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Adiós

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La calle, mi casa

La calle, mi casa

Lo que tiene de temible esta interjección es que, por lo general, es el anuncio del olvido. Decimos adiós para no decir hasta nunca, para terminar de una vez por todas, y, aunque en el instante mismo no lo creamos, porque en el fondo sabemos que nos seguiremos de frente, sin volver la mirada: ¿para qué?

Eso, claro, cuando decimos adiós en serio. Pero es rarísimo que lo hagamos. Por lo general, nos mueve la convicción íntima y a menudo inconfesable de que nada es para siempre, de que ya volveremos a encontrarnos, de que la vida da muchas vueltas. En todo caso, si el mundo no es redondo y el tiempo no regresa, difícilmente nos daremos cuenta.

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