mundo desapareciendo día tras día, sujeto a disgregación, esperamos pues que una fracción de nuestras acciones desaparezcan en cuestión de tiempo. En sí mismo, las acciones del hombre tienden a desvanecerse en los polvorines revoltosos del luchador que de contrincante se tiene a sí mismo, a contener el avance de la destrucción de los cuerpos. Es esa la lucha constante, cotidiana, el método más o menos eficiente en detener a instantes la desavenencia del mundo, y de lo que hace del mundo un espacio, en esencia, hostil para la vida: La materia desaparece a ley del tiempo, los procesos de su irrevocable extinción manifiestan esa guerra permanente entre la conservación y la destrucción.
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Cuerpo al que observamos diario, lozano o demacrado, fuerte o frágil. Nos engañamos al percibir una suerte de piel danzante al son de vientos rejuvenecedores, fértiles a pedido del desesperado, no obstante, en contraparte, las arrugas grotescas del demacrado mienten tantas veces en amplia labor por recibir la brisa del encanto, de la vida que se busca y el tiempo impide. El caos característico del mundo ha de marcar fin al lozano cuerpo y presentar patente longevidad al demacrado; porque si algo cuya amenaza no advertimos- siendo a veces muy tarde-, es la enfermedad; sin aviso, ni piedad mucho menos, la muerte arrebata el corazón del viviente, ayer valiente, soñador, esperando el esplendor futuro de los espíritus ingenuos: Engañosa esperanza disfrazada de gozo.
El hombre cae, agoniza; el mundo no escatima en auxilios, oraciones o promesas de último momento. La materia enajenada en función de su propia vida útil, ilusiona en los primeros momentos de la vida y arremete sin pudor pasado el tiempo en que por naturaleza los cuerpos se agotan, desaparecen. Le es indiferente el hábitat dentro de sí del espíritu de la alegría, no conoce el sentido del ruego afligido, porque se trata, y es prudente dejarlo claro, de una guerra entre dos enemigos irreconciliables: Conservación versus destrucción.
EL BAÚL DE LAS LETRAS…
En el interior el cuerpo emplea líneas defensivas a propósito de exterminar virus, bacterias o células rebeldes. Macrófagos y leucocitos patrullan sin cesar recónditos rincones del cuerpo, buscando e identificando amenazas, en tanto, células enemigas [ciertos tipos de cáncer], emplean tácticas bioquímicas que neutralizan la función de leucocitos y macrófagos a intención de burlar defensas del sistema inmune y cumplir el objetivo de colonizar órganos sanos hasta llevarles a insuficiencias dramáticas e irreversibles. Como respuesta a tan desmesurado blindaje, múltiples patologías son capaces de anular batallones leucocíticos, causando, para sorpresa de la ciencia, la muerte física en hombres y mujeres sanos en apariencia, lozanos en mirada, en semblante; lícito pues preguntarse ante el vacío de respuestas concisas y perturbadoras dudas: ¿Qué podemos hacer ante una cardiopatía congénita no detectada por los médicos? ¿Cuántas personas han fallecido a causas de muerte súbita por deficiencias cardíacas? ¿Qué tipo de defensas natural posee el organismo para neutralizar amenazas ocultas?
Sin exagerar, nuestro cuerpo, la materia que le compone, está programada para la destrucción, vida útil de unos años. Se nos escapa de las manos poder controlar la actividad de cada célula, de observar el comportamiento de ciertas bacterias nocivas, de identificar posibles presencias víricas peligrosas. Realmente es incierta la realidad cotidiana de cada órgano, sangre, tejido ósea. Ellos están librando encarnizadas reyertas, eliminando enemigos segundo a segundo, minuto a minuto. Entre esos bastos enemigos que deambulan por nuestra sangre sin siquiera percibir amenaza alguna se cuentan los microsarcomas [células cancerígenas solitarias] desmanteladas por la acción permanente de la infantería leucocítica y aliados enzimáticos que lanzan alarmas a instantes de percibir amenazas serias para el cuerpo, acribillando las células guerrilleras salvando –temporalmente- al vivo de la muerte.
