LUDUS|cuento
LECCIONES DE HERBOLARIA PARA PRINCIPIANTES POR ANIELA RODRÍGUEZ
lla estaba tendida sobre el piso, con apenas una colcha que la protegía del cemento frío. No podía dormir en la cama porque el colchón estaba demasiado viejo, demasiado mullido para mantenerse erguida y no sentir otra vez el piquete en el lado más bajo de la espalda. Lumbalgia, habría dicho el médico, no se levante de la cama, duerma sobre una plancha de madera y boca arriba; que duela todo lo que deba doler, dé masajes suaves con árnica por la mañana y por la noche. Flavio, tu vieja estaba tumbada ahí con el cuerpo entumecido por un nervio del que nunca antes habías escuchado, pero que era más tuyo que de alguien más. Apenas y les alcanzaba para las medicinas, pero habías hecho un hueco en la cartera y te empeñaste en ir a la herbolaria a comprarle el árnica que había dicho el curandero; la niña, sentada junto a su madre, tarareaba esa 70
magis SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2021
mafufada que tantas veces escuchaste cuando eras niño, un barquito de cáscara de nuez, y lo hacía repitiendo el verso una vez y otra. Pero era tu niña, y no tenías los güevos para callarla y decirle ya estuvo bueno, m’hija, hay más canciones en la radio. No lo hiciste nada más por puro pinche miedo de que se te saliera un día del huacal y te reclamara lo que tenía ahí guardado, todo por no dejarla cantar una pinche canción que no podía sacarse de la cabeza. Allá ibas, lo anunciaste, agarraste la cartera y las llaves y la viste a ella: la carita pelada mirando hacia arriba con los mismos ojos de un conejo asustado, porque un cabrón de tu altura, Flavio, y una chaparrita de su tamaño no pueden compararse de tú a tú. La escuchaste, llévame contigo, papi, y algo en ti se incendió de pronto. ¿Por qué habías dicho que no, Flavio? Ella no supo cómo convencerte: comenzó a cantar la canción que tanto odiabas, a mover lado a lado el vestido de olanes rosas y blancos para ver si así te compadecías de la pobre, que no sabía ni cómo se pronunciaba esa cosa ni con qué se tomaba, pero intentaba decirlo: vamos allá por el África, papi. Tú te pusiste recio, recalaste y viste a tu vieja mirarte con el ceño fruncido: el nervio había inundado la casa con su presencia. Ahorita no, chaparrita, quédese a cuidar de su mami. No sabías por qué te