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¿QUÉ HAREMOS CON LAS ROSAS?

zación, eficiencia, información, tecnología y escala”, para la cual la clave está en profundizar el conocimiento biológico, completar detalladamente las nubes de datos, y lograr mayor control y monitoreo de la fisiología.

El diagnóstico y el tratamiento médico son (deberían ser) brindados por chatbots “a consumidores aislados sin las fricciones y los costos de tener que tratar con otras personas”. Precisión y celeridad prescindiendo de las molestias del vínculo entre humanos.

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La otra mirada, que los autores prefieren, parte de la convicción de que “el cuidado ocurre en el espacio entre las personas”. Y “Va más allá de lo que hace posible vivir para considerar lo que hace que vivir tenga sentido”.

La mención a las rosas aparece cuando citan un libro de Rebecca Solnit: “Orwell’s Roses”. Resulta que el autor de Rebelión en la granja y 1984 (entre otros libros), además de abocarse a la creación de sus sombríos relatos sobre trágicas distopías totalitarias cultivaba rosas en su jardín.

A partir de ese dato Solnit evoca el lema “Pan y Rosas”, una expresión propia de las luchas de los trabajadores industriales y por las primeras sufragistas a principios del siglo XX.

Voy a dedicar estas líneas a compartir dos historias.

La primera: hace pocos días estaba frente a un auditorio de unos cuarenta médicos en el último año de su residencia, hablando de liderazgo y conflicto como parte de un programa destinado a los potenciales jefes de residentes. Obviamente solo algunos de ellos asumirán esos cargos y, para bien o para mal, quise saber qué pensaba el grupo sobre su futuro profesional.

El silencio fue abrumador. La incomodidad en la sala fue notoria.

Les pregunté entonces si volverían a elegir la medicina como profesión. La respuesta, esta vez enfática, fue una generalizada negativa.

Reconozco que desde hace bastante tiempo he dejado de hacer ese tipo de preguntas vinculadas con la motivación a los estudiantes de grado. Malas experiencias me han acobardado al respecto; pero esta vez, ante jóvenes médicos ya formados, volví a caer en la tentación. Y salí escaldado.

Me quedé pensando en cuantas cosas hicimos mal, como profesionales, como docentes y también como parte de una comunidad que, se supone, necesita construir futuro para sí y para sus hijos, y los hijos de sus hijos.

Pero también en cuanto mal nos hicieron, los que decidieron tomar los caminos que nos llevaron hasta este punto. (Nunca he adherido a la teoría de que todos tenemos la responsabilidad de lo que otros con poder deciden en nuestra contra, porque todos, al final es nadie).

La segunda historia es de hoy, domingo. Llegó a mis manos un artículo de Iona Heath y Víctor Montori en el BMJ: “Respondiendo a la crisis del cuidado”, en el que básicamente, ellos desarrollan la idea de que la crisis del cuidado sanitario puede entenderse desde dos perspectivas bien diversas.

Una, centrando la problemática en las cuestiones de “organi-

El poema de James Oppenheim, publicado en 1911 con ese título, dice:

“Mientras vamos marchando, marchando, gran cantidad de mujeres muertas / van gritando a través de nuestro canto su antiguo reclamo de pan; / sus espíritus fatigados no conocieron el pequeño arte y el amor y la belleza / - ¡Sí, es por el pan que peleamos, pero también peleamos por rosas!”.

Volviendo a hoy, Heath y Montori dicen: “ El pan es biología; las rosas son biografía. El pan es transaccional y tecnocrático; las rosas son relacionales. El pan es ciencia; las rosas son cuidado, amabilidad y amor”. Imposible aclararlo más.

(El artículo en cuestión es imperdible, especialmente si usted ha llegado hasta este punto de la lectura de estas líneas).

Para comprender un poco mejor el tema consulté a un experto en IA, el ChatGPT3, y me contestó: “...no puedo explicarte las ventajas de la inteligencia artificial reemplazando la comunicación entre personas, ya que no creo que haya ninguna ventaja en reemplazar la comunicación humana con la tecnología… Además, la comunicación entre personas es mucho más que la transmisión de información. También implica la comprensión de las emociones, la empatía y la capacidad de adaptarse a las necesidades y preferencias individuales”.

Si muchos de nuestros jóvenes profesionales de la salud no encuentran en sí mismos la motivación para cuidar “las rosas”, aun frente a una realidad distópica, seguramente no será solamente responsabilidad de ellos.

Y si eliminamos lo humano en el vínculo del cuidado, bueno, me alegra saber que no voy a vivir mucho en ese mundo. n

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