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zAnsiedad, Carlos Luis Fernánde

por Carlos Luis Fernández Miranda

Cuento: Ansiedad,Carlos Luis Fernández Miranda E stá empezando a estresarse, su contacto debió haber llegado hace cinco minutos, pero por cinco minutos no te vas a desesperar, piensa. El bar todavía está vacío, aún hay tiempo.

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—Son cinco cruces. —¿Perdón? — pregunta asustado, la voz del señor Martínez se confunde con los sonidos provenientes de la pantalla. —Que son cinco cruces. —Perdón —busca en el bolsillo izquierdo de su pantalón las monedas para pagar— ¿De qué lo acusan? —pregunta mirando hacia la pantalla. —Homosexualidad. Dicen que es el juicio del siglo. —Siempre dicen lo mismo, Señor Martínez —Si ellos arman que es el juicio del siglo debe ser verdad. —¿Cuál es la novedad ahora? —pregunta algo más tranquilo. —¿Acaso no te llegan las noticias del gobierno? — Sí, pero no he querido consumir información en estos días —conesa antes de darse cuenta que pudo haber cometido una imprudencia. —Sabes que es una falta ética grave. Agradece que todavía no está en el código penal, porque seguramente ya te habría denunciado —dice riendo—. Es solo una broma —añade al ver la expresión de sorpresa en su cliente—. Hay dos novedades: una de ellas es que el castigo consistirá en conservar su conciencia y crear una realidad donde repita su último día por un período indeterminado. —Y si su último día no la pasó tan mal, ¿dónde estaría el castigo? —dice irónico. —En que la ansiedad de ser descubierto aumentará con cada nueva repetición. —No me lo imagino, pero suena retorcido—añade llevando una taza de café a su boca, mientras espera la reacción de su interlocutor. —Sí, en mis tiempos había algo de humanidad en los castigos. —¿Y cree que ahora está mejor? —Bueno, hace 20 años que no me visto con terno porque me prohibieron ejercer. Todo ha cambiado bastante, hasta el nombre de la profesión, antes se le llamaba Derecho, ahora tenemos lo que se conoce como Leyes de los Hombres y Leyes de Dios. Personalmente creo que esa división está de más, si al nal enseñan casi lo mismo. Notó un asomo de reprobación en sus palabras. Aprovechando una distracción del Señor Martínez, echa

una mirada rápida al bar: el reloj todavía no marca las ocho y continúa siendo el único cliente en el establecimiento. El paisaje de sillas y mesas vacías, la necesidad de aprovechar su tiempo mientras espera y el repentino ataque de sinceridad de su interlocutor le brindan la conanza que necesita.

—Señor Martínez, ¿por qué le prohibieron ejercer su profesión? —Porque a mí me habían educado con teorías y leyes desfasadas. A todos los abogados mayores de 30 nos dieron de baja. A cambio, nos apoyaron con un negocio. Desde ese momento tengo este bar; el espacio me lo cedió el gobierno. —¿Y qué piensa de eso? —Que ha sido lo mejor que me ha pasado —sentencia—. Dios tiene una razón para todo. —Pero, ¿no le hubiese gustado trabajar en lo que estudió, en lo que le gustaba? —pregunta empezando a

ponerse ansioso. —A veces para llegar a un objetivo mayor hay que hacer muchas concesiones y sacricios. Yo los hice y estoy contribuyendo desde aquí a que todo esté en orden. ¿Por qué ese interés? —Pero usted ¿no extraña su vida anterior? —no se percata que empieza a mover sus manos y a gesticular un tanto exasperado— Su vida antes de la crisis, de la llegada de la Alianza, antes de todos los cambios, ¿no extraña poder viajar, ser libre? —¿Para qué viajar a países donde la corrupción del alma todavía persiste?, y la libertad, ¿cómo se puede ser libre siendo esclavo del pecado? Apura su taza de café. Toma en cuenta de que no tiene sentido continuar con la conversación. Sin embargo, algo en él le dice que necesita alargar esta charla, ganar tiempo. —¿Por qué me estás preguntando estas cosas? —Por nada en especíco. Pensé que usted tenía ciertas dudas.

—Dudar no es malo, es algo natural. Lo malo es cuando se vuelve una constante y te empuja a cometer actos contra Dios y sus gobernantes —dice mirándolo directo a los ojos. —Opino igual —responde evadiendo la mirada e intentando ocultar un miedo repentino que no puede explicarse. —Bueno. Se me olvidó decirte cuál es la otra novedad: cómo descubrieron que el chico es homosexual. —Cómo fue —pregunta un tanto expectante. —Este chico trabajaba en el Ministerio Bíblico, ironías de la vida. Resulta que en todos los edicios gubernamentales se han instalado cámaras que son imperceptibles a la vista una vez que se colocan. —Desconocía eso —presta más atención. —Así es. Y no solo eso, estas cámaras pueden informar a la central las intenciones de la persona que está siendo grabada. No son 100% conables pero las pruebas que se han hecho se aproximan bastante. ¿Te encuentras bien? —Sí, me tengo que ir —dice levantándose. —Que Dios te acompañe. —Y que guíe el suyo.

Sale del bar. A pesar que el viento le recibe, siente una sensación de asxia y opresión. Ha sido una estupidez quedar con su contacto en un lugar público. Preferible entablar comunicación con él en otro momento y acordar una futura reunión en un sitio más privado. Avanza rápido con dirección hacia su casa, intentando no mostrar ansiedad o nerviosismo, estados que podrían llevarlo a ser tomado como un potencial sospechoso. Insiste en que fue un error, empieza a desesperarse. No ha sido nada, no ha pasado nada. Entra al edicio, el portero le da los buenos días, pero él no devuelve el saludo. Ingresa al ascensor. Una sensación que no puede explicarse, como si estuviera enfrentándose a lo inevitable, se pasea por su mente. Llega hasta su piso y se detiene al descubrir que la puerta de su departamento está abierta. *** — Son cinco cruces. — ¿Perdón? — pregunta asustado. Accidentalmente derrama el café. — Que son cinco cruces. — Perdón —busca nervioso en el bolsillo izquierdo de su pantalón las monedas para pagar— ¿De qué lo acusan? —pregunta sin pensar. — Homosexualidad. Dicen que es el juicio del siglo. — Sí, debe ser, Señor Martínez —dice resignado.

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