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Unas Cuantas Notas, Andrea Jaqueline Wence
por A n d r e a J a q u e l i n e W e n c e C e n t e n o
Cuento: Unas Cuantas Notas, Andrea Jaqueline Wence Centeno
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Aún no recuerdo el número de aquel día de marzo, la melancolía se a p o de ró de mi s e nt i r y permaneció inerte en mí hasta el día de hoy. Era un día brillante, soleado como ningún otro, cuando el toque de queda se instauró. Regresaba de la facultad en el vagón del tren de las 3:10 pm, que salía de la penúltima estación del metro. El sentimiento de incertidumbre impregnaba el ambiente en el momento en el que un inesperado informe gubernamental interrumpió la estabilidad de todos los pasajeros. El mensaje era claro y preciso: Reúnan víveres y preparen sus hogares. A partir de hoy queda estrictamente prohibido salir a las calles. Los murmullos comenzaron inmediatamente y un silencio lleno de interrogantes inundó el espacio. Me mantuve en un estado de shock con una gran cantidad de dudas en mi mente, 10 minutos después reaccioné, había llegado a mi destino. Bajé las escaleras del tren y me eché a correr directo a mi casa. Mi padre me esperaba en la puerta de la cochera con una mirada desconsolada y aturdida, preguntó cómo me encontraba y palmeó mi espalda con la intención de que entrara a la casa. Ambos nos sentamos en la mesa y ni una sola palabra salió de nuestras bocas, parecía que el comunicado que dio el gobierno hace unas horas, había dejado sin voz al mundo entero. Me levanté de la mesa y encendí el televisor, todos los canales proyectaban una sola programación repitiendo una y otra comunicado: El virus han vez el llegado mismo al país. La noche se hizo presente y apenas había logrado comunicarme con mis amigos y familiares más cercanos. Las líneas telefónicas habían colapsado debido a las interminables llamadas de pánico. A pesar de ello, mi padre logró contactarse con su jefe. Desde mi habitación escuchaba su angustiosa voz, tenía que seguir acudiendo a su trabajo a pesar de las indicaciones establecidas. Salí de mi habitación y lo único que logré expresarle fue un “cuídate mucho”. Había pasado ya el connamiento una semana desde que empezó y mi padre no paraba de salir a trabajar y, a pesar de que vivíamos juntos, dejé de verlo por días, ya contacto exponían que el gobierno prohibió el físico con las personas que se al exterior. Habíamos diseñado todo un sistema por el cual nos comunicábamos: cuando mi padre salía a trabajar, yo me disponía a llenar toda la casa de unas cuantas notas, que al unirlas formaban un mensaje, una frase compleja, mi estado de ánimo o un simple te quiero. Mi padre tenía que encontrarlas todas, formar la frase y dejarla debajo de la puerta de mi habitación, junto con una oración suya. Este juego se convirtió en nuestra rutina, hasta que simplemente él se marchó. El último día de juego, las reglas cambiaron para mí. Cuando desperté había una pequeña nota debajo de la puerta con la frase “ahora te toca pag. 9
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buscar”. Desconcertada y un poco adormilada, bajé las escaleras y comencé a buscar las notas, poco a poco fui encontrando los pequeños y arrugados fragmentos de hojas raya, con frases más de cuaderno extensas de de lo común. Mientras unía cada una de las palabras escritas en esos trozos de papel viejo, un sentimiento de intenso dolor se apoderó de dejado dos mi pecho. Mi padre mensajes, en uno me de había ellos, explicaba que había contraído el virus y se iría a una de las clínicas especializadas, donde estaría aislado y sin comunicación. contenía una serie El de otro mensaj indicaciones e, a seguir durante su ausencia, y una de las indicaciones era tomar y leer una de las notas que había escrito para mí cada día. Con un nudo en la garganta me senté a la orilla del diván de su habitación, repasé la borrosa y difusa imagen del último abrazo que nos dimos y me solté a llorar. Un cansancio incontrolable se apoderó de mí, y lloré tanto como mis ojos me lo permitieron, tanto como mi vida de estudiante connada a su casa me lo permitió y de pronto, el llanto cesó. Con la poca fuerza que mi cuerpo aún tenía, me levanté y abrí el cajón del buró donde se hallaban las notas. Comencé a contar los trozos de papel que se encontraban en aquella cajita color marrón, en total eran 30 notas, una para cada día del caótico abril. Cada día, durante todo el mes me mantuve leyendo aquellos mensajes de amor que mi padre me había escrito, sus faltas tanto de ortografía y despreocupada, su caligrafía un hacían que cada letra ahí plasmada fuera especial. Algunos días, las notas contenían refranes y dichos que antes me eran absurdos. De vez de las notas, eran en cuando el contenido recordatorios sobre los quehaceres del hogar y recetas de cómo preparar comida. Pero había días más especiales que el resto, donde me recordaba extrañaba. lo mucho que Cada una de me las amaba notas y se convirtió en mi compañía en esos cansados días de incertidumbre. Cuando terminó el mes y los breves mensajes de mi padre se acabaron, la soledad volvió a ser mi compañera, y hoy dos meses después de su partida, comencé a escribirle unas cuantas notas para el día que regrese.