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Lucas, Nino Ramos

por Nino Ramos

Cuento: Lucas, Nino Ramos

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—Mira, Rodolfo. Estas caracolas son como las tetas de la tía Elsa. —¡Sí!... ¡Abelardo, tienes que verlas! —Tampoco son tan grandes, Tony. —Bueno, aunque sea se parecen un poco.

El verano había comenzado la noche en la que al tío Lucas se le subió el vino y propuso un campamento familiar. Al viejo calvo no se le olvidaba nada, y tan pronto como se le pasó la resaca ya estábamos rumbo a la playa.

Sus campamentos siempre eran los mejores. Incluían rondas de baile a medianoche, historias de terror cerca de la fogata, y un trofeo, el que decía que era de oro, al primer suertudo que pesque una bota de marinero.

Era un tío simpático y excéntrico. No se postraba en la arena a dorar su cuerpo paquidérmico, y en lugar de ese calvario perseguía cangrejos con nosotros. Otro calvario, pero más entretenido.

En el transcurso de la mañana llegaba el resto de la familia.

Los abuelos parecían reliquias salidas de un museo militar o de alguna velada inglesa que nunca tendría algo de veraniega. Pero ahí estaban con sus amplias sombrillas y lentes oscuros. Hacían como que miraban a los nietos, o quizás estaban dormidos. Con ellos no se sabía si vivían por dormidos, o realmente ya practicaban la muerte en medio del barullo. Éramos muchos.

Yo siempre andaba a lata con Rodolfo y Tony. Eran menores que yo, pero solo por un par de años. Nos jurábamos los más vivos de la familia, y no hubo, en la historia de esta, un trío tan sincronizado para el voleibol playa, ni mayores suertudos cuando se trataba de los naipes.

De los demás primos tengo el recuerdo de sus caminatas cerca de la orilla. Casi durante todo el día andaban a raya tratando de hallar vestigios de alguna ballena milenaria. Se juraban los más interesantes, pero a vista de nosotros solo eran unos nerds de pacotilla. Y eso los tornaba más aburridos, porque ni siquiera bailaban.

De los tíos no se esperaba mucho, salvo del tío Lucas. El resto hablaba de negocios, de sus jefes o de indencias. Como todo adulto en una playa que ya no sabe lo que es armar un castillo de arena. Imponente e impenetrable. Lleno de joyas y con un fortín que retenga a los piratas mientras se cargan los arcabuces para tirarlos pag. 15

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abajo. De seguro eran jefes terribles o les iba mal en sus negocios.

«—Trae más arena, Abelardo. Tú como mayor deberías cargar más. »—¡Tú mírame nomás, Rodolfo!».

Rodolfo era el que más empeño le ponía a la arquitectura de nuestro fuerte. Aunque no había de esos en la playa, quisimos llamarlo así y combatir a los piratas de tenazas sanguinarias, y también para que sientan envidia nuestros primos nerds.

El castillo se fue alzando, o el fuerte. Era imponente y tenía varias columnas en su primer piso. Trabajé tanto como para nunca más trabajar. Aunque esto cambiaría con los años, esa tarde trabajé pensando en lo placentero que sería nunca más volver a trabajar tanto.

A mi trabajo pronto se unía Tony. Cargaba baldes llenos de caracolas, algunas más grandes que las tetas de la tía Elsa. Otras pequeñas, pero bonitas y coloridas. Llegamos a tener tantas como para construir un castillo solo con ellas. Pero esa nunca fue la idea.

El tío Lucas no tardó en unírsenos. A él lo aceptábamos en todo. Nos ayudó a terminar el tercer piso de nuestro castillo. Enrome e imponente. También tuvo el esmero de conseguir pedazos de vidrio que incrustó en puntos claves para que el fuerte se viera brillante. Fue una idea fantástica que todos aplaudimos. De bandera colocó un tenedor en el que amarró un listón dorado que sacó de la guantera de su carro. ¡Vaya armario de chucherías! De verdad que era un excéntrico de aquellos. Le queríamos como a ningún tío. Quizás, en el fondo, considerábamos que era el único que pag. 16

teníamos.