Afuera luchamos para comer, buscando trabajos y encontrando malos pagos, frustrados, sin dinero, dependientes, la guerra declarada entona las armas del hombre y su organismo para salir victoriosos en batallas sin fin; fíjense en los glóbulos blancos que no dan tregua en la ardua lucha por limitar la acción de millares de enemigos sin misericordes, bien dispuestos a despedazarnos casi que por capricho.
EL BAÚL DE LAS LETRAS…
Forzados a pensar para clarificar los caminos ocultos del devenir, detiene siempre su atención- el hombre- en la incertidumbre económica, política, social, familiar y las urgencias notables al padecer síntomas físicos de índole diversa, sin embargo, nuestra preocupación mayor es mantener sano un sistema tan complejo como lo es el organismo corpóreo. Posiblemente atendamos poder sobre asuntos económicos: pagar deudas empeñando o vendiendo algún bien para solventar problemas inmediatos, en tanto, no sucede lo mismo al tratarse de las causas patológicas latentes en nuestro organismo capaces, sin esperar advertencia, de aniquilarnos enseguida.
La última frontera no es el espacio exterior, ni lo profundo de las fosas marinas, es, sin duda alguna, nuestro organismo; su control se escapa, desconocemos la realidad de los órganos, que falta o sobra. Somos ignorantes de una realidad destructiva que a manera de monstruos escondidos almacenan sus tóxicos vapores en las cavidades profundas de nuestras entrañas. No es suficiente confiar en el sistema inmune, en medicamentos que aligeran por un lado y segmentan por el otro; ya ni los macrófagos garantizan protección ante las cardiopatías mortales, vasculitis agudas, cáncer terminal o esclerosis lateral, pues en el caso de las vasculitis o la esclerosis lateral amiotrófica, el sistema inmune, perfección a razón de la evolución molecular y memoria celular, ataca órganos, tejidos nerviosos, vénulas vitales, identificándolos como verdaderos e sistema falla, la artillería bombardea campo amigo agonía a quién se supone debería salvaguardar.
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EL BAÚL DE LAS LETRAS…
El organismo confabula en contra nuestra, lo que normalmente resguarda la salud de ponzoñas mortales, apuñalan a traición. Posiblemente por ahí, en algún sitio remoto, elementos patógenos peligrosos, ejércitos de células malignas o enjambres de virus dañinos andan conspirando, en proceso de contagio, para finalizar nuestra vida física sin siquiera estar [nosotros] conscientes de la amenaza encubierta del enemigo que yace en nuestro corazón, cerebro, vísceras o pulmón.
De algunos hombres se esperan patologías severas a consecuencia de hábitos tóxicos que a la larga manifiestan lesiones cancerosas, infartos o derrames encefálicos; ahora bien, no cabría posibilidad en que éstas patologías – reservadas para intoxicados a propósito de costumbres perjudiciales- desarrollen su potencial destructor en cuerpos sanos. Jóvenes con cáncer mamario, no fumadores con carcinomas pleurales, o deportistas muertos de inmediato por cardiopatías ocultas. Miles mueren por enfermedades extrañas, que, a pesar de exámenes médicos rigurosos, las causas, algunas veces no se explican ni se encuentran y otras se hallan después de fallecido el sufriente. Nos queda preguntarnos entonces: ¿Qué es la vida? Contextualizando la respuesta al plano físico, esperamos crudas realidades negadas por esos predicadores cuyo sermón reza: “Nuestro mundo, el mejor posible”.
Destrucción, agonía, dolor, frustración, sufrimiento, la vida es eso, sin agregar epítetos optimistas, porque ello mismo no existe a plenitud en la condena de los hombres, arrojados al cuerpo, obliga el peso de la incertidumbre, destructivo devenir de programada.
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