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Especial: Un Texto Inédito de Juan Gelman

Agradecimiento al poeta Roberto Aztlán por compartirnos este texto

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Corría el año del 2010, y como ya era tradición, se celebraba la entrega de El Premio Nacional de Poesía Amado Nervo, organizado por el Consejo de Cultura y las Artes del Estado de Nayarit (CECAN), que en coordinación con la sesión de literatura, preparó la ceremonia de entrega del premio y se invitó a la poeta Carmen Villoro y al poeta Argentino Juan Gelman. Juan Gelman, poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1930 y que salió de Argentina en 1976 durante la dictadura militar y vivió en el exilio en México, donde decidió jar la residencia en forma denitiva, dedicó una maravillosa Conferencia Magistral sobre la poesía, llegada hasta nuestros días por los esfuerzos y generosidad del poeta Roberto Aztlán quien nos la hizo llegar.

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Quiero, ante todo, agradecer al profesor Sergio Eugenio García Pérez, Director General del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, quien, en nombre del Gobierno del Estado de Nayarit, me hizo llegar la honrosa invitación que me trae a Tepic para conversar con ustedes en torno a un tema inagotable: la poesía. Hoy es un día muy especial para la literatura en lengua castellana, como bien saben ustedes. Un día como hoy nació hace 140 años aquí, en Tepic, el gran poeta y escritor Amado Nervo. Mucho inuyó en la poesía latinoamericana. En la Argentina, en el primer año de la secundaria, nos hacían aprender de memoria sus poemas y los recitábamos en clase. Recuerdo la gran impresión que me causó La amada inmóvil escrito cuando la dolorosa pérdida de su gran amor “para toda la vida” –como él supo decir-, Ana Cecilia Luisa Dailliez, compañera suya durante más de una década. Todavía recuerdo algunos que aprendí hace casi 70 años, como el titulado Metasiqueos, que Amado Nervo escribió tres meses después del fallecimiento de Ana. Me atrevo a decirlo:

¡De qué sirve al triste la filosofía! Kant o Schopenhauer o Nietzche o Bergson... ¡Metafisiqueos!

En tanto, Ana mía, te me has muerto, y yo no sé todavía dónde ha de buscarte mi pobre razón. ¡Metafisiqueos, pura teoría! ¡Nadie sabe nada de nada: mejor que esa pobre ciencia confusa y vacía, nos alumbra el alma, como luz del día, el secreto instinto del eterno amor!

No ha de haber abismo que ese amor no ahonde, y he de hallarte. ¿Dónde? ¡No me importa dónde! ¿Cuándo? No me importa..., ¡pero te hallaré! Si pregunto a un sabio, "¡Qué sé yo!", responde. Si pregunto a mi alma, me dice: "¡Yo sé!"

Me parecían y aún me parecen mágicos el ritmo y la melodía de sus versos. Se ha calicado a Amado Nervo de poeta modernista, o romántico o metafísico, y esto suscita una primera cuestión: ¿esas etiquetas explican algo, acaso? Se habla de poesía antigua, clásica, moderna y hasta posmoderna en países que, como la Argentina, ni siquiera han llegado a ser modernos. Ante esa voluntad de rotular siempre pienso en uno de los primeros poemas que la escritura china recogió de su tradición oral. Tiene probablemente más de 3.000 años y habla de un pastor que está a 10.000 li de su mujer. El li es una medida china que equivale a medio kilómetro, pero “10.000 li” signica “distancia innita”. El poema:

Es madrugada, él está en el sur, a 10.000 li de la mujer amada. Cuida al ganado dormido en la nieve. Ella cose junto al fuego del hogar. El escucha el sonido de sus tijeras bajo la noche profunda.

Nadie sabe a qué escuela perteneció el autor o la autora de un poema tan bello. Ni su nombre se conoce. Por eso no creo en generaciones,

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escuelas y otros cajoncitos en los que son metidos los poetas. Creo en los poetas. Hay cincuenta siglos de poesía detrás nuestro, hay tradiciones, y los poetas siguen el consejo del gran poeta japonés Basho: no hay que imitar a los antiguos, hay que buscar lo mismo que ellos buscaron. ¿Y quién puede explicar qué es la poesía? Se ha intentado denirla mil veces en todo el mundo, pero apenas se logran meras descripciones: “Es el intento de apurar a Dios para que hable”, dijo el poeta estadounidenses Nemerov. Me quedo con lo dicho por su compatriota Emily Dickinson: “Si leo un libro y me deja el cuerpo entero tan frío que ningún fuego puede calentarme, sé que eso es poesía. Si tengo la sensación física de que me arranca la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”. Tal vez no haya mejor manera de describirla. Denirla es imposible. Aún así, he cometido la osadía de acuñar mi propia aproximación. Les cuento. Hace mucho tiempo recorría yo una provincia argentina pegada a la Cordillera de los Andes y escuché una copla popular, anónima y muy antigua. Esta

Un domingo por la tarde al rayo 'e sol me senté y un arbolito me dijo “si querís sombra, te haré”. Yo le pregunté llorando si era cierto o era mofa y el arbolito me dijo: yo soy un árbol sin hojas”