Cuando acabamos de construir el fuerte, el mar se había hecho bravo. Fue algo inusual para todos los mirones que estaban a la orilla. Arreciaba con desprecio. Como si la felicidad de nuestro logro hubiese despertado su rabia contenida. Ahora lo cuento todo así, pero de seguro de chico lo decía de otra manera.

Su constancia nos asustó. Y de inmediato los cuatro empezamos a cavar una zanja larga y profunda. Si no quise trabajar nunca más, en ese momento sentí que quería hacerlo toda mi vida.

No tardamos en montar nuestro abismo. El agua se empozaba de a pocos, y aunque habíamos ganado una batalla momentánea, no pasó mucho tiempo hasta que el agua copó nuestra zanja. Entonces decidimos colocarnos en la india para proteger el fuerte. Esta vez no había piratas ni bucaneros.

La marejada nos regaló un golpazo que nos tumbó sobre el castillo que desapareció con la seguidilla de olas. De todo lo que se hizo y se pensó: «La lucha contra los cangrejos piratas, la lucha contra el tío Lucas, el “Último bucanero del Caribe”». No quedaba nada.

La ira de Rodolfo lloroso lo llevó a la venganza. Tan pronto como se halló de pie corrió hasta el mar y entró a dar golpes con sus brazos de enjuto. Dio uno tras otro. El mar de seguro no sentía el dolor, pero no tardó en arrastrarlo a sus entrañas.

Los puños se transformaron en señales de auxilio. Los abuelos pegaron el salto como si de verdad estuvieran vivos. Pero solo el tío Lucas entró a rescatarlo.

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Sus brazadas eran pesadas y su cuerpo otaba como ningún otro. Pero su voluntad de bucanero logró alcanzar la mano de Rodolfo y lo llevó hasta el piso de aquel mar embravecido. Pero el prominente tío Lucas se alejaba más y más de la orilla, sus brazadas no tenían el mismo ímpetu y su cuerpo otante iba hundiéndose como una gran piedra.

Rodolfo ya estaba con mis tías y era atendido. Pero el tío Lucas nunca salió del agua, quizás porque mis otros tíos preferían más su vida que la del que se estaba hundiendo.

Al cabo de una hora llegaron salvavidas y hasta una ambulancia. Pero ese día no dieron con el cuerpo del tío Lucas.

En la familia hubo lágrimas para crear otro mar tan furioso como ése. Y los tres éramos los que más llorábamos. El pobre Rodolfo se sentía culpable, pero entre Tony y yo lo consolábamos.

Tratamos de convencerlo de que el tío murió como un héroe (aunque en el fondo estábamos devastados, debíamos rescatarlo de la culpa). El verdadero héroe que no se hallaba en las caricaturas. Eso lo decía yo; y al nal pudimos convencerlo de eso.

Los deseos opuestos de la vida se habían llevado al tío excéntrico y nos dejó el dolor más cruel y heroico. No creíamos en alguna treta suya, ni menos que aparecería como un abominable animal marino cubierto de algas. Se había ido.

Llegada la tarde, desconsolados y mirando el mar que odiábamos, una bota llegó a la orilla. No supimos si era la de un marinero o un pescador. Aunque hasta ahora no sé cuál es la diferencia entre aquellos que saltan al mar.

La bota era de color negro y con una suela muy desgastada. Parecía que hubiese caminado toda su vida hasta llegar a nosotros. Entonces corrimos a rescatarla de la próxima marejada, y corrimos más rápido para enseñársela a la familia.

El tío Lucas y su treta nos cumplía el trofeo más imposible. Todos volvimos a llorar. Pero el trofeo se nos fue dado a los tres. La tristeza se hizo menos dolorosa. Incluso reímos y nos quedamos esperando a que el tío salga.

Ahora, en cada campamento, el trofeo del tío Lucas, que en algún momento llegaría a ser de oro puro, se les es dado a los sobrinos que construyan el castillo más imponente.

El jurado nunca fue tan parcializado en ninguna contienda conocida en el mundo. Pero de seguro el tío Lucas se reía de eso y, desde ese entonces, siempre reía con nosotros.

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