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Maresía

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Tomás Sestayo

Aroma de amanecer, vaho en el alma. Cristales abiertos, cortinas al viento. Sal en la piel, labios cuarteados. El mar solo sabe hablar con abrazos. Te rodea con su belleza indómita mientras te hipnotiza con el susurro de las olas. Amor canalla que besa y se va. Que en su ausencia duele y en su presencia desborda. Buscas el consuelo del salitre en el asfalto, entre famélicos fantasmas de cemento. Y en tu espejo, el reflejo de la bajamar. Pero él no te cuenta mentiras piadosas. Lejos de su rumor te ahogas. Lejos, vivir es una muerte lenta.

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Reconstruyes en tu memoria horas sentada frente a frente. Con la mirada desnuda y los pensamientos despeinados. Tratas de adivinar la línea del horizonte. La luz amarillenta te acaricia. Palpas a tientas la oscuridad y sientes que lo encontraste. Que descubriste su juego y que, desde ahora, ya podrás pensarlo en cualquier momento, en cualquier lugar. Pero el silencio de tus pensamientos solo alcanza a recrear un esbozo. Un retrato seco y triste. Agarras dos puñados de agua salada y fría y la metes en tus bolsillos, pero no posees el océano. Derramas un reguero de huellas por la arena húmeda y rizada, pero no eres la dueña del tiempo. Tú, la flor que al brotar resquebraja el asfalto. Bella y fuerte, pero efímera. Él, eterno.

En su condescendencia, te moja los pies en su orilla. Te enamora cantándote al oído silbos del alisio. Seda de espuma blanca y cresta de ola al viento. Rosas rojas del sol poniente y el beso fresco de su humedad. Apacible, es belleza, fiesta y vida. Y, al otro lado de su piel, misterio. Prado azul infinito, sonrisa y espejo de la luna. Pero en su furia destruye cuanto se ponga a su paso. Toma su amor y su abrazo pero nunca pretendas meterlo en una botella.

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