Me pareció entonces, y me sigue pareciendo, que la poesía es como ese árbol, un árbol sin hojas que da sombra. Se intentan también explicaciones sociológicas de la poesía. Hace poco leí las consideraciones de un crítico sobre las diferencias entra la poesía latinoamericana y la de los países desarrollados. Pretende que la nuestra está cargada de una tristeza, una nostalgia y un desgarramiento que no se observa en la poesía estadounidense y la europea y que ello se debe a todo lo que en nuestro continente padecemos, dictaduras militares, hambre, miseria, ese exilio interior que margina a millones de personas a una vida sin posibilidad de pag. 51

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educación, de atención a la salud, sin un techo decoroso y con platos despoblados. Como en –continúa EE.UU. y Europa el explicador-, esas no es así situaciones son ajenas a la poesía que allí se escribe. Dicho de otra manera: habría una poesía del Primer Mundo y otras del Tercero, ¿o tal vez ascendimos en jerarquía y hoy somos del Segundo, ahora que se desmoronaron la Unión Soviética y los países del llamado “socialismo real”? Pareciera que el autor de esa “teoría” peregrina olvida tragedias como el nazismo, el estalinismo, el fascismo, las guerras calientes y frías, y pareciera además que no ha leído a Paul Celan, Langston Hughes, René Char, Césare Pavese y tantos otros poetas europeos y norteamericanos que en su obra dieron cuenta del dolor humano. La única patria de la poesía es la lengua y sus asuntos son eternos: el amor, la muerte, la naturaleza, el paisaje, la lluvia, el hijo, la mujer, la amistad, la pérdida y tantos otros que hacen al ser humano desde el fondo de los siglos. Claro que internarse en ellos no basta: es una verdad de Perogrullo que sobre el amor o el otoño se puede escribir un gran poema o un poema que no vale nada, algo que no es un poema. La poesía es palabra calcinada y, en realidad, su único tema es la poesía. Permítaseme citar un soneto del español Francisco de Quevedo y Villegas escrito a comienzos del siglo XVII. Se llama Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día y podrá desatar esta alma mía hora en su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria donde ardía: nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un Dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, médulas que han gloriosamente ardido:

su cuerpo dejarán, no su cuidado; serán ceniza mas tendrán sentido; polvo serán, más polvo enamorado.

Algo ha cambiado desde que se escribió este poema sobre la vida más allá de la muerte. Ha cambiado el lenguaje, ha cambiado la época, pero no la hermosura expresiva del poema. Es decir, esos asuntos eternos se desarrollan como una espiral cada vez más abarcadora y renacen desde otro lugar de la lengua. Para Sor Juana Inés, el símbolo de la belleza era precisamente la espiral, acunada por los aires del tiempo, y no el círculo perfecto y cerrado de John Donne. La poesía gira en torno a los mismos ejes, pero cada vez canta distinto, restaura la novedad de lo cantado, como decía el gran poeta nicaragüense José Coronel Urtecho. Se dice que la poesía es inútil, que no tiene valor de mercado. El planeta Saturno tampoco se cotiza en la Bolsa. Ante esa clase de comentarios

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La única patria de la poesía es la lengua y sus asuntos son eternos

recuerdo el dicho sarcástico de un viejo lósofo hindú: “Todo el mundo habla de la utilidad de lo útil, pero nadie piensa en la utilidad de lo inútil”. Inútil sería la luz espiritual que la poesía arroja contra la grisura de este mundo globalizado y mediático que ha convertido lo material en valor supremo. Hace mucho que los intereses en juego intentan manufacturarnos el alma, uniformizarla y hasta uniformarla, convertirla en terreno fértil para cualquier autoritarismo. La poesía es resistencia contra el envilecimiento del ser humano. Viaja del misterio de uno al misterio de todos y en ese encuentro gana su transparencia. Pasa sin nombre, sin número, ajena al cálculo y a la sumisión, corrige la fealdad y el desamor, junta los pedazos del mundo y los abriga en sus tiendas de fuego. El poeta desaparece en su escritura y sólo queda la palabra. El poeta no practica la tarea del sosta, que pretende volver lógico lo ambiguo. Al revés: explora la ambigüedad de la razón para encontrar la palabra acallada, la palabra aplastada por la opresión, por la miseria, por el hambre, la injusticia. No es un mester que se pueda planicar y el poeta va de la vivencia a la imaginación en un viaje que se detiene momentáneamente en un poema. El viaje sigue al poema siguiente, empujado por el deseo insaciable y feroz de nombrar lo que nombre no tiene, la verdad última de la lengua, que es como decir la verdad última del ser humano. El poeta trabaja como Sísifo, el personaje mitológico que debía empujar una piedra enorme por una ladera empinada y cuando iba a llegar a la cima, él y la piedra se iban al fondo y tenía que empezar otra vez. El poeta se interna, entonces, en caminos de sí que no transitó antes y debe desbrozar las malezas de su subjetividad, no escuchar el estrépito de la palabra impuesta, mirar los mil rostros que la experiencia enciende en la palabra, encontrar la expresión que les dé rostro en la escritura. Ese adentrarse en sí mismo es un atrevimiento necesario que lo expone a la intemperie, aunque bien decía Rilke: “lo que nalmente nos resguarda/es nuestra desprotección”. Ese atrevimiento conduce al poeta por una vía que lo trasciende como ser. Es un trascender que se dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvietáieva, la gran poeta rusa que aniquiló el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta ni vive para escribir. Escribe para vivir. Muchas gracias

Tepic, Nayarit; viernes 27 de agosto de 2010

